Monasterio de las Huegas en Burgos

 

 

 

I. C. Las virtudes de la corte.

            Como indiqué anteriormente *, esta política monárquica se puede observar perfectamente analizando la naturaleza de las figuras modélicas y antimodélicas propuestas por la producción cultural de la corte de Alfonso VIII. Afortunadamente, contamos ciertos documentos bastante seguros que nos ofrecen ejemplos de figuras de este tipo originarias de la corte de Alfonso VIII. Se trata, en primer lugar, de los poemas de los trovadores patrocinados por Alfonso VIII y su corte. Para estudiar las virtudes propuestas por los textos trovadorescos, es decir, la cortesía, voy a utilizar las famosas teorías de Jaeger.

 

I. C. 1-. La cortesía según Jaeger.

I. C. 1-. a) Elias, Jaeger, y el origen del fenómeno cortés: la "economía de impulsos".

            El libro de Jaeger toma su inspiración del famoso Uber den Prozess der Zivilisation: Soziogenetische und psychogenetische Untersuchungen del sociólogo alemán Norbert Elias, que estudia la cortesía desde un punto de vista sociológico y psicoanalítico. Elias entiende que el fenómeno cortés tiene su origen en las condiciones concretas de la vida cortesana: el continuo disimulo a que ésta obliga fomenta la contención y moderación de impulsos y pasiones, que es básicamente lo que se conoce como cortesía. La ideología cortés se extiende más tarde desde esta esfera a toda la sociedad, principalmente por medio de la educación. La difusión de la cortesía a través de la educación supone, según Elias, la internalización por parte del individuo de una serie de prohibiciones y restricciones externas promulgada por el derecho. Por consiguiente, se trata de un proceso de "formación del super-ego" ("Uber-Ich-Bildung") (citado en Jaeger, The Origins 7) análogo, por ejemplo, al “self-fashioning” de Stephen Greentblatt, para citar un teórico más acorde con nuestra forma de pensar contemporánea. Elias entiende, por tanto, que la cortesía es una ideología nacida de una situación particular que sitúa en la mente ciertas normas artificiales para contener los impulsos naturales del subconsciente.

            Jaeger, aunque se inspira en alto grado en estas ideas, contradice a Elias en un punto fundamental: mientras que Elias ve la cortesía como respuesta a ciertas condiciones reales, Jaeger defiende justamente lo contrario, que

[. . .] courtesy is in origin an instrument of the urge to civilizing, of the forces in which that process originates, and not an outgrowth of the process itself. (The Origins 9)

 [. . .] la cortesía es en su origen un instrumento del impulso a lo civilizador, de las fuerzas en las que ese proceso se origina, y no una consecuencia del propósito en sí.

Por tanto, el fenómeno cortés es para Jaeger uno de los impulsores y motores del proceso civilizador, y no su resultado. A pesar de esta divergencia principal, Jaeger acepta, por otra parte, muchos de los presupuestos de Elias, aunque los despoja en alto grado de su contenido psicoanalítico.

            En primer lugar, Jaeger define el proceso civilizador en términos muy similares a los de Elias, como una educación de los diversos grupos sociales en una cultura de contención y derecho: "The process of civilizing aims at educating the individual groups of society in law and civility" (The Origins 11), "El proceso civilizador pretende la educación de grupos particulares de la sociedad en el derecho y el civismo". Así, por una parte, Jaeger entiende que la civilización no es, por tanto, un concepto abstracto que responde a una concepción evolucionista y teleológica de la historia, sino una ideología política muy concreta. Por otra parte, es evidente que tanto para Jaeger como para Elias la restricción de impulsos que esta ideología cortesana promueve tiene por principal objeto social la nobleza feudal, los bellatores o guerreros. El fin de la cortesía es lograr que este grupo social alcance lo que Elias denomina una "economía de impulsos" ("Triebhaushalt"). Es decir, el objetivo de la cortesía es que esa clase controle sus costumbres bélicas destructivas en la corte, y que las restrinja al campo de batalla, y en este caso sólo en la medida en que fuera preciso:

The warrior had to restrain his natural urges within the confines of the court. Even on the field, the splitting of skulls and the breaking of arms was a pleasure that was left to him only under strictly demarcated circumstances, only when the urge to indulge in it survived a sifting through ideals like humanity, compassion, gentleness, the renunciation of revenge, and the service of justice, fair ladies, and God. (The Origins 211)

El guerrero tenía que controlar sus impulsos naturales mientras se encontrara dentro de los límites de la corte. Incluso en el campo de batalla, el deshacer cráneos y romper brazos era un placer que se le permitía sólo bajo circunstancias estrictamente especificadas, sólo cuando el ansia de dejarse llevar por esos impulsos sobrevivió en un cambio a través de ideales como la humanidad, la compasión, la amabilidad, la renuncia a la venganza, y el servicio de la justicia, de bellas damas, y de Dios.

En este sentido, pero esta vez con términos aún más inequívocos, Jaeger llega a bautizar el objetivo de la ideología cortés como "doma" ("taming") de la clase guerrera:

It was the expression of a movement aimed at taming the reckless assertiveness of the European feudal nobility, at limiting its freedom in manners and morals, at restraining individual willfulness, and at raising this class from an archaic and primitive stage of social and civil life to a higher stage, imbuing it with ideals of modesty, humanity, elegance, restraint, moderation, affability, and respectfulness. (The Origins 3)

Fue la expresión de un movimiento que pretendía domar el incontrolable poder de la nobleza feudal europea, limitar su libertad en cuanto a su comportamiento y moral, controlar su voluntad individual, y elevar a esta clase desde una etapa arcaica y primitiva de vida social y civil  hasta una escala más alta, imbuyéndola con ideales de modestia, humanidad, elegancia, autocontrol, moderación, afabilidad, y respetuosidad.

Las observaciones de Bumke en torno a la edad dorada de la literatura cortés en Alemania (siglos XII y XIII) confirman la tesis de Jaeger: Bumke señala que esos dos siglos se caracterizaron por la existencia de continuas guerras civiles entre bandos de poderosos nobles feudales, y, por tanto, de un inusitado desorden público (3). Es lógico suponer que la educación cortés se intensificara, alcanzando por ello su "edad dorada", en esta época, con la intención de intentar dominar la situación controlando el comportamiento agresivo de la nobleza guerrera.[1] No es difícil extrapolar las conclusiones que Bumke extrae sobre la Alemania de los Hohenstaufen a la Castilla de Alfonso VIII. En comparación, las condiciones de la Castilla de Alfonso VIII no fueron más fáciles que las que provocan las afirmaciones de Bumke: como he señalado, la minoría de edad de Alfonso VIII fue un periodo de continuas guerras civiles en Castilla, en las que los dos clanes principales, los Lara y los Castro, luchaban por el poder y por la custodia del rey niño (Martínez Díez, Alfonso VIII 23-37). Los emperadores alemanes fomentaron la cortesía para intentar dominar una situación caótica. De una manera análoga, parece razonable que, una vez asentado en el trono, Alfonso VIII también deseara controlar los impulsos guerreros de su nobleza, y que también lo quisiera hacer mediante la difusión de la ideología cortesana.

 

I. C. 1-. b) Difusión de la ideología cortés.

            En todo caso, esta alusión a la situación alemana es particularmente relevante para el libro de Jaeger, puesto que esta obra fue escrita no sólo para puntualizar las tesis de Elias, sino también para sostener que la ideología cortés no tuvo su origen, como comúnmente se piensa, en Francia, sino en la corte imperial alemana.[2] Para Jaeger, existe una íntima relación entre el asentamiento del poder imperial alemán a finales del siglo X y el florecimiento de las primeras escuelas catedralicias: la de Magdeburgo hacia el 950, la de Wurzburgo en torno al 952, la de Colonia circa 953, la famosa de Hildesheim hacia el 954, y la de Trier hacia el 956 (The Origins 4). Jaeger sostiene que el poder imperial fomentó estas escuelas catedralicias con el fin de proveerse de una fuente segura y continua de hábiles administradores estatales, que dominaran las disciplinas retóricas que entonces sólo podía proporcionar una educación eclesiástica:

The educational goal of the cathedral schools was no longer the training of clerics in pastoral duties but rather the training of talented young men, noblemen close to the king above all, for state administration. (The Origins 5)

El fin educacional de las escuelas catedralicias ya no era el entrenamiento de clérigos en los deberes pastorales, sino más bien la educación de jóvenes talentos, en especial nobles cercanos al rey, en la administración estatal.

De nuevo es Bumke quien confirma la suposición de Jaeger: su estudio de la relación entre las cortes y universidades europeas de los siglos XII y XIII confirma que los poderes seculares fomentaban el desarrollo de la educación superior, fundando y otorgando beneficiosos privilegios a escuelas y universidades. De este modo, los monarcas podían disponer de clérigos y abogados educados en retórica y dialéctica que pudieran ejercer las funciones administrativas y diplomáticas del reino (74).

            El origen de la ideología cortés en las escuelas catedralicias, promovidas por la administración gubernamental, es la causa de un fenómeno que Jaeger entiende como característico de la cortesía medieval: la figura del obispo cortesano. Este personaje, tan común en la Edad Media europea, se caracteriza por desempeñar, junto con su cargo eclesiástico, numerosas e importantes funciones administrativas civiles (The Origins 110). Jaeger describe varios ejemplos alemanes de este fenómeno en el siglo XII, como Otto de Bamberg y Adalberto de Bremen. Bumke confirma las afirmaciones de Jaeger indicando que la atribución de cualidades típicamente cortesanas estos magnates eclesiásticos abunda en las biografías de obispos del siglo XII (322). Por supuesto, en la Castilla de Alfonso VIII encontramos también numerosos ejemplos de esta figura del obispo cortesano, funcionario y eclesiástico a un tiempo, como, según Hilda Grassotti, el de don Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, autor del famoso Historia de rebus Hispaniae y promotor de la cruzada de Las Navas. En opinión de Jaeger, estos hombres de estado eclesiásticos generaron el conjunto de virtudes civiles que se entiende por cortesía, y lo transmitieron a la nobleza feudal de la manera que luego describiré (The Origins 13). En efecto, estos educadores y hombres de estado promulgaron una ética de contención fundamental para el propósito civilizador cortés:

Most important for the process of civilizing is the educator/statesman. His creed is restraint, moderation, self-control, the subjection of passion to reason, humility based on a sense of personal greatness; it is also wit, love, reverence, affection, eloquence, and friendship. His every act, word, gesture, and facial expression has political meaning, is the result of conscious choice, and works to further strategies and long-range plans. His qualities allow him to conduct affairs of state in calm and to bring them to a conclusion with a minimum of conflict. They also bind men to him in loyalty and affection and form the personal terms of a social contract: they spell the renunciation of violence and arbitrariness in favor of law and the common good.

           The warrior in his native and uncivilized state has no use for these virtues and can even regard them as corrupting. His creed is heroism and honor. The stifling of conflict and the mastering of passion is not in his interest. Violence and hot-headedness offer him greater advantages than restraint and reason. (The Origins 12-13)

Importantísimo en este proceso civilizador es el pedagogo/hombre de estado. Su credo es el autocontrol, la moderación, la sujeción de la pasión a la razón, la humildad basada en un sentido de grandeza personal; también el ingenio, el amor, la reverencia, el afecto, la elocuencia, y la amistad. Cada uno de sus actos, palabras, gestos y expresiones faciales tiene significado político, es el resultado de una elección consciente, y funciona para promover estrategias y planes a largo plazo. Sus cualidades le permiten llevar a cabo los asuntos de estado con calma, y llevarlos a término con un mínimo de conflicto. Además, también atan a los hombres a él con vínculos de lealtad y afecto, y forman los términos de un contrato social: anuncian el rechazo de la violencia y arbitrariedad en favor de la ley y el bien común.

           El guerrero en su estado natural e incivilizado no encuentra uso posible para estas virtudes, e incluso las puede considerar corruptoras. Su credo es el heroísmo y el honor. El evitar conflicto y dominar la pasión no obra a su favor. La violencia y agresividad le ofrecen mayores ventajas que el autocontrol y la razón.

Según Jaeger, por tanto, la cortesía surge no como consecuencia de una situación real concreta, como defendía Elias, sino promovida por el poder civil en las escuelas catedralicias. Estas escuelas produjeron vivos ejemplos de cortesía, como el del obispo cortesano. Esta ideología cortés pasó posteriormente desde los clérigos a la clase guerrera, a los bellatores.

            En efecto, Bumke señala que el nuevo ideal de la cortesía (en latín curialitas) fue transmitido por los clérigos a los laicos, y no viceversa, y que se usa en los textos ya antes de mediados del siglo XII para describir a  la nobleza secular (323). Esta rápida difusión tuvo lugar por medio de la influyente posición de tutores que los clérigos ostentaban en la corte (Bumke 324; Weiss 501). Debemos pensar que estos tutores eclesiásticos no sólo enseñaban letras latinas, sino también el comportamiento cortés, mediante su ejemplo y prédicas. Puesto que en la corte de Alfonso VIII también había clérigos corteses en posición de tutores, cabe pensar que el rey castellano pudo usar a estos clérigos de forma similar a la que señala Jaeger. Como indica Julio González, varios personajes eclesiásticos de importancia desempeñaban en la corte de Alfonso VIII estas funciones de tutor. Por ejemplo, el obispo don Cerebruno es llamado "maestro mío" por el rey en un documento del 18 de octubre de 1189 (I, 253). Además, sabemos que la reina doña Leonor tenía varios capellanes, como Egidio en 1204, o como el maestre Pedro, posiblemente el mismo que testifica con su señora en Burgos, y el mismo al que Alfonso VIII trata como "dilecto clerico meo", es decir, "querido clérigo mío", y capellán de la reina cuando le dio un solar en Burgos (18 de junio de 1209)  (González I, 255). En todo caso, Jaeger indica que en una época de tan altísimo índice de analfabetización entre la clase noble, la instrucción de los bellatores en la cortesía se llevaba a cabo principalmente no de manera libresca y formal, sino fundamentalmente por la imitación del ejemplo que ofrecían los clérigos corteses:

Books were important; men were more important, or just as important. The men who possessed elegantia morum taught by precept and example. (The Origins 214)

 Los libros eran importantes; los hombres eran más importantes, igual de importantes. Los hombres que poseían elegantia morum (elegancia de costumbres, o cortesía) enseñaban mediante precepto y ejemplo.

Debido a esta necesidad de imitación, los "vivos ejemplos de cortesía" antes aludidos, los obispos corteses, desempeñaron un papel fundamental en la difusión de la cortesía. En todo caso, lo importante es que la clase noble de las cortes europeas de los siglos XII y XIII tuvo acceso a una particular forma de educación en valores altamente estilizados sin necesidad de poseer la más mínima alfabetización:

For laymen at least, mores were separable from the mastery of litterae. Very likely a fair number of the high nobility was in this situation, certainly those who had received aulica nutritura: not uneducated, merely illiterate. (The Origins 216-17)

Al menos en el caso de los laicos, se podían separar las mores (costumbres morales) del dominio de las litterae (letras). Muy probablemente una gran parte de la alta nobleza estaba en esta situación, seguramente aquellos que habían recibido aulica nutritura (educación palaciega): no estaban ineducados, sino que simplemente eran iletrados.

 La difusión de la ideología cortés entre la clase noble se llevó a cabo principalmente, por tanto, a través del ejemplo vivo de los clérigos corteses.

 

I. C. 1-. c) La literatura cortesana.

            El otro medio de difusión de la cortesía, el principal sin duda y uno de los que más me interesan para el propósito de este trabajo, fue precisamente la literatura cortesana. La literatura cortesana tiene, en opinión de Jaeger, la misma función y efecto pedagógico sobre la nobleza guerrera que los tutores eclesiásticos y los modelos que ofrecían los obispos cortesanos (The Origins 14). Es importante recordar que en el contexto mayoritariamente iletrado de las cortes de los siglos XII y XIII esta literatura, cualquiera fuera su modo de composición, era de naturaleza oral. Por tanto, debemos pensar siempre en literatura compuesta (compuesta, no escrita necesariamente, puesto que el propio proceso de creación podía ser totalmente oral) para ser leída en voz alta, generalmente a un grupo de personas iletradas, o para ser representada o cantada.

            Por supuesto, esta naturaleza oral debió de influir en el número de textos que se nos han conservado de la época. Por ejemplo, inspirados por la corte de Alfonso VIII se nos han conservado tan sólo los textos trovadorescos, el Libro de Alexandre y el Poema de mio Cid, y los textos latinos de García y Jiménez de Rada. La escasez de esta representación literaria no debe tomarse como muestra del bajo nivel cultural de la corte de Alfonso VIII, puesto que sabemos por los textos que poseemos que ese nivel era muy elevado. Por el contrario, se debe entender que la escasez de textos conservados se debe al particular proceso de difusión oral de los textos. Muchos de ellos, como probablemente algunos de los poemas trovadorescos, o quizás incluso la mayor parte, fueron compuestos oralmente. Otros, como el Libro de Alexandre o el Poema de mio Cid fueron, suponemos, escritos, pero indudablemente se difundieron de un modo principalmente oral. Por último, el Planeta fue sin duda compuesto por escrito, y lo mismo debió de ocurrir en el caso de la Historia de rebus Hispaniae. Sólo cabe especular acerca de la posibilidad de que estos textos se transmitieran oralmente: lo más probable es que su difusión tuviera lugar también por escrito. En todo caso, el caso del Poema de mio Cid y muchos textos trovadorescos de naturaleza claramente oral (como algunas tensos, o "debates", que denotan improvisación) nos aclara lo afortunado de su conservación. Estos textos orales debieron de agradar a alguien, probablemente al propio Alfonso VIII, quizás a algún principal eclesiástico o noble de la corte, que por consiguiente encargó su conservación por escrito. Los textos que no corrieron tal suerte han desaparecido, pero vivían plenamente en las prodigiosas memorias de los intérpretes de la época.

            En todo caso, de entre los diversos géneros que ofrece la literatura cortesana, Jaeger analiza dos en profundidad, la narración larga en verso o roman, y la historia o crónica. En cuanto al roman, este género, llevado a su máximo exponente por el francés Chrétien de Troyes, yuxtapone en una sola figura modélica las cualidades del clérigo administrador cortesano y las del buen guerrero. Esta singular armonización de características en principio opuestas fue, según Jaeger, particularmente efectiva en la educación de la clase guerrera en la ideología cortesana:

One great accomplishment of courtly romance is that it achieved a synthesis of the warrior and the statesman, the knight and the courtly cleric. From the second half of the twelfth century, we encounter a literary hero who represents the harmonizing of those two codes seen as so crassly at odds in the writings of the conservative clerics: warrior valor and courtliness. This new hero magnanimously pardons vanquished enemies. He speaks flowingly as he greets fellow knights and particularly ladies in elaborate formulas. His manners are modest, decorous, polished, and restrained. He is in control of himself and knows, or learns, compassion and regard for other human beings. He courts damsels in flowery speeches filled with high sentiments. He washes meticulously after removing his armor, puts on soft and tight-fitting clothing, shaves, attaches puffy sleeves to his shirt, and cleans his fingernails. A man who would not shrink from savage acts on the battlefield is overcome by tender emotions when he catches sight of his lady; he is transported aloft by her smile, reduced to tears by her frown, and receives angry words from her with patience and humility. The knight remains an efficient engine of death and destruction in combat, but at court and in the presence of ladies his soul is strung as finely as a harp. (The Origins 196)

Un gran logro del roman cortés es que logró una síntesis del guerrero y el hombre de estado, del caballero y el clérigo cortés. Desde la segunda mitad del siglo XII, encontramos un héroe literario que representa la armonización de esos dos códigos que se muestran tan fundamentalmente opuestos en los escritos de los clérigos conservadores: el valor guerrero y la cortesía. Este nuevo héroe perdona magnánimamente a los enemigos vencidos. Habla elegantemente con fórmulas elaboradas cuando saluda a sus colegas caballeros, y particularmente a las damas. Sus costumbres son púdicas, decorosas, pulidas, y controladas. Se controla a sí mismo y practica, o aprende, la compasión y respeto de sus semejantes. Corteja a las damiselas con elegantes discursos repletos de elevados sentimientos. Se lava cuidadosamente tras quitarse su armadura, se pone suaves y ajustados ropajes, se afeita, une mangas bombachas a su camisa, y se limpia las uñas. Un hombre que no evita los actos salvajes en el campo de batalla se ve abrumado por tiernos sentimientos cuando mira a su dama, se ve transportado a otro mundo por su sonrisa, reducido a lágrimas por su ceño, y recibe palabras enojadas de ella con paciencia y humildad. El caballero continúa siendo una máquina de matar y destruir en el combate, pero en la corte y en presencia de las damas su alma puede ser tañida tan finamente como un arpa.

Por tanto, como manifiesta esta cita, la figura del caballero cortés no surge en la realidad para pasar después a una literatura cortesana que lo retrate fielmente, sino que es una invención literaria que luego es imitada en el mundo real:

All this suggests strongly that the figure of the courtly knight did not originate in the real social-political circumstances of life of the lay nobility but that this class of rough-cut and boorish warriors embraced the model of the courtly knight only after they had encountered him in fiction. (The Origins 207)

Todo esto sugiere poderosamente que la figura del caballero cortés no tuvo su origen en las circunstancias reales de la vida socio-política de la nobleza laica, sino que esta clase de guerreros duros y rudos adoptó el modelo del caballero cortés sólo después de habérselo encontrado en el mundo de la ficción.

            El otro género literario de que se ocupa Jaeger, aparte del roman, es el histórico. La historia había sido desde su origen un género didáctico: su función es la de enseñar mediante los ejemplos, buenos y malos, de los antepasados. Tampoco es nuevo en el siglo XII el interés de los monarcas en promover y financiar proyectos historiográficos. Lo que sí que es particular a esta época es, por una parte, el inusitado auge del género, y, por otra, el abierto reconocimiento del papel didáctico de la historia basado en su carácter "real", en comparación y competencia con otros géneros "ficticios". Así, en  los siglos XII y XIII las historias de los antepasados, en latín historiae patrum antecessorum, declaran valientemente su propósito de instruir y corregir, y su financiación por parte de la monarquía (The Origins 228). Es decir, al contrario de lo que una mentalidad moderna podría esperar, la historia medieval no buscaba retratar personajes miméticamente, de modo fiel y realista, sino más bien recrearlos idealmente de modo que pudieran servir de modelo a generaciones posteriores (Jaeger, "Courtliness" 296). La literatura histórica muestra así también su propósito didáctico, como parte integrante del proyecto pedagógico de la cortesía.

            Es importante darse cuenta de que los clérigos que componen estos textos históricos intentan desplazar de la corte, con éxito, a otros autores iletrados, cuyo material se rechaza, precisamente, en base a su imprecisión histórica:

In the sociology of literary life at court we can distinguish two basic types of narrative poet: the professional singer of tales, and the cleric in possession of the deeds of the ancients preserved by written record. A keen battle was fought at court between these two types for the attention of princes and their retinue. The clerics argue against the fabulae and commend the salutary effects of their own "truthful" historical material. [. . .] The clerics, then, possessed a powerful argument for the superiority of their works: they brought useful moral instruction; the fables merely filled the heads of the listeners with foolish lies. [. . .] The victory of clerics in this contest was inevitable. (The Origins 228-29)

En la sociología de la vida literaria en la corte podemos distinguir dos tipos básicos de poetas narrativos: el cantante profesional, y el clérigo que posee las gestas de los antiguos preservadas en registros escritos. Estos dos tipos libraron en la corte una feroz batalla por la atención de los príncipes y sus acompañantes. Los clérigos atacan las fabulae (narraciones ficticias, fábulas) y recomiendan los efectos saludables de su propio material histórico "verdadero". [. . .] Los clérigos, por tanto, poseían un poderoso argumento en favor de la superioridad de sus propias obras: éstas permitían una instrucción útil y moral; las fábulas solamente llenaban la mente del público de mentiras vanas. [. . .] La victoria de los clérigos en esta disputa era inevitable.

La transición entre estas puras narrativas históricas y el material legendario de los cantores iletrados se encuentra, según Jaeger, en la Historia regum Britanniae de Godofredo de Monmouth. Esta obra, rápidamente convertida en 1155 en roman por el normando Wace, asociado con la corte de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, incorpora leyendas en su narración, otorgándoles un propósito didáctico típico de las historias clericales:

The earliest successful and influential amalgamation of the two was Geoffrey's Historia regum Britanniae. This work marks a major transition in the development of medieval narrative and of the romance. A cleric discovers the entertainment value of the fables and combines these with the informing, edifying, correcting function of the Historiae regum. This discovery sealed the doom of the oral tradition of narrative. It may not have made the singer of tales completely superfluous from then on, but the purpose he served would henceforth be performed better by the clerical poet. Given the weakness of the lay nobility for fashion, given their interest in courtly ways, the cleric who taught courtly ways through quasihistorical fables was destined to outstrip the competition. (The Origins 229)

La más temprana combinación exitosa de los dos [modelos literarios: las fábulas y la historia] fue la Historia regum Britanniae de Godofredo de Monmouth. Esta obra marca una importante transición en el desarrollo de la narrativa medieval y del roman. Un clérigo descubre el valor de entretenimiento de las fábulas y las combina con la función informativa, edificante, y correctora de las Historiae regum [historias de reyes]. Este descubrimiento marcó el fin de la tradición oral narrativa. El cantante de historias puede no haber sido completamente superfluo desde entonces, pero su misión la desempeñaría ahora mejor el poeta clerical. Dada la debilidad de la nobleza guerrera por la moda, dado su interés en los modos corteses, el clérigo que enseñaba cortesía a través de fábulas cuasihistóricas estaba destinado a triunfar claramente en la disputa.

En suma, el género histórico tiene también un papel fundamental en la transmisión de los ideales corteses a la nobleza feudal. Basándose en la autoridad de la veracidad de sus fuentes escritas, las historiae patrum antecessorum proponían modelos cortesanos a imitar, y antimodelos que rechazar. Este género, principalmente gracias a su aceptación del material legendario oral, logró atraer la atención de la nobleza feudal de modo tal que logró marginalizar a los cantantes iletrados tradicionales.

            En mi opinión, la ideología cortesana se debió difundir en la Castilla de Alfonso VIII no sólo a través del género histórico y del roman,[3] que son los que analiza en detalle Jaeger, sino también a través de una épica muy peculiar, y a través de la poesía trovadoresca. Para comprobarlo señalaré las diferentes cualidades corteses que según Jaeger conforman esta ideología. Más tarde, en los capítulos correspondientes, pasaré a buscarlas en la poesía trovadoresca, el roman, y la épica de la corte de Alfonso VIII. De hecho, como veremos más adelante, en el caso concreto del Poema de mio Cid, nos encontramos con un texto épico bastante culto y de pretensiones históricas que sirvió para sustituir a sus presumibles fuentes, unos cantares totalmente orales de tipo más bien legendario.

 

I. C. 1-. d) Los componentes de la cortesía: disciplina, mansuetudo, clementia, affabilitas, decorum, facetia.

            La ideología cortés promulga una serie de virtudes, repetidas una y otra vez en los modelos vivos de los clérigos cortesanos y en la literatura áulica que acabo de mencionar. Todas ellas enfatizan la contención de los impulsos violentos y un ideal de sociabilidad, como prueba el hecho de que la palabra latina "disciplina" diera a entender en la época la posesión de costumbres corteses y educadas (The Origins 130). Quizás la más importante de las características corteses, según Jaeger, es la mansuetudo ("mansedad"). Mansuetudo es la virtud contraria a la ira y la venganza, y por ello era la cualidad que más insistentemente se intentaba inculcar en la clase guerrera:

Mansuetudo is the civic virtue par excellence. Its opposite vices, wrathfulness and vengefulness, entangle societies and social groups in destructive networks of conflict and make impossible the peace and tolerance necessary for civilized interaction. Mansuetudo is one of the dominant themes of medieval ethical writings: be slow to anger, tolerate wrongs for the sake of a more distant goal, do not seek revenge. (The Origins 37)

Mansuetudo es la virtud civil por excelencia. Sus vicios contrarios, la irascibilidad  y la vengatividad, atrapan a las sociedades y grupos sociales en redes destructivas de conflicto y hacen imposible la paz y tolerancia necesarias para la interacción civilizada. Mansuetudo es uno de los temas dominantes de los escritos éticos medievales: sé lento en enfadarte, tolera ofensas por amor de un fin más distante, no te vengues.

Mansuetudo está íntimamente relacionada con la virtud de la moderamen, moderatio, o mensura ("moderación" o "mesura"), y se consideraba una virtud especialmente propia de reyes y magnates, que, por supuesto, eran quienes más agudamente podían demostrarla, como auxiliar de la virtud de la clementia, es decir, "clemencia" (The Origins 149).

            Otra cualidad cortés es la affabilitas, es decir, "afabilidad". Esta cualidad, también denominada amabilitas o benignitas, enfatiza la sociabilidad del que la posee. Jaeger opina que esta virtud está directamente relacionada con la preocupación central de la vida cortesana: el mantener el favor del señor y su corte (The Origins 43). El hecho de que affabilitas fuera una cualidad  necesaria para mantener el favor del señor, y de que se encuentre principalmente en los elogios de damas no quiere decir, sin embargo, que no fuera una virtud apreciada también en el monarca y gobernante. De hecho, la affabilitas procede de los antiguos panegíricos clásicos de líderes:

Affabilitas has no tradition in the Bible or in early Christianity. It is a virtue of ancient Roman urbanity. It is a frequent term of praise for rulers in late antiquity. (The Origins 150)

La affabilitas no tiene tradición en la Biblia o la cristiandad temprana. Es una virtud de la antigua urbanidad romana. Es un frecuente término usado para el elogio de gobernantes en la Baja Antigüedad.

En opinión de Jaeger, este hecho debe recordarnos que, de hecho, todas las virtudes que comprenden la cortesía tienen su origen, en un alto grado, en la tradición clásica, especialmente romana, de descripción del perfecto hombre de estado. De hecho, en la Edad Media se tenía consciencia de este origen clásico (The Origins 113).[4] La principal fuente latina para conocer las virtudes del hombre de estado romano fue el De officiis ciceroniano, como revela la importancia que Cicerón otorga en esta obra a la virtud cardinal de la temperantia, cualidad que se transformará luego en la moderatio medieval (The Origins 115-16).

            Jaeger señala que otro de los componentes de la cortesía es la virtud, típicamente medieval, del decorum ("belleza, gracia"), puesto que en la Edad Media se entendía que la belleza honesta era claro indicio de virtud interior (The Origins 147). Pese a su aparente superficialidad, esta virtud es fundamental para entender el carácter lúdico de la cortesía. En efecto, la asociación de las virtudes corteses con la belleza, la gracia, la armonía, revela la esteticización del fenómeno cortés. Al ser descrita de acuerdo con esta cualidad, la vida misma del cortesano medieval es, por tanto, no sólo muestra de elegancia y virtud, sino una obra de arte de naturaleza lúdica.

            Este carácter lúdico se observa también en otra cualidad fundamental del hombre cortesano, la facetia ("facetia" o "ingenio"). Jaeger especifica que la facetia suele referirse a la forma de hablar: hablar facete es hablar bromeando, con ironía, juegos de palabras e ingenio, cualidad muy apreciada en la corte, donde se usaban mucho los encuentros verbales (The Origins 145). Además, la facetia ejerce una función muy específica en la vida cortesana: hablar facete, bromeando, puede ser el único modo de reprochar o recordar algo a un monarca sin peligro de ofenderle e incurrir en su ira (The Origins 163). No me cabe duda de que esta virtud se fomentaba en todas las cortes europeas del siglo XII y XIII, y entre ellas la castellana. Un importante testimonio del aprecio de la cualidad en la corte de Alfonso VIII de Castilla nos lo ofrece el sepulcro de don Diego López de Haro, alférez de Alfonso VIII, caudillo de la vanguardia cristiana en la batalla de Las Navas de Tolosa y famoso mecenas de trovadores. El sepulcro reza que don Diego López de Haro era, precisamente "facetus loqui, discretus" (Alvar 143), es decir, "ingenioso en el hablar, discreto". En todo caso, la facetia que se aprecia en don Diego López de Haro está, según Jaeger, relacionada con otra serie de cualidades que se consideraban necesarias para el buen ambiente de la corte: laetitia ("felicidad"), hilaritas ("alegría"), amicitia ("camaradería"), en oposición a los vicios de la ira y el resentimiento (The Origins 170). Como cualidad íntimamente relacionada con la facetia debemos considerar, por tanto, la joi ("alegría") trovadoresca, trasunto de la hilaritas latina, como luego veremos en detalle en el segundo capítulo, el dedicado a los trovadores de la corte de Alfonso VIII.

           

I. C. 1-. e) La liberalidad.

            Además, existe otra cualidad que, en mi opinión, debe ser considerada entre las virtudes corteses, pero que Jaeger no incluye en su lista. Se trata de la liberalidad. La liberalidad no es una cualidad tan innovadora como el otras virtudes corteses, ni aparenta tener ningún sentido monárquico a primera vista, por lo que Jaeger parece perfectamente justificado para excluirla. Como ha estudiado Georges Duby en The Early Growth of the European Economy. Warriors and Peasants from the Seventh to the Twelfth Century,[5] la generosidad, en forma de intercambio de regalos, parece formar parte de cualquier sistema político medieval. Es decir, la largueza no era una virtud promulgada en exclusiva por la ideología monárquica. Sin embargo, la generosidad era una virtud muy apreciada en la época de la cortesía. Aparece alabada continuamente, mencionándose siempre entre las demás cualidades corteses. En la Edad Media no se podía ser cortés sin ser generoso. Por tanto, considero que la liberalidad debe entenderse como una característica más de la persona cortés, conjuntamente con las que enumera Jaeger. Como se comprobará en los capítulos siguientes, la largueza era una cualidad particularmente importante en los textos literarios procedentes de la corte de Alfonso VIII, como los poemas trovadorescos, el Libro de Alexandre y el Poema de mio Cid.

 

I. C. 2-. Piedad.          

            Como se verá en el capítulo II, los poemas de los trovadores de la corte de Alfonso VIII, y algunos otros documentos procedentes de ella nos aseguran que las virtudes corteses que enumera Jeager eran fomentadas por este monarca. Sin embargo, las figuras modélicas propuestas por la corte de Alfonso VIII ostentaban, además, otras características que no entran dentro de la lista de la cortesía.

            La primera de ellas es la piedad religiosa. Podemos encontrar esta nueva virtud rastreando la documentación de la cancillería de Alfonso VIII, sobre todo en los años posteriores a 1195. Antes de esta fecha, la documentación cancilleresca ya usaba la fórmula de rey "Dei gratia", es decir, "por la gracia de Dios", una de las más usadas en la Edad Media para comunicar el origen divino del poder real (Nieto Soria 54). Prueba de ello es el encabezamiento del siguiente documento por el que Alfonso VIII concede ración en su corte para el Maestre y 8 caballeros de la Orden de Santiago:

(Christus, alfa y omega.) Presentibus et futuris notum sit quod ego Aldefonsus, Dei gratia rex Castelle et Toleti, una cum uxore mea Alienor regina, dono et concedo Deo et Ordini Jacobitano, et universis eiusdem ordinis fratribus in regno meo [. . .].

           Facta carta apud Ucles, era MCCXX, quinto idus Aprilis. (González  II, 672)

Sin embargo, a la hora de enumerar las virtudes reales, los documentos anteriores a la batalla de Alarcos enfatizaban la maiestas o "majestad" del rey. Esta palabra constituye un indicio más de la política monárquica de Alfonso VIII, ya que indicaba "la preeminencia o superioridad del poder real y el no reconocimiento de un poder superior" (Nieto Soria 118). Sin embargo, la situación de la documentación cancilleresca cambió tras 1195: el duro revés sufrido en Alarcos ante los almohades provoca una alteración en la política de Alfonso VIII. Como ha demostrado el historiador inglés Peter Linehan, tras la derrota, los documentos oficiales pasan a enfatizar la christianitas, o "cristiandad", en vez de la maiestas del rey (292).

            El que la fecha en que ocurrió el cambio se sitúe poco después de la rota de Alarcos no es una casualidad. Como vimos anteriormente, Alfonso VIII había recurrido a la ayuda papal poco antes de Alarcos para solventar una difícil situación diplomática. Respondiendo a la llamada del rey castellano, el papa Celestino III había enviado un legado a la Península en 1192. Esta mediación papal consiguió que León y Castilla firmaran la paz en Tordehúmos, acordando un tratado contra los almohades (Martínez Díez, Alfonso VIII 71-73). Es decir, Alfonso VIII había usado al Papa para conseguir objetivos políticos: obtener un tratado con León, y liderar a los reinos peninsulares en el enfrentamiento con el infiel. La lucha contra los almohades constituía una fuente de prestigio nacional e internacional para el rey de Castilla, puesto que estaba promocionada por el Papa. Por tanto, tenía como consecuencia directa el refuerzo del poder real.

            Alfonso VIII y sus consejeros se debieron de dar cuenta de lo efectivo que resultaba usar medios religiosos para obtener beneficios políticos. O quizás, ocurriera lo que sugiere Hernando Pérez, que tuvo lugar una "conversión" religiosa de Alfonso VIII (58). En cualquier caso, tras Alarcos Alfonso VIII decide enfatizar el lado religioso de su política, y pasar a promover la virtud de la christianitas. El cambio no se limitó al nivel puramente formal de la aparición de una nueva cualidad en la lista de las virtudes reales que aparecía en los documentos cancillerescos. Además, Alfonso VIII comenzó a usar metódicamente los nuevos instrumentos de que podía disponer gracias a su explícita asociación con la religión. Así, como sabemos, el rey castellano vuelve a recurrir al papa Celestino III para quejarse del comportamiento de los leoneses tras Alarcos, obteniendo de Roma la excomunión de Alfonso IX y su consejero y la indulgencia para todos aquellos que se enfrentaran al rey de León (Huici Miranda 180). Posteriormente, Alfonso VIII volvió a utilizar a la Iglesia para obtener objetivos políticos, al conseguir de Roma cartas predicando la cruzada de las Navas de Tolosa (Martínez Díez, Alfonso VIII 180). Además de usar este importantísimo apoyo político, Alfonso VIII también extrajo apoyo económico de su asociación con la religión. Como sabemos, el monarca castellano utilizó los recursos del clero del reino para financiar la costosísima cruzada de las Navas (Crónica latina 44).

            Por consiguiente, la política monárquica de la corte de Alfonso VIII se caracteriza, principalmente tras la batalla de Alarcos, por utilizar medios religiosos para sus propósitos. Como consecuencia de este modo de actuar, a partir de 1195 la documentación de la cancillería castellana propone la piedad religiosa, o christianitas, entre las virtudes de su principal figura modélica, el rey Alfonso VIII.

 

I. C. 3-. Sabiduría.

            Otra de las peculiares virtudes fomentadas por la corte de Alfonso VIII era la sapientia o "sabiduría". Al contrario de lo que ocurría con la piedad, la sabiduría no aparece citada expresamente en la documentación cancilleresca. Sin embargo, sí que se fomentaba indirectamente, como demuestran las dos pruebas siguientes. En primer lugar, sabemos que Alfonso VIII patrocinó la naciente Universidad de Palencia. Como indiqué más arriba, la sabiduría producida por esta institución se adecuaba perfectamente al proyecto monárquico de Alfonso VIII: en las aulas palentinas se educaba una generación de letrados que alimentaría la cancillería real.

            En segundo lugar, esta cancillería promovió indirectamente la sapientia como una de las virtudes básicas de la figura modélica. Por ejemplo, sabemos que Alfonso VIII se consideraba magister ("maestro") de una serie de alumpni ("alumnos"), que eran los diversos miembros de su corte (Rucquoi, "La royauté" 222). Es decir, mucho antes del reinado de Alfonso X, Alfonso VIII ya reivindicaba un ideal de sabiduría que tenía su lugar principal y especial en la corte (Rucquoi, "La royauté" 239). Además, esta relación maestro-alumno que proponía la propaganda real tenía unas claras connotaciones monárquicas: los súbditos de Alfonso VIII debían estar tan sometidos a él como lo estaban en un aula medieval los estudiantes a su profesor.

            En cualquier caso, tanto el patrocinio de la Universidad de Palencia como la trasposición de la relación maestro-alumno a un nivel político demuestran debidamente que la sabiduría o sapientia fue otra de las cualidades propuestas por la corte de Alfonso VIII.

 

I. C. 4-. Esfuerzo.

            La asociación de la sapientia a una cualidad aparentemente opuesta, la fortitudo, o fortaleza militar, constituía un tópico muy conocido y usado durante la Antigüedad y durante toda la Edad Media. En efecto, la capacidad intelectual en general, la sapientia, es una de las dos cualidades básicas del perfecto héroe épico, junto con el valor militar, o fortitudo. La idea de que fortitudo et sapientia son los componentes del héroe perfecto tiene, según Ernst Robert Curtius, origen homérico:

Homer holds that strength and intelligence in equipoise ([Illiad] VII, 288; II, 202; IX, 53) represent the optimum in warrior virtue. (171)

Homero sostiene que el equilibrio entre fuerza e inteligencia ([Ilíada] VII, 288; II, 202; IX, 53) representa el ideal de la virtud guerrera.

La Baja Antigüedad recoge la dualidad a través de las historias troyanas de Dictis y Dares (Curtius 175). De estas historias, la Edad Media la recoge en forma de tópico. Esto explica que se encuentre en la gran enciclopedia medieval de Isidoro de Sevilla, las Etymologiae, donde se afirma que:

[. . .] "hero is the name given to men who by their wisdom and courage are worthy of heaven" (Et., I, 39, 9). (citado en Curtius 75)

"Héroe es el nombre que se otorga a los hombres que por su sabiduría y valor son dignos del cielo" (Et., I, 39, 9).

En la cultura medieval la sapientia es esencial al héroe épico ideal: de hecho, el carecer de ella provoca a menudo su desgracia y caída. Así, por ejemplo, en el que es quizás el más influyente poema épico de la Edad Media en Occidente, la Chanson de Roland, esta deficiencia de los héroes (pues las cualidades de inteligencia y valor se hallan separadas y no unidas en Roldán, que representa la fortitudo, y Oliveros, cuya principal cualidad es la sapientia) es la que causa la trágica derrota de la retaguardia del ejército de Carlomagno en Roncesvalles.

            El tópico fortitudo et sapientia disfrutó de una singular fortuna en la España del Siglo de Oro, sostenida por escritores tan diferentes como Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Miguel de Cervantes o Francisco de Quevedo. Además, me parece que el tópico también se muestra en la Edad Media, y en concreto en la producción cultural procedente de la corte de Alfonso VIII. Ya hemos probado que la sapientia era una de las cualidades sostenidas por esta corte. Algo muy semejante ocurre con la fortitudo. Como muchos estudiosos han demostrado, la Península ibérica albergó una sociedad de frontera durante gran parte de la Edad Media (*biblio sociedad de frontera, sacar de Berceo). Esta constante situación de límite frente al territorio dominado por los musulmanes ibéricos promovió una sociedad guerrera, lista siempre para la lucha. En esta sociedad, la fortitudo era una cualidad indispensable.

            La situación fronteriza y bélica fue especialmente grave en el caso del reino de Castilla durante el siglo XII y la primera mitad del siglo XIII, sobre todo en los años correspondientes al reinado de Alfonso VIII. Ya hemos visto que la minoría del monarca fue un periodo plagado por guerras civiles e intervenciones foráneas. Posteriormente, las guerras ofensivas y defensivas, contra cristianos y musulmanes, ocuparon la inmensa mayoría del reinado. De hecho, Alfonso VIII planeó y participó personalmente en varias empresas guerreras de enormes proporciones: las guerras contra León, las dos enormes campañas contra los almohades, y la guerra contra Navarra. Alfonso VIII fue un rey guerrero, y su propaganda tuvo que hacerse eco del esfuerzo del monarca. No conservemos ningún documento cancilleresco que incluya la fortitudo entre las virtudes de Alfonso VIII. Sin embargo, los trovadores que acudieron a su corte sí que alaban su valor militar:

En la cort del plus savi rei

Que anc fos de neguna lei

Del rei de Castela 'N-Anfós

E qui era condutz e dos

Sens e valors e cortezia

Et engenhs e cavalairia,

Qu' el non era ohns ni sagratz

Mas de pretz era coronatz

E de sen e de lialeza

E de valor e de proeza.

           (Milà y Fontanals 125)

 

Quiero contaros una historia que escuché recitar a un juglar en la corte del rey más sabio que nunca haya habido en cualquier religión, del rey Alfonso de Castilla, que era hospitalario y dulce, juicioso, valiente, cortés y experto en caballería. No había sido ungido ni consagrado, pero estaba coronado de méritos, de buen juicio, de lealtad, de valor y de arrojo. (Castigos 93)

           Por consiguiente, dadas estas pruebas, creo que la fortaleza debe incluirse entre las cualidades características de las figuras modelo de su corte.

 

I. D. La literatura como bienes y la literatura como herramientas.

            Por consiguiente, las seis virtudes que forman parte de la cortesía, conjuntamente con la piedad, la sabiduría y el esfuerzo, constituyen las cualidades propuestas por la corte de Alfonso VIII. En este trabajo, voy a estudiar concretamente cómo estas virtudes aparecen en los textos literarios inspirados por la corte de este monarca. Es decir, propongo que estos textos tienen una relación de dependencia con respecto a la ideología de la corte de Alfonso VIII, y que contribuyeron a difundirla entre sus súbditos. Sostengo, por tanto, que los textos literarios estudiados fueron utilizados de una manera determinada. Esta visión de la literatura como un objeto con usos concretos se basa en las teorías de Even-Zohar, que voy a exponer a continuación.

 

I. D. 1-. Valor de uso de la literatura de la corte de Alfonso VIII.

            La lejanía en el tiempo y los grandes cambios experimentados en la historia de las ideas desde el siglo XII hasta nuestros días hacen especialmente difícil y peligroso el estudio de la literatura medieval. Los interesados en general pueden sentirse frustrados ante unas obras que no comprenden porque no responden a sus expectativas sobre lo que es literatura. Por su parte, el estudioso siempre corre el riesgo del anacronismo, es decir, de analizar los textos desde perspectivas contemporáneas que no tengan en cuenta las particularidades de la mentalidad medieval.

            No voy a pretender aquí haber evitado completa y satisfactoriamente estos dos peligros en mi estudio: no sé hasta qué punto será útil a los interesados, ni en qué medida iluminará la producción de la corte de Alfonso VIII sin caer en errores o anacronismos. Sin embargo, sí que sostengo que he realizado mi trabajo con una enorme cautela para procurar evitarlos. En esta tarea, he seguido una de mis convicciones primarias sobre la naturaleza de la literatura medieval: en mi opinión, el valor fundamental de la obra escrita[6] durante casi toda la Edad Media es un valor de uso. Es decir, sostengo que, en la Edad Media, el libro tiene una función eminentemente práctica. Esto se debe a que el precio de los libros en la época era enorme. El coste de mantener en la corte a un autor educado que compusiera la obra, el de preparar y adornar un pergamino en que conservarla, y el de remunerar al copista que la pusiera por escrito, era exorbitado. Tan caro era, que sólo los reyes, algunos magnates y algunos poderosos monasterios pudieron habérselo permitido.

Esto es lo que Joseph J. Duggan piensa que ocurrió en el caso del Poema de mio Cid:

A manuscript as that of the Cantar de mio Cid is likely to have been of such rarity in 1207 that it must have been copied for someone in high authority who could have afforded the expense it entailed or whose favor could have motivated a monastic scriptorium to absorb that expense. Documents were most frequently created in connection with the activities of kings, high nobles, and monasteries. (15)

Un manuscrito como el del Cantar de mio Cid debe de haber sido de tal rareza en 1207 que debe de haber sido copiado para algún poderoso que pudiera haberse permitido el gasto que suponía, o la búsqueda de cuyo favor podía haber llevado a algún scriptorium monástico a absorber ese gasto. Los documentos se componían la mayoría de las veces en relación a las actividades de los reyes, la alta nobleza, y monasterios.

El alto precio del proceso supone, además, que los patronos que encargaban las obras debían de perseguir con ellas objetivos prácticos concretos. Es decir, en la Edad Media, el libro era un objeto tan lujoso que normalmente el mero valor estético no justificaría ni rentabilizaría el gasto invertido en patrocinarlo. Por tanto, los textos compuestos debían de tener una utilidad práctica y primaria, muy distinta de la que hoy en día damos a la obra literaria, que es fundamentalmente estética.[7] En este trabajo, sostengo que el valor de uso de la literatura de la corte de Alfonso VIII es doble: los textos procedentes de esta corte tenían un valor como bienes, y también un valor como herramientas activas.

 

I. D. 2-. La literatura como un bien: el prestigio del rey de Castilla.

            Esta distinción entre valor de bienes y de herramientas se basa en las teorías de Even-Zohar. Este crítico israelí expone sus idea en dos importantes artículos, "La literatura como bienes y como herramientas", y "La función de la literatura en la creación de las naciones de Europa". En estos dos trabajos, Even-Zohar precisa que la cultura, y la literatura como parte de ella, se puede usar de dos formas básicas. En primer lugar, se puede utilizar como un bien, esto es, como una especie de riqueza material con valor propio:

En la concepción de la cultura como bienes, la cultura se considera como un conjunto de bienes valiosos, cuya posesión significa riqueza y prestigio. ("La literatura" 1).

Por tanto, según esta concepción, la literatura funciona como una fuente de prestigio. El prestigio es, ciertamente, una riqueza en sí mismo, y puede ser perseguido simplemente como tal. Además, el prestigio también puede ser fácilmente traducido en bienes materiales concretos, mediante el ejercicio del poder. Even-Zohar señala que

Sin duda, "poseer una literatura" (los textos y sus productores) equivale a 'poseer riquezas apropiadas para un poderoso gobernante'. Es un importante componente de lo que quisiera llamar "los indispensabilia del poder". ("La literatura" 4)[8]

Even-Zohar aclara lo que son estos "indispensabilia" en la siguiente cita:

Por consiguiente, "poseer una literatura" equivale a "poseer riquezas apropiadas para un poderoso gobernante". Es un importante componente de lo que he denominado "los indispensabilia del poder". Hablando en un sentido semio-cultural, "ser" una person-in-the-culture, "persona-en-la-cultura" diferenciada (Voegelin, 1960), a cualquier nivel, siempre supone poseer y utilizar un repertorio propio de bienes y procedimientos. Por ejemplo, ser "un francés" probablemente conlleva preferir beber vino a agua... Ser un rey, o un gran emperador, desde tiempo inmemorable, implica poseer edificios de cierta magnitud, con esculturas y con pinturas murales o relieves, y mucho más. Si todavía no poseyese estas propiedades, entonces tendría que preocuparse de crearlas. También son necesarios otros ingredientes, en realidad demasiados como para describirlos aquí en detalle, entre los cuales es inevitable contar con los servicios de recitadores, "poetas", cantantes y bailarines, o un conjunto de intérpretes que formen "un teatro". ("La función" 362-63)

Es decir, el poseer una brillante literatura es uno de los elementos que se le suponen, por ejemplo, a un gran monarca: forma parte de la imagen ideal de un monarca tanto como la posesión de una corona, un cetro, un ejército o un gran palacio. Debido a esto, el monarca se ve, en cierto modo, obligado a fomentar la literatura. En efecto, esos textos son bienes indispensables (los famosos indispensabilia) para alguien en su posición.

            No resulta complicado aplicar estas ideas al caso de Alfonso VIII. Un monarca medieval como él estaba hasta cierto punto forzado a patrocinar una literatura, puesto que ésta era un bien que se le suponía. Es decir, como rey castellano, Alfonso VIII debía continuar con la tradición de literatura cortesana de, por ejemplo, dos de sus más famosos predecesores, Alfonso VI y Alfonso VII. Además, tenía que intentar emular la brillante literatura de las cortes más poderosas de su época: la del emperador alemán, la de Enrique II de Inglaterra, la de Alfonso II de Aragón, etc. En este sentido, la literatura de la corte castellana debía estar a la misma altura que los poderosos ejércitos del reino, para mantener la percepción exterior e interior de Castilla como potencia europea. Es decir, el poseer una literatura brillante era, para Alfonso VIII y para Castilla, una cuestión que giraba en torno al esfuerzo por mantener y aumentar un prestigio que se les suponía de antemano. Como expliqué anteriormente, Alfonso VIII debió de buscar este prestigio con mayor ansiedad que otros monarcas europeos contemporáneos, debido a su peculiar situación de rivalidad con el reino de León, a la que aludí anteriormente. Por ello, podemos también interpretar que el fomento de la literatura castellana en esta época respondió, al igual que la promoción de la literatura trovadoresca, a la intención de competir con la producción literaria leonesa. Por todo ello, debido a esta búsqueda de prestigio, el uso de la literatura de la corte de Alfonso VIII debe ser entendido como un ejemplo de lo que Even-Zohar denomina "literatura como bienes".

 

I. D. 3-. La literatura como herramienta: el intento de consolidación del poder real por medio de la literatura.

            Sin embargo, este valor de uso de la literatura como un bien, esto es, como una fuente de prestigio, no debió de justificar por sí sólo el enorme gasto que suponía el patrocinio de tantas obras literarias. La principal motivación que llevó a Alfonso VIII a efectuar tales desembolsos debió de ser más poderosa: debió de ser la consideración del efecto que tales textos podrían tener en la realidad de su tiempo. Estamos ya en el segundo uso que distingue Even-Zohar, la literatura como herramienta, es decir, como un instrumento: "En la concepción de la cultura como herramientas, la cultura se considera como un conjunto de herramientas para la organización de vida, a nivel colectivo e individual" ("La literatura" 2). Even-Zohar explica que estas herramientas pueden ser de dos tipos básicos: las pasivas, que "son los procedimientos con cuya ayuda la 'realidad' se analiza, se explica, y llega a 'tener sentido' para los seres humanos" ("La literatura" 2); y las activas, que "son los procedimientos con la ayuda de los cuales un individuo puede manejar cualquier situación ante la que se encuentre, así como producir también cualquier tipo de situación" ("La literatura" 2). Es decir, la literatura como herramienta pasiva sirve para entender el mundo; la literatura como herramienta activa se usa para transformar el entorno.[9]

            La tesis fundamental de este trabajo es proponer que la serie de textos producidos por la corte de Alfonso VIII debe verse como un todo que comparte una particular función de herramienta. Es decir, todas las obras estudiadas pretenden alterar la realidad de su tiempo en una forma determinada. Este objetivo común es el fortalecimiento del poder del monarca. En los capítulos siguientes, recurriré al análisis de los textos literarios producidos en la corte castellana en los años de su reinado. En mi opinión, sólo una indagación profunda en la naturaleza de su valor de uso como herramientas activas hará posible su comprensión adecuada en el contexto de la época, por una parte, y la demostración de mi teoría, por otra.


 

 

NOTAS

[1] Sin embargo, Bumke propone otra explicación al auge de la literatura cortés en esta época: el escapismo idealizante (4). Aunque esta tesis, paralela a la de Johan Huizinga (Autumn 85), no debe ser totalmente descartada, considero que las ideas de Jaeger contribuyen más profundamente al análisis del fenómeno cortés.

[2] Si la tesis de Jaeger en torno al origen de la ideología cortés en la corte imperial alemana es cierta, se podría interpretar que el intento de Alfonso VIII de enlazar su casa con la de los Hohenstaufen alemanes, mediante el matrimonio de su primogénita doña Berenguela y el príncipe alemán Conrado (Martínez Díez, Alfonso VIII 71), seguía, entre otros, el propósito de asociar su corte con la que había producido la ideología que procuraba difundir.

[3] Aparte del Libro de Alexandre, que se podría entender como un roman de “materia romana”, es decir, clásica, no se conserva ningún roman de la época de Alfonso VIII, aunque Miguel Garci-Gómez ha argüido poco convincentemente que el Poema de Mio Cid tiene numerosos elementos de ese género. El mismo problema ofrece el género histórico, ya que no tenemos ninguna crónica escrita en la corte castellana durante la vida de Alfonso. Sin embargo, la Historia de rebus Hispaniae de Jiménez de la Rada, aunque compuesta ya durante el reinado de Fernando III y probablemente por inspiración suya, fue escrita poco después de la muerte de Alfonso VIII y puede responder a una ideología concebida en su corte y durante su reinado.

[4] Según Bumke, la visión de la cortesía como una restauración de virtudes clásicas está de acuerdo con un modo de pensamiento típicamente medieval: la tendencia a disfrazar toda innovación bajo la apariencia de una restauración (14-15).

[5] En este trabajo, Duby aprovecha una idea que Marcel Mauss expuso en su famoso libro The Gift: Forms and Functions of Exchange in Archaic Societies.

[6] En mi trabajo voy a tratar exclusivamente de obras que se nos han conservado en manuscritos, por la sencilla razón de que la literatura oral de la corte de Alfonso VIII, que indudablemente existió, no ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, con estas afirmaciones no quisiera implicar que algunos de los textos analizados, como, particularmente, las canciones trovadorescas y el Poema de mio Cid, no se representaran de forma oral.

[7] En este sentido, estoy totalmente de acuerdo con Francisco Bautista Pérez, quien en "Materia carolingia en la literatura medieval española" también advocó un valor de uso para la literatura medieval en general, y para la Gran Conquista de Ultramar en particular.

[8] Como se puede observar a partir de estas citas, el español de Even-Zohar puede llegar a ser bastante peculiar. Pese a ello, no lo corrijo, y ofrezco siempre la cita exacta.

[9] Se trata de un procedimiento bastante común en la Edad Media. En su libro The Three Orders: Feudal Society Imagined, el famoso medievalista Georges Duby ha demostrado que, en esta época, a menudo una ideología "is not a reflection of life, but a project for acting on it" (7), "no es un reflejo de la vida, sino un proyecto para actuar sobre ella".

* (nota del editor web: se refiere el autor a páginas precedentes de su tesis doctoral, de la que extraemos este capítulo)

 

Nota del editor web

En fichero PDF ofrecemos el índice de la tesis del profesor

Sanchez Jiménez, y remarcado el capítulo objeto de este estudio.

También se puede acceder al texto completo de la tesis.

 

 

Detalle del retablo de la iglesia de la Cartuja de Miraflores, tallado en madera por Gil de Siloé y policromado y dorado por Diego de la Cruz.

 

 

 

 

LAS VIRTUDES DE LA CORTE

ANTONIO SÁNCHEZ JIMÉNEZ
 

Tesis doctoral, Univ. de Salamanca
LA LITERATURA EN LA CORTE DE ALFONSO VIII