1.- El llamado Rubí del Príncipe Negro.

2.- Historia del llamado Rubí del Príncipe Negro hasta abril de 1362.

3.- Granada,  13 de abril de 1362. Sevilla, 25 de abril del mismo año.

4.- De cómo es lo más probable que, entre agosto de 1366 y enero de 1367, el famoso rubí pasara a manos del Príncipe Negro, en Bayona (Francia).

5.- De cómo, después de ganada la Batalla de Nájera, el rey Don Pedro no le pagó al Príncipe Negro con joya o dinero alguno.

 

 

 

 

1.- El llamado Rubí del Príncipe Negro.

 

El llamado Rubí del Príncipe Negro es una espinela sin tallar, únicamente pulida. Presenta  la forma de un octaedro irregular. Su eje más largo es de 5,08 cm. Tiene 170 quilates. Es de un espectacular color rojo brillante.  Para poder ser utilizada como colgante, ha sido agujereada con un taladro en el centro de su parte superior. Hoy un pequeño rubí tapa la abertura efectuada por el taladro.

Está engarzado en la Corona Imperial del Estado inglesa (The Imperial State Crown). Fue creada 1838 para la coronación de la reina Victoria, que, una vez acabada, por su excesivo peso la hizo remodelar antes de la coronación. En 1937 fue prácticamente rehecha por la joyería Garrard & Company para la coronación de Jorge VI.

 

 

2.- Historia del llamado Rubí del Príncipe Negro hasta abril de 1362.

 

Sobre la procedencia  del llamado Rubí del Príncipe Negro hay numerosas hipótesis  místico-esotéricas y dos opiniones fundamentadas.

La hipótesis más tradicional sitúa su origen en Birmania o Tailandia. Las minas de rubíes de Birmania  son tan viejas como la Historia misma; herramientas  de minería de la Edad de Piedra y de la del Bronce han sido encontrados en el área minera de Mogok.

Pero, en inglés a la espinela se le viene llamando tradicionalmente “balas ruby” (balas rúby), en español: “rubí balás” o “balaj” o “balaje”.

En inglés ese “balas”  de “balas ruby” deriva “from Old French balais, from Arabic balakhsh, from Badhakhshan, region in Afghanistan where the gem is found”.  O del latín “Balascia”, el antiguo nombre de Badajshan, una región en el centro de Asia situada en el valle superior del río Kokcha, uno de los principales afluentes del río Oxus. La provincia de Badajshan fue durante siglos la principal fuente de espinelas rojas y rosadas.

El sustantivo masculino español “balaje” procede del árabe baˈla.Xe, (balaẖšī), “badajshaní”. Y tiene como sinónimo al también sustantivo masculino “Balaj”.

Hoy los mejores especialistas le dan la razón a la lengua. Piensan, después de reunir y reestudiar debidamente  las abundantes fuentes históricas, que las minas de Badakhshan o Badajshán, a lo largo de la Edad Media, fueron el origen de la mayoría de las de grandes espinelas que hoy poseen los tesoros nacionales de Irán, Gran Bretaña, Turquía o Rusia. Hoy se piensa que la fuente histórica tradicional de esas espinelas, muchas de ella las más famosas del mundo como el Rubí del Príncipe Negro y el rubí de Timur, es concretamente la mina de Kuh-i-Lal, situada en el actual Tayikistán.

El defensor más conocido de esta teoría es el muy prestigioso gemólogo americano Richard W. Hughes, miembro de la Gemmological Association of Great Britain (1982), es una autoridad en rubíes y zafiros. Su primer libro, Corindón (1990), fue muy apreciado, y su libro auto-publicado, Ruby y Zafiro (1997), se ha convertido en un texto clásico.

Lo más probable es que el llamado Rubí del Príncipe Negro, después de haber concluido la Ruta de la Seda en algún importante mercado del Próximo Oriente y de haber pasado de allí a Génova, llegara a Granada. La monarquía granadina mantenía estrechas relaciones con comerciantes genoveses.

 

 

3.- Granada,  13 de abril de 1362. Sevilla, 25 de abril del mismo año.

 

En 1354, comienza a gobernar en Granada Muhammad V, uno de los grandes sultanes nazaríes a quien debemos la construcción de importantes estancias de la Alhambra. En 1359 es depuesto por su hermanastro Ismáil II y salva la vida huyendo disfrazado de esclava, primero a Guadix y posteriormente refugiándose en Fez.

El usurpador Ismail, sólo diez meses después, en junio de 1360, era asesinado y sucedido por su cuñado Mohammed Abú Said que tomó el nombre de Muhammad VI, aunque los castellanos lo conocieron como “el Bermejo”.

Regresó entonces Muhammad V con la intención de recuperar el trono granadino, para lo que se alió con el rey castellano Pedro I el Cruel.

El corto reinado de Muhammad VI llegó a su fin cuando a principios del año 1362 estalló una rebelión  en varias ciudades del reino, encabezada por Málaga que se declararon partidarias del destronado sultán Muhammad V.

El 13 de abril de 1362, viéndose en Granada abandonado por todos, Muhammad VI, después de apropiarse del tesoro real nazarí, huyó con un pequeño grupo de seguidores a Sevilla con la intención de comprar, si necesario fuese, la protección de Pedro I.

Dice don Pedro López de Ayala:

“Y acordó el rey Bermejo de irse para el rey don Pedro, y de llevar las mejores e más ricas joyas que tenía, que fueran de la casa de Granada, para aprovecharse de ellas si tal caso le aconteciese.” (Crónica del rey don Pedro, año III, 1362, cap. III).

Y entre los investigadores de la historia del llamado Rubí del Príncipe Negro, es suposición común que él era una de esas “mejores y más ricas joyas”. Veamos en qué se basa su conjetura.

El rey Bermejo y su séquito llegaron a Sevilla y fueron recibidos por el rey don Pedro en los Reales Alcázares. El rey de Castilla pareció darles buenas palabras y fueron alojados en la judería sevillana.

El 25 de abril, con los más nobles de sus acompañantes, fue invitado a cenar en el palacio del maestre de Santiago, don García Álvarez de Toledo. Después de la cena, cuando iba transcurriendo una plácida sobremesa, el rey Bermejo y sus acompañantes  fueron  detenidos y desvalijados por orden del rey don Pedro. Lo mismo les ocurrió, en sus posadas, a los granadinos que no habían sido invitados a la cena.

Cuenta Pedro Pérez de Ayala:

 "Y luego que el rey Bermejo fue preso, fue catado (registrado) aparte, (por) si tenía algunas joyas consigo, y halláronle tres piedras balajes, muy nobles y muy grandes [tan grande cada una como un huevo de paloma], y  hallaron a un moro pequeño que venía con él un correón en que traía setecientas y treinta piedras balajes;  y hallaron a otro moro pequeño, que era su paje, aljófar tan grueso como avellanas mondadas, cien granos; y a otro moro pequeño (le) hallaron otra partida de aljófar tan grande como granos de garbanzos, que podía haber un celemín (4,6 dm3); y a los otros moros (les) hallaron a cada uno, a cual aljófar, a cual piedras; y  lleváronselo luego todo al Rey. Y a los moros que fueron presos en la judería (les) fueron halladas doblas y joyas; y todas las tuvo el Rey". (Crónica del rey don Pedro, año III, 1362, cap. V).

Una de las tres piedras balajes  se supone que era nuestro protagonista. El texto citado texto sería su acta de nacimiento para la Historia.

El 27 de abril de 1362, el rey de Castilla, fiel a su amistad con Muhammad VI, mandó que el rey Bermejo fuese alanceado en el campo de Tablada, tomando parte el mismo rey en el cruel castigo. Su cabeza fue enviada a Muhammad V, repuesto en el trono nazarí un mes antes, el 16 de marzo.

 

 

4.- De cómo es lo más probable que, entre agosto de 1366 y enero de 1367, el famoso rubí pasara a manos del Príncipe Negro, en Bayona (Francia).

 

Eduardo de Woodstock, nacido en 1330, era el hijo mayor del rey inglés Eduardo III. En 1343, con 13 años de edad, se convirtió en Príncipe de Gales.

No hay constancia de que a Eduardo de Woodstock  se le denominara en vida "Principe Negro". EL apodo no aparece hasta que Richard Grafton  escribe su Crónica de Inglaterra en 1563. Es posible que este mote fuera inventado por los cronistas franceses, dados los duros métodos de guerra y de gobierno del Príncipe.

Fue un brillante militar al servicio de los objetivos de su padre, uno de los protagonistas de la primera fase de la Guerra de los Cien Años (1337-1453) que enfrentó en Francia, y también en amplias zonas vecinas de la Europa Occidental, los intereses y los ejércitos ingleses y franceses.

Se portó como un hombre a los 16 años en la Batalla de Crécy (el 26 de agosto de 1346) y a los 26 aniquiló a la caballería francesa en la Batalla de Poitiers (19 de septiembre de 1356). En ella apresó al rey Juan II de Francia, al que llevó como rehén a Inglaterra. Con la firma del Tratado de Brétigny (1360), el rey de Francia recuperó su libertad después de ceder valiosos territorios a los ingleses.

En 1356 es nombrado por su padre duque y lugarteniente de Guyena y Aquitania, y responsable de la tutela de los intereses ingleses en la Península Ibérica.

Diez años más tarde, el 16 de marzo de 1366, en Calahorra (La Rioja), Enrique de Trastámara comienza la guerra civil castellana al proclamarse rey de Castilla con el apoyo de aragoneses y franceses, mandados estos últimos por  Bertrand du Guesclin.

El 1 de agosto de ese año, Don Pedro, perdido casi del todo su reino, va a Bayona a pedirle ayuda al Príncipe Negro.

 Dice don Pedro López de Ayala:

“Y llevó consigo sus hijas y el tesoro que traía allí consigo, que eran treinta y seis mil doblas, y no más, en moneda de oro; ca todo lo al ( porque todo lo demás  lo) dejara en la galea (nave) que había de traer Martín Yáñez su tesorero; pero llevaba muchas joyas de oro y aljófar y piedras preciosas.” (Crónica del rey don Pedro, año XVII, 1366, cap. XIII).

El barco donde Martín Yáñez traía el resto del tesoro [“treinta y seis quintales de oro y muchas joyas”] nunca llegaría a su destino. Fue apresado por las fuerzas de don Enrique  en el Guadalquivir y devuelto a Sevilla.

Durante su estancia en Bayona, el rey don Pedro se muestra pródigo en comprar voluntades regalando joyas.

Dice don Pedro López de Ayala:

“Y aún después otra vez partió (don Pedro) de Bayona, y fue a una villa del Príncipe que dicen Angulema y vio a la Princesa, su mujer del Príncipe, e dióle muchas joyas.” (Crónica del rey don Pedro, año XVII, 1366, cap. XXIII).

También era su propósito que las joyas le sirviesen para contratar tropas.

Dice don Pedro López de Ayala:

“Y el Príncipe hizo saber al rey de Inglaterra su padre, como dicho es, todo lo que el rey don Pedro le dijera del menester que estaba, y cómo era echado de su reino, y por quién; que traía tesoros para pagar las gentes que le hubiesen de servir y de ayudar.” (Crónica del rey don Pedro, año XVII, 1366, cap. XXIII).

Propósito que cumplían debidamente:

Dice don Pedro López de Ayala:

“Y de allí adelante el Príncipe envió catar (a captar, reclutar) todas las más compañas que pudo haber para esta cabalgada; e hallaba asaz dellas (bien de ellas), lo uno por cuanto el príncipe estaba entonces muy poderoso, y señor de Guyena; y había paces con Francia; y otrosí por buenas pagas que el rey don Pedro llevaba, señaladamente en joyas de oro y de piedras preciosas, sobre las cuales el Príncipe le acorría con grandes cuantías.

 E hicieron y acordaron el rey don Pedro y el Príncipe de Gales todos sus tratos de lo que habían de haber todas las gentes de armas; y así los pagó el rey don Pedro; de ello en oro que llevaba y el Príncipe le prestaba, y de ello en joyas muy nobles e muy preciadas que llevaba consigo; según la ordenanza que el Príncipe hizo con todas las gentes de armas que habían de ir en esta cabalgada.” (Crónica del rey don Pedro, año XVII, 1366, cap. XXIII).

A finales de año el ejército estaba preparado. Es difícil evaluar su número. Lo más probable es que fuesen unos 6.000 hombres, corriendo a cargo del Príncipe el mantenimiento de este ejército. Los gastos fueron enormes y desequilibraron gravemente sus finanzas.

Pedro I contaba como únicos recursos con impresionantes cantidades de joyas, riquísimas joyas que había logrado salvar y que para hacer frente a los gastos que le correspondían hubo de vender. Después de la segunda batalla de Nájera, se quejará ante el Príncipe de que fue presionado para malvender sus joyas y que de ello se beneficiaron sus súbditos de Gascuña. Lo que parece cierto es que esta venta urgente y apresurada hundió los precios de las joyas en Gascuña durante mucho tiempo.

 

 

5.- De cómo, después de ganada la Batalla de Nájera, el rey Don Pedro no le pagó al Príncipe Negro con joya o dinero alguno.

 

Pedro el Cruel y Enrique de Trastámara convirtieron los alrededores de Nájera (La Rioja) en campo de batalla en 1360 y 1367. Las dos veces venció Pedro el Cruel y las dos veces dejó escapar la ocasión de acabar definitivamente con su mortal enemigo.

Como un episodio más de la guerra civil castellana (1336-1339) y de la ya larga guerra anglo-francesa de los Cien Años (1337-1453) –tanto Inglaterra como Francia ambicionaban poner a su servicio la poderosa Marina de Castilla y convertir  al Cantábrico  en un mar propio —, hay que situar la segunda Batalla de Nájera.

El 3 de abril de 1367, sábado de Lázaro (la víspera del Domingo  de Ramos), en un terreno llano dividido en dos mitades por el camino de Nájera a Logroño (la hoy carretera nacional 120), en un radio de 8 Km a partir del puente najerino sobre el Najerilla, se enfrentaron:

1)            Por una parte, los 28.000 hombres del ejército de Pedro el Cruel, dirigidos por la experiencia militar de Eduardo, Príncipe de Gales, el  Príncipe Negro. Su arma más efectiva eran los arqueros ingleses que en Agincourt, el 25 de  octubre de 1415 acrecentarían la  letal eficacia demostrada en Crécy.  La rapidez y eficacia, la potencia de tiro de los arqueros ingleses armados con arco largo sólo fue superada por las armas de fuego.

 2)           Por otra, los 60.000 de Enrique de Trastámara y la nobleza castellana que no querían saber nada nada de lo que en táctica y armamento se estaba aprendiendo en la guerra de los Cien Años y que, fiados de su mayoría y de la probada eficacia de su caballería, no se dejaban asesorar por el muy escarmentado aventurero bretón Beltrán Duguesclín que conocía bien cómo combatían los ingleses.

La batalla la planteó sobre el terreno y la dominó en todo su desarrollo el Príncipe Negro, con una muy buena información de los movimientos del adversario al que sorprendió en todo momento. Pero no logró impedir la huida de Enrique de Trastámara al que conocía muy bien. Don Enrique logró huir a Soria y por Aragón consiguió pasar a Francia. Cuando tras buscarlo inútilmente entre prisioneros y muertos, se dio cuenta de había logrado escapar, su comentario fue un escueto “Pues entonces no hemos hecho nada”, en gascón: “Non ay res feit”, o sea, “no hay nada hecho”. Conocía de sobra  la desmesurada ambición de poder que caracterizaba a Enrique el de las Mercedes.

Sucedió lo que tenía que pasar. Castilla aprendió que su vieja manera de resolver las batallas, con la carga de la caballería, ya no bastaba. Era eficaz aún contra los musulmanes del sur, como se había visto apenas veintisiete años antes en la Batalla del Salado, pero no contra los ejércitos europeos en los que se habían introducido armas y tácticas nuevas.

La mortandad fue tal que el término donde se desarrolló la fase final de la batalla se sigue llamando Valdesanguina. Se calculan las bajas de los trastamaristas en al menos 15.000 hombres, entre muertos, heridos y prisioneros.

La batalla de Nájera fue una  acción de guerra tan brillante como inútil. Ya desde el día siguiente a la batalla, Pedro el Cruel se enemistó con el Príncipe Negro al no poder cumplir los imposibles compromisos políticos y económicos  contraídos con el inglés (la costa y el mar Cantábricos deberían pasar a ser ingleses, y el Príncipe Negro y sus capitanes soñaban con saquear Castilla en beneficio de su bolsillo).

 Eduardo, asqueado de la calaña moral del personaje al que había ayudado, dándose cuenta de que se había metido en un negocio ruinoso porque, además, Pedro el Cruel estaba completamente arruinado y desprestigiado; y sintiéndose él personalmente cansado y enfermo, decidió abandonarlo a su suerte. Estaba de vuelta en Gascuña el 29 de agosto de 1367.

Antes, le devolvió la libertad generosamente a Beltrán Duguesclín que no tardaría en volver al lado de Enrique de Trastámara y en conducirlo a Montiel y en Montiel, al trono. También, pero  cobrando rescate, a libertó a numerosos nobles castellanos,  prisioneros de la batalla de Nájera, que se negó a entregar a Pedro el Cruel, sabiendo que estaba dispuesto a pasarlos a cuchillo.

Don Pedro López de Ayala nos cuenta cómo en los cinco meses de su estancia en Castilla le fue imposible al Príncipe Negro conseguir que Don Pedro terminara de pagar los enormes gastos causados por el mantenimiento de las tropas extranjeras.

“…Y los caballeros que el rey don Pedro ordenó para tratar en este fecho […] por mandamiento del rey don Pedro respondieron así:

 Primeramente, a lo que decía el Príncipe (de)  que le hiciese pagar el rey don Pedro algunas cuantías que fincaban por pagar (quedaban por pagar) así a él, como a los señores y caballeros y hombres de armas y flecheros de sus estados, y de sus gajes de lo que hubieron de haber para venir con él para su reino, por lo cual el dicho Príncipe era y fincaba (quedaba) a ellos obligado, según la ordenanza que él hiciera en Bayona sobre esto.

 A esto respondía el rey don Pedro, que bien sabía el Príncipe cómo él, estando en Bayona, que es ciudad del rey de Inglaterra su padre, y en su tierra, pagara de sus tesoros que consigo llevara a algunos caballeros y flecheros, así de lo que habían de haber por sus estados, como por sus gajes; de ello, en doblas y en moneda de oro, y de ello, en reales, y moneda de plata y aljófar y piedras preciosas.

 En lo cual él fuera muy agraviado, ca (porque) tomaban e recibían en las dichas pagas la moneda de oro e de plata a muy grandes menosprecios. Otrosí (además), las joyas de oro y plata y aljófar y piedras preciosas por menos de la mitad de lo que valían.

Y que muchas veces se lo hizo saber al príncipe, y decir que (quejarse de) sus tesoreros que hacían las dichas pagas; Y (que) nunca pudiera haber remedio en ello.

Y que en este hecho tuviese por bien de mandar a algunos de los suyos que se ayuntasen con los sus tesoreros y viesen los libros de las pagas que se hicieron, y qué moneda de oro y de plata y joyas se dieran, y por qué (a qué) precios.

 Y si algún engaño o agravios él (el rey) recibiera, que lo él mandase descontar de lo al que fincaba por pagar (que él (el Príncipe) lo mandase descontar de lo otro que quedaba por pagar).

 Que él cuidaba (estaba seguro de) que siendo todo esto puesto en buena cuenta, que le no debía (que no le debía) más de lo que (le) había (ya) pagado; empero, si algo fincase (quedase), que él estaba presto para lo pagar. […]

Y desde que el Príncipe de Gales hubo oído la respuesta que el rey don Pedro le enviaba sobre las razones que le él hizo decir por sus mensajeros, respondió a la primera razón:

Que el rey decía lo que su merced era (lo que a él le convenía), y lo que por bien tenía.

 Y que cuanto atañía a las pagas que él (el Rey) hizo en Bayona, a él (el Príncipe), y a los señores y caballeros e hombres de armas y flecheros que con él venían, ninguno le había culpa (ninguna culpa tenían); ca (porque) los sus tesoreros del rey don Pedro hicieron las pagas a su voluntad, así de las monedas de oro y de plata, como de las joyas y aljófar y piedras preciosas.

Y aún sobre ello, los señores y caballeros y hombres de armas decían que fueran en ello mucho agraviados, ca (porque) ellos habían menester (de) moneda llana para ser bien pagados y cumplir lo que habían menester.

 Y que él les diera joyas y aljófar y piedras, que eran cosas que les non cumplían ( que no les venían bien). Ca (porque) fuérales mejor tomar monedas que aljófar, para comprar armas y caballos y otras cosas que habían menester. Ca (porque) las joyas vendíanlas a menosprecio, y  de ellas tenían aún que no se podían aprovechar de ellas.

 Otrosí, que bien sabía el rey don Pedro, que como quiera que con él (con el Rey) vinieran tantas buenas compañas, non vinieran por aquellas pagas que él les fizo, salvo (sino) por el gran afincamiento (empeño) y trabajo que el Príncipe pusiera en los hacer contentos y pagados, y por ser algunos amigos suyos, y otros vasallos del rey de Inglaterra su padre, y por le hacer placer complacerle).

 Y cuanto en esto, si su merced fuese, non debiera solamente hacer memoria de ello (y en cuanto a esto, pensándolo bien, ni siquiera debiera mentarlo); ca fuese bien cierto que las gentes de armas perdieron en ello asaz en tomar las dichas joyas en pago; e que en lo que fincaba que ellos avían de haber de sus pagas, tuviese por bien de hacer en manera cómo fuesen pagados e contentos. […]

Y sobre estas cosas pasaron en Burgos muchas razones e muchos tratos entre el rey don Pedro e el príncipe de Gales; pero después acordaron que se hiciesen las cuentas de las gentes que con el rey don Pedro vinieran, y lo que hubieran de pagas; y lo que les fincaba (quedaba) por cobrar, que el rey don Pedro se lo pagase, y el Príncipe asegurase por ello a los que las tales pagas habían de haber, haciéndole el rey don Pedro recado de ello al príncipe, en guisa que fuese contento.[…]

(Crónica del rey don Pedro, año XVIII, 1367, cap. XX).

Tampoco pudo lograr que el Rey cumpliese las promesas políticas que en Bayona le había hecho. El motivo principal es que eran lisos y llanos imposibles.

A su vuelta a Aquitania, el Príncipe aumentó los impuestos para poder pagar las deudas contraídas por expedición a Castilla, pero los nobles irritados protestaron ante el señor feudal de Eduardo, el rey Carlos V de Francia. El Príncipe se negó a contestar a las acusaciones que se le hacían y Carlos reinició la guerra contra Inglaterra. Estalló una revuelta por toda Aquitania y Gascuña contra Eduardo, el cual, a pesar de su enfermedad, dirigió sus tropas contra la ciudad de Limoges, conquistándola en 1370; sus defensores fueron masacrados. Un año más tarde Eduardo regresó a Inglaterra.

Murió en Westminster el 8 de junio de 1376. Fue enterrado en la catedral de Canterbury.

Eduardo III, su padre,  murió  un año después, el 21 de junio de 1377. Le sucedió su nieto Ricardo II, el único hijo vivo de Eduardo, y con él se supone que pasó el Rubí del Príncipe Negro a formar parte del tesoro de la corona británica.

En Agincourt, el 25 de  octubre de 1415, Enrique V lo lucirá en su casco-corona.

 

 

 

 
 

 

 

Historia española, aunque no najerina,

del llamado Rubí del Príncipe Negro

 

 

 

Antonino M. Pérez Rodríguez