El siglo XVI en La Rioja



RESUMEN:

      En estas páginas se pretende dar una panorámica general de lo que fue el siglo XVI en La Rioja, sintetizando a grandes rasgos lo que han aportado las numerosas investigaciones de los últimos años, para dar una imagen global del período renacentista entendido no sólo en su dimensión artística más conocida, sino también como encrucijada histórica en todos los terrenos -económico, social, político y cultural. Por otro lado, se quiere incidir especialmente en la forma en que los grandes cambios (descubrimiento de América, mundialización de la economía, ascenso de la burguesía, construcción del Estado absoluto...) afectaron a la vida cotidiana de las gentes de esta comarca del Reino de Castila en el valle medio del Ebro, y cómo fueron percibidos por ellos. Por último, se señala cómo tales transformaciones se pueden interpretar en cierta medida, como una promesa incumplida o mejor, una expectativa frustrada.   

 

      El Renacimiento suele relacionarse sólo con la corriente estética y de pensamiento que, originada en unas cuantas ciudades del norte de Italia durante el siglo XV, se expande por el resto de Europa a lo largo del siglo XVI. Conceptos asociados estrechamente a este momento de la evolución cultural europea serían, partiendo de la base de la recuperación del legado clásico greco-latino, humanismo, antropocentrismo, racionalismo, mecenazgo, etc. Pero el Renacimiento, como momento histórico, tiene otras dimensiones fundamentales -económicas, sociales, políticas, religiosas...- que, en buena medida, condicionan y explican la eclosión artística e intelectual que se vive —y no sólo en Italia—, a comienzos del siglo XVI. Tales son los fenómenos que afectan, aunque en distinta medida y con marcadas peculiaridades, a todo el conjunto de Europa Occidental y a cada una de sus regiones.

      Los efectos de los cambios que se desarrollan o se dencantan en esta época no se limitan en absoluto a unas pocas élites culturales, sociales, políticas o económicas. La mayoría de la gente, por supuesto, veía muy limitada su movilidad, tanto social como geográfica. Pero el trasiego continuo de noticias e ideas propiciado por contactos de todo tipo, desde los mercantiles hasta los bélicos, acaban abriendo la visión de un mundo mucho más amplio de lo que habían soñado los siglos medievales. Incluso en una comarca fronteriza de Castilla, alejada de los principales escenarios de batallas y luchas políticas europeos y aún castellanos como es La Rioja, están presentes las novedades. Hay riojanos entre los miembros de las primeras expediciones de exploración a las tierras recién descubiertas allende los mares, como el logroñés Fernando Navarro, que acompaña a Colón en 1493. Algunos de esos aventureros vuelven y pueden contar lo que han visto. También hay militares como Sancho de Londoño o Antonio de Leiva1, "el héroe de Pavía", que participan en las campañas europeas, desde las del Gran Capitán en Italia hasta las guerras de religión en Alemania, y que pueden narrar historias asombrosas a sus convecinos. Algunos mercaderes asentados en las ciudades riojanas tienen correspondientes no sólo en los principales centros comerciales castellanos, sino también en Flandes, Inglaterra o el norte de Francia. Incluso al otro lado del Atlántico a través de Cádiz. Por las vías más diversas va penetrando una cierta idea de ecumene, de universo-mundo, que se manifiesta de forma más o menos colateral o profunda en amplias capas de la sociedad, incluso aunque el peso de la tradición y el inmovilismo siga siendo determinante.

      Tras estas precisiones sobre las implicaciones del término Renacimiento, falta caracterizar el ámbito geográfico de este trabajo. Al igual que durante la Edad Media y durante el resto de la Edad Moderna, en el siglo XVI el nombre de Rioja carece de contenido político definido. Se puede hablar, en todo caso, de una comarca natural en la frontera del reino de Castilla con los de Navarra y Aragón, delimitada por el Sistema Ibérico y el río Ebro. En realidad, se trata de un territorio muy heterogéneo tanto desde el punto de vista económico como desde el administrativo. En cuanto a la economía, fundamentalmente agraria, se pueden señalar, a grandes rasgos, dos líneas de transición del paisaje: la primera transcurre de norte a sur, del valle del Ebro a la Sierra, atravesando tres áreas relativamente bien delimitadas, la de predominio de la viticultura, una zona intermedia de predominio de los cereales, y una tercera dedicada a la ganadería merina para producción de lana. La segunda variación se desarrolla de oeste a este, a medida que el valle del Ebro se abre hacia Aragón, en transición a lo que hoy llamamos Rioja Baja, más seca y con un menor grado de especialización en su producción. El cambio en el paisaje es tan notable que en esta época sólo la Rioja Media y Alta se incluían propiamente en la denominación de la comarca.

      En cuanto a su entidad administrativa, una de las características fundamentales del Antiguo Régimen es, precisamente, la variedad de circunscripciones y jurisdicciones, y la ausencia de criterios homogéneos de organización tal y como se conciben a partir del siglo XIX hasta la actualidad. Por un lado, el actual territorio regional correspondía a las provincias de Burgos y Soria, discurriendo la frontera, aproximadamente, entre los valles del Leza y del Jubera. El término provincia no tenía en esta época un contenido similar al actual, y se refería, básicamente, al centro de recepción de impuestos del que dependía un conjunto de pueblos. Este rasgo es importante puesto que durante los reinados de Carlos I y, sobre todo, de Felipe II, la presión fiscal de la Corona sobre los municipios aumenta de manera extraordinaria, hasta constituir una variable histórica y económica de primer orden. Desde el punto de vista político y judicial (aspectos inextricablemente unidos en el sistema tardofeudal), existen dos corregimientos: el que forman Logroño, Calahorra, Alfaro y Laguardia, y el de Santo Domingo de la Calzada, al margen de la distinción entre señorío y realengo, de la que luego se hablará. El corregimiento era el ámbito de actuación del corregidor, representante del rey en los municipios bajo su jurisdicción directa, cuyas funciónes se tratarán más adelante. La condición de frontera castellana, además, implicaba la localización de una serie de aduanas o puertos secos, de las que la más importante era la de Logroño, estando supeditadas las demás (Calahorra, Alcanadre, Ausejo, Alfaro, Cervera, etc.) a la de Agreda. Habría que sumar, a estas disparidades, las de las circunscripciones religiosas, que incluso podían saltar por encima de las fronteras entre reinos, como sucedía, por ejemplo, con el caso de Alfaro, dependiente del obispado de Tarazona.

LOS HOMBRES Y EL TERRITORIO: ECONOMÍA Y PAISAJE.

      En el terreno económico, el siglo XVI representa una encrucijada histórica de primera magnitud. La fase expansiva iniciada en el siglo XI, ha llevado, con el dramático paréntesis de la profunda recesión del siglo XIV, a un desarrollo enorme de la población y de la producción agropecuaria y manufacturera. En este sentido, la coyuntura que se desenvuelve en Castilla hasta 1560-80, prolonga y acentúa la recuperación iniciada a mediados del siglo anterior. Pero el cambio no es meramente cuantitativo, no se trata de un crecimiento sólo extensivo. Se ha iniciado un proceso, que algunos autores llaman mundialización de la economía, en el cual una cantidad y variedad de artículos cada vez mayor (entre ellos obras artísticas e ideas) entra en circuitos comerciales cada vez más amplios, reforzando y beneficiándose al mismo tiempo del aumento de importancia de las ciudades.

      La aparición de un comercio intercontinental en este contexto, tras el descubrimiento de América, tiene una repercusión enorme, aunque no hay que olvidar que el interés por encontrar una ruta alternativa hacia oriente es lo que mueve a Colón y a los portugueses. Sería erróneo, por tanto, pensar que la época en que se produce el descubrimiento es casual. Todas estas transformaciones, que implican además, un basculamiento de las principales rutas comerciales desde el Mediterráneo hacia el Atlántico, afectarán de forma importante a La Rioja.

      A pesar de la heterogeneidad de la que hablaba al caracterizar el marco geográfico riojano, en el siglo XVI se percibe un proceso de cierta integración. Durante toda la Baja Edad Media, una de las actividades económicas más importantes, por no decir la principal, del reino de Castilla es la exportación hacia el noroeste de Europa de lanas de alta calidad, buena parte de las cuales se producen en los lavaderos cameranos. De hecho, unos cuantos de los más importantes exportadores de lana a través de Burgos son riojanos2. La ruta principal se dirige a Burgos y de allí a los puertos cantábricos, especialmente Bilbao. Pero la intensa circulación mercantil incide en el desarrollo de una importante actividad viticultora en La Rioja Alta en parte alimentada, en sus fases iniciales, por capitales ganaderos de la Sierra. La importancia del vino no reside sólo en la cuantía de su producción3, sino también en el alto grado de comercialización. No se trata de una producción de autoconsumo, aunque una parte considerable se bebe en los propios centros productores, sino orientada a la exportación hacia el resto de La Rioja, sobre todo hacia la Sierra, y hacia el Señorío de Vizcaya. La dedicación de un porcentaje muy alto de la tierra disponible para el viñedo, que en Logroño, por ejemplo, alcanzaba hasta dos tercios del total4, implicaba una dependencia del exterior para completar el abastecimiento de otros productos vitales como el trigo o la carne, en un sistema de producción con fuertes limitaciones de producción y transporte.

      Entre la sierra y el valle, en comarcas como la de Santo Domingo, muy poco aptas para la producción del viñedo, se desarrolló un cierto grado de comercialización de cereales, tanto de trigo para consumo humano, como cebada para alimentar a los miles de acémilas que transportaban vino, lanas, cereales, textiles y otros productos y que apenas disponían de pastos en el camino. En la Rioja Baja sí era posible una alta producción vinícola. Pero su localización era muy poco apropiada para que pudiera competir con los caldos de Haro, Logroño o San Vicente, más próximos a los mercados de consumo. En el caso de Calahorra, Alfaro o Arnedo, la producción de vino, que no era desdeñable, se consumía casi exclusivamente en la propia comarca. Con una economía menos especializada, exportaba también cantidades variables de cereal, aceite o ganado caballar. La producción de fibras textiles vegetales en bruto (lino y cáñamo) o elaboradas5 y una importante actividad de contrabando completaban su economía.

      Como consecuencia de este proceso de especialización complementaria, en el contexto de una coyuntura extraordinariamente expansiva en toda Castilla, se produjo un considerable desarrollo económico y comercial. La población continuó creciendo a un ritmo incluso más fuerte que en la segunda mitad del siglo XV, sobre todo entre 1550 y 15756. La población global del actual territorio de La Rioja pudo llegar, en el momento de su máxima expansión, en torno a 1560, a cerca de 150.000 habitantes7. Las densidades que se desprenden de esta cifra son muy altas en comparación con las que se pueden encontrar en la mayoría de la Castilla interior.

      El desarrollo de la viña suele estar asociado a un alto grado de monetarización, en la medida en que limita el autoconsumo, y se le considera un cultivo repoblador por excelencia, debido a la cantidad de mano de obra que requiere. Por otra parte implica una serie de actividades de transformación y almacenamiento de carácter semiindustrial: para su elaboración, conservación y transporte se necesitan prensas, lagares, cubas, cántaras, odres, etc. lo que arrastra consigo multitud de actividades artesanales y de construcción, además de precisar una capitalización inicial enorme (no produce hasta pasados cinco años). Debido a ello, y a pesar de tratarse de una actividad agrícola, se puede hablar de un avance del carácter urbano de algunas localidades y de la población en general. Al vino hay que sumar el desarrollo de una industria textil artesanal de cierta importancia. Se producen paños de cierta calidad en los telares de Viguera, Pedroso, Ezcaray o Torrecilla para un mercado básicamente regional8.

      Todos estos procesos están íntimamente ligados con el desarrollo mercantil, potenciándose mutuamente. En cuanto al comercio de larga distancia, aunque La Rioja no forma parte de ninguna de las rutas de primera magnitud, sí constituye un jalón en circuitos secundarios de cierta importancia. Algunos mercaderes de Logroño y, sobre todo, de Nájera y Torrecilla, participan directamente en la exportación de lanas a través de Bilbao, aunque no tengan la entidad de los del consulado de Burgos en términos absolutos9. Por otro lado, el Camino de Santiago ha perdido buena parte de la importancia económica que tuvo durante la Edad Media. La vía principal de entrada de productos elaborados norteeuropeos es marítima y desde los puertos cantábricos se dirige directamente hacia las ferias del norte de Castilla (Tierra de Campos), Segovia o Madrid, pasando por Burgos o Valladolid. Aun así, a través de Navarra, llegan todavía una buena cantidad de productos, sobre todo textiles de centros productores franceses como Cambrai, Bretaña, o Rouan. Este tráfico tiene en Logroño su puerta de entrada en Castilla, con etapas de cierta importancia en Nájera y Santo Domingo. Aprovechando este comercio, se desarrolla una función de creciente importancia de redistribución comarcal de estos productos. Mientras Logroño abastecía de este tipo de artículos sobre todo a La Rioja Baja y en parte a La Rioja Alavesa, Nájera y Santo Domingo atraían a sus ferias a los habitantes de los valles y la sierra de La Rioja Alta. Por último, existía un comercio de pescados y de ferreterías vascas (normalmente ambos productos solían centrar la atención de los mismos mercaderes por su origen común), que se beneficiaba de los portes de regreso del vino y la lana exportados hacia el norte, y que tenía un volumen muy considerable y no menor en importancia.

      Partiendo de esta somera caracterización, la imagen de conjunto que ofrecería La Rioja a un viajero del siglo XVI, sería la de una tierra bastante poblada, relativamente rica, y con un modesto —si lo comparamos con el de otros centros castellanos más importantes— pero floreciente comercio. Se encontraría con unos cuantos núcleos de cierta importancia y de carácter notoriamente urbano. Siguiendo el Camino de Santiago, pasaría por Logroño, en donde el desarrollo comercial y vinícola se pone de manifiesto en las iglesias de Santiago y La Redonda, cuyas obras estarían muy avanzadas o recién terminadas, así como en el inicio de su despegue como principal ciudad de la región. Nájera y Santo Domingo también llamarían la atención por su población, poco menor, y por su vitalidad económica. Atravesaría en este camino campiñas abarrotadas de cepas, ocupando normalmente las mejores tierras de regadío, para encontrarse grandes extensiones de cereal al llegar a la comarca calceatense. Un cereal que producía bastante riqueza como para contratar al escultor Froment para el retablo de la catedral, obra que influyó mucho en las numerosos retablos que se hacen en toda La Rioja en esta época.

      Saliendo desde Logroño por el camino Real de Zaragoza, el paisaje se presentaría algo menos fértil, pero mucho más variado, alternando cereal, viñas y olivos con cañamares y linares. De importancia algo menor, pero también con rasgos urbanos más que rurales, estarían Alfaro, Arnedo y, sobre todo, Calahorra, residencia casi permanente del Obispo durante este siglo y sede inicial del tribunal de la Santa Inquisición para Navarra y el Señorío de Vizcaya.

      De camino hacía Soria, podría verse una sierra sorprendentemente poblada de hombres y más aún de ovejas —aún no devoradoras de los hombres, como denunciarían los arbitristras del siglo XVII—, especialmente en relación a la escasa producción de trigo. Unicamente en la parte baja de los valles, sobre todo del Iregua, se podrían encontrar zonas de huerta (al igual que en anchos cinturones alrededor de las ciudades mencionadas), y pequeñas explotaciones marginales en terrenos aterrazados y rodeados de extensas dehesas y pastizales. Y de forma casi inverosímil, en medio de montes casi sin bosques y sin cultivos, poblaciones de un tamaño inesperado como Ortigosa o Torrecilla. Y a lo largo de estos caminos, numerosos pueblos de tamaño intermedio o pequeño, bastante próximos entre sí, y multitud de arrieros con acémilas cargadas de trigo, vino, lana, textiles, cueros o sedas. Eso siempre que las inclemencias del tiempo no hicieran impracticables los caminos, en general bastante malos10.

      En cuanto al paisaje humano, junto a los mayoritarios campesinos y pastores, se encontrarían artesanos relacionados con la confección y el cuero, sobre todo en las localidades importantes de la zona vitivinícola como Logroño o Nájera (sastres, sombrereros, calceteros, zapateros, zurradores, odredos, curtidores...); otros dedicados a la elaboración de fibras textiles, especialmente en los centros textiles de la sierra (tejedores, tundidores, cardadores) y de La Rioja Baja (sogueros, alpargateros...); también tendrían importancia los oficios relacionados con el transporte y la hostelería, como arrieros, carreteros, herreros y mesoneros. Algunos de estos trabajadores, los menos pudientes, compaginarían un oficio con el trabajo como jornaleros o en pequeñas explotaciones agrícolas propias. Junto a ellos habría comerciantes de todo tipo de productos y volumen de negocios, desde los mercaderes en grueso o mayoristas, hasta merceros con un pequeño establecimiento. Y, aparte de los pecheros, es decir, los que no gozaban del privilegio de exención de impuestos, una pléyade de hidalgos y eclesiásticos caracterizados fundamentalmente por su forma de vida rentista y su desprecio por el trabajo manual. Sin embargo, a pesar de la importancia del señorío en La Rioja, no se hallarían muchos señores de vasallos residentes en la región.

      La marea del crecimiento y el desarrollo económico muestra los primeros síntomas de reflujo en torno a 1560-80. Un primer toque de atención se produce en 1564, con la llegada desde Aragón de un brote de peste. A pesar de ello, la población aún seguiría creciendo durante unos años. En toda Castilla, y en buena parte de Europa, la mayoría de las variables económicas ralentizan su evolución ascendente, hasta alcanzar el estancamiento. Son muchos los factores que influyen en este fenómeno. Uno de ellos sería el comienzo de la revuelta en Flandes, en 1568, que afectó muy negativamente y de forma directa al comercio atlántico de lanas y textiles. Se produce también, a partir de estas fechas, un aumento extraordinario de los impuestos, con la aprobación de sucesivos servicios de millones, una contribución en principio ocasional y extraordinaria, que pronto acabará convirtiéndose en oneroso ingreso ordinario. El golpe de gracia que precipita hacia la profunda crisis del siglo XVII, se sentirá en La Rioja en los últimos años del siglo, con la terrible epidemia de peste de 1599-1600. Las cifras de muertos, aunque menos trágicas que en otros lugares del Reino, superaron el 15% en muchas zonas de la región. La estructura económica que se ha esbozado agravó las consecuencias de la ya de por sí importante pérdida de efectivos demográficos. El desarrollo de una cierta especialización complementaria, había llevado a muchos municipios, entre ellos los más poblados, a depender del exterior para el abastecimiento de una cantidad variable pero esencial de artículos de primera necesidad. El colapso del tráfico de mercancías que llevaba aparejada la epidemia significaba, por tanto, la disminución o desaparición del abastecimiento desde el exterior. Con ello, las hambrunas, un fenómeno que no había desaparecido en absoluto durante todo el siglo, pero que se había mantenido dentro de unos ciertos límites, se desataron provocando:

"...hambre pura, que matava más que la peste y más presto..."11

según rezan los tantas veces citados versos de un romance anónimo de la época. Con ello se inicia una tendencia a buscar el autoabastecimiento. Crece la producción de trigo a costa de otras más prescindibles, lo cual implica una contracción aún mayor de los intercambios entre distintas comarcas, un proceso de ruralización y una remisión de aspectos como la monetarización de la economía, el desarrollo del comercio o el alto grado de comercialización de la producción agropecuaria.

EL ORDEN SOCIAL: ESTAMENTOS, PRIVILEGIOS Y NUEVOS RICOS.

      También la sociedad experimenta a lo largo del siglo XVI cambios trascendentales cuya semilla se encuentra en el periodo anterior, pero que con el Renacimiento se desarrollan plenamente. El tradicional orden feudal, basado en la división estamental, en el monopolio de un poder de ámbito espacial reducido por parte de una nobleza guerrera, y en el sometimiento de un campesinado con unas relaciones de dependencia respecto al señor y a la tierra muy variadas, pero de carácter fundamentalmente no económico, ha entrado en declive hace mucho tiempo. A su lado, y estableciendo vínculos complejos, a menudo muy difíciles de dilucidar, se ha ido formando otra realidad social que escapa, al menos en parte, al esquema de los tres órdenes, noble, eclesiástico y plebeyo. La protagonista de ese desarrollo es una clase emergente de ciudadanos o burgueses cuyas principales señas de identidad están asociadas (aunque no exclusivamente), al comercio, la banca, el servicio a unos Estados cada vez más poderosos y ciertas profesiones liberales y, por encima de todo, al predominio del mérito personal (la virtus) frente a la sangre como criterio de ubicación social. A lo largo del siglo XVI se produce el enfrentamiento entre ambas formaciones sociales, con unos resultados muy diferentes en unas regiones de Europa y otras. En Castilla, como en muchos otros lugares y a pesar del auge del capitalismo mercantil, la base de la organización social seguirá siendo la diferencia, no la igualdad. Una diferencia basada en el privilegio.

      Respecto al sistema señorial, es preciso hacer una distinción geográfica previa en relación con el estatuto de los municipios, antes de hablar de las diferencias sociales y estamentales dentro de ellos12. Su adscripción a la categoría de señorío o realengo podía condicionar de forma decisiva su desarrollo en todos los terrenos. Los habitantes de pueblos o ciudades de realengo eran directamente vasallos del rey, mientras que los de señorío contaban con una instancia de poder intermedia. La Rioja en el siglo XVI es una región con una fuerte presencia del régimen señorial, que engloba la mayoría del territorio, de los núcleos de población y de los habitantes. La nobleza titulada es la propietaria de la mayor parte del señorío. Por orden de importancia, destacan las casas de los Condes de Aguilar (en los Cameros), los Duques de Nájera y los Duques de Frías (Condes de Haro), ocupando, junto con algunos otros nobles titulados, la mayor y mejor parte del territorio de señorío, desde fechas no muy remotas, en casi todos los casos desde el siglo XIV. Junto a ellos, ocupando un territorio mucho menor, existen también señoríos eclesiásticos y concejiles. Los primeros son casi todos de origen altomedieval, se centran en las posesiones de algunos conventos rurales como San Millán o Cañas, y para esta época han perdido buena parte de su importancia económica y política. En cuanto a las relaciones de dependencia que se dan entre determinadas aldeas y villas sometidas a la jurisdicción de otros concejos de mayor importancia, serán origen de numerosos conflictos. Cuando las necesidades fiscales de la Corona se disparen sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI uno de los recursos empleados por Felipe II será la venta de oficios, mercedes y jurisdicciones. Muchos lugares aprovecharán esta oportunidad para buscar la exención de su jurisdicción, huyendo de la tutela, a menudo abusiva, de los Ayuntamientos de los que dependen. Así sucede, por ejemplo, con Alberite y Villamediana respecto a Logroño, o con Hornos, Sotés y Daroca con respecto a Navarrete. Por su parte, algunos de los grandes señores ampliarán sus prerrogativas y su poder mediante la compra de jurisdicciones, impuestos o cargos municipales, aunque esta tendencia se manifiesta de manera más clara en la siguiente centuria.

      Rodeados de señoríos y acosados a menudo por sus representantes en multitud de pleitos sobre límites, pastos, riegos, etc., quedan los territorios de realengo. A pesar de ocupar un menor porcentaje en extensión y población, representan la mayoría de las localidades más claramente urbanas (cuatro de las seis ciudades de la región: Logroño, Calahorra, Alfaro y Santo Domingo), así como las más dinámicas desde el punto de vista social y económico. Dependiendo directamente del Rey, no sufrían tantas injerencias externas en la política interior, salvo las de los propios agentes reales, con los que habitualmente resultaba más sencillo llegar a connivencias más o menos tácitas. Tampoco padecía las exacciones derivadas de las rentas señoriales, las rentas reales enajenadas por la corona o del establecimiento de determinados monopolios como hornos o molinos. De todas formas hay que decir que la mayoría de los derechos eran de carácter jurisdiccional, y que apenas tenía importancia el señorío territorial, es decir, aquel en el que la propiedad eminente13 de buena parte de la tierra correspondía al señor. De hecho, los ingresos de este tipo percibidos en La Rioja por la alta nobleza eran minúsculos en comparación con los otros. Aun así, el efecto distorsionador de la intervención directa en la política municipal era considerable y está en el origen de la decadencia durante los siglos posteriores de centros comerciales o vinateros como Nájera o Navarrete.

      Dentro de cada municipio, tanto de señorío como de realengo, la sociedad dista mucho de ser igualitaria, aunque presenta un cierto margen de movilidad social. La base mayoritaria, de menor poder político y riqueza económica está formada por jornaleros, pequeños campesinos y artesanos con una condición social muy heterogénea. La mayoría de ellos viven en constante peligro de, ante una crisis, pasar a formar parte del numeroso grupo que la documentación de la época califica como pobres de solemnidad y que vive de la caridad privada y eclesiástica. A pesar de ello, constituyen el soporte de todo el sistema, como mano de obra y como pecheros, es decir, contribuyentes. En origen, hasta finales de la Alta Edad Media, el gobierno de los municipios se basaba en el concejo abierto, esto es, la reunión de todos los vecinos (varones, por supuesto), a campaña tañida, para tratar de todo tipo de cuestiones, desde las ordenanzas municipales, hasta la aprobación de concordias con localidades vecinas.

      A lo largo de los siglos XIV y XV, en la medida en que se fortalecía la Corona, se fueron imponiendo los ayuntamientos cerrados, es decir, con un gobierno corporativo compuesto por un número limitado de personas, donde la posibilidad de intervención de la mayoría de los vecinos se reducía a casi nada. De esta forma, el grupo dirigente era más reducido, más poderoso frente al común de los habitantes, pero también más fácil de controlar para los delegados del rey. Este proceso afectó en primer lugar y de forma más acentuada a las ciudades castellanas más importantes y, progresivamente, se fue extendiendo a otras de menor entidad. La incidencia del proceso dependía también de la correlación de fuerzas en cada pueblo. Así, por ejemplo, en Calahorra o Alfaro se celebran algunos concejos abiertos incluso en pleno siglo XVII, cuando son muy raros en poblaciones de su tamaño14. Pero para esta época la institución medieval casi ha desaparecido salvo en aldeas de muy pequeño tamaño.

      En la cúspide se pueden identificar básicamente tres grupos, que aún no monopolizan el poder en los distintos Ayuntamientos, por lo que no constituyen propiamente una oligarquía plenamente asentada. Por un lado, están los hidalgos, definidos por su carácter noble y, por tanto, privilegiado, y por una forma de vida rentista, basada fundamentalmente en la posesión de bienes inmuebles. A pesar del arquetipo que aparece en el "Lazarillo de Tormes", se incluyen aquí en este grupo únicamente aquellos miembros de la nobleza que estaban en disposición de hacer valer sus privilegios. Si alguien era elegido para algún cargo municipal por el estado de labradores una sola vez y no tenía bastante dinero y poder para afrontar un pleito de hidalguía, perdía la condición de hidalgo. En segundo lugar se puede identificar un sector de campesinos ricos con grandes propiedades, con intereses bastante similares a los del grupo anterior, pero que carecen de privilegios estamentales. Por último, hay un importante sector de mercaderes de cierta importancia, cuyas actividades y modo de vida se han esbozado antes. Además de estas formas de integración horizontal, la estructura social se hace aún más compleja, debido a la existencia de redes clientelares y lazos de parentesco que establecen formas de integración vertical, con fuertes vínculos personales que atraviesan las diferencias de fortuna y estamentales15.

      El caso más conocido y mejor estudiado dentro de La Rioja, de la evolución social y política de estos segmentos de la población, es el de Logroño16, pero pueden encontrarse procesos muy similares, que se desarrollan en fechas muy próximas y con resultados parecidos en casi todos los núcleos urbanos de cierta importancia. La situación inicial más frecuente es la de un cierto equilibrio entre las distintas élites. Tanto los hidalgos como los campesinos ricos se caracterizan, prácticamente en su totalidad, por un poder político y económico de nivel intermedio, no existiendo apenas fortunas o títulos tan importantes como para desquilibrar la balanza a su favor de forma incuestionable. Por su parte, los mercaderes, aun no siendo comparables a otros colegas mucho más ricos y poderosos en centros castellanos de mayor importancia, alcanzan en muchos casos fortunas considerables. Este equilibrio de fuerzas dará lugar a una mayor permeabilidad social, pero también a un aumento de las tensiones y los conflictos. El control del poder político en los municipios, habida cuenta del uso que puede hacerse de él, con unas atribuciones muy amplias en la regulación de la vida social, económica y política, para potenciar los propios intereses y perjudicar el de los rivales, se constituye en un objetivo vital para todos los actores sociales. La lucha por el poder, materializada en el intento de controlar las formas de acceso (elección, sorteo, reserva de puestos por estamentos, privatización de los cargos municipales o perpetuaciones de los regimientos, etc.), da lugar a conflictos que la mayoría de las veces se solventan de forma no violenta (pleitos17, manipulación de elecciones y documentación y presiones políticas de todo tipo), pero que en algunas ocasiones pueden llegar a la algarada y a la amenaza física, sobre todo cuando alguno de los grupos se apoya en los sectores populares de la población.

      El desenlace definitivo de los enfrentamientos se produce ya en pleno siglo XVII, por lo que rebasa los límites cronológicos de este trabajo. Mencionaré únicamente que la mayor parte de los autores hablan en ese periodo de oligarquización, e incluso de refeudalización, debido a un reforzamiento de la estructura estamental y a la casi eliminación de la permeabilidad social. En la mayoría de los municipios los mercaderes, en la medida en que sigan siéndolo, quedarán completamente marginados del Ayuntamiento hasta el consumo* definitivo. Lo que sí se manifiesta de forma clara en el siglo XVI, son fenómenos de asimilación producidos por los avatares de las luchas políticas. En relación con este tema, se plantea la cuestión extremadamente polémica de la "traición de la burguesía". Con esta expresión se alude, entre otras cosas, precísamente a esos casos de asimilación. No hay espacio aquí para abordar ni siquiera superficialmente un aspecto tan complejo y controvertido, pero resulta inevitable al menos mencionarlo. Sea como fuere, lo cierto es que una parte de los mercaderes acaba emparentando con la hidalguía y, por tanto, ennobleciéndose, incluso a pesar del origen judeoconverso que se atribuye, con razón o sin ella, como estrategia de desacreditación, a algunos de ellos (algunas de las capillas laterales de La Redonda pretenden lavar este pecado original), y adoptando el modo de vida con mayor prestigio social que es el del rentismo, la propiedad de tierras y el desprecio por cualquier trabajo manual o mercantil.

      Queda por tratar el papel jugado por el estamento eclesiástico. Ya se ha mencionado que para esta época, su presencia como detentador de señoríos es de escasa consideración en La Rioja. En cuanto a su imbricación en las sociedades locales, es extremadamente variada, en correspondencia con la heterogeneidad de quienes forman la institución. Las diferencias de todo tipo entre el Obispo, como máxima autoridad de la región, y los párrocos de pequeñas aldeas, con unas condiciones de vida a veces realmente miserables, son tan amplias como las de la sociedad que dirigen espiritualmente. Por otro lado, la carrera eclesiástica era una salida socorrida para segundones de familias más o menos poderosas, integrándose perfectamente dentro de las estrategias familiares para mantener o mejorar el estatus social. Por tanto, no resulta fácil identificar un funcionamiento corporativo de grupo como en otros segmentos de población más homogéneos18. Sin embargo, es innegable que la importancia económica de la Iglesia como institución es enorme.

      En primer lugar contaba con el Diezmo, en teoría la décima parte de toda la producción agropecuaria de los fieles de cada parroquia. A pesar del desvío de parte del mismo hacia las arcas reales a través de exacciones como las Tercias Reales o el Subsidio, constituían una fuente de ingresos muy considerable. Poseía también enormes propiedades de fincas tanto rústicas como urbanas, que proporcionaban unas rentas muy substanciosas y que no podían ser enajenadas bajo ningún concepto. Otra actividad que reportaba cuantiosos beneficios era la inversión en censos (equivalente a las actuales hipotecas), tanto perpetuos como al quitar o redimibles. Por último, estaban las propiedades cedidas para dotar capellanías con el fin de asegurarse perpetuamente misas y sufragios. Todo ello hacía que el poder económico de la Iglesia fuese enorme y que, en ocasiones, se plantearan conflictos de diversa índole con las autoridades seglares. Pero en la medida en que los cargos más altos de las jerarquías eclesiásticas estaban ocupados por miembros de los grupos dominantes locales, no solía constituir una fuerza totalmente autónoma.

      Si al hablar de la economía hemos visto cómo se pueden diferenciar dos fases muy marcadas, de desarrollo y crisis, también en lo social se puede observar un viaje de ida y vuelta. Durante la mayor parte del siglo puede contemplarse una sociedad muy dinámica y con un grado de permeabilidad considerable, en la que destacan algunos casos espectaculares de encumbramiento de algunos individuos que, partiendo de una condición humilde llegan a adquirir un volumen de negocios considerable, e incluso a emparentar con la baja nobleza, accediendo sus descendientes a formar parte de la oligarquía. La resaca de este movimiento, que se manifiesta de forma mucho más clara en el siglo XVII, pero que apunta ya a finales del XVI, lleva a una esclerotización social y a un cerramiento de los diferentes estratos. Para terminar este apartado, es importante subrayar que el éxito de algunos individuos, en la medida en que renuncian a los medios que han empleado para ascender en la escala social (el enriquecimiento a través del comercio), contribuyen a reforzar el sistema social tradicional en lugar de erosionarlo.

LA POLÍTICA: LA PRESENCIA DEL ESTADO ABSOLUTO EN LA REGIÓN.

      Los cambios económicos y sociales que se decantan en este momento tienen como un telón de fondo que los condiciona y sobre el que actúan, el proceso de formación del Estado Moderno. Es este un fenómeno que también afecta a toda Europa y que se origina durante la Baja Edad Media, pero que se resuelve de forma muy distinta según las zonas y que se vive de forma especialmente intensa en Castilla, como potencia hegemónica en ese momento (como sucederá con Francia en la siguiente centuria con el Rey Sol). Lo característico de las monarquías feudales es un poder limitado por los señores y, a medida que cobren importancia, por las ciudades; un aparato burocrático y unos mecanismos de control ejecutivo muy limitados, dirigidos desde cortes itinerantes; un ejército irregular y dependiente de la jerarquía nobiliaria para su funcionamiento; y una hacienda muy escasa en la que se confunden el Tesoro Real, patrimonio personal del Rey, y unos recursos fiscales cuya condición de públicos es aún muy confusa. Tras más de medio siglo de guerras civiles, en medio de una profunda postración del poder y el prestigio de la corona, con los Reyes Católicos se llega al final de la crisis, de la que la institución sale reforzada frente a la nobleza, las Cortes, las ciudades y la Iglesia, y con unas rentas fabulosas gracias a los tesoros que empiezan a llegar de América. Los reinados de Carlos I y Felipe II representan la consolidación de estas tendencias, en el proceso de formación de la monarquía absoluta. Una consolidación que se produce a través de dos vías: la oficial basada en el aparato jurídico e institucional; y otra vía informal, que usa como cadena de mando el sistema clientelar, sobre todo a partir del siglo XVII.

      El primer acto en este drama se desarrolla en torno a la Guerra de las Comunidades en Castilla. Tras la muerte de Fernando en 1516, su nieto, el joven Carlos, que apenas cuenta con dieciocho años y que no habla castellano, desembarca en Cantabria en 1518 con una cohorte de asesores borgoñones y flamencos, con la intención de cumplir los ritos de coronación lo más rapidamente posible y sacar todo el dinero disponible para viajar a Alemania y sobornar a los electores que deben elegir al nuevo emperador. En 1519, en la mayoría de las principales ciudades castellanas, se produce un movimiento de protesta que acaba formando un ejército de milicias ciudadanas, enfrentándose con las armas al ejército real y siendo derrotado en abril de 1521 en Villalar. Las interpretaciones sobre estos acontecimientos son muy variadas y polémicas, pero existe una coincidencia en reconocer su importancia crucial para el desarrollo histórico posterior. La composición de las fuerzas que se oponen a la política europea del nuevo rey es bastante heterogénea y no resulta fácil atribuirles una dirección política clara, por cuanto se superponen en los desordenes distintos tipos de conflictos. En ocasiones, enfrentamientos anteriores soterrados afloran y el partido que toma un grupo puede depender de cual sea el que adopte su antagonista. A grandes rasgos, la mayor parte de la alta nobleza toma partido por la Corona, mientras que los sectores más dinámicos del mundo urbano, en torno a una incipiente burguesía industrial en el interior, defienden a las Comunidades. Este es el motivo de que algunos autores como Maravall19, hablen de una primera revolución en la Europa Moderna. Sea como fuere, lo cierto es que el movimiento fue aplastado y que las Cortes terminaron de convertirse en un órgano dócil a la monarquía, que reforzó su poder de forma considerable.

      En La Rioja, se dieron posturas diversas. Casi todo el valle del Najerilla (Nájera, Haro, Huércanos, Hormilla...) aprovechó el movimiento comunero para enfrentarse con sus señores. Por su parte Logroño, mantuvo una posición indecisa, sin llegar a participar en ninguno de los bandos hasta el último momento. A ello contribuyó la postura ambigua de Burgos, cuyos intereses mercantiles, diferentes de los de los productores de lana del interior, produjo un distanciamiento respecto a la Junta y, finalmente, su defección del bando comunero. En estas circunstancias, intentado aprovechar la debilidad transitoria del rey, es cuando se produce la invasión francesa de Francisco I, máximo rival de la corona española en la lucha por la hegemonía europea. En mayo de 1521, un ejército dirigido por Andrés de Foix cruza la frontera con Navarra. Este reino ha sido anexionado a la corona de Castilla apenas nueve años antes (1512), y depende de guarniciones castellanas para su defensa. Pero buena parte de esas tropas, al mando del Duque de Nájera, han sido utilizadas por éste para acudir a sus posesiones riojanas y sofocar la revuelta de sus vasallos. De manera que las tropas francesas apenas encuentran resistencia hasta llegar a Logroño. Aquí no esperan encontrar tampoco una defensa enconada, confiados en el desarrollo favorable de la guerra comunera. Pero el mes anterior se ha producido la derrota en Villalar. Así que el municipio, reforzado por las tropas castellanas que se han retirado de Navarra y se han acantonado justo al pasar la frontera, y con el ejército Real en camino engrosado por los soldados del Duque de Nájera, se ve precisado a demostrar su fidelidad a la Corona. El ejército francés, que no estaba preparado para afrontar esta resistencia, se retira tras un corto asedio el 11 de junio de 1521, día de San Bernabé. Una muestra más de adhesión al bando realista será el apresamiento en Villamediana del Obispo Acuña poco antes del sitio.

      Durante mucho tiempo la hazaña del municipio logroñés, mucho más importante como demostración de lealtad que como epopeya militar, será ensalzada hasta convertirse casi en un mito y explotada para resistirse a las presiones cada vez mayores de la Hacienda Real y para conseguir y mantener fueros y exenciones. Cuando un siglo más tarde Albia de Castro recoge estos hechos, la narración asume todos los tópicos en boga sobre glorias militares. Pero, en definitiva, las consecuencias de la derrota comunera serán similares a las del conjunto de Castilla: un claro reforzamiento del poder real frente a la autonomía municipal, y un asentamiento, aunque no tan marcado y con más altibajos, del poder señorial.

      La erosión de las cotas de autonomía con las que aún contaban los municipios de realengo al comenzar el siglo XVI se reflejan de manera palpable en la implantación de determinadas instituciones y en el funcionamiento de otras creadas en periodos anteriores. La más emblemática en este sentido es la del Corregidor. El origen de este delegado local del rey se remonta en Castilla al siglo XIV, en el contexto de las medidas dictadas por Alfonso XI para controlar las ciudades. Sus funciones eran complejas y se desarrollaban en consonancia con la ausencia de distinción entre tareas judiciales, administrativas y ejecutivas propia de esta época. Una de ellas era la de juzgar en primera instancia determinados delitos, para lo cual solía delegar en un alcalde mayor experto en leyes. De todas formas, en muchos casos las sentencias se regían más por criterios políticos que legales, sobre todo cuanto más alto era el organismo en cuestión en el organigrama del reino. Otra de sus atribuciones, de carácter fundamental en cuanto al sometimiento del poder local al gobierno cental, era la supervisión de las ordenanzas municipales, para asegurarse de que no contravenían ninguna ley de rango superior y se ajustaban a los intereses políticos de la Corona. Por último, presidía los ayuntamientos, con voz pero sin voto, salvo en caso de empate, mediando en los conflictos que pudieran surgir en las deliberaciones de los regidores. Este cargo no formó parte nunca de las ventas de oficios que se generalizan a partir del reinado de Felipe II, manteniéndose siempre como de libre elección y sometido a un estrecho control. La designación se hacía por tres años sin posibilidad de prórroga, al final de los cuales el delegado real, sometido a la jurisdicción del Consejo de Castilla, el máximo órgano judicial y de gobierno, debía pasar un severo exámen de su mandato. La extensión del sistema de corregidores en La Rioja, como en el resto de Castilla, suponía un mecanismo de control de la política local muy poderoso.

      El Corregidor de Logroño, Calahorra, Alfaro y Laguardia sumaba además el cargo de Capitán General de la Frontera con Navarra. Hasta principios del siglo XVI el reclutamiento se basaba en el sistema de milicias ciudadanas, que eran comandadas por el procurador mayor, un cargo electivo. Tras la revolución comunera serán suprimidas y sustituidas por el sistema de levas forzosas. La reinstauración durante el reinado de Felipe II no supone una vuelta al sistema anterior, ya que el municipio se limitaba a reclutar los soldados que pasaban a las órdenes del Virrey de Navarra, en la fortaleza de Pamplona a donde se les destinaba.

      El aumento de la presión fiscal, que ya se ha mencionado unas cuantas veces, significó, además de uno de los objetivos prioritarios de la monarquía a medida que los gastos de la política exterior se disparaban, uno de los mecanismos de intervención en las economías locales. La influencia de este aspecto sobre los municipios se plasmó de forma directa, mediante la detracción de recursos económicos, y de forma indirecta. En efecto, los agobios de las finanzas reales llevaron a iniciar una venalidad desenfrenda. Aunque los efectos serán aún más perniciosos en el siglo XVII, ya se manifiestan de forma clara en la segunda mitad del anterior. Se venden todo tipo de cargos, mercedes, títulos honoríficos, rentas... Ya se ha tratado antes de las luchas por el poder municipal entre diversos grupos. La posibilidad de comprar las regidurías significaba que los cargos de máxima autoridad en cada municipio pasaban de ser electivos o por sorteo, a ser disfrutados como prebenda a perpetuidad. Con ello no se hacía sino exacerbar los conflictos. El grupo que quedaba excluido no cejaba hasta conseguir el consumo de los regiminientos, es decir, que volvieran al sistema tradicional. Cada una de estas sucesivas perpetuaciones y consumos significaban un gasto enorme en pleitos, indemnizaciones para los propietarios y donativos a Su Graciosa Majestad por la merced recibida. El dinero salía por supuesto de las arcas municipales y de censos (préstamos), que luego debían ser redimidos con arbitrios (impuestos especiales que gravaban, generalmente, artículos de primera necesidad). En Logroño, por ejemplo, hubo cuatro perpetuaciones, en 1541, 1584, 1629 y 1659, con los consumos consiguientes de 1561, 1596 y 165120. Por poner otro ejemplo, aunque se salga de los límites cronológicos de este trabajo, en Cenicero21, aldea dependiente de Nájera, dentro del ducado de este nombre, cambió de forma de gobierno en cuatro ocasiones entre su reconocimiento como villa en 1636 y 1800. Como consecuencia de todo ello, se produce la ruina de casi todas las haciendas municipales castellanas y, entre ellas las de muchas localidades riojanas, que serán sometidas a concurso de acreedores, es decir, a adiministración judicial. Por otro lado, y no menos importante, dependiendo de las distintas correlaciones de fuerzas, en la mayoría de los ayuntamientos, la venalidad contribuirá a reforzar la oligarquización. En las zonas de señorío, por su parte, la compra de oficios y rentas contribuyó a aumentar el poder de los señores.

      Junto a esta incidencia indirecta de la Hacienda Real, las propias contribuciones ordinarias y extraordinarias suponían una carga que se disparó, precisamente, cuando la economía comenzaba a mostrar los primeros síntomas de decadencia. El gravámen regular más importante y antiguo, las alcabalas, un impuesto indirecto que gravaba cualquier tipo de transacción, tenía un rendimiento escaso. En muchas poblaciones estaba encabezado, es decir, se había reducido a una cantidad fija que, o bien se revisaba en plazos de varios años, o bien se ceñía a un encabezamiento perpetuo como en el caso de Logroño, que pagaba 800.000 maravedís desde principios de siglo. En una época de inflación galopante, esto suponía una mengua considerable. Tras las sucesivas bancarrotas que decreta Felipe II, las sumisas Cortes votaron una serie de ingresos extraordinarios, que pronto se convertirían en regulares mediante sucesivas prórrogas: el servicio de millones. En muchas localidades estas nuevas cargas fueron recaudadas mediante impuestos indirectos normalmente sobre artículos de consumo de primera necesidad. Como consecuencia de ello, el aumento de la presión fiscal afectó más a los menos pudientes, que gastaban una parte considerable de sus ingresos en ese tipo de productos, con lo que empeoró la situación de la mayoría de los vecinos.

      Entre las instituciones reales que se asientan en La Rioja y que representan una mayor presencia de la Corona y un recorte de la autonomía municipal, está el Tribunal de la Inquisición de Navarra. El Santo Oficio de la Inquisición creado en la Edad Media para la persecución de la herejía, había sido transformado por los Reyes Católicos en un eficaz mecanismo de control político, puesto directamente bajo la tutela de la Corona. El siglo XVI constituye una época de efervescencia religiosa extraordinaria en la que se desarrollan numerosas corrientes reformistas con unas implicaciones políticas profundas y, a menudo, subversivas. En las tres primeras décadas se desarrollan desde el erasmismo, que en su vertiente de crítica de los aspectos más formales y ritualistas del cristianismo está presente en la política de reforma auspiciada por el Cardenal Cisneros, hasta la ruptura completa con Roma de las distintas sectas protestantes, pasando por fenómenos como la creación de la Compañía de Jesús por parte de Ignacio de Loyola22. También relacionado en general con el erasmismo, se da un movimiento popular de religiosidad más o menos confuso que exalta la interiorización y el sentimiento: el de los iluminados o alumbrados. Un ejemplo curioso en relación con este movimiento es el del bachiller riojano Antonio de Medrano23. De padre judeoconverso y madre hidalga, estudia cánones en Salamanca y se ve implicado en varios procesos inquisitoriales por proposiciones heréticas y comportamiento licencioso. En el llamado proceso de Navarrete, celebrado en Calahorra a mediados de la década de 1520, se le acusaba de haber predicado el amor de Dios con tintes demasiado carnales a dos hermanas. Es difícil saber si se trata de un charlatán aprovechado o de un auténtico hereje lo cual le permitió no sufrir castigos demasiado duros. Pero su ejemplo muestra el alcance geográfico y social de la difusión de ciertas ideas.

      En principio se instala el Tribunal en Tudela, en 1513. Con la invasión francesa, los inquisidores huyen a Calahorra, donde residen desde 1521 hasta que, en 1570 se trasladan a Logroño. Tras la anexión de Navarra y puesto que en principio el territorio recién incorporado no era seguro, se optó por localizar el nuevo tribunal justo en la frontera de Castilla. Su jurisdicción cubría un territorio extremadamente heterogéneo: el Señorío de Vizcaya, Provincia de Álava y Guipuzcoa, el reino de Navarra y el territorio actual de La Rioja. Al igual que en el reino de la Corona de Aragón o en Sicilia, la implantación de estos tribunales sirvió para compensar en parte el carácter pactista y el menor poder de la monarquía en esos reinos. Los casos más sonados durante el siglo XVI, aparte del ya comentado de Medrano, afectan menos a La Rioja que al resto de la jurisdicción24. El intenso comercio con el norte de los puertos de Bilbao y San Sebastián, junto con la presencia constante de mercaderes y factores extranjeros, hacía temer a los inquisidores el contagio del protestantismo. De todas formas, la necesidad de mantener el comercio hizo que fueran muy pocos los extranjeros molestados por esta razón, aunque estuvieran siempre bajo sospecha y vigilancia. En Navarra el peligro mayor venía de los contactos con hugonotes franceses. Fueron ejecutados por este motivo cuatro personas en 1565 y otras ocho en 1592. Hubo también un caso, más bien excepcional, de una represión por judaísmo en el pueblo de Genevilla. Dentro del actual territorio de La Rioja, el tribunal se cebó con la importante comunidad morisca de Aguilar del Río Alhama durante la década de 1580. Pero el caso más conocido popularmente es el de las brujas de Zurarramurdi, que fueron ejecutadas en Logroño en 1610. En cualquier caso, la incidencia más acusada derivada de la presencia del Tribunal del Santo Oficio en La Rioja no es la persecución directa de determinados sectores. Durante el último cuarto del siglo XVI, la integración de una nueva élite en Logroño, con todos los conflictos de preeminencias, reparto de poder, etc. supuso complicar aún más el panorama de la política local25.

      Comparando la situación que puede observarse en La Rioja en la época del auto de fe de 1610 con la de cien años antes, el contraste es ciertamente notable. A principios del siglo XVI, se percibe un gran dinamismo sobre todo económico y social, pero también artístico y cultural. Castilla está aún abierta a las influencias europeas, incluso al erasmismo. En Logroño tiene funcionando su imprenta Guillén de Brocar, colaborador de Antonio de Nebrija en la edición de la Biblia Políglota. El Obispo de la diócesis trae de su estancia en Roma numerosos objetos de arte entre los que se cuenta un cuadro atribuido a la escuela de Miguel Angel. Trabajan en la región artistas como Daniel Forment, que, a su vez, ha disfrutado de un periodo de formación en Italia. Después, el panorama del resto de la centuria, en una coyuntura económica expansiva en la que puede deslumbrar el brillo del oro y la plata americanos, está jalonado por guerras, enfrentamientos religiosos, el desarrollo de la Reforma y de la Contrarreforma a partir del Concilio de Trento, una política exterior imperialista y desmesurada que acabará arruinando las arcas reales y, por ende, la economía castellana, el ascenso de la intolerancia y el cierre a las influencias exteriores que resume Sancho Panza en la expresión "San Diego y cierra España". Desde finales del reinado de Felipe II, a pesar de las evidencias, a pesar de Lepanto y otras glorias militares, el poder español ha entrado ya en su ocaso y se dirige hacia una larga noche. Una noche en la que brillarán estrellas como Cervantes, Lope, Góngora, Quevedo, Velázquez o Murillo, o riojanos de nacimiento como Navarrete el Mudo, López de Zárate o Albia de Castro. Pero la profunda crisis y el fracaso de la economía y la política españolas harán que el centro de gravedad europeo y muy pronto mundial se desplace hacia el norte, primero a Francia y luego a Inglaterra. En La Rioja, los niveles de población y económicos que se habían alcanzado en el siglo XVI no volverán a recuperarse hasta principios del XIX.

 


 

NOTAS

1. Militar e importante tratadista de temas militares el primero, tiene a su cargo el tercio de infantería de Lombardía en 1567: el segundo participa en la guerra de las Alpujarras, en la campaña de Fernández de Córdoba en Nápoles en 1501, en Rávena en 1512 y en Pavía en 1520. El futuro Carlos V llegó a intentar alistarse en su tropa con el nombre de Carlos de Gante.

2. Vid. cuadro en BURGOS ESTEBAN, F.M.: "Mercaderes e hidalgos. El poder en Logroño en el tiempo de los Felipes", en ENCISO RECIO, L.M. (coor.): La Burguesía española en la Edad Moderna, Valladolid, 1996, Tomo I, pp. 403-404.

3. Tampoco la importancia se debe a la calidad. El vino blanco (probablemente clarete) que se producía en La Rioja era apreciado en el País Vasco. En cambio en muchos centros productores se importaba tinto de Castilla, mucho más fuerte y apreciado en la zona. Vid BRUMONT, F.: "La Rioja en el siglo XVI", en II Coloquio de Historia de La Rioja, Logroño, 1985.

4. HUETZ DE LEMPS, A.: Vignobles et vins du nordouest de l'Espagne, Burdeos, 1967.

5. Hay una producción importante de velas y cuerdas para los barcos en la época de la Armada Invencible.

6. Este crecimiento sería más acentuado en las zonas con menor densidad inicial (Rioja Alta y Baja), que en las más pobladas (Cameros y Rioja Media), y mayor en lo núcleos urbanos o semirubanos que en el ámbito rural. LAZARO RUIZ, M., GURRIA GARCIA, P.A. y BRUMONT, F.: "La population de La Rioja au XVIe siècle", en Annales de Dèmographie Historique, 1988, pp. 221-241.7. BRUMONT, F.: Op. cit.

7. BRUMONT, F.: Op. cit.

8. OCHAGAVIA FERNANDEZ, D.: "Notas para la historia textil riojana", en Berceo, Nº 3 (1947), p. 251. BRUMONT, F.: "La Rioja en el siglo XVI", en II Coloquio de Historia de la Rioja, Logroño, 1985.

9. BRUMONT, F. y IBAÑEZ, S.: "Una economía diversificada y en expansión", en Historia de la Ciudad de Logroño, tomo III, pag. 142.

10. En esta época el mantenimiento de los caminos era competencia de los municipios dentro de su jurisdicción. Sólo el paso ocasional de una comitiva real hacía que se procediera a un acondicionamiento de una ruta completa. Vid MADRAZO, Santos: El sistema de transportes en España. (1750-1850) Madrid, 1984.

11. SIMON DIAZ, J.: "Otro romance sobre desgracias logroñesas", en Berceo, nº 23, (1952), pp. 243-252.

12. MORENO RAMIREZ DE ARELLANO, M.A.: Señorío de Cameros y Condado de Aguilar: Cuatro siglos de régimen señorial en La Rioja (1366-1733), Logroño 1992 y ARMAS LERENA, N., IBAÑEZ, S. y GOMEZ URZAÑEZ, J.L.: Los señoríos en La Rioja en el siglo XVIII, Logroño, 1996.

13. Se opone este concepto al de propiedad en usufructo, es decir, la "posesio" latina. La propiedad eminente o propietas está más próxima a la idea actual de propiedad.

14. THOMPSON, I.A.A.: "El Condejo Abierto de Alfaro en 1602: La lucha por la democracia municipal en la Castilla seiscentista", en Berceo, números 100-101 (1982), Logroño, pp. 307-331..

15. BURGOS ESTEBAN, F.M: Los lazos del poder. Obligaciones y parentesco en una elite local castellana en los siglos XVI y XVII, Valladolid, 1994.

16. LORENZO CADARSO, P.L.: "Luchas políticas y refeudalización en Logroño en los siglos XVI y XVII", en Historia Social, 5 (otoño 1989), pp. 3-23, y BURGOS ESTEBAN, F.M: "Mercaderes e hidalgos. El poder en Logroño en el tiempo de los Felipes", en ENCISO RECIO, L.M.(Coor.), La burguesía española en la Edad Moderna, pp.401-422.

17. Es frecuente el uso de los expedientes de nobleza y de limpieza de sangre como armas de lucha política. Vid. BURGOS ESTEBAN, F.: "Mercaderes e hidalgos...", en Op. cit., pág. 401-422.

* El consumo es el proceso inverso a la perpetuación o privatización de los cargos municipales, es decir, la vuelta a los sistemas tradicionales de elección.

18. En Logroño, por ejemplo, la organización parroquial tuvo, durante buena parte del siglo XVI, unas cotas de participación de los fieles que resultan casi increíbles. Vid. IBANEZ, S.: "Fundamentos de la vida parroquial logroñesa", en GOMEZ URDAÑEZ, J.L. (coor.): Historia de la ciudad de Logroño, Logroño, 1995, tomo III, pp.61-70.

19. MARAVALL, J.A.: Las Comunidades de Castilla, Madrid, 1984.

20. LORENZO CADARSO, P.L.: "El Ayuntamiento de Logroño durante el Antiguo Régimen: funcionamiento político y papel socio-económico", en GOMEZ URDAÑEZ, J.L. (coor.): Historia de la ciudad de Logroño, Logroño, 1995, tomo III, pp.245-260.

21. GOMEZ URDAÑEZ, J.L. (dir.): Cenicero histórico, Cenicero, 1987.

22. El fundador de la Compañía que, por cierto, forma parte de las tropas del Duque de Nájera que abandonan Navarra para aplastar el movimiento comunero en el valle del Najerilla, publica su Libro de los ejercicios espirituales en 1522-23.

23. PEREZ ESCOHOTADO, J. (ed.): Proceso inquisitorial contra el bachiller Antonio de Medrano, Logroño, 1988.

24. MONTER, W.: La otra Inquisición, Barcelona, 1992, pp. 174-198.

25. BURGOS ESTEBAN, F.: Los lazos del poder, op. cit., pp. 39-47. 

 

 

Jesús Gregorio Torrealba Domínguez 
Doctor en Historia Moderna

LA RIOJA, TIERRA ABIERTA, 2000

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