CAPÍTULO III

 

 

EL VIAJE DEL REY SANCHO

 

        De madrugada se abrió la gran puerta del Alcázar real de Nájera, a la vez que descendía  el vetusto puente de madera tendido ante  el foso del castillo.

        Toda la corte en plenitud se reunió en el umbral. Los presos recién liberados vitoreaban a su magnánimo Rey. García y su madre la Reina, presidían aquel homenaje de despedida siempre muy cerca del príncipe estaban Matius y su halconero Danielgo. Incluso se encontraban  allí  los tres discordes cortesanos, muy cerca  del Obispo Fermintius y una  turba de monjes y clérigos. La comitiva salía majestuosamente. El Rey iba a la cabeza, seguido de su guardia personal. Luego el capellán de palacio. Varios mulos con sus conductores de brida, portando la impedimenta y las viandas. También efectos y útiles de escritorio  para  extender documentos, edictos, pragmáticas  o donaciones.  De lo que se ocuparían  un  escriba y un notario, para ratificar la voluntad real.

        Una hora antes, habían partido los aposentados, con el fin de disponer  posada a la comitiva  ante cuyos servicios el rey extendía espléndidas  propinas . Ante tal sistema de generosidad el agradecimiento  popular  era notorio adquiriendo de su vasallos gran estima y cariño.

        Eligieron un itinerario de seguridad, a través de las tierras que gobernaba el reino. Para llegar   hasta los  Pirineos,  por la ruta de sus ancestrales dominios  en la vieja Navarra. Atravesó el Ebro, buscando el  río Arga   caminando hacia el Norte y llegaron a la   legendaria población de Garés . Allí,  mandó construir un puente de generosas  proporciones y solidez con el fin de que sirviera de utilidad a los peregrinos que se dirigían  hacia  Santiago de Compostela

        Dos días después, hicieron escala en  Pamplona  para despachar asuntos de gran trascendencia con el gobernador de la ciudad y.  el obispado. No en vano la vieja Corte pirenaica, de la dinastía  de sus mayores, los Abarcas. tuvo allí su origen y proyección.

        Oscarón era el capitán de confianza del Rey y  quién,  en la vanguardia de aquel viaje,  ejercía como explorador de los caminos de la ruta y también  la misión de  aposentar la comitiva. Era a su vez, un guerrero valiente y leal vigilando la seguridad del séquito, que normalmente pernoctaba en las zonas de los molinos junto a los ríos. En su entorno disponían de posibilidades  de suministro para  la intendencia  del viaje pues había cultivos,  granero y corral en las cercanías. Oscarón mandaba la mesnada  de avanzadilla, en los caminos y, procuraba que todo estuviera a punto ante las voluntades de su Rey vigilando el  exacto cumplimiento, de las normas  que el monarca disponía con cabal decisión .

        Resueltos los asuntos en Pamplona , se dirigieron  a Leyre, monasterio famoso y venerable en el que estaban enterrados  los reyes antepasados de Sancho. Allí los monjes celebraron solemnes oficios de oración y cantos. Recibiendo del rey generosas donaciones incluso dineros en monedas de oro acuñadas en su corte de Nájera. Una gran nevada les obligó a quedarse en Leyre varias semanas, tiempo que aprovechó el rey para la reflexión espiritual y poner en orden sus ideas políticas.

        En aquel monasterio profesaban religiosos de ambos sexos. Ocurrió una noche el desagradable incidente de la violación de una monjita por un soldado de la escolta. No se hizo esperar el castigo al violador, a quien el propio abad  del Monasterío le rebanó los testículos en presencia de toda la comunidad y la comitiva  real. El desdichado murió desangrado  a las pocas horas. El puritanismo y la crueldad iban de la mano en aquella época de principios del siglo XI.

        Cuando mejoró el tiempo, partieron de Leyre siguiendo el viaje por los valles de Huesca  con la intención de llegar en la primavera al condado de Cataluña, A la expedición se había unido  la monjita por decisión del Rey, prometiéndole este que al volver a la Ciudad de su corte ocuparía un cargo como dama de su esposa. La monjita, se llamaba Rabel y se integró pese a las dificultades y fatigas entre aquellos esforzados jinetes compartiendo sus vicisitudes cotidianas colaborando en los trabajos cuando acampaban.

        Cabalgaba en el mismo caballo que el capitán  Oscarón y se iba acostumbrando a su protección y su palabra, entablando amenas conversaciones, no muy religiosas por cierto,a tenor de las cómplices sonrisas y miradas que se dedicaban.

        Cierta tarde llegaron al castillo de Loarre, siendo recibidos por el Conde de aquellos territorios, buen vasallo del Rey Sancho en cuyo honor celebró una gran fiesta. Un ahijado del conde llamado Ramiro, intentó cortejar groseramente a la bella monjita Rabel, proponiéndole incluso que le acompañara aquella noche a su cama. La muchacha  rechazó la cita y al observar Oscarón la conducta del ahijado del conde, lo desafió en duelo personal.

        En el patio de armas del castillo, al alba , los dos contrincantes con las espadas desenvainadas, iniciaron un feroz combate.

        Tras muchos golpes  que pararon las rodelas, Ramiro cayó al suelo exhausto. Estaba a merced del valiente adalid del Rey Sancho, que en aquel momento mando con un grito que cesara la pelea.

        - Detente,  Oscarón dijo, no quiero que mi presencia aquí deje manchas de sangre.-

        Partieron antes del mediodía. Sin más incidentes en el viaje; en los primeros días de la primavera pisaron las tierras del Condado Catalán. Estaban  bellísimas,  exuberantes en vegetación y colorido con el arbolado en flor. La primera visita fuera la Abadía de Ripoll, bajo el prestigioso prelado Abad Oliva, viejo conocido del Rey Sancho, con el que había coincidido en importantes asuntos de estado, muy convenientes y prósperos para el Condado y el Reino. Coincidió la llegada con la visita regia al lugar de la anciana Hermensinda, madre del  Conde titular de aquellas tierras. Sancho conversó con ella, tomando el acuerdo de la boda de su heredero el Príncipe García, con la bellísima Montserrat, hija del noble Berenguer. Sellaron el pacto de tan alta diplomacia, y nada mejor para hacerlo que celebrar con solemnidad y posteriores festejos la unión santificada por el Abad Oliva, del Capitán Oscarón con la bella Rabel, cuyo idilio tan tierno como apasionado clamaba por hacerlo vinculo cristiano de por vida.

        Pasaron muy felices días en las tierras del condado que se esmero en especiales atenciones. Aconsejaron al Rey Sancho que  nominara como asesor  comercial de su corte al judío Mosen Ros, quien aceptó el cargo uniéndose a la embajada en su vuelta a la Corte. El verano ya estaba en su  comienzo, cuando emprendieron el viaje de vuelta.

 

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