CAPÍTULO V

 

 

MOSEN ROS

 

        Tras seis largos meses de viaje, con las fatigas que derivan del trabajo de vigilar y hacer prósperos sus dominios, el Rey Sancho volvió a la corte. Era época estival y los campos se presentaban pletóricos de buenas cosechas, en grano y olivares. El vino ya en serón para tomarlo tras su reposo y tratamiento en las bodegas. Los rebaños lozanos y prolíferos en la criada.

        Volvía contento el monarca. Consumó proyectos y se trajo muy bien realizadas resoluciones diplomáticas y convenios que influirían en el éxito de su impecable gobierno. La concertación de boda entre su primogénito y heredero con la virtuosa Montserrat, hija del conde de Cataluña, suponía para Sancho la mejor operación de su viaje.

        El progreso de aquellas tierras mediterráneas era evidente. La situación junto al Mar Mediterráneo permitía viajes, y la influencia de otras culturas le había fascinado, y las quiso acoplar a los futuros proyectos de su reinado.

        Para el viaje de retorno eligió el curso del Ebro, teniendo que atravesar territorio musulmán, concretamente el reino de Zaragoza. Lo hizo en son de paz, entrevistándose con Emires y Príncipes agarenos y concertando pactos, incluso impuestos que entonces les llamaban “parias”, exigiendo la retirada del Islam de la ciudad de Calahorra, a lo que los gobernantes moros dieron su beneplácito en un corto periodo de tiempo. 

        Se llegó hasta el monasterio castellano de Oña, de gran aprecio por Sancho. Desde allí buscó las Fuentes de Fontibre, para visitar luego la cornisa del Mar Cantábrico, desde las Asturias de Laredo hasta Fuenterrabía, tierras que estaban en la posesión del reino. Con gran acierto fundó allí señoríos que llamó de Vizcaya, organizando núcleos urbanos, repoblando los valles húmedos que daban al mar.

        Fue para Sancho un viaje fructífero. Su prestigio, poder y autoridad campeaban allí donde pisara. Su prudencia y ancha habilidad para lograr sus fines las puso una vez más de manifiesto y pacíficamente. No le fue fácil pues tuvo que entenderse hablando otros idiomas y redactar documentos en Árabe y Euskera, lengua de los vascos. Sabía interpretar en palabra escrita y hablada aquellos idiomas. Era un bagaje más de la gran majestad y competencia de aquel gran monarca.

        Al llegar al Alcázar Real de Nájera, le esperaban todos los dignatarios de la Corte, su familia y sus vasallos, todos congratulados ante su vuelta. Estaba la reina Elvira, presumida fémina, con sus hijos García, Fernando y Gonzalo, los últimos casi adolescentes, que ya despuntaban en expresión de dignidad aristocrática. Llegaban tres personas menos de las que habían partido: el desgraciado violador de la monjita en Loarre, el capellán que se ahogó en una playa cercana de Lequeitio y otro soldado que había muerto de fiebres en Santoña.

        No obstante, traía desde el condado catalán al judío Mosen Ros y su familia: su esposa Gloriosinda y tres pequeños hijos.

        Durante el viaje platicaron mucho el rey y Mosen Ros. Observando aquél las grandes aptitudes y conocimientos del sefardí, quién había viajado mucho y conocía muy bien los métodos y empresas para mejorar el porvenir y bienestar de sus súbditos.

        Le dio en principio el cargo de limosnero del reino. Es decir, el de la responsabilidad de cobrar los impuestos y luego distribuirlos. Tuvo el rey ante esta decisión que destituir al anterior en el cargo, Domingo, desterrándolo como monje a San Millán de la Cogolla, monasterio distante a sólo dos leguas de su Corte y al que atendía con oraciones y visitas, siendo también gran benefactor del lugar. Domingo juró vengarse de aquella afrenta de desconfianza tan repentina. Aunque sabía bien que Sancho tenía sus razones.

        El nuevo administrador, el judío Mosen Ros, muy pronto desplegó sus métodos. Tenía un aspecto de concentrar astucia e inteligencia en todo cuanto hacía. Era eficiente a ultranza. Creó un canon de portazgo, por el que quiénes cruzaban el puente para llegar a la Ciudad de Nájera tenían que pagar un sustancioso impuesto, derivado de las mercancías que iban a vender en el mercado.

        También creó varias ferrerías en la comarca najerense, pródiga en ríos de montaña. Allí, tras conseguir el mineral de hierro, se fabricaban armas para la guerra y útiles para labrar la tierra.

        El judío había traído dos inventos nuevos que vio aplicados en las tierras de los galos. Uno era la herradura para los caballos, el otro una reja de vertedera para batir la tierra en las labores de arado, lo que otorgaba más fertilidad y abundancia a las cosechas.

        Con estas aplicaciones el reino prosperó. Los viajes se hacían muy rápidos y seguros por la comodidad y protección que a los animales proporcionaban las herraduras. La abundancia en la recolección de granos y frutales también dio un avance. Por último, el judío Ros fundó talleres de artesanía en los que se fabricaban yugos y tonelería para el vino.

        Pasaron dos años desde la llegada del rey Sancho, quien estaba en plena conciencia de dejar la corona a su hijo García. El viejo monarca sentía flaquear sus fuerzas, comprobando en su heredero grandes aptitudes para la eminente sucesión.

        En el invierno del año 1035, Sancho se sintió enfermo. El obispo Fermintius le aconsejó que viajara a Oña y pidiera confesión a su buen abad Iñigo, cuya santidad y prudencia eran famosas en el Reino. Le hizo caso el rey Sancho, y tras unas semanas recluido en el monasterio castellano, falleció.

         Allí le dieron sepultura, su elocuente epitafio quedó grabado en el tálamo:

 

   Aquí yace el Gran rey Sancho, padre de los príncipes García y Fernando, quien después de muchas victorias de guerra y traer al reino prosperidad, entregó su alma a Dios piadosamente. Año de 1035.

 

 

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