Ermita románica de Santa Catalina en Mansilla (La Rioja) junto al pantano bajo cuyas aguas descansa el antiguo enclave mansillano.

 
 

 

Resumen

       Este artículo comenta la presencia de microestructuras relacionadas con la temática de la muerte y con el estilo elegiaco en dos obras, probablemente contemporáneas y surgidas de un contexto cultural semejante, el de la corte de Castilla en el primer tercio del siglo XIII: la Crónica latina de los reyes de Castilla, atribuida a Juan de Osuna, y el Libro de Alexandre, anónimo.

Palabras clave : “Crónica latina de los reyes de Castilla”, “Libro de Alexandre”,Muerte,Corte,Recepción

 

Abstract

       This article is concerned with the presence of micro-structures related to the theme of death and an elegiac style in two probably contemporary works, deriving from a similar cultural context: that of the Castilian court of the first third of the 13th century. These work are the Crónica latina de los reyes de Castilla, attributed to Juan de Osuna, and the anonymous Libro de Alexandre.

Key Works: “Crónica latina de los reyes de Castilla”, “Libro de Alexandre”, Recepción, Death, Court, Reception

 

 

 

La muerte del rey: pretexto de escritura

La materia de la muerte del rey posee una retórica propia y se justifica en una práctica estilística, expresándose en enunciados literarios que articulan una serie de nociones modélicas y visiones del mundo.1 En estas consideraciones globales asentaré estas páginas, en las que comentaré algunos aspectos relativos a la representación de la muerte del rey, a partir de dos textos compuestos en la primera mitad del siglo XIII:2 la Chronica latina regum Castellae y el Libro de Alexandre, obra de Juan de Osma el primero, anónimo el segundo.

La CLRC pertenece a la categoría de obras historiográficas, el Alexandre es una obra poética; la crónica está escrita en latín, el poema en romance. En un principio, y para lo que me interesa aquí, semejantes distinciones formales o lingüísticas no tienen pertinencia. Sí la tiene, por el contrario, el que todos estos textos tengan al menos una característica común: el ser libros de reyes. Al servirme de esta fórmula me refiero voluntariamente al subtexto bíblico, en donde los 'libros de los reyes' se fundamentan en la descendencia y el linaje de David. Estos dos libros de reyes castellanos quizás participaron, en menor o mayor medida, en la construcción de una escritura especializada en la narración de la muerte de los reyes, y en la elaboración de una serie de microestructuras que funcionaron tanto en textos latinos como romances, historiográficos como poéticos, en esa primera mitad del XIII.

 

Escritura historiográfica

Las crónicas medievales materializaron el compromiso cristiano de los monarcas de la Península, al tiempo que cumplieron una función memorial.3 Estos libros de reyes en prosa, de naturaleza abiertamente ideológico-cultural, están construidos en torno a una serie de episodios centrales, de cimas narrativas, destinadas precisamente a relatar la muerte del rey. El poder monár-

quico a fines del siglo xii y principios del XIII debió de echar raíces en la escritura del deceso del monarca; esta escritura, si bien se pretendía fundamentalmente histórica, se hallaba muy cerca de lo ficcional, por diversas razones: una de ellas, quizá la más evidente, es la presencia de elementos semi-maravillosos en el relato de la muerte de los reyes. Otra, entre muchas, la búsqueda de un imposible suspense.

En la CLRCencontramos cinco episodios en que se narran muertes vinculadas a la figura del soberano. En el somero análisis que sigue modificaré el orden de presentación de estas muertes reales, que cronológicamente son las de 1) Sancho III de Castilla; 2) el infante Fernando, hijo de Alfonso VIII (a su vez hijo de Sancho); 3) el rey Alfonso VIII de Castilla; 4) su esposa Leonor; 5) el rey Enrique i, último hijo varón de Alfonso VIII. Comenzaré por la muerte de Sancho III, acaecida en 1158, que recibe el siguiente tratamiento en la CLRC:

Idem rex Sancius ardua quedam et mirabilia aggressus est in principio regni sui; itaque omnes qui nouerant eum sperabant per ea, que ante gesserat, et per ea, que de nouo agrediebatur, quod futurus esset rex uirtuosus. Sed Altissimus, qui cuncta disponit, uno anno port mortem patris ipsius uitam finiuit, et sepultus est iuxtapatrem suum in ecclesia Tolletana.

El rey Sancho emprendió al comienzo de su reinado ciertas empresas arduas y admirables, y, por ello, todos los que le conocían esperaban, por lo que antes había llevado a cabo y por lo que de nuevo emprendía, que sería un buen rey. Pero el Altísimo, que dispone todas las cosas, al año siguiente de la muerte de su padre, acabó con su vida y fue sepultado junto a su padre en la iglesia toledana. (Charlo Brea 1984, 9; traducción 1999, 34)

Esta brevísima relación de la muerte de Sancho merece algunos comentarios. Digna de resaltar es la concisión de la información, al igual que el apunte moralizador del autor, quien declara la omnipotencia del poder divino frente al cual ni siquiera los soberanos pueden resistir. De interés es igualmente el hecho de que, habiendo sido el reinado de Sancho tan breve, su descendiente, Alfonso VIII, aparece en el texto prácticamente como heredero directo de Alfonso VII, el Emperador, y por tanto como aquel que materializará las esperanzas del linaje de Castilla.4

También breve es la relación de la muerte de Enrique i, en 1217:

Cum rex Henricus luderet in Palencia more solito cum pueris nobilibus, qui eum sequebantur, proiecit unus eorum lapidem, et ipsum regem in capite grauiter uulnerauit. Ex quo quidem uulnere rex idem infra paucos dies uite terminum dedit, cuius corpus extrahentes de Palencia comes Aluarus et sui posuerunt ipsum in quadam turre, in castro quod dicitur Tariego. Sic igitur mortuus est rex Henricus ante annos pubertatis, anno regni sui tercio nondum completo, in mense iunii.

Jugando el rey Enrique en Palencia según su costumbre con los niños nobles que le seguían, uno de ellos arrojó una piedra e hirió gravemente al rey en su cabeza, y de esta herida murió el rey a los pocos días. El conde Álvaro y los suyos sacaron su cuerpo de Palencia y lo colocaron en una torre del castillo de Tariego. Así murió el rey Enrique, antes de los años de la pubertad, en el tercero todavía no completo de su reinado, en el mes de junio. (Charlo Brea 1984, 51; traducción, 1999, 66)

Tiene en común este relato con el de la muerte de Sancho III su carácter fundamentalmente informativo; no hay en él más que lo justo, predomina la información antes que la recreación. Tan concreto es el texto que nada se dice acerca de lo sucedido al joven homicida. En estas historias de reyes muertos jóvenes, o de niños reyes muertos, el autor de la CLRC zanja rápidamente su materia fúnebre. Pero no creo que haya sido la brevedad de la vida de Sancho o Enrique lo que haya provocado la brevedad del texto. Comparemos con la larga narración de la muerte de Fernando, hijo de Alfonso VIII muerto en 1211 a los ventiún años de edad:

Ferrandus, filius regis, flos iuuenum, decus regni, patris dextera, uite sue correptus acuta febre in Madrit terminum dedit.

Emarcuit cor regis, obstupuerunt principes eius et nobiles terre, populi ciuitatum extabuerunt, sapientes exterriti sunt animadvertentes quod ira Dei et indignatio decreuerat terram ponere desolatam. Nusquam luctus aberat, seniores consperserunt capita sua cinere, induti vT/ sunt omnes saccis et cilicio, uirgines omnes scalide, facies terre penitus inmutata est. Nobilissima regina Alienor, audita morte filii, mori cum eo uoluit, et intrauit lectum, in quo iacebat filius et, supponens os ori et manus manibus complicans, nitebatur uel eum uiuificare uel cum eo mori. Sicut asserunt qui uiderunt, nunquam dolor illi similis uisus fuit. Exclamare libet cum populo: O altitudo diuiciarum sapientie et sciencie Dei ! quam incomprehensibilia sunt iudicia eius et inuestigabiles uie ipsius. Profunde nimis facte sunt cogitationes eius, et nos insensati non intelligimus.

[...] Sepulto namque predicto filio regis in monasterio regali, quodest iuxta Burgissitum, per manum archiepiscopi Toletani, presente regina domina Berengaria et lamentatibus cunctis qui erant in Castella — rex namque gloriosus et uxor eius et donus Didacus remanserunt ultra serram — reuersus est archiepiscopus et regina domina Berengaria ad regem, quem inuenerunt apud Guadalfaiaram.

Fernando, hijo del rey, flor de la juventud, gloria del reino y mano derecha de su padre, corroído por una aguda fiebre, murió en Madrid. Se desmoralizó el corazón del rey, los príncipes y nobles de la tierra se quedaron atónitos, enmudecieron los plebeyos de las ciudades y se aterrorizaron los sabios, considerando que la ira y la indignación de Dios había decretado asolar la tierra. En ningún lugar cesaron los llantos, los más viejos rociaron sus cabezas con cenizas, todos se vistieron de saco y cilicio, las vírgenes todas ayunaron y la faz de la tierra casi cambió profundamente.

La nobilísima reina Leonor, al conocer la muerte de su hijo, deseó morir con él y, entrando en el lecho en que su hijo yacía, puso su boca sobre la de él, y juntando las manos con las manos se esforzaba en vivificarlo o en morir junto a él. Como afirman los que lo vieron nunca fue visto un dolor semejante a aquél. Se puede exclamar con el pueblo: «¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¡Qué profundos sus designios!» Y nosotros, insensatos, no lo entendimos.

[...] Sepultado el hijo del rey en el monasterio real que está situado junto a Burgos por el arzobispo toledano en presencia de la reina doña Berenguela y lamentándose todos los que estaban en Castilla —pues el rey glorioso y su esposa y don Diego permanecieron en la Trasierra—, el arzobispo y la reina doña Berenguela volvieron al lado del rey, al que encontraron junto a Guadalajara. (Charlo Brea 1984, 51; traducción, 1999, 47-48)

Mucho se puede decir de este fragmento de la CLRC, sin tener que detenernos en el anacronismo consistente en dar a Berenguela el título de reina. En primer lugar, salta a la vista el carácter moralizador del pasaje, moralización subrayada por la utilización masiva de fórmulas y frases bíblicas. La muerte del hijo de Alfonso se debe, explícitamente para el autor, a la indignación de Dios.5 Nos encontramos también aquí con algunos de los elementos regulares de la representación de la muerte de los monarcas, es decir los ritos de muerte, sobre los cuales no me detendré.6 Prevalece en el texto la escritura del dolor y del llanto del pueblo, un dolor representado para el pueblo y por el pueblo, por príncipes y nobles, ciudadanos y sabios. La división social no es funcional, pero sí es pertinente, ya que la muerte del heredero apela a la respuesta de todos los vasallos.

La muerte de Sancho, heredero de Alfonso VII, no había despertado tales preocupaciones seudosociales en el autor de la CLRC (claro que la contemporaneidad de los hechos hubo de desempeñar un papel en la diferente forma de escribir la muerte de uno y otro príncipe). Por otra parte, este texto me lleva a entender que su recepción no pudo hacerse únicamente en la corte. No pudo este relato ser sólo escrito para la biblioteca real. La representación de la muerte del rey, o de su heredero en este caso, hubo de tener una función política y de gobierno. Para acentuar esa función social de la muerte del rey, esa uniformidad de reacción solicitada desde los órganos del poder, la escritura no dudó en servirse de formas privadas de dolor que expuso a la conmiseración de los oyentes. Véase la muy emocionante descripción del dolor inmenso de la madre del joven, construida cuidadosamente, y destinada a «qui uiderunt», a quienes la vieron, a quienes vieron petrificarse en el llanto y los gestos de desconsuelo a la reina Leonor. El autor de la CLRC parece sentirse a gusto en la práctica de la elegía, pues retoma la información que sigue como a regañadientes, pasando con rapidez por el episodio de sepultura en las Huelgas de Burgos, y precipitándose en el anuncio del gozo por venir, es decir la futura victoria de las Navas de Tolosa. Recreación elegiaca y emoción priman, pues, en este texto.

Llegamos ahora a la muerte de Alfonso VIII, a la que la CLRC dedica todo un capítulo. Un mes o tres semanas después de Alfonso murió su esposa Leonor: la representación de la muerte real es, pues, doble en la crónica que nos ocupa. El texto, muy largo, narra así los acontecimientos:

Gloriosus autem et nobilis rex Castelle circaprincipium mensis septembris exiuit Burgis et cepit proficisci uersus Extremaduram. Proposuerat siquidem habere colloquium cum rege Portugalie, genero suo, in partibus Placentinis. Igitur cum esset apud Valem Oleti, uenit nuncius ex insperato, qui nunciauit ei mortem nobilissimi et fidelissimi uasalli sui domini Didaci, de cuius morte doluit inconsolabiter; diligebat siquidem eum et in eo super omnes uiuentes confidebat; et cum iam cerneret sibi mortis periculum imminere, qui iam ualde debilis erat et senectute confectus et laboribus multis et doloribus actritus, proposuerat reg-num et filium impuberem et uxorem et filias fidei predicti vassalli nobilis et fidelis commictere, et omnia in manu eius et potestate dimictere, certam gerens fiduciam quod ipse cuncta fideliter ministraret et omnia debita eius, quibus multis obligatus tenebatur, soluere festinaret. Tanta igitur spe, et in mortis articulo constitutus, frustratus rex gloriosus doluit ultra modum.

Paucis diebus antea audierat mortuum esse Petrum Fernandi Castellanum in partibus de Marrocos, quem velud inimicum capitalem rex nobilis persequebatur. Sic igitur leta tristibus et tristia letis alternatim succedunt, ut nemo gloriari possit, dum est in uita presenti, se felicem esse.

Resunto autem spiritu, rex gloriosis processit in antea et, cum peruenisset ad quandam aldeam inter Areualo et Auilam, quedicitur <Gutierrius Munionis>, cepitpaulatim deficere et circa mediam noctem, paucis de familiaribus suis sibi assistentibus, ingresus est uiam uniuerse carnis. Nobilis siquidem uxor eius tunc laborabat quartana. Noctem illam tenebrosus turbo possideat, non illustrent eam sidera celi, que causa fuit tanto sole mundum priuare. Flos regni fuit, decus mundi, omni morum probitate conspicuus, iustus, prudens, strenuus, largus, ex nulla parte maculam in gloria sua possuit. Obiit autem octaua die post festum Sancti Michaelis. Dominus Didacus obierat circa festum Exaltationis Sancte Crucis. Causam doloris perpetui, quamdiu mundus iste durauerit, habet Castella, uno et eodem tempore tanto domino et rege tantoque quiro et tam famoso uasallo ipsius orbata.

Maturant qui cum rege erant ipsa tempestate, scilicet uxor regis et filia, archiepiscopus Toletanus et episcopus Palentinus et alii nobiles corpus iam uita priuatum deferre ad monasterium regale, quod idem rex de nouo construxeratpropiis sumptibus iuxta Burgis. Concurrunt undique populi ciuitatum et nobiles, audita morte tanti domini, et uidentes se desolatos tanto rege uersi sunt in stuporem, intra se pre angustia spiritus gementes. Omnes mulieres sumpsere lamenta, uiri consperserunt puluere capita accinti ciliciis, induti saccis. Omnis gloria Castelle subito et velud in ictu occuli inmutata est. Igitur gloriosi regis corpore magnifice et honorifice tradito sepulture, nobilis uxor eius, regina domina Alienor, tanti uiri solatio destituta, pre dolore et angustia spiritus mortem habens in desiderio, incidit continuo in lectum egritudinis, et in uigilia Omnium Sancto-rum, circa mediam noctem, secuta uirum, diem clausit extremum. Sepulta est autem iuxta regem in monasterio memorato. Quos una mens iunxerat et morum nobilitas decorauerat, idem locus sepulture conseruat.

El rey, glorioso y noble, de Castilla, alrededor del comienzo del mes de septiembre, salió de Burgos camino de Extremadura, pues había determinado mantener una conversación con el rey de Portugal, su yerno, en tierras de Plasencia. Pero, cuando estaba en Valladolid, se presentó inesperadamente un mensajero que le comunicó la muerte de su muy noble y fiel vasallo don Diego, de cuya muerte se dolió inconsolablemente, pues lo amaba y confiaba en él más que en cualquier otra persona. Como creía que su muerte estaba próxima, puesto que ya estaba bastante débil, aquejado de vejez y gastado por muchos trabajos y dolores, había determinado encomendar el reino, su hijo impúber, su mujer y sus hijas a la fidelidad de dicho noble y fiel vasallo, y dejar todo en sus manos y potestad, en la plena confianza de que él administraría todo con fidelidad y se apresuraría a solucionar todos los problemas, pues se sentía deudor de muchos. Frustrado así en tan gran esperanza y sintiéndose en trance de morir, el rey glorioso se dolió sobremanera. Pocos días antes habia muerto Pedro Fernández, el Castellano, en tierras de Marruecos, al cual como enemigo capital el rey noble perseguía. Así pues, se pasa de la pena a la alegría, y viceversa, para que nadie pueda gloriarse, mientras esté en la vida presente, de ser feliz.

Recobrado el ánimo, el rey glorioso siguió hacia adelante, pero al llegar a cierta aldea entre Arévalo y Avila, que se llama Gutierre Múñoz, comenzó a desfallecer poco a poco, y cerca de la media noche, con la asistencia de pocos de sus familiares, ingresó en el camino de la carne universal. Su noble esposa adolecía entonces de cuartana. ¡Que una vorágine tenebrosa se adueñe de aquella noche! ¡Que los astros del cielo no la iluminen, ya que se atrevió a privar al mundo de sol tan grande! Fue flor del reino, honra del mundo, notable por su bondad de costumbres, justo, prudente, valeroso, espléndido; no manchó su gloria por razón alguna. Murió en el octavo día de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Castilla, privada a un mismo tiempo de tan gran señor y rey y de tan gran hombre y vasallo suyo, tiene causa de dolor perpetuo hasta que perdure este mundo.

Los que con el rey estaban en ese momento, a saber, su esposa e hija, el arzobispo toledano y el obispo palentino y otros nobles, se apresuran en llevar el cuerpo, ya privado de vida, al monasterio real, que el mismo rey había construido de nuevo, a sus expensas, junto a Burgos. Al conocer la muerte de tan gran señor, concurren de todas partes hombres de ciudades y nobles, que, considerando que se quedaban privados de tan gran rey, caen en estupor y lloran en su interior por la angustia de su espíritu. Las mujeres todas prorrumpieron en lamentos, los hombres rociaron de cenizas sus cabezas, ceñidos de cilicio, y se vistieron de saco. Toda la gloria de Castilla cambió súbitamente y como en un abrir y cerrar de ojos.

Entregado a a la sepultura magnífica y honoríficamente el cuerpo del rey glorioso, su noble esposa, la reina doña Leonor, desprovista del solaz de un varón tan grande, deseando morir por el dolor y la angustia, cayó de inmediato el el lecho de la enfermedad y en la vigilia de Todos los Santos, alrededor de media noche, siguiendo a su marido, clausuró su último día. Fue enterrada junto al rey en el citado monasterio. Una misma sepultura guarda a los que un mismo espíritu había unido y la nobleza de costumbres engrandecido. (Charlo Brea 1984, 42; traducción, 1999, 59-60)

El comentario de este magnífico texto podría dar comienzo con los párrafos en los que se narra cómo el rey fue sepultado en las Huelgas. El primer elemento digno de interés es la información de que el rey Alfonso fue un rey constructor. No hace falta recordar la raigambre bíblica de esta representación monárquica, pero conviene recordar que otros monarcas medievales hispánicos son representados en los textos historiográficos como reyes constructores,7 lo cual acaso pueda relacionarse con los sepulcros reales representados en el texto del Alexandre. Nada se apunta en el texto de la CLRC respecto del ceremonial del enterramiento, aunque sí se insiste en la monumentalidad del sepulcro regio. Es éste el momento que el autor elige para la enumeración de los grupos sociales presentes en las exequias reales: familia real, alta jerarquía eclesiástica, nobles, ciudadanos. Y es en este lugar textual de la crónica donde se expresan las muestras de dolor de los vasallos sin rey: como en el caso del infante Fernando, la ceniza rocía las cabezas de los dolientes, quienes se visten de cilicio y saco y, sobre todo, lloran. No es posible establecer una gradación del dolor, pero sí parece posible considerar que la escritura de la muerte del príncipe Fernando había inspirado fórmulas más atinadas (no sé si cabría decir personales) a Juan de Osma.

Otro par de comentarios excesivamente rápidos sobre este texto indicarían, por otra parte, que el autor alterna consideraciones morales y abundantes citas bíblicas con una labor estilística importante. También, que se halla presente aquí, como en el fragmento dedicado a narrar la muerte del infante, el dato social de los afectados por la muerte del gobernante: nobles, prelados, gentes de la ciudad; sigo pensado, por consiguiente, que este fragmento discursivo pudo ser destinado a una lectura pública colectiva.

De mayor sustancia sea, acaso, la declaración de que en este texto las funciones informativa y elegiaca se combinan perfectamente. Que este episodio es mucho más que informativo, es evidente. En la CLRC el dato de la muerte se amplifica con una serie de elementos, que si bien no logran relegar del todo la información tampoco la dejan aflorar al primer plano. Sin embargo, la causalidad informativa está muy presente en el episodio de la muerte de Alfonso VIII de Castilla, que tuvo lugar en otoño de 1214: la muerte del rey es la penúltima de una cadena de muertes, y es la causante a su vez de la muerte de la reina. Antes del monarca, el 18 de septiembre de 1214, muere Diego López de Haro, su fiel amigo, en cuyo favor Alfonso había hecho grandes planes de carácter político, que se exponen largo y tendido en el texto arriba citado; poco antes había muerto Pedro Fernández, uno de los enemigos vitalicios del monarca. Estas muertes tan sonadas arrastran sentencias moralizado-ras por parte del autor, pero sobre todo logran determinar las razones de la muerte del rey, quien se halla frustrado («frustratus», leemos) por las mismas. El optimismo o energía que parece ser propia de los soberanos castellanos en la imagen de los mismos proporcionada por la CLRC se apodera de él una última vez en la narración, pero el destino (y la vejez y los males) pueden finalmente más, con lo cual el autor se ve enfrentado a la muerte efectiva del monarca. Y así, en el cuarto párrafo del texto, explota la vena elegiaco-lírica de Juan de Osma, que da paso inmediatamente después a nuevas informaciones que alternan con nuevos rasgos elegiacos, como ya sabemos.

En el momento de la muerte, el autor invoca la tenebrosa vorágine que debiera adueñarse de aquella noche fúnebre («Noctem illam tenebrosus turbo possideat»). Los dos epítetos «flos regni» y «decus mundi», dobletes casi exactos del «flos iuuenum» y del «decus regni» que se leían en el elogio fúnebre del infante Fernando aparecen como fórmulas concisas que pudieran confundirse con las del planto por el rey que se cantó en las Huelgas durante el sepelio -«Rex obiit et labitur/ Castellae gloria./ Allefonsus rapitur/ ad celi gloriam./ Fons aret et moritur/ donandi copia./ Petit celestia/ a cuius manibus/ fluxerunt omnibus/ largitatis maria».8 Otras fórmulas se unen a los adjetivos laudativos característicos del rey: éste es descrito como justo, prudente, esforzado, liberal. Predomina en este texto, como en el dedicado a la muerte del infante Fernando (es decir, en los pasajes en que se representa la muerte de rey y reina, y de su heredero de predilección), la tonalidad elegiaca. El llanto está muy presente en ellos, un llanto de circunstancias, por supuesto, pero también un llanto político, porque enraiza el futuro del reino con el pasado de la muerte reciente de los soberanos.

 

 

Escritura poética

La memoria del reino y de los protagonistas del gobierno del reino se halla depositada en las crónicas. Pero también en algunos de los discursos poéticos contemporáneos al 'libro de reyes' en prosa que he comentado se hallan encerrados mausoleos admirables de la memoria real. La memoria de la monarquía castellana reposa, creo, en el Alexandre, que participó en la carrera contra el olvido protagonizada por la escritura. Este poema fabricó una imagen escrita de la élite, y contribuyó a fijar la ficción de la muerte del soberano.

Esa frágil memoria se conservaba mejor en verso, más facil de recordar (Carruthers, Ong). Con esos versos se edificaron monumentos, ya que el Alexandre bien puede ser considerado como una «asombrosa fábrica» («miro opere»), puesto que en ella arquitectura, escultura, écfrasis y epigrafía están muy presentes, desempeñando funciones centrales.9 Es este poema un 'libro de reyes', comparable en este sentido a las crónicas; en él se reservó un lugar de memoria particular para evocación de la muerte de los soberanos. Tal como los reyes mandaron construir basílicas o panteones, de manera semejante debieron de apoyar la elaboración de obras de palabra monumentales, cuya materia principal era la materia monárquica, y cuyo espacio más visible era, o podía ser, el sepulcro del soberano.10 Tal materia, y tal lugar de memoria, explican el que leamos en el Alexandre las palabras siguientes, pronunciadas por el propio héroe griego en su agonía: «quando me ementaren, avrán confortamiento» (verso 2632d). Este verso no dice sino que el recuerdo narrado de los reyes aliviará al pueblo, y sustentará la propia institución monárquica.

Del Alexandre quisiera comentar tres fragmentos, tres lugares de memoria particularmente brillantes y por ello visibles: 1) y 2) las muertes de Dario y Estatira, enemigo de Alejandro y esposa de aquél, respectivamente, muertes que desembocan en el enterramiento de ambos, y 3) la muerte de Alejandro. Llama la atención el que no se dedique espacio verdaderamente al enterramiento de Alejandro, pero razones históricas existen para justificar este vacío.11 Igualmente llama la atención el lugar reservado para los sepulcros de Darío y Estatira, fábricas realmente espléndidas. Dos extraordinarias representaciones arquitectónicas o lapidarias ocupan el corazón de los fragmentos en cuestión. Leamos primero el correspondiente a la muerte y sepulcro de Estatira:

La muger de Darïo, que yazié en prisión,

con cueita del marido e de su generaçión,

quando aquesto vío, crebol'el coraçón:

¡sallol' luego el alma a poca de sazón!

 

Pesol'a Aexandre e fizo muy grant planto

—¡por su madre misma non faría atanto!—:

¡alimpiával'apriessa la cara con el manto!;

¡entardó la fazienda por aquexo yaquanto!

 

Tan bien e tan apuesto sabié duelo fazer,

que non podién los otros las lágremas tener:

¡plañíen los varones de Greçia a poder!

¡Non podrié en su tierra más honrada seer!

 

Fue el cuerpo guardado de mucho buen convento;

fue luego balsamado de preçioso ingüento.

¡Fizo el rey sobr'ella tamaño complimiento,

que duró quinze días el su soterramiento!

 

Apeles el ebreo, un maestro contado,

que de lavor de manos non ovo tan ortado,

entalló el sepulcro en un mármol preçiado

—¡él se maravillava, quando lo ovo obrado!—.

[...]

 

Quando ovo Apeles lo que sopo labrado,

fue en quatro colupnas el sepulcro alçado.

Fue con grandes obsequios el cuerpo condesado.

¡El seso de Apeles será siempre contado!12

Destaca, en estas estrofas, a la par de los detalles del enterramiento de Estatira, un elemento principal: el dolor de quienes acompañaron la muerte de la esposa de Darío, el 'grant planto' de Alexandre, así como el llanto de los varones griegos. La elegía prepara la muerte de Darío, que a su vez precede el relato de la muerte de Alejandro, universalmente llorada. Pese a que la función elegiaca es predominante, estos versos están también destinados a hacer la apología del arte. He suprimido en la cita las estrofas en que se detalla la decoración del sepulcro de Estatira, donde el autor anónimo propone una lectura exegética de multitud de componentes bíblicos, primando las figuras tipológicas de Alejandro, presagios del futuro del héroe y de su muerte.13 La tumba de Estatira aparece en el poema como una reliquia de la historia de Alejandro Magno, que no pudo sino atraer la admiración del público. Lo mismo podríamos señalar en cuanto a la descripción del sepulcro del gran rey Darío:

Fizo'l rëy grant duelo por el emperador:

si fuesse su hermano, non lo farié mayor.

Ploravan sus varones, todos con grant dolor;

todos dizién: "¡Mal aya Bessus el träidor!"

 

Tolléronle la sangre e los paños untados;

vistiéronle vestidos, valdoquis muy honrados;

calçáronle espuelas con çapatos dorados;

non comprarién las luvas aver de dos casados.

 

Pusiéronle corona clara e bien broñida

—en cabeça de omne nunca fuera metida—,

de fin'oro obrada, de piedras bien bastida:

mejor non la toviera en toda la su vida.

 

El rëy Alexandre púsolo en el lecho;

púsol' ceptro en mano, e fizo grant derecho:

tornó en píedat, olvidó el despecho

—¡no'l estodiera bien, si ál oviesse fecho! —.

 

Non podié con el duelo las lágremas tener:

ívalas a menudo con el manto terzer.

Del cabeçal del lecho non se querié toller,

sinon a la sazón que oviés' de comer.

 

Plorando de los ojos, començó de planer,

diziendo: "¡Ay, Dario!, ¿qué oviste d'aver?

¡Cuideste de mi mano foír e estorçer!:

¡oviste en peores en cabo a caer!

[...]

Fazié sobejo duelo, dizié buenas razones,

fazié de fiera guisa plorar a sus varones.

Rogavan sobr'el cuerpo muchas proçessïones:

¡non serié más honrado entre sus crïazones!

 

Apeles, en comedio, obró la sepoltura:

la tumba de primero, después la cobertura;

las basas en tres guisas, de comunal mesura,

tant'eran bien juntadas que non pareçié juntura.

[...]

Allí escrivió la cuenta, ca de cor la sabié;

el mundo quándo fue fecho,quántos años avié:

de tres mill e nueveçientos e doze non tollié

agora quatroçientos e seis mill emprendié.

 

Fizo un petafïo escurament' dictado

—de Daníel lo priso, que era allí notado—.

Cuemo era Apeles clérigo bien letrado,

todo su ministerio tenié bien decorado:

 

"Hic situs est aries tipicus, duo cornua cuius

fregit Alexander, totius malleus orbis"

(Duo cornua sunt duo regna, Persarum et Medorum).

 

"Aquí yaz'el carnero, los dos cuernos del qual

crebantó Alexandre, de Greçia natural.

Narbozones e Bessus, compaña desleal,

estos dos lo mataron con traición mortal".

 

La obra fue complida; el sepulcro, alçado;

fue sobre los fusiellos igualment'assentado.

Non pareçié juntura, tant'era bien lavrado:

¡tal cosa merecié rey atán honrado!

 

Fizo'l rëy demientre el cuerpo balsamar;

quando fue balsamado, al sepulcro levar;

fízolo a grant honra cobrir e condesar.

¡Dios li preste el alma, si s'Él ende pagar'!14

Diversas expresiones del llanto y del dolor irrigan el fragmento; lloran Alejandro, los varones, el pueblo reunido en procesiones. El rey llora a otro rey; Alejandro llora la muerte de su modelo, antes que amigo: Darío es, tanto en el poema castellano como en la Alexandreis latina de Gautier de Châtillon, modelo de monarquía para Alejandro. Ese planto del rey por otro rey se convierte en lágrimas públicas, a nivel intra y extratextual: los vasallos de Alejandro lo ven llorar por Darío, y comprenden que ese llanto es imitable. Los oyentes o lectores del Alexandre también asistieron a tal profusión de lágrimas. Sin embargo, el dolor evocado en este texto carece de rasgos moralizadores. A diferencia de lo que sucede en la CLRC, nuestro ejemplo más cercano, el autor del Alexandre fundamenta sus lágrimas en la grandiosidad del rey, en su destino, su deseo de apoderarse del mundo. La función elegiaca sigue primando, pero no es ésta una elegía de raigambre cristiana y moral.

Cabe igualmente apuntar a los datos relativos al embalsamamiento del cuerpo de Darío, operación llevada a cabo sin ningún rito de humildad, lo que contrastará con la narración de la muerte de Alejandro. También nos encontramos en este fragmento idéntico encarecimiento del arte y la maestría de Apeles, quien levantó un sepulcro muy bien labrado (no hay espacio aquí para detenernos en la descripción del mausoleo, compuesta de elementos relacionados con el orden etnográfico y geográfico del universo). Por fin, no se ha de obviar que este sepulcro de palabras es en efecto un lugar de memoria, por las razones expuestas, y porque a) en él Apeles ha tallado la fecha de escritura del poema;15 b) en él se ha labrado un epitafio en latín, que luego se ha traducido al romance, en el cual se reproduce la profecía del destino de Alejandro. La importancia del monumento funerario en la obra es innegable; se trata del lugar ideal para afirmar la magnificencia de la decoración, y su carácter de obra excepcional. La representación de la muerte de los reyes es por tanto grandiosa e impresionante en el Alexandre. La de Alejandro es muy lenta en venir:

Fue la noche venida, mala e peligrosa;

amaneçió mañana çiega e tenebrosa:

¡vinié robar el mundo de la su flor preçiosa,

que era más preciada que lirïo nin rosa!

 

Las estrellas del çielo, por el día tardar,

andavan a pereza, dávanse grant vagar;

tardava el luzero, no's podié espertar:

apenas lo pudieron las otras levantar.

 

Essa noche vidieron —solémoslo leer—

las estrellas del çielo entre sí combater,

que, como fuertes signos ovo en el naçer,

vieron a la muerte fuertes apareçer.

[.]

Como Dios non querié, no'l podié res valer:

non le pudíeron físicos ningunos acorrer.

Entendió el buen omne qué avie de seer:

mandose sacar fuera, en el campo poner.

 

¡Grande era la tristeza entre las críazones!:

¡andavan mal cuitados todos los sus varones!;

¡llegávales la ravia bien a los coraçones!;

¡nunca fueron tañidos de tales aguijones!

 

Esforçose el rey, maguer era cuitado;

posose en el lecho, parose assentado.

Mandó posar a todos por la yerva del prado;

fízoles buen sermón e bien adeliñado:

[...]

En otra cosa prendo esfuerço e pagamiento:

farán sobre mí todos duelo e plañimiento;

todos vistrán sayales por fer su complimiento;

quando me ementaren, avrán confortamiento.

 

En cabo, quando fueren a sus tierras tornados,

demandarles han nuevas; dirán estos mandados:

serán fechos los duelos, los plantos renovados;

todos dirán: '¡Señor, avédesnos dexados!'

[...]

Fue el rey en todo esto la palabra perdiendo,

la nariz aguzando, la lengua engordiendo.

Dixo a sus varones: "¡Ya lo ides veyendo!

¡Arrenunçio el mundo! ¡A Dios vos acomiendo!"

 

Acostó la cabeça sobre un fazeruelo

—¡non serié omne bivo que non oviesse duelo!—

Mandó que lo echassen del lecho en el suelo,

ca avié ya travado del alma el anzuelo.

 

Non pudo el espíritu de la hora passar;

del mandado de Dios non pudo escapar:

desemparó la carne en que solié morar;

remaneció el cuerpo qual podedes asmar.

 

El gozo fue tornado en vozes e en planto.

"¡Señor! —dizién los unos—, ¿quién vio atal quebranto?

¡A vós aviemos todos por saya e por manto!

¡Señor, maldito sea quien nos guerreó tanto!"

 

"¡Señor! —dizién los otros—, ¿dó iremos guarir?:

¡quando a ti perdemos, más nos valdrié morir!

¡Señor, agora eras en sazón de bevir,

quando el mundo todo te avié a servir!"

 

"¡Señor! —dizién los otros—, ¿agora qué faremos?:

¡tornar en Europa sin ti non osaremos!

¡Señor, los tus críados oy nos departiremos!:

¡quanto el mundo sea non nos ajuntaremos!"

 

Dizién del otro cabo: "¡Äy, emperador!,

¿cómo lo quiso esto sofrir el Crïador,

por dar tan grant poder a un mal traidor,

por fazer tantos huérfanosde tan gentil señor?"

 

"¡Señor —dizién los otros—, mala fue tal çelada,

que valer non te pudo toda la tu mesnada!

¡Anda con el tu duelo toda muy deserrada!:

¡nunca prisieron omnes tan mala sorrostrada!"

 

Dizién los omnes buenos que las parias traxeron:

"¡Señor, çiegos se vean quantos mal vos fizieron!

Quando nos demandaren los que nos esleyeron,

¿qué respuesta daremos de lo que nos dixeron?

 

¡Señor, por estas nuevas que nós les levaremos

nin nos darán albricias nin grado non avremos!

¡Omnes tan sin ventura, señor, nunca sabemos,

quando ayer te ganamos e öy te perdemos!

 

¡Non devié este día, señor, amanecer,

que nos faze a todos tan buen padre perder!

¡Señor, la tu ventura que tú soliés aver

mal te desamparó pora nos cofonder!

 

¡Viniemos a tu corte alegres e pagados!

¡partirnos hemos ende tristes e desmayados!

¡Señor, mal somos muertos e mal somos cuitados!

¡En mal tiempo nos dieron salto nuestros pecados!

 

¡Señor, con la tu muerte más gentes has matadas

que non mateste en vida tú nin tus mesnadas!

¡Señor, son todas las tierras con tu muerte fatiladas,

ca eran con ti todas alegres e pagadas!"

 

Por toda la cibdat era grant el clamor:

los unos dizién "¡Padre!"; los otros, "¡Ay, señor!";

otros dizíen "¡Rëy!"; otros, "¡Emperador!"

Todos, grandes e chicos, fazién muy grant dolor.

 

Rosane sobre todos era muy debatida;

a los piedes del rëy yazié amorteçida:

tenielo abraçado, yazíe estordida;

avíe mucha agua por la cara vertida.

 

Maguer que non podié la cabeça alçar,

bien fazié demostranca que lo querié besar.

Non la podién del cuerpo toller nin despegar:

quando omne asmasse, non era de reptar.

 

"¡Señor —dizién las dueñas—,nós somos malfadadas,

ca fincamos señeras e desaconsejadas!

¡Non somos cavalleros que prendamos soldadas!:

¡avremos a vevir como mal aventuradas!

 

¡Señor, tú nos honravas por sola tu bondat!;

¡non catavas a nós, mas a tu pïedat!:

¡señor, non fue en omne tan maña caridat,

por fer sobre cativas tan maña egualdat!"

 

Dexémosnos del planto, ca cosa es passada:

quiero ir destajando por ir a la finada.

Tengo la voluntat con el duelo turbada:

maguer que me estudio, non puedo dezir nada.16

Numerosos son los elementos dignos de atención en esta larga narración de la muerte del soberano macedonio, comenzando por el tiempo de la muerte, un alba extraña que forma parte de las señales maravillosas que marcan la muerte del conquistador: volvemos a los componentes regulares del discurso del tránsito feliz del monarca. ¿Se puede hablar de muerte feliz, a pesar de ser un rey pagano, de morir tras ser envenenado por un traidor, y de que tal envenenamiento se deba a la ira de Dios? Al igual que en el caso del macedonio la muerte del infante Fernando fue causada, nos dice el Alexandre como nos lo decía la CLCR,por la indignación divina.

Aun antes de morir el soberano, la tristeza invade a sus vasallos. Alejandro se dirige públicamente a ellos para compartir sus últimas voluntades. En éstas hay lugar para lo que nos interesa aquí: el propio rey impone a su pueblo el deber de las lágrimas, «farán sobre mí todos duelo e plañimiento;/ todos vistrán sayales por fer su complimiento» (verso 2636b). La norma política impuesta por la muerte de Alejandro parece simple, tan simple como la que afectaba a los vasallos de Alfonso VIII, por poner un ejemplo: el duelo ha de ser prolongado, y compartido, «serán fechos los duelos, los plantos renovados» (verso 2637c). Variaciones innúmeras del llanto de quienes se quedan huérfanos de su rey rodean las que probablemente sean las estrofas mas conocidas de este fragmento, en las que se cuenta los últimos momentos del rey y se glosa el abandono del alma de un cuerpo ya sin vida. El gesto de Alejandro, que aún consciente ordena se le eche al suelo para morir, ha sido comentado ampliamente,17 y se ha puesto en relación con el relato de la muerte de Fernando III de Castilla y León que se hace en laEstoria de España. En la crónica alfonsí se lee, respecto de los últimos momentos del padre de Alfonso X y nieto de Alfonso VIII: «Et quando vido venir contra sy el freyre que lo [el cuerpo de Dios] aduzie, fizo una muy maravillosa cosa de grant omildat: ca a la ora que lo asomar vio, dexose derribar del lecho en tierra».18

Maravillosa fue la muerte de Fernando III, y por tanto también lo fue la de Alejandro. Se podría sugerir que el relato de la Estoria de España hubiera sido el modelo para el relato del Alexandre. Pero existe un problema cronológico evidente, y es que la Estoria de España fue compuesta al menos medio siglo después del poema. Se podría pensar entonces que los versos hubieran sido recreados en la crónica. No creo que tal sea la explicación; pienso que conviene más tener en cuenta que el ámbito de recepción hubo de ser el mismo, o muy semejante, para los dos textos, un ámbito cortesano, y que en semejante contexto microestructuras narrativas conocidas y eficaces habrían circulado con fluidez. No olvidemos, además, que la puesta en escena que nos ocupa es común: el gesto llevado a acabo por Alejandro y por Fernando III indica que el hombre miserable vuelve a tierra. Se trata de un movimiento de proximidad hacia la sepultura que pone de relieve la humildad del agonizante y que le concede la aureola de la mortificación. Recordemos la muerte de Fernando i. Y la de, entre otros, de Francisco de Asís tal como la narraron san Buenaventura o Tomás de Celano. La piedad y la devoción, en el caso de la escritura historiográfica y poética que nos están interesando, son ideales políticos. La devoción de Alejandro no debió de sorprender a un público de inicios del XIII que había entendido al rey griego como otro más de los reyes del panteón castellano, como un rey próximo, que muere como los demás reyes, como un rey cristiano, en definitiva, a pesar de la ira de Dios.

Para terminar, no podemos pasar por alto otro de los gestos del poema, que estimo característico de esas microestructuras narrativas a las que me estoy refiriendo: la descripción del dolor de Roxana. Si comparamos la descripción del dolor de Leonor de Castilla ante el cadáver de su hijo Fernando en la CLRCy la descripción del dolor de la viuda de Alejandro ante el cadáver de su esposo, nos damos cuenta de que ambos plantos presentan rasgos parecidos. Ese «quando omne asmasse, non era de reptar» (verso 2660d) no deja de recordar el «Sicut asserunt qui uiderunt, nunquam dolor illi similis uisus fuit» de la crónica; o un par de detalles más, como el segundo hemistiquio del verso 2602c en que leemos «su flor preciosa», tan semejante al «flos iuuenum» o «flos regni» de laCLRC, relacionados con las muertes de Fernando y de su padre Alfonso. Y qué decir de las amargas palabras de las dueñas del Alexandre, llorosas por encontrarse solas y desvalidas: «ca fincamos señeras e desaconsejadas!», verso 2661b, de sustancia tan parecida al «tanti uiri solatio destituta» que explica la muerte de la reina Leonor tan poco tiempo después de la de su esposo.

No son éstas sino fórmulas, ecos tópicos, naturalmente. No obstante, me gustaría sugerir que el Alexandre compartió contexto de recepción con la CLRC; incluso llegaría a sugerir que Juan de Osma admiró el poema romance sobre Alejandro Magno y recordó algunos de sus versos a la hora de poner por escrito el dolor de una reina, o quizás, la cólera de Dios frente a un rey humano. El asunto aquí tratado merece mayor detenimiento;19 baste sin embargo esta primera lectura para sustentar la hipótesis de que tanto la crónica de Juan de Osma como el poema anónimo pudieron ser escuchados, y apreciados, por auditores de gustos y experiencias de recepción semejantes, que hubieran reconocido los elementos formadores del entramado ficcional común a ambas obras: el dolor, el llanto, el linaje, la gloria, la renuncia al mundo, la humildad. LaCLRC y el Alexandre contienen las 'fotos fijas' de la muerte del soberano. En el peor de los casos -es decir, en el supuesto de que la hipótesis propuesta no resulte convincente- estos textos fabricaron variaciones de la muerte del rey. Acaso, sin embargo, es posible comenzar a pensar que la pertinencia de los varios elementos comunes a ambas obras no se deba tan sólo a posibles influencias mutuas, sino a la existencia de contextos de recepción necesitados de narraciones esplendorosas de la muerte de los monarcas. En ese caso, esos contextos no serían otros que los de la corte de los soberanos hispánicos.20

 

 

Notas

1. Uso el término materia siguiendo las preceptivas teóricas medievales; ver Domínguez.

2. La Chronica latina regum Castellae (a partir de ahora, CLRC) fue compuesta probablemente en dos etapas: una primera parte en 1226 y una segunda a fines de 1236. Utilizo la edición de Luis Charlo Brea (1984). Citaré la traducción al castellano del mismo editor (1999). En cuanto al Libro de Alexandre (a partir de ahora, Alexandre), la crítica propone dos fechas de composición: la primera década del siglo XIII y los años 1220-1225. Se verá el estado de la cuestión en la edición preparada por Juan Casas Rigall para Castalia, de aparición inminente.

3. Sobre la historiografía medieval, ver Gabrielle Spiegel; sobre los textos hispánicos de los siglos XII y XIII, ver Huete Fudio y Gómez Redondo 1998; respecto de la representación de la muerte del rey, ver Guiance.

4. Sobre la historia del periodo, ver González (vol. 1).

5. Respecto de la narración de la indignación divina que hubiera recaído en el linaje de Castilla, me permito remitir a Arizaleta 2004 y 2005.

6. Guiance ha estudiado en detalle esta cuestión.

7. Véase por ejemplo Rodríguez de la Peña.

8. Higinio Anglés, El códex musical de las Huelgas, I, 163, conductus XXIX, citado por González (215).

9. Ver Arizaleta 1999. He analizado con mayor detalle esta cuestión en Arizaleta 2006.

10. Sobre el mecenazgo artístico ejercido por Alfonso VIII, ver Pérez Monzón.

11. El poeta escribió: «Fízolo soterrar mientre llegados estavan,/ ca el cabdal sepulcro aún non lo lavravan./ Yogo en Babilonia grant tiempo soterrado,/ fasta que ovieron el sepulcro lavrado// mas fue en Alexandria en cabo trasladado:/ metiolo Tolomeo en el sepulcro honrado./ Non podrié Alexandria tal tesoro ganar;/ por oro nin por plata non lo podrié comprar». Estrofas 2665cd-2667cd; cito por la edición de Casas (en prensa). La discordia que se instaló entre los generales del macedonio tras su muerte y el desorden que acompañó la sucesión de Alejandro explica en parte que la tradición literaria no haya prestado mayor atención al sepelio del conquistador; ver Battistini y Charvet.

12. Estrofas 1235-1239, 1249. Reproduzco parcialmente el texto subrayando los versos más significativos para nuestro propósito.

13. Arizaleta 1999.

14. Estrofas 1772-1777, 1790-1791, 1799-1804.

15. Ver nota 1.

16. Estrofas 2602-2604, 2620-2622, 2632-2633, 2645-2663.

17. Ver Guiance y Arizaleta 1999.

18. Menéndez Pidal, Primera Crónica General (cap. 1132).

19. Espero que se pueda ver en su día mi Lécriture dupouvoir royal (Castille, 1157-1230),en preparación.

20. En este sentido, los últimos trabajos de Fernando Gómez Redondo; ver por ejemplo su "El 'fermoso fablar' de la clerecía: retórica y recitación en el siglo XIII".

 

 

 

Obras citadas

Arizaleta, Amaia. La translation d'Alexandre. Recherches sur les structures et les significations du Libro de Alexandre. Paris: Klincsieck, 1999.

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Cacho Blecua y M. J. Lacarra. Zaragoza-Granada: Universidad de Zaragoza-Universidad de Granada, 2004. 79-110.

—. «Una historia al margen: Alfonso VIII de Castilla y la Judía de Toledo». Cahiers d'Etudes Hispaniques Medievales 28 (2005): 37-68.

—. «Les vers sur la pierre. Quelques notes sur le Libro de Alexandre et le Libro de Apolonio». Troianalexandrina 5 (2006): 153-184.

. L´ecriture du pouvoir royal (Castille, 1157-1230), en preparación.

Battistini, Olivier y Pascal Charvet.Alexandre le Grand. Histoire et dictionnaire.Paris: Robert Laffont, 2004.

Carruthers, Mary. The Book of Memory. A Study of Memory in Medieval Culture.Cambridge: Cambridge University Press, 1990.

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Charlo Brea, Luis. Ver Crónica latina de los reyes de Castilla.

Crónica latina de los reyes de Castilla. Ed. Luis Charlo Brea. Cádiz: Universidad,1984 (reimpresa, con su título latino para Turnhout: Brepols, 1997).

Crónica latina de los reyes de Castilla. Ed. y trad. Luis Charlo Brea. Madrid: Akal, 1999.

Domínguez, César. El concepto de materia en la teoría literaria del Medievo: creación, interpretación y transtextualidad. Madrid: csic, 2004.

Gómez Redondo, Fernando. Historia de la prosa medieval castellana. I. La creación del discurso prosístico: el entramado cortesano. Madrid: Cátedra, 1998.

—. «El 'fermoso fablar' de la clerecía: retórica y recitación en el siglo XIII». Propuestas teórico-metodológicaspara el estudio de la literatura hispánica medieval. Ed. L. von der Walde Moheno. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Universidad Autónoma Metropolitana, 2003. 229-281.

Guiance, Ariel.Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos VII-XV). Valladolid: Junta de Castilla y León, 1998.

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IMÁGENES DE LA MUERTE DEL REY: "LIBRO DE ALEXANDRE"
Y "CHRONICA LATINA REGUM CASTELLAE"

 

Rilce 23.2 (2007): Págs. 299-317
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra

 

Amaia Arizaleta
Universidad de Toulouse ii