Claustro románico de San Pedro en Soria

 

 

 

Contenidos.

1.        Volviendo a mi elemental florilegio de textos cásicos sobre la muerte.

2.       Horacio y la muerte.

3.       Sobre “el paso del tiempo” como tópico literario. De Jorge Manrique a Quevedo.

Jorge Manrique.

Comentario a las coplas manriqueñas.

I.-Prólogo (1ª – 4ª).

II.- Reflexión moral (5ª - 24ª).

III.- Elogio del difunto (25ª - 40ª).

Antología manriqueña.

Quevedo.

“Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió.”

“Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer, salteada de la muerte.”

“Repite la fragilidad de la vida, y señala sus engaños y sus enemigos.

“Descuido del divertido vivir a quien  la muerte llega impensada.”

4.       El “carpe diem” y el “collige, uirgo, rosas” sabiamente mezclados  en dos geniales sonetos castellanos de Garcilaso y Góngora. Lope de Vega se pasa con armas y bagajes al Barroco más estremecedor. Dámaso Alonso protesta porque la belleza y la juventud tengan este desastroso final.

Garcilaso. «En tanto que de rosa y d'azucena…”

Góngora. «Mientras por competir por tu cabello…”

Lope de Vega. “Esta cabeza, cuando viva, tuvo…”

Dámaso Alonso. “Tú le diste esa ardiente simetría…”

 

5.      Tradición literaria de protesta por la insensibilidad de la Naturaleza, escenario mudo  de la tragedia humana. Juan Ramón Jiménez y Agustín de Foxá.

Juan Ramón Jiménez. El viaje definitivo

Agustín de Foxá. Melancolía de desaparecer

6.        El caso de Antonio Machado. “Abril florecía..”, “A un olmo seco”, “Palacio, buen amigo,..”

7.        Conclusión. Leyendo a Juana de Ibarbourou. “Vida – garfio”.

 

 

 

 

Volviendo a mi elemental florilegio de textos cásicos sobre la muerte.

 

Escribir en Internet tiene de bueno que siempre hay alguien que te lee y que quiere discutir contigo. Yo, a diferencia de lo que enseñaba quien ahora es llamado por sus parciales san Josemaría Escrivá de Balaguer—y no es éste mi único motivo de desacuerdo con las doctrinas de tal señor—, aunque repugnándome el abuso hasta la náusea que hoy hacen los modernos de conceptos tan fecundos como son “la participación” [1] y “el dialogo”, sí creo que de la discusión sale la luz. Sí creo que hablando se entiende la gente y se aclaran las cuestiones. Van a tener seguidamente la prueba de ello.


 

Horacio y la muerte

 

Un lector se ha releído mi artículo anterior “Espigando textos clásicos sobre la muerte” y me reprocha  que de Horacio sólo cite los textos más archiconocidos. Y dice la verdad. Seguramente los versos de Horacio más repetidos en la tradición literaria son precisamente:

 

1.      “Puluis et umbra sumus”,  Odas IV, 7, 16.

2.      “Carpe diem” Odas, I, 11, 8.

3.      “Non omnis moriar”, Odas, III, 30, 6.

 

Pero la verdad es que  explican muy bien la postura de Horacio ante la muerte. Horacio teme el absoluto poder aniquilador de la muerte y ese temor lo espolea a animar  a sus lectores a  gozar de la vida y a perdurar en una obra, como propia de romanos, útil y bien hecha.

Sobre la importancia del tema de la muerte en la obra de Horacio se me ocurre que, por ejemplo,  sigue siendo cómodo y provechoso releer el artículo de F. J. Mañas Viniegra, “El tópico de la muerte en la Oda II, 3 de Horacio. [2]

En su nota 25 se lee textualmente:

“Hay autores modernos que consideran a Horacio como un poeta preexistencialista por su meditación continua sobre la muerte. Cf., a este respecto:

1.      E. Otón Sobrino, “Horacio y su poesía de la muerte”, Estudios Clásicos 20 (1976) pp. 49 – 71.

2.      Sebastián  Mariner Bigorra, Raíces clásicas del existencialismo literario, Madrid, 1977.

3.    Sebastián.  Mariner Bigorra, “La actitud vital de Horacio a la luz del existencialismo”, Estudios de Filología Latina en honor de la profesora Carmen  Villanueva Rico, Granada 1983, pp. 97 – 115.”

 

Han pasado los años, pero puedo dar fe de que ambos autores, a los que sigo apreciando  mucho, saben  muy bien de qué hablaban.

 

Sobre el paso del tiempo como tópico literario. De Jorge Manrique a Quevedo.

 

A otro lector le parece  muy aprovechable la neta distinción que Horacio hace entre cómo afecta el paso del tiempo a la naturaleza y cómo les afecta a los humanos. Y me anima a profundizar en su expresión literaria. Vamos a ello.

Ya vimos que Horacio, después de haberlo hecho Catulo en su poema V, deja las cosas muy claras en su Oda IV, 7, vv. 13 – 16:

 

“Rápidas las lunas reparan sus menguas en el cielo, nosotros, sin embargo,  cuando descendemos allí donde mora el padre Eneas, donde el rico Tulo y Anco, somos ya polvo y sombra”. [3]

En la Naturaleza el paso del tiempo no es otra cosa que  el eterno retorno de las estaciones. Todo nace, muere y resucita para volver a nacer, morir y resucitar en un proceso que, hoy por hoy, no tiene fin. Sin embargo en la vida humana no hay eterno retorno que valga; todo desemboca en el final fatal y definitivo de la muerte individual. Veamos en la poesía española, dos  ejemplos de esta tradición literaria. El del esperanzado Jorge Manrique, y el del desgarrado Quevedo.

 

 Jorge Manrique.

 

Empecemos por Jorge Manrique. Las coplas a la muerte de su padre son un autentico tratado del arte de bien vivir como sabia preparación para bien morir.

Se supone que Jorge Manrique nació hacia 1440 en Paredes de Nava (Palencia) en el seno de una familia perteneciente a un viejo linaje castellano. Fue su padre Maestre de la Orden de Santiago, peleó contra los moros, contra don Álvaro de Luna y contra Enrique IV. Nuestro poeta, guerrero como su padre, luchó en la guerra civil castellana a favor de Isabel la Católica y combatiendo en ella murió a los 39 años. Era el 24 de abril de 1479.

Escribió 49 poemas de poesía cortesana de los que los mejores son poemas de amor en los que utiliza con maestría los recursos literarios de moda en la época. Pero su obra maestra y uno de los más bellos y sabios poemas de la poesía en lengua española son las Coplas a la muerte de su padre. Con la disculpa de expresar su dolor por la muerte de su padre, Jorge Manrique nos hace una profunda reflexión sobre el sentido de la vida y de la muerte. En esa reflexión nos enseña a vivir y a morir de acuerdo con lo aconsejado por la mejor tradición clásica y cristiana occidental.

Comentario a las coplas manriqueñas.

Es un poema muy elaborado de 40 estrofas, dividido en tres partes, cada una de las cuales consta a su vez de dos apartados:

I.-Prólogo (1ª – 4ª).

 

I.1.- Planteamiento del tema (1ª – 3ª).

 

1ª Copla. Exhortación a reflexionar sobre la brevedad de la vida y lo rápida y callada que llega la muerte.

2ª Copla. Si recordamos  lo que nos ha sucedido en el pasado, sabremos con certeza que en el futuro nos va a pasar lo mismo.

3ª Copla. Igual que los ríos, los grandes y los pequeños, van a terminar en el mar, así nuestras vidas, las de los pobres y las de los ricos, van a acabar todas en la muerte, que, como hace el mar con los ríos, los iguala a todos.

 

I.2.- Invocación (4ª).

 

4ª Copla. No imita a los antiguos que, al comenzar su obra, pedían ayuda o se hacían portavoces de las falsas divinidades paganas (“Canta, Oh Musa, la cólera de Aquiles…”), invoca a Cristo, Dios y Hombre verdadero.

Ambiente Humanista, barruntos del Renacimiento. El tema de esta estrofa introduce el tema de la parte siguiente.

 

II.- Reflexión moral (5ª - 24ª).

 

II.1.- La debilidad de la vida y la fuerza de la muerte (5ª – 14ª).

 

5ª Copla. El mundo presente, provisional, es camino hacia el mundo futuro, definitivo.

6ª Copla. El mundo presente es medio para ganar la gloria y felicidad definitivas del mundo futuro.

7ª Copla. No ponemos tanta diligencia en mejorar el alma como pondríamos, si pudiéramos, en mejorar la cara, que es sólo su espejo.

8ª Copla. El escaso valor de las cosas materiales tras las que afanosamente corremos.

9 ª Copla. La fragilidad de la belleza corporal.

10 ª Copla. La fragilidad de la nobleza de sangre.

11ª Copla. 12ª Copla. La fragilidad de los bienes de fortuna.

13ª Copla. La trampa de los placeres terrenales.

14ª Copla. Esto es lo que nos enseña la historia de los grandes de este mundo. Ambiente Humanista, barruntos del Renacimiento. El tema de esta estrofa introduce el tema de la parte siguiente.

 

II.2.- Ejemplos (Vbi sunt?) (15ª - 24 ª).

Ejemplos de hechos concretos y vividos que demuestran las verdades afirmadas en la reflexión moral teórica anterior.

 

15ª Copla. Para demostrar lo dicho, no vamos a acudir a la Antigüedad (troyanos y romanos), Vamos a ir al ayer, a nuestro ayer mismo.

16ª Copla. ¿Qué queda del rey Juan II y de su corte?

17ª Copla. ¿Y de aquellas damas y de sus amoríos?

18ª Copla. 19ª Copla. ¿Y de Enrique IV y del lujo de su corte?

20ª Copla. ¿Y del Infante don Alfonso?

21ª Copla. ¿Y de don Álvaro de Luna?

22ª Copla. ¿Y de don Juan Pacheco y don Pedro Girón?

23ª Copla. ¿Y de los nobles en general?

24ª Copla. ¿Y de la gloria militar en general? Las estrofas 23ª y 24ª son nexos de transición con el tema del apartado siguiente.

 

III.- Elogio del difunto (25ª - 40ª).

 

III.1.- Elogio de la vida de su padre muerto (25ª - 32ª).

 

25ª Copla. Presentación del personaje y aclaración de que su elogio es innecesario por ser sus virtudes de todos conocidas.

26ª Copla. Elogio admirativo general

27ª Copla. 28ª Copla. Las cualidades de los emperadores romanos son atribuidas al personaje. Ambiente Humanista, barruntos del Renacimiento.

29ª Copla. Cómo ganó su bien pasar, que grandes riquezas no dejó.

30ª Copla. Su comportamiento en tiempos de mala fortuna.

31ª Copla. El cargo de Maestre de Santiago coronó la labor de toda su vida. Se sirvió a sí mismo sirviendo a su rey en Portugal y en Castilla.

 

III.2.- Elogio de su muerte  (33ª - 40ª).

 

33ª Copla. Presentación del pequeño auto sacramental al que vamos a asistir. Nexo con lo anterior. Momento de la entrada en escena de la Muerte. 

34ª Copla.  Primera parte del nudo: Intervención de la muerte. 1ª parte: “Comportaos, caballero, en el momento de la muerte como lo habéis hecho en los de la vida”.

35ª Copla. Primera parte del nudo: Intervención de la muerte. 2ª parte: Las dos vidas imperfectas.

36ª Copla. Primera parte del nudo: Intervención de la muerte. 3ª parte: La única vida perfecta y la manera de llegar a ella.

37ª Copla. Primera parte del nudo: Intervención de la muerte. 4ª parte: “Habéis puesto los medios, llegaréis a la vida perfecta”.

38ª Copla. Segunda parte del nudo: Intervención del Maestre de Santiago. Primera parte: Resignación ante la muerte llegada por voluntad divina.

39ª Copla. Segunda parte del nudo: Intervención del Maestre de Santiago. Segunda parte. Oración preluterana a Cristo confiando exclusivamente en su clemencia.

40ª Copla. Desenlace. Vuelta a la realidad histórica objetiva. Muerte envidiable del personaje. Alivio del dolor producido por su muerte es el consuelo de su estimulador recuerdo.

 

El poema de Jorge Manrique, con toda razón muy famoso y celebrado, es un auténtico discurso moral muy bien construido sobre  el socorrido tema ascético del buen vivir como preparación para el bien morir en el que el autor, después de una exposición teórica muy bien desarrollada y argumentada, propone como modelo la vida y muerte  de su propio padre.

Jorge Manrique se comporta como un auténtico humanista cristiano haciendo una acertada síntesis de la tradición clásica (el desolador paso del tiempo, la muerte como voraz devoradora de todo lo bello, agradable y placentero—¿qué otra cosa es el “ubi sunt”?—, la brevedad de la vida, la caducidad del buen vivir, la radical fragilidad de todo lo humano, la necesidad de aprovechar la vida, el orgullo de la vida bien hecha) y de la tradición cristiana (la vida temporal como preparación para la vida eterna, la providencia divina cómo última explicación del sentido de la vida y de la muerte, la misericordia de Dios como última razón de la esperanza humana).

 Jorge Manrique, muerto a comienzos del último cuarto del s. XV, se adelanta mucho a su tiempo poniendo de manifiesto, v. g.,  el valor de la vida laica y secular como auténtico servicio a Dios, la suprema calidad de la religión  interior, moral, que no ritualista;  y poniendo en boca de su padre una oración de aceptación de la muerte, basada en una plena y razonada confianza en Dios, que habría subscrito el mejor Lutero en los más luminosos  días de su Reforma. Hay en las coplas de Jorge Manrique mucho de lo que luego va a ser el mejor erasmismo, la mejor herencia de una muy profunda reforma del cristianismo que no pudo ser en el siglo XVI y que seguimos deseando en el s. XXI.

Antología manriqueña.

Revise el lector el comienzo de este magno poema didáctico y dígame si no llevo razón en lo que de él he dicho.

 

“Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo después, de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Y pues vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
por tal manera.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros, medianos
y más chicos,
allegados son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores.
A Aquel solo me encomiendo,
Aquel solo invoco yo,
de verdad,
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nascemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.

Este mundo bueno fue
si bien usáremos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.
Y aun el hijo de Dios,
para subirnos al cielo,
descendió
a nacer acá entre nos
y vivir en este suelo
do murió.

Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos,
las perdemos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.

Decidme, la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color y la blancura
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.

 

Quevedo.

 

Sigamos con Quevedo. Quevedo comparte con Cervantes, y más de una vez lo supera, el ser la cima de la mejor literatura escrita en español. Los dos son profundos conocedores de las honduras de eso que ahora se niega que exista, pero que es lo que nos constituye como personas, el alma humana o a secas, el alma.

Cervantes, sin dejar de bajar hasta lo más hondo de lo más humano, es más comedido y cordial, más equilibrado y clásico, en definitiva, renacentista. Quevedo es el desgarro, el expresionismo vigoroso, es el mejor barroco. Y lo mejor de Quevedo está en su más pura vena existencial en su obsesiva meditación del continuo vivir muriéndonos. Como los clásicos pensaba que el paso del tiempo es ir dejando la vida a la vez que ir inexorablemente caminando hacia la muerte. Conviene no olvidar que Quevedo vivió una apasionante vida, describió como nadie el amor, e inteligentemente estuvo a la altura del tiempo que le tocó vivir. Pero, porque conoció bien la vida, no dejó que le engañaran r las puras apariencias. Fue a lo fundamental y lo describió como nadie.

Le propongo al lector algunos claros ejemplos.

1.- Para empezar, una magistral descripción de cómo nos va conformando el correr del tiempo que llamamos vivir:

“Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió.

 

"¡Ah de la vida..!"… ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido,
las Horas mi locura las esconde.


¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.


Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.


En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.”

2.- Para seguir, minuto que pasa es un golpe de pico más de los que van excavando nuestra tumba.

“Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer, salteada de la muerte.”

 

¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!


Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.


Ya no es ayer, mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.


Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.”

3.- No se le olvida a Quevedo recordarnos la estupidez de entregarnos en cuerpo y alma a perseguir  nuestros dos mayores sueños, la fama y la riqueza.

“Repite la fragilidad de la vida, y señala sus engaños y sus enemigos.

¿Qué otra cosa es verdad, sino pobreza
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embustes de la vida humana,
desde la cuna, son honra y riqueza.


El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,
en horas fugitivas la devana;
y, en errado anhelar, siempre tirana,
la Fortuna fatiga su flaqueza.


Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su proprio alimento combatida.


¡Oh, cuánto, inadvertido, el hombre yerra:
que en tierra teme que caerá la vida,
y no ve que, en viviendo, cayó en tierra!”

4.- Para terminar, una objetiva descripción de lo nada que es la vida.

“Descuido del divertido vivir a quien la muerte llega impensada.

Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.


Nada que, siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues, de la vanidad mal persuadida,
anhela duración, tierra animada.


Llevada de engañoso pensamiento
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento.


Como el que, divertido, el mar navega,
y, sin moverse, vuela con el viento,
y antes que piense en acercarse, llega.

           El “carpe diem” y el “collige, uirgo, rosas” sabiamente mezclados  en dos geniales sonetos castellanos de Garcilaso y Góngora. Lope de Vega se pasa con armas y bagajes al Barroco más estremecedor. Dámaso Alonso protesta porque la belleza y la juventud tengan este desastroso final.

Tanto en Catulo como en Horacio, los temas del “carpe” diem y del “collige, uirgo, rosas” van íntimamente unidos y lo mismo ocurre en la tradición literaria posterior. Hay que aprovechar la vida antes de que el paso del tiempo vaya ajándola y consumiéndola. Pasemos a algunos ejemplos, obras maestras de la literatura española.

 Empezamos por Garcilaso de la Vega:

Garcilaso.

«En tanto que de rosa y d'azucena…”

«En tanto que de rosa y d'azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que'l cabello, que'n la vena

del oro s'escogió, con vuelo presto

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto antes que'l tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado

todo lo mudará la edad ligera

por no hacer mudanza en su costumbre»

Góngora.

Los temas del “carpe” diem y del “collige, uirgo, rosas”, vistos a la luz del estremecedor texto de Job 14,1-3, y reelaborados por Góngora,  nos dan un soneto genial, émulo del transcrito de Garcilaso, pero escrito  cuando el optimismo del Renacimiento se había convertido en el hondo pesimismo del Barroco:

 

«Mientras por competir por tu cabello…”

«Mientras por competir con tu cabello

oro bruñido al sol relumbra en vano;

mientras con menosprecio en medio el llano

mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,

siguen más ojos que al clavel temprano,

y mientras triunfa con desdén lozano

del luciente cristal tu gentil cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente,

antes que lo que fue en tu edad dorada

oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o viola troncada

se vuelva, más tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.»

Lope de Vega.

“Esta cabeza, cuando viva, tuvo…”

Leamos este estremecedor soneto de Lope de Vega en el que el poeta, desde el irreparable destrozo causado por la muerte, recrea la belleza, la juventud y la vida destrozadas y reducidas al más lamentable estado.

 

 “A una calavera de mujer

Esta cabeza, cuando viva, tuvo
sobre la arquitectura de estos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos, de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo;
aquí la estimativa, en quien tenía
el principio de todo movimiento;
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!
En donde tanta presunción vivía
desprecian los gusanos aposento.”
 

Dámaso Alonso.

Dámaso Alonso, protestando indignado por la fragilidad de la belleza y de la juventud, escribe esta hermosa “Oración por la belleza de una muchacha”.

 

“Tú le diste esa ardiente simetría…”

 “Tú le diste esa ardiente simetría
de los labios, con brasa de tu hondura,
y en dos enormes cauces de negrura,
simas de infinitud, luz de tu día;

esos bultos de nieve, que bullía
al soliviar del lino la tersura,
y, prodigios de exacta arquitectura,
dos columnas que cantan tu armonía.

Ay, tú, Señor, le diste esa ladera
que en un álabe dulce se derrama,
miel secreta en el humo entredorado.

¿A qué tu poderosa mano espera?
Mortal belleza eternidad reclama.
¡Dale la eternidad que le has negado!”

 

Tradición literaria de protesta por la insensibilidad de la Naturaleza, escenario mudo  de la tragedia humana. Juan Ramón Jiménez y Agustín de Foxá.

Hay una tradición literaria  que protesta de la insensibilidad de la Naturaleza ante la tragedia humana de la que ella, vistiendo todas sus galas, es espléndido escenario:

Juan Ramón Jiménez.

Empecemos por un sentido poema de Juan Ramón Jiménez:

 

El viaje definitivo 

“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; 
y se quedará mi huerto con su verde árbol, 
y con su pozo blanco. 

Todas las tardes el cielo será azul y plácido; 
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario. 

Se morirán aquellos que me amaron; 
y el pueblo se hará nuevo cada año; 
y en el rincón de aquel mi huerto florido y encalado, 
mi espíritu errará, nostálgico. 

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol 
verde, sin pozo blanco, 
sin cielo azul y plácido... 
Y se quedarán los pájaros cantando.”

 

Agustín de Foxá.

Sigamos con otro magnífico del injustamente olvidado Agustín de Foxá: 

 

Melancolía de desaparecer

“Y pensar que después que yo me muera,

aún surgirán mañanas luminosas,

que bajo un cielo azul, la primavera,

indiferente a mi mansión postrera,

encarnará en la seda de las rosas.

 

Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,

sobre mis huesos danzará la vida,

y que habrá nuevos cielos de escarlata,

bañados por la luz del sol poniente

y noches llenas de esa luz de plata,

que inundaban mi vieja serenata,

cuando aún cantaba Dios, bajo mi frente.

 

Y pensar que no puedo en mi egoísmo

llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja;

que he de marchar yo solo hacia el abismo,

y que la luna brillará lo mismo

y ya no la veré desde mi caja.”
 

El caso de Antonio Machado.  “Abril florecía..”, “A un olmo seco”, “Palacio, buen amigo,..”

En uno de los primeros artículos de esta Guía Sentimental titulado “En Manjarrés, con Antonio Machado” [4]  estudie el poema XXXVIII de las  Soledades machadianas, “Abril florecía frente a mi ventana…” Leído a la luz de Horacio, Odas IV, 7  es un ejemplo meridianamente claro del brutal contraste entre el esplendoroso eterno retorno de la primavera y la sucesiva fatal y definitiva desaparición de las dos hermanas que el poeta, observador atento, ve como un claro antecedente de la suya propia. Es decir, la absoluta insensibilidad de la Naturaleza ante la tragedia humana de la que es un espléndido escenario.

Recordemos, por ejemplo, la segunda parte:

“Una clara tarde

la mayor lloraba,

entre los jazmines

y las rosas blancas,

y ante el blanco lino

que su rueca hilaba.

— ¿Qué tienes —le dije—

silenciosa pálida?

Señaló el vestido

que empezó la hermana.

En la negra túnica

la aguja brillaba;

sobre el velo blanco,

el dedal de plata.

Señaló a la tarde

de abril que soñaba,

mientras que se oía

tañer de campanas.

Y en la clara tarde

me enseñó sus lágrimas…

Abril florecía

frente a mi ventana.”

 

Pero Machado tuvo alguna vez  la esperanza de que ese renacer de la Naturaleza fuese el símbolo, la profecía de lo que a los humanos nos esperaba más allá del dolor y de la muerte.

Es bellísimo el poema  “A un olmo seco” escrito cuando a Machado le quedaba aún alguna esperanza de que Leonor venciese su tuberculosis. El interior del viejo olmo simboliza los destrozados pulmones de su muy querida esposa.

 

 

 

Pero el milagro no se produjo. Leonor murió. Machado, desesperado, recogió la última esperanza de una “primavera humana” en uno de los más bellos poemas de amor escritos en español. Esos cuatro versos finales ¡cuánto dicen de esa imposible “primavera humana”!

 

  “Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!…
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entre las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
 
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra…”

 

Conclusión.

Leyendo a Juana de Ibarbourou. “Vida – garfio”.

 

La esperanza es lo último que se pierde. Aquí va el poema de un sueño imposible, pero deseado con toda el alma.

                  “Vida – garfio” de Juana de Ibarbourou.


“Amante: no me lleves, si muero al camposanto
A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
alboroto divino de alguna pajarera
o junto a la encantada charla de alguna fuente.

A flor de tierra, amante. Casi sobre la tierra,
donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos,
alargados en tallos, suban a ver de nuevo
la lámpara salvaje de los ocasos rojos.

A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea
más breve. Yo presiento
la lucha de mi carne por volver hacia arriba,
por sentir en sus átomos la frescura del viento.

Yo se que acaso nunca allá abajo mis manos
podrán estarse quietas.
Que siempre como topos arañarán la tierra
en medio de las sombras estrujadas y prietas.

Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen
en la greda amarilla de mis huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las raíces vivas
Yo subiré a mirarte en los lirios morados.”

  

 

 

NOTAS

 

[1] Ahora a la participación  la llaman interacción. Todo debe ser interactivo. Todo hijo de vecino se siente con derecho a meter sus narices en todo y mucho más, en algo que por naturaleza le es absolutamente ajeno.

 

[2] Ahora nuevamente publicado en http://dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=2... - -1k –

[3] Traducción de Vicente Cristóbal López con correcciones.

 

[4] Antonino M. Pérez Rodríguez, En Manjarrés, con Antonio Machado, Biblioteca Gonzalo de Berceo, vallenajerilla.com.

 

 

 

El Duero junto a la ermita de San Saturio

 
 
 

 

De nuevo el literario vivir desviviéndose

Antonino M. Pérez Rodríguez
C
atedrático del IES Lope de Vega de Madrid