Biblioteca Gonzalo de Berceo

La presente edición  conmemora el 4º centenario de la obra del autor riojano Gregorio González.
 

 

 

 

ESTA EDICIÓN

 

Esta edición debe entenderse como una revisión completa de la que publicó en 1988 la editorial Almar en Salamanca. Quiere ello decir que, buscando salvar las numerosísimas erratas que por distintas razones se habían deslizado en aquel entonces, he vuelto a cotejar la reproducción del manuscrito que obra en mi poder y cuyo original se conserva en el Smith College de Massachusetts. Es un manuscrito de la época en el que se percibe la intervención de varias manos diferentes. Son abundantes en él las tachaduras y correcciones, así como en algunos casos las adiciones entre líneas o en los márgenes. El manuscrito se halla deteriorado en algunos puntos, lo cual impide por veces su lectura. He señalado las conjeturas más relevantes introducidas en el texto -bien en el propio texto mediante corchetes, bien en nota-, pero no las restantes circunstancias recién destacadas dado el carácter no crítico de esta edición.

Por lo que se refiere a los criterios de la edición, debo decir que he modernizado tanto la ortografía como la puntuación. He respetado, sin embargo, aquellas grafías que pudieran afectar la conformación fónica de las palabras, así como vacilaciones habituales en textos de este período como por ejemplo las de las formas así /ansí o ahora/agora. He deshecho, de acuerdo con la norma actual, algunas contracciones, muy poco estables en el texto por otra parte, como quel, aunques, desto, etc. Los puntos señalan fragmentos ilegibles en el original.

 

Santiago de Compostela, octubre de 1994

Fernando Cabo Aseguinolaza

 

Capítulo 2º

 

Cuenta Onofre los malos tratamientos que la vieja

su ama le hizo y cómo se vengó de ellos

 

Una de las cosas que más incitan los hombres a mal hacer es el odio natural, porque si el aborrecimiento es cobrado por enemistad, o se pasa el enojo o se olvida la injuria. Pero al que le faltan causas de donde proceda es también fuerza que le falten para que se evite. Y ansí no hay que espantar 1 que, pues yo tan de mi cosecha se le tenía a esta vieja, procurase su menoscabo. Cuanto más que las ocasiones que ella me daba eran tan urgentes 2, que, cuando en mí no fuera -como era- proprio el aborrecerla, sus persecuciones naturalizaran el adquirido rencor que contra ella tenía 3, porque nunca vi ninguno que de malas obras esperase buenas correspondencias. Si bien me vengué, mejor me lo mereció. Pague, pague; que no hay día mejor para el agraviado que el de la venganza 4.

El succeso fue, pues, que cierto día traíamos unos peones que andaban en unos panes 5 que estaban sembrados en heredades de casa, y, para dalles de comer, tenía la buena vieja aderezada una olla con media cabezada de puerco -que era sábado, y en aquel obispado se acostumbraba tales días a comer 6- con algunos otros adherentes, a lo que a mí entonces me parecía, de gusto y entretenimiento 7; y más para quien tan necesitado estaba en aquellos medios de él como yo. No sé por qué caso fortuito se fue Inés, que éste era el nombre de la vieja, a casa de una vecina, y me dejó encomendada la olla, encareciéndome primero el cuidado y diligencia de ella. Yo -que, como dicen, aunque por entonces ya estábamos en paz, no las tenía todas sobre mí, porque la suya era como la paz de Judas- andaba muy en los estribos 8, echando fuego, cubriendo y descubriendo mi olla, quitándole la espuma, revolviéndola muy a menudo; porque como es quien manda ansí se ha de obedecer, y porque había oído decir que olla mecida dos veces cocida. Como era mal acondicionada 9, no me descuidaba, que, aunque amo perezoso jamás hace criado diligente, hace el temor a veces lo que no puede la virtud.

Pero el diablo, que es enemigo del sosiego y cuidadoso en el perseguirnos, comenzóme a echar varillas de tentación 10 y a ponerme en el olfato un apetito insaciable y deseo desordenado, de manera que todo se me iba en poner y quitar la cobertera y en recebir aquellos vapores celestiales, que en aquel tránsito me parecían mejor que los bálsamos aromáticos ni perfumes odoríferos 11, de tal suerte que este sentido, sin duda por sus vías, quiso contaminar al del gusto, siquiera porque a él no se le atribuyese toda la culpa de este delicto. Estoy por decir que dudo que fuese Eva tan tentada por la manzana, y aun que usé yo de más ardides y estratagemas para no incurrir en aquella torpeza: cruces hice, salves recé, credos y avemarías, pues el paternóster y los mandamientos a veinte veces 12. No me quedó cosa en la cartilla: hasta las obras de misericordia. No la hice yo pequeña en remediar mi fatiga. ¿Qué no inventé? ¿Pudo llegar a más que a humillarme a sacar una escudilla de caldo y comérmela y a beber a la buena Inés, para divertir el gusto, más de un cuarto de vino que ella tenía escondido 13, que se me fue en gustaduras como el virgo de Justilla 14? y todo por ver si aprovechaba. Mas ni por esas ni por esotras: antes este remedio fue añadir daño a daño. Ojalá fuera uno solo. Mas todo fue mal para el cántaro 15, pues al fin llovió sobre mis cuestas 16, y aun causa de encender más la afición -harto lo estaba ella-, porque, como el caldo y vino comenzó a hacer operación en el gusto, se acabó de perficionar el de la olla.

Bien vengas mal si vienes solo. Poco me aprovecharon mis plegarias, mas yo creo que, aunque rezara el breviario entero, no fuera más así que asado 17, porque cuantas veces meneaba el testuz en la olla 18, tantas me rebullía un hijo en el estómago: si le veía el ojo, hijo por el ojo; si la oreja, hijo por la oreja; si el hocico, hijo por el hocico 19. ¿Hasta qué? Hasta darme deseo de una muela que le dejó Inés por no podérsela quitar. ¿Viose tal preñado en el mundo? Cuando yo me vi en este punto, con tan súbita persecución y tanta máquina de aflictiones, dije entre mí 20:

-Gástese la hacienda y no malpara un hombre, que no es justo que se pierda una alma por el interés del mundo.

Yo me arriesgué como desesperado y antepuse aquel gustillo a los infortunios que me sucedieron 21, Bien dicen que los contentos que se adquieren sin trabajo no son tan verdaderos como los que con él alcanzan los hombres. Por eso me supo tan bien el testuz de puerco: porque, como esperaba el tormento, fingílo presente antes de comerla 22, como muerte por el derecho fingida y restaurada por el postliminio 23. Naide. vive sin pecado -el sol, que es el que más luz tiene, vemos que se obscurece-; pero lo que es de doler, que vemos muchos que pecan y pocos que les pese de ello.

En conclusión, yo me abalancé a mi olla. Firme fui como una roca, gran constancia mostré en el acto, aunque suelen decir que perseverar en el mal antes se llama pertinacia que firmeza 24. Y aun creo que tienen razón: pertinaz y desgraciado, pues, cuando estaba en mi prosperidad, el viento me daba en popa y caminaba a vela y remo por aquel mar de mi gusto, andando en lo mejor, a vista ya del puerto, se me levantó la borrasca de mi tormento: alteráronseme las aguas, cualquier ola parecía una montaña. y aun era poco, que al fin sentí que Inés, con Julianico en los brazos, venía cantando:

-Una nega que vene re Frande, no quere comere súcare cande 25.

-Negra sea tu vida, vieja del dimonio -dije yo entonces-, que él te debe de traer acá 26.

Este sobresalto me robó la alegría de las manos y, lo que peor fue, juntamente el testuz. La obscuridad y tinieblas del desconsuelo echaron, de la posesión dulce y sabrosa en que estaba, a la verdadera luz que, del sol que de la cabeza había reverberado, estaba apoderada en lo mejor del bienaventurado gusto. Con todo eso, aunque desconsolado, con la priesa que pude puse mi jarrillo en su lugar al punto, con la cantidad de agua que me pareció habría bebido de vino, porque no le sintiese la flaqueza si lo tomaba a peso, que lo solía hacer como si fuera cardo, tan tomado le tenía el tiento. Metí ansí mesmo el poco testuz que tenía; que las tres partes ya yo las había despachado, como hiciera la otra a no venir aquel impedimento de consanguinidad 27. Cúbrola y comienzo de soplar la lumbre. Tan saltados tengas los ojos cual el salto me diste en el corazón.

-¡Onofre, hola! -comenzó a decir desde la calle. -¿Qué manda?

-¿Duermes?

-A dormirte tú un poco más -dije entre mí-, vieras el sueño que había hecho.

A oírlo pudiera ella decir: -Él se te volverá el del-perro 28.

-Sí, por cierto, durmiendo estaba -dije yo fingiéndome alegre. Y, a la verdad, harto lo estuviera si con mi salto hubiera podido dar el de mata por no andar a ruego de buenos 29. No hay mayor necedad que poner en mano del enemigo lo que se puede remediar con la huida, porque, por misericordioso que sea, es más el rigor de su misericordia que el trabajo de huir de ella.

-¡Ay, qué traza de cocina! ¡Levántate de ahí! ¡Maldito seas! -dijo la vieja-. ¿Cómo tienes esta olla sin hervir? ¿A qué santo la dejé yo encomendada?

-Y aun por eso -dije callando-la he puesto yo en mi sepulcro para guardalla mejor.

Toma la vieja la cuchara y comienza de dar vuelta a su olla. Cual estaba entonces mi corazón, no se me asaba ni se me cocía. ¡Plegue a Dios que no lo veas! ¡Ciégale Sant Antón 30! Mejor me olió a mí la cabeza que yo oliera, si alguno me llegara a tentar en aquel punto. y más cuando la vieja dijo:

-Mozo, ¿tú andado has en esta olla?

-¡Cuánto andado he! -dije yo entonces muy disimulado- ¿No me dijo que tuviera cuidado con ella? ¿Cómo la había de ver sin andalla?

-No quiero decir eso --dijo Inés-; que la has golosmeado 31, traidor, que te la has comido.

Con los ojos intelectuales creo que penetraba aquella vieja lo interior de los corazones 32.

-¿Yo comer? ¿ Yo comer? -dije llorando-. Levántenos que rabiamos 33. ¿La olla me había yo de comer? Arriedro vayas tal testimonio 34 -,-santiguándome.

-¡Arriedro vayas, bellaco! -dijo ella-. Por la pasión de Dios que se la ha comido toda. ¿Qué te parece, enemigo?

-No has dicho mal -dije yo entre mí-, que no le tengo yo mayor que tú.

-¿Qué es del testuz de esta olla? ¿Qué lo has hecho 35, mozo? - replicó-. Por el siglo que mi ánima ha de pasar que te lo he de sacar del cuerpo.

Y diciendo y haciendo 36, sin encomendarse a Dios ni al diablo, áseme de estas orejas y comienza de levantarme en el aire -sí levantadas tenga las alas del corazón 37- y tambaletearme de una parte a otra como si fuera campana que la traían a vuelo. Y, aún no contenta con eso, abalánzaseme a estos brazos y comienza de dar en ellos como en real de enemigos, poniéndomelos de suerte que bien se le echaba de ver que había usado más el oficio de saltamonte que no el de madre 38. De los diablos lo sea ella. Que si es verdad que los corazones humanos se mueven más con los ejemplos de los pasados que con las palabras de los presentes, no seré yo mal ejemplo de compasión a los que están por venir, según ella me trató. Con todo eso, cuando me vi tan afligido, acudí a mi socorro publicando la mentira con apariencia de verdad, diciendo que la diría; a lo cual, dando vado a mi fatiga 39, dijo:

-Pues dila, bellaco, que, si no, aquí te tengo de acabar la vida, que ansí me haces infermar el alma.

 -Días ha que lo debe de estar -dije yo pasito, y comenzando mi satisfación 40, proseguí diciendo:

-Habrá de saber que, mientras salí al corral, el gato de la vecina me derribó la olla y se llevó el testuz. Yo, cuando vine, como la vi en el suelo, fui en su busca, que estaba haciendo destrozo de él debajo la cama; y eso fue lo que le pude quitar. Escapóseme que, si no, yo le diera la salutación, mas aún no se me va entre renglones.

-Yo os la daré a vos -dijo la vieja-; acabaros tengo antes que me acabéis.

-Pluguiera a Dios estuviera en mi mano -dije callando. Ya la verdad, si alguno hubiera de ser homicida voluntario, yo lo fuera de aquella vieja, porque la quería como al diablo.

Vuelve otra vez de nuevo y, como si fuera de alfeñique 41, así me dejó retorcido mi cuerpo. A ser Papas los cardenales que me hizo, no habría madera en Vizcaya para hacerles sillas de Sant Pedro 42. Lástima era de ver; que hasta Julianico lloraba viéndome maltratar de tal manera. Los que loca y arrojadamente se encienden en cólera siempre exceden el límite de razón. Tal sueño le dé Dios cual ella me dio el rato 43. Y ojalá que aquí se resolviera todo, que quien algo quiere algo ha de hacer; no se cogen truchas a bragas enjutas 44; pues había comido, forzoso era el escotar: mas no vi delicto tan castigado. Pocos jueces hay que no quieran dar su pena; pobre el delincuente que tiene muchos, que no le arriendo la ganancia, y más si son apasionados 45.

Ella satisfizo bien su cólera y me dejó más para la otra que para esta vida; y después andaba más solícita que otra Marta 46, aderezando su olla y componiéndola lo mejor que podía. Cuando el descuido dobla el cuidado, no es por bien del que se descuidó. Para quien estuviera de buen humor, entretenimiento del alma fuera el verla: y digo de la alma 47, porque éstos son los más verdaderos. Siempre andaba rencillando y haciendo tantos visajes que se pudiera inventar otra nueva danza de matachines 48. Mas, al afligido, pocas veces le entran en gusto los deleites. Ya que lo puso todo en orden y yo había desentonado un poco mi música, toma una cesta diciéndome:

-Tened aquí, honrado: no penséis que se ha acabado la fiesta, que aún agora comenzamos.

-Para ser sin vigilia, a mí harto larga me parece -dije paso49.

-¿Aún habláis? Yo os sacaré la lengua -me respondió-. ¿Qué decís entre dientes? Por vuestra alma se vaya esa oración 50.

-Otras peores rezo yo por la tuya -dije entonces; y a ella le respondí:

-¿Qué tengo de decir? Que el justo lleva la pena del pecador; que tiene la culpa el gato, y el granizo de la nube descarga sobre mis hombros. Tiró la piedra y escondió la mano. Dios sabe la verdad. Que, aunque los que se guían con esperanza se prometen cosas vanas 51, yo la tengo de que ha de parecer; que es como el aceite en el agua, que siempre anda encima 52.

Saltáronseme las lágrimas que quien me viera me juzgara por un apóstol; mas fuera el malo, pues no tenía yo más culpa de la olla que él de la muerte de Cristo 53. Cargóme la cesta, con los aparatos que para la comida de los peones fueron necesarios, en la cabeza, diciéndome:

-Andad, señor, y no me lloréis: no os llore yo las nalgas.

Bien se me empleara el llorármelas o hacérmelas llorar -mas había de ser en sus barbas-, porque ninguna cosa podía convenir mejor que, tras ir cargado como asno, pagarme el trabajo a palos.

-Caminad, buena pieza -me decía.

Yo llevaba el canto llano y ella fue contrapunteando todo el camino 54, que no fue menos pena para mí que el castigo ejemplar que me hizo. Para quien siente, no injurian menos las palabras que las obras.

Llegamos presto y, apenas los había alcanzado de vista, comenzó a discantar diciendo:

-Por buena fe, Serbán, yo les traigo una buena comida. No tengo yo la culpa, el mocito que viene conmigo: él tiene un honrado criado. Salí de casa a lo que Dios me ayudó, y, si le dijera 'cómete la olla', ansí lo ha hecho. ¿Qué paciencia me ha de bastar con él? ¿Qué sufrimiento?

-¿La olla? -dijo mi tutor-. Yo se las sacaré de las nalgas.

-Pobres de ellas -dije entre mí- ¡Qué de ejecuciones tienen para sola una fianza a que se obligaron 55! Atizada tengas el alma, que ansí me atizas la vida.

-¿Y es verdad eso? -dijo mi tutor.

-¿Cómo verdad? -respondió la vieja-. Como el avemaría. ¿ Cuándo suelo yo mentir? 

-Agora -le repliqué muy colérico y lloroso--. ¿Boca tan llena de mentiras la queréis poner por maestra de verdades? ¿Qué queréis; que por vuestro testimonio me echen la ley a cuestas? iMirad ahora qué evangelista 56 !

-A la comida me remito -dijo ella-, que bien veerá cuán presto se quedarán en blanco.

-Blancos tengas los ojos, que, pues no puedo de otra suerte, en bendiciones te lo quiero pagar. Más iba en que te alcanzasen.

Cógeme entonces Rodrigo Serbán cabeza entre piernas y dame una de las que solía; porque no me alabase, que un mal se pagaba con una pena. Si mala me la dio la vieja, peor me la dio Serbán. Dados malos les dé Dios a entrambos 57, que no me faltaba priesa en decirle que ya estaba castigado el delicto; mas poco me aprovechó, que la vieja le ayudaba, porque se bañaba en agua rosada de verme puesto entre sus uñas 58.

-Dadle, dadle -le decía-, que los hombres no se pierden cuando viejos sino porque les dejaron hacer su gusto cuando niños 59.

Dios me tuvo de su mano con aquella vieja. Pero, al fin, cuanto más mal, más merecer; que la verdadera paciencia en los mayores trabajos se conoce. Hasta los peones me eran contrarios, porque uno me decía:

-¿Cuál te supo mejor?

Otro:

-¿Saben tan bien los peces?

Otro:

-¿Comístela con perejil?

 -Bueno lo tenía en mis dientes --dije yo entre ellos 60. Y aun no me espanto que éstos se holgasen de mi persecución 61, porque no fue pequeña la que a ellos les vino. Yo llevé los castigos y la vaya 62, pero también me quedó el testuz por consuelo. De lo poco que les dejé, me pesa, porque me la dieran de veras.

Cuando hubieron comido, dimos la vuelta a casa, que nunca mi ángel malo se me quitaba de encima; antes me venía ayudando a mal morir con decirme:

-Ansí es menester; que los mozos no han de ser golosos. ¿A la olla os le atrevéis? Tomaos lo que os halláis. ¿Qué queríais? ¿Una en saco y otra en papo 63? ¿El cuero lleno y la suegra beoda 64? No era burla para pasar por alto: avivar el ojo, que ho hay para cada martes orejas 65.

Y en aquello tenía ella razón, que, si yo hubiera de pasar cada semana aquellos infortunios, no digo yo para cada martes, mas ni aun para cada Navidad. Al fin, llegamos a casa: yo tal como bueno y ella algo calorosa del camino y sol 66. Apenas hubo entrado en la cocina, cuando ase del jarrillo donde ella había puesto el vino -que aún eso me quedaba por pasar-; y, sin reparar en ello (mal temí en viéndola, aunque dije entre mí: -Al pagadero me has venido; no es mal principio de venganza), diole dos besos que no parecieron en el salto sino canal de molino. Mal golpe de hacha fue para ella, porque el vino es leche de los viejos 67 y quitárselo fue darle ponzoña. Buen cuidado tuvo; que apenas conoció el metal, cuando, quitándolo arrebatadamente de la boca, comenzó de escupir a gran priesa. No parecía sino enfermo que había tomado purga. No le faltaba sino el vino para jaguarse la boca. Conoció sin duda que yo era el perpetrador, porque me comenzó de reñir y, lo primero, me arremetió el jarro; y yo, a la puerta. No había que fiar de ella, que estaba rabiosa: pongamos tierra en medio, que más vale buen temor que mala confianza.

De allí, negando a pies juntos, comencé de proponer mis defensiones, y allegaba 68 que, viniendo los dos de la pieza, ¿cómo me podía haber bebido el vino? Silogismo en dari no tenía respuesta 69. Con todo eso, lo quería aclarar y hacer averiguación para arañarme. El diablo se lo confesara. No hay cosa más justa que negar lo que con mal fin se pretende. Hecha estaba una víbora de coraje. El vino suele hacer renegar los hombres, mas ésta con el agua renegaba. Sospecho que si me cogiera entre las garras, que había caído en el mes del obispo 70; porque oírla era una excomunión. Éste sí que era pecado, que el de la olla quitóse con el agua bendita. Bendita debía ella de estar, pues tan buena operación hizo.

El diablo, Onofre, te metiera en sus manos. Escapar de la llama y dar en la brasa. Ponte en salvo mientras consume aquellas espumajosas bascas, que es bravo el toro y está agarrocheado 71. Vara fue la de la agua que se le debió clavar en el corazón, porque no tenía ella mayor contrario en este mundo. Paréceme a mí que no le pudiera venir mayor azote de la mano de Onofre que darle a beber agua. Paso de la pasión fue para ella, que no le tenía en menos que yel y vinagre.

A sus voces y mi llanto se juntaron las vecinas, mas yo siempre en la puerta, que no hay mayor miedo que estar culpado. Quien no la hace no la teme, porque el pensamiento justo no puede temer cosa. Aun con su ayuda, no vivía seguro según estaba. Al fin, desflemando ella contándoles mis desastres a mil veces y consolándola ellas, se le vino a pasar la cólera, que no fue poco. Perdonóme, aunque yo siempre fuera, que el temor me hacía cuidadoso. No lo anduve poco para vengarme en algo, y haciendo mi diligencia, que no fue tal como yo quisiera, salió mejor que sospeché.

Hacíamos, pues, paños un día y dejóme, mientras ella se fue a aderezar la casa, -no era para mí nuevo el serlo- por tizonero para dar lumbre a la caldera. De mejor gana se la diera a ella, que las aliagas eran buenas para el efecto 72. Yo estaba de mi espacio 73, y, como vi el aparejo en las manos, pasóme por el pensamiento y púselo por la obra 74. La ocasión hace el ladrón y el buen aparejo buen artífice.

Comienzo de sacar púas de mis aliagas -más quisiera yo que fueran de un rastillo 75-, y por entre las piedrizuelas con que estaba empedrada la cocina voy entretejiéndolas, muchas tendidas en el suelo, pero las más puntas arriba, porque unas disimulasen con otras. y donde más costumbre tenía la vieja de asentarse, voylas asestando como tiros de artillería, que, aunque ellas no eran tan fuertes, el castillo era viejo y aportillado 76, y cualquiera munición lo pondría en aprieto.

Buena cama le hice, aunque me apesaré de no habérselas puesto en la que se acostaba. Bien haya mi poco atrevimiento, que, por no dármele la niñez, me hubiera arrepentido de haberlo ejecutado. Mejor lo hizo Dios, porque, aunque me disciplinara por agua 77, no lloviera a más buen punto. 

Inés viene; aderezo mi lumbre y póngolo todo a gesto 78 porque, para reñir, no tuviese achaques al viernes 79, que no había menester ella muchos. No me descuidé de mi ratonera, que, como gato, estaba asechando el ratón para cazalle. En entrando, dijo:

-¿Por qué no echas lumbre, mozo?

Entrar ella sin reñir fuera volverse el cielo cebolla 80. No lo hiciera por la vida: tal humor no le conocí después que soy hombre 81. Y aun por eso, según dicen -que mentir deben-, es el mío tan perverso; porque, de maestro mal acondicionado, pocas veces sale discípulo amoroso. Bien estuviera la cosa y la pusiera mal a trueco de reformar lo hecho 82. Un reino gobernara de su cocina: esto había de haber hecho el obispo; estotro el Consejo; el Rey tiene la culpa, que no se lo manda. No dejara piedra en su asiento que no meneara: hasta a los sanctos les reformara los suyos. En efecto, llegó y, como acostumbraba, se hincó de rodillas de golpe. Apenas hubo dado en el suelo cuando comienza de vocear:

-¡Ay! ¡Ay!

No siente tanto gusto el galgo cuando dice el cazador «¡Hela!» como sentí cuando dijo «¡Ay! ¡Ay!».

-Sí, espinas -dije yo.

Y, por remediar presto las rodillas, da de manos en las brasas. Cayó en Scila por huir de Caribdis. Por huir del lodo dio en el pozo. Quiso remediar las manos, da una cabezada en la caldera, derrámasele a cuestas: abrasóse viva. Harto lo voceaba. Yo, que acudí al remedio aunque no se lo debía, doyle una vuelta de podenco 83 y póngola lo mejor que pude. Pero, como la lejía estaba hirviendo 84, por presto que me desenvolví -que tampoco me di mucha priesa, porque no entendí fuera tanto el daño-, ya estaba la cabeza como palomino, y el pescuezo y manos, que otro sábado pudieran dar tan buen apetito como el testuz.

Cuando la vi de tal suerte, no dejé de condolerme; que, aunque la quería mal, piedra es quien no se duele del mal ajeno. El menor suyo era el que yo intenté, aunque, después que la curamos y pusimos en la cama con algún sosiego, que no tenía ella mucho, le quité yo algunos de los abrojos que en las rodillas tenía hincados. A ser ella sancta, no nos faltaran reliquias con su sangre.

-Así, así es menester -le dije yo cuando hubo pasado buen rato--. Dios me da venganza de mis enemigos. Castigo es éste suyo, que, como a mí me le disteis sin culpa, no se olvida de sus siervos. No era negocio éste para pasar por alto. ¿A la caldera os le atrevíais? ¿Qué queríais, tía? ¿Una en saco y otra en papo? Aunque tuviera testuz dentro. ¿El cuero lleno y la suegra beoda? Avivar el ojo, que no hay para cada martes orejas 85.

Peguéle por los proprios filos como esgrimidor diestro 86, y como estaba en la cama que no se podía rodear 87, harto tenía que decir:

-Vete de ahí, mozo.

Y yo atizar, que era para mí tortillas y pan pintado, miel sobre hojuelas.

-Venid acá, tía -le decía yo--. ¿Cómo fue? ¿Cómo disteis en la lumbre? ¿Cómo topasteis en la caldera? ¿De dónde os procedió tanto mal? -como si yo no lo supiera; sino que, como los males se renuevan trayéndolos a la memoria, a trueco de verla rabiar, quisiera los refiriera a veinte veces- 88. A Dios gracias que no tengo yo la culpa. Él ha hecho por mí: libre estoy. A lo menos una vez en el año no tendréis que reñirme. Mudóse el temporal; no había de apedrear siempre en un término 89, que todos los tiempos no son unos. Aunque vos, tía, ya sois árbol seco, que, no digo yo la piedra, mas los rayos se perdería poco que os diesen, que al fin vivís de balde y, aunque tenéis vida de limosna, de más a más os coméis el sustento de vuestros succesores 90.

Con estas y otras gracias, que no lo eran para ella, la sacaba de juicio, ya mí no me faltaban si los cascabeles para danzar de contento 91. Que, aunque dicen que en muerte de otro es malo esperar salud 92, con el daño de ésta llegó la mía, porque me refrescó la memoria del mío, y no hay cosa más dulce que acordarse del mal pasado. Bien sea verdad que agora echo de ver que lo hice mal con ella por tenerla como la tenía en lugar de madre 93. Pues, aunque me castigase, estaba obligado a sufrillo. Porque el que desea ser viejo es necesario dar la debida veneración a los que lo son. Pues sabemos que lo que hiciéremos con nuestros padres, aquello harán con nosotros nuestros hijos. Pero entonces, por no tener entendimiento suficiente, se me pudo perdonar; que muchas cosas se permiten a los niños que, siendo grandes, si las hiciesen, merecerían pena por ellas.

En este ínterin, vino de Sigüenza a Palazuelos un sacristán de la Iglesia Mayor a hacer cultivar unas heredades de una su capellanía, y acertó a posar en mi casa 94, que era de las mejores, y, como me viese vivo y al parecer de buen ingenio, rogó a mi tutor me dejase ir con él para servirle. Éste me dio ser de hombre, que hasta entonces de bestia le tenía. Rodrigo Serbán se lo concedió y dijo me inviaría en haciéndome de vestir. Cumplió honradamente a costa de mi hacienda, y el siguiente domingo me partí, dejando a mi persecución en la cama con la suya, no poco contento de que Dios me hubiese sacado de sus manos con venganza.

 

 

 

 

Notas  al CAPÍTULO 2

 

 

1. espantar: 'asombrar'

2. urgentes: 'apremiantes'.

3. persecuciones: 'agravios, ofensas'.

4. Obsérvese la diferencia de tono entre el principio y el final de este párrafo digresivo.

5. panes: «llamamos los trigos desde que nacen hasta que se siegan» (Covarrubias).

6. El sábado era día de abstinencia atenuada en Castilla, y, en consecuencia, se permitía comer las llamadas grosuras de algunos animales. Compárese: «Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero» (Lazarillo, p. 50); «en otra parte había cosas de sábado, cabezas y lenguas, aunque faltaban sesos» (Buscón, p. 218).

7. adherentes: 'ingredientes', «lo que sirve para componer alguna cosa o guisar la comida» (Autoridades); entretenimiento: 'sustento, provecho'

8. no las tenía todas sobre mí: 'no las tenía todas conmigo'; la paz de Judas: 'el beso con que el apóstol entregó a Jesús', se utiliza la expresión «cuando hay buenas cortesías y malas obras» (Correas); andar en (o sobre) los estribos: 'actuar con mucha precaución y cuidado'.

9. 'de mal carácter'.

10. 'me empezó a tentar muy sutilmente'.

11. El uso de ni está justificado por la cláusula negativa implícita en la comparación. Véase H. Keniston, The Syntax of the Castilian Prose. The Sixteenth Century, Chicago, The University of Chicago Press, 1937, parágrafo 40.831.

12. pues: 'después'.

13. humillarme: 'agacharme'; divertir: 'distraer'.

14. Dicho muy utilizado en la literatura de la época. Sebastián de Horozco lo glosa así: «Ay hombres tan desdichados / que aunque tengan mas dineros / quieren probar tantos vados / que antes de ser empleados / se van por milI agujeros // y quedan con la mancilla / despues de probar venturas / y que esto no es maravilla / como el virgo de Justilla / que se le fue en gustaduras» (Teatro Universal de Proverbios, p. 247).

15. Onofre alude al proverbio de origen bíblico (Mt. 22:44) Si la piedra da en el cántaro, mal para la piedra, y si el cántaro da en la piedra, también se quiebra en ella.

16. cuestas: 'espaldas'; llovió sobre mis cuestas: 'cayó sobre mí el castigo o la desgracia'.

17. locución vulgar, 'no hubiese sido de otra forma'.

18. testuz: aquí lo mismo que 'cabeza'.

19. Probablemente se refieren estas expresiones a los antojos propios del embarazo. Así lo cree también Carrasco en su edición.

20. máquina: aquí, 'cantidad'; dije entre mí: 'dije para mi'.

21. Compárese: «habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando qué me podría suceder» (Lazarillo, pp. 38-39); «que siempre se despeñan los moros tras el gusto presente, sin respetar ni mirar el daño venidero» ( Guzmán, I, p. 173).

22. Probablemente concuerda con muela o cabezada. si no se trata de un error.

23. «ficción del derecho romano, por la cual los que en la guerra quedaban prisioneros de los enemigos, en restituyéndose a la ciudad, se reintegraban en los derechos de ciudadanos (de que en aquel ínterin no gozaban) como si nunca hubiesen faltado de la ciudad, enlazando en la consideración legal el instante antes de la prisión con el instante de la libertad» (DRAE).

24. Dice también Sempronio: "La perseverancia en el mal no es constancia mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra" (Celestina, p. 94).

25. La imitación fónica del modo de hablar de negros, niños y subnormales era habitual en la literatura de la época. Hay varios casos de ello, por ejemplo, en La pícara Justina.

26. Los apartes del pícaro, muy próximos en su función y modo de empleo al uso que encontramos en La Celestina, son habituales en otras obras picarescas. Sobre todo en el Lazarillo.

27. Nuevo juego de palabras construido sobre terminología legal.

28. «soñaba un perro que estaba comiendo un pedazo de carne, y daba muchas dentelladas y algunos aullidos sordos de contento; el amo, viéndole desta manera, tomó un palo y diole muchos palos, hasta que despertó y se halló en blanco y apaleado» (Covarrubias).

29. Alusión al refrán más vale salto de mata que ruego de hombres buenas, que sugiere que, en caso de peligro, 'vale más escaparse que esperar a que intercedan por uno' .

30. «Ciégale santantón: al que va a hacer alguna cosa mala, deseando que, aunque tope con lo que va a buscar, no lo vea» (Covarrubias).

31. «andar comiendo golosinas. Engolosinarse, regostarse con la golosina, y volver otra vez al cebo» (Covarrubias).

32. Inés parece seguir en su perspicacia al primer amo de Lázaro: «a las astucias del maldito ciego nada se le escondía» (ed. cit., p. 39). Pero modelo más cercano aún es Celestina, que, en sus propias palabras, «lo intrínsico con los intellectuales ojos penetro» (ed. cit. p. 65).

33. «Levantarle que rabia. A semejanza del perro, que para matarle le levantan que rabia: ansí para hacer mal a uno le levantan y arguyen achaques»(Correas).

34. Onofre transforma significativamente la expresión. «¡Arriedro vaya el Diablo! ¡Arriedro vayas, Diabla! ¡Arriedro vaya Satanás! Dícese reprobando hecho malo y mal dicho» (Correas). También Inés va a apoyarse en lo que la expresión tiene de conjuro al responder; de ahí el calificativo de enemigo ('diablo') dirigido a Onofre.

35. Sobre este uso del pronombre personal lo, véase Keniston, 7.311. .

36. 'dicho y hecho'.

37. sí: 'así'.

38. real: 'campamento'; H. G. Carrasco recuerda que saltamontes, en su sentido actual, no aparece registrado en los diccionarios hasta 1884, por lo que hay que pensar que aquí se relaciona con el verbo saltear ('asaltar').

39. dando vado: 'dando reposo, tregua'. «Dar vado a las cosas es dejarlas pasar cuando ellas van caminando con furia y aguardar tiempo y sazón» (Covarrubias).

40. pasito: 'bajito, en voz muy baja'; satisfación: 'explicación, justificación'.

41. alfeñique: «pasta de azúcar cocida y estirada en barras muy delgadas y retorcidas» (DRAE).

42. Juego de palabras trivial entre las acepciones de cardenal como 'dignidad eclesiástica' y 'hematoma'.

43. Expresión proverbial con variantes. Comenta Correas de la cercana Ansí tengas el sueño: «dícese de cosa que no es buena o no verdadera».

44. enjutas: 'secas'. Refrán equivalente al hoy más conocido El que quiera truchas que se moje el culo.

45. apasionados: 'parciales'.

46. Referencia a la figura bíblica de Marta: «Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio, y, acercándose, dijo: Señor, ¿no te da enfado que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude» (Lc., 10: 38-42).

47. Como se ve aquí y también más adelante, existe vacilación en el uso del artículo ante á tónica. Véase Keniston. 18.121.

48. «La danza de los matachines es muy semejante a la que antiguamente usaron los de Tracia. Los cuales, armados con celadas y coseletes, desnudos de brazos y piernas, con sus escudos y alfanjes, al son de las flautas salían saltando y danzando, y al compás dellas se daban tan fieros golpes que a los que los miraban ponían miedo y les hacían dar voces, persuadidos que, habiendo entrado en cólera, se tiraban los golpes para herir y matar: y así de acuerdo caían algunos en tierra como muertos ...y por este estrago aparente de matarse unos a otros, los podemos llamar matachines» (Covarrubias).

49. paso: 'en voz baja'.

50. Recuerda Carrasco la expresión cercana Por vuestra alma vayan esas plegarias y esos paternostres, que, según Correas, se aplica «contra los que refunfuñan y rezongan». Ello se explica porque al hablar entre dientes se le denominaba rezar: «¿Qué vas, vellaco, rezando? Embidioso, ¿qué dizes? Que no te entiendo» (Celestina, p. 185).

51. prometerse: 'esperar el logro de alguna pretensión'.

52. H. G. Carrasco aduce un fragmento del Quijote: «Dude quien dudare -respondió el paje- , la verdad es la que he dicho, y esta que ha de andar siempre sobre la mentira, como el aceite sobre el agua» (ed. cit., II, p. 423). En la forma La verdad como el olio anda en somo, recoge la frase proverbial Correas.

53. Es expresión irónica de raíz proverbial.

54. «decimos llevar el canto llano cuando va muy sucinto, dando lugar a que otros discanten sobre lo que ha dicho» (Covarrubias). Onofre utiliza inmediatamente el verbo discantar, en el sentido metafórico de 'glosar, comentar'. Compárese: «Iaváronme la cara y la garganta. Sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires» (Lazarillo, p. 43); «No quiero aquí discantar sobre el canto llano de mis palabras» (Guzmán, I, p. 266).

55. ejecuciones: 'pagos mediante embargo de una deuda'.

56. Se refiere irónicamente a la autoridad proverbial de los Evangelios como garantes de la verdad. José Luis Alonso Hernández dice de la expresión ser evangelio: «ser verdad una cosa. Se emplea frecuentemente como juramento de tahúres» (Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, Universidad de Salamanca, 1977).

57. Creo que debe interpretarse la expresión como un deseo de mala suerte para sus verdugos. Dice Covarrubias de dado: «En otra acepción vale suerte buena o mala, según la frasis latina laeta est alea».

58. bañarse en agua rosada: «recebir gran contento» (Covarrubias).

59. El jalear el castigo corporal recibido por el protagonista tiene su antecedente en varios episodios del Lazarillo. Los que escuchaban al Ciego contar el episodio del jarrazo le decían: «Castigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis» (ed. cit., p. 34).

60. dije yo entre ellos: esto es, 'entre dientes'.

61. éstos: 'Ios peones'.

62. «La matraca, el trato, el vejamen que dan a uno para hacerle correr, que vulgarmente se dice dar la vaya» (Covarrubias).

63. «Díjose de los que siendo convidados no se contentan con comer a la mesa, sino que también llevan para cenar a su casa» (Covarrubias).

64. Dicho repetido con diversas variantes. De una de ellas comenta Correas: «Que no puede ser cumplir sin gastar».

65. «Frase con que se da a entender que no es fácil salir de los riesgos cuando frecuentemente se repiten o buscan. Díjose por alusión al castigo que antiguamente había en España, cortando los martes una oreja a los malhechores» (Diccionario de Autoridades, edición facsímil, 3 vols., Madrid, Gredos, 1963).

66. tal como bueno: 'bueno de verdad', irónicamente.

67. Gerarda, en La Dorotea. comenta: «La leche de los viejos es el vino. No sé si lo dice Cicerón o el obispo de Mondoñedo» (ed. E. S. Morby, Madrid, Castalia, 1980, p. 206). Véase la nota de Morby.

68. a pies juntos: 'firmemente, con terquedad'; allegaba: 'alegaba'. Nótese la terminología jurídica.

69. Sobre la utilización de términos silogísticos en la literatura de la época, véase la nota de Carrasco.

70. «Llegar a tiempo oportuno para lograr lo que deseaba» (DRAE). Aquí, no obstante, tiene el sentido de 'me hubiese cogido en el peor momento' (para Onofre, claro).

71. Es decir, 'está picado, furioso'. De garrocha: 'vara larga para picar toros'. Compárese: «Porque si decía la verdad, fuera con afrenta notable mía y me habían de garrochear por momentos, dándome con aquella burla por las barbas, riéndose de mí los niños» (Guzmán, II, p. 105).

72. aliagas: 'aulagas, plantas espinosas de flores amarillas muy utilizadas como combustible' .

73. estaba de mi espacio: 'estaba a mi aire, tranquilamente' .

74. aparejo: 'medios necesarios para hacer algo'; púselo por la obra: 'lo puse en práctica'.

75. rastillo: «instrumento con que las mujeres limpian el lino últimamente para poderlo hilar» (Covarrubias).

76. Derivado de portillo: «una quebrada o pedazo de pared caída en algún cercado; de donde se dijo desportillaro aportillar» (Covarrubias).

77. disciplinara por agua: 'me azotara implorando lluvia' .

78. poner a gesto: 'preparar, poner a punto' .

79. Sebastián de Horozco glosa así el dicho Achaques al viernes por no ayunalle: «Quando falta voluntad / de haçer alguna cosa / por estorvo a la verdad, / le pone dificultad / para ser difficultosa. // Nunca falta que achacalle / ni ocasiones que buscalle / aunque mas bien lo goviernes / y es todo achaques al viernes / por no querer ayunalle» (Teatro Universal de Proverbios, p. 78).

80. Frase hecha con el sentido de 'volverse el mundo del revés'.

8!. después que: 'desde que'.

82. reformar: 'corregir, enmendar'.

83. vuelta de podenco: «zurra o castigo grande. Regularmente se entiende de palos» (Autoridades).

84. lejía: 'agua hervida con ceniza que se utilizaba para hacer la colada'.

85. Onofre repite a Inés las mismas palabras que ésta le había dirigido tras ser castigado por Rodrigo Serbán.

86. por los proprios (mismos) filos: 'con la misma moneda', «cuando se retornan los hechos por el mismo estilo» (Covarrubias).

87. rodear: 'girar, dar la vuelta'.

88. Compárese: «¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? ¡Olé, olé! -le dije yo» (Lazarillo, p. 45). No hace falta precisar el trasfondo tradicional de este tipo de burlas (Rico, ed. cit., pp. 95* y 96*). En este caso, no obstante, no importa el juego verbal con oler, sino, como indica el mismo Onofre, la crueldad de traer a la memoria la desgracia pasada.

89. 'no iba a caer el pedrisco siempre en el mismo lugar'.

90. de más a más: 'además, por encima'.

91. si: 'sino'.

92. Compárese: «Aunque malo es esperar salud en muerte ajena» (Celestina, p. 90). Como otras veces, el Guitón se acerca mucho a la formulación acuñada en La Celestina de lo que, por otra parte, remite a la tradición proverbial.

93. También Lázaro tenía al Ciego por padre, ya que aquéllo había recibido «no por mozo, sino por hijo» (ed. cit., p. 22).

94.lglesia Mayor: se refiere a la Catedral de Sigüenza. posar: 'alojarse'.

 

 

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Gregorio González

EL GUITÓN ONOFRE

Edición a cargo de

FERNANDO CABO ASEGUINOLAZA

BIBLIOTECA RIOJANA

Nº. 5

Gobierno de La Rioja

LOGROÑO, 1995

 

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