Vistas del Paseo najerino. (Las fotografías se realizaron el 20.09.2002)

 

 

 

 

A nadie de los alrededores de Nájera hay que explicarle a qué paseo nos referimos cuando hablamos de El Paseo. El Paseo es con Santa María la Real el tesoro histórico más importante que Nájera y su comarca poseen. Y como es ejemplo de muy acertado urbanismo, su importancia ya no es local sino universal. No exagero nada.

El Paseo de San Julián nació hace ya más de dos siglos, poco antes de que aquel magnífico proyecto de modernización de España que fue La Ilustración se viniera abajo, cayendo destrozado por la Guerra de la Independencia, una larga y destructiva guerra mitad civil, mitad patriótica de la que España, después de perder casi enteramente su mitad americana, no logró reponerse hasta la llegada de La Restauración. Fue, efectivamente, en 1800 cuando se inauguró El Paseo. Uno más entre los nacidos de la obsesión que los ilustrados tenían por la salud y la educación de los ciudadanos.

En la orilla derecha del Najerilla, paralelo a la soleada trasera de la Calle Mayor, primero, y al bravío camino de Pasomalo, a continuación; avanzando, fresco y sombreado, a través de una continua y tupida chopera, casi tirado a cordel, desde la plaza que daba entrada al destruido convento de san Francisco hasta el medieval molino de san Julián, un anónimo arquitecto ilustrado diseñó un esplendido salón rectangular, con planta de circo romano, donde los vecinos de Nájera pudieran respirar a gusto y convivir placenteramente, mientras paseaban a sus anchas fuera de las estrecheces impuestas por el angosto e irregular trazado medieval de su ciudad. Lo mismo ocurrió en Madrid, en Sigüenza o en Santo Domingo de la Calzada o en Laguardia, por poner unos ejemplos elegidos al azar.

El objetivo del arquitecto ilustrado era doble: “la salud y el educado y educativo esparcimiento de los ciudadanos”. La Ilustración empieza a preocuparse seriamente por la vida sana y la higiene de la población. Cuando puede diseña barrios abiertos, bien ventilados y dotados de magníficos jardines donde la gente pueda convivir y descansar en contacto con la benéfica Naturaleza.

La Ilustración además busca obsesivamente la instrucción y la educación de los ciudadanos. La educación en estos útiles jardines de ida y vuelta se da mediante la continuada convivencia. Al Paseo se va “a ver y a ser visto”, a hablar tranquilamente, a convivir educadamente, luciendo cada uno sus mejores galas y estimulando la emulación y la sana competitividad viendo lo que el prójimo ya ha conseguido y a mí me hace falta conseguir. Es un instructivo “escaparate de virtudes y de vicios” y una aleccionadora “feria de vanidades”.  Áplíquese al najerino lo que escribía el Conde de Villamediana sobre el paseo del Prado madrileño:

Llego a Madrid y no conozco el Prado,
y no lo desconozco por olvido,
sino porque me consta que es pisado
por muchos que debiera ser pacido.

La instrucción se logra obligando a la gente a convivir con la Madre Naturaleza. La convivencia con la Naturaleza en el Paseo de Nájera se da a dos niveles: en el primer tramo la Naturaleza está organizada en un mínimo jardin que cuenta con un cómodo y duradero mobiliario urbano. En el segundo tramo alterna la Naturaleza domesticada (los plátanos de paseo) con la naturaleza semidomesticada (las hileras de árboles en las choperas).

Añádanse las luces, los contraluces, las brisas, los pájaros, las hierbas, la orilla del río, la música del agua…… Y el paisaje: los farallones poblados de cuevas medievales del Castillo colgadas sobre el camino de Pasomalo, entrevistas a través de las hileras de chopos que filtran las diversas luces del día y que son altavoces del variable murmullo del agua que baja el Najerilla.

A media tarde de verano, paseando tranquilamente bajos los plátanos, me gusta sentir la refrescante brisa  que viene de la sierra recordando los estupendos versos de Villegas:

Dulce vecino de la verde selva,
huésped eterno del abril florido,
vital aliento de la madre Venus,
céfiro blando.

Si de mis ansias de amor supiste,
tú que las quejas de mi voz llevaste,
oye, no temas, y a mi ninfa dile,
dile que muero.

Filis un tiempo mi dolor sabía,
Filis un tiempo mi dolor lloraba,
quísome un tiempo, mas agora temo,
temo sus iras.

Así lo dioses con amor paterno,
así los cielos con amor benigno,
nieguen al tiempo que feliz volares
nieve a la tierra.

Jamás el peso de la nube parda,
cuando amenace la elevada cumbre,
toque tus hombros, ni su mal granizo
hiera tus alas.

A media noche, la fronda de los grandes álamos vista a la luz de las farolas parece perfectos cuadros de las mejores escuelas de pintura del Extremo Oriente.

En lo que luego sería El Paseo, desde vaya ud. a saber cuándo, el mágico día de san Juan, se hacían Las Vueltas. Las muy populares Vueltas son la celebración del solsticio de verano en una fiesta laica y popular, pagana y comunitaria. Son la fiesta que celebra la mayoría de edad del sol, la fuente universal de la luz y de la vida. Las dos fuentes de la vida, el Padre Sol y la Madre Tierra, han sido siempre las divinidades fundamentales de la Religión Natural, tan querida de la Ilustración. Las Vueltas coincidían exactamente con la idea que de lo religioso se hacían los ilustrados.

Durante dos siglos, muy urbanizado en su primer tramo, El Paseo se ha mantenido fiel al plan fundacional; pero ya hace años que no se puede decir lo mismo. Se ha perdido una parte substancial de la chopera, ha casi desaparecido la antiquísima Fuente de la Estacada, se ha construido más allá de donde era prudente hacerlo y el asfalto lo ha convertido en una alternativa a la Carretera de la Sierra.

El magnífico salón natural ilustrado va siendo poco a poco pervertido hasta quedar reducido a una vulgar zona verde urbana de esas en las que mi admirado Miguel Hernández se preguntaba angustiado:

 

¿Qué hacéis las cosas

de Dios aquí: la nube, la manzana,

el borrico, las piedras y las rosas?

………..

Árboles, como locos, enjaulados:

Alamedas, jardines

para destuetanarse el mundo; y lados

de creación ultrajada por orines.

 

Y esto sucede en una ciudad que presume de su historia y que se tiene por cuna y corte de reyes y capital de un fabuloso reino. Y esto sucede a pesar de que El Paseo es, después de Santa María la Real, el más precioso monumento histórico-artístico que posee Nájera y el único que ya nos puede recordar cómo el magnífico siglo XVIII creó un urbanismo concebido al servicio de los habitantes de la ciudad.

Y es en nombre del progreso y de la modernidad como está siendo destruido. La verdad es que en Nájera el progreso y la modernidad son los cascos del caballo de Atila. Todo lo que pisan lo vuelven pura ruina y desierto. La verdadera Modernidad y el auténtico Progreso crearon este genial Paseo hace más de dos siglos y lo crearon con una finalidad moderna y progresista que sigue plenamente vigente.

Nájera ha crecido anárquicamente. En los barrios de afuera vivimos más najerinos que en el casco viejo donde empiezan a abundar las más o menos disimuladas ruinas. Los najerinos de los distintos barrios necesitamos un lugar de encuentro, un señorial salón bien dispuesto—el mejor decorador es la genial Naturaleza—donde día a día la convivencia afiance ese sugestivo proyecto colectivo de vida en común que es la fuente inagotable de energía de toda sociedad que pretenda crecer y prosperar. Ese acogedor salón debe ser El Paseo tal como lo concibió y creó la Ilustración el último año del genial s.XVIII.

Todo gobernante que quiera servir a los ciudadanos—servir a los ciudadanos no es lo mismo que servirse de ellos—debe tomarse muy en serio aquel sabio consejo evangélico:

“Toda persona inteligente…debería tratar de parecerse al cabeza de familia que, según las necesidades de su casa, va sacando del arcón cosas nuevas o antiguas para servirse adecuadamente de ellas.”

           Claro que esto es ser conservador. Conservador, en inglés, significa saber aprovecharse de las ventajas de lo viejo o de lo nuevo según convenga, desechando al mismo tiempo las desventajas de ambos. Pero, en español, conservador es sólo un insulto…como liberal o individuo.

 

 
 

 

EL PASEO NAJERINO
o la modernidad y el progreso

 

Antonino M. Pérez Rodríguez
Catedrático del IES "Lope de Vega", Madrid