Capitel con motivo vegetal de la galería porticada de la ermita de San Cristobal, en Canales de la Sierra. Su construcción comienza en el siglo XII, y constituye una magnífica joya del románico riojano.

  Berceo y la  poesía del siglo XIII


 Alan Deyermond 

Galería porticada de la ermita de San Cristobal, en Canales de la Sierra. Su construcción comienza en el siglo XII, y constituye una magnífica joya del románico riojano.

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"la tradición lírica como la épica florecen en España antes de 1200

 

     Si bien tanto la tradición lírica como la épica florecen en España antes de 1200, la primera escuela consciente de poesía --el primer grupo de poetas con un programa literario común- no aparece hasta el siglo XIII. Estos poetas utilizan una nueva forma métrica conocida como cuaderna vía: versos de catorce sílabas {con cesura tras la séptima) en tetrástrofos monorrimos. El nombre de «cuaderna vía» se ha tomado del que probablemente fue el primer poema compuesto en tal manera, el Libro de Alexandre, donde también se halla otra designación gemela, mester de clerecía.
     Esta forma métrica proviene de Francia: probablemente es una adaptación del alejandrino francés, aunque algunos críticos han apuntado la influencia de la poesía latina cultivada en la Francia del siglo XII. Pero no sólo la estrofa, también la materia central del Alexandre llegó de allende los Pirineos, así como otros elementos lingüísticos y conceptuales. Cabe incluso pensar que la poesía del mester de clerecía surgió en la recién fundada Universidad de Palencia, donde había maestros franceses encargados de enseñar a la que seria la primera generación de universitarios españoles.
     El primer poeta de la nueva escuela cuyo nombre conocemos es Gonzalo de Berceo, pero el anónimo Libro de Alexandre es probablemente anterior {¿hacia 1225-1230?) y parece haber sido el modelo de Berceo. El Alexandre, una de las más valiosas obras medievales referentes a Alejandro Magno, es en parte un libro de aventuras y en parte una epopeya culta. El poema es el más extenso de la clerecía y muestra la grandeza y la trágica caída del héroe. Berceo {nacido a fines del siglo XII y muerto antes de 1264) utilizó la nueva poesía con propósitos piadosos. En la Vida de San Millán de la Cogolla {¿hacia 1230-1235?) combina la devoción por el santo patrón de su monasterio {Berceo era notario del abad de San Millán) con la preocupación por los intereses económicos del cenobio. El poema, en efecto, incorpora una adaptación de los falsos Votos de San Millán, que prescribían el pago de tributos al monasterio por parte de los territorios vecinos; es incluso posible que el propio Berceo estuviese implicado en la falsificación de tales Votos, si bien no por motivos de ganancia personal. Sus poemas posteriores, en los cuales la motivación económica tiene un papel mucho menor o se halla ausente por completo, versan sobre la vida de otros santos, sobre asuntos doctrinales y sobre la Virgen María. Todos los poemas, excepción hecha de una canción inserta en el Duelo de la Virgen, están en cuaderna vía.
     En el mismo género métrico figuran el Poema de Fernán González (véase cap. 3); el Libro de Apolonio, que, como el de Alexandre, trata de un asunto clásico, pero utilizando la tradición narrativa antigua para poner de relieve una lección moral cristiana, con final feliz; y algunas obras menores, como los Castigos y exemplos de Catón, perteneciente a la literatura sapiencial, o la adaptación versificada de un pequeño fragmento de Las siete partidas de Alfonso el Sabio. La cronología de estos poemas es insegura, pero la mayor parte, incluyendo todos los principales, parecen corresponder a un período de menos de cuarenta años, entre 1225 y 1265. Los poetas están al tanto de la obra de sus colegas, de la que toman elementos ya la que hacen alusiones varias. Esta conciencia, así como las notables semejanzas técnicas que existen entre poemas de temática muy diversa, justifican la etiqueta general de mester de clerecía. Lo mismo cabe decir por lo que se refiere a la formación de los autores: como observó ya Menéndez Pelayo, se trata de una poesía de las recién nacidas universidades y de los monasterios. No queda tan claro que la etiqueta de mester de clerecía pueda aplicarse correctamente a los poemas del siglo XIV escritos por la cuaderna vía, más heterogéneos que los anteriores, y, desde luego, no es posible admitir la frecuente práctica de agrupar los demás poemas de los siglos XIII y XIV en un artificial mester de juglaría. De hecho, la mayor parte de los poemas de métrica diferente a la cuaderna vía también tiene un origen claramente culto.
     Del siglo XIII datan dos importantes narraciones religiosas en pareados de versos cortos: la Vida de Santa María Egipciaca y el que ha solido llamarse Libre dels tres reys d'Orient; son, respectivamente, una hagiografía novelesca y una versión cuidadosamente estructurada de materiales tomados de los Evangelios Apócrifos. En otro poema más breve, ¡Ay Jherusalem! -uno de los raros ejemplos castellanos de literatura de cruzada-, lo narrativo se combina con una llamada a la acción. Mejor representado se halla otro género común a toda Europa, el de los debates en forma poética, con tres obras de gran interés, la Disputa del alma y el cuerpo, la segunda parte de la Razón de amor (Denuestos del agua y el vino) y el Elena y María, todos de vivaz andadura. Elena y María, además, ofrece una mordaz crítica social, mientras que la Razón de amor -poema particularmente delicado, hermoso y enigmático- sitúa el debate en un marco de narración amorosa de tono lírico. 

     Entre las investigaciones sobre el mester de clerecía llevadas a cabo durante los últimos decenios se cuentan los útiles panoramas introductorios de Barcia [1967] y Salvador Miguel [1973], así como los estudios métricos de Saavedra Molina [1950-1951] y Baldwin [1973]. El extenso artículo de Saavedra Molina contiene un minucioso análisis de la versificación, especialmente valioso por su detalle y exhaustividad. Baldwin, por su parte, apuntando a un nuevo aspecto de la relación entre los poetas romances y la cultura latino-medieval, sugiere la influencia del cursus de la prosa latina en la rítmica del mester de clerecía. El aspecto lingüístico de tal relación ha sido estudiado por Dutton [1967], que también insiste en la conexión con lo francés ( [1973] y cf. [1974] ). Debemos a Dutton el primer desarrollo detallado de la idea de Menéndez Pelayo acerca del trasfondo universitario del mester de clerecía y su asociación específica con Palencia. Esa teoría se ha visto reforzada por el trabajo ( todavía inédito) de Peter T. Such sobre los aspectos retóricos del Libro de Alexandre.(nota l- En un artículo que acaba de aparecer, Francisco López Estrada estudia el desarrollo de clerecía y otros términos afines -en varias lenguas- como concepto literario: «Mester de clerecía: las palabras y el concepto», Journal f Hispanic Philology, III (1978), pp. 165-174.)  Otros estudios sobre este poema han arrojado nueva luz sobre la naturaleza del mester de clerecía. Willis [1956-1957], en especial, ha subrayado que tal denominación conviene muy singularmente al erudito y refinado Alexandre, en tanto se aplica con más dificultad a las restantes obras en cuaderna vía. A propósito de los mal llamados (y mal datados) Proverbios de Salamón, Rico [1977] ha insistido en que el mester se configura en gran medida como la escuela poética que reconoce como dechado al Libro de Alexandre, cuyo ámbito enciclopédico lo convertía en una suerte de repertorio temático y estilístico. Por último, entre los trabajos de conjunto, hay dos que se oponen a las teorías aceptadas. Gybbon-Monypenny [ 1965] muestra que algunos datos considerados como prueba de la difusión oral de estos poemas no son en absoluto dignos de confianza, argumentando, además, que existen pistas considerables para afirmar que el mester de clerecía se dirigía a la lectura privada. Es muy posible que la presentación oral del mester de clerecía fuese más importante de lo que dice, pero, en todo caso, su trabajo ha tenido un efecto muy saludable en este aspecto de las investigaciones sobre el género (Dutton [1967 ss.], I, p. 175; Ruffinatto [1968-1970]). La dicotomía tradicional entre clerecía y juglaría, supuestamente justificada por las estrofas iniciales del Alexandre, es cuestionada en un artículo mío [1965] ; Musgrave [1976] ha demostrado que yo simplificaba en exceso un aspecto de la cuestión.
     Era cosa conocida de antiguo que Gonzalo de Berceo aparece como signatario de una serie de documentos en la primera mitad del siglo XIII, y gracias a ello fue posible fijar las fechas aproximadas de su vida. Así quedó la cuestión hasta que hace unos veinte años Dutton [1960] inició sus investigaciones en torno a Berceo, logrando reorientar el asunto en forma decisiva, con pocos análogos en el dominio del medievalismo reciente. Su demostración de la formación legal y administrativa de Berceo ha sido generalmente aceptada, pero la conexión que establece entre el poeta y las falsificaciones de documentos del monasterio de San Millán [1967 ss.], I resulta más polémica, no tanto por defecto en los datos (sin duda de mucho peso, y es preciso tener en cuenta que Dutton tiene gran cuidado en no exagerar las conclusiones que saca de ellos) como porque muchos lectores, sobre todo los relacionados con el monasterio, se han sentido horrorizados ante la idea de que un poeta tan devoto pudiera haber participado en semejantes manejos. Otros estudios de Dutton que completan el cuadro biográfico de Berceo han desembocado en un útil artículo de conjunto [ 1976] sobre la cronología de las obras del poeta. La cronología establecida por Dutton para las vidas de los santos coincide con la propuesta por Weber de Kurlat [1961] sobre la base de un penetrante análisis literario.
     También se han hecho notables progresos en la edición de los poemas de Berceo, aunque el avance cualitativo es aquí menos señalado que en el campo biográfico. Así, las ediciones publicadas entre 1900 y 1930 por John D. Fitz-Gerald, Antonio G. Solalinde y C. Carroll Marden ofrecieron textos fiables de la mayoría de los poemas; más recientemente se han ido publicando los textos que aún restaban, y los que habían sido ya adecuadamente preparados se han revisado a la luz de nuevos manuscritos y de los progresos de la crítica textual. Lo más importante ha sido, otra vez, lo realizado por Dutton, el primer estudioso desde los tiempos de Tomás Antonio Sánchez (1780) que ha intentado una edición de las obras completas de Berceo; han aparecido por el momento hasta cuatro volúmenes, y los demás verán la luz a no tardar [1967]. Dutton incluye estudios acerca de la relación de los poemas con sus fuentes (véase asimismo [1974]), algunas de las cuales también publica, y acerca de la lengua de los manuscritos (cf. Ruffinatto [ 1974 a] ). Dutton intenta restaurar las formas lingüísticas originales de los cuatro poemas cuyo manuscrito más antiguo es el in folio del siglo XIV designado F, y para ello recurre al análisis de los pasajes que aparecen tanto en F como en la copia realizada en el siglo XVIII de un manuscrito in quarto hoy perdido, Q. Este procedimiento ha sido últimamente cuestionado de modo implícito por Uría Maqua [1976] en su edición de la Vida de Santa Oria; se trata de un asunto que, con toda probabilidad, seguirá siendo discutido. El trabajo de Uría va más allá de las sugerencias de Lida de Malkiel [1956-1957] y es audazmente innovador: al par que introduce correcciones apoyadas en datos claros y en una argumentación persuasiva, propone, menos convincentemente, un radical cambio de orden de algunas estrofas, incluyendo desplazamientos entre el comienzo y el final del poema. Se trata, en todo caso, después de las de Dutton, de la más importante edición de Berceo hecha en los últimos tiempos, aunque ha habido otras aportaciones útiles, como la edición de un olvidado manuscrito de la Vida de San Millán (Koberstein [1964]) y la del Martirio de San Lorenzo (Tesauro [1971]).(nota 2- El Santo Domingo acaba de ser editado por A. Ruffinatto (Logrofio, 1978), en la misma serie que Uría [1976].)

    
La crítica literaria no había dicho prácticamente nada sobre Berceo hasta hace treinta años (y lo mismo cabe afirmar sobre gran parte de los autores medievales españoles), pero disponemos ya de un ensayo general y muy agudo debido al poeta Jorge Guillén [1962], así como de un cómodo y bien organizado inventario de los recursos estilísticos berceanos, preparado por Artiles [1968]. La sola objeción de importancia que puede hacerse a este último es que el tratamiento que hace del sistema formular del mester de clerecía es excesivamente cauto y provisional. Un estudio de John K. Walsh, de próxima publicación, mostrará que tal sistema (hasta cierto punto similar al de la épica, si bien no procedente de las constricciones de la composición oral) lo impregna todo, hasta límites en verdad sorprendentes. También es digno de mención el libro de conjunto de Giménez Resano [1976], particularmente por su capítulo sobre las técnicas narrativas. Entre los trabajos sobre los varios poemas se cuentan una excelente guía a la lectura de los Milagros, contenida en el glosario a la versión modernizada de D. Devoto [1957]; el libro de Gariano [1965, 1971] sobre el mismo poema, en el que se hacen algunas afirmaciones cuestionables, pero muy útil en general; y el sagaz análisis por Rozas de uno de los milagros [1975] y del libro en tanto forma unitaria [1976] .Por lo que se refiere a las vidas de santos, y además del clásico ensayo de Weber de Kurlat [1961], tenemos el libro de Perry [1968] sobre Santa Oria, y el de Suszynski [1976] sobre Santo Domingo, ambos dignos de elogio por la equilibrada aproximación crítica, al igual que el artículo de Ruffinatto [1974 a] que utiliza los métodos de la morfología del relato y la semiología. Recordemos aún un artículo de Gimeno Casalduero [1977] asimismo sobre el Santo Domingo en el que se dedica una cuidadosa atención a la estructura del poema (sobre cuyo estilo traerá novedades un inminente libro de Rafael Sala).
     No poco se ha escrito sobre el lírico ¡Eya velar! , incluido en el Duelo de la Virgen. Varios investigadores de primera categoría han intentado solucionar el problema de su estructura y de la correcta ordenación de sus estrofas, pero las aportaciones más importantes han sido las de Devoto [1963] y Orduna [1975]; este último hace una revisión parcial de su estudio de 1958 sobre la estructura del Duelo en conjunto y del ¡Eya velar! en particular. Ambos críticos tratan tanto del problema estructural como del igualmente espinoso asunto de los orígenes líricos: Devoto pone de relieve su base litúrgica, mientras que Orduna -probablemente con razón- considera que hay una mezcla de elementos litúrgicos y populares. También Devoto [1976 y 1977] lleva publicadas dos partes de lo que sin duda será una investigación definitiva acerca de la fortuna de Berceo antes de la edición de Sánchez. Este trabajo, aparte de su interés intrínseco, nos ayuda a ver los estudios modernos sobre Berceo en una perspectiva más adecuada y nos recuerda la necesidad de prestar atención detenida a ¡a resonancia temprana de los autores medievales.

     ¿Qué queda por hacer? La culminación de la edición de Dutton y la resolución del problema de la lengua (cf. Ruffinatto [1974 a]) son sin duda objetivos urgentes. La crítica se ha ocupado de modo desigual de los diferentes poemas de Berceo, y no ha estado siempre a la altura de la importancia del poema mismo. Así, por ejemplo, ¿por qué el Santo Do- mingo ha atraído mucho más la atención crítica que el San Millán? Se trata, probablemente, de un poema de más calidad, pero ello no quiere decir que el segundo sea insignificante desde un punto de vista artístico. El Martirio de San Lorenzo ha sido olvidado casi por completo, lo mismo que los Loores de Nuestra Señora entre los poemas no hagiográficos. Caso aún más sorprendente es el de El sacrificio de la misa: con ser uno de los primeros textos de Berceo editado con seriedad (por Solalinde, cuando todavía era estudiante) y tema de dos libros hace medio siglo, ha quedado descuidado desde entonces, pese al interés que presenta su probable combinación de varias fuentes en un todo satisfactorio, así como su despliegue de virtuosismo al interpretar las relaciones entre el Viejo y Nuevo Testamento y la Iglesia medieval.
     El Libro de Alexandre sobrevive en dos manuscritos básicos, ambos incompletos, y en varios fragmentos. El códice más completo y correcto, P, tiene rasgos aragoneses muy marcados, mientras que el otro, O, es claramente leonés en el aspecto lingüístico. Difieren de modo notable en muchos aspectos de sus lecturas respectivas, incluyendo las atribuciones que se hacen en la estrofa final: O dice que el copista ( «escrevió este ditado», cf. cap. 3, p. 89) es Juan Lorenzo, natural de Astorga, mientras que en P se dice que el poeta ( «Uzo esti ditado» ) es Gonzalo de Berceo. La cuestión, complicada aún más por la aparición anterior de los nombres «Lorente» y «Gonzalo», ha sido muy discutida. Hasta hace poco, la mayoría de los estudiosos aceptaban el punto de vista de Alarcos Llorach [1948], según el cual el autor no era ni Juan Lorenzo ni Berceo, sino un anónimo; los intentos de atribuir la paternidad del poema a Juan Lorenzo han terminado en notorio fracaso. Un par de estudiosos, sin embargo, tienden hoy a aceptar a Berceo como autor del Alexandre. Esta idea, apuntada por Dutton [1960], ha sido defendida recientemente en una serie de artículos por Dana A. Nelson. La argumentación, basada en aspectos lingüísticos, ha sido controvertida, pero Nelson continúa desarrollándola, y el debate está lejos de haber terminado. La más reciente exposición de los puntos de vista de Nelson aparecerá en su próxima edición de la obra. Existen dificultades todavía no resueltas por los defensores de esta teoría -y que a mí me parecen muy serias-, pero es preciso admitir que la atribución del Libro de Alexandre a Berceo tiene hoy una base considerablemente más amplia que hace treinta años.
     Las diferencias entre los manuscritos son tan grandes que una edición crítica en que se utilizasen los códices existentes para intentar reconstruir el arquetipo parece una tarea quizá poco prudente y capaz de desalentar al más intrépido. En 1934, Raymond S. Willis publicó una excelente edición paleográfica de los manuscritos y de los fragmentos, que fue punto de partida de las investigaciones posteriores. Alarcos [1948] incluyó en su libro la muestra de una posible edición, pero no fue más allá; para preparar un texto dirigido a un público no especializado, el camino más inteligente es, con toda probabilidad, el seguido por Ian Michael en la edición que está a punto de aparecer en «Clásicos Castellanos»: basarse en un solo manuscrito y utilizar el otro para colmar las lagunas. Nelson, sin embargo, está convencido de que una edición crítica es no sólo deseable, sino también posible; será preciso esperar a que se publique su trabajo, antes de arriesgar un juicio.
     El interés despertado últimamente por la lengua del poema se refleja no sólo en los estudios de Alarcos y de Nelson, sino también en la publicación del extenso glosario de Sas [1976]. Los aspectos literarios, sin embargo, no han sido olvidados. El estudio de las fuentes, iniciado por Alfred Morel-Fatio en el siglo XIX, fue luego ampliamente completado por Willis en dos monografías publicadas casi al mismo tiempo que su edición; algo más han añadido también Alarcos [ 1948] y Michael[1970]; este último incluye además una utilísima tabla sumaria de las fuentes de cada episodio (pp. 287-293). La estructura del poema, condenado en un tiempo por la crítica por sus digresiones supuestamente innecesarias, está siendo considerada últimamente como sutil, coherente y eficaz, como un factor fundamental que pone al Alexandre por encima de casi todas las obras medievales sobre el tema (Michael [1970], Rico [1970], Bly y Deyermond [1972]). El creciente acuerdo sobre las cualidades artísticas del poema contrasta con las discusiones acerca de su temática, en particular por lo que se refiere a la actitud del poeta para con su héroe. Willis [1956-1957] y Lida de Malkiel [1961-1962] han sostenido que Alejandro, pese a sus pecados de orgullo y otros excesos, se salva al final del poema por su arrepentimiento y humildad. Tal opinión parece ya insostenible a la luz de las objeciones de Michael [1970], si bien éste no acaba de demostrar totalmente que el poeta nos presenta la condenación de Alejandro. Lo que parece más probable es que el autor soslayara el problema, prefiriendo presentar el destino de su héroe como ejemplo de la caída de las glorias mundanas (Bly y Deyermond [1972]). Otros aspectos literarios del Alexandre estudiados por la crítica son la adaptación de la materia clásica a una atmósfera cristiana y medieval (Michael [ 1970] ), las analogías de otros textos con el tratamiento que el Libro da al personaje de Alejandro (Lida [1952 y 1961-1962]), y el recurso a la técnica tipológica (Bly y Deyermond [1972] ). Lo que se necesita más perentoriamente es una edición que sea tan textualmente firme como accesible para el lector no especializado. También sería útil disponer de una versión actualizada del juicioso panorama de la crítica sobre el Alexandre trazado por Michael [1965].
     Al igual que el Alexandre, el Libro de Apolonio fue publicado tiempo atrás por un estudioso norteamericano, en este caso C. Carroll Mar den, en 1917-1922, pero después se sintió la necesidad de una edición menos conservadora que la de éste. Dos críticos han intentado llevar a cabo tal tarea, De Cesare [ 1974] y Alvar [1976] .El primero hace algunas correcciones imprescindibles en el texto de Marden, aunque otras son discutibles. En conjunto, se trata de una útil edición, cuyo defecto obvio, como ocurre con frecuencia en los realizados por eruditos italianos, es la falta de todo análisis literario. La edición de Alvar, mucho más amplia y ambiciosa, todavía no ha sido cabalmente valorada, pero plantea ciertas dudas en lo referente a sus técnicas textuales y bibliográficas. Los aspectos literarios del poema fueron ya tratados por Marden en la introducción y notas de su edición, pero después quedaron bastante olvidados hasta el renovador artículo de García Blanco [1945]. Después, yo mismo [1967-1968] he estudiado los aspectos folklóricos y la estructura del poema, y Devoto [1972] ha comentado detallada y eruditamente dos pasajes relevantes; Artiles [1976] ha publicado un trabajo de conjunto útil pero curiosamente anticuado.
     La Vida de Santa Maria Egipciaca y el Libre deIs tres reys d'Orient, incluidos en el mismo manuscrito que el Apolonio, han sido también publicados por Alvar [1970-1972 y 1965], quien ha rebautizado la segunda obra como Libro de la infancia y muerte de Jesús. Estas ediciones contienen una gran riqueza de materiales y, sobre todo, riquísimos estudios lingüísticos, pero tampoco faltan descuidos, como cuando Alvar corrige una lectura que previamente ha mostrado deberse no al copista, sino al autor mismo. La edición de M. S. de Andrés Castellanos [1964], por lo tanto, no ha sido superada por completo. Es lamentable que la preparada por el desaparecido J. W. Rees no haya pasado del estadio de pruebas de imprenta; aun así, sería de desear que se publicase, ya que su minuciosidad textual y lingüística no se ha igualado. Craddock [1966] ha enmarcado la Vida en el contexto de otras versiones hispánicas, y Kassier [1972-1973] ha estudiado en ella el uso de la retórica, pero todavía queda mucho por ahondar desde el punto de vista literario, quizá siguiendo las directrices del análisis de Chaplin [ 1967] acerca de la interacción de tema y estructura en Los tres reys d'Orient y aprovechando muchas sugestivas observaciones de Alvar.
     ¡Ay Jherusalem! es uno de los tres poemas incluidos en un manuscrito descubierto no hace mucho tiempo. Los otros dos, si bien interesantes, son obras menores, pero ¡Ay Jherusalem! tiene una gran altura, tanto por sus cualidades literarias como por la importancia histórica que le concede el ser un poema de cruzada. La descubridora del manuscrito, Carmen Pescador del Hoyo [ 1960 ], lo publicó en edición paleográfica, y Asensio [1960] ha dado una erudita y fina valoración de las fuentes y características del poema. Se trata de un estudio casi definitivo, pero todavía suceptible de ser completado en algún detalle {véanse la primera parte del muy desigual artículo de De Vries [1977] y Deyermond [1977]).
     La Razón de amor fue descubierta y correctamente publicada hace casi cien años, pero la edición paleográfica de London [965-1966], con detalladas y copiosas notas, ha llevado el estudio textual de esta obra a nuevos niveles de rigor y seriedad. Los investigadores, sin embargo, se han centrado en los aspectos literarios: tema, unidad y tradiciones en que se inserta. La crítica difiere vehementemente en lo que se refiere a la unidad de la obra; hay quien defiende la idea de que se trata en realidad de dos poemas, la Razón y los Denuestos, unidos por algún copista. La debilidad de esta tesis consiste en que sus defensores no han podido ponerse de acuerdo acerca de qué versos pertenecen a la Razón y qué otros a los Denuestos, y lo que es más grave, que no aparece en el texto un lugar apropiado para trazar una divisoria satisfactoria. Resulta prudente recordar la afirrnación hecha por Spitzer [1950], según la cual si un manuscrito medieval parece incluir una obra sola, únicamente razones muy poderosas justificarían el pensar que son dos. El artículo de Spitzer se ocupa de modo especial de cuál sea el tema de la Razón, en el que ve una síntesis necesaria de contrarios y, de manera más concreta, de la necesidad mutua del amor espiritual y del sensual. Muy diferente punto de vista es el de Jacob [ 1952] , que interpreta el poema de acuerdo con el simbolismo cristiano (así, la amante del narrador-protagonista representaría a la Virgen María). Pese a la validez de varios aspectos aislados, la teoría de Jacob no parece nada plausible. Lo mismo sucede con la de Rivas [1967-1968], que considera que la Razón es propaganda subrepticia de la herejía cátara. Ciertos aspectos del poema han quedado iluminados por Rivas, pero hay otros que se escapan a sus razonamientos. Queda, sin embargo, cada vez más claro que es grande la influencia provenzal: Ferraresi [ 1976] ha estudiado las relaciones del poema con la tradición lírica provenzal, y De Ley [1976-1977] ha mostrado cómo su estructura debe mucho al género de las biografías trovadorescas. También está claro que es necesario investigar las posibles conexiones con ciertas tradiciones esotéricas; así, por ejemplo, en un artículo todavía inédito André S. Michalski señala semejanzas desconcertantes entre la Razón y algunos textos de los alquimistas. Aunque la Razón ha sido más estudiada que el resto de los debates poéticos espafioles, queda mucho por hacer antes de que revele sus últimos misterios.

 

 

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Alan Deyermond  Cap. 4 "Berceo y la poesía del siglo XIII" (págs. 127-140)

 

  Francisco Rico  
HISTORIA Y CRITICA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 

VOL 1 -EDAD MEDIA- ALAN DEYERMON
Editorial Crítica 
Barcelona  1979

 (págs.127-140)


Esta obra quisiera mostrar una imagen nueva de la literatura española: un panorama no compuesto ya de resúmenes y catálogos de datos, sino formado por las mejores páginas que la crítica moderna, desde las perspectivas más originales y reveladoras, ha dedicado. a los aspectos fundamentales de la historia literaria de España, de las jarchas a nuestros días. .El núcleo de Historia y crítica de la literatura española es una selección de los trabajos de mayor importancia sobre cada tema publicados en los últimos decenios y aquí dispuestos sistemáticamente para proporcionar una visión cabal de los grandes autores, obras y épocas, según las conclusiones de la crítica más atenta a los factores propiamente literarios y más diestra en relacionarlos con la trama entera de la historia. Junto a ese núcleo, cada capítulo ofrece una presentación general de la materia abordada y, por otra parte, un balance ricamente informado de los estudios sobre la cuestión, con una rigurosa guía a la bibliografia pertinente. (Texto de la contraportada)

       NOTAS PREVIAS de la edición
    
1. A lo largo de cada capítulo (y particular mente en la introducción, desde luego ), cuando el nombre de un autor va asociado a un año entre paréntesis rectangulares, [ ] , debe entenderse que se trata del envío a una ficha de la bibliografía correspondiente, donde el trabajo así aludido figura bajo el nombre en cuestión y en la entrada de la cual forma parte el año indicado.*** En la bibliografía, las publicaciones de cada autor se relacionan cronológicamente; si hay varias que llevan el mismo año, se las identifica, en el resto del capítulo, añadiendo a la mención de año una letra (a, b, c...) que las dispone en el mismo orden adoptado en la bibliografía. Igual valor de remisión a la bibliografía tienen los paréntesis rectangulares cuando encierran referencias como en prensa o análogas. El contexto aclara suficientemente algunas minúsculas excepciones o contravenciones a tal sistema de citas. Las abreviaturas o claves empleadas ocasionalmente se resuelven siempre en la bibliografía.
     2. En muchas ocasiones, el título de los textos seleccionados se debe al responsable del capítulo; el título primitivo, en su caso, se halla en la ficha que, a pie de la página inicial, consigna la procedencia del fragmento elegido. Si lo registrado en esa ficha es un artículo ( o el capítulo de un volumen, etc.), se señalan las páginas que en el original abarca todo él ya continuación, entre paréntesis, aquellas de donde se toman los pasajes reproducidos. En el presente tomo I, cuando no se menciona una traducción española ya publicada o no se especifica otra cosa, los textos originariamente en lengua extranjera han sido traducidos por Carlos Pujol.
     3. En los textos seleccionados, los puntos suspensivos entre paréntesis rectangulares, [...], de notan que se ha prescindido de una parte del original. Corrientemente no ha parecido necesario, sin embargo, marcar así la omisión de llamadas internas o referencias cruzadas ( «según hemos visto», «como indicaremos abajo», etc.) que no afecten estrictamente al fragmento reproducido.
     4. Entre paréntesis rectangulares van asimismo los cortos sumarios con que los responsables de HCLE han suplido a veces párrafos por lo de más omitidos. También de ese modo se indican pequeños complementos, explicaciones o cambios del editor ( traducción de una cita o substitución de esta por solo aquella, glosa de una voz arcaica, aclaración sobre un personaje, etc.). Sin embargo, con frecuencia hemos creído que no hacia falta advertir el retoque, cuando consistía sencillamente en poner bien explícito un elemento indudable en el contexto primitivo (copiar entero un verso allí aducido parcialmente, completar un nombre o in troducirlo para desplazar a un pronombre en fun ción anafórica, etc.).
     5. Con escasas excepciones, la regla ha sido eliminar las notas de los originales (y también las referencias bibliográficas intercaladas en el cuerpo del trabajo ). Las notas añadidas por los responsables de la antología -a menudo para incluir algún pasaje procedente de otro lugar del mismo texto seleccionado se insertan entre paréntesis rectangulares.

***Normalmente ese año es el de la primera edición o versión original (regularmente citadas, en cual quiercaso, en la bibliografía), pero a veces convenía remitir a la reimpresión dentro de unas obras completas, a una edición revisada (o más accesible), a una traducción notable, etc., y así se ha hecho.

 

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