En sus incursiones en busca de botín, los normandos -a quienes las fuentes musulmanas llaman «Machus»: idólatras o adoradores del fuego- no tardaron en pisar suelo peninsular, con varia fortuna. Si hiciéramos caso de la interpretación dada a alguna crónica, la fecha inicial del desembarco vikingo en la Península habría que situada en el año 750 y su «visita» habría sido anunciada por fenómenos tan llamativos como la aparición en el cielo cordobés de tres soles precedidos por un haz de fuego, preludio de la llegada de los angeli, cuya presencia habría provocado un hambre insoportable en todas las tierras sometidas al dominio musulmán. Basta leer angli (anglos) en lugar de angeli (ángeles) para tener la primera descripción, falsa de un desembarco normando en las costas peninsulares. Cuarenta años más tarde, las crónicas musulmanas sitúan a los machus en Asturias al servicio de Alfonso el Casto en sus luchas contra los emires cordobeses, pero ni una ni otra noticia ofrecen confianza a los historíadores, que sitúan la primera invasión normanda en el año 844.

 

 

 
 

 

    Las crónicas cristianas, escuetas, se limitan a declarar que el 31 de julio del año 844 llegaron los normandos a Spania; algunas, más explícitas, aclaran que desembarcaron en Asturias, en Gijón, y que posteriormente saquearon la aldea de Clunia, la actual Coruña, para poco más tarde ser derrotados por las tropas de Ramiro I, que prendieron fuego a cerca de sesenta barcos normandos y obligaron a los supervivientes a dirigirse hacia el Sur. La veracidad de estas informaciones sobre el triunfo cristiano aparece velada por los relatos musulmanes sobre un ataque realizado por más de cien naves normandas, veinte días más tarde, a Lisboa, desde donde siguieron su camino hasta Andalucía.

Mientras algunos grupos, poco numerosos, saqueaban Medina Sidonia y Cádiz, el grueso de la flota remontaba el Guadalquivir y se detenía en la Isla Menor, que sería su cuartel general desde el que lanzarían nuevos ataques contra Caria del Río y Sevilla, que tuvo que ser evacuada a toda prisa; quienes no pudieron huir fueron asesinados o reducidos a esclavitud, al igual que los habitantes de diversas poblaciones situadas entre Sevilla y Córdoba.

Incapaz de hacer frente con sólo las tropas cordobesas a los normandos, el emir Abd al-Rahmán II mandó llamar a las tropas que defendían las fronteras con los reinos cristianos, y con ellas obtuvo una clara victoria sobre los piratas en Tablada; el número de normandos muertos se aproximó a 20.000, según unas fuentes, exageradas sin duda, y a 1.500, según otras, igualmente exageradas, que hablan de 30 barcos normandos incendiados, a pesar de lo cual los vikingos sobrevivientes saquearon Niebla y llegaron a desembarcar en el norte de Africa para más tarde cruzar todo el Mediterráneo en un viaje que, al decir de los cronistas, duró catorce años, quizá por identificar a los normandos que llegaron a Andalucía en el 858 con los que habían abandonado sus costas en el 844.

 

 

 

Consecuencias de la invasión normanda

 

Importantes en sí mismos, los ataques a las tierras musulmanas interesan sobre todo por sus efectos, que van desde la instalación en las proximidades de Sevilla de algunos normandos convertidos al Islam y dedicados a la cría de ganado y a la fabricación de quesos hasta la creación de una flota musulmana encargada de defender las costas y que sería la base del comercio andaluz con el norte de Africa, pasando por el reforzamiento de la independencia, en el valle del Ebro, del caudillo muladí Musa ibn Musa.

El aviso normando había sido serio y el emir cordobés no se limitó a dotar a Sevilla de nuevas murallas, sino que ordenó situar centinelas en toda la costa y armar una flota de guerra abastecida por numerosos astilleros y atarazanas, que servirían igualmente a la navegación comercial. La unión de los intereses militares y comerciales tiene su mejor exponente en Pechina, localidad próxima a Almería, cedida a algunos árabes que se comprometieron a residir permanentemente en el lugar y a defender la costa de posibles ataques normandos; protegidos por esta guarnición, no tardarían en establecerse en el lugar marinos y mercaderes interesados en el comercio norteafricano. Años más tarde, Pechina se había convertido en una ciudad floreciente dotada de una industria textil importante cuyos mercaderes controlaban el comercio con el norte de Africa y organizaron Pechina como una ciudad-Estado o república, que se mantuvo independiente desde el año 884 hasta el 922 coincidiendo con las grandes sublevaciones muladíes en al-Andalus.

Estas sublevaciones tienen su origen en la falta de coincidencia entre la doctrina islámica y la realidad de al-Andalus. El Islam afirma que todos los creyentes son iguales, y en la práctica los musulmanes procedentes de Arabia se reservaban las mejores tierras, monopolizaban los cargos importantes, obligaban a pagar impuestos ilegales a los nuevos musulmanes, a los muladíes, y los relegaban a un segundo plano económico y social. El malestar muladí ante esta injusta situación se traduce en revueltas que se inician en las zonas fronterizas a comienzos del siglo IX y se extienden al territorio andaluz en el último tercio del siglo hasta poner en peligro la supervivencia del emirato cordobés, desobedecido o ignorado por sevillanos y granadinos, por emeritenses y toledanos ... , y atacado por los hombres de Umar ibn Hafsun, el más conocido y célebre de los rebeldes muladíes.

Pechina fue uno de los reductos independientes, y otro, no menos importante, lo hallamos en el valle del Ebro bajo la dirección de los hijos del muladí Musa ibn Musa, al que algunos autores coetáneos llaman «El Tercer Rey de España», colocándolo en plan de igualdad con el emir cordobés y con el monarca asturiano. Musa descendía de un conde visigodo, Casius, convertido al Islam en el momento de la invasión musulmana para conservar sus bienes y su posición política. Los descendientes de Casius, los banu Qasi, mantuvieron, gracias a la apostasía de su antepasado, una posición privilegiada en el valle del Ebro, pero nunca fueron aceptados como iguales por los musulmanes de origen árabe, hecho que explica las continuas revueltas contra Córdoba y el apoyo prestado por los muladíes del Ebro a los pamploneses para independizarse, al mismo tiempo, de los cordobeses y de los carolingios.

Musa inicia su revuelta contra Córdoba en el 842, en parte para apoyar a los pamploneses -a cuyos reyes está unido por lazos familiares- y en parte como prote::.ta contra el mal trato recibido de los generales de Córdoba; su derrota no impidió que en el 814 fuera llamado por Abd al- Rahmán II para contener a los normandos, y el triunfo obtenido en Tablada bajo la dirección del caudillo muladí reforzó la posición de Musa, que, hasta su muerte (863), mantuvo una política oscilante entre la sumisión a Córdoba, la revuelta y el apoyo más o menos encubierto a los reyes de Pamplona. Sus hijos mantendrán una actitud semejante y participarán de modo activo en la gran revuelta muladí del último tercio del siglo IX.


 

Nuevos ataques normandos

Crónicas cristianas y musulmanas coinciden en señalar un nuevo desembarco normando en el año 858, pero entre ambos ataques bien pudo tener lugar un intercambio de embajadores descrito en forma novelesca por el poeta musulmán Tamman ibn Alqama, Batalla de Clavijo según un códice de la Catedral de Santiago de Compostela.quien imagina que el rey de los normandos envió embajadores a Córdoba para pedir la paz tras la derrota de Tablada; el embajador normando sería acompañado, a su regreso, por el poeta musulmán alGazal, que nos es presentado como un dechado de ingenio, de fuerza y de habilidad militar, cualidades que le atraerían la simpatía no encubierta de la reina vikinga, de cuyos labios oyó al-Gazal una de las primeras declaraciones de independencia femenina: al hacerle notar sus acompañantes cordobeses que las continuas visitas a la reina podían suscitar el odio del rey, al-Gazal espació sus visitas y terminó confesando a la reina sus temores para oír, asombrado, que los celos no existen en nuestras costumbres. Entre nosotros, las mujeres no están con sus maridos, sino mientras que ellas lo tienen a bien, y una vez que sus maridos han dejado de agradarles, los abandonan.

La víctima principal del ataque del 858 fue el rey de Pamplona García lñíguez, que fue hecho prisionero y ganó su libertad tras el pago de un cuantioso rescate; rechazados en Galicia, los normandos consiguieron algunos éxitos en las costas lisboetas, fueron derrotados por la flota musulmana en aguas del Algarve y, al igual que en el 844, desembarcaron en el norte de Africa tras incendiar Algeciras; más tarde, saquearían las Baleares y penetrarían en tierras francesas e italianas. Nuevos desembarcos, menos importantes o menos recordados por los cronistas de la época, tuvieron lugar en las costas gallegas en los años 960, 966 y 1016, aunque en estas fechas los normandos no proceden de Escandinavia, sino de la actual Normandía.

Las consecuencias del ataque del 858 podemos resumirlas en la ruptura de la alianza entre los pamploneses y los banu Qasi del Ebro; según Sánchez-Albornoz, la falta de ayuda de Musa a García lñíguez con motivo del ataque normando inclinaría al rey de Pamplona a romper la tradicional amistad con los muladíes del Ebro y a unirse a los asturianos; juntos, derrotarían a Musa en la batalla de Albelda (859), localidad próxima a Clavijo, hecho que quizá explique las leyendas referentes a Clavijo, batalla cuya victoria habría supuesto, según algunos cronistas, la supresión del Tributo de las Cien Doncellas que los cristianos estarían obligados a entregar anualmente a los musulmanes como prueba de su dependencia.

Ni se dio la batalla de Clavijo ni, lógicamente, en ella combatió el apóstol Santiago al lado de los cristianos, y también carece de veracidad el Tríbuto de las Cien Doncellas, pero al igual que las demás leyendas ésta tiene una base real: la entrega o venta de mujeres cristianas a los musulmanes para conseguir la paz o confirmar las treguas. Prueba de esta realidad es la entrega, en el siglo X, de una hermana de Sancho II de Pamplona como esposa de Almanzor, quien contó entre sus mujeres a Teresa, hija de Vermudo II de León, a la que se atribuye, dirigida a quienes le pedían que fuera amable con el jefe musulmán para inclinarlo a la paz, la frase: Una nación debe confiar la guardia de su honor a las lanzas de sus guerreros y no al coño de sus mujeres.

 

LOS ADORADORES DEL FUEGO EN LA PENINSULA
José Luis Martín

 

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