Contenido

 

1.- Qué es leer.

2.- Cómo aprendimos a leer.

3.- La Isla del Tesoro  (1883) de R. L. Stevenson (1850-1894).

1.- Encuadre de la obra.

1.1.- La época.

1.2.- La vida del autor.

1.3.- La finalidad que la originó.

2.- Estructura de la obra.

2.1.- La propuesta por el autor.

2.1. A.-Una doble dedicatoria.

2.1. B.-Seis partes.

2.2.- La estructura del relato autobiográfico.

2.2.1.- Es la primera parte de Stevenson. Introducción.

2.2.2.- Es la segunda parte de Stevenson. Protagonista, Silver.

2.2.3.- Es la tercera parte de Stevenson. Protagonista, Jim.

2.2.4.- Es la cuarta parte de Stevenson. Tres capítulos narrados por el doctor. Tres capítulos con Jim como protagonista.

2.2.5.- Es la quinta parte de Stevenson. Protagonista, Jim.

2.2.6.- Es la sexta y última parte de Stevenson. Protagonista, Silver.

2.3.- El esquema de Propp.

Ruptura de la situación inicial.

Aparición del héroe.

Los trabajos y contrariedades del héroe.

El restablecimiento mejorado de la situación inicial.

2.4.- El clásico esquema narrativo.

Presentación e inicio:

Nudo:

Desenlace:

 

 
 

 

 

 

 

 

 

Un buen lector es una persona especial. Especial, no por sus títulos académicos, no por su inteligencia. Especial, por la sensibilidad de su paladar anímico.

“Saber” se dice de las personas “que saben” y de las cosas “que tienen sabor”. “Saborear” se dice del que sabe comer o beber, porque es capaz disfrutar de la comida o de la bebida; y del que sabe gozar de una buena música, de un acertado verso, de un estupendo paisaje, por ejemplo.

Se “sabe leer” cuando se tiene la capacidad de que los ojos, a medida que van observando las frases y los párrafos de una página escrita, vayan ordenando a nuestro cerebro traducirlos a ideas comprensibles para nosotros, es decir, integradas en nuestra experiencia real o en la experiencia que nosotros somos capaces de imaginar.

Leer es, repito, integrar en nuestra vida, es hacer vida nuestra, el contenido del texto que leemos, en el momento de leerlo. Un buen lector es, a su nivel, un buen actor que sabe meterse en el pellejo de los personajes que aparecen en un texto, que sabe vivir como reales las situaciones que en él se describen.

La capacidad de leer con placer, con gusto, es el fruto de una adecuada educación de la fantasía, de la imaginación, como instrumento de penetración en la realidad con el objetivo de comprenderla y explicarla. Es una forma de adquirir capacidad de inventiva.

La lectura es perfecta cuando coincidimos con el autor en la valoración que le damos a la experiencia real que él nos ha hecho compartir o a la fantasía que nos ha hecho tener. Voy a poner un par de ejemplos:

Me gustan mucho las parábolas del Evangelio de Lucas por lo hondamente humanas que son. Entiendo perfectamente que la gente dijera de Jesús que sabía hablar con autoridad. Fíjense en ésta:

“Si una mujer tiene diez monedas y pierde una, ¿no enciende un candil, barre la casa y busca diligentemente hasta encontrarla? Al encontrarla, llama a las amigas y vecinas y les dice: —Alegraos conmigo, porque encontré la moneda perdida. Os digo que lo mismo se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepienta.” Lucas, 15,8-10.

Jesús habla de una mujer que maneja un dinero muy escaso y que tiene que poner especial cuidado en conservarlo. Los que hemos vivido tiempos de pobreza sabemos mucho de los apuros para lograr encontrar una moneda que, en determinado momento de necesidad,  constituía  un auténtico tesoro.

Vistas las cosas así, se entiende muy bien lo que Jesús dice más adelante:

“Alzando la vista observó a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del templo. Observó también, a una viuda pobre que echaba dos monedillas; dijo: —Os aseguro que esa pobre viuda ha puesto más que todos. Porque todos ésos han echado donativos de lo que les sobraba; ésta, aunque necesitada, ha echado cuanto tenía para vivir.” Lucas, 21, 1-4.

Por esa hondura humana me gusta también mucho el Quijote del que, aún crío, empecé a disfrutar en casa de mi abuelo Mariano, que lo tenía en una edición escolar de Calleja.

Lean detenidamente este maravilloso retrato de Sancho que, acumulando  “jambres” (con “j” de “jamelgo” < “famelicum”), hambrunas, digo, de generaciones y generaciones, se las ve ante los para él inimaginables preparativos de las bodas de Camacho. Recuerdo haberlo leído en mis años 60 del Seminario de Logroño, años de mucha juventud y escasa alimentación, nada bien cocinada y menos aún condimentada. ¡Cómo entendía y comprendía yo al bueno de Sancho, puesto en tan “asombrosa” situación!

 

Hagamos un sosegado recorrido por las partes esenciales de este genial texto.

 

1. Es el aroma de un guiso lo que hace que empiece a apetecernos. El dicho común, “huele que alimenta”, expresa bien como es el olfato el que empieza a despertar la irrefrenable codicia de los jugos gástricos. Por el olfato le llega la tentación a Sancho.

 

“[…] Despertó <Sancho>, en fin, soñoliento y perezoso, y volviendo el rostro a todas partes dijo:

—De la parte de esta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y tomillos: bodas que por tales olores comienzan, para mi santiguada que deben de ser abundantes y generosas.

[…]Hizo Sancho lo que su señor le mandaba, y poniendo la silla a Rocinante y la albarda al rucio, subieron los dos, y paso ante paso se fueron entrando por la enramada.”

 

2.-Después del olfato, es la vista la que comienza a trabajar. La vista busca cantidad y calidad. Sancho, acostumbrado a la escasez y a las estrecheces, acostumbrado a recoger amorosamente las migas para comérselas también, observa atónito que la cantidad allí no tiene límite. En todo reina el exceso en estado puro. La calidad es la carne. La carne que nunca estuvo al alcance de los pobres. La carne de toda clase y procedencia se oreaba ante sus ojos. Pero la más exquisita, sabrosa y alimenticia ya se asaba o cocía debidamente puesta en su jugo.

 

“Lo primero que se le ofreció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo, y en el fuego donde se había de asar ardía un mediano monte de leña, y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se habían hecho en la común turquesa de las demás ollas, porque eran seis medias tinajas que cada una cabría un rastro de carne: así embebían y encerraban en sí carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza de diversos géneros eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase.”

 

3.-Sigue el celestial espectáculo. Para la famélica Antigüedad, la Gloria Celestial era un eterno e inagotable banquete de bodas. Y ahora, los complementos que  acompañan  a la carne, el plato principal: el generoso vino manchego suave y abundante, el pan blanquísimo, en nada parecido al pan negro y duro de los pobres; los quesos, también manchegos, y las golosinas en forma de frutas de sartén sazonadas con miel del país.

 

“Contó Sancho más de sesenta zaques de más de dos arrobas cada uno, y todos llenos, según después pareció, de generosos vinos; así había rimeros de pan blanquísimo, como los suele haber de montones de trigo en las eras; los quesos, puestos como ladrillos enrejados, formaban una muralla, y dos calderas de aceite mayores que las de un tinte servían de freír cosas de masa que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zabullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba.”

 

4.- Y sigue el espectáculo. Sancho se fija en los cocineros y sus ayudantes, todos limpios, diligentes y contentos. Después descubre los saborizantes: la docena de rostrizos en el vientre del novillo y las especias, las carísimas especias, compradas por arrobas…y la intendencia de la boda capaz de servir a un ejército.

 

“Los cocineros y cocineras pasaban de cincuenta, todos limpios, todos diligentes y todos contentos. En el dilatado vientre del novillo estaban doce tiernos y pequeños lechones, que, cosidos por encima, servían de darle sabor y enternecerle. Las especias de diversas suertes no parecía haberlas comprado por libras, sino por arrobas, y todas estaban de manifiesto en una grande arca. Finalmente el aparato de boda era rústico, pero tan abundante que podía alimentar a un ejército.”

 

5.- Y la vista produce deseo que se convierte en ansia irrefrenable. Y Sancho no puede menos de  suplicar  que, al menos, le sea permitido mojar un  poco de su mal pan duro en una de aquellas ollas para acallar la grave sublevación que ha surgido en sus eternamente hambrientas tripas. Y se encuentra con la generosa respuesta de un aperitivo que para él, pobre de siglos, es ya todo un banquete. Sancho no acierta a aterrizar en la realidad y es el cocinero el que  le tiene que disponer la mesa y servirle la mayor comida que nadie de su secularmente hambrienta parentela había visto ni vería nunca.

 

“Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba, y de todo se aficionaba. Primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas, de quien él tomara de bonísima gana un mediano puchero; luego le aficionaron la voluntad los zaques, y últimamente, las frutas de sartén, si es que se podían llamar sartenes las tan orondas calderas; y así, sin poderlo sufrir ni ser en su mano hacer otra cosa, se llegó a uno de los solícitos cocineros y con corteses y hambrientas razones le rogó le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas. A lo que el cocinero respondió:

—Hermano, este día no es de aquellos sobre quien tiene jurisdicción el hambre, merced al rico Camacho. Apeaos y mirad si hay por ahí un cucharón, y espumad una gallina o dos, y buen provecho os hagan.

—No veo ninguno —respondió Sancho.

—Esperad —dijo el cocinero— ¡Pecador de mí, y qué melindroso y para poco debéis  de ser!

Y diciendo esto asió de un caldero y, encajándole en una de las medias tinajas, sacó en él tres gallinas y dos gansos, y dijo a Sancho:

—Comed, amigo, y desayunaos con esta espuma, en tanto que se llega la hora de yantar.

—No tengo con qué echarla —respondió Sancho.

—Pues llevaos dijo el cocinero la cuchara y todo, que la riqueza y el contento de Camacho todo lo suple.”  Quijote, II, XX.

 

 

 

 

Confieso que he tenido la suerte de educarme en un medio rural donde la cultura oral era todavía  muy importante. También he tenido la suerte de que en mi niñez y primera juventud la radio estuviera en su mejor época. Igualmente el cine, pero no sustituyendo a la literatura, sino siendo su complemento, cuando el guión era ya una obra literaria de éxito Y lo mismo digo de las ilustraciones.

El aprendizaje como lectores de la gente de mi edad—lo he comentado con varios buenos lectores amigos de Nájera y alrededores— tuvo los siguientes pasos:

1.      En casa, nos contaron y nos leyeron cuentos populares  desde que supimos hablar. Así aprendimos a escuchar con atención y a disfrutar haciéndolo.

 

2.      En nuestra vida entraron para quedarse definitivamente: la Biblia—esos maravillosos relatos bíblicos de ambos Testamentos—,  Perrault (1628 – 1703), Jacob (1785 – 1863) y Wilhelm (1786 – 1859) Grimm, y Andersen (1805 – 1875), Las muy divulgadas, corregidas y aumentadas, “Mil y una noches”. Eso, sin hablar de los fabulistas de todas las épocas. También la tradición popular riojana, la colección Calleja (recuérdese el “tener más cuento que Calleja”) y los cuentecitos que aparecían dentro de las tabletas de chocolate que nuestras madres compraban en la “tienda de ultramarinos”  para darnos de merendar.

 

3.      En casa los adultos mimaban los pocos libros que había, el periódico provincial, las pocas revistas que de vez en cuando se compraban o en invierno se recibían por suscripción de varios vecinos a la misma revista que leían por turno; y se cuidaba el oír los buenos o atractivos programas de radio. “Matilde, Perico y Periquín” era una delicia. Se le daba mucha importancia a hablar bien, a la cultura y a ser culto.

 

4.      Nunca nos faltaron los tebeos como regalo. Por “tebeo” hay que entender cualquier publicación humorística o seria donde las historias se cuentan en viñetas sucesivas.

 

5.      En la escuela primaria nos enseñaron a leer en alto, con entonación y sentido. Se distinguía bien la lectura de la declamación y del teatro leído. Se enseñaba la lectura natural, sin afectación ni tonillo, pero se cuidaban de que, por su tono normal y por el ritmo apropiado, dejase muy claro el lector que se estaba comprendiendo bien lo que estaba leyendo.

 

6.      Los textos que se leían eran muy variados, muchos de ellos de autores clásicos, estaban bien graduados en vocabulario y dificultad de comprensión y contenían siempre información interesante o útil para el aprendizaje de la vida. Se escogían sobre todo los textos narrativos con suspense. Historias e historietas reales o inventadas, Ya he explicado que “lee bien quien imagina mucho y bien”.

 

7.      Desde muy pronto se nos inculcó el racional aprendizaje del vocabulario. Las famosas libretas hechas a mano donde se anotaban las palabras no conocidas que había que mirar en el diccionario de la escuela y memorizar.

 

8.      A partir de los 10 ó 11 años se nos aficionó en casa y en el colegio a la literatura juvenil formada por obras de magistrales narradores como:

 

·         Daniel Defoe (1660 -1731), inglés, conocido por su novela Robinson Crusoe.

·         Jonathan Swift (1667 –1745), irlandés. Su obra principal es Los viajes de Gulliver.

·         Herman Melville (1819 - 1891), estadounidense, que escribió Moby-Dick .

·         Julio Verne (1828 – 1905), francés, autor de relatos de viajes inolvidables y uno de los creadores de “la ciencia ficción”.

·         Emilio Salgari (1862 – 1911), italiano, creador de Sandokán y de novelas de aventuras muy atrayentes.

 

De todos ellos guardo un magnífico recuerdo, pero sobre todo mi preferido es:

 

 

                      R. L. Stevenson (1850-1894).

 

1.- Encuadre de la obra.

 

1.1.- La época.

 

El mundo en el que Stevenson vivió es del de la época victoriana. El reinado de la reina Victoria de Inglaterra va de 1837 a 1901. Es el apogeo del Imperio Británico, esa inmensa red industrial, comercial y civilizadora levantada sobre las palabras de Nelson en Trafalgar: “Inglaterra espera que cada uno cumpla con su deber”, y confirmada la madrugada del lunes 19 de junio de 1815 por las del duque de Wellington con el lacónico informe enviado a Londres, al ministro de la guerra, pocas horas después de haber ganado la decisiva batalla de Waterloo, y de haber perdido en ella 15.000 hombres. Se publicó en el The Times el día 22. Decía así: “Me da la mayor satisfacción poder asegurar a Su señoría que el Ejército nunca se ha comportado mejor.”

La cita del duque de Wellington no es aquí un adorno. A la incertidumbre vivida durante la época de las guerras napoleónicas le sigue, por un lado, el florecimiento de una burguesía emprendedora que impulsa el desarrollo industrial y la expansión comercial, buscando un aumento del confort, de la seguridad en el propio equilibrio, poder y bienestar.

Por otro lado el crecimiento del proletariado industrial que no busca una revolución, sino que se le permita llegar a compartir con la burguesía el bienestar y el poder en una sociedad sin supersticiones e hipocresías en la que la justicia defienda no el privilegio sino el merito de todos sin excepción.

Esa nueva sociedad tiene dos eminentes portavoces: Charles Dickens (1812-1870) en Inglaterra y Mark Twain (1835-1910) en Estados Unidos, donde se vivía una edad dorada similar, posterior a la Guerra Civil. Los tiene porque ha logrado que los ideales del Romanticismo: la preeminencia del propio yo, el no sometimiento a límite alguno, la inquietud existencial y social, se atemperen y se apliquen a fecundar un vigoroso Realismo.

Efectivamente, en el mundo de habla inglesa, con la búsqueda de la estabilidad propia de la burguesía van a convivir los descubrimientos científicos y la inventiva tecnológica, el afán viajero y la búsqueda de la aventura, y el impulso colonizador y civilizador al mismo tiempo. En la literatura, sin abandonar la poesía, se va a pasar a la novela cuyo desarrollo convive con la creciente influencia de la prensa.

 

1.2.- La vida del autor.

 

La Isla del Tesoro es hija de la propia vida de R. L. Stevenson y de su invencible voluntad de escritor.

 “El escritor, a quien su lucha de dieciséis años con la enfermedad––dice en un hermoso prólogo Fernández Santos­––no le impidió llevar acabo tan amplia y variada obra literaria, parece como si a través de la aventura de Jim Hawkins quisiera resarcirse, incluso físicamente, de su propia miseria física, que acabará llevándole a su tumba de Samoa. Como para tantos otros, escribir no fue para él un esfuerzo sino, vocación aparte, el único modo de realizarse, de liberase de sí mismo, en un cuerpo ágil y vigoroso que no tuvo, a través de una serie de arriesgadas aventuras que quizás tampoco pudo correr, pero que, a un lado sus ambiciones estéticas, hubiera deseado.”

Los otros personajes, sigue diciendo Fernández Santos,

 “sólo tuvo que arrancarlos de su realidad (en el caso de los presuntos “malos”, de la  sociedad que Stevenson había conocido bien  en sus años juveniles de vagabundeo; y en caso de los supuestamente “buenos”, de la clase social a la que pertenecía por nacimiento) y enfrentarlos embarcándolos a la búsqueda de un tesoro y una isla que sólo en su imaginación (de escritor) existían”.

Pero, además,  La Isla del Tesoro es considerada cada vez más como una obra maestra por la genial creación de sus personajes y de sus situaciones, el mantenimiento del ritmo vigoroso de su progresión temática y su muy cuidada lengua inglesa.

 

1.3.- La finalidad que la originó.

 

La Isla del Tesoro comenzó a escribirse en agosto de 1881, mientras Stevenson descansaba en Braemar (Escocia), para atender las peticiones de entretenimiento de LLoid Osbourne, un adolescente de 13 años, hijo de Fanny, su mujer. Durante las tardes desapacibles, Lloid, bajo la dirección de Stevenson se entretenía en dibujar o pintar los más diversos paisajes o los más estrafalarios tipos.

 Una tarde pintó Stevenson el  esbozo de una isla imaginaria donde unos piratas habían escondido un tesoro. La llamó “La isla del tesoro”. En las tardes sucesivas, la isla se fue llenando de paisajes, hombres y aventuras. A Stevenson, animado por el éxito del entretenimiento, se le ocurrió que podría escribir un cuento que la tuviera por escenario. Primero escribió una lista con los títulos de los capítulos del futuro relato. Luego pensó en el fascinante personaje de John Silver, y lo construyó a imagen de W.E. Henley, un viejo y admirado escritor y amigo. Henley era un hombre de gran fortaleza  que había perdido un pie a causa de una enfermedad. Stevenson lo despojó de todas sus buenas cualidades menos su coraje, fortaleza, su maravillosa genialidad y su poder de encantamiento. Le añadió la hipocresía, la crueldad, el espíritu traicionero. Llamó al relato “El cocinero de a bordo”.

A Lloid le encantaron los tres primeros capítulos y Stevenson decidió continuar. Ahora ya era toda la familia la que oía con atención y colaboraba con sugerencias y aportaciones. Lloid quiso que no hubiese mujeres en la aventura. Los primeros quince capítulos fueron redactados en quince días. Pero la preocupación de cómo acabar el relato, un agravamiento de su enfermedad y la necesidad de abandonar Escocia  y volver a Davos (Suiza) para que su clima ayudase a la recuperación de Stevenson, interrumpieron la redacción del relato.

Un amigo de la familia había enviado lo escrito a la revista Young Folks y se empezaron a publicar en forma de folletón bajo pseudónimo. Cuando Stevenson los leyó, decidió acabar el relato escribiendo un capítulo diario. La serie había empezado el 1 de octubre de 1881 y terminó el 28 de enero de 1882. Se publicó en forma de libro, incluyendo una imagen de la ya celebérrima Isla del Tesoro.

Pero no nos engañemos. La Isla del Tesoro  no es sólo el relato de  un azaroso viaje hacia el oro del capitán Flink. Es también la crónica del aprendizaje del precio de vivir de un niño asustadizo que, después de este viaje iniciático, regresa a Bristol como un encallecido veterano que sabe que hay que adaptarse a la azarosa vida con un código moral del que formen parte la lealtad y el instinto de supervivencia, las fascinaciones y las renuncias, y sobre todo el realismo de encarar las situaciones como vengan y conviviéndolas con quien nos ayude a superarlas con bien por muy opuesto a nosotros que sea. Stevenson le está diciendo al adolescente Lloid que la vida es muy compleja y que el bien y el mal rarísimamente se dan claros y distintos. Que el maniqueísmo y la moral teórica no son precisamente la mejor manera de afrontar la vida.  

El maestro de Jim Hawkins  es sin duda John Silver “el Largo”, el fascinante amigo y compañero que todos los lectores de este relato, con ciento veintitantos años de éxito a sus espaldas, hemos deseado tener como maestro. No invento nada. En el aviso inicial “Al comprador indeciso” Stevenson deja claro que dirige su novela  a los “jóvenes listos” que todavía disfruten con relatos de aventuras. Listo aquí es sinónimo de sabio: el que quiere saber cómo vivir y cómo morir.

 

2.- Estructura de la obra.

 

2.1.- La propuesta por el autor.

 

Stevenson la organizó de la siguiente manera:

 

2.1. A.-Una doble dedicatoria.

 

A Samuel Lloid Osbourne que quiso que éste fuera un relato clásico.

Al comprador indeciso, advirtiéndole que tan bien le parece que a “los chicos listos de ahora” les gusten los clásicos relatos de aventuras como que no. Eso sí, si es la segunda opción la real y verdadera, deja muy claro que a él no le importa ir a compartir la muerte del olvido con tantos buenos escritores de relatos de aventuras.

 

2.1. B.-Seis partes.

 

Seis partes distribuidas con exacto equilibrio entre el  protagonista del relato, Jim Hawkins, y su antagonista, John Silver, de la siguiente manera:

1ª parte: El viejo bucanero. 6 capít. ( Introducción)

2ª parte: El cocinero del barco. 6 capít. (Silver)

3ª parte: Mi aventura en tierra. 3 capít. ( Jim)

4ª parte: La empalizada. 3 capít. relato del doctor.

 + 3 capít., todos los personajes. (Jim, en estos 3 capítulos).           

5ª parte: Mi aventura en el mar. 6 capít. ( Jim)

6ª parte: El capitán Silver, 7 capít. (Silver)

 

2.2.- La estructura del relato autobiográfico.

 

 Menos los tres primeros capítulos de la parte cuarta, que lo son por el doctor, todos los demás están redactados por Jim en forma autobiográfica. Jim, como Lázaro de Tormes, nos cuenta su vida, pero a diferencia de la de él, su vida, gracias a la suerte, y también a la intuición y a la  inteligencia y al esfuerzo, ha ido creciendo en sabiduría y gracia delante de sus conciudadanos. El papel de Jim, un muchacho de un ambiente rural, huérfano además, y sin amigos de su edad, es ir adelantándose a  las maniobras del inteligente y experimentado lobo de mar John Silver, sin que el pirata lo sepa. Por John siente Jim igual atracción que repugnancia, con él que finalmente tiene que asociarse para lograr la común supervivencia  y con él finalmente tiene que compartir la victoria. Veamos el desarrollo de este antagonismo tal como nos lo cuenta Jim:

 

2.2.1.- Es la primera parte de Stevenson. Introducción.

 

Jim y sus amigos y protectores rivalizan con John el Largo y sus antiguos compañeros de tripulación  en el deseo de hacerse con el tesoro del capitán Flint (c. VI). Tesoro depositado en una isla desierta cuyo mapa–– el mapa es un elemento clave en la creación y desarrollo de la obra–– estaba en el baúl  que a Jim le ha confiado Billy Bones, el segundo de a bordo y sucesor de Flint, poco antes de que cayera en manos de Silver (el Johnny del capítulo V) y los suyos. (cs. III y IV).

La primera iniciativa de Jim es la de hacerse con los papeles de Bones y de Flint. Esa iniciativa es la que va a poner en marcha la búsqueda del tesoro. 

 

2.2.2.- Es la segunda parte de Stevenson. Protagonista, Silver.

 

Jim va cayendo en la cuenta de que John Silver  ha reclutado a sus compañeros, la antigua tripulación del Walrus, el barco de Flint y de Bones, y liderándolos, se ha embarcado con ella en la Hispaniola, la goleta que el squire (el hidalgo) Trelawney ha fletado para llevar a Jim a buscar ese tesoro (La canción––otro elemento constante en la obra–– de John en el inicio del c. X). Jim, oculto en un tonel de manzanas, descubre los planes de John Silver y de la tripulación de Flint, cuando Silver intenta atraer a otros marineros a su bando (c. XI).

 

2.2.3.- Es la tercera parte de Stevenson. Protagonista, Jim.

 

Jim, una vez llegados a la isla del tesoro y después de avisar a los suyos de lo que la antigua tripulación de Flint prepara, decide embarcarse con la mayor parte de esa tripulación que va  a ir a tierra. Se libra del control de John Silver y se encuentra con Ben(jamín) Gunn, a quien Silver y sus compañeros dejaron allí abandonado, que, a cambio de protección, le ofrece su ayuda (c. XV). La ayuda, como luego se verá, es la de haber permanecido 3 años en la isla del tesoro y de haberlo encontrado y puesto a buen recaudo.

Es la segunda iniciativa de Jim la que va a dejar resuelto lo referente a conseguir el tesoro en la isla.

 

2.2.4.- Es la cuarta parte de Stevenson. Tres capítulos narrados por el doctor. Tres capítulos con Jim como protagonista.

 

Jim entra en el fortín, refugio de los suyos, les da cuenta de su encuentro con Ben Gunn, de lo que el doctor toma buena cuenta (cs. XIX y XXII). Asiste a las fracasadas negociaciones propuestas por el que se dice nombrado capitán Silver y al ataque de la antigua tripulación de Flint al fortín. Ataque en el que Silver no participa y que fracasa, pero que deja al capitán Smollet fuera de combate. A partir de aquí es el doctor Livesey el que toma las iniciativas.

 

2.2.5.- Es la quinta parte de Stevenson. Protagonista, Jim.

 

A Jim le da envidia que el doctor vaya tomando iniciativas muy importantes para el futuro de todos fuera del fortín, mientras él tiene que contentarse con lavar los platos dentro de él (c. XXII). Le va tomando gusto a ser adulto, a protagonizar la resolución de importantes problemas colectivos (obsérvese la idea que Stevenson tiene de la educación de los adolescentes). Si el doctor va a hablar con Ben Gunn, él decide comprobar que se puede contar con el bote de Ben. Pero a la vista del bote, pensando como un adulto, piensa que debe hacerse con el barco antes de que los derrotados piratas decidan huir con él, y dejarlos a ellos tirados en la isla (c. XXII).El resto de la quinta parte de Stevenson es la narración de esta ventura que Jim culmina con éxito, compitiendo con un tipo de la talla  de Israel Hands al que logra dominar intelectual y físicamente (c.XXVI). La colaboración de conveniencia termina en una lucha a muerte (siga observándose, en estos tiempos del pensamiento único, débil y políticamente correcto, la idea que Stevenson tiene de la educación de los adolescentes, Stevenson sabe bien lo durísima que es la vida para la que hay que prepararlos sin engañarse ni engañarlos).

Es la tercera decisiva iniciativa de Jim. La que resuelve el dominio definitivo del barco y por lo tanto de la vuelta a casa con el tesoro.

 

2.2.6.- Es la sexta y última parte de Stevenson. Protagonista, Silver.

 

Jim, ante una muerte que ve inminente, se enfrenta de hombre a hombre a los piratas y descubre su juego, el que ha hecho y el que piensa hacer. Sus enemigos, en una rápida vista hacia atrás, reconocen que él, Jim, ha sido su verdadero rival, el causante de todos sus males. Silver, que ya sabe que con sus antiguos compañeros no puede ir a ninguna parte, se da cuenta de que ha llegado la hora de pactar con Jim por el bien de los dos (c. XXVIII). Jim, se admira de que, por primera vez,  un adulto de la categoría de Silver lo trate de igual a igual, pero ya está preparado para el pacto de supervivencia mutua gracias a su aventura compartida con Israel Hands. Aquí,  y ésta es la diferencia, se lucha por la vida de los dos y no por quién va a matar a quién.

En el c. XXIX, Stevenson, en una jugada magistral, pone el verdadero mapa de la isla del tesoro, el rubricado por el mismísimo J. Flint, en manos de Jim y de sus rivales. Aparentemente estamos como al comienzo, sólo que ahora se ha llegado a un acuerdo y están todos sobre la isla del tesoro.

En el c. XXX es el doctor el que reconoce el absoluto protagonismo de Jim, que, inteligentísimamente, es capaz, a la vez, de serle fiel a él y a los suyos y a Silver;  y por Jim decide pactar con Silver. Jim y Silver saben que se salvarán o se condenarán juntos dependiendo de si encuentran o no el tesoro, tesoro que todos sospechamos que ya ha sido encontrado ( el “soy rico” de Ben, el contacto del doctor con Ben, la entrega del mapa autentico a Silver por el doctor). Stevenson es un genial narrador y gracias a Ben Gunn, el doctor logra salvar in extremis a Jim y a Silver. Y finalmente Silver logra su libertad y parte del botín también gracias a ese servicial y apañado portero que siempre fue el buenazo de Ben Gunn.

Obsérvese que Stevenson  es muy consciente de que no hay buenos ni malos puros en la realidad. En la vida todas las personas son a la vez buenas y malas.

W. Bones había sido un buen y celoso administrador de sus bienes y fue generoso con Jim.

Ben tenía alma de meapilas.

Silver era un contramaestre con talento de capitán y mucha vida pensada y repensada a las espaldas.

Israel Hands era un experto en sobrevivir y por experiencia propia había aprendido––tapénse los oídos los postmodernos, hijos amantes y obedientes del hipócrita

Rousseau–– que de la bondad no puede salir nada bueno…

 

Y, en definitiva, a los buenos y a los malos, lo que les mueve en este relato, por encima de todo es la más pura avaricia.

La cuarta iniciativa de Jim es la decisión inquebrantable de permanecer fiel al pacto con Silver por la supervivencia mutua. Así asegura su vuelta a casa con el tesoro.

 

2.3.- El esquema de Propp.

Es perfectamente aplicable:

Ruptura de la situación inicial.

 Final del c. III, llegada del ciego con la marca negra y muerte de Billy Bones.

Aparición del héroe.

En el c. IV Jim se hace con el mapa de Flint y lo pone a buen recaudo en manos del doctor Livesey (c. VI).

Los trabajos y contrariedades del héroe.

 Las aventuras de Jim en el barco y en la isla ya descritas en el esquema biográfico.

El restablecimiento mejorado de la situación inicial.

 Tres párrafos finales del  último capítulo.

 

2.4.- El clásico esquema narrativo.

 Es también perfectamente aplicable.

Presentación e inicio:

I-X.

Nudo:

 XI-XXXIII.

Desenlace:

XXXIV.

 

 
 

 

Cómo aprendimos a leer

Antonino M. Pérez Rodríguez
C
atedrático del IES “Lope de Vega”, Madrid