Comunicaciones
RESUMEN:
Las vías de comunicación
forman la estructura básica para unir las distintas tierras de un espacio
geográfico. La plena romanización de la península ibérica y su total
pertenencia al Imperio fue posible, entre otras cosas, por la red de calzadas
romanas que permitían a cualquier habitante moverse a una u otra parte del
Imperio con total libertad. La civilización romana consideró como altamente
positivo el desarrollo de las vías de comunicación, que tuvieron en
Hispania, y en el suelo riojano concretamente, un extraordinario desarrollo,
con un perfecto trazado de calzadas. En estos siglos últimos de la
Antigüedad, los romanos potencian en Rioja las comunicaciones fluviales y
terrestres, ejecutando cuantas obras de ingeniería fueron necesarias.
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FLUVIALES
La depresión formada por el
río Ebro fue desde siempre tierra de paso de suma importancia. Entrando en la
Edad Antigua, el valle del Ebro fue el embudo donde vinieron a dar las
migraciones indoeuropeas. Asdrúbal pone este río como línea ideal de
frontera con Roma, hacia el año 226 a. J.C. Pocos años después desembarcan
los romanos en Ampurias y se inicia así la época de dominación romana en
Hispania. De época romana hay fuentes
escritas que aseguran la navegación y el comercio por el río Ebro. C. Plinio
dice: «Hiberus amnis, navigabili comercio dives, ortus in cantabris haud
procul oppido luliobriga, per CCCCL p. fluens, navium per CCLX a Vareia oppido
capax...» Es decir, el río Ebro es rico en comercio gracias a su
navegabilidad y adecuado para naves desde la ciudad de Vareia.
Siguiendo con
los autores latinos, don Antonio Beltrán comenta que «la más importante
aportación de Plinio es la referente a la navegabilidad del Ebro». Ya
sabíamos, por la Ora marítíma de Avieno, que algunos navegantes extranjeros
solían remontar el curso del río, negociando con las gentes de sus riberas («peregrina Hibero subvehuntur
flumine iuxta...»). Tales extranjeros
serían los focenses, a quienes se suele atribuir la importación a esta zona
de la vid y el olivo. Esta noticia ha de ser anterior al siglo IV. Muy
posteriores son las referencias a la presencia en la zona media del Ebro de
barcas pequeñas, tal como hoy sucede, sin necesidad de suponer que fueran de
pescadores o traficantes, pues debían servir para la cómoda travesía del
río, como sigue comentando la publicación de don Antonio Beltrán.
El río
Ebro era una vía importante en el comercio mantenido con las ciudades del
Ebro medio y final. Cabe pensar en un comercio que se iniciaba en Dertosa y
remontaba la corriente hacia Celsa, Cesaraugusta, Graccurris y Calagurris,
para llegar a Vareia, que era un puerto fluvial, como lo demuestra el
embarcadero de la margen izquierda del Ebro, sito junto al vado que une al
Monte Cantabria con la orilla derecha, embarcadero que se utilizó hasta el
siglo XI inclusive. Además, E. Flórez asegura que «me refirieron en
Logroño que no muchos años antes se hallaron en Vareia argollas en que
amarraban los barcos, pero ya no existen».
Fidel Fita dice que «esta ciudad,
sita como Numancia junto a la confluencia de dos ríos, era el último puerto
fluviático de la navegación por el Ebro. Por este conducto podían ser los
ejércitos abastecidos de pertrechos y víveres, y, remontando el Ebro desde
Tortosa, acudir con prontitud y menor riesgo a enseñorearse del corazón de
la Celtiberia, atacándola por su banda septentrional o sierra Cebollera».
Dejo, pues, como segura la navegabilidad por el Ebro hasta Vareia en época
romana, y que un comercio transcurría en ambas direcciones sobre las aguas de
dicho río. Un comercio que, a mi entender, no era excesivamente importante
por el volumen de lo transportado, tanto para exportar de la región como para
importar, frente a la opinión de don Blas Taracena, que mantiene que el
tráfico de Vareia con el Mediterráneo en los tiempos imperiales daría
singular importancia a la vía Vareia-Numancia, lo que hace suponer en el auge
del comercio entre ambas ciudades o regiones, sin poder apreciar si este
comercio interregional supuso un auge en las exportaciones e importaciones con
el tráfico mediterráneo a través del río Ebro.
Las materias comerciales
eran transportadas en barcas, y para hablar de ellas recurro de nuevo al
trabajo de don Antonio Beltrán: «Respecto de la forma y tamaño de estas
barcas, el mismo César nos dice que ordenó a los soldados que construyesen
barcas del tipo de años atrás le había enseñado su experiencia en
Bretaña. Las quillas y las primeras cuadernas se hacían de madera, lo
restante del casco se tejía con mimbres y se cubría con cueros...»
Naturalmente que tales barcas aumentarían en calidad conforme acanzaban hacia
el pleno Principado. Manteniéndome en el mismo tema, incluiré dos citas del
escritor griego Estrabón, que nos orientan en lo referente a la navegación
en los ríos o lagos: «barcas de piezas ensambladas, pero que los antiguos
las construían de un solo tronco», y «...antes de la expedición de Bruto
no tenían más que barcas de cuero para navegar..., pero hoy usan bajeles
hechos de un tronco de árbol». Serían unas barcas de escaso calado, de
tamaño pequeño, que les permitiera librar con pocas dificultades los
meandros y vados tan abundantes en el cauce de este río. Unas barcas que
llevaban unas materias no producidas en el lugar donde se vendían. Traerían
objetos de lujo, condimentos orientales para los alimentos, ropas y vestidos,
etc. Todos los productos que las gentes de Vareia y de su área geográfica
compraban como novedad y distintivo, ya que dichos productos no los podían
fabricar ni cultivar allí. A su vez, Vareia transportaría corriente abajo el
excedente de su producción y sus mercados estarían en las propias ciudades
levantadas junto al Ebro. Igualmente, Vareia sería el puerto de la Celtiberia
y de los pueblos del interior, en cuanto que recibiría los productos para
conducirlos río abajo, a la vez que les enviaba los que llegaran a su puerto
con destino a estas tierras del interior y del norte de Hispania.
COMUNICACIONES TERRESTRES
La referencia arqueológica para el estudio de las
vías de comunicación de los berones o de los romanos en las tierras que
habían sido de este pueblo son las calzadas, que siguieron los caminos
naturales que antes de ellos habían usado los indígenas en las diversas
fases históricas. Para este estudio contamos también con las fuentes
escritas y con los datos epigráficos o arqueológicos en general. De la
época romana nos quedan los Vasos Apolinares, descubiertos en el balneario de
Vicarello. Ofrenda, quizá, de algún habitante de nuestra península
agradecido al efecto curativo de aquellas aguas. En ellos y en los Itinerario
de Antonio Caracalla, 34 en total, del año 216 d. J.C., tenemos las mejores
fuentes para el conocimiento de los caminos de la época romana. De los que
más interesan para la región de los berones vamos a intentar dar una breve
visión sintética, fácil de retener. Las comunicaciones terrestres por el
territorio berón tuvieron como línea principal la que iba de Caesaraugusta a
Segesamone y nos lo aclara el Itinerario Antoniniano:
392, 1 Caesaraugusta
m.p. XLVI 2 Cascanto m.p. L 393, 1 Calahorra m.p. XXVIII
2 Vareia m.p.
XXVIII 394, 1 Tritio m.p. XVIII
2 Lybia m.p. XVIII 3 Segesamunelo m.p. VII
4
Verovesca m.p. XI 5 Segesamone m.p. XLVII |
Ahí están las tres
ciudades beronas más importantes a decir de Ptolomeo: Vereia o Vareia, Tritio
y Libia u Oliba, además de la ciudad riojana de Calahorra.
Es histórica, y modernamente comprobada, la vía romana que de Zaragoza
venía a estos confines de la provincia Tarraconense, pasando por Calahorra,
municipio romano importante, a juzgar por los hallazgos que lo evidencian, y
por Varea, que acaso vigilaba su paso del Ebro, paso por donde cruzaban las
legiones, según expresamente escribió Schulten, luego por Tricio, por Libia,
pueblos todos ellos del país de los berones, donde se han encontrado restos y
objetos denunciadores de su existencia en aquellos lejanos siglos, para llegar
a Poza de la Sal (provincia de Burgos), entonces Flavia Augusta. Esta calzada
pasaba muy próxima al terreno municipal de la jurisdicción de Logroño y
algo más lejos de siete kilómetros de esta ciudad y cerca del Cortijo,
mientras otro camino romano que de Marañón venía a Asa se unía a aquella
ruta importante por el puente Mantible, del que aún existe un arco y estribos
de otros y del que más adelante me ocuparé. No está claro si don Antero Gómez
se refiere a esta antigüedad cuando dice que en «las huertas de la ribera se
hallaron las ruinas de los edificios ocultos después de tantos siglos»,
hechos que da como presenciados por él.
De todas formas, la Beronia tenía una línea principal de calzada que
atravesaba la región y ésta era la que venía desde Zaragoza hasta
Briviesca. Así piensa Blas Taracena al decir que «tenían los de esta comarca a modo de espina dorsal la carretera de Caesaraugusta-Virovesca-Asturica por el sur y Virovesca-Pampelune por el norte, y ambas
formaban en La Rioja una línea quebrada de dos ángulos con los vértices en
Briviesca y Zaragoza». En otra obra, el mismo autor
afirma que «el camino principal iba por el Ebro, precisamente esta línea
Caesaraugusta-Virovesca, comprendida en las vías 1 y 32 del Itinerario. De
ellas conocemos los miliarios de Tricio y Agoncillo por Hübner (C.I.L.,
núms. 4879 a 4882), años 276 a 282 y 283 a 284», que indudablemente
refieren separaciones, pues el camino a lo largo del Ebro sería mucho más
antiguo, ya que, en concordancia cronológica con los acontecimientos de la
conquista, la exactitud de la medida de Plinio para el curso del río hasta
Vareia, último lugar navegable, demuestra en el siglo I a. J.C. que podemos
entrever de las fuentes de Plinio la existencia de un camino hasta aquel
paraje. Una calzada que atraviesa la Beronia, superando sus afluentes mediante
puentes sobre el Alhama, Cidacos, Lela, Iregua, Najerilla, Oja y Tirón y que
necesita igualmente tener algún puente sobre el Ebro para acceder al norte,
como son los puentes de Mantible, el puente-acueducto de Calahorra-Lodosa y el
de Logroño, del que más adelante escribiré. Calahorra debía contar
también con un puente, pues conocemos ya los de Alfaro, Agoncillo, Varea,
Cihuri y Sajazarra, amén del de Bobadilla sobre el Najerilla. De la opinión
de un puente romano sobre el Cidacos en Calahorra son también Blas Taracena y
don Pedro Gutiérrel, con el Padre Lucas de San Juan de la Cruz, quienes en su
Historia de Calahorra dicen que tal puente comenzaba en el lugar llamado
Posada Vieja del Carmen y por medio de veinte arcos de cinco a seis metros de
altura recorría una distancia de ciento cuarenta metros, llegando hasta el
Hospital. Si recurrimos a la cita de Tito Livio, frag. 91, dice que Sertorio
llega al Cidacos a la altura de Calahorra y, hecho un puente, acampó. Es la
noticia escrita del puente de Calahorra sobre el Cidacos. Este puente, frágil
y sencillo, sería reconstruido años después y para las campañas de Augusto
contra los cántabros fue de piedra, cuyos restos algunos vecinos
calagurritanos aseguran haber encontrado.
Una de las vías o itinerarios más
antiguos que conocemos es el que utilizó Escipión hasta Pancorbo, a través
del país de los berones, hasta llegar a los autrigones del sur. Hay
referencias concretas de que esta ruta se llevó a cabo al norte de la sierra
de La Demanda. Llega hasta Varea. Más tarde, en tiempos de Augusto y de las
guerras cántabras, parece que era ya una pista empedrada.
Esta vía puede
darse como completada en los días de Roma con las que unían, para los
efectos administrativos del Imperio y luego los eclesiásticos, a Tarragona
con Astorga y Braga. Describámosla desde Caesaraugusta, Borja, Mallén,
Cascante, y aquí debió existir una unión con la vía de Tarazona, que luego
señalaremos. Siguiendo más hacia el norte iría esta vía a buscar los
puentes de Alfaro (Graccurris) y Calahorra (Calagurris), luego marchar a la
mansión de Barbariana y llegar a Vareja.
En Varea debió haber un empalme
hacia el sur, hacia Numancia. Desde Vareia seguía hacia Lardero, Entrena,
Hormilla y Tricio, donde posiblemente hubiera un puente para atravesar el
Najerilla. De aquí marcharía hacia Libia u Oliba (Leiva, Herramélluri). En
esta región hubo una importante concentración urbana en los últimos años
de la dominación romana, y que contó por lo menos con importante atalaya.
Hasta aquí llegaron los berones y de esta ciudad procede la llamada Venus de
Herramélluri. Destaquemos el nombre euskérico de este pueblo, derivado,
según otros, de Herramelliz, caballero medieval.
Continuando esta vía
pasamos por terreno de los autrigones y turmódigos, llegando hasta Segisamum
(Cerezo de río Tirón), donde había una unión, según los trabajos de J.M.a
Blázquez, con otra vía que llevaba a Pamplona. También debió haber un
ramal desde aquí hasta Foncea y Pancorbo y otro que fuera hacia el sur a
Grañón, o acaso sea el uno una prolongación del otro. Desde Segisamum
continuaba esta vía hasta Virovesca (Briviesca) y de aquí iba a Astorga.
Esta calzada debió tener una empalme con la vía de Asturias, lo mismo que
sabemos tenía la vía paralela más al sur. Acaso, pero no es algo seguro, el
trayecto que indiqué desde Grañón hasta Foncea cumpliría esta función
de unir caminos paralelos. Esta calzada era el lazo de unión entre La Rioja y
su gobierno romano o autoridad eclesiástica de Tarragona.
Existió mucha
relación entre Grañón y Quintanapalla. Este es un gran cruce de caminos,
pero se desconoce si fue vía independiente de la anterior, por lo que no la
exponemos como vía propia. Otra importante vía, en extraordinario estado de
conservación, es la que recogemos en Gimileo y se extiende hasta Pancorbo,
donde se une a la anterior. Pasaba por Foncea y este lugar es de gran
curiosidad porque los frecuentes hallazgos de armas antiguas hacen pensar en
que por este lugar hubiera existido un castro importante o hubiera acontecido
en su proximidad alguna batalla. Se da por cierta la de Wadi-Harum y otras en
el paso de la Morcuera. Este camino sigue por el oeste a buscar el campo de
Gembres, junto a la villa de Sajazarra, para ir después por Cihuri, que al
igual que la anterior población conserva un puente romano reconstruido
parcialmente en la Edad Media, y pasar más adelante por el hermoso puente de
Anguciana, denominación formada por la corrupción de Augustana, a decir de
Angel Suils, y llegar a Gimileo, donde estuvo acampada la Geminis Legio o Legión
VII. Ya en tiempos de las peregrinaciones, esta vía se uniría a Fuenmayor y
luego a Entrena o Navarrete. Quedaría unida así a la primera vía descrita.
Una nueva calzada es la que viene de Zaragoza hacia el oeste peninsular, sin
pasar por la Beronia o evitándola; está tan cercana que debo hacerla constar
por su valor derivativo. Quizá esta vía contribuía a dar un cierto
aislamiento al país berón o riojano. Va de Zaragoza a Cascante para llegar a
Tarazona y seguir por Agreda, Numancia, Osma y de aquí a Clunia (Coruña del
Conde), cerca de la cual aparecía un ramal hacia Astorga. Luego iba a parar a
Asturias. Desconocemos si era una calzada absolutamente independiente o es la
misma que referíamos con cierta probabilidad desde Grañón a Quintanapalla.
También se han visto trabajos de calzada romana desde Hormilla a Valpierre.
Hemos repasado someramente hasta ahora las vías que atravesaban el territorio
de los berones de este a oeste, cumpliendo actividades administrativas,
eclesiásticas o comerciales. Tal descripción corresponde ser completada por
las calzadas que unían las anteriores al centro de Europa y más
concretamente al sur de la Gallia. Son las vías de socorro e intendencia de
la época de las luchas con Roma y su relación con ésta.
No es muy seguro
hablar de las calzadas por los fragmentos o trozos de vías perdidas en el
transcurso del tiempo, amén de documentos a ellas referentes, así como por
estar haciendo una descripción conjunta de los caminos que fueron
conservándose o perdiéndose en el transcurso de diez siglos, junto a los que
hicieran para completar la red de caminos.
Su interés es grande porque aparte
de que decíamos que unían la región a Europa, nos interesa más hacer
constar ahora que la unión se hacía concretamente con la Aquitania.
De la
primera vía que hablaremos de las que unían la Beronia con Aquitania o
sudoeste de la Gallia será la vía Aurelia, que llegaba a Pamplona y de aquí
iría por Araceli o valle de Huarte Araquil a buscar Salvatierra, hasta que el
sur de los montes de Isquits llegase a Toloño, con un probable ramal hacia
Zuazo, para unirse a la vía que hemos descrito en segundo lugar para marchar
hacia Clunia por leiva y Grañón, según escribimos anteriormente.
Esta
calzada parece ser que fue la que pasó por el tramo de camino conservado aún
entre la Población y Marañón. Ella contó con el puente Mantible para
superar el Ebro, donde se uniría a la calzada que ascendía desde Vareia por
la misma margen derecha del Ebro. Este puente fue muy llevado y traído en las
historias y brujerías tan propias del país de la Vasconia, localizadas
siempre junto a puentes antiguos, atribuidos por los indígenas al demonio que
los hiciera en una sola noche. En ellos creían verse las lamias peinando sus
cabellos de plata en las noches de luna. Por cierto, que en la región alavesa
se adoraba a una especie de seres sobrenaturales, medio dioses medio brujas,
llamadas «matres». Acaso por esta acepción se mantengan algunos lugares
riojanos, por ejemplo el llamado Puente Madre, sobre el Iregua, en el barrio
logroñés de La Estrella. Más al este unía a Pamplona con la Beronia una
prolongación de la vía Aurelia hacia el sur. De Roncesvalles une el camino a
Pamplona, Estella y Logroño, región de los berones. Esta calzada venía,
pues, por Estella, Irache, Los Arcos, Torres y Viana. En principio se puede
llegar a pensar que terminaba aquí o que de Viana seguía hacia La Población
y el Puente Mantible, y que de Viana a Logroño se hizo una vía más tarde, a
modo de prolongación; acaso cuando ya construido el primer puente medieval de
Logroño se uniría a la segunda vía que hemos descrito. Pero esta unión no
figura en los tiempos de la dominación romana.
En principio, la calzada que
descendía de Pamplona parece como si se apartara de Vareia hacia el Puente
Mantible, cuando es presumible que desde Viana al poblado del Monte Cantabria
existió, desde la antigüedad, un camino berón, como lo demuestra el llamado
Camino Viejo de Oyón y Camino Viejo de Viana, que aún se conocen en la
actualidad y donde está localizado el yacimiento berón de La Custodia
(Viana), de sospechosa igualdad y similitud cultural con el poblado de Varia,
en el Monte Cantabria. Tomás Moreno dice que «existió una calzada romana
que desde el Pirineo y por Pamplona, Estella, proximidades de Los Arcos,
Torres del Río y cuevas de Viana, llegaba hasta cerca del actual cementerio
de Logroño, que está en la margen izquierda del Ebro.»
La lógica apoya la
certeza de que Viana y Logroño (La Custodia y Varia, Monte Cantabria) estaban
también unidos en la época romana por el mismo camino indígena que, sin
duda, se habría puesto en mejor estado de firme para permitir la comunicación
con las tierras vasconas de Pamplona. El propio T. Moreno aduce que «no se
conoce la existencia de un puente de paso para esta calzada, suponiéndose que se haría por los vados que figuran en el plano de
Coello, donde se supone la existencia de un puerto fluvial». Sin duda, es el
vado que arranca de la orilla izquierda a la altura del Monte Cantabria.
Esta
calzada que desciende de Pamplona hacia Vareia no tenía la necesidad de
utilizar ninguno de los vados del Ebro logroñés si junto al Puente Piedra
actual de Logroño hubiera habido un puente romano. Ahí fueron encontrados
los restos de un estribo de pilar, unos metros aguas arriba del Puente Piedra
logroñés, sobre el Ebro, y dicho resto de puente aclara las comunicaciones
en esta época (Revista Berceo, I.E.R., n.º 100). Un poco más adelante
comentaremos este hallazgo. En cuanto a los caminos o vías que unían el
valle del Ebro a la meseta soriana, Blas Taracena aporta tres caminos directos
desde el Ebro hasta Numancia: uno por Balsio y Turiaso (Tarazona), coincidente
con la vía 27 del Itinerario, que por pasar junto a los campamentos de
Renieblas supone en uso, al menos, desde el año 153 d.J.C., y que
continuaría al oeste por Uxama, hacia los vacceos; otro desde Calagurris a
Numancia, por el Cidacos y Oncala, utilizado en la guerra sertoriana, según
el fragmento 91 de Tito Livio; y el último desde el mismo río Iregua de
Vareia, remontándolo hacia Piqueras y de aquí a Numancia, camino también
utilizado por Sertorio. Naturalmente que estos accesos del valle del Ebro a la
Meseta se hacían remontando los cauces del Alhama, Cidacos e Iregua, líneas
de unión del trayecto común de las vías 1 y 32 con la 27 del Itinerario. El
acceso por el Alhama estaba asegurado por el fuerte poblado amurallado de
Contrebia Leucade (Inestrillas, Cervera), lejos del Ebro ya escasos kilómetros
de la sierra y de la tierra de los arévacos. Al remontar estos tres ríos, el
camino debe superar sendos puertos. Esto hay que tenerlo presente, ya que en
los meses más duros del invierno sería dificultoso acceder a la Meseta por
estos puertos nevados y el tráfico rodado se vería forzado a rodear por
Calahorra hacia Tarazona, tal como sucede hoy en día.
Naturalmente que esto era mayor molestia en la vía Vareia-Numancia por el
mayor número de kilómetros a la hora de tener que rodear. Por ello no es muy
difícil de adivinar que buena parte del año estarían incomunicadas entre
sí ambas ciudades y zonas geográficas.
El origen de estas vías está condicionado a las ciudades levantadas junto al
Ebro, con relativa importancia regional Varea, como afirma Blas Taracena, ya
que sirvió de apoyo a la causa sertoriana y después iba a ser el final del
comercio fluvial que remontaba el Ebro desde la ciudad de Tortosa. Este
comercio de época romana que suponía «un acercamiento al tráfico
mediterráneo, que en los tiempos imperiales daría singular importancia a la
vía», tenía en Vareia un mercado para las gentes del interior peninsular.
Una calzada que fue a más gracias al comercio localizado en Vareia y es
probable y defendible que este comercio, que se potenció en el intercambio
con otras regiones del interior, principalmente entre Vareia y Numancia,
rompió fronteras y se abrió al tráfico, incluso del Mare Nostrum. Del paso
por Piqueras quedan ruinas romanas en Pradillo, Gallinero de Cameros y San
Andrés de Cameros, al sudoeste de la Venta de Piqueras; y en el puerto de
este mismo nombre se conservan unos restos de calzada romana de unos 800
metros, como escribe Blas Taracena.
En cuanto al camino que remonta el Cidacos, es otra vía natural que se conoce
utilizaron, por orden de Sertorio, M. Mario para reclutar soldados en las
tierras de los arévacos y pelendones, C. Instenyo en su viaje a Segovia y, a
su vez, los pelendones y arévacos para la campaña de saqueo en la que
atacaron a Calagurris (Livio, 39,21 ), tal como afirma B. Taracena. Este mismo
autor sigue afirmando que «lógica resulta la hipótesis de este camino que,
de existir, seguiría la carretera actual desde Calahorra al Villar del Río y
aquí se desviaría, para continuar por el Cidacos y atravesar la divisoria de
la Sierra de Alba, no por Oncala, sino más al oeste, por cerca de Verguiza,
caería en el valle de Torrearévalo, donde hay epigrafía romana y desembocaría en Tera, junto a
Almarza. Este último trayecto es el que actualmente los campesinos siguen
como vía transversal». Hay que tener en cuenta la importancia de Calagurris,
en la época imperial, pues entre otros monumentos, tenía un acueducto sobre
el Ebro, para abastecer de agua a la ciudad desde la otra orilla. Es
ciertamente curioso que a pesar de la abundancia que tiene el subsuelo riojano
en agua, los ciudadanos de Calagurris se pusieran a construirse un acueducto
que les asegurara el agua de la otra margen del Ebro.
Y el tercer camino que
accedía a Numancia tiene su origen en Graccurris y ascendía por la cuenca
del Alhama, «si bien es hipotético, como el anterior, pues se desconocen los
restos de vías en aquellas gargantas. Es un lógico trazado que se apoya en
la distrubución de las importantes ruinas que se han encontrado y excavado
parcialmente junto a Cervera del Río Alhama (Contrebia Leucade) y
Suellacabras, ciudades que forzosamente necesitan una comunicación que las
fragosidades de la sierra sólo consienten a lo largo del río. Las distancias
Gracurris-Contrebia Leucade-Suellacabras-Numancia, que son 27-25-19 kilómetros,
se ajustan aproximadamente a un día de jornada, más larga en el primer
tramo, llano y fácil, y con desigualdades explicables por ser de origen
indígena algunas de estas ciudades imperiales. Las no menos importantes
ruinas y restos de Fitero, San Felices y Torretarranclo, parecen puntear con
mayor precisión la dirección de un camino que las uniera o que se tratara de
una ruta natural. Acudiendo, una vez más, al libro 91 de Tito Livio, parece lógico
que el Cidacos sirviera de camino a M. Mario y C. Insteyo para cumplir las órdenes
dadas por su general Sertorio y que luego el camino de vuelta lo harían por
el río Alhama, para en Contrebia Leucade (InestriIlas) almacenar trigo y
reunir los caballos y dar descanso a los pelendones y arévacos, traídos como
reclutados por orden del mismo general Sertorio. Contrebia Leucade es un
poblado fortificado en las tierras más lejanas del territorio berón o vascón,
o las primeras de los pueblos celtíberos que lindaban con las sierras de Cameros,
y por ello es una ciudad cercana a las montañas ya las mesetas de la
Celtiberia, a la vez que tiene un rápido y fácil regreso a las llanas
tierras del valle del Ebro, si la necesidad así lo aconsejase.
En cuanto a la
línea principal Caesaraugusta-Virovesca, pasaba por Vareia y marchaba hacia
el oeste buscando Tricio. ¿ Cómo venía a Vareia? Ya escribimos que al
entrar en territorio berón, la calzada llegaba a la mansión de Barbariana,
de la que Govantes dice que «no se puede omitir este poblado porque
está cabalmente a la distancia misma de las 62 millas ó 16 leguas de
Briviesca, en que Antonino Augusto señaló en su Itinerario la mansión de
Barbariana, en el camino del oeste al este o de Astorga iba por Virovesca
(Briviesca) a Zaragoza. Esta mansión se da por segura en el despoblado de San
Martín de Barberana: la dirección, los trozos perfectamente conservados de
la vía militar romana, próximos a este despoblado, y las inscripciones
romanas halladas en esta calzada, el nombre que ha sobrevivido casualmente a
la ruina de la población, no dejan lugar a duda, dándonos noticia clara y
exacta del punto fijo de esta antigua mansión».
Hübner cita en el C.I.L.
(Corpus Inscriptionum Latinarum) los miliarios hallados en
esta calzada, a la altura de Tricio y Agoncillo (núms. 4.879 a 4.882), que
señalan los años 276-282 y 283-284 d.J.C., que deben ser fechas de reparación.
Por esta mansión de Barbariana se accedía al territorio berón. La calzada
avanzaba hacia el río Leza. Se sabe que pasaba por las proximidades de
Agoncillo porque el propio Govantes dice que «cerca de esta villa se ven aún
grandes trazos de la calzada romana en la que por los años 1812 y 1819 se
encontraron dos lápidas romanas que se colocaron en la iglesia parroquial».
Y así llegamos al río Leza, donde quedan los restos de lo que fue un puente romano:
Puente de
Agoncillo sobre el río Leza: los restos de este puente se conservan a unos
mil metros aguas arriba del actual puente por donde pasa la carretera de
Logroño a Zaragoza. Se conservan cinco grandes pilares y el arranque de la
calzada en ambas orillas. Respecto a sus dimensiones, dice
Blas Taracena que
son de puente más que de acueducto, sólo que su salida queda por debajo de
las tierras colindantes. «Este autor no vio, al parecer, los restos de
pavimento que aún quedan sobre algunas de las pilas y, sobre todo, en el
acceso por la orilla izquierda. Además, tampoco interpretó la ausencia de dos
de los apoyos que se han perdido... y pensamos que se trata indudablemente de
puente y no de acueducto, que, por otra parte, tiene poca utilidad en este
punto y del que además no hay ningún indicio de canales, captaciones ni
otras obras que les suelen acompañar» (doctor Martín Bueno).
Algunos
pilares se han hundido en el suelo, pese a las medidas de seguridad tomadas en
su construcción para que no se produjese este hundimiento, provocado por el
propio peso del pilar y al ceder el suelo en que se alzaba por el agua del Leza
que mueve y corre el suelo y fondo de su valle. Aquí, como en Varea, el pilar
se levanta sobre una base de maderos entrecruzados que va fija al suelo del
río por unas clavijas o palos clavados en el fondo, impidiendo que la
corriente moviera la posición de los pilares. Este río tiene las mismas
características que el Iregua, al ser un afluente del río Ebro que nace en
la sierra. El Leza es caudaloso y con poder de arrastre y erosivo, tras los
días de lluvias o en el deshielo, para quedarse con un caudal casi seco,
aparentemente en la superficie, en los meses de verano.
Los pilares están muy
cerca unos de otros y por ello sus arcos tendrían escasa luz. Por contra, el
grosor y volumen de los pilares es tan grande que, parece ser, permitía el trazado de una calzada superior a los dos metros en anchura
y según se observa hasta es posible que este puente sirviera de acueducto a
la vez, ya que se dejan ver a un lado unas construcciones propias de las
conducciones de agua.
Son cinco los pilares conservados y han desaparecido uno
o dos en la orilla izquierda del río Leza, que es por donde estos últimos
años va la corriente. Fue un puente de siete pilares y ocho arcos de medio
punto o semicirculares. En el pilar que está junto a la corriente se observan
cuatro hileras de sillares o sillarejo, perfectamente conservados y colocados,
pues el resto de los pilares sólo conservan su cuerpo de relleno, habiendo
perdido los sillares y sillarejos que revestían el exterior de su cuerpo
macizo. Blas Taracena dice que «el acueducto de Agoncillo es ya sólo
lamentable ruina..., conservando sólo el hormigón del alma de los dos
estribos y cinco pilares, en que se apoyaron los seis arcos que lo formaban,
pero los revestimientos de apoyos y arquerías se han perdido por completo.
Mide de anchura 4, 18 m y el paso superior 2,7 de ancho por 0,90 de altura,
dimensiones de puente y no de conducción de aguas...».
Pongo ya como última
cita a don Manuel Martín Bueno: «Se conservan únicamente parte de las pilas
o machones de los ocho arcos de que constaba, así como una parte de sus
apoyos en ambas márgenes del río y una porción del terraplén y camino que
accedían a éste, en el que se aprecia parcialmente el empedrado que
corresponde sin duda a los últimos momentos de vigencia de la obra, después
de haber sufrido numerosas reconstrucciones y reparaciones que, si bien se
adivinan perfectamente, no permiten aclarar el alcance que tuvieron ni
cuántas fueron. Dos de los pilares aparecen completamente desplazados de su
asentamiento hacia la orilla derecha, por efecto de alguna avenida
particularmente fuerte, habiendo desaparecido por completo los rastros de las
otras dos, próximas a la orilla izquierda, precisamente por la que el río
ahora vierte la parte principal de su caudal.
Las dificultades técnicas con
que debieron enfrentarse los artífices en el momento de la construcción
debieron ser indudablemente, en primer lugar, la magnitud de la obra, que en
el total tenía una longitud aproximada de 134 m, distribuidos en ocho arcos
de luces semejantes, en algunos casos idénticos. La segunda dificultad
estriba en asentar en un valle, Ían amplio como este del Leza, cercano a su
desembocadura y completamente colmado por sedimentos, las pilas y
cimenta,::iones de las obras. En último lugar, y de no menor importancia,
tenemos la ausencia de buen material de construcción en las inmediaciones,
por la carencia de piedra de calidad, lo que dificultaría el acarreo de ésta
al no poder disponer del mismo al pie de la obra, y esto motivaría una
disminución de la calidad de la argamasa con que se rellenaron las pilas de
sustentación. La estructura primitiva era, pues, de ocho arcos de medio
punto, cuyas luces oscilarían entre los 10,50 y los 12 m, sostenidos por
machones rectangulares con tajamares triangulares, siendo a la vez la anchura
de estos machones entre 4 y 5,50 m, con una altura de vía estimada de 7,50 m
que permanecería constantemente en toda la obra.»
La cronología de este
puente se sitúa hacia la época imperial. Es arriesgado dar emperador o siglo
concreto, pero parece lo más seguro sea del siglo II ó 111, por ser esta
época tiempo de grandes obras constructivas en la red de caminos de Hispania.
«Respecto a la data del puente, nada se puede decir, salvo que su primitiva
factura fue obra romana, ya que no quedan elementos para su más exacta
clasificación cronológica» (Dr. Martín Bueno).
Desde este puente, la
calzada remonta el valle del Ebro y llegaba a Vareia, donde se conservan aún
los restos de un puente romano sobre el Iregua. «Hoy nada interesante
conserva del pasado y sólo tiestos, pedazos de teja, tessellae de mosaicos,
que aparecen afloradas; la base de los estribos de un puente en el Iregua y el
trazado de la carretera hablan de la ciudad enterrada, pero ni en la campiña
ni a la orilla del río, donde Ceán Bermúdez dice que en la Fontvera estuvo
el puerto comercial y se veían loS postes de amarre de los barcoS, pueden
hallarse restos monumentales»' a decir de B. Taracena, quien da la impresión
de sentirse un poco desilusionado ante la carestía de restos monumentales
Como pudieran ser el puerto de naves, las murallas, etc., y del puente sólo
quedan la base de sus estribos, además sobre el Iregua, no sobre el Ebro,
como escribió Estrabón. Es por esto comprensible la desilusión de B.
Taracena. Pero cada yacimiento es como llega a lo largo de los siglos.
En el
río Iregua, a su paso por el lado oeste de Varea y antes de su desembocadura
en el Ebro, se encuentran cuatro plantas de sendos pilares en distinto estado
de Conservación. El primer pilar de la margen izquierda estaba semitapado por
los cantos rodados que arrastra el río. De esta corriente depende que queden
visibles o sepultados, pues de un año a otro el Iregua cambia de cauce,
oscilando levemente. Lo mismo quedan las basas de cuatro estribos al
descubierto un par de años como se ven sepultadas por tiempo indefinido, lo
que explica que, salvo honrosas excepciones, este resto romano haya pasado
inadvertido a la mayoría de los autores, incluso contemporáneos.
El segundo
pilar lo hallamos semidestruido por la corriente y tenía una longitud máxima
de 3,81 en posición norte-sur o de cara a la corriente, con una anchura en la
base de 1,70 m. Estas medidas hacen pensar que fuera un pilar mayor que los
demás, pero dado el mal estado de conservación con que nos ha llegado y la
posibilidad de que la corriente hubiera causado algún traslado de los
maderos, es más correcto suponer que fuera una base de estribo de medidas
semejantes al resto de ellos. El tercer pilar mide en su base 3 m de largo por
1,67 de ancho y el cuarto 3 m de largo por 1,74 de ancho.
La primera
característica es que los tres pilares tenían posiblemente la misma anchura
en la base, es decir, 1,70 m, pero que el deterioro y el abandono a que se han
visto condenados durante tantos años han podido variar en unos
centímetros las dimensiones de estas bases, simplemente con que la corriente
hubiera hecho fuerza para correr las piedras un poco sobre los maderos en los
que se apoyan. La segunda es que todos tienen una base rectangular de maderos
trabados, tres en sentido de las aguas y cuatro perpendiculares a ellas que
les aseguran su unión. Sobre estos maderos se colocaban los sillares o el
sillarejo. El tercer estribo, desde la orilla izquierda, conserva dos filas de
sillarejo, mientras que el cuarto conserva una y el primero y segundo ni
siquiera una fila o hilera completa. La madera, sobre la que va el sillarejo,
es de olmo blanco, que como me informaron es una madera netamente conservable
en el agua. El sillarejo tomaba la forma rectangular de la base, excepto en el
frente por donde recibían la corriente. El frente de los estribos de pilar es
de forma angular para oponer menor resistencia a las aguas, a la vez que en
cierto modo las abrían salvando la resistencia que hubieran opuesto de haber
sido un frente recto. Son pilares con tajamar.
«Cuatro cepas más se esconden
entre la primera de las descritas y el estribo de la margen derecha, como se
comprueba por el cálculo de distancias y por la aparente regularidad del
trazado de la obra. El puente debió tener al menos nueve arcos, no siendo
posible determinar su número exacto por desconocerse el punto de estribo en
la margen izquierda. La regularidad del trazado en el conjunto de la fábrica
parece cosa clara: pequeñas cepas con tajamares triangulares, todas
aproximadamente iguales y con una luz casi constante entre ellas de 5 a 5,25
m. No queda vestigio alguno del sistema de cubrición ni siquiera en los
restos de estribo, que son los que alcanzan mayor altura. Pudo realizarse con
maderas o con un arco de medio punto; esta última hipótesis es la más
probable en virtud de la importancia de la calzada a la cual servía el puente
ya la vista del desarrollo urbano de la Vareia romana. No es aventurado
suponer que el paso carretero era horizontal en una línea que no levantaba
más de 5 m del río. El conjunto puede definirse como esbelto, pero no
regular, y la luz de sus arcos difícilmente bastaría en ocasíones para dar
paso a las crecidas del Iregua, en época de lluvia y deshielo.
No existe
elemento alguno que permita una datación absoluta de la obra y menos
aventurar hipótesis del tiempo que se mantuvo en servicio. Algunos indicios,
no obstante, permiten asentar amplias dataciones relativas. El diferente
aparejo del estribo conservado puede estar indicando varias etapas de reparación;
los sillarejos de la zona alta no parece que puedan ir más allá de la
tardoantigüedad, mientras que la buena factura de los sillares inferiores del
estribo y de las cepas permite una datación plenoimperial e incluso más
temprana. Unos 5 m aguas abajo de la línea constructiva del puente, hacia el
medio del cauce, existe una cimentación formada de sillares exteriores con
alma de opus caementitium; sólo conserva una hilera de piedras. Posiblemente
es una cepa de puente, pero es aventurado formular una interpretación; en el
supuesto de que lo fuera se trataría de una cepa de mayor dimensión que las
antes citadas, de mayor ambición técnica y de probable cronología
posterior. El impulso romanizador que se observa hacia el cambio de Era en la
ciudad de Vareia y en la zona circundante hubo de afectar también a la
construcción y pavimentación de calzadas. Por todo ello no resulta
aventurado datar el primer puente romano de piedra sobre el Iregua hacia la
época augústea.» (Berceo 101, p. 73-74). Lo más pronto que se construiría
sería en el siglo I a.J.C., aunque cabe pensar con más fundamento que se
inaugurara en los siglos siguientes, cuando la Administración romana pone en
marcha una puesta a punto de sus calzadas y puentes.
La calzada Caesaraugusta-Virovesca pasa el Iregua por
este puente y sigue por el Camino Valderuga o Calleja Vieja del barrio
logroñés de La Estrella hacia el camino de Alberite, que según muchos
autores era ibero o céltico, para llegar a Lardero. «En su jurisdicción se
ven hoy trozos de la calzada romana que iba a Vareia y a Barbariana,
perfectamente conservados.» Esta cita de Govantes fue inspeccionada en el
lugar y efectivamente a la salida de Lardero, por la carretera comarcal que se
dirige a Entrena, se aprecian los restos claros y seguros de la calzada por
estas tierras. La calzada serpentea por el "Pico del Aguila" y
asciende un puertecillo para pasar junto a un yacimiento con cerámica
manufacturada y de fabricación celtíbera, junto a la Punta de Malvid. Este
yacimiento no guarda restos de tierra sigillata, lo que permite pensar que los
habitantes de este poblado quizá descendieron en la época de dominación
romana hacia Entrena, donde está el rico yacimiento de Santa Ana.
Hago mención
de nuevo del Camino Viejo de Alberite, del que aseguran fue un camino berón,
ya que T. Moreno cuenta que se encontraron sepulturas y un miliario en sus
inmediaciones.
Puente Mantible sobre el
Ebro: en el término del municipio de
Logroño y sobre el río Ebro, enfrente de Asa, se trazó este puente romano.
El río Ebro es un tema de discusión ante el examen de cuantos puentes lo
cruzaron en la época romana. Estrabón dice que »la ciudad de los berones es
Varia, sita junto a un paso (diábasin) que cruza el Ebro». El término
griego diábasis quiere decir paso a través. Es decir, un vado, un puente,
etc. Para A. Beltrán «la navegabilidad del Ebro hasta Vareia (Logroño) es
segura, como la existencia allí de un puente de piedra».
Varea tiene un vado
sobre el Ebro y no tiene restos de puente alguno, como le sucede al yacimiento
del Monte Cantabria. Hay suposiciones en torno al puente de piedra actual de
la ciudad de Logroño que solucionarían mucho estas incertidumbres. Para esto
acudo ahora a la opinión de don Manuel Martín Bueno: «Pensamos que este
puente de Logroño, que después de sucesivas reformas aún sigue en pie, es
el de la Vareia antigua... Actualmente, desde un kilómetro aguas abajo de
Varea hasta el Puente de Piedra de Logroño, no se conservan vestigios de
ningún otro puente. Sólo en la orilla izquierda, justo bajo Cantabria, hay
restos de un espigón con sillares de gran tamaño y argamasa, en la que se
han utilizado fragmentos de tegulae romanas. Esto y el hecho de que uno de los
sillares es una tapa de sepulcro a dos vertientes, que parece de época
visigoda, nos hace pensar que de ninguna manera puede tratarse de la ruina del
puente que cita Estrabón. Además ninguna clase de vestigios hay en la orilla
opuesta. Probablemente se trate simplemente del residuo de un malecón de
atracadero tardío.» Acaso de tiempos de Alfonso I el Batallador
(1104-1134). Aplazamos de nuevo la
aclaración sobre el puente logroñés sobre el Ebro y nos fijamos en los
claros y visibles restos del puente Mantible, a unos 7 km de Logroño,
remontando la corriente del Ebro, río que aquí forma un pronunciado meandro
y cuyas aguas hacen de divisoria de las provincias actuales de Alava y La
Rioja. Por el estudio de don M.
Martín Bueno, la longitud del puente Mantible es de 164 m, lo que le coloca
entre los mayores de Hispania. La
anchura del puente era de 5 m. Seis pilares que sostienen siete arcos, «todos
ellos de medio punto, con luz variable, con arranques a diversas alturas en
los pilares. Esta solución implica desequilibrio en la transmisión de
descargas del peso y empuje hacia esos pilares. A esto ya una desigualdad en
la configuración del lecho del río, en cuanto a la facilidad de
asentamiento, responde la distribución de estos pilares a intervalos
irregulares. El lecho del río es de roca firme en algunos puntos. Esto
permite que algunos de los pilares se asienten sobre aquélla sin cimientos,
con una preparación previa únicamente.» Caso contrario de lo visto en los
puentes de Varea y Agoncillo, cuyos pilares se asentaban sobre un rectángulo
de maderos entrecruzados debido a la debilidad del lecho del río Iregua y Leza,
respectivamente. La cronología para el puente Mantible la pone don Manuel
como propia de una obra imperial y le concede su realización en la primera
mitad del siglo II d. J.C. Recalco la idea de que tanto el puente Mantible
como el de Agoncillo tienen o tuvieron parecido número de pilares y arcos.
Que ambos fueron grandes puentes, mayor desde luego el de Mantible, y que el
de Varea, sobre el Iregua, fue de menor envergadura, al menos uno de los
descritos, pero de mayor número de pilares y arcos posiblemente, los que, por
su menor dimensión, tuvieron menos luz. Las medidas del puente sobre el
Iregua están también condicionadas por el valle, que aquí tiene una menor
amplitud que el del Leza, a la altura de su puente, e incluso el suelo es de
losas de roca en Varea. Este puente Mantible puede ser considerado como uno de
los más grandes puentes con que los romanos dotaron a su red de calzadas en
Hispania. La existencia y cronología de este puente rompe la idea de don
Antonio Beltrán de que «en el trayecto entre Miranda de Ebro y Tudela no
debió haber en la antigÜedad otro paso fijo del Ebro que el de Alcanadre (o
acueducto de Calahorra), donde era atravesado por unos restos de un acueducto
que se conservan parcialmente». Las preguntas surgen ante el uso o fin que
tuviera este puente alejado, en la actualidad, de la calzada de
Zaragoza-Briviesca y de la que desde Briviesca venía hacia Pamplona en busca
de las calzadas de la Gallia. Somos de la opinión de Martín Bueno, o sea,
que desde Vareia salía una calzada paralela al río Ebro, remontándolo hacia
Miranda y que se aproximaría o pasaría junto a este puente Mantible. Esta
calzada nacería del puente sobre el Iregua para prolongarse por parte de la
Calleja Vieja hasta encontrar el camino de Madre de Dios actual y, por
Barriocepo tomar la actual carretera del Cortijo, que la llevaría al puente
Mantible. A. Cillero Ulecia habla de los restos de un puente romano en la desembocadura del Najerilla en el Ebro.
Esto confirmaría la teoría de una calzada o vía romana paralela al Ebro y
que recorrería su margen derecha. Así queda demostrada la utilidad del
puente Mantible en relación con Vareia. Sobre la margen izquierda de este
río, Martín Bueno dice: «Justo al otro lado, dominándolo, estaba la
población de Asa, donde se han hallado restos romanos, entre ellos
inscripciones. También han aparecido en Angostina, Marañón y Santa Cruz de
CampeZO, Gasriain, lo que puede indicar una ruta romana por estas poblaciones
para enlazar con la supuesta de Lodosa por Curnonium (Los Arcos) a Tullonium
(Alegría de Alava), por donde pasaba la vía de Aquitania». De ella ya
hablé anteriormente. De la misma opinión era T. Moreno, quien en 1943
afirmaba conocer la existencia de un camino romano que iba de Marañón a Asa.
Junto a esta opinión de unir el puente Mantible a Viana por una ruta romana
que pasara por Agostina y Marañón, conociendo las tierras riojanas de
Lanciego y estos pueblos citados, comprendemos la dificultad de un trazado por
estas laderas montañosas, y no por ello se carece de restos viarios. Nos
parece igual de viable la opinión de que el propio Monte Cantabria tuviera
una vía de unión con esta calzada por medio del Camino Viejo de Oyón y que
otra unión desde Cantabria a esta línea podría hacerse por el Camino Viejo
de Viana. Así, el Monte Cantabria y Varea estarían unidos a esta calzada,
que en Los Arcos alcanzaría la vía de Pamplona.
Es muy importante tener
presente el tramo que va de Viana al Monte Cantabria y de aquí al puente
romano de Logroño sobre el Ebro, junto a los caminos citados de Oyón y
Viana, que aseguraban la antigua unión de las ciudades y poblados berones a
ambas márgenes del Ebro y tan fundamentales durante el Imperio de cara a la comunicación con Pamplona y con la Aquitania.
Antes de aclarar el
interrogante del puente romano de Logroño sobre el Ebro vamos a estudiar
brevemente la vía Vareia-Numancia. Empiezo por citar a Blas Taracena: «La
existencia de una vía de Vareia a Numancia fue prevista sobre testimonios
epigráficos por el P. Fita. La línea topográfica que marca el curso del
Iregua, con su tránsito obligado por el Portillo de Viguera, conduce al
puerto de Piqueras, a 1.710 m de altitud, único paso posible de la divisoria
en un largo trayecto; a uno de sus lados, el Pórtico citado, en la frontera
del feraz valle de Nalda y Albelda, es el portal de la serranía, y al otro
lado, la llanura de Almarza de Soria es la antesala de las cumbres. A los
testimonios epigráficos demostrativos de población romana en esta línea,
aducidos por el P. Fita, y otros posteriormente encontrados,hemos de agregar, por nuestra parte, la frecuente presencia de restos romanos
en la vega de Albelda, el valor del nombre de Lardero (Lardarius, que acredita
el origen remoto de los salazones y embutidos riojanos), los restos de calzada
que en aquel pueblo fueron recogidos por Govantes, nueva epigrafía en Nieva
de Cameros, ruinas romanas en Pradillo, Gallinero de Cameros y San Andrés de Cameros,
los restos de la vía que claramente se ven en la cumbre de Piqueras y, ya al
sur de la divisoria, las ruinas de un extenso poblado ibero-romano en Tera,
junto a Almarza (que según el P. Fita significa en árabe: parada, descanso),
y las lápidas inmediatas de San Gregorio, que no proceden, como se creía,
del cerro de San Juan, sino de la misma vega en que hoy se encuentran.»
La
extensión de la cita de Blas Taracena habla por sí misma. «Seguramente,
durante los meses más duros del invierno, el tráfico rodado entre Vareia y
Numancia se vería, como hoy, forzado a rodear por Calahorra». Doy el último
comentario a este camino que remontaba el Iregua hacia las tierras sorianas
con la cita de Angel Suils, quien asegura que se llamaba «Camino de los
Berones» al que llegaba de Vareia a Numancia en la época romana. Paralelo a
la carretera Logroño-Soria, pero en la otra margen del Iregua, corre un ancho
camino por Islallana hasta Viguera que los habitantes del lugar llaman calzada
y que bien pudieran ser restos del trazado de esta calzada que estamos
comentando.
Puente romano de
Logroño: Dado el interés del tema y su actualidad, por un reciente estudio
publicado en la revista Berceo (núm. 100, pp. 167-181), expongo literalmente
algunos de sus párrafos: «...me preocupó ya en la Tesis de Licenciatura la
cita de Estrabón que aseguraba la existencia de un paso o puente en las
cercanías de Varia, encontrando cómo explicación el resto de una solitaria
cepa. Este único estribo de pilar conservado se halla junto al actual Puente
de Piedra de Logroño, a unos doce metros aguas arriba, próximo a la margen
derecha. Su orientación es la misma que la de los pilares de la obra actual.
La planta es básicamente rectangular con tajamar, pero el geometrismo no es
perfecto. La anchura delantera es de 4,90 m y la trasera de 4,65. Está
revestido por sillares de buena factura y el alma la ocupa un opus
coementitium, a base de mortero y cantos rodados, algunos de grueso tamaño.
En su estado actual conserva dos hileras de sillares cuyas medidas no
coinciden con las usuales romanas, ya que las longitudes más frecuentes de su
costado sur, que mide 6,75 m más el tajamar triangular, son 0,5 y 0,78
aproximadamente. Tales longitudes equivalen en pies romanos a 1 ,5 y 2,5,
respectivamente. La escasa entidad de estos vestigios se halla en relación
inversa con el interés histórico que representan. Esta cepa podría ser el
único resto del puente citado por Estrabón, ya que Varia y Vareia cuentan con sendos vados en el Ebro, pero no se conservan restos de
puente en ellos o sus proximidades, y es que el puente de Varia citado por
Estrabón pudo construirse, y se construyó, en lo que hoyes Logroño, muy
cerca de ambas ciudades antiguas, Varia y Vareia.
El interés de este estudio
descansa en la demostración de que el Puente de Piedra actual de siete arcos
fue construido en el mismo lugar que el medieval de doce arcos y, a la vez,
que la cepa descrita con anterioridad pertecene a una obra muy anterior, con
la posibilidad de formar parte del puente romano, citado por el escritor
griego Estrabón. En 1871 y 1874, el río Ebro arrasó su cuenca con dos
crecidas extraordinarias, y el puente fortificado acusó su endeblez. A causa
de ello se demolieron tres arcos y se sustituyeron por otros nuevos. En 1882,
el ingeniero Fermín Manso de Zúñiga presentó el proyecto de reconstrucción
del puente sobre el Ebro, reconstrucción llevada a cabo en dos fases y que
finalizó en 1884. El plano del ingeniero, autor del proyecto, es prueba
consistente de que el nuevo puente se construyó aprovechando las pilas que
ofrecían mejor estado de conservación.
El nuevo puente se fabricó en el
mismo sitio que el puente fortificado derrumbado, algunas de cuyas
cimentaciones son coincidentes; en términos generales, un arco de la nueva
obra corresponde a dos de la precedente. La nueva obra de siete arcos, en la
fecha citada, sustituyó a la medieval de doce. Si el trazado del moderno se
realizó superponiéndose al tendido medieval, pues recordemos se trata de una
reconstrucción, los restos de la cepa dados a conocer en el comentario
anterior tienen que corresponder evidentemente a una obra de mayor antigüedad
que ambos. Según los eruditos locales, la historia del puente fortificado
logroñés sobre el Ebro es compleja en sus orígenes e imprecisa en los
estudios. Albia de Castro asegura que hubo un puente anterior al siglo x y que
el Puente de Piedra lo construyó Juan de Ortega, y N. Hergueta asegura su
construcción por los árabes. Pudo haber un puente anterior al siglo x, mas
la afirmación de N. Hergueta pienso entraña mayores dificultades de
sostener. También A. Gómez lo considera obra de San Juan de Ortega, mientras
que J. Bta. Merino piensa que tiene un origen romano sin presentar pruebas o
comentarios en qué basarse. J. Bta. Merino fue el primer autor que cita a los
romanos como posibles constructores del primer puente logroñés sobre el
Ebro. Con mayor fundamento documental que los autores anteriores, A. Beltrán
defiende la existencia de un puente durante la romanización en la zona de
Varea, apoyándose en la fuente estraboniana y G. Fatás supone era de piedra.
De la misma opinión son M. Martín Bueno y J.G. Moya, al creer que el puente
de la Vareia antigua y el primitivo de piedra de Logroño son una misma obra,
el cual, tras sucesivas reformas y modificaciones a lo largo de los siglos,
llegó hasta la segunda mitad del siglo XIX.
Ningún escritor pone en duda que
el puente reconstruido en 1884 es el puente del Fuero (1095). Unos le conceden
más antigüedad que otros, basándose en la intuición histórica más que en
las pruebas. El origen de este puente de Logroño y la existencia o no en la
zona de Varia o Vareia de un puente romano sobre el Ebro son problemas de no
incompatible identificación. Para los autores citados en último lugar, el
apoyo documental más firme, y desgraciadamente poco explícito, es el texto
de Estrabón, quien al hablar de los berones afirma que «la ciudad de éstos
es Varia, sita junto a un puente o paso que cruza el Ebro»...
El Monte
Cantabria y Varea cuentan con sendos vados en el Ebro, vados que se han
utilizado hasta fechas recientes en los meses de estío, mas debemos tener
presentes dos cosas: que el río Ebro, en determinados meses del año,
imposibilita la utilización de dichos vados, y que el autor griego Estrabón
no escribe desde Roma los vados de un río, sino que cita los puentes
existentes en Hispania como le asegurarían los legionarios que regresaban a
Roma. Estrabón nos cita un puente y para ello utiliza la palabra griega
díábasis. El hallazgo arqueológico de la solitaria cepa, a unos doce metros
aguas arriba del actual Puente de Piedra, parece mostrarnos la existencia de
otro puente distinto y anterior al puente fortificado del Fuero de Alfonso VI.
OBRAS DE CONSULTA
A. Beltrán: El río Ebro en la
Antigüedad Clásica, Caesaraugusta 17-18, Zaragoza, 1961, p. 76 y 55.
M.A.
Martín Bueno y J.G. Moya: El puente Mantible, E.A.A., tomo V. Vitoria. 1972.
Blas Taracena: Vías romanas del Alto Duero, p. 16 y 55.
M. Martín Bueno:
Nuevos puentes romanos en La Rioja, E.A.A., tomo VI. Vitoria. 1974.
Jesús
María Pascual Fernández
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