La incompatibilidad entre milicia y monacato fue una constante en la doctrina de la Iglesia hasta la fundación de la Orden del Temple en 1119. Incluso en este caso, se consideró una situación excepcional tal y como indicará el propio Decreto de Graciano de 1140 al confirmar la prohibición de combatir a los clérigos. Se mantenía, así, la coherencia entre la doctrina cristiana primitiva de rechazo a toda actividad violenta, que implicó la prohibición de alistarse en el ejército romano a todo cristiano, y la necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos.

Aunque a partir del siglo IV, tras la conversión de Roma al cristianismo y el establecimiento de la ortodoxia del Estado, se permitió a los cristianos el uso de las armas y el alistamiento en el ejército, esto no era extensivo a las órdenes eclesiásticas mayores.

Durante siglos, la doctrina de la Iglesia y el propio derecho canónico prohibió reiterada y tajantemente a los clérigos tomar las armas y participar en acciones bélicas, aunque sí podían ordenadas o asistir espiritualmente a los combatientes. Diversos cánones conciliares avalan esta idea; el Canon 8 del 1 Concilio de Toledo del año 379-400, el VI Concilio de Toledo de 633, el Concilio de Collanza de 1050, el Concilio de Santiago de Compostela de 1056 o, fuera de España el Concilio I de Maçon de 581, Verberie del 752, Aquisgrán en 789 y 802, etc. Sería ocioso citar la doctrina eclesiástica personificada en Gerardo de Cambray, Fulberto de Chartres, Buchardo de Worms y, especialmente, Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica II-2, 40,2). A pesar de todo ello los obispados y señoríos eclesiásticos eran en ocasiones tan poderosos y disponían de tantos recursos y bienes que defender que muchos clérigos incumplían dicha prohibición empuñando personalmente las armas en defensa de sus intereses.

Aunque la doctrina mayoritaria vedaba al clérigo la toma de las armas, no obstante también existían opiniones discordantes que defendían que la prohibición canónica se refería a que no se podía obligar al clérigo a empuñar las armas, no a que no pudiera hacerlo si era esa su voluntad. Incluso otro sector doctrinal estimaba que dicha prohibición no radicaba en una causa espiritual sino meramente social; se consideraba incompatible con la dignidad del sacerdocio por ser la actividad de las armas propia de otro estamento social (bellatores).

Lo cierto es que el Decreto de Graciano de 1140 resolvió en buena parte todas estas disputas estableciendo una división de los clérigos en dos categorías: los dependientes de un señor temporal, que podían guerrear sólo si eran dispensados por el Romano Pontífice, y los independientes de todo señor temporal, a los que les afectaba una prohibición absoluta. Sin embargo, a pesar de esta normativa que contrariaba las bases de la recién creada Orden del Temple, San Bernardo y algunos glosadores del citado Decreto de Graciano (los decretistas) llegaron a articular una doctrina justificadora de la participación del monje como combatiente sentando las bases de las fraternidades monástico-militares.

De hecho, ya en el Concilio de Troyes de 1128 se había aprobado la nueva regla de la Orden del Temple, la llamada regla latina inspirada por San Bernardo. En ella se señalaba como objetivo de la caballería la defensa de viudas, huérfanos, pobres y de la Iglesia. También reglamentaba la vida monástica conjunta y silenciosa bajo la autoridad del Maestre, el hábito sencillo negro, blanco o marrón, etc. En el artículo 72 de dicha Regla se establecen los tres votos de los freires; obediencia, castidad y pobreza. El verdadero ideólogo de esta reforma fue San Bernardo de Claraval, especialmente a través de su obra Liber ad milites templi. De laude novae militiae. A través de ella defenderá la licitud doctrinal de la idea del monje guerrero, invocando preceptos bíblicos compatibles con esta nueva interpretación. Así, argumentará que la muerte en la lucha contra el infiel equivalía a un martirio "porque la muerte por el señor era más valiosa que la muerte en el señor" siempre que esta muerte pro domino obedeciera a una causa justa y recta intención. Incluso al combatir bajo el plan de Dios (o del Papa), hasta un caballero de oscuro pasado, se convertía en brazo de la Providencia.

Se ha señalado el parecido e incluso influencia del pensamiento islámico en San Bernardo en esta materia. En efecto, la yihad no era un fin en sí mismo sino intrínsecamente mala, pero llegaba a ser legítima si el propósito era bueno, esto es, si se luchaba no por la fama o el botín sino por la gloria de Alá. Incluso un sector de la reciente historiografía opina que el movimiento cruzado y la aparición de las instituciones monástico-militares fueron la respuesta cristiana a la yihad y a los ribat musulmanes y, en cierto modo, condicionados por su influencia.

En efecto, la historiografía1 europea sobre el particular, a la hora de señalar las circunstancias que explican la aparición de la idea del monje-soldado y, en suma, de las Órdenes Militares, menciona las siguientes:

1° La transformación de los guerreros en bellatores. Se reseña el esfuerzo doctrinal e institucional de la Iglesia por encauzar la violencia feudal, por ejemplo a través de los movimientos de paz y tregua de Dios. Con ello se asignaba a los caballeros un papel de defensores de las diócesis episcopales reorientando la violencia militar hacia fines moralmente aceptables, como por ejemplo considerándoles peregrinos si acudían a la defensa de Tierra Santa, otorgándoles el perdón de sus pecados. Con ello se materializó en un sentido más literal la idea de miles christi, militare, militia y demás conceptos sinónimos que aparecían ya en la Regla de San Benito.

2° Renovación del monacato, especialmente a través de las comunidades de Cluny y su vuelta al espíritu de austeridad del primitivo monacato. Paralelamente, al enmarcarse dentro de la reforma gregoriana centralizadora le confirió una mayor autonomía. Por ejemplo en lo relativo a la elección de sus abades, la directa dependencia papal significaba la total sustracción de la Orden a la subordinación del Obispo de la Diócesis o incluso del mismo monarca.

3° El espíritu de cruzada. El primer proyecto de cruzada de Gregorio VII en 1074 anunciando la movilización de cincuenta mil voluntarios tuvo al menos un efecto propagandístico y de legitimación del papado como líder de la cristiandad frente a las pretensiones del emperador Enrique IV, lo que facilitó la convocatoria posterior de Urbano II. En esta actuación del papado hay que situar la aparición de Órdenes Militares directamente dependiente de la Santa Sede o autorizadas por ella y destinadas a la defensa de la cristiandad.

Podrían citarse algunos otros factores que contribuyeron en su medida a la aparición y desarrollo de las Órdenes Militares. En todo caso, merece destacar ahora uno de ellos que suele omitirse o minimizarse:

4° La influencia de la yihad y el ribat islámicos. Resulta sorprendente la escasa o nula importancia que se concede a las líneas de influencia musulmana en la configuración cristiana de las ideas de cruzada y de la milicia monacal. Lo cierto es que la idea del monje-soldado se ha ido abriendo camino a lo largo de los siglos de modo que, desde la posición de abieno rechazo inicial, se desembocó en su plena aceptación y configuración doctrinal. ¿Cuáles fueron las verdaderas causas de este paradógico cambio ideológico institucional en la doctrina de la Iglesia? Analicemos este proceso.

 

 

1)   EL PACIFISMO DE LA IGLESIA PRIMITIVA Y LA INCOMPATIBILIDAD DE LA GUERRA CON LA VOCACiÓN RELIGIOSA

 

Hasta el siglo IV, la doctrina mayoritaria de la Iglesia se caracterizaba por su marcado pacifismo antimilitarista. Esto se materializaba en una serie de actitudes basadas en citas neo testamentarias;

1 ° Se obedece al Estado siempre que sus leyes y mandatos no fueran contrarios a la ley de Dios; "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos de los Apóstoles 5,29).

2° En caso de que tales mandatos fueran contrarios a la ley divina, no hay que presentar resistencia física; "Cuando os persigan en una ciudad, escapad a otra" (Mateo 10,23). Incluso, se dice en Mateo 26,52-53; "Envaina la espada: quien empuña la espada, a espada morirá ¿Crees que no puedo pedirle al Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles?"

3° Frente a la política del odio o la venganza sobre e! enemigo, hay que oponer la doctrina de! amor y el perdón; "Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro pacIre del cielo" (Mateo 5,43-45). Ejemplo máximo de esta doctrina es el perdón manifestado por Jesús desde la cruz; "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23,24).

4° Esto conllevaba la incompatibilidad del cristiano con la profesión militar por dos razones; la prohibición de matar y la prohibición de jurar fidelidad al Emperador (a quien la religión romana considera un dios vivo). Diversas citas neotestamentarias apoyaban la doctrina primitiva de la Iglesia. Por ejemplo, en Mateo 5,38-39 se advierte que; "Habéis oído que se dijo: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo que no opongáis resistencia al malvado. Antes bien, si uno te da una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele la izquierda".

Este pacifismo de la primitiva Iglesia entró paulatinamente en colisión con e! derecho romano, especialmente a partir de mediados del siglo III a causa de la necesidad de combatientes y la subsiguiente política de alistamiento de toda clase de personas, incluidos los cristianos. Como algunos de éstos se negaban alegando la objeción de conciencia, el aparato represivo del Imperio cayó con inclemencia aplicándoles la pena de muerte. De tales ejecuciones, consideradas martirio por los cristianos, tenemos diversos ejemplos (Maximiliano de Cartago en e! año 295).

 

 

2)    DEL PACIFISMO AL MILITARISMO: CONSTANTINO Y EL CONCILIO DE NICEA

 

A pesar de las inequívocas reservas de la primitiva patrística hacia la guerra y los guerreros, los hechos cambiarán drásticamente tras la victoria de Constantino sobre Magencio en la batalla de Puente Milvio, tras haber recibido la visión de que vencería si combatía por la cruz2. A partir de este momento comienza un cambio en la doctrina de la Iglesia que ahora se mostrará favorable a la participación del cristiano en el ejército o en determinadas profesiones relacionadas directa o indirectamente con la defensa del Estado. En este sentido se autorizará, e incluso se loará a los guerreros que defienden por las armas la comunidad cristiana, ahora personificada en el Imperio romano. No obstante se mantendrá la doctrina prohibitiva del uso de las armas a los clérigos.

El cambio de mentalidad es tal que aun así, no deja de sorprender la celeridad con que el Concilio de Arlés del año 314 decretará la excomunión de todos los que rehusaran cumplir el servicio militar3. En el Concilio de Nicea de 325, cánon 12, se dictan medidas punitivas para evitar la deserción de soldados (por ejemplo, imponiéndoles diez años de penitencia), o el abandono del ejército y recibiendo efusiva mente a quienes solicitasen su reintegración a filas.

Los enfrentamientos contra los persas de oriente y las tribus germanas en occidente unido a las limitaciones establecidas por Teodosio II para admitir paganos en el ejército, desplazarán el peso de la guerra hacia la población cristiana. En suma, en pocos años, la cultura militar formaba parte sustancial de la vida y la fe cristiana.

¿Fue recibida esta nueva mentalidad por igual entre los cristianos? Claramente, no. La conversión masiva al cristianismo supuso una "vulgarización" de la espiritualidad a causa de la entrada de miles de fieles, el relajamiento de la moral de la Iglesia y la trivialidad de la fe. Ello estimuló o reforzó los movimientos monacales eremitas de rechazo al mundo en busca de refugio en la soledad de los bosques, cuevas, desiertos o en los claustros para asegurar la pureza y salvación del alma. Significativamente, se observa en esta época un significativo aumento del eremitismo y del enclaustramiento en órdenes religiosas con votos de pobreza y castidad, que llegaron a alcanzar un enorme prestigio muy superior al del clero regular.

Paralelamente, la Iglesia se irá dotando del necesario bagaje doctrinal para legitimar el recurso a la guerra. En este sentido, los escritos de San Agustín sobre la guerra justa se enmarcan en una época en la que el Imperio romano se siente amenazado por los pueblos bárbaros y la misma unidad de la Iglesia está también cuestionada por la proliferación de diversas herejías. Ante tales peligros, San Agustín justificará en distintos escritos el uso de la fuerza contra unos y contra otros llegando incluso a autorizar la muerte sin que se incurriera en homicidio ni violación de ley divina alguna. Para apoyar sus ideas refutará los argumentos pacifistas y contemplativos de quienes mantenían que no se podía esperar nada bueno de "reinos de este mundo" y que había que dedicar todos los esfuerzos en la salvación del alma. Para el de Hipona, la actividad guerrera no era una desgracia que el cristiano hubiera de evitar o en el que no se pueda participar; era un mal a veces necesario para evitar una desgracia mayor. En definitiva, para San Agustín, la guerra sería justa si cumplía estos tres requisitos4;

1)    Estar inspirada en fines puros y justos para reparar una injusticia o para impedir que un enemigo hiciera daño.

2)    Debía hacerse con amor, sin sentimiento de odio ni intereses personales o de venganza.

3)    Ser declarada por la autoridad pública legítima (el Rey o el Emperador) puesto que dicha autoridad procedía de Dios.

En todo caso, estaba prohibida a los clérigos.

Conviene recordar que la doctrina de San Agustín sobre la guerra justa, que hasta ese momento era invocada como una de tantas opiniones sobre el particular, alcanzó la categoría de autoridad en la materia a mediados del siglo XII al ser ampliamente utilizada en el Decreto de Graciano5

No obstante, como ya se ha indicado, la proclamación del cristianismo como única religión de Roma, es decir, la cIistianización de las élites y legiones del Imperio, supuso la paulatina revalorización de la función guerrera y, por tanto, de las virtudes del guerrero; el culto al valor, el fomento del heroísmo en el combate, la lealtad al jefe, la camaradería, etc. Paulatinamente la profesión y el universo cultural del militar adquirirá nuevos tintes de honorabilidad y de prestigio. De esta manera, se observa en la literatura de la época un esfuerzo por buscar paralelos entre algunos personajes militares con los ángeles y los santos. Así, se inicia y difunde la redacción de hagiografías de nobles guerreros, como la vida de San Gerardo de Aurillac, Odon de Cluny o el culto a Santos militarizados como Santiago Matamoros o San Jorge, que prolongarán las hazañas del arcángel San Miguel como capitán de la milicia celestial. Para Juan de Salisburi (Policratius 6,8) sólo es verdadera milicia la que sirve a la religión y sólo Dios es quien elige a sus defensores. De la antigua visión del Jesucristo humillado, martirizado y vencido, se pasa ahora a una imagen del Jesucristo vencedor del mal y la injusticia, que es presentado en majestad. Es claro que toda esta nueva concepción de la guerra coincide con un alza de la aristocracia militar en los reinos europeos. También contribuyó a ello la cristianización de diversos pueblos germanos caracterizados por su culto a la fuerza guerrera. En la tradición de estos pueblos, el adolescente accedía a la condición de guerrero u hombre adulto mediante una ceremonia sagrada en la que el padre o jefe del clan le entregaba la espada. Ahora la Iglesia cristianizará dicha ceremonia bendiciendo al caballero y a su espada. Vemos muestras de esta costumbre en pontificales de origen alemán de la segunda mitad del Siglo X que luego se extenderán a territorio francés e italiano.

Máximo exponente de este fenómeno es la aparición de la mentalidad caballeresca y de las órdenes de caballería estrictamente militares6 Todo esto explica la receptividad, del universo ideológico y religioso que en el siglo XI llevará a la jerarquía eclesiástica a aceptar la idea de guerra por motivos de fe (Cister).

 

 

3. DE LA GUERRA JUSTA A LA GUERRA SANTA

 

¿Puede afirmarse que la idea cristiana de la Guerra Santa fue acuñada como reacción ante la Yihad islámica y que la aparición de las Órdenes Militares fueron la réplica institucional a los ribat musulmanes?

En el 711 los musulmanes entran en España y a los pocos años atraviesan los Pirineos sometiendo la Septimania y el Languedoc (Narbona, Carcasonna, Nimes), Provenza, Autum y asediando Toulouse en el 721. Esta rápida y fácil incursión hizo tomar conciencia a los príncipes europeos y al propio Papa de la inminente amenaza del Islam.

En España el objetivo de la Reconquista era inicialmente el restablecimiento de la antigua unidad visigoda, es decir, bajo la exclusiva dirección del poder secular fuerte y centralizado, lo que inspiraba ciertos recelos del papado empeñado en tener un cierto protagonismo en la lucha y la defensa de la fe7 . A tal efecto, el papado intensificó su influencia en la Península especialmente a través del Reino de Aragón. Como ejemplo de esta política del papado hay que mencionar las instrucciones dadas por Alejandro II al clero para que apoyase la expedición a Barbastro de 1064 haciendo saber a quien acudiera que "Por la autoridad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo les levantamos dicha penitencia y les concedemos la remisión de sus pecados" 8.

Y en 1089 Urbano II concederá a quienes decidieran combatir en Tarragona por la defensa de la cristiandad, las mismas indulgencias que se habían concedido a los que fueran como pacíficos peregrinos a Tierra Santa. Con ello, Urbano II ofrecía una política de defensa militar en tierra europea compatible con la peregrinación a los Santos lugares. Pero lo destacable en este caso es que se aceptaba expresamente la acción guerrera como remisión de los pecados y que ello no sólo se podía obtener peregrinando a Jerusalén sino también a cualquier lugar designado por el Papa9 Urbano II también escribirá a los condes catalanes reafirmando la importancia de la reconquista peninsular: "Si alguno llega a caer por el amor de Dios o de sus hermanos, que no dude que conseguirá el perdón de sus pecados y la vida eterna"10.

En la aparición y desarrollo de la institución monástico-militar la reforma gregoriana desempeñó un papel crucial. A ese período de la Iglesia se debe la renovación del primitivo ascetismo, la defensa de la autonomía de los monasterios frente a los poderes civiles locales, la centralización de la Iglesia y emancipación respecto al poder temporal, la defensa de la supremacía del poder eclesiástico sobre el temporal. Y con todo ello, el creciente intervencionismo de la Iglesia en el control de la actividad bélica, reflejado, por ejemplo en los movimientos de paz y tregua de Diosl1 o en el ensalzamiento de la función guerrera (bellator) en la medida en que quede subordinado al orator. Probablemente la reforma gregoriana no transformó el concepto de guerra justa en guerra santa pero al menos contribuyó a impulsar dentro de la cristiandad la idea de sacralización de la guerra.

En efecto, el decreto de Graciano sintetizará las condiciones de la guerra justal2: había de ser decretada para mantener la paz y el orden; tener una finalidad defensiva, incluyéndose aquí la venganza contra las injusticias cometidas por el enemigo, y ser emprendida con ánimo benigno, es decir, sin codiciar un hipotético botín. Había de ser declarada por la autoridad legítima y respetando el derecho divino; llevada a cabo por combatientes laicos, de modo que los clérigos se limitarían a la asistencia en labores espirituales a la tropa. Así las cosas, ¿cómo fue posible que el papado autorizase la compatibilidad de la vida militar con la monástica?

Se han señalado diversos precedentes que podrían anunciar el movimiento cruzado. Ya en el año 878, el Papa Juan VIII escribía a todos los obispos del reino de Luis que ''por la defensa de la Santa Iglesia de Dios podrán obtener el perdón de sus pecados"13. En suma; el movimiento cruzado o la Guerra Santa parece diferenciarse, respecto al antiguo concepto de guerra justa, en que aquélla se efectúa pro remissione peccatorum.

El 27 de noviembre de 1095 el Papa Urbano II llama a la cruzada estableciendo en el Concilio de Clermont (cánon 2) que; "A todo aquél que emprenda el camino de Jerusalén para liberar a la Iglesia de Dios, siempre que sea movido por piedad y no para ganar honra o dinero, dicho viaje le valdrá para cualquier penitencia". Esta primera cruzada no sólo obedeció a la necesidad en los reinos occidentales de aliviar las tensiones feudales, sino que suele olvidarse que el Emperador de Oriente, Alejo, había pedido ayuda a los príncipes europeos y al Papa para hacer frente a la invasión turca enviando al efecto una embajada al Concilio de Piacenza de 1095. Por eso la proclama del Papa Urbano Ir planteaba no sólo la recuperación de los Santos lugares sino el auxilio de los cristianos de oriente.

En la literatura papal de la época se irá desarrollando la idea de una militia espiritual, del milites christi, o la idea del martirio equiparado a la muerte en la cruzada (aunque esta última idea no aparezca expresamente). En todo caso esta primera cruzada no será sólo una peregrinación premiada con indulgencias, sino principalmente una operación militar para socorrer a los cristianos de oriente sometidos a los turcos, que se dirigiría a Jerusalén para liberada del infiel y que al final transformaría a los guerreros en peregrinos.

El concepto de guerra santa se perfila con motivo de la primera cruzada. Aunque sus bases ideológicas ya estaban enunciadas en la literatura de siglos anteriores, su desarrollo doctrinal aparece en estos momentos a causa de diversos factoresl4; la cristianización de los germanos (que implicó también la germanización de la Iglesia), en concreto, la sacralización y ritualización de la guerra mediante, por ejemplo, la incorporación a la cultura cristiana del juramento por la espada, la bendición de las armas o la consideración de la ordenación del caballero como sacramento religioso. Por otra parte, en estos momentos la Iglesia personifica la unidad del cristianismo, por tanto, de la fe, frente a amenazas exteriores, lo que explica la aceptación del papel del papado como órgano productor de ideología. Y, en Última instancia, se percibe en toda Europa la realidad e inminencia de la amenaza turca. Incluso el Emperador de Bizancio pide ayuda a occidente.

Es importante destacar la diferencia entre guerra santa y guerra justa; si Dios mismo autorizara la guerra, como en el Antiguo Testamento, sería una guerra santa, y no sólo una guerra justa que es la declarada por la autoridad temporal. Por tanto aquella tiene mayor legitimidad.

Aunque tradicionalmente la guerra era competencia de príncipes y emperadores, ahora se plantea la necesidad de que la guerra por motivos de fe sea declarada y auspiciada por la autoridad religiosa suprema, máxime si ésta conlleva una declaración de guerra que afecta a toda la cristiandad. No en vano, corresponde al Papa el poder de ligar y desligar, esto es, de absolver los pecados de quienes acudan a la llamada de la cruzada en defensa de la Iglesia y los Santos lugares. Es al Papa a quien corresponde la prerrogativa de llamar a la guerra si la causa es justa y útil a Roma, a la iglesia, y a Dios. Es a él a quien compete decidir que no sólo no mancha a quien participe en ella, sino que le limpiará de todos sus pecados.

 

 

4)     LA GUERRA SANTA (YIHAD) EN EL ISLAM: DEBATE HISTORIOGRÁFICO

 

El Corán contiene varias acepciones de la yihad que no tienen nada que ver con la guerra convencional15. De las 35 aleyas del Corán en que se menciona dicho concepto, sólo diez se refieren a acciones guerreras, tres se emplean en una acepción espiritual, y las otras veintidós tienen un sentido genérico.

En efecto, junto a menciones a una yihad de la espada, en el Islam se habla de la yihad del corazón o de la lengua (Corán 3,110 y 114; 9,7). También se habla de una yihad interior; de hecho, se atribuye a Mahoma la siguiente frase cuando regresaba de una batalla "Venimos de la pequeña yihad (la batalla), dediquémonos a la gran yihad" refiriéndose con ello a la lucha interior mediante la oración y el cumplimiento de la ley de Dios. Ciertamente, la polivalencia del concepto de yihad en el Islam motivó discusiones teológicas sobre las aleyas pacifistas y las aleyas belicistas con motivo de la expansión del Islam fuera de los límites de la península arábiga.

Aunque en el Corán no hay referencias al martirio y a la obtención del paraíso para el que muere en combate, sí aparecerán tales promesas poco después en diversos hadices del profeta. Así por ejemplo; "Acabas de merecer el paraíso; vuestros muertos están en el infierno, y los nuestros en el paraíso'%. Yusuf b. Tasufin dirigió a sus soldados este discurso; "No cejéis en la lucha contra los infieles, enemigos de Dios; el que de vosotros reciba el martirio, alcanzará el paraíso"17

En todo caso resulta evidente que, frente al pacifismo de los primitivos cristianos, la yihad formó parte de la religión islámica desde sus comienzos alentada por el propio Mahoma, aunque éste no contemplara su expansión más allá de Arabia, responsabilidad que incumbirá a sus sucesores18 En este sentido, son varias las diferencias entre el concepto cristiano de cruzada y la yihad islámica. De entrada, el Islam trata a los cristianos y judíos con más tolerancia por considerarles adeptos de religiones monoteístas reveladas al considerar a Moisés y a Jesús como profetas al igual que Mahoma aunque se afirme que este último vino a rectificar y completar el mensaje de Dios. Por el contrario el cristianismo considera al Islam como una herejía, desviación o perversión y por lo tanto es, a priori, más intolerante. Pero, sobre todo, la yihad es una idea original desde los inicios de la religión musulmana. Por el contrario en el cristianismo la idea de cruzada o guerra santa fue resultado de mil años de evolución y discusión teológica que, al menos en sus últimas etapas, se desarrolló bajo la influencia de la yihad y, probablemente, como respuesta a ésta.

¿En qué medida el concepto cristiano de la guerra santa es una respuesta y reacción inspirada por la concepción de la guerra santa (yihad) propugnada por el Islam? La pregunta ha sido, desde hace años, motivo de debate historiográfico.

Para José Antonio Conde las órdenes militares no sólo españolas sino incluso el propio Temple, se habrían inspirado en los ribats musulmanes19 Jaime Oliver Asín recogió la idea y la desarrolló señalando incluso la transferencia de términos árabes al castellano medieval, por ejemplo el paso del ribat árabe al "rebato" o "arrobda"20. América Castro, aunque fue más allá mostrando que lo importante no era incidir en quien copió a quien sino en estudiar el resultado de esas influencias, defendió que la propia idea de guerra santa y de martirio por la fe fue recibida por los cristianos a partir del siglo XI del Islam21. Y en efecto, el término "cruzada" será empleado por los cristianos sólo a partir del siglo XIII22 .

En un estudio clásico sobre el origen de la idea y del movimiento cruzado, Carl Erdmann señaló la influencia recibida de la yihad musulmana, lo que sirvió para romper la aptitud hostil de la Iglesia hacia los guerreros, aunque dejó abierta la cuestión por cautela23. No obstante se ha defendido por la historiografía posterior que el error de este autor fue sobrevalorar el papel innovador de la reforma gregoriana minimizando para ello los rasgos de sacralización de la guerra en épocas anteriores. Pero a su vez, sus detractores han exagerado igualmente los rasgos continuistas de la doctrina de la Iglesia llegando incluso a situar en San Agustín el origen de la idea de cruzada24 . Y lo cierto es que San Agustín nunca pensó en elaborar ni siquiera una teoría sobre la guerra justa defensiva. Únicamente se limitó a legitimar la guerra preventiva como castigo a aquellos pueblos que cometían injusticias25.

También se ha mantenido26 que la doctrina islámica distingue entre la guerra santa (heiliger Krieg) organizada por el Estado, de naturaleza pública, y la lucha santa, individual y voluntaria (heiliger Kampf) de naturaleza privada y emprendida por el musulmán para cumplir con el precepto coránico que manda hacer la yihad. Esta última es la que se emprendía en los ribats, donde accedían los fieles por períodos que solían ajustarse a los cuarenta días de servicio por remedo de los cuarenta días del Ramadam. En efecto, ya se ha citado la división atribuida a Mahoma entre una pequeña yihad (guerra de la espada) y la gran yihad (la guerra del corazón, es decir, contra las pasiones humanas). El propio Noth señala que los ribats no tuvieron sólo finalidad militar pues los había dedicados sólo al hospedaje o a la oración, alejados de las fronteras y de los conflictos bélicos. De esta manera, la organización y finalidad de los ribats servirán de fuente de inspiración a los reyes y autoridades eclesiásticas para configurar su modelo de orden militar. Por ejemplo este autor mantiene que la promesa de remisión de los pecados a todos aquellos que acudan a repoblar una localidad responde a influencia musulmana.

Es un hecho evidente que la yihad musulmana alcanzó antes que en la cristiandad su desarrollo doctrinal. Por ejemplo, la idea de que la muerte en batal1a defendiendo la fe garantizaba el paraíso, sólo aparece desarrollada en la cultura cristiana en el siglo XI en los escritos de Urbano II con motivo de la difusión de la primera cruzada. Pero mucho antes se encuentra explicitada en el islam. El martirio no en defensa de la fe sino luchando por su propagación, es islámica; y será introducida en la cultura cristiana, entre otros, por los escritos de los mozárabes Eulogio y Álvaro.

Incluso cabría apuntar que las menciones anteriores a la idea de cruzada pudieron obedecer a influencias también islámicas dado que se dan precisamente en momentos de conflicto bélico con el Islam. Por ejemplo tras el saqueo realizado por los musulmanes en Roma el año 846, el Papa León IV el 853 solicitará ayuda a los francos asegurando la salvación eterna a aquel que muriera en la batalla. Igualmente en 1063 se prepara una expedición para reconquistar Barbastro en la que el Papa Alejandro II prometerá a los clérigos la remisión de los pecados.

En suma; la tradición cristiana no vio en la muerte por la patria una vía de salvación, es decir, no la concebía como martirio. Sin embargo aparecerá en su momento precisamente como respuesta a esa oferta o promesa hecha a los creyentes musulmanes, aunque el desarrollo doctrinal y plasmación en la cristiandad (por ejemplo mediante la creación de las Órdenes militares) superará rápidamente los objetivos del ribat musulmán27

La filiación musulmana de la idea de cruzada y del monasterio militar ha llevado a plantear las influencias islámicas recogidas por el mayor teórico de las órdenes militares, Bernardo de Claraval, por ejemplo en su Epístola de 1147 encargada por el Papa Eugenio III para difundir la segunda cruzada. Para explicar esto, A. Noth sugiere que Bernardo se inspiró en la traducción del Corán realizada por el Abad de Cluny Pedro El Venerable, que había enviado al propio Bernardo28. Esto explicaría las influencias coránicas de su obra Liber de Laude Novae Militiae escrito entre 1128 y 1136 a petición del primer maestre de la orden del Temple, Hugo de Payns.

A principios del siglo XIX el arabista austriaco Joseph van Hammer defendió la influencia de la secta islámica shii hasisiyun en la Orden del Temple29. Por esas fechas José Antonio Conde defendía la influencia del ribat en los Templarios. Esta tesis fue reforzada por los filólogos arabistas Miguel Asín30 y Jaime Oliver Asín.

Uno de los primeros críticos a las tesis de Carl Erdmann fue E. Delaruelle31. Frente al investigador alemán, mantiene la continuidad doctrinal de la Iglesia. Los Papas de los siglos VIII y IX habían sacralizado la guerra y la función guerrera si se combatía por la Iglesia siendo la noción de guerra santa muy anterior a la reforma gregoriana. En esta dirección H. P. Lowdrey y H. E. Mayer32, han matizado el concepto historiográfico inicial de cruzada afirmando el importante papel sacralizador de la guerra por parte de los Papas anteriores a Gregorio VII.

Otros autores rechazan la influencia musulmana en el origen y evolución de la idea de cruzada y de creación de las Órdenes militares33. Las novedades del siglo XI respecto a la idea de guerra por la fe y de la compatibilidad del monacato y la milicia pueden explicarse exclusivamente en la existencia de precedentes cristianos. Los argumentos contrarios a la influencia islámica se resumen en que no hay datos concretos que demuestren tal relación. Además, las doctrinas cristianas legitimadoras de la guerra en defensa de la Iglesia son muy antiguas. Finalmente, el propio San Bernardo dice en su Liber de laude que la institución es nueva, "novum militiae".

No obstante, todos estos argumentos tienen una fácil respuesta. La documentación histórica señala que la jerarquía eclesiástica no autorizó la violencia ritual, es decir, la cruzada, hasta el siglo XI. Ya antes existía la doctrina de la guerra justa en defensa de la Iglesia pero no exitía la idea de cruzada ni de Orden Militar. Éstas surgieron estimuladas por y en respuesta a sus homólogas islámicas. Si la idea de cruzada va indisoluble mente ligada a la noción de remisión de los pecados e indulgencias, lo cierto es que esta concepción no aparece en otras guerras emprendidas anteriormente por la Iglesia. La misma insistencia en presentar la arde del Temple como una nueva milicia, puede interpretarse como un intento de borrar o disimular las huellas o influencias si éstas eran de origen infiel 34 . Ciertamente, ni San Bernardo ni los teólogos de la época podrían reconocer que la doctrina que propugnaban para movilizar a sus soldados procedía de la doctrina del enemigo, pues implicaría una amenaza a la integridad de la fe.

Lo más probable es que la idea e instituciones musulmanas obligaran a las autoridades eclesiásticas cristina s a responder a esa eficaz ideología con igualo mayor agresividad mediante una doctrina equivalente; "Muchas doctrinas extranjeras atractivas son inadmisibles en su forma original, pero pueden servir de estímulo para la reinvención dentro de los confines de la cultura europea receptora de una institución similar en consonancia con los valores del receptor. El ribat atraía a los cristianos y satisfacía una necesidad social y familiar, pero los valores religiosos hispánicos impedían su aceptación ... No obstante podemos afirmar que el concepto musulmán actuó como estímulo para la reinvención del ribat con atuendo plenamente cristiano"35.

En definitiva, mientras que en el Islam, la yihad es una obligación de todos los hombres aptos para la guerra, que solía cumplirse ingresando en un ribat por períodos concretos de tiempo, en el cristianismo, aunque la cruzada fue una obligación moral de todos los fieles, la existencia del orden feudal, señorial y estamental, unido a la antigua tradición monacal, imprimieron unas características peculiares a las organizaciones monástico-militares (con miembros profesionales, sujeción a una Regla, con votos de castidad, obediencia y pobreza, jerarquización ...) que las diferenciaba notablemente.

 

 

 

NOTAS

 

1. El panorama historiográfico más actualizado puede verse en Carlos de Ayala, Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media (siglos XII-XV, Madrid, 2003, p. 16.

2. Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores 44; Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino, 28.

3. J. Gaudemer, Conciles Goulois du IV siecle, París, 1977.

4. Epístola 138 ad Marcellinum, PL 33, col. 525-535; Y en diversas partes de su De Civitale Dei . Véase también J. Fernández Ubiña, Cristianos y militares. La Iglesia antigua ante el ejército y la guerra, Granada, 2000.

5. Graciano, Decrerum PL.l87, Parte 2ª, causa XXIII, Col. 1159-1166.

6. Entre las primeras órdenes estrictamente militares y no religiosas fundadas en suelo hispano cabe citar la de La Encina fundada por Gara Jiménez de Navarra, la de Los Lirios fundada en 1023 por Sancho IV de Navarra, o la de San Salvador de Alfonso I de Aragón en 1118.

7. J. L. Martín, "Reconquista y cruzada", en el Concilio de Piacenza e le crosiate actes du coyoque international de Piacenza, Piacenza, 1996, pp. 247-271. En general, Ph. Contamine, La guerra en la Edad Media, Barcelona, 1984.

8. Alejandro II, Epístola Clero Vulturnensis, edición de S. Loewelfeld, en Epístola Pontificum romanorum ineditae, 1885, nº 82, p. 43. Véase P. H. Sénac, La frontiere et les hommes (VIII-XII siécle. Le peuplement musulmane au nord de L'Ebre et les débuts de la Reconquête aragonaise, Paris, 2000.

9. Urbano II, Carta 20, Epístola et privilegia, PL, 151, col. 302-303.

10. La carta es de los años 1089 a 1099, n° 23.

11. Los movimientos de paz y tregua de Dios sirvieron para reforzar y legitimar el protagonismo de la Iglesia en orden a reglamentar la violencia feudal. Por tanto, en este sentido, fueron preparatorios de la idea de cruzada.

12. Vid. H. Pissard, La guerre sainte en pays chrêtien; essai sur origine et le développement des théories canoniques, Paris, 1912.

13. MGH Epistolae VII, p. 126.

14. Ana Belén Sánchez Prieto, Guerra y guerreros en España según las fuentes canónicas de la Edad Media, Madrid, 1990

15. J. Flori, Guerra Santa, Yihad, Cruzada. Violencia y religión en el cristianismo y el Islam, Granada, 2004; A. Morabia, Le Gihad dans Islam médiéval, París, 1993; J-P. Charnay, L'Islam et la guerre; de la guerre juste à la révolution sainte, París, 1986.

16. Crónica de Tobari, en Mohammed, sceau des prophétes, París, 1980, p. 156, 182, 203, 205.

17. Ibn Abi Zar, Rawd Al-Qirtas, I, Valencia, 1964, p. 286.

18. J Flori, La Guerra Santa, p. 345.

19. José Antonio Conde, Historia de la dominación de los árabes en España sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, 3 vols., Madrid, 1820-1821, volumen I, p. 619.

20. Jaime Oliver Asín, "Origen árabe del rebato, arrobda y sus homónimos", en Boletín de la Real Academia Española, 15 (1928), pp. 347-395 y 496-542

21. América Castro, La realidad histórica de España, Méjico, 1971, p. 407-419 y 426-429.

22. P. Rousset, Les origénes et les caracres de la première croisade, Neuchâtel, 1947, p. 70.

23. Carl Erdmann, Die Enstehung des Kreuzzugsgdankens, Stuttgart, 1935, p. 27.

24. Véase sobre esta cuestión Jean Flori, La guerra santa, cit., p. 261.

25. R Regout, La doctrine de la guerre juste, de Saint Agustin à nous jours, Paris, 1934.

26. Albrech Noth, Heiliger Krieg und heiliger Kampf in Islam und Christentem; Beiträge zur Vorgeschichte der Kreuzzüge, Bonn, 1966, p. 9.

27. Milagros Rivera, El origen de la idea de Orden Militar en la historiografía reciente, Acta Historica et Archaeologica, 1 (980), p. 83.

28. A. Noth, cit. p. 139.

29. J. von Hammer, Histoire de ordre des assasins, París, 1833.

30. Miguel Asin, El Islam cristianizado, Madrid, 1931. Véase también más recientemente Elena Lourie, '"The confraternity of Belchite; the ribar and the Temple", en Víator-Medieval and Renaissance, Studies 13 (982), pp. 159-176

31. E. Delaruelle, "Essai sur la formation de I'idée de croisade", en Bulletin de littérature Ecclésiastique, 42 (1941), pp. 24-25 y 86-103; 54(1953), pp. 226-239; 55 (1954) pp. 50-63, reunidos y ampliados en L'idée de croisade au Moyen Age, Turín, 1980.

32. H.E. Lowdrey y H.E. Mayer, Historia de las cruzadas, Madrid, 2001, y también P. Rousset, Les origenes et les caracres de la premiere croisade, Neuchatel, 1945.

33. Por ejemplo Joseph O'Callaghan, "The Affiliation of the Order of Calatrava with the Order of Cireaux", en Analecta Sacri Ordinis Cisterciensis 15 (1959), pp. 175-178; Derek W. Lomax, La Orden de Santiago (1170-1275), Madrid, 1965, p. 3-4; Alan Forey, The Military Orders from the Twelfth to the Early Fourtelnth Centuries, Londres, 1992, pp. 7-13

34.  Jean Flori, La Guerra Santa ... , cit, p. 26 y ss.

35. Thomas F. Glick y Oriol Pi-Sunyer, "Acculturation as an Explanatory Concept in Spanish History", en Comparative Studies in Society and History, 11 (1969), pp. 136-154, p. 152.

 

 

Del pacifismo a la guerra santa: el origen del monacato militar en el occidente cristiano
Javier Alvarado Planas
UNED, Madrid

La guerra en la Edad Media.

Logroño, 2007, PP. 303-320, ISBN
978-84-96637-20-7

 

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