LO QUE HOY LLAMAMOS ESPAÑA NO HA existido siempre. Es el resultado de un complejo proceso histórico en el que se entremezclan ideas y creencias, realidades económicas y sociales, situaciones políticas que se influyen mutuamente y que están en perpetuo movimiento, en ininterrumpida situación de cambio. No hay un modo de ser y de vivir que se mantenga inmutable a través del tiempo, porque éste es historia y la historia es mutación, cambio, adaptación continua.

No hay pueblos predestinados; ni castellanos, ni vascos, catalanes, gallegos..., ni tampoco los españoles han existido siempre. Son y somos el resultado de un proceso histórico que no será entendido si, remontándonos a características eternas, olvidamos la realidad pasada y presente.

Conocida ésta, podemos magnificar lo que históricamente nos ha separado, pero si queremos tener futuro, debemos insistir en lo que nos une y recordar lo que nos separa, no para buscar culpables y condenarlos, sino para intentar que las diferencias disminuyan y sea posible una convivencia beneficiosa para todos.

Utilizar las autonomías como arma arrojadiza y como fórmula para mantener o conseguir determinados privilegios, dará la razón a quienes definieron a los españoles como intransigentes y fanáticos.

 

Unificación romano-visigoda

Algo más de doscientos años tardó Roma en domeñar a los pueblos hispanos (210 a.C.-19 d.C.) y en reunirlos bajo la denominación de Hispania, nombre que acogió a todos los habitantes de la Península hasta la desaparición del Imperio Romano en los años finales del siglo V, y que se mantuvo como símbolo de unidad incluso cuando el vacío de poder hizo posible que cada gran propietario, cada jefe local, actuara con total independencia en sus dominios, en su aldea, valle o montaña...

Romanizados o civilizados -tanto monta- los visigodos reconstruyeron la unidad de Hispania y la reforzaron al convertirse (589) a la fe de los hispanos y doblar la organización política con la eclesiástica: el rey es el primero de los nobles y el obispo de Toledo, el primero o primado de Hispania como obispo de la ciudad en la que reside la corte hispano-visigoda.

 

El mosaico hispano

Tras el desembarco de los musulmanes en el año 711, Hispania será sustituida por al-Andalus, nombre que reciben las tierras dominadas y controladas por el Islam, que ocupa materialmente o hace reconocer su autoridad en todo el territorio peninsular y en las zonas situadas al norte de los Pirineos pertenecientes al antiguo reino visigodo. La oposición al modo de vida que representa Córdoba se inicia en la zona cántabro-astur, que puede considerarse políticamente organizada en los años posteriores al 750. Poco después se unirán a a cántabros y astures los vascos occidentales y los gallegos que, juntos, forman el reino asturleonés mientras la capital se halla en Asturias, o el reino de León al trasladarse su centro a esta ciudad en los años iniciales del siglo X. En la zona pirenaica, la resistencia a Córdoba está apoyada por los carolingios, interesados en trasladar sus fronteras al sur de los Pirineos para mejor defender sus posesiones; su presencia ayuda a la creación del reino de Pamplona, del condado de Aragón y de los condados catalanes. Pamplona y Aragón, tras permanecer durante algún tiempo bajo el control carolingio, acabarán independizándose de musulmanes y francos y los condados catalanes mantendrán su vinculación con Aquisgrán hasta los años finales del siglo IX.

El reino de León tiene que hacer frente a fuertes tendencias disgregadoras que dan lugar al nacimiento del condado de Castilla en el siglo X y del reino de Portugal en la primera mitad del siglo XII. Pamplona, por su parte, inicia un proceso expansivo que le lleva a incorporar el condado de Aragón en el siglo X, el de Castilla en el XI y diversos territorios pirenaicos. Pero a la muerte de Sancho el Mayor (1035), el territorio pierde unidad y se fragmenta en los reinos de Navarra, Aragón y Castilla. Hasta el siglo XI no puede hablarse de unificación de los condados, con excepción de Urgel, cuya unión a Barcelona es del siglo XIII.

 

Corona de Castilla y Corona de Aragón

La división de los musulmanes en reinos de taifas enfrentados entre sí pone en peligro la supervivencia del Islam peninsular a lo largo del siglo XI; castellanos y catalanes, leoneses, navarros y aragoneses intervienen en la lucha apoyando a unos u otros y haciéndose pagar sus servicios con la entrega de ciudades o de importantes cantidades de dinero, de parias. Cuestiones fronterizas, problemas dinásticos y luchas por el control de las parias enfrentan a los reinos cristianos.

Las disputas fronterizas entre León y Castilla culminan en la incorporación leonesa a Castilla en 1037. Juntos, leoneses y castellanos ocupan algunas poblaciones musulmanas y cobran parias en Toledo, Badajoz, Sevilla, Granada... y, en competencia con aragoneses, navarros y catalanes, en Zaragoza, Valencia y demás reinos de taifas del Valle del Ebro y de la costa mediterránea. A pesar de los beneficios que reporta la unión, Fernando I divide sus reinos (1065) y sólo siete años más tarde Alfonso VI logra reunir los dominios paternos para, poco más tarde (1085), incorporar el reino y la ciudad de Toledo, importante no tanto en sí como por haber sido la capital del reino visigodo, por ser el símbolo de la antigua unidad de las tierras hispánicas. Los triunfos en el exterior no evitan que castellanos y leoneses mantengan sus diferencias y que los reinos se dividan y se enfrentan a partir de 1157 hasta su unión definitiva en 1230 en la persona de Fernando III. Bajo su reinado se incorporan a la Corona La Mancha y Extremadura, Jaén, Córdoba, Sevilla y Murcia; más tarde se unirán el reino de Granada y las Islas Canarias.

También las fronteras entre Castilla y Navarra -unida a Aragón entre 1076 y 1134- son imprecisas; su defensa dará lugar a guerras entre los herederos de Sancho el Mayor y tanto La Rioja como las actuales provincias vascas cambian continuamente de manos. Alfonso el Batallador volvió las fronteras a la situación en que las fijó Sancho el Mayor en 1035. Años más tarde, Alfonso VIII de Castilla ocuparía de nuevo las tierras de La Rioja que, en poco más de un siglo, fueron sucesivamente castellanas -en época condal-, navarras -con Sancho el Mayor-, castellanas de nuevo -Fernando I-, navarras una vez más y, finalmente, castellanas a partir de la segunda mitad del siglo XII.

Similar es la historia de las provincias vascas: a León está unida Álava desde el siglo IX y los tres territorios forman parte de los dominios de Sancho el Mayor de Navarra en el primer tercio del siglo XI. A partir de 1076, Vizcaya, Álava y la zona occidental de Guipúzcoa se incorporan al reino castellano y el resto de Navarra con la parte oriental de Guipúzcoa se integra en Aragón. Al separarse Navarra y Aragón, los monarcas navarros intentarán reconstruir las fronteras de época de Sancho el Mayor y lo conseguirán hasta que, a fines del siglo XII, Alfonso VIII de Castilla incorpora al reino las tierras de Guipúzcoa y Álava. Vizcaya se vincula a la Corona a través de sus señores, los López de Haro, de los que serán herederos, en 1379, la mujer de Enrique II y su hijo Juan I de Castilla.

La separación de navarros y aragoneses en 1134 tiene como contrapartida, tres años después, la unión de Aragón y el principado de Cataluña dirigido por el conde de Barcelona. El territorio de la nueva Corona será ampliado en el siglo XIII con la incorporación al principado de los reinos de Mallorca, Valencia y Sicilia; en el siglo XIV se incorporará Cerdeña y, en el siglo XV, el reino de Ñápoles.

Entre "Castilla" y "Aragón" queda el reino de Navarra, al que unos y otros cierran el paso hacia el Sur, hacia las tierras musulmanas. En diversas ocasiones, castellanos y aragoneses proceden a dividirse el reino, pero la ocupación nunca es efectiva porque unos y otros se contrarrestan mutuamente. La pervivencia de Navarra como reino se debió, en el siglo XII, a los recelos y falta de acuerdo entre los dos grandes reinos peninsulares. En el siglo XIII, se conseguiría mediante la vinculación a la dinastía condal de Champagne y, más tarde, a la casa real francesa, de la que Navarra dependerá entre 1275 y 1330.

 

Hacia la unificación

Hablar de la unidad peninsular tras ver el mosaico expuesto puede parecer absurdo, tanto más si tenemos en cuenta que la unión política apenas significa nada: un matrimonio puede conducir a la unión de dos reinos, y la anulación o el capricho de los reyes lleva a la ruptura. Por otro lado, el sometimiento al mismo rey no suprime las barreras existentes: aragoneses, catalanes y valencianos se consideran extranjeros entre sí, aunque todos formen parte de la Corona de Aragón; leoneses, castellanos, andaluces y murcianos celebran Cortes por separado... Y, sin embargo, sobre todo este mosaico flota una idea unitaria que se manifiesta de múltiples formas y que, de alguna manera, influye en la unión de los siglos XV-XVI.

 

La idea unitaria

En su origen, astures, cántabros, vascos... se oponen a los musulmanes como se han opuesto a Roma y a Toledo. Su resistencia a dejarse dominar y asimilar por Córdoba nada tiene que ver con la religión ni con el deseo de restaurar el reino visigodo y, sin embargo, es lícito hablar de reconquista, de guerra cuya finalidad es la expulsión de los musulmanes y la reconstrucción de la unidad de época visigoda.

Para entenderlo, tenemos que situarnos en la Córdoba del siglo IX: los musulmanes que llegan a la Península ni son suficientes ni tienen preparación para gobernar el territorio por sí solos; necesitan auxiliares y, en consecuencia, los cristianos, mozárabes, no serán molestados. La tolerancia disminuye a medida que aumenta el nivel cultural de los musulmanes; los cristianos dejan de ser imprescindibles en la administración y carecen de argumentos para evitar que los jóvenes se dejen atraer por la forma de vestir, por la cultura, por la religión musulmana. En este contexto se produce el martirio de algunos mozárabes en Córdoba y Toledo y el exilio de otros muchos a reinos y condados del Norte.

Las humillaciones sufridas en Córdoba y el deseo de poner fin al poder musulmán hará que los clérigos mozárabes llegados al reino astur conviertan a los reyes astures en sucesores de los visigodos y que les recuerden que están llamados a reconstruir la unidad y a expulsar a los ocupantes del territorio, a los musulmanes. La reconquista va unida a una cierta preeminencia de los reyes leoneses sobre los demás, preeminencia que se manifiesta en la concesión del título de emperador a quien domina León, incluso cuando se trata de Sancho el Mayor de Navarra. Los orígenes visigodos se aceptan en Aragón -San Juan de la Peña será el equivalente de Covadonga- y en Navarra, donde los nobles, en el siglo XIII, recuerdan al monarca que ellos son los descendientes de los visigodos y tienen derecho a elegir al rey de los navarros. El rey de León, además de heredero de los visigodos, tiene en sus dominios el sepulcro del Apóstol Santiago, cuyo prestigio hace que en el año 954 acuda a Compostela el abad Cesáreo de Montserrat para hacerse consagrar arzobispo de Tarragona, lo que equivalía a reconocer los derechos del Apóstol, de su Iglesia, sobre la Iglesia catalana, derechos que no fueron aceptados por los obispos y condes catalanes, lo que no quita significado al viaje de Cesáreo.

La conquista de Toledo plantea de nuevo la cuestión unitaria: el primer arzobispo heredera de sus antecesores visigodos el título de primado de las Españas, y su título, por lo que significa de preeminencia del rey en cuyo territorio se halla Toledo, será combatido en Cataluña y en Portugal y León cuando estos reinos de separen de Castilla. En el principado se restaura la sede arzobispal de Tarragona, y en Portugal, frente a Toledo, se recuerda el carácter metropolitano de Braga; en León, la sede arzobispal es la de Compostela, trasladada desde Mérida.

Pese a la oposición eclesiástico-política, Toledo mantendrá el título de primado en el que se resume, como en el título imperial, la idea de unidad de los territorios peninsulares. La división política no impide que se mantenga la idea unitaria y, cuando los clérigos peninsulares sean llamados a participar en los concilios de Constanza y Basilea, catalanes, aragoneses, castellanos... serán considerados de una misma nación, la hispánica.

 

La unión

La idea unitaria es básica para entender la unificación, pero para que esta idea sea llevada a la práctica es preciso que se den circunstancias favorables, que previamente haya habido una serie de contactos que la hagan posible e incluso deseable para una parte de la población afectada. Los preparativos de la unión pueden situarse en el siglo XIV, cuando Enrique II de Trastámara negocia, pacta o impone una serie de acuerdos a los demás reinos y crea una red de enlaces matrimoniales que facilitan las relaciones entre los distintos reinos hispánicos cuya política comienza a ser común en temas como las alianzas internacionales o la postura ante el Cisma que divide a la Iglesia. La política de Enrique obtendrá los primeros éxitos llamativos en los años iniciales del siglo XV. Un castellano, Fernando de Antequera, será designado rey de Aragón en 1412 y sus hijos reinarán en Aragón (Alfonso el Magnánimo) y en Navarra (Juan, que sucederá a Alfonso en Aragón a partir de 1458), mientras otros hermanos y hermanas se unen en matrimonio a las familias reinantes en Castilla y Portugal.

Las tensiones y los problemas no desaparecen por la existencia de estos matrimonios, pero los problemas internos son ya problemas de todos y cada uno de los reinos, afectan a toda la Península: cuando Carlos de Viana, heredero de Navarra, se subleve contra su padre Juan, tendrá el apoyo de los catalanes porque Juan II es rey de Aragón y Carlos está llamado a sucederle, a unir Navarra y Aragón. Cuando Carlos muere, los catalanes sublevados contra Juan no hallan mejor solución que ofrecer la corona a Enrique IV de Castilla, que se hace representar en Cataluña por un navarro.

La unión de Navarra, Aragón y Castilla podía haberse logrado por estos caminos, por iniciativa de los catalanes sublevados contra Juan II, pero Enrique IV renunció al trono aragonés y para sustituirle fue llamado el condestable Pedro de Portugal y, a su muerte, el francés Renato de Anjou, cuya intervención dará lugar, paradójicamente, a la unión de Castilla y Aragón. Tras los Anjou se encuentra la monarquía francesa y frente a ella, para contrarrestar su influencia, Juan II se ve obligado a buscar alianzas en Castilla, recurriendo una vez más al matrimonio: entre el heredero aragonés, Fernando, y la heredera castellana, Isabel.

Fernando e Isabel serán reyes de Castilla en 1474 y de Aragón en 1479, pero cada uno es rey en su reino y sólo el heredero podrá unificar ambos reinos. Cuando en 1504 muera Isabel, Fernando será expulsado de Castilla, contraerá nuevo matrimonio y prometerá el reino de Aragón al posible hijo de esta unión. La búsqueda de alianzas contra Francia llevará a Fernando e Isabel a intervenir en Navarra, dividida entre los bandos nobiliarios de agramonteses y beamonteses, aliados los primeros al monarca aragonés y a Castilla los segundos. Al unirse Fernando e Isabel se llegará a un acuerdo entre los nobles (1476), que es el primer paso para la incorporación de Navarra a Castilla, efectiva desde 1512.

Si hubiera que sintetizar en unas líneas el reinado de los Reyes Católicos, podría decirse que el matrimonio de Isabel y Fernando no tenía como objetivo la unidad peninsular, pero la política por ellos emprendida servirá para reforzar los lazos existentes y convertir parcialmente en realidad la idea unitaria, porque la realidad internacional así lo exigía y porque interesaba a todos.

Se realizó a partir de Castilla, por su riqueza y recursos humanos, tal vez también por su situación geográfica, porque sus reyes eran depositarios de la idea unitaria y, sobre todo, porque sólo en Castilla tenían los reyes las manos libres para poder actuar. Mientras, en Aragón se mantiene el pactismo, que limita los poderes del monarca, en Castilla, el poder del reino ha desaparecido prácticamente y el rey tiene, especialmente a partir de la derrota de los Comuneros en 1521, poderes muy superiores a los que se le reconocen en la Corona de Aragón, en Navarra o en los territorios forales, y Castilla será utilizada por los monarcas para llevar a cabo la unidad de las tierras peninsulares, que se prepara durante la Edad Media y se realiza a partir del reinado de Carlos I, primer rey de pleno derecho de catalanes, aragoneses, castellanos, vascos, gallegos..., primer rey de una España unida tras la desaparición de Hispania en el año 711.

 

(Nota del editor web: se han suprimido los textos o colaboraciones que hacían alusión a la situación política actual (1998), manteniendo exclusivamente el artículo principal de J.L. Martín)

 

 

 

 

POR QUÉ ESPAÑA ES UNA NACIÓN.
Unidad y diversidad hispanas:
veinte siglos de tejer y destejer el Estado

 

 

JOSÉ LUIS MARTÍN RODRÍGUEZ
Catedrático de Historia Medieval. UNED. Madrid

La Aventura de la historia, ISSN 1579-427X,
Nº. 1, 1998
, pags. 12-21