Monasterio de Suso. Ala sur-oeste. A la izquierda de la imagen la falda del monte y acceso a las cuevas donde presumiblemente vivió San Millán.

OBSERVACIONES CRÍTICAS
PARA UNA BIOGRAFÍA DE SAN MILLÁN 

 

 Antonino M. Pérez Rodríguez 
UNED, C.A. Madrid

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www.valleNajerilla.com

"Aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os enseñarán lo que no pueden transmitiros vuestros maestros" (((San Bernardo, Serm.XI, In Cant.)

 

      John McNeill ha resumido bien la obrita de S. Braulio:

"The Vita has a breathless and legendary tone throughout and is mostly pious fiction, but a populary venerated hermit undoubtedly did live in the Cárdenas cave". Illustrated lives of the saints, Crecent Books, New York, 1955, 124.

      Pero si prescindimos de los recursos retóricos de S. Braulio, del entusiasmo religioso de los testigos y de los intereses pastorales del uno y de los otros, yo creo que podremos llegar a intuir la vida histórica del ermitaño Emiliano. ¿Quién fue realmente ese quidam Aemilianus monachus, en sincera expresión de S. Ildefonso, o el curioso personaje Emiliano, en la no menos acertada de Díaz y Díaz?
      Nada sabemos de él hasta que tiene 20 años cumplidosl. Su nombre propio Aemilianus, es un nombre corriente en la epigrafía de la España romana y en la documentación de la época.
      Su origen es humilde y el dato debe ser histórico a juzgar por el trabajo que S. Braulio se toma en justificarlo2. Su profesión es la de pastor3, sin más afición conocida que la de mitigar su soledad tocando un guitarrillo, no un caramillo como quieren algunos comentaristas. Guitarrillo que bien pudo ser el requinto de cuatro cuerdas que todavía sonaba en los corrales de la aldea de mi infancia, no tan lejos de los pagos donde pastoreó el santo, y que tan bien ha sido representado por la tradición iconográfica de S. Millán.
      La toponímia y la topografía, apoyadas hasta cierto punto por la epigrafía y la arqueología, parecen exigir que sea el actual pueblo riojano de Berceo el lugar en tomo al cual se desarrolla la vida del santo, tal como es contada por S. Braulio.
      A los 20 años decide hacerse ermitaño, decisión nada original ni en esta época ni en esta zona, y busca un maestro que lo introduzca en la nueva vida4. Ese maestro es el también ermitaño Felix, retirado in castellum Bilibium. Exceptuada la noticia de S. Braulio, nada sabemos ni del lugar ni del personajes.
      Pasado un tiempo, vuelve a su lugar de origen y comienza su vida de ermitaño en un lugar haud procul a uilla Vergegio, ubi nunc eius habetur corpusculum gloriosum6. En este pasaje es, probablemente, donde el actual monasterio de Suso entra por primera vez en la historia escrita. y      Pero a este hombre independiente y solitario, que ha escogido el apartamiento y la soledad como medio de vida, empiezan a incomodarlo las gentes atraídas por la fama de santidad que pregona esa mima soledad. Debe buscar un lugar más apartado y lo encuentra en el interior de la sierra en cuyas estribaciones se encuentra Berceo; peruenit ad remotiora Dircetii montis secreta, dice el texto7. En el actual monasterio de Yuso se guarda un ara votiva, dedicada al dios Dercetio, la divinidad que, probablemente, llevaba el nombre de la actual sierra de la Demanda y que, quizá, estaba representada por el punto más elevado de ésta, el actual monte S. Lorenzo. En este retiro, cuyo lugar aún señala la tradición, pasa casi 40 años8.
      Llegados a este punto, cabe preguntamos qué intentaba conseguir Emiliano, dedicado en cuerpo y alma a la vida eremítica. Del eremitismo y del monacato, hechos escandalosos y poco comprensibles en aquella época y en todas, se han dado numerosas y variadas explicaciones. S. Braulio nos da la suya que tiene dos ventajas: su cercanía espacial y temporal a los hechos y su identidad con un tipo de experiencia religiosa que recorre toda la historia del cristianismo.
      El eremita pretende vivir en este mundo como si ya hubiese muerto y estuviese gozando de la vida perdurable9. Es esta radical contradicción, esta buscada esquizofrenia, la que sume al eremita en ese característico estado anímico de permanente lucha contra las llamadas tentaciones. Tentaciones que no son otra cosa que la permanente y gravísima rebelión de su propia corporeidad, de su propia humanidad, continua y conscientemente negada y renegada. yy      No hace falta insistir en las también raíces paganas del eremitismo y del monaquismo cristiano y en que esta pesimista motivación espititual es la última razón de ser de la mística de todos los tiempos y de la caballería medieval. Compárense las exclamaciones que S. Braulio pone en boca de S. Millán10 con los conocidos versos de Sta. Teresa de Jesús:

"Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
....
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡qué duros estos destierros!
¡esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero"

O la Copla XXXVI de Jorge Manrique:

"Que el bevir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
que los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los cavalleros famosos,
con trabajos y afliciones
contra moros".

 

     Pero el retiro de Emiliano no es óbice para que su prestigio atraiga a las gentes y ello hace pensar a Didimio, obispo de Tarazona, personaje sólo conocido por este texto de S. Braulio, que debe ser controlado aquel foco de inquietud espiritual surgido en su diócesis. La decisión es firme: para que Emiliano quede bajo su control espiritual, debe aceptar ser ordenado presbítero. Efectivamente, Emiliano, es obligado a gobernar el presbiterio de la parroquia del pueblo en cuyo entorno había ejercido hasta entonces, como eremita, muy a pesar suyo, un auténtico magisterio espiritual.
      S. Braulio marca bien la ruptura que en Emiliano se produce al verse obligado a pasar de un estado a otro. El eremita se cuida de su progreso espiritual personal sin ocuparse primordialmente del de los demás; el presbítero, el pastor, debe cuidar ante todo del de los otrosl1. Emiliano sigue siendo un eremita en el fondo y, hombre de ningún estudio y, aparentemente, de pocas lucesl2, dato que Gonzalo de Berceo intentará disimular de todas las formas posibles, cumple en su parroquia las exigencias de la pobreza evangélica con la radicalidad de quien sabe pocas cosas, pero esas las conoce bien.
      El conflicto es inmediato. Denunciado por sus propios compañeros de presbiterio, es destituido de su cargo por el encolerizado obispo, pero no reducido al estado laical y tampoco separado totalmente de la parroquial3.
      El episodio de la intervención de Didimio, obispo de Tarazona, en la vida de Emiliano ha suscitado general extrañeza. Hay quien piensa en una corrupción del texto, en un error de S. Braulio, en un castigo a la diócesis de Calahorra por la independencia de su obispo Silvano. Personalmente pienso que S. Braulio dice la verdad. Los testigos no le hubieran permitido mentir en un hecho tan transcendental en la vida de S. Millán. Por otra parte, Tarazona y Calahorra son, en estos siglos, diócesis más relacionadas de lo que a primera vista parece. Recuerden el origen de los honoratores y possessores que apoyan a Silvano, obispo de Calahorra, ante el papa Hilario y la predicación de S. Prudencio de Armentia, aunque este poco conocido personaje plantea más problemas de los que resuelve.
      En lo que podriamos llamar conexión aragonesa de S. Millán, a mí no me extraña que, durante parte de su vida, éste estuviese bajo la jurisdición del obispo de Tarazona, a pesar de no haberse movido de las cercanias de Berceo. Una época de sede vacante en Calahorra lo explicaría muy bien; lo que verdaderamente me sorprende es que 60 años después de muerto S. Millán, S. Braulio, obispo de Zaragoza, y personas de su absoluta confianza hagan y deshagan a su antojo en el antiguo oratorio del santo, en Suso, como si el obispo de Calahorra no existieral4.
      Por lo demás, el relato de S. Braulio es extremadamente sugerente. Detengámonos en algunos aspectos; no es raro que un monje sea ordenado presbítero e incluso llegue a ser obispo. Que consienta en ello un eremita, es mucho más difícil. El eremita es un atleta que, haciendo real la metáfora paulina15, lucha por alcanzar su meta en la más radical soledad. La soledad es su medio natural. La violencia del cambio de vida sufrida por Emiliano y subrayada por S. Braulio tiene todos los visos de ser un hecho histórico.
      Otro hecho histórico tiene que ser la paradoja de un Emiliano sin estudios y, aparentemente, de pocas luces, pero pastor de almas de reconocido prestigio. La sabiduría cristiana entendida como honda experiencia religiosa y no como erudición humana hinca sus raíces en el magisterio paulino, es un axioma del monacato de todos los tiempos y una constante en la historia del cristianismo. Esa frase de S. Braulio, Sapientiae etiam flores... 16, me recuerda un expresivo pasaje de S. Bernardo escrito justamente en el momento en el que la universidad medieval está alcanzando su máximo esplendor:
"Aprenderéis más en las selvas que en los libros; los bosques y las peñas os enseñarán lo que no pueden transmitiros vuestros maestros17". 
      Tampoco creo que haya que insistir en la autenticidad y en la gravedad del conflicto entre una iglesia oficial, que a partir del Edicto de Milán se va sintiendo cómoda heredera de la burocracia del moribundo Imperio romano, y unos cristianos que quieren ser radicalmente evángelicos y que han substituido la anteior preparación para el cruento martirio por la que los lleva a uno incruento -su vida de eremitas, su vida monástica- pero no por eso menos real. Las intrigas clericales y la soberbia y prepotencia episcopales témome que fueron algo más que un puro recurso expresivo de S. Braulio.
      Sigamos adelante. Emiliano, que no ha sido reducido al estado laical y que no ha sido separado definitivamente de la parroquia de Berceo -andando el tiempo necesitará una caballería para seguir acudiendo a ellal8- se retira al lugar donde se aposentara nada más venir de Bilibio19. Allí organiza un oratorio, una ermita, y se dispone a pasar en ella el resto de sus días20. Debe andar cercano a los 70 años.
      Efectivamente, Emiliano, por su ordenación de presbítero ha quedado bajo la autoridad del obispo y ligado a la parroquia de Berceo. En el fondo sigue siendo un eremita que a su manera observa diariamente la liturgia de las horas y los tiempos de penitencia21, pero ya no rehuye la cura de almas a la que su presbiterado le obliga. Su ermita es a la vez celda, púlpito, sala de recepción y refectorio permanentemente abierto22. Todo ello a la entera disposición de quien necesite ayuda o consejo. En la mejor tradición paulina23, Emiliano no hace distinción de ninguna clase entre los que a él acuden.
      Debe quedar claro de una vez y para siempre que Emiliano nunca fué monje, mucho menos abad; que Suso, antes de su muerte, en absoluto fue un monasterio, y que las personas más o menos relacionadas con el santo: monjes, presbíteros, abades, mujeres piadosas, etc., etc., nunca formaron con él una comunidad monástica. Emiliano, el antiguo pastor de ovejas, fue siempre un solitario que vivió independiente y que actuó por libre.
      En su ministerio pastoral tiene servidores24; la beneficencia que practica exige una infraestructura mínima: una almacen donde guardar y conservar los alimentos que serán repartidos como limosna25 y una situación económica solvente26, por ejemplo. Como suele suceder, tiene unos protectores27 y gentes que se le asocian para compartir su aventura espiritual; ese es el caso del presbítero Aselo28 sin ir más lejos.
      Una mención especial merece la relación de S. Millán con las mujeres.Hecho que debe ser histórico a juzgar por las ampollas que su tratamiento le levanta a S. Braulio29. San Millán en la mejor tradición evángelica y apostólica30 no rehuye el trato con las mujeres, como compañeras y como servidoras. El caso de Potamia es suficientemente significativo. San Millán se enfrentaba así con la tradición eremítica y monástica más ortodoxa. La prueba es que a S. Braulio le parece un auténtico milagro que la castidad de aquel saliese indemne de lo que, según el obispo de Zaragoza, es siempre un grave peligro. Por cierto que la historia de Sta. Oria, siglos más tarde, demostrará que el ejemplo de S. Millán en este aspecto siguió dando sus frutos, en Suso.
      Leída detenidamente la Vita Sancti Aemiliani, se llega a la fundada sospecha de que la mayor preocupación de S. Braulio, como antes la de Didimio, es la de meter a Emiliano, este irreductible solitario de escandalosa libertad interior y por ello de renombrada fama, en el ortodoxo esquema de la iglesia institucional. Ese intento de integración culminará más adelante en el esfuerzo por convertirlo en abad e introductor en España de la regla de S. Benito. Increíble, pero cierto31.
      Cumplidos los cien años, le es revelado el día de su muerte y la destrucción de Cantabria32. Debo advertir que mi intención en este punto es limitarme a aclarar a qué le llama Cantabria S. Braulio. S. Braulio, coincidiendo en esto con Juan de Biclaro33, habla siempre de Cantabria como de una región34 que tiene en Amaya (sea cual sea la localización de ésta), si no su capital, una población importante35. Sobre la existencia de una pretendida ciudad de Cantanbria en el monte del mismo nombre situado frente a Logroño, quiero recordar que ya en 1.979, D. Manuel Cecilio Díaz y Díaz observó con toda razón que resultaba obvio que, como consecuencia del éxito de la vita Aemiliani en la Edad Media, ciertos lugares riojanos recibieron la denominación que aparecía en ella36. La epigrafía lo ha demostrado en el caso de la sierra deToloño, hoy sierra de Cantabria, y la arqueología le ha dado la razón en el caso del monte Cantabria.
      El ataque y sometimiento de la región de Cantabria, realizados por Leovigildo, según Juan de Biclaro, en el año VI de su reinado, ca.574, ha sido tradicionalmente la fecha clave en la vida de S. Millán. De todas maneras tengáse en cuenta que la ancianidad centenaria es un tópico en la hagiografía eremítica.
      Generalmente se acepta como válida la visión de la Cantabria de Vázquez de Parga37 a la que sólo voy a hacer dos observaciones. En los finales del siglo VI los nombres que recuerdan viejas y venerables instituciones romanas, como senatus, senator38 deben ser tan sólo los nombres presuntuosos de los cargos detentados por las clases privilegiadas, los de los sucesores de los honoratores y possessores citados el 465 en la correspondencia entre el papa Hilario y el arzobispo de Tarragona, Ascanio, sobre la actuación de Silvano, obispo de Calahorra. Bajo tales nombres se esconde una realidad social que poco tiene que ver con la sociedad libre y justa que para sus ciudadanos romanos pretendía la ya fenecida Roma. S. Braulio denuncia la avaricia, la auri fames, en los eclesiasticos39 y seglares. S. Millán denuncia asesinatos, robos, violencia40 que él conocía bien por propia experiencia41 y que habían conducido a la población, de mano de una creciente desigualdad social, a una situación de progresiva pobreza42. La prueba de ello es que la caridad organizada, como la de S. Millán, sólo aparece si la injusticia social la hace inevitable.
      Muerto Emiliano, su ermita, la actual iglesia de Suso donde fue enterrado, se convirtió en iglesia; eso parece indicar el epigrama de S. Eugenio a ella dedicado. En ella recibía culto el santo43; su sepulcro era lugar de peregrinación para enfermos e impedidos44, y allí hay indicios de haberse organizado, cuando S. Braulio escribe la vita, una cierta vida monástica45 que, tras diversas vicisitudes, ha permanecido hasta hoy. 

 

Notas.

1. Las ediciones de la Vita S. Emiliani manejadas en este trabajo son : Vázquez de Parga,L., Vita S. Emiliani, Madrid, 1943, que es de la que se toman las citas, y Oroz, J.,Vita Sancti Aemiliani, Perficit, Vol. IX, 1978, 165 ss.Vita, 7.
2. Ibídem.
3. Ibídem, 8
4. Ibídem, 8 , 9 
5. Ibídem. 
6. Ibídem, l0 
7. Ibídem, 11 
8. Ibídem. 
9. Ibídem.
10. Ibídem.
11. Ibídem, 12
12. Ibídem.
13. Ibídem, 13 
14. Ibídem, 1 -3 
15. I Cor., 9,24s.; II Tim.,4,5 ss. 
16. Vita, 12 
17. San Bernardo, Serm.XI, In Cant.
18. Vita, 31 
19. Ibídem, 10 
20. Ibídem, 13 
21. Ibídem, 26, 17 
22. Ibídem, 29 
23. I Cor., 9,19ss. 
24. Vita, 17 , 29 
25. Ibídem, 26 29 
26. Ibídem, 26 
27. Ibídem, 29 
28. Ibídem, 34 
29. Ibídem, 30
30. I. Cor., 9, 4-5. 
31. Vita, 9,12,24,27,30. V. Testimonio de Yepes citado por Oroz en o.c., 188, n. 19. 
32. Ibídem, 32, 33. 
33. Oroz, 210, n. 52; V. de Parga, XV, n. 27. 
34. Vita, 22, 23. 
35. Ibídem, 16,17. Lo mismo piensa V. de Parga, o.c. XV. 
36. M.C. Díaz y Díaz, Libros y librerías en la Rioja altomedieval, Logroño, 1979,98. 
37. V. de Parga XV. 
38. Vita, 33, 18,22, 24, 29.
39. Ibídem, 13, 28 
40. Ibídem, 33 
41. Ibídem ,31 
42. Ibídem, 27, 28, 29 
43. Ibídem , 2, 3 
44. Ibídem, 35, 36, 37, 38 
45. Ibídem, 36

 

Antonino M. Pérez Rodríguez  
UNED, C.A. Madrid
IER Logroño 1997

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