El siglo XVI
en La Rioja
RESUMEN:
En estas páginas se pretende dar una panorámica general de
lo que fue el siglo XVI en La Rioja, sintetizando a grandes rasgos
lo que han aportado las numerosas investigaciones de los últimos
años, para dar una imagen global del período renacentista
entendido no sólo en su dimensión artística más conocida, sino
también como encrucijada histórica en todos los terrenos
-económico, social, político y cultural. Por otro lado, se quiere
incidir especialmente en la forma en que los grandes cambios
(descubrimiento de América, mundialización de la economía, ascenso
de la burguesía, construcción del Estado absoluto...) afectaron a
la vida cotidiana de las gentes de esta comarca del Reino de
Castila en el valle medio del Ebro, y cómo fueron percibidos por
ellos. Por último, se señala cómo tales transformaciones se pueden
interpretar en cierta medida, como una promesa incumplida o mejor,
una expectativa frustrada.
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El Renacimiento suele relacionarse sólo con la corriente estética
y de pensamiento que, originada en unas cuantas ciudades del norte de
Italia durante el siglo XV, se expande por el resto de Europa a lo largo
del siglo XVI. Conceptos asociados estrechamente a este momento de la
evolución cultural europea serían, partiendo de la base de la
recuperación del legado clásico greco-latino, humanismo,
antropocentrismo, racionalismo, mecenazgo, etc. Pero el
Renacimiento, como momento histórico, tiene otras dimensiones
fundamentales -económicas, sociales, políticas, religiosas...- que, en
buena medida, condicionan y explican la eclosión artística e intelectual
que se vive —y no sólo en Italia—, a comienzos del siglo XVI. Tales son
los fenómenos que afectan, aunque en distinta medida y con marcadas
peculiaridades, a todo el conjunto de Europa Occidental y a cada una de
sus regiones.
Los efectos de los cambios que se desarrollan o se dencantan en esta
época no se limitan en absoluto a unas pocas élites culturales,
sociales, políticas o económicas. La mayoría de la gente, por supuesto,
veía muy limitada su movilidad, tanto social como geográfica. Pero el
trasiego continuo de noticias e ideas propiciado por contactos de todo
tipo, desde los mercantiles hasta los bélicos, acaban abriendo la visión
de un mundo mucho más amplio de lo que habían soñado los siglos
medievales. Incluso en una comarca fronteriza de Castilla, alejada de
los principales escenarios de batallas y luchas políticas europeos y aún
castellanos como es La Rioja, están presentes las novedades. Hay
riojanos entre los miembros de las primeras expediciones de exploración
a las tierras recién descubiertas allende los mares, como el logroñés
Fernando Navarro, que acompaña a Colón en 1493. Algunos de esos
aventureros vuelven y pueden contar lo que han visto. También hay
militares como Sancho de Londoño o Antonio de Leiva1,
"el héroe de Pavía", que participan en las campañas europeas, desde las
del Gran Capitán en Italia hasta las guerras de religión en Alemania, y
que pueden narrar historias asombrosas a sus convecinos. Algunos
mercaderes asentados en las ciudades riojanas tienen correspondientes no
sólo en los principales centros comerciales castellanos, sino también en
Flandes, Inglaterra o el norte de Francia. Incluso al otro lado del
Atlántico a través de Cádiz. Por las vías más diversas va penetrando una
cierta idea de ecumene, de universo-mundo, que se manifiesta de
forma más o menos colateral o profunda en amplias capas de la sociedad,
incluso aunque el peso de la tradición y el inmovilismo siga siendo
determinante.
Tras estas precisiones sobre las implicaciones del término Renacimiento,
falta caracterizar el ámbito geográfico de este trabajo. Al igual que
durante la Edad Media y durante el resto de la Edad Moderna, en el siglo
XVI el nombre de Rioja carece de contenido político definido. Se puede
hablar, en todo caso, de una comarca natural en la frontera del reino de
Castilla con los de Navarra y Aragón, delimitada por el Sistema Ibérico
y el río Ebro. En realidad, se trata de un territorio muy heterogéneo
tanto desde el punto de vista económico como desde el administrativo. En
cuanto a la economía, fundamentalmente agraria, se pueden señalar, a
grandes rasgos, dos líneas de transición del paisaje: la primera
transcurre de norte a sur, del valle del Ebro a la Sierra, atravesando
tres áreas relativamente bien delimitadas, la de predominio de la
viticultura, una zona intermedia de predominio de los cereales, y una
tercera dedicada a la ganadería merina para producción de lana. La
segunda variación se desarrolla de oeste a este, a medida que el valle
del Ebro se abre hacia Aragón, en transición a lo que hoy llamamos Rioja
Baja, más seca y con un menor grado de especialización en su producción.
El cambio en el paisaje es tan notable que en esta época sólo la Rioja
Media y Alta se incluían propiamente en la denominación de la comarca.
En cuanto a su entidad administrativa, una de las características
fundamentales del Antiguo Régimen es, precisamente, la variedad de
circunscripciones y jurisdicciones, y la ausencia de criterios
homogéneos de organización tal y como se conciben a partir del siglo XIX
hasta la actualidad. Por un lado, el actual territorio regional
correspondía a las provincias de Burgos y Soria, discurriendo la
frontera, aproximadamente, entre los valles del Leza y del Jubera. El
término provincia no tenía en esta época un contenido similar al actual,
y se refería, básicamente, al centro de recepción de impuestos del que
dependía un conjunto de pueblos. Este rasgo es importante puesto que
durante los reinados de Carlos I y, sobre todo, de Felipe II, la presión
fiscal de la Corona sobre los municipios aumenta de manera
extraordinaria, hasta constituir una variable histórica y económica de
primer orden. Desde el punto de vista político y judicial (aspectos
inextricablemente unidos en el sistema tardofeudal), existen dos
corregimientos: el que forman Logroño, Calahorra, Alfaro y Laguardia, y
el de Santo Domingo de la Calzada, al margen de la distinción entre
señorío y realengo, de la que luego se hablará. El corregimiento era el
ámbito de actuación del corregidor, representante del rey en los
municipios bajo su jurisdicción directa, cuyas funciónes se tratarán más
adelante. La condición de frontera castellana, además, implicaba la
localización de una serie de aduanas o puertos secos, de las que
la más importante era la de Logroño, estando supeditadas las demás
(Calahorra, Alcanadre, Ausejo, Alfaro, Cervera, etc.) a la de Agreda.
Habría que sumar, a estas disparidades, las de las circunscripciones
religiosas, que incluso podían saltar por encima de las fronteras entre
reinos, como sucedía, por ejemplo, con el caso de Alfaro, dependiente
del obispado de Tarazona.
LOS HOMBRES Y EL TERRITORIO:
ECONOMÍA Y PAISAJE.
En el terreno económico, el siglo XVI representa una encrucijada
histórica de primera magnitud. La fase expansiva iniciada en el siglo
XI, ha llevado, con el dramático paréntesis de la profunda recesión del
siglo XIV, a un desarrollo enorme de la población y de la producción
agropecuaria y manufacturera. En este sentido, la coyuntura que se
desenvuelve en Castilla hasta 1560-80, prolonga y acentúa la
recuperación iniciada a mediados del siglo anterior. Pero el cambio no
es meramente cuantitativo, no se trata de un crecimiento sólo extensivo.
Se ha iniciado un proceso, que algunos autores llaman mundialización
de la economía, en el cual una cantidad y variedad de artículos cada
vez mayor (entre ellos obras artísticas e ideas) entra en circuitos
comerciales cada vez más amplios, reforzando y beneficiándose al mismo
tiempo del aumento de importancia de las ciudades.
La aparición de un comercio intercontinental en este contexto, tras el
descubrimiento de América, tiene una repercusión enorme, aunque no hay
que olvidar que el interés por encontrar una ruta alternativa hacia
oriente es lo que mueve a Colón y a los portugueses. Sería erróneo, por
tanto, pensar que la época en que se produce el descubrimiento es
casual. Todas estas transformaciones, que implican además, un
basculamiento de las principales rutas comerciales desde el Mediterráneo
hacia el Atlántico, afectarán de forma importante a La Rioja.
A pesar de la heterogeneidad de la que hablaba al caracterizar el marco
geográfico riojano, en el siglo XVI se percibe un proceso de cierta
integración. Durante toda la Baja Edad Media, una de las actividades
económicas más importantes, por no decir la principal, del reino de
Castilla es la exportación hacia el noroeste de Europa de lanas de alta
calidad, buena parte de las cuales se producen en los lavaderos
cameranos. De hecho, unos cuantos de los más importantes exportadores de
lana a través de Burgos son riojanos2. La ruta
principal se dirige a Burgos y de allí a los puertos cantábricos,
especialmente Bilbao. Pero la intensa circulación mercantil incide en el
desarrollo de una importante actividad viticultora en La Rioja Alta en
parte alimentada, en sus fases iniciales, por capitales ganaderos de la
Sierra. La importancia del vino no reside sólo en la cuantía de su
producción3, sino también en el alto grado de
comercialización. No se trata de una producción de autoconsumo, aunque
una parte considerable se bebe en los propios centros productores, sino
orientada a la exportación hacia el resto de La Rioja, sobre todo hacia
la Sierra, y hacia el Señorío de Vizcaya. La dedicación de un porcentaje
muy alto de la tierra disponible para el viñedo, que en Logroño, por
ejemplo, alcanzaba hasta dos tercios del total4,
implicaba una dependencia del exterior para completar el abastecimiento
de otros productos vitales como el trigo o la carne, en un sistema de
producción con fuertes limitaciones de producción y transporte.
Entre la sierra y el valle, en comarcas como la de Santo Domingo, muy
poco aptas para la producción del viñedo, se desarrolló un cierto grado
de comercialización de cereales, tanto de trigo para consumo humano,
como cebada para alimentar a los miles de acémilas que transportaban
vino, lanas, cereales, textiles y otros productos y que apenas disponían
de pastos en el camino. En la Rioja Baja sí era posible una alta
producción vinícola. Pero su localización era muy poco apropiada para
que pudiera competir con los caldos de Haro, Logroño o San Vicente, más
próximos a los mercados de consumo. En el caso de Calahorra, Alfaro o
Arnedo, la producción de vino, que no era desdeñable, se consumía casi
exclusivamente en la propia comarca. Con una economía menos
especializada, exportaba también cantidades variables de cereal, aceite
o ganado caballar. La producción de fibras textiles vegetales en bruto
(lino y cáñamo) o elaboradas5 y una importante
actividad de contrabando completaban su economía.
Como consecuencia de este proceso de especialización complementaria, en
el contexto de una coyuntura extraordinariamente expansiva en toda
Castilla, se produjo un considerable desarrollo económico y comercial.
La población continuó creciendo a un ritmo incluso más fuerte que en la
segunda mitad del siglo XV, sobre todo entre 1550 y
15756. La población global del actual territorio de La
Rioja pudo llegar, en el momento de su máxima expansión, en torno a
1560, a cerca de 150.000 habitantes7. Las densidades
que se desprenden de esta cifra son muy altas en comparación con las que
se pueden encontrar en la mayoría de la Castilla interior.
El desarrollo de la viña suele estar asociado a un alto grado de
monetarización, en la medida en que limita el autoconsumo, y se le
considera un cultivo repoblador por excelencia, debido a la cantidad de
mano de obra que requiere. Por otra parte implica una serie de
actividades de transformación y almacenamiento de carácter
semiindustrial: para su elaboración, conservación y transporte se
necesitan prensas, lagares, cubas, cántaras, odres, etc. lo que arrastra
consigo multitud de actividades artesanales y de construcción, además de
precisar una capitalización inicial enorme (no produce hasta pasados
cinco años). Debido a ello, y a pesar de tratarse de una actividad
agrícola, se puede hablar de un avance del carácter urbano de algunas
localidades y de la población en general. Al vino hay que sumar el
desarrollo de una industria textil artesanal de cierta importancia. Se
producen paños de cierta calidad en los telares de Viguera, Pedroso,
Ezcaray o Torrecilla para un mercado básicamente
regional8.
Todos estos procesos están íntimamente ligados con el desarrollo
mercantil, potenciándose mutuamente. En cuanto al comercio de larga
distancia, aunque La Rioja no forma parte de ninguna de las rutas de
primera magnitud, sí constituye un jalón en circuitos secundarios de
cierta importancia. Algunos mercaderes de Logroño y, sobre todo, de
Nájera y Torrecilla, participan directamente en la exportación de lanas
a través de Bilbao, aunque no tengan la entidad de los del consulado de
Burgos en términos absolutos9. Por otro lado, el
Camino de Santiago ha perdido buena parte de la importancia económica
que tuvo durante la Edad Media. La vía principal de entrada de productos
elaborados norteeuropeos es marítima y desde los puertos cantábricos se
dirige directamente hacia las ferias del norte de Castilla (Tierra de
Campos), Segovia o Madrid, pasando por Burgos o Valladolid. Aun así, a
través de Navarra, llegan todavía una buena cantidad de productos, sobre
todo textiles de centros productores franceses como Cambrai, Bretaña, o
Rouan. Este tráfico tiene en Logroño su puerta de entrada en Castilla,
con etapas de cierta importancia en Nájera y Santo Domingo. Aprovechando
este comercio, se desarrolla una función de creciente importancia de
redistribución comarcal de estos productos. Mientras Logroño abastecía
de este tipo de artículos sobre todo a La Rioja Baja y en parte a La
Rioja Alavesa, Nájera y Santo Domingo atraían a sus ferias a los
habitantes de los valles y la sierra de La Rioja Alta. Por último,
existía un comercio de pescados y de ferreterías vascas (normalmente
ambos productos solían centrar la atención de los mismos mercaderes por
su origen común), que se beneficiaba de los portes de regreso del vino y
la lana exportados hacia el norte, y que tenía un volumen muy
considerable y no menor en importancia.
Partiendo de esta somera caracterización, la imagen de conjunto que
ofrecería La Rioja a un viajero del siglo XVI, sería la de una tierra
bastante poblada, relativamente rica, y con un modesto —si lo comparamos
con el de otros centros castellanos más importantes— pero floreciente
comercio. Se encontraría con unos cuantos núcleos de cierta importancia
y de carácter notoriamente urbano. Siguiendo el Camino de Santiago,
pasaría por Logroño, en donde el desarrollo comercial y vinícola se pone
de manifiesto en las iglesias de Santiago y La Redonda, cuyas obras
estarían muy avanzadas o recién terminadas, así como en el inicio de su
despegue como principal ciudad de la región. Nájera y Santo Domingo
también llamarían la atención por su población, poco menor, y por su
vitalidad económica. Atravesaría en este camino campiñas abarrotadas de
cepas, ocupando normalmente las mejores tierras de regadío, para
encontrarse grandes extensiones de cereal al llegar a la comarca
calceatense. Un cereal que producía bastante riqueza como para contratar
al escultor Froment para el retablo de la catedral, obra que influyó
mucho en las numerosos retablos que se hacen en toda La Rioja en esta
época.
Saliendo desde Logroño por el camino Real de Zaragoza, el paisaje se
presentaría algo menos fértil, pero mucho más variado, alternando
cereal, viñas y olivos con cañamares y linares. De importancia algo
menor, pero también con rasgos urbanos más que rurales, estarían Alfaro,
Arnedo y, sobre todo, Calahorra, residencia casi permanente del Obispo
durante este siglo y sede inicial del tribunal de la Santa Inquisición
para Navarra y el Señorío de Vizcaya.
De camino hacía Soria, podría verse una sierra sorprendentemente poblada
de hombres y más aún de ovejas —aún no devoradoras de los hombres, como
denunciarían los arbitristras del siglo XVII—, especialmente en relación
a la escasa producción de trigo. Unicamente en la parte baja de los
valles, sobre todo del Iregua, se podrían encontrar zonas de huerta (al
igual que en anchos cinturones alrededor de las ciudades mencionadas), y
pequeñas explotaciones marginales en terrenos aterrazados y rodeados de
extensas dehesas y pastizales. Y de forma casi inverosímil, en medio de
montes casi sin bosques y sin cultivos, poblaciones de un tamaño
inesperado como Ortigosa o Torrecilla. Y a lo largo de estos caminos,
numerosos pueblos de tamaño intermedio o pequeño, bastante próximos
entre sí, y multitud de arrieros con acémilas cargadas de trigo, vino,
lana, textiles, cueros o sedas. Eso siempre que las inclemencias del
tiempo no hicieran impracticables los caminos, en general bastante
malos10.
En cuanto al paisaje humano, junto a los mayoritarios campesinos y
pastores, se encontrarían artesanos relacionados con la confección y el
cuero, sobre todo en las localidades importantes de la zona vitivinícola
como Logroño o Nájera (sastres, sombrereros, calceteros, zapateros,
zurradores, odredos, curtidores...); otros dedicados a la elaboración de
fibras textiles, especialmente en los centros textiles de la sierra
(tejedores, tundidores, cardadores) y de La Rioja Baja (sogueros,
alpargateros...); también tendrían importancia los oficios relacionados
con el transporte y la hostelería, como arrieros, carreteros, herreros y
mesoneros. Algunos de estos trabajadores, los menos pudientes,
compaginarían un oficio con el trabajo como jornaleros o en pequeñas
explotaciones agrícolas propias. Junto a ellos habría comerciantes de
todo tipo de productos y volumen de negocios, desde los mercaderes en
grueso o mayoristas, hasta merceros con un pequeño establecimiento.
Y, aparte de los pecheros, es decir, los que no gozaban del
privilegio de exención de impuestos, una pléyade de hidalgos y
eclesiásticos caracterizados fundamentalmente por su forma de vida
rentista y su desprecio por el trabajo manual. Sin embargo, a pesar de
la importancia del señorío en La Rioja, no se hallarían muchos señores
de vasallos residentes en la región.
La marea del crecimiento y el desarrollo económico muestra los primeros
síntomas de reflujo en torno a 1560-80. Un primer toque de atención se
produce en 1564, con la llegada desde Aragón de un brote de peste. A
pesar de ello, la población aún seguiría creciendo durante unos años. En
toda Castilla, y en buena parte de Europa, la mayoría de las variables
económicas ralentizan su evolución ascendente, hasta alcanzar el
estancamiento. Son muchos los factores que influyen en este fenómeno.
Uno de ellos sería el comienzo de la revuelta en Flandes, en 1568, que
afectó muy negativamente y de forma directa al comercio atlántico de
lanas y textiles. Se produce también, a partir de estas fechas, un
aumento extraordinario de los impuestos, con la aprobación de sucesivos
servicios de millones, una contribución en principio ocasional y
extraordinaria, que pronto acabará convirtiéndose en oneroso ingreso
ordinario. El golpe de gracia que precipita hacia la profunda crisis del
siglo XVII, se sentirá en La Rioja en los últimos años del siglo, con la
terrible epidemia de peste de 1599-1600. Las cifras de muertos, aunque
menos trágicas que en otros lugares del Reino, superaron el 15% en
muchas zonas de la región. La estructura económica que se ha esbozado
agravó las consecuencias de la ya de por sí importante pérdida de
efectivos demográficos. El desarrollo de una cierta especialización
complementaria, había llevado a muchos municipios, entre ellos los más
poblados, a depender del exterior para el abastecimiento de una cantidad
variable pero esencial de artículos de primera necesidad. El colapso del
tráfico de mercancías que llevaba aparejada la epidemia significaba, por
tanto, la disminución o desaparición del abastecimiento desde el
exterior. Con ello, las hambrunas, un fenómeno que no había desaparecido
en absoluto durante todo el siglo, pero que se había mantenido dentro de
unos ciertos límites, se desataron provocando:
"...hambre pura, que matava más que la
peste y más presto..."11
según rezan los tantas veces
citados versos de un romance anónimo de la época. Con ello se inicia una
tendencia a buscar el autoabastecimiento. Crece la producción de trigo a
costa de otras más prescindibles, lo cual implica una contracción aún
mayor de los intercambios entre distintas comarcas, un proceso de
ruralización y una remisión de aspectos como la monetarización de la
economía, el desarrollo del comercio o el alto grado de comercialización
de la producción agropecuaria.
EL ORDEN SOCIAL: ESTAMENTOS,
PRIVILEGIOS Y NUEVOS RICOS.
También la sociedad experimenta a lo largo del siglo XVI cambios
trascendentales cuya semilla se encuentra en el periodo anterior, pero
que con el Renacimiento se desarrollan plenamente. El tradicional orden
feudal, basado en la división estamental, en el monopolio de un poder de
ámbito espacial reducido por parte de una nobleza guerrera, y en el
sometimiento de un campesinado con unas relaciones de dependencia
respecto al señor y a la tierra muy variadas, pero de carácter
fundamentalmente no económico, ha entrado en declive hace mucho tiempo.
A su lado, y estableciendo vínculos complejos, a menudo muy difíciles de
dilucidar, se ha ido formando otra realidad social que escapa, al menos
en parte, al esquema de los tres órdenes, noble, eclesiástico y plebeyo.
La protagonista de ese desarrollo es una clase emergente de ciudadanos o
burgueses cuyas principales señas de identidad están asociadas
(aunque no exclusivamente), al comercio, la banca, el servicio a unos
Estados cada vez más poderosos y ciertas profesiones liberales y, por
encima de todo, al predominio del mérito personal (la virtus)
frente a la sangre como criterio de ubicación social. A lo largo del
siglo XVI se produce el enfrentamiento entre ambas formaciones sociales,
con unos resultados muy diferentes en unas regiones de Europa y otras.
En Castilla, como en muchos otros lugares y a pesar del auge del
capitalismo mercantil, la base de la organización social seguirá siendo
la diferencia, no la igualdad. Una diferencia basada en el privilegio.
Respecto al sistema señorial, es preciso hacer una distinción geográfica
previa en relación con el estatuto de los municipios, antes de hablar de
las diferencias sociales y estamentales dentro de
ellos12. Su adscripción a la categoría de señorío o
realengo podía condicionar de forma decisiva su desarrollo en todos los
terrenos. Los habitantes de pueblos o ciudades de realengo eran
directamente vasallos del rey, mientras que los de señorío contaban con
una instancia de poder intermedia. La Rioja en el siglo XVI es una
región con una fuerte presencia del régimen señorial, que engloba la
mayoría del territorio, de los núcleos de población y de los habitantes.
La nobleza titulada es la propietaria de la mayor parte del señorío. Por
orden de importancia, destacan las casas de los Condes de Aguilar (en
los Cameros), los Duques de Nájera y los Duques de Frías (Condes de
Haro), ocupando, junto con algunos otros nobles titulados, la mayor y
mejor parte del territorio de señorío, desde fechas no muy remotas, en
casi todos los casos desde el siglo XIV. Junto a ellos, ocupando un
territorio mucho menor, existen también señoríos eclesiásticos y
concejiles. Los primeros son casi todos de origen altomedieval, se
centran en las posesiones de algunos conventos rurales como San Millán o
Cañas, y para esta época han perdido buena parte de su importancia
económica y política. En cuanto a las relaciones de dependencia que se
dan entre determinadas aldeas y villas sometidas a la jurisdicción de
otros concejos de mayor importancia, serán origen de numerosos
conflictos. Cuando las necesidades fiscales de la Corona se disparen
sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI uno de los recursos
empleados por Felipe II será la venta de oficios, mercedes y
jurisdicciones. Muchos lugares aprovecharán esta oportunidad para buscar
la exención de su jurisdicción, huyendo de la tutela, a menudo abusiva,
de los Ayuntamientos de los que dependen. Así sucede, por ejemplo, con
Alberite y Villamediana respecto a Logroño, o con Hornos, Sotés y Daroca
con respecto a Navarrete. Por su parte, algunos de los grandes señores
ampliarán sus prerrogativas y su poder mediante la compra de
jurisdicciones, impuestos o cargos municipales, aunque esta tendencia se
manifiesta de manera más clara en la siguiente centuria.
Rodeados de señoríos y acosados a menudo por sus representantes en
multitud de pleitos sobre límites, pastos, riegos, etc., quedan los
territorios de realengo. A pesar de ocupar un menor porcentaje en
extensión y población, representan la mayoría de las localidades más
claramente urbanas (cuatro de las seis ciudades de la región: Logroño,
Calahorra, Alfaro y Santo Domingo), así como las más dinámicas desde el
punto de vista social y económico. Dependiendo directamente del Rey, no
sufrían tantas injerencias externas en la política interior, salvo las
de los propios agentes reales, con los que habitualmente resultaba más
sencillo llegar a connivencias más o menos tácitas. Tampoco padecía las
exacciones derivadas de las rentas señoriales, las rentas reales
enajenadas por la corona o del establecimiento de determinados
monopolios como hornos o molinos. De todas formas hay que decir que la
mayoría de los derechos eran de carácter jurisdiccional, y que apenas
tenía importancia el señorío territorial, es decir, aquel en el que la
propiedad eminente13 de buena parte de la tierra
correspondía al señor. De hecho, los ingresos de este tipo percibidos en
La Rioja por la alta nobleza eran minúsculos en comparación con los
otros. Aun así, el efecto distorsionador de la intervención directa en
la política municipal era considerable y está en el origen de la
decadencia durante los siglos posteriores de centros comerciales o
vinateros como Nájera o Navarrete.
Dentro de cada municipio, tanto de señorío como de realengo, la sociedad
dista mucho de ser igualitaria, aunque presenta un cierto margen de
movilidad social. La base mayoritaria, de menor poder político y riqueza
económica está formada por jornaleros, pequeños campesinos y artesanos
con una condición social muy heterogénea. La mayoría de ellos viven en
constante peligro de, ante una crisis, pasar a formar parte del numeroso
grupo que la documentación de la época califica como pobres de
solemnidad y que vive de la caridad privada y eclesiástica. A pesar
de ello, constituyen el soporte de todo el sistema, como mano de obra y
como pecheros, es decir, contribuyentes. En origen, hasta finales
de la Alta Edad Media, el gobierno de los municipios se basaba en el
concejo abierto, esto es, la reunión de todos los vecinos (varones, por
supuesto), a campaña tañida, para tratar de todo tipo de cuestiones,
desde las ordenanzas municipales, hasta la aprobación de concordias con
localidades vecinas.
A lo largo de los siglos XIV y XV, en la medida en que se fortalecía la
Corona, se fueron imponiendo los ayuntamientos cerrados, es decir, con
un gobierno corporativo compuesto por un número limitado de personas,
donde la posibilidad de intervención de la mayoría de los vecinos se
reducía a casi nada. De esta forma, el grupo dirigente era más reducido,
más poderoso frente al común de los habitantes, pero también más fácil
de controlar para los delegados del rey. Este proceso afectó en primer
lugar y de forma más acentuada a las ciudades castellanas más
importantes y, progresivamente, se fue extendiendo a otras de menor
entidad. La incidencia del proceso dependía también de la correlación de
fuerzas en cada pueblo. Así, por ejemplo, en Calahorra o Alfaro se
celebran algunos concejos abiertos incluso en pleno siglo XVII, cuando
son muy raros en poblaciones de su tamaño14. Pero para
esta época la institución medieval casi ha desaparecido salvo en aldeas
de muy pequeño tamaño.
En la cúspide se pueden identificar básicamente tres grupos, que aún no
monopolizan el poder en los distintos Ayuntamientos, por lo que no
constituyen propiamente una oligarquía plenamente asentada. Por un lado,
están los hidalgos, definidos por su carácter noble y, por tanto,
privilegiado, y por una forma de vida rentista, basada fundamentalmente
en la posesión de bienes inmuebles. A pesar del arquetipo que aparece en
el "Lazarillo de Tormes", se incluyen aquí en este grupo únicamente
aquellos miembros de la nobleza que estaban en disposición de hacer
valer sus privilegios. Si alguien era elegido para algún cargo municipal
por el estado de labradores una sola vez y no tenía bastante dinero y
poder para afrontar un pleito de hidalguía, perdía la condición de
hidalgo. En segundo lugar se puede identificar un sector de campesinos
ricos con grandes propiedades, con intereses bastante similares a los
del grupo anterior, pero que carecen de privilegios estamentales. Por
último, hay un importante sector de mercaderes de cierta importancia,
cuyas actividades y modo de vida se han esbozado antes. Además de estas
formas de integración horizontal, la estructura social se hace aún más
compleja, debido a la existencia de redes clientelares y lazos de
parentesco que establecen formas de integración vertical, con fuertes
vínculos personales que atraviesan las diferencias de fortuna y
estamentales15.
El caso más
conocido y mejor estudiado dentro de La Rioja, de la evolución social y
política de estos segmentos de la población, es el de
Logroño16, pero pueden encontrarse procesos muy
similares, que se desarrollan en fechas muy próximas y con resultados
parecidos en casi todos los núcleos urbanos de cierta importancia. La
situación inicial más frecuente es la de un cierto equilibrio entre las
distintas élites. Tanto los hidalgos como los campesinos ricos se
caracterizan, prácticamente en su totalidad, por un poder político y
económico de nivel intermedio, no existiendo apenas fortunas o títulos
tan importantes como para desquilibrar la balanza a su favor de forma
incuestionable. Por su parte, los mercaderes, aun no siendo comparables
a otros colegas mucho más ricos y poderosos en centros castellanos de
mayor importancia, alcanzan en muchos casos fortunas considerables. Este
equilibrio de fuerzas dará lugar a una mayor permeabilidad social, pero
también a un aumento de las tensiones y los conflictos. El control del
poder político en los municipios, habida cuenta del uso que puede
hacerse de él, con unas atribuciones muy amplias en la regulación de la
vida social, económica y política, para potenciar los propios intereses
y perjudicar el de los rivales, se constituye en un objetivo vital para
todos los actores sociales. La lucha por el poder, materializada en el
intento de controlar las formas de acceso (elección, sorteo, reserva de
puestos por estamentos, privatización de los cargos municipales o
perpetuaciones de los regimientos, etc.), da lugar a conflictos
que la mayoría de las veces se solventan de forma no violenta
(pleitos17, manipulación de elecciones y documentación
y presiones políticas de todo tipo), pero que en algunas ocasiones
pueden llegar a la algarada y a la amenaza física, sobre todo cuando
alguno de los grupos se apoya en los sectores populares de la población.
El desenlace definitivo de los enfrentamientos se produce ya en pleno
siglo XVII, por lo que rebasa los límites cronológicos de este trabajo.
Mencionaré únicamente que la mayor parte de los autores hablan en ese
periodo de oligarquización, e incluso de refeudalización, debido a un
reforzamiento de la estructura estamental y a la casi eliminación de la
permeabilidad social. En la mayoría de los municipios los mercaderes, en
la medida en que sigan siéndolo, quedarán completamente marginados del
Ayuntamiento hasta el consumo*
definitivo. Lo que sí se manifiesta de forma clara en el
siglo XVI, son fenómenos de asimilación producidos por los avatares de
las luchas políticas. En relación con este tema, se plantea la cuestión
extremadamente polémica de la "traición de la burguesía". Con esta
expresión se alude, entre otras cosas, precísamente a esos casos de
asimilación. No hay espacio aquí para abordar ni siquiera
superficialmente un aspecto tan complejo y controvertido, pero resulta
inevitable al menos mencionarlo. Sea como fuere, lo cierto es que una
parte de los mercaderes acaba emparentando con la hidalguía y, por
tanto, ennobleciéndose, incluso a pesar del origen judeoconverso que se
atribuye, con razón o sin ella, como estrategia de desacreditación, a
algunos de ellos (algunas de las capillas laterales de La Redonda
pretenden lavar este pecado original), y adoptando el modo de
vida con mayor prestigio social que es el del rentismo, la propiedad de
tierras y el desprecio por cualquier trabajo manual o mercantil.
Queda por tratar el papel jugado por el estamento eclesiástico. Ya se ha
mencionado que para esta época, su presencia como detentador de señoríos
es de escasa consideración en La Rioja. En cuanto a su imbricación en
las sociedades locales, es extremadamente variada, en correspondencia
con la heterogeneidad de quienes forman la institución. Las diferencias
de todo tipo entre el Obispo, como máxima autoridad de la región, y los
párrocos de pequeñas aldeas, con unas condiciones de vida a veces
realmente miserables, son tan amplias como las de la sociedad que
dirigen espiritualmente. Por otro lado, la carrera eclesiástica era una
salida socorrida para segundones de familias más o menos poderosas,
integrándose perfectamente dentro de las estrategias familiares para
mantener o mejorar el estatus social. Por tanto, no resulta fácil
identificar un funcionamiento corporativo de grupo como en otros
segmentos de población más homogéneos18. Sin embargo,
es innegable que la importancia económica de la Iglesia como institución
es enorme.
En primer lugar contaba con el Diezmo, en teoría la décima parte de toda
la producción agropecuaria de los fieles de cada parroquia. A pesar del
desvío de parte del mismo hacia las arcas reales a través de exacciones
como las Tercias Reales o el Subsidio, constituían una fuente de
ingresos muy considerable. Poseía también enormes propiedades de fincas
tanto rústicas como urbanas, que proporcionaban unas rentas muy
substanciosas y que no podían ser enajenadas bajo ningún concepto. Otra
actividad que reportaba cuantiosos beneficios era la inversión en censos
(equivalente a las actuales hipotecas), tanto perpetuos como al
quitar o redimibles. Por último, estaban las propiedades cedidas
para dotar capellanías con el fin de asegurarse perpetuamente misas y
sufragios. Todo ello hacía que el poder económico de la Iglesia fuese
enorme y que, en ocasiones, se plantearan conflictos de diversa índole
con las autoridades seglares. Pero en la medida en que los cargos más
altos de las jerarquías eclesiásticas estaban ocupados por miembros de
los grupos dominantes locales, no solía constituir una fuerza totalmente
autónoma.
Si al hablar de la economía hemos visto cómo se pueden diferenciar dos
fases muy marcadas, de desarrollo y crisis, también en lo social se
puede observar un viaje de ida y vuelta. Durante la mayor parte del
siglo puede contemplarse una sociedad muy dinámica y con un grado de
permeabilidad considerable, en la que destacan algunos casos
espectaculares de encumbramiento de algunos individuos que, partiendo de
una condición humilde llegan a adquirir un volumen de negocios
considerable, e incluso a emparentar con la baja nobleza, accediendo sus
descendientes a formar parte de la oligarquía. La resaca de este
movimiento, que se manifiesta de forma mucho más clara en el siglo XVII,
pero que apunta ya a finales del XVI, lleva a una esclerotización social
y a un cerramiento de los diferentes estratos. Para terminar este
apartado, es importante subrayar que el éxito de algunos individuos, en
la medida en que renuncian a los medios que han empleado para ascender
en la escala social (el enriquecimiento a través del comercio),
contribuyen a reforzar el sistema social tradicional en lugar de
erosionarlo.
LA POLÍTICA: LA
PRESENCIA DEL ESTADO ABSOLUTO EN LA REGIÓN.
Los cambios económicos y sociales que se decantan en este momento tienen
como un telón de fondo que los condiciona y sobre el que actúan, el
proceso de formación del Estado Moderno. Es este un fenómeno que también
afecta a toda Europa y que se origina durante la Baja Edad Media, pero
que se resuelve de forma muy distinta según las zonas y que se vive de
forma especialmente intensa en Castilla, como potencia hegemónica en ese
momento (como sucederá con Francia en la siguiente centuria con el Rey
Sol). Lo característico de las monarquías feudales es un poder limitado
por los señores y, a medida que cobren importancia, por las ciudades; un
aparato burocrático y unos mecanismos de control ejecutivo muy
limitados, dirigidos desde cortes itinerantes; un ejército irregular y
dependiente de la jerarquía nobiliaria para su funcionamiento; y una
hacienda muy escasa en la que se confunden el Tesoro Real, patrimonio
personal del Rey, y unos recursos fiscales cuya condición de públicos es
aún muy confusa. Tras más de medio siglo de guerras civiles, en medio de
una profunda postración del poder y el prestigio de la corona, con los
Reyes Católicos se llega al final de la crisis, de la que la institución
sale reforzada frente a la nobleza, las Cortes, las ciudades y la
Iglesia, y con unas rentas fabulosas gracias a los tesoros que empiezan
a llegar de América. Los reinados de Carlos I y Felipe II representan la
consolidación de estas tendencias, en el proceso de formación de la
monarquía absoluta. Una consolidación que se produce a través de dos
vías: la oficial basada en el aparato jurídico e institucional; y otra
vía informal, que usa como cadena de mando el sistema clientelar, sobre
todo a partir del siglo XVII.
El primer acto en este drama se desarrolla en torno a la Guerra de las
Comunidades en Castilla. Tras la muerte de Fernando en 1516, su nieto,
el joven Carlos, que apenas cuenta con dieciocho años y que no habla
castellano, desembarca en Cantabria en 1518 con una cohorte de asesores
borgoñones y flamencos, con la intención de cumplir los ritos de
coronación lo más rapidamente posible y sacar todo el dinero disponible
para viajar a Alemania y sobornar a los electores que deben elegir al
nuevo emperador. En 1519, en la mayoría de las principales ciudades
castellanas, se produce un movimiento de protesta que acaba formando un
ejército de milicias ciudadanas, enfrentándose con las armas al ejército
real y siendo derrotado en abril de 1521 en Villalar. Las
interpretaciones sobre estos acontecimientos son muy variadas y
polémicas, pero existe una coincidencia en reconocer su importancia
crucial para el desarrollo histórico posterior. La composición de las
fuerzas que se oponen a la política europea del nuevo rey es bastante
heterogénea y no resulta fácil atribuirles una dirección política clara,
por cuanto se superponen en los desordenes distintos tipos de
conflictos. En ocasiones, enfrentamientos anteriores soterrados afloran
y el partido que toma un grupo puede depender de cual sea el que adopte
su antagonista. A grandes rasgos, la mayor parte de la alta nobleza toma
partido por la Corona, mientras que los sectores más dinámicos del mundo
urbano, en torno a una incipiente burguesía industrial en el interior,
defienden a las Comunidades. Este es el motivo de que algunos autores
como Maravall19, hablen de una primera revolución en
la Europa Moderna. Sea como fuere, lo cierto es que el movimiento fue
aplastado y que las Cortes terminaron de convertirse en un órgano dócil
a la monarquía, que reforzó su poder de forma considerable.
En La Rioja, se dieron posturas diversas. Casi todo el valle del
Najerilla (Nájera, Haro, Huércanos, Hormilla...) aprovechó el movimiento
comunero para enfrentarse con sus señores. Por su parte Logroño, mantuvo
una posición indecisa, sin llegar a participar en ninguno de los bandos
hasta el último momento. A ello contribuyó la postura ambigua de Burgos,
cuyos intereses mercantiles, diferentes de los de los productores de
lana del interior, produjo un distanciamiento respecto a la Junta y,
finalmente, su defección del bando comunero. En estas circunstancias,
intentado aprovechar la debilidad transitoria del rey, es cuando se
produce la invasión francesa de Francisco I, máximo rival de la corona
española en la lucha por la hegemonía europea. En mayo de 1521, un
ejército dirigido por Andrés de Foix cruza la frontera con Navarra. Este
reino ha sido anexionado a la corona de Castilla apenas nueve años antes
(1512), y depende de guarniciones castellanas para su defensa. Pero
buena parte de esas tropas, al mando del Duque de Nájera, han sido
utilizadas por éste para acudir a sus posesiones riojanas y sofocar la
revuelta de sus vasallos. De manera que las tropas francesas apenas
encuentran resistencia hasta llegar a Logroño. Aquí no esperan encontrar
tampoco una defensa enconada, confiados en el desarrollo favorable de la
guerra comunera. Pero el mes anterior se ha producido la derrota en
Villalar. Así que el municipio, reforzado por las tropas castellanas que
se han retirado de Navarra y se han acantonado justo al pasar la
frontera, y con el ejército Real en camino engrosado por los soldados
del Duque de Nájera, se ve precisado a demostrar su fidelidad a la
Corona. El ejército francés, que no estaba preparado para afrontar esta
resistencia, se retira tras un corto asedio el 11 de junio de 1521, día
de San Bernabé. Una muestra más de adhesión al bando realista será el
apresamiento en Villamediana del Obispo Acuña poco antes del sitio.
Durante mucho tiempo la hazaña del municipio logroñés, mucho más
importante como demostración de lealtad que como epopeya militar, será
ensalzada hasta convertirse casi en un mito y explotada para resistirse
a las presiones cada vez mayores de la Hacienda Real y para conseguir y
mantener fueros y exenciones. Cuando un siglo más tarde Albia de Castro
recoge estos hechos, la narración asume todos los tópicos en boga sobre
glorias militares. Pero, en definitiva, las consecuencias de la derrota
comunera serán similares a las del conjunto de Castilla: un claro
reforzamiento del poder real frente a la autonomía municipal, y un
asentamiento, aunque no tan marcado y con más altibajos, del poder
señorial.
La erosión de las cotas de autonomía con las que aún contaban los
municipios de realengo al comenzar el siglo XVI se reflejan de manera
palpable en la implantación de determinadas instituciones y en el
funcionamiento de otras creadas en periodos anteriores. La más
emblemática en este sentido es la del Corregidor. El origen de este
delegado local del rey se remonta en Castilla al siglo XIV, en el
contexto de las medidas dictadas por Alfonso XI para controlar las
ciudades. Sus funciones eran complejas y se desarrollaban en consonancia
con la ausencia de distinción entre tareas judiciales, administrativas y
ejecutivas propia de esta época. Una de ellas era la de juzgar en
primera instancia determinados delitos, para lo cual solía delegar en un
alcalde mayor experto en leyes. De todas formas, en muchos casos las
sentencias se regían más por criterios políticos que legales, sobre todo
cuanto más alto era el organismo en cuestión en el organigrama del
reino. Otra de sus atribuciones, de carácter fundamental en cuanto al
sometimiento del poder local al gobierno cental, era la supervisión de
las ordenanzas municipales, para asegurarse de que no contravenían
ninguna ley de rango superior y se ajustaban a los intereses políticos
de la Corona. Por último, presidía los ayuntamientos, con voz pero sin
voto, salvo en caso de empate, mediando en los conflictos que pudieran
surgir en las deliberaciones de los regidores. Este cargo no formó parte
nunca de las ventas de oficios que se generalizan a partir del reinado
de Felipe II, manteniéndose siempre como de libre elección y sometido a
un estrecho control. La designación se hacía por tres años sin
posibilidad de prórroga, al final de los cuales el delegado real,
sometido a la jurisdicción del Consejo de Castilla, el máximo órgano
judicial y de gobierno, debía pasar un severo exámen de su mandato. La
extensión del sistema de corregidores en La Rioja, como en el resto de
Castilla, suponía un mecanismo de control de la política local muy
poderoso.
El Corregidor de Logroño, Calahorra, Alfaro y Laguardia sumaba además el
cargo de Capitán General de la Frontera con Navarra. Hasta principios
del siglo XVI el reclutamiento se basaba en el sistema de milicias
ciudadanas, que eran comandadas por el procurador mayor, un cargo
electivo. Tras la revolución comunera serán suprimidas y sustituidas por
el sistema de levas forzosas. La reinstauración durante el reinado de
Felipe II no supone una vuelta al sistema anterior, ya que el municipio
se limitaba a reclutar los soldados que pasaban a las órdenes del Virrey
de Navarra, en la fortaleza de Pamplona a donde se les destinaba.
El aumento de la presión fiscal, que ya se ha mencionado unas cuantas
veces, significó, además de uno de los objetivos prioritarios de la
monarquía a medida que los gastos de la política exterior se disparaban,
uno de los mecanismos de intervención en las economías locales. La
influencia de este aspecto sobre los municipios se plasmó de forma
directa, mediante la detracción de recursos económicos, y de forma
indirecta. En efecto, los agobios de las finanzas reales llevaron a
iniciar una venalidad desenfrenda. Aunque los efectos serán aún más
perniciosos en el siglo XVII, ya se manifiestan de forma clara en la
segunda mitad del anterior. Se venden todo tipo de cargos, mercedes,
títulos honoríficos, rentas... Ya se ha tratado antes de las luchas por
el poder municipal entre diversos grupos. La posibilidad de comprar las
regidurías significaba que los cargos de máxima autoridad en cada
municipio pasaban de ser electivos o por sorteo, a ser disfrutados como
prebenda a perpetuidad. Con ello no se hacía sino exacerbar los
conflictos. El grupo que quedaba excluido no cejaba hasta conseguir el
consumo de los regiminientos, es decir, que volvieran al sistema
tradicional. Cada una de estas sucesivas perpetuaciones y consumos
significaban un gasto enorme en pleitos, indemnizaciones para los
propietarios y donativos a Su Graciosa Majestad por la merced recibida.
El dinero salía por supuesto de las arcas municipales y de censos
(préstamos), que luego debían ser redimidos con arbitrios (impuestos
especiales que gravaban, generalmente, artículos de primera necesidad).
En Logroño, por ejemplo, hubo cuatro perpetuaciones, en 1541, 1584, 1629
y 1659, con los consumos consiguientes de 1561, 1596 y
165120. Por poner otro ejemplo, aunque se salga de los
límites cronológicos de este trabajo, en Cenicero21,
aldea dependiente de Nájera, dentro del ducado de este nombre, cambió de
forma de gobierno en cuatro ocasiones entre su reconocimiento como villa
en 1636 y 1800. Como consecuencia de todo ello, se produce la ruina de
casi todas las haciendas municipales castellanas y, entre ellas las de
muchas localidades riojanas, que serán sometidas a concurso de
acreedores, es decir, a adiministración judicial. Por otro lado, y no
menos importante, dependiendo de las distintas correlaciones de fuerzas,
en la mayoría de los ayuntamientos, la venalidad contribuirá a reforzar
la oligarquización. En las zonas de señorío, por su parte, la compra de
oficios y rentas contribuyó a aumentar el poder de los señores.
Junto a esta incidencia indirecta de la Hacienda Real, las propias
contribuciones ordinarias y extraordinarias suponían una carga que se
disparó, precisamente, cuando la economía comenzaba a mostrar los
primeros síntomas de decadencia. El gravámen regular más importante y
antiguo, las alcabalas, un impuesto indirecto que gravaba cualquier tipo
de transacción, tenía un rendimiento escaso. En muchas poblaciones
estaba encabezado, es decir, se había reducido a una cantidad fija que,
o bien se revisaba en plazos de varios años, o bien se ceñía a un
encabezamiento perpetuo como en el caso de Logroño, que pagaba 800.000
maravedís desde principios de siglo. En una época de inflación
galopante, esto suponía una mengua considerable. Tras las sucesivas
bancarrotas que decreta Felipe II, las sumisas Cortes votaron una serie
de ingresos extraordinarios, que pronto se convertirían en regulares
mediante sucesivas prórrogas: el servicio de millones. En muchas
localidades estas nuevas cargas fueron recaudadas mediante impuestos
indirectos normalmente sobre artículos de consumo de primera necesidad.
Como consecuencia de ello, el aumento de la presión fiscal afectó más a
los menos pudientes, que gastaban una parte considerable de sus ingresos
en ese tipo de productos, con lo que empeoró la situación de la mayoría
de los vecinos.
Entre las instituciones reales que se asientan en La Rioja y que
representan una mayor presencia de la Corona y un recorte de la
autonomía municipal, está el Tribunal de la Inquisición de Navarra. El
Santo Oficio de la Inquisición creado en la Edad Media para la
persecución de la herejía, había sido transformado por los Reyes
Católicos en un eficaz mecanismo de control político, puesto
directamente bajo la tutela de la Corona. El siglo XVI constituye una
época de efervescencia religiosa extraordinaria en la que se desarrollan
numerosas corrientes reformistas con unas implicaciones políticas
profundas y, a menudo, subversivas. En las tres primeras décadas se
desarrollan desde el erasmismo, que en su vertiente de crítica de los
aspectos más formales y ritualistas del cristianismo está presente en la
política de reforma auspiciada por el Cardenal Cisneros, hasta la
ruptura completa con Roma de las distintas sectas protestantes, pasando
por fenómenos como la creación de la Compañía de Jesús por parte de
Ignacio de Loyola22. También relacionado en general
con el erasmismo, se da un movimiento popular de religiosidad más o
menos confuso que exalta la interiorización y el sentimiento: el de los
iluminados o alumbrados. Un ejemplo curioso en relación con este
movimiento es el del bachiller riojano Antonio de
Medrano23. De padre judeoconverso y madre hidalga,
estudia cánones en Salamanca y se ve implicado en varios procesos
inquisitoriales por proposiciones heréticas y comportamiento licencioso.
En el llamado proceso de Navarrete, celebrado en Calahorra a mediados de
la década de 1520, se le acusaba de haber predicado el amor de Dios con
tintes demasiado carnales a dos hermanas. Es difícil saber si se trata
de un charlatán aprovechado o de un auténtico hereje lo cual le permitió
no sufrir castigos demasiado duros. Pero su ejemplo muestra el alcance
geográfico y social de la difusión de ciertas ideas.
En principio se instala el Tribunal en Tudela, en 1513. Con la invasión
francesa, los inquisidores huyen a Calahorra, donde residen desde 1521
hasta que, en 1570 se trasladan a Logroño. Tras la anexión de Navarra y
puesto que en principio el territorio recién incorporado no era seguro,
se optó por localizar el nuevo tribunal justo en la frontera de
Castilla. Su jurisdicción cubría un territorio extremadamente
heterogéneo: el Señorío de Vizcaya, Provincia de Álava y Guipuzcoa, el
reino de Navarra y el territorio actual de La Rioja. Al igual que en el
reino de la Corona de Aragón o en Sicilia, la implantación de estos
tribunales sirvió para compensar en parte el carácter pactista y el
menor poder de la monarquía en esos reinos. Los casos más sonados
durante el siglo XVI, aparte del ya comentado de Medrano, afectan menos
a La Rioja que al resto de la jurisdicción24. El
intenso comercio con el norte de los puertos de Bilbao y San Sebastián,
junto con la presencia constante de mercaderes y factores extranjeros,
hacía temer a los inquisidores el contagio del protestantismo. De todas
formas, la necesidad de mantener el comercio hizo que fueran muy pocos
los extranjeros molestados por esta razón, aunque estuvieran siempre
bajo sospecha y vigilancia. En Navarra el peligro mayor venía de los
contactos con hugonotes franceses. Fueron ejecutados por este motivo
cuatro personas en 1565 y otras ocho en 1592. Hubo también un caso, más
bien excepcional, de una represión por judaísmo en el pueblo de
Genevilla. Dentro del actual territorio de La Rioja, el tribunal se cebó
con la importante comunidad morisca de Aguilar del Río Alhama durante la
década de 1580. Pero el caso más conocido popularmente es el de las
brujas de Zurarramurdi, que fueron ejecutadas en Logroño en 1610. En
cualquier caso, la incidencia más acusada derivada de la presencia del
Tribunal del Santo Oficio en La Rioja no es la persecución directa de
determinados sectores. Durante el último cuarto del siglo XVI, la
integración de una nueva élite en Logroño, con todos los conflictos de
preeminencias, reparto de poder, etc. supuso complicar aún más el
panorama de la política local25.
Comparando la situación que puede observarse en La Rioja en la época del
auto de fe de 1610 con la de cien años antes, el contraste es
ciertamente notable. A principios del siglo XVI, se percibe un gran
dinamismo sobre todo económico y social, pero también artístico y
cultural. Castilla está aún abierta a las influencias europeas, incluso
al erasmismo. En Logroño tiene funcionando su imprenta Guillén de
Brocar, colaborador de Antonio de Nebrija en la edición de la Biblia
Políglota. El Obispo de la diócesis trae de su estancia en Roma
numerosos objetos de arte entre los que se cuenta un cuadro atribuido a
la escuela de Miguel Angel. Trabajan en la región artistas como Daniel
Forment, que, a su vez, ha disfrutado de un periodo de formación en
Italia. Después, el panorama del resto de la centuria, en una coyuntura
económica expansiva en la que puede deslumbrar el brillo del oro y la
plata americanos, está jalonado por guerras, enfrentamientos religiosos,
el desarrollo de la Reforma y de la Contrarreforma a partir del Concilio
de Trento, una política exterior imperialista y desmesurada que acabará
arruinando las arcas reales y, por ende, la economía castellana, el
ascenso de la intolerancia y el cierre a las influencias exteriores que
resume Sancho Panza en la expresión "San Diego y cierra España". Desde
finales del reinado de Felipe II, a pesar de las evidencias, a pesar de
Lepanto y otras glorias militares, el poder español ha entrado ya en su
ocaso y se dirige hacia una larga noche. Una noche en la que brillarán
estrellas como Cervantes, Lope, Góngora, Quevedo, Velázquez o Murillo, o
riojanos de nacimiento como Navarrete el Mudo, López de Zárate o Albia
de Castro. Pero la profunda crisis y el fracaso de la economía y la
política españolas harán que el centro de gravedad europeo y muy pronto
mundial se desplace hacia el norte, primero a Francia y luego a
Inglaterra. En La Rioja, los niveles de población y económicos que se
habían alcanzado en el siglo XVI no volverán a recuperarse hasta
principios del XIX.
NOTAS
1. Militar e importante
tratadista de temas militares el primero, tiene a su cargo el tercio de
infantería de Lombardía en 1567: el segundo participa en la guerra de
las Alpujarras, en la campaña de Fernández de Córdoba en Nápoles en
1501, en Rávena en 1512 y en Pavía en 1520. El futuro Carlos V llegó a
intentar alistarse en su tropa con el nombre de Carlos de
Gante.
2. Vid. cuadro en BURGOS
ESTEBAN, F.M.: "Mercaderes e hidalgos. El poder en Logroño en el tiempo
de los Felipes", en ENCISO RECIO, L.M. (coor.): La Burguesía española
en la Edad Moderna, Valladolid, 1996, Tomo I, pp.
403-404.
3. Tampoco la importancia se
debe a la calidad. El vino blanco (probablemente clarete) que se
producía en La Rioja era apreciado en el País Vasco. En cambio en muchos
centros productores se importaba tinto de Castilla, mucho más fuerte y
apreciado en la zona. Vid BRUMONT, F.: "La Rioja en el siglo XVI", en
II Coloquio de Historia de La Rioja, Logroño, 1985.
4. HUETZ DE LEMPS, A.:
Vignobles et vins du nordouest de l'Espagne, Burdeos,
1967.
5. Hay una producción
importante de velas y cuerdas para los barcos en la época de la Armada
Invencible.
6. Este crecimiento sería más
acentuado en las zonas con menor densidad inicial (Rioja Alta y Baja),
que en las más pobladas (Cameros y Rioja Media), y mayor en lo núcleos
urbanos o semirubanos que en el ámbito rural. LAZARO RUIZ, M., GURRIA
GARCIA, P.A. y BRUMONT, F.: "La population de La Rioja au XVIe siècle",
en Annales de Dèmographie Historique, 1988, pp. 221-241.7.
BRUMONT, F.: Op. cit.
7. BRUMONT, F.: Op. cit.
8. OCHAGAVIA FERNANDEZ, D.: "Notas para la historia textil
riojana", en Berceo, Nº 3 (1947), p. 251. BRUMONT, F.: "La Rioja en el
siglo XVI", en II Coloquio de Historia de la Rioja, Logroño,
1985.
9. BRUMONT, F. y IBAÑEZ, S.: "Una economía diversificada y en
expansión", en Historia de la Ciudad de Logroño, tomo III, pag.
142.
10. En esta época el mantenimiento de los caminos era competencia de
los municipios dentro de su jurisdicción. Sólo el paso ocasional de una
comitiva real hacía que se procediera a un acondicionamiento de una ruta
completa. Vid MADRAZO, Santos: El sistema de transportes en España.
(1750-1850) Madrid, 1984.
11. SIMON DIAZ, J.: "Otro romance sobre desgracias logroñesas", en
Berceo, nº 23, (1952), pp. 243-252.
12. MORENO RAMIREZ DE ARELLANO, M.A.: Señorío de Cameros y Condado
de Aguilar: Cuatro siglos de régimen señorial en La Rioja (1366-1733),
Logroño 1992 y ARMAS LERENA, N., IBAÑEZ, S. y GOMEZ URZAÑEZ,
J.L.: Los señoríos en La Rioja en el siglo XVIII, Logroño,
1996.
13. Se opone este concepto al de propiedad en usufructo, es decir, la
"posesio" latina. La propiedad eminente o propietas está más próxima a
la idea actual de propiedad.
14. THOMPSON, I.A.A.: "El
Condejo Abierto de Alfaro en 1602: La lucha por la democracia municipal
en la Castilla seiscentista", en Berceo, números 100-101 (1982),
Logroño, pp. 307-331..
15. BURGOS ESTEBAN, F.M: Los
lazos del poder. Obligaciones y parentesco en una elite local castellana
en los siglos XVI y XVII, Valladolid, 1994.
16. LORENZO CADARSO, P.L.:
"Luchas políticas y refeudalización en Logroño en los siglos XVI y
XVII", en Historia Social, 5 (otoño 1989), pp. 3-23, y BURGOS ESTEBAN,
F.M: "Mercaderes e hidalgos. El poder en Logroño en el tiempo de los
Felipes", en ENCISO RECIO, L.M.(Coor.), La burguesía española en la Edad
Moderna, pp.401-422.
17. Es frecuente el uso de los
expedientes de nobleza y de limpieza de sangre como armas de lucha
política. Vid. BURGOS ESTEBAN, F.: "Mercaderes e hidalgos...", en Op.
cit., pág. 401-422.
* El consumo es el proceso
inverso a la perpetuación o privatización de los cargos municipales, es
decir, la vuelta a los sistemas tradicionales de elección.
18. En Logroño, por ejemplo, la
organización parroquial tuvo, durante buena parte del siglo XVI, unas
cotas de participación de los fieles que resultan casi increíbles. Vid.
IBANEZ, S.: "Fundamentos de la vida parroquial logroñesa", en GOMEZ
URDAÑEZ, J.L. (coor.): Historia de la ciudad de Logroño, Logroño, 1995,
tomo III, pp.61-70.
19. MARAVALL, J.A.: Las Comunidades de Castilla, Madrid,
1984.
20. LORENZO CADARSO, P.L.: "El Ayuntamiento de Logroño durante el
Antiguo Régimen: funcionamiento político y papel socio-económico", en
GOMEZ URDAÑEZ, J.L. (coor.): Historia de la ciudad de Logroño, Logroño,
1995, tomo III, pp.245-260.
21. GOMEZ URDAÑEZ, J.L. (dir.): Cenicero histórico, Cenicero,
1987.
22. El fundador de la Compañía
que, por cierto, forma parte de las tropas del Duque de Nájera que
abandonan Navarra para aplastar el movimiento comunero en el valle del
Najerilla, publica su Libro de los ejercicios espirituales en
1522-23.
23. PEREZ ESCOHOTADO, J. (ed.): Proceso inquisitorial contra el
bachiller Antonio de Medrano, Logroño, 1988.
24. MONTER, W.: La otra Inquisición, Barcelona, 1992, pp.
174-198.
25. BURGOS ESTEBAN, F.: Los lazos del poder, op. cit., pp.
39-47.
Jesús
Gregorio Torrealba Domínguez
Doctor en Historia
Moderna