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El hambre, la guerra y la peste constituyen la trilogía de grandes catástrofes tradicionalmente asociadas a esa profunda desgarradura que conoció la Europa feudal en la decimocuarta centuria y que la historiografía denomina crisis del siglo XIV. La Península Ibérica no se vio libre de dichos azotes. Aunque con intensidad diversa, según las épocas y las regiones, los reinos hispánicos vivieron en el siglo XIV numerosos períodos de malas cosechas y hambres subsiguientes (los malos años de los documentos), interminables guerras que ocasionaron enormes destrozos, ante todo en el medio rural, y la proliferación de pestes mortíferas. De todas éstas, la que causó mayor impacto fue, sin ningún género de dudas, la difundida a mediados de la centuria, la tristemente célebre Peste Negra. Fue tal la impresión que produjo a quienes la conocieron que hicieron de ella el punto de partida de los posteriores ramalazos pestilentes. llamándola la primera mortandad. Esta fue la primera et grande pestilencia que es llamada mortandad grande, dice la crónica del monarca castellano Alfonso XI, añadiendo a continuación que causaba estragos desde 1348 en las partes de Francia et de Inglaterra, et de Italia, et aun en Castiella, et en León, et en Extremadura, et en otras partidas.

No es fácil reconstruir ni la cronología ni el itinerario seguidos por la Peste Negra en su propagación por la Península Ibérica. Las fuentes más antiguas acerca de la epidemia datan de marzo de 1348, en tanto que los testimonios más tardíos se refieren a marzo de 1350. De acuerdo con esta información, la Peste Negra habría actuado en las tierras penínsulares durante un período de dos años como mínimo. Si prestamos nuestra atención al itinerario de la mortandad, observaremos cómo puede reconstruirse, en sus líneas generales, el de la Corona de Aragón, que ha conservado fuentes mucho más explícitas, pero no el de los restantes reinos hispánicos.

La peste se propagó al Occidente de Europa a través del Mediterráneo. No tiene por ello nada de extraño que las primeras tierras hispánicas afectadas fueran las islas Baleares, concretamente Mallorca. Allí, en la villa marinera de Alcudia, falleció a fines de marzo de 1348 un tal Guillem Brassa, la primera víctima documentada. Poco tiempo después prendió en la Península. En los primeros días de mayo está documentada la presencia de la muerte negra en la costa catalana (en concreto en Barcelona y en Tarragona). En el mismo mes, aunque en día no precisado, la peste actuaba en la ciudad de Valencia. En el citado mes de mayo de 1348 había llegado al sur de la Península, pues, según el testimonio transmitido por Ibn Hatima, estaba causando víctimas en la ciudad musulmana de Almería. Volviendo al ámbito de la Corona de Aragón, sabemos que la epidemia se difundió desde la zona litoral hacia las regiones del interior. Es probable que desde Barcelona se propagara a Lérida y desde esta población a Huesca, donde nos consta su presencia a finales de septiembre. Más tarde se extendería a Zaragoza, adonde llegó cuando el monarca Pedro IV estaba reunido con las Cortes de Aragón. Estant en los tractaments de les dites corts comenya la gran mortaldat, se lee en la Crónica del Ceremonioso. Esto sucedió, presumiblemente, entre fines de septiembre y comienzos de octubre de 1348. Simultáneamente, la peste se habría propagado desde Valencia a Teruel, víctima de sus estragos, al parecer, desde fines de julio. Señalemos, por último, que las tierras aragonesas fueron, según todos los indicios, la antesala de Navarra, adonde la mortandad llegaría hacia el mes de octubre.

Es mucho más difícil reconstruir el itinerario seguido por la mortandad en el reino castellano-leonés, en el reino de Portugal o en la Granada nazarita. Por de pronto, la referencia antes citada sobre la presencia de la peste en Almería no tiene continuidad en otras fuentes de información. Asimismo, el dato ofrecido por la crónica de Alfonso XI, cuando afirma que en 1348 la epidemia actuaba en Castilla, León y Extremadura, resulta demasiado escueto y parcial, y de él se obtienen muy pocas conclusiones. El profesor Ubieto ha intentado reconstruir el itinerario de la Peste Negra en tierras de Castilla y Portugal basándose en las vacantes producidas en las sedes episcopales. Pero estos datos, aparte de imprecisos, pueden estar en contradicción con otras fuentes, por lo que resulta muy arriesgado deducir que el fallecimiento de un determinado obispo se debió necesariamente a la peste. Así, la probable presencia de la epidemia en Santiago de Compostela entre los meses de marzo y julio de 1348, que, según Ubieto, pudo haber sido llevada por un peregrino, se contradice con lo que se lee en los documentos. Según un testimonio aportado por el profesor Portela, la mortandad no pudo llegar a Galicia como mínimo antes de finales de julio de 1348 (despoys de esto... (el día de Santiago de julio) ... que veera ao mundo tal pestilencia e morte ennas gentes) y, lo más probable, no antes de octubre. A partir de octubre, la peste, según diversos indicios, había llegado a tierras asturianas, leonesas y del norte de Portugal. La siguiente indicación cronológica acerca de la mortandad data de los meses de junio y julio de 1349, época en la que murieron varios miembros de la comunidad judía de Toledo. Sucumbió de la peste, que sobrevino con impetuosa borrasca y violenta tempestad, se lee, por ejemplo, en la inscripción funeraria de David ben Josef aben Nahmias. La última referencia procede de los primeros meses de 1350. La Peste Negra, por esas fechas, estaba presente en la zona próxima a Gibraltar, cobrándose entre otras víctimas al propio rey de Castilla Alfonso XI.

 

 

 

Consecuencias demográficas de la Peste Negra

 

Ciertas interpretaciones simplistas hicieron de la Peste Negra el punto de partida de la crisis del siglo XIV. Ese punto de vista ha sido completamente abandonado por la historiografía contemporánea. Pero eso no significa negar que las mortandades del siglo XIV, y en primer lugar la más importante de todas, la Peste Negra, tuvieron una incidencia muy acusada en diversos aspectos, desde los estrictamente demográficos hasta los relacionados con la psicología colectiva y las manifestaciones de la vida del espíritu.

Sin duda fue en el terreno demográfico donde el impacto de las mortandades se hizo sentir de manera más directa. Medir su alcance efectivo es, no obstante, sumamente difícil, pudiéndose señalar a lo sumo algunas tendencias indicativas. Así se piensa que, en general, la epidemia causó mayores estragos en las zonas litorales que en las interiores. Igualmente se estima que la pestilencia se propagaba con mayor facilidad en los núcleos urbanos, en los que el contagio era mayor que en los rurales. Por lo que se refiere a su incidencia social, parece que sus efectos fueron más acusados entre las capas populares que entre los poderosos. No obstante, hasta los reyes podían sucumbir a la epidemia, según se vio en el caso de Alfonso XI de Castilla. Los judíos, acusados de provocar el mal, no fueron respetados por la mortandad, lo que se comprueba analizando las inscripciones funerarias del cementerio hebraico de Toledo. De un total de 25 inscripciones fechadas entre 1205 y 1415, nueve son del año 1349, indicándose en todos los casos que aquéllos murieron a consecuencia de la peste.

Cuantificar la mortandad causada por la Peste Negra es de todo punto imposible, salvo, a lo sumo, para determinados ámbitos regionales o locales. Por lo que se refiere a los reinos peninsulares, los estudios de esta naturaleza afectan, preferentemente, a la Corona de Aragón Recordemos algunos ejemplos significativos. Entre 1342 y 1385 la población de Teruel disminuyó en un 37 por 100 y, si tenemos en cuenta el conjunto formado por la ciudad y sus aldeas, en un 35,8 por 100, según investigaciones de Russell Aunque la Peste Negra no fuera la única responsable de ese descenso, producido en el transcurso de casi medio siglo, cabe pensar que su protagonismo en el mismo fue muy grande. En la plana de Vic, según los trabajos realizados por Pladevall, la población experimentó un retroceso espectacular a consecuencia de la Peste Negra, pasando de unos 16.500 habitantes antes de la primera mortandad a sólo unos 5.500 con posterioridad a la misma, lo que representaría la pérdida de unos dos tercios de sus efectivos demográficos. En Mallorca, de acuerdo con los estudios de Santamaría, perecieron el 4,4 por 100 de los habitantes de la ciudad de Palma y el 23,5 por 100 de los residentes en los núcleos rurales. Si de la Corona de Aragón pasamos al reino de Navarra, encontraremos un panorama semejante. Así, en la merindad de Estella, basándonos en los datos aportados por Carrasca, hubo un brusco descenso poblacional entre 1330 y 1350, siendo lógico pensar que la causa principal del mismo fuera la gran mortandad. Claro que, en sentido contrario, hay igualmente algunos ejemplos ilustrativos de regiones o de comunidades poco afectadas por la pestilencia. En la plana de Castellón, como ha demostrado Doñate, no hubo mortandad por este motivo y apenas causó víctimas entre los Hospitarios de Aragón, como ha probado Luttrell.

La mortandad ha sido igualmente estudiada a través de caminos indirectos, como las vacantes en los cargos eclesiásticos o municipales, la multiplicación de los testamentos, el aumento del número de huérfanos, etc., aunque es muy difícil efectuar progresos importantes en el terreno de la cuantificación de las mortandades. Parece, en cambio, más fructífera la investigación acerca de los despoblados. En principio hay que admitir que existe una estrecha relación entre la propagación de epidemias de mortandad y el incremento del número de despoblados. Es evidente que éstos pueden producirse en cualquier época y obedecer a las más variadas causas. El abandono de un lugar raramente se produce de golpe. Lo habitual es que a la despoblación se llegue a través de un proceso, más o menos largo, por lo que difícilmente puede achacarse a la Peste Negra un papel de protagonismo exclusivo. Pero no es menos cierto que la primera gran mortandad incidió de forma directa en el proceso despoblador, realidad indiscutible en los reinos hispánicos desde mediados del siglo XIV. Cabrillana, el principal estudioso de los despoblados en la Península Ibérica, ha afirmado categóricamente que la aparición en España de la Peste Negra borró del mapa, para siempre, buena cantidad de lugares. Conviene advertir, sin embargo, que el abandono de un núcleo de población no presupone necesariamente que todos sus habitantes hubiesen fallecido. Con frecuencia se despoblaban aquellos lugares con unas condiciones de explotación de la tierra poco favorables, por más que la presencia de la epidemia fuera el aldabonazo definitivo.

En Cataluña, numerosas tierras quedaron abandonadas a raíz de la propagación de la Peste Negra. Son los masas rónecs de los documentos, que tanta importancia tuvieron, algunos años más tarde, en la génesis del alzamiento remensa. Por lo que se refiere a Portugal, l. V. Gonlçalves ha aportado testimonios documentales de numerosos lugares que se despoblaron tras el impacto de la pestilencia (Ponte de Lima, Santar, Vale de Lobo, Ferreira, etc.). En los libros de cuentas del cabildo catedralicio de Burgos del año 1352, el racionero inscribió como vacías a diversas heredades, presumiblemente a consecuencia de la Peste Negra. El Becerro de las Behetrías, confeccionado hacia 1352, registra numerosos núcleos de población de la cuenca del Duero abandonados, acaso a raíz de la gran mortandad. En algunos casos se menciona explícitamente la peste, como en Estepar, del que se dice: desde la mortandad acá non pagan martiniega que se hyermó el dicho lugar. En el obispado de Palencia, Cabrillana, contrastando una estadística de la citada diócesis del año 1345 con el mencionado Becerro de las Behetrías, ha llegado a la conclusión de que sobre un total de 420 lugares que figuran en el primer testimonio documental, 88 habían desaparecido en el segundo, es decir, el 20,9 por 100. La causa de dicho abandono no podía ser otra sino la difusión de la Peste Negra en el territorio aludido. Es posible que estas conclusiones deban de ser matizadas (algunos núcleos de población no figuran en el Becerro por razones que ignoramos, pero no porque se hallasen deshabitados; el proceso despoblador en la Tierra de Campos venía de atrás, etc.), pero en cualquier caso la incidencia de la mortandad parece evidente.

Otro aspecto demográfico, relacionado con la propagación de la Peste Negra, fue la acentuación del proceso migratorio del campo a la ciudad. Nada importaba que en los núcleos urbanos las posibilidades de contagio fueran mayores. Las gentes que huían despavoridas de las miserables aldeas creían encontrar en las ciudades no sólo un trabajo mejor remunerado (por el alza de los salarios de los menestrales), sino también un apoyo psicológico a su desamparo. Esta corriente migratoria hacia las ciudades ha sido probada, entre otros, por Cuvillier, al estudiar el caso de Vic.

 

 

Consecuencias económicas y sociales

 

La Peste Negra tuvo, asimismo, importantes consecuencias de carácter económico y social en la Península Ibérica. Aunque la gran mortandad no fuera el punto de partida de una profunda crisis, que arrancaba de atrás y tenía otras motivaciones en su génesis, vino a acentuar sin duda el desarrollo de un proceso de claro signo depresivo. Ahora bien, la influencia de las pestilencias no fue en todos los casos negativa. Se beneficiaron de las mismas aquellos que pudieron aumentar su patrimonio inmobiliario, al incorporarse heredades de parientes fallecidos. También salió ganando de la Peste Negra la ganadería lanar, cuya expansión, según algunos autores, tuvo mucho que ver con la propagación de la gran mortandad. No obstante, a la hora de calibrar el impacto de la Peste Negra prevalecieron sin duda los aspectos negativos. Fueron éstos, limitándonos a los más significativos, el brusco aumento de los precios y de los salarios, el retroceso de la producción agraria, la caída de las rentas señoriales y la acentuación de la conflictividacJ social, puesta de manifiesto inmediatamente en los pogroms antijudaicos

La difusión de la Peste Negra tuvo un efecto inmediato en la vida económica de los reinos hispánicos. Por de pronto se produjo un incremento impetuoso tanto en los precios de los productos agrarios y manufacturados como en los salarios de jornaleros y menestrales En la plana de Vic el precio de la quartera de trigo pasó de cinco a quince sueldos en el período comprendido entre julio de 1348 y julio de 1349 En las Cortes de Valladolid de 1351 se dijo que los jornaleros del campo demandan presr;:ios desaguisados.. en manera que los duennos de las heredades non lo pueden cumplir, en tanto que los menesteriales.. vendlan las cosas de sus offiçios a voluntad et por muchos mayores presçios que vallan. Esta situación, fruto de la carestía alimenticia y de la disminución de la mano de obra, impulsó a los pode les públicos a tomar medidas urgentes En un corto período de tiempo, de un extremo a otro de la Península se dictaron numerosos ordenamientos de precios y de salarios, que pretendían contener la inflación, al tiempo que se regulaba severamente el régimen laboral. Medidas de ese tipo se tomaron en el reino de Aragón (Cortes de Zaragoza de 1350), en el de Castilla (Cortes de Valladolid de 1351), en el de Portugal, en Mallorca, etc. Claro que las disposiciones oficiales de poco servían, pues los precios y los salarios, particularmente estos últimos, continuaban disparándose.

La gran mortandad y el proceso de despoblación rural que le siguió repercutieron sin duda en la producción agraria, que experimentó, en términos generales, un retroceso, imposible de cuantificar, pero claramente perceptible en la documentación de la época. Los masas abandonados que registran las fuentes catalanas, las heredades vacías de que se habla en los testimonios documentales castellanos y, en general, las tierras que se dejaron de cultivar en los lugares despoblados se tradujeron, de manera inmediata, en una disminución global de la producción agraria. Paralelamente la vegetación natural recuperaba su predominio en numerosos lugares. Hablando de Portugal, Oliveira Ramos ha llegado a afirmar, no sin exageración, que la Peste Negra marca el fin de la época agraria y el comienzo del predominio de la ciudad.

La caída de las rentas señoriales, fenómeno característico de la decimocuarta centuria, según ha puesto de relieve la historiografía contemporánea, está asimismo relacionada con la Peste Negra. La mortandad supuso para los señores una disminución del número de sus dependientes y, por tanto, una merma de sus rentas. De las mortandades acá -se lee en las Constituciones del obispo ovetense D. Gutierre del año 1383- han menguado las rentas de nuestra Eglesia cerca la meatad dellas, ca en la primera mortandad fueron abaxadas las rentas de tercia parte, e después acá lo otro por despoblamiento de la tierra ... En las tierras aragonesas de los Hospitalarios, los arrendatarios no pudieron hacer frente a las obligaciones contraídas, por lo que disminuyeron los ingresos de la Orden. También perjudicó a la clase señorial el alza de los precios y de los salarios, pues sus ingresos procedían, en una parte sustanciosa, de tributos fijos.

En el terreno social, la propagación de la Peste Negra tuvo una incidencia inmediata. La acusación lanzada contra los judíos, a quienes se achacaba el origen de la epidemia, aunque no se apoyaba en ninguna prueba concluyente, prendió rápidamente en la sensibilidad popular, propicia a las iras antisemitas. De ahí que en el mes de mayo de 1348, apenas unos días más tarde de la aparición de la peste en la ciudad, el call o aljama judaica de Barcelona fuera asaltado. La ola antisemita se extendió al resto de Cataluña, afectando a los calls de Cervera y Tárrega y, en menor medida, a los de Lérida y. Gerona. En tierras de la Corona de Castilla, por el contrario, no hay noticias de furores antisemitas. No obstante, en 1354 se registró un ataque a la judería de Sevilla, pudiendo sospecharse que fuera consecuencia lejana del clima creado a raíz de la difusión de la Peste Negra.


 

 

 

La peste, una realidad cotidiana

 

Las fuentes documentales de la segunda mitad del siglo XIV nos han transmitido abundante información de los ramalazos pestilentes que asolaron a los diversos reinos hispánicos. Con frecuencia aproximadamente decenal, una nueva mortandad se abatía sobre un determinado territorio de la Península Ibérica o sobre el conjunto de ella. Ahora bien, ninguna de las nuevas oleadas pestilentes alcanzó la magnitud de la Peste Negra Si los cronistas reseñaron puntualmente todos los brotes de mortandad posteriores a 1350, quizá fuera por el enorme impacto que la muerte negra les causó.

En la Corona de Aragón la peste se difundió nuevamente en torno a los años 1362-1363. Sus víctimas principales, al menos por lo que se refiere a Cataluña, fueron los niños Por las mismas fechas se registró en Navarra otro brote epidémico. El médico converso Juan de Aviñón, residente en Sevilla, afirmaba que entre 1363 y 1364 fue gran mortandad de landres en las ingles y en los sobacos en aquella ciudad. Pero quizá esta epidemia afectó a todo el reino de Castilla. Cuando el monarca castellano Pedro I solicitó al concejo de Sahagún, en 1364, que le enviara 30 ballesteros, le respondieron que la villa estaba muy pobre e menguada, non aviendo y gentes segund que de antes de las mortandades avía, porque los más dellos eran muertos.

En la década de los setenta reapareció la peste En 1371 estaba causando estragos en el campo catalán (fue la denominada mortalidad dels mitjans). En 1373-1374, un cronista castellano afirmaba que la tierra padecía la tercera mortandad Hacia 1380, las actas municipales de Murcia hablaban de la gran presencion de la mortandat que ha seydo e es aun agora en esta dicha cibdat. En 1381 había peste en tierras catalanas; en 1382, en Navarra, y en 1384, en el reino de Aragón. En los últimos años del siglo XIV, una vez más surgieron brotes epidémicos en diversos lugares de la Península, desde los campos de Cataluña hasta los de Sevilla

La peste era un fenómeno endémico, que reaparecía cada poco tiempo. Pero la repetición de oleadas de mortandad que afectaron a los reinos hispánicos en la segunda mitad del siglo XIV puede inducimos a error. En realidad, las grandes heridas abiertas por la Peste Negra comenzaban a curarse. Durante la primera mitad del siglo XV la Península fue nuevamente azotada, cada cierto número de años, por epidemias de mortandad, y, sin embargo, la recuperación demográfica, en aquellas fechas, era un hecho cierto. También en el orden económico y social se estaba produciendo una adaptación a las nuevas circunstancias. La Peste Negra, con su trágico cortejo de horrores, era ya, desde la perspectiva del siglo XV, un simple recuerdo del pasado.


 

   

 
 

 

LA PESTE NEGRA.
LA MUERTE NEGRA EN LA PENÍNSULA

 

Julio Valdeón
Catedrático de Historia Medieval.
Universidad de Valladolid