Biblioteca Gonzalo de Berceo

 

Antes del siglo VIII el territorio que va a ser la actual Rioja carecía de personalidad propia, no constituía una unidad administrativa ni tenía unidad cultural.
   La Rioja, lugar de encuentro y cruce, va a adquirir su personalidad en la lucha y tensión fronteriza. La riqueza de la región, la feracidad y relativo apartamiento de sus valles, junto con los caminos naturales que la cruzaban fueron haciendo de ésta, una zona apetecible. El nombre de La Rioja va ir cristalizando y señalando un habitat que con el paso del tiempo tendrá una entidad propia y diferenciada del resto de los territorios que la circundan. La Rioja pertenece en época antigua a la provincia de la Tarraconense. Su romanización fue muy desigual, influyendo más en la llanada del Ebro que en las tierras interiores de los valles de los afluentes de dicho río.
   Sobre el territorio actuaron las irrupciones de los suevos, vascos y bagaudas dando una situación de inseguridad a lo largo del siglo V.
   La sumisión de la Tarraconense al poder de los visigodos, hacia el 472, venía a instaurar un principio de orden; pero el ambiente general se fue empobreciendo con el paso de los siglos. Las ciudades se ruralizan y los valles pierden todo recuerdo de vida urbana, encerrándose en sí mismos. La civilización, unida a la cristianización, va a perdurar gracias a la actuación de los monjes o ermitaños que tan numerosos van a ser en La Rioja. Así llegamos al siglo VIII cuando hacen su aparición las huestes del Islam. Apenas puede decirse que hubo resistencia.

Cronológicamente los musulmanes permanecen en el valle del Ebro medio desde el 714 al 1119. Este período va a ser el contemplado por nuestro trabajo y vamos a establecer tres jalones importantes en este período:

1 .• Época del 714 al 923: Época de sumisión total al Islam. Actuaciones de los reyes de Asturias que atacarán y despoblarán parte del territorio. Insumisión de Córdoba con la aparición en escena de los Banu Qasi. Primeros asentamientos definitivos en La Rioja de los cristianos: Cellorigo, Pancorbo, Pazuengos y Grañón.

2 .• Época del 923 al 1045: Grandes avances de la Reconquista: toma de Nájera y Viguera. Para algunos autores (A. Ubieto) la Reconquista comienza con la toma de estos dos núcleos. Organización polítca y administrativa. Repoblación.

3 .• Época 1045 a 1119: Se finaliza la Reconquista con la toma de Calahorra y el resto de La Rioja, que ya no se verá influida por el Islam, puesto que Alfonso I el Batallador conquista Zaragoza, en el 1118 y Tudela y Tarazona en en 1119, quedando bajo la cruz el valle medio del Ebro.

Los hechos políticos ocurridos en La Rioja, en el período de tiempo que comprenden estas tres épocas, es decir, desde 714 a 1119, han sido reseñados en artículos anteriores de esta misma obra, a los que remitimos a nuestros lectores.

La repoblación de La Rioja

Tres actividades fueron básicas para la configuración lenta y difícil de nuestros reinos hispanocristianos a los largo de la Edad Media.
   La primera de dichas actividades fue de carácter militar y de ella nos hemos ocupado anteriormente al hablar de la Reconquista.
   La segunda, que se halla íntimamente vinculada con la anterior, en cuanto que resultaba indispensable para consolidarla, poseía una especial significación socioeconómica y se hallaba representada por el establecimiento en las nuevas tierras conquistadas de gentes que restauraban las formas de vida.
   Esto es lo que en síntesis llamaremos Repoblación: la tercera actividad es la representada por los anhelos espirituales, que queda fuera de este trabajo.
   La Repoblación constituye uno de los fenómenos históricos más apasionantes de nuestra Edad Media. Supone la expansión tenaz, perseverante y laboriosa de la sociedad cristiana hacia el sur, con plena conciencia para quienes la efectúan, de que llevan a cabo la ocupación permanente por una población estable que roturará y ordenará las tierras en zonas amenazadas por el ataque de los musulmanes.
   La Repoblación es uno de los fines de las monarquías hispanocristianas para dar la mayor «honra» al reino. Así se manifiesta en el preámbulo del Fuero de Logroño dado a esta ciudad por Alfonso VI en 1095.

AMBITO CRONOLOGICO DE LA REPOBLACION

La base de partida viene indicada por el comienzo de la resistencia cristiana frente a los musulmanes, es decir, durante el propio siglo VIII. La finalización es mucho más compleja.
   Podríamos dar por finalizada la Repoblación en 1300 por dos factores importantísimos: primero la aparición de la Peste Negra, que diezmará la población y por tanto, el empuje de ésta en las zonas tomadas; segundo, la paralización de la Reconquista que no volverá a surgir hasta la toma del reino de Granada, 125 años más tarde.

Lo extenso del período nos hace marcar etapas:

   1.ª Etapa: de los orígenes al siglo XI, es decir, la Alta Edad Media.
   2.ª Etapa: del siglo XI a la mitad del
XIV, es decir, la Plena Edad Media.

REPOBLACION OFICIAL Y REPOBLACION PRIVADA

La Repoblación se puede realizar por dos cauces: repoblación oficial y cuadros dirigentes o por la acción espontánea de los propios colonizadores. Tanto una como otra van a aprovechar coyunturas favorables para lanzarse hacia el sur, salir de las montañas y establecerse en valles y tierras llanas adecuadas para ponerlas en explotación agraria.
   La Repoblación oficial era la realizada directamente por el monarca o por autoridades relevantes de la administración territorial, es decir, los condes y los obispos.
   Su característica fundamental es la planificación. Siempre en ella se hace un estudio, aunque sea somero, de las necesidades de la comarca a repoblar, división en lotes territoriales que cada familia tiene que colonizar y leyes que regulen la convivencia y eficacia de la ocupación.
   El gran problema está en la necesidad que se tenía de atraer al suficiente número de campesinos que pudieran efectuar la roturación y laboreo capaces de transformar el yermo en tierra de cultivo y de defenderlo en caso de peligro. Es decir, se trata de realizar una restauración económico-demográfica-administrativa-defensiva en las tierras ganadas al Islam.
   Para atraer a los repobladores se podían hacer públicas ventajas y franquicias que fueran acicate para el reclutamiento. La repoblación oficial iba acompañada de un aparato formal. Este garantizaba a los repobladores tanto la defensa, teórica muchas veces, como la mecánica distributiva de las heredades.
   Junto a esta repoblación oficial, proyectada y dirigida por los reyes, condes y obispos y dotada de una planificación formal, hay que señalar la Repoblación que llamamos privada.
   Esta brota espontánea, fuera de los cauces oficiales, que muchas de las veces por su rudimentarismo, no pueden llegar a todas partes. Es también la respuesta dinámica de una población hispanocristiana que demuestra su vigor en el lanzamiento hacia las tierras recién conquistadas.
   En la Repoblación popular incluimos los monasterios, ya que tienen una participación personal, directa y permanente sobre los terrenos en que se establecen.
   Esta repoblación no tiene un carácter sistemático. Son los foramontanos los que con sus familias y algunos siervos, en ocasiones se lanzan desde los altos valles a colonizar tierras más llanas, más productivas. Van a transportar sus limitados medios materiales, para poner en producción una serie de tierras abandonadas, pese a la amenaza siempre latente, de perder todos sus logros en época de pujanza islámica.
   La tenacidad y capacidad de resistencia a todos los factores que tienen en contra y el valor personal que han de añadir a su vida azarosa, van a dar como resultado una categoría de primera magnitud a la expansión cristiana.
   Junto a esta repoblación popular-laica, y paralelamente, tenemos que situar la repoblación realizada por los monjes y clérigos. Participarán en la misma medida, en los peligros que han de afrontar los foramontanos. Una de las causas de esta expansión pudiera ser impuesta por el alto número en que se da el monaquismo en estas fechas. La densidad monástica es tan importante que hay que lograr nuevas bases para su mantenimiento. Pero no sólo esta necesidad económica va a ser motor de la repoblación monástica, ya que tenemos que tener siempre presente que la época es de una intensidad religiosa importantísima, y uno de sus timbres de gloria impone el signo severo de sus desvelos, siendo esta colonización los centros de cristianización de los nuevos espacios rurales que se van sumando a la grey cristiana. En una palabra, junto a la necesidad económica vemos también el factor espiritualizador misionero.

FORMULAS JURIDICAS DE LA REPOBLACION

La llegada de los repoblado res a las nuevas tierras abandonadas, da origen a instituciones nuevas, a títulos jurídicos nuevos; ya que el ocupante necesita que le sean reconocidos, para su seguridad, sosiego y garantía el derecho de posesión que adquiere con su asentamiento. La adquisición de tales derechos suponía que la ocupación no va a ser flor de un día, sino el ánimo declarado de permanencia constante en lo logrado. Las fórmulas creadas bajo estas necesidades son en primer lugar, la presura y aprisio, en un estadio más evolucionado las cartaspueblas.

La presura y la aprisio

Básicamente es la misma fórmula jurídica, lo que sucede es que una se da en los núcleos asturleonés-castellanos, y la otra, en los condados orientales.
   El ocupante de las tierras se tiene que defender del derecho abstracto que la corona ostenta: la regalía sobre las tierras desiertas. Frente a este título jurídico, van a nacer la presura y aprisio. El ocupante va a defender el derecho de propiedad que se origina por la ocupación de una tierra abandonada. En los casos de repoblación oficial, el problema no ofrecía especial dificultad, ya que era el poder real el que garantizaba explícitamente a los repobladores su status, por medio de la solemnidad con que se realizaba la ocupación.
   En los casos de la repoblación privada, la cuestión resultaba diferente, ya que aunque en el espíritu de ciertas concesiones generales del monarca estaba el deseo de la ocupación, la actividad desconocía por completo sus resultados. Así, para entrar en una total posesión de las tierras, los repobladores, andando el tiempo, solicitaban la confirmación regia de sus derechos. Estas pretensiones confirmatorias se hicieron patentes en épocas tardías, o sea, en la segunda mitad del siglo IX. Las causas principales son la paralización de la expansión y carencia de nuevas tierras. El colonizador tiene que legalizar su posesión, frente a las posibles ingerencias en sus territorios, ya que en estos momentos son más apreciados por su carencia.
   La presura concedía un derecho real sobre el feudo que se ocupaba. Este quedaba en dependencia directa del titular de la aprehensión que ponía en cultivo la tierra que colonizaba. Podía usar y disfrutar del feudo, recibir los frutos y adaptar los cultivos que más le interesan. También tenía poder de la transmisión y disposición del predio, tanto mortis causa como inter vivos.
   
Otro de los problemas que acarrea la presura es cuando entra en vigor la posesión de la tierra, si se ocupa por medio de una solemnidad formal o se rotura y se pone en producción. El problema es difícil de solucionar, ya que la idea fundamental que conlleva la presura es la puesta en producción.
   
¿ Qué extensión pueden tener las tierras ocupadas? Debió de ser muy variable. Podía haber presura de heredamientos modestos, sólo aptos para el cultivo familiar, hasta grandes dominios. El origen de estas presuras tendrá también influencia en la estratificación social de los colonizadores. Se originarán simples campesinos libres, dueños de sus propias tierras, hasta grandes magnates, en cuyo senos se formarán las aristocracias primitivas.
   La presura pudo hacerse, no solo individualmente, sino también en colectividad. La colectividad actúa siempre en la repoblación oficial. La privada pudo también realizarse colectivamente por todos los habitantes de una zona determinada que lanzándose hacia el sur, tomaban una presura, dividiéndola luego en lotes unifamiliares. Es decir, la aprehensión era colectiva, pero la explotación era individual en los terrenos propios, que resultaban de los lotes en los que se dividía la presura.

Las cartas-pueblas

Otro de los aspectos jurídicos de la repoblación fueron las realizadas por carta-puebla. Debido a la pluralidad de campesinos, cuyo establecimiento se prevé en el lugar a repoblar, se ha calificado frecuentemente a las cartas pueblas, como contratos agrarios colectivos, donde desarrollar una vida comunitaria, que facilitará la mejor roturación y explotación del término a repoblar.
   A través de las cartas-pueblas, la autoridad que las promulga pretende, con el ofrecimiento, estimular la llegada de pobladores, a quienes se les promete un determinado status. La base esencial viene determinada por la entrega de un lote de tierras, en forma permanente y hereditaria, a los campesinos repobladores, para su cultivo y disfrute.
   Aunque hayan llegado pocas a nuestro conocimiento anteriores al siglo
XI, las cartas-pueblas constituyeron, instrumento que favorecieron repoblaciones en grupo y que originaron núcleos rurales, que se irán desenvolviendo a su amparo y bajo las garantías de sus normas. De las cartas-pueblas se pasará a los fueros breves, sin diferencia entre unas y otros, siendo sólo una cuestión terminológica.

LA REPOBLACION EN LA RIOJA

Hemos visto cómo en el 923 la Alta Rioja queda definitivamente ganada para la cruz, gracias a la actuación de Ordoño 11 y Sancho Garcés, así como estas tierras quedan unidas al reino de Nájera.
   Una vez logrado esto, hay que comenzar a organizar la zona, es decir, a repoblar pero teniendo siempre presente que estas tierras no se hallan vacías de población, sino que la población mozárabe que siguió en las posesión de sus tierras fue muy numerosa.
   En la zona, se va a dar la repoblación oficial, la privada y la del Camino de Santiago.
   La repoblación oficial tiene tres caracteres importantes: el militar, el eclesiástico y el nobiliario.
   El militar: con el nombramiento de varios jefes, encargados de defender las poblaciones más importantes o las plazas más estratégicas. Había jefes fronterizos en Viguera y Jubera, que a juzgar por su onomástica, son castellanos. En Arnedo y Nájera son, sin embargo, de origen riojano.
   El eclesiástico: restaurando la jerarquía espiritual en Calahorra, Tobía y Nájera. Perdida la primera solo quedaba el de Nájera, donde reside la Corte.
   El nobiliario: la creación del reino de Viguera, cedido a Ramiro, segundo hijo de García,
con título de rey y que perdurará durante tres generaciones hasta la asimilación por problemas sucesorios a Sancho 111 el Mayor, de Nájera.
   La repoblación privada va a venir de Nájera, Alava y Castilla. La lectura de la documentación riojana del siglo x así nos lo confirma. Van a ser alavases los que se asienten en los valles colonizados por los obispos de Armentia hasta ser la diócesis incorporada a la de Nájera y los dedicados a la ganadería en los altos valles del Oja y del Tirón.
   Mucho más importante va a ser la colonización producida por los monasterios riojanos que, tras la conquista, son creados por Ordoño II y Sancho Garcés. Obedeciendo a este deseo se restablece la vida monástica, quizá nunca interrumpida, como en San Millán de la Cogolla. Las nuevas fundaciones se pueblan en buena parte con monjes llegados de Castilla (Cardeña) y de los potentes monasterios pamploneses o pirenaicos.
   Con posterioridad, dos monasterios riojanos se van a convertir en centro de atracción de fugitivos cristianos. De todas las regiones del AI-Andalus llegan a La Rioja cortesanos y estudiosos, que van a encontrar ocupación en estos rincones de paz y sosiego a cambio de sus aportaciones técnicas. Todo parece renovarse y vivir un momento de esplendor y bienestar. A fines del siglo X, Almanzor arrasará casi totalmente La Rioja, pero tras su desaparición, comenzará otra vez la repoblación en el reinado de Sancho el Mayor, aunque presentando características diferentes, basadas fundamentalmente en el Fuero de Nájera y en el Camino de Santiago. La Rioja va a servir de enlace natural entre Aragón y Castilla, bajo el poder político de los reyes de Nájera-Pamplona, en el siglo XI.

LA REPOBLACION DEL CAMINO DE SANTIAGO

Hasta ahora nos hemos referido a la repoblación que se origina por la Reconquista, es decir, la efectuada para asentar cristianos en las tierras recién liberadas del Islam, por motivaciones de defensa, para asegurar los territorios o bien para ponerlos en explotación y cultivo. Estas tierras habían quedado totalmente arruinadas, por el abandono de la población anterior. Pero existe además otra clase de repoblación interior que obedece a motivos diferentes y que se efectúa por otra clase de gentes, es la realizada a todo lo largo del Camino de Santiago.
   La afluencia de peregrinos a la tumba del Apóstol, se va multiplicando, desde el día que se tiene conocimiento de la aparición de la tumba de Santiago, en tierras de Galicia. Desde la segunda mitad del siglo XI, los peregrinos de toda la Europa cristiana, se vuelcan hacia estas tierras, para ganar el jubileo. Estos tiene que cruzar grandes montañas, los Pirineos, montes de Oca, montes de León y el Cebrero; atravesar grandes corrientes de agua, de cursos peligrosos y necesitan lugares donde recuperar fuerzas en el duro y largo peregrinar.
   Pronto los reyes, la Iglesia y los nobles se van a cuidar de hacer más accesibles los caminos, construir puentes y disponer hostales y alberguerías en los puntos estratégicos. Cuando en el camino no hay poblaciones que puedan acoger a los peregrinos éstas se crean. Este va a ser un factor fundamental para la repoblación. Había que disponer alberguerías, acumular víveres para los peregrinos, que a veces formaban verdaderas multitudes; abrir establecimientos, donde pudieran cambiar las monedas o adquirir ropas o útiles necesarios para proseguir su viaje, o donde sus cabalgaduras puedan ser repostadas. El comercio, poco activo en la España del siglo x, sufre un cambio brusco en el siglo XI. El Camino es imán para las gentes que quieren dedicarse al comercio, los cuales formarán ciudades y burgos motores y gestores de la repoblación. Pero lo que es más curioso es que esta repoblación no se hará por elementos propios de su Península, sino por elementos extraños a la organización social española: judíos, francos ...
   A partir de
1076, coincidiendo con los reinados de Alfonso VI y Sancho Ramírez, el auge de las peregrinaciones actúa de polo de atracción para la población extrapirinaica.

POBLACIONES DE FRANCOS EN EL CAMINO DE SANTIAGO

Sería prolijo enumerar todas las ciudades que reciben población de allende los Pirineos. Nos vamos a ceñir pues a las poblaciones de La Rioja.
   El camino penetra desde Torres del Río y Viana, en Navarra, a Logroño, ya en La Rioja. Hay que engrandecer esta ciudad capital de la provincia y Alfonso VI, en
1095, da a Logroño un fuero de población, favoreciendo el asentamiento de gentes, tanto de la Península como del exterior.
   Al comienzo del fuero se puede leer: tam Francigenis quam etiam Ispanis vel ex quibuscumque gentibus vivere debeant ad foro de Francos.
   
Con posterioridad y cuando ya La Rioja depende de Castilla, en
1195, Alfonso VIII les otorga mayores ventajas, como la concesión de mercado franco todas las semanas. Se creará en Logroño un barrio del mercado y en la onomástica del siglo XII y XIII, veremos reflejados los aportes poblacionales, representados por personas venidas de fuera de la zona: Pascal de Limoges, Bernalt o Peres Sangorsa, D. de Limoges, J. de Soria, etcétera.
   Estas gentes son, además, personas cualificadas, con oficios dedicados al comercio. Como ejemplos podemos citar: Mateo Peleter, Martín Broton.
   Pasamos Entrena y Navarrete para llegar a Nájera.
   Esta ciudad, muy tempranamente, en 1052, contaba ya con un barrio del mercado y un barrio de las tiendas, sito delante de Santa María. El día de mercado era el jueves y de las rentas que producía, la cuarta parte era percibida por la iglesia anteriormente nombrada. El comercio se encontraba en manos de gentes venidas de fuera: judíos y francos, aunque parece ser que éstos no vivían separados de los riojanos y que el mercado se celebraba en el barrio najerino. Todavía la llegada de estos contingentes humanos, se hizo más sensible cuando Alfonso VI dio a la abadía de Cluny, en 1079, la iglesia y alberguería de Santa María. Los francos llegan en mayor número y podemos decir que la población se reparte entre judíos y mudéjares, et multi alii tam de francis quam de castellanis.
   
Santo Domingo de la Calzada, que se poblaba a fines del siglo XI y comienzos del XII, recibe toda clase de ventajas para que las gentes acudan a ella. En 1207 se le da el fuero de Logroño, para que se pueble por tanto ad forum de francos.

Origen de estos pobladores

Lo primero que hay que aclarar al estudiar esta repoblación, es la procedencia de sus componentes.
   Si examinamos los nombres que nos han quedado en los documentos de la época, de las gentes extranjeras que pueblan la zona, veremos que su procedencia se extiende a todas las regiones de la Europa cristiana. Los hay de origen lombardo, alemanes, flamencos, ingleses, catalanes, provenzales, gascones, normandos, borgoñones, etc ... Todos ellos reciben el nombre genérico de francos o francigenae, pero este apelativo no nos debe engañar, puesto que su origen no es exclusivamente francés, sino denominación general, para toda la población venida de fuera.
   Acostumbraban a establecerse a las afueras de las poblaciones o en barrios especiales, que era donde se celebraban los mercados; la mayoría de esta población era fundamentalmente de comerciantes. Encontramos posaderos, cambiadores de moneda, artesanos, en una palabra burgueses. Este aspecto los diferencia de la sociedad del resto de los reinos cristianos, cuyas profesiones eran eminentemente, el ejército y la agricultura.
   Los reyes favorecerán su permanencia en estas tierras ya que cubren con su llegada una necesidad de Estado: la Repoblación.

La condición jurídíca

La condición jurídica de estos repobladores extranjeros es muy diversa, debido a su procedencia.
   En algunos lugares del Camino de Santiago conservan una organización propia, pero a partir del siglo XII se tiende a unificar la condición jurídica de los repobladores venidos de fuera y los nativos.
   Estas diferencias jurídicas acarrearán un cierto ambiente de hostilidad entre los antiguos habitantes y los francos, nos han quedado reflejos en la épica de la época.
   Así a los sarracenos, con los que tiene que luchar Carlomagno, se les identifica como habitantes de la zona. Los principales episodios de las gestas se realizan en puntos de la ruta jacobea, ejemplos para La Rioja, Nájera en la Crónica de Turpín; Logroño, en la Prise de Pampelune, porque en ellos se han centrado importantes núcleos de población franca.
   En la tercera expedición de Carlomagno a España, según la Crónica de Turpín, tiene lugar en Nájera un combate singular entre Roldán y Ferragut, gigante sirio que tiene la fuerza de cuarenta hombres juntos. Lo curioso del caso es que Ferragut puede personificar a algún personaje de Nájera o de alguna leyenda local, sobre un forzudo famoso, pues este nombre de Ferragut lo encontramos localizado en Nájera, con anterioridad a la composición de Turpín y es, además, apellido que se encuentra en el siglo XII, con cierta frecuencia, en otras poblaciones de La Rioja. Una representación de esta lucha está localizada en un capitel románico de Palacio de los reyes de Estella y dicho capitel está firmado por un artista riojano,
Martinus de Logronio, que se inspiraría más en las tradiciones de la tierra que en la Crónica de Turpín y la escena se repite en la portada románica del cementerio de Navarrete.
   Los repobladores del Camino traen consigo sus devociones, propagando las de sus santos titulares por la zona en que se establecen. Se rinde culto a San Martín, San Nicolás, San Saturnino, Santa Catalina, Santa Marina, Santa María Magdalena o San Lázaro patrono de las leproserías. Estos patronos los tenemos atestiguados en La Rioja. También y unido a estos repobladores, están los conocimientos de santos españoles en Europa. Dejando a un lado a Santiago, tenemos dos figuras unidas al Camino en La Rioja, que son Santo Domingo y San Juan de Ortega, personas que han logrado la santidad gracias a su dedicación a los peregrinos y que son también reverenciadas en Europa.
   Si importante es la aportación de población, no lo es menos la acción que éstos ejercen en la transformación económica que se produce en España en los siglos XI y XII.
   En estos dos siglos, los pobladores de los pequeños reinos cristianos pasan de una economía de base eminentemente rural, que necesita complementarse con la industria de la España musulmana, a un comercio bastante activo con los países de Europa. Bien es cierto que no sólo a la labor de la vía de Compostela tenemos que aplicar este fenómeno, ya que en esta época se hunde el Califato cordobés; pero con referencia al tema que nos ocupa, señalaremos que los reinos cristianos exportan lanas, pieles, caballos y trigo hacia el exterior. En el interior vemos también importantes mercados, localizados en la ruta. Con referencia a La Rioja, ya hemos señalado los de Nájera de 1052, realizados en jueves y el de Logroño en 1095.
   La misma peregrinación era fuente de riqueza para las zonas que atravesaba, pues si es verdad que a los pobres había que atenderlos exclusivamente por amor a Cristo, no faltaban viajeros y peregrinos ricos y generosos que pagaban con prodigalidad la hospitalidad que se les daba, según nos dice J. Pérez de Urbe!.
   La población venida de fuera, al establecerse y realizar trabajos en las zonas reconquistadas, fue mezclándose con el elemento indígena. En Nájera, por ejemplo, sólo muestran actividad diferenciada, en los momentos de esplendor de la abadía (siglos XI, XII Y principios del XIII). Poco a poco todos colaborarán y se identificarán con el mismo fin, borrándose las divergencias entre antiguos pobladores y re pobladores extranjeros.

La sociedad

Para el estudio de la sociedad en la Alta Edad Media, tenemos que hacer una dicotomía, obligados como estamos a dos factores fundamentales como son: la Reconquista y la Repoblación.
   La Reconquista suponía un esfuerzo militar extraordinario, que precisaba de un amplio grupo guerrero profesional que cargara con el peso de las acciones militares, tanto defensivas como ofensivas.
   La Repoblación necesita una sociedad esencialmente rural que ponga en explotación y producción las tierras tomadas por los reconquistadores. Esta división originó dos grupos bien definidos, por el carácter propio de su actividad ordinaria, aunque con frecuencia no se manifestase exclusivista: el círculo de los guerreros y el círculo de los campesinos.
   El estudio de ambos resulta complejo, ya que no hay que olvidar que, en tiempos de paz, los guerreros se hallan insertos en la vida rural y que en momentos de apuro, los campesinos tienen que tomar las armas para defenderse de los musulmanes. La estructura social así expuesta, supone una estratificación de la sociedad en órdenes ya que los dos círculos anteriores tenemos que añadir otro que es común para ambos: la condición eclesiástica.
   La sociedad de esta época queda esbozada en una sociedad, dentro de su rudimentarismo, trinitaria: los que guerrean, los que trabajan los campos y los que oran. Esta sociedad guerrera, religiosa y fundamentalmente campesina se desarrolla en el ámbito rural de las villas o mansos aislados en el campo, donde la mayor parte de la población vivía dedicada a las faenas agrícolas y a la práctica de alguna industria rudimentaria o a determinados servicios domésticos.

La aldea rural

Estaba formada por la asociación de pobres viviendas, edificadas en solares abiertos. Los materiales de construcción eran sencillos, fundamentalmente el barro o la madera donde ésta era abundante. Las casas se solían cubrir de ramajes y barro y se practicaban pequeños ventanucos cubiertos de lienzo encerado y puerta de tablas. En el interior, la parte más importante de la vivienda era la cocina, con hogar, el cual dejaba salir sus humos por entre el barro y el ramaje del tejado. Junto a esta sala está el dormitorio comunitario. El amueblamiento es somero y pobre: unas banquetas de madera, caldera sobre el hogar sujeta a la techumbre por una cadena y rústico banco de madera en la cocina; en el dormitorio lechos de tablas ensambladas y alguna arca para guardar la ropa. Junto a esta casa hay construcciones más pobres, donde se guardan los aperos de labranza o el forraje y grano de la cosecha.  

Las residencias señoriales

Son el centro de un gran dominio o lugar de estancia de los señores en las ciudades. Están constituidos por una serie de edificaciones, levantadas sobre un solar cerrado, que forma la corte del propietario, de tapial de barro o empalizada, con una puerta de acceso. Tras la puerta se abre un patio con su pozo en el centro y rodeándole diversos edificios de una planta que forma el palatium del dueño. Los materiales de construcción son cantos rodados o sillarejos, unidos con argamasa de barro, su techumbre es de madera y recubierta con tejas de cerámica, sus vanos, bien preparados arquitectónicamente, pueden formar arcos de herradura.
   Estas casas están compuestas por un refectorio y estancias, divididas en dormitorios. En el patio hay también otras construcciones que constituyen las distintas dependencias: la cocina, los sobrados con la bodega y en ella cubas y el silo, los graneros, lagares con sus enseres; los establos, los dormitorios de los siervos personales del señor; las letrinas y los baños, consistentes en grandes cubas de madera, donde se realizan las abluciones del señor y su familia.
   El interior, estaba amueblado y decorado según la riqueza de su propietario. Ofrecía un rudo contraste con el mísero ajuar de las viviendas pobres. En el refectorio y en los dormitorios, solía haber mesas de un sólo pie, escritorios, atriles, arcas de madera con tapa a dos vertientes en la que se guardaban los vestidos y la ropa de cama y mesa. Había también asientos de altos respaldos, escaños, sillas con almohadones de lana forrados con telas brillantes de tapiz o sarga, sillones de cuero, banquetas de madera rectangulares, escabeles y taburetes de tijera, con asientos de cuero. Las paredes y ventanas se cubren con tapices y cortinas, con decoraciones geométricas. Los dormitorios se solían dividir por bajos tabiques de madera y por cortinas de tapiz, dándoles una cierta intimidad.
   Los lechos eran lujosos, de madera tallada, con almohadas y colchones de plumas, forrados de tapicería bizantina. Tenían sábanas, mantas, cobertores y colchas, a veces, forradas de pieles de ardilla o conejo.
   En el refectorio, en aparadores o encima de la mesa, hay piezas de vajilla y servicio de mesa: bandejas, cuencos o tazones, marmitas, fuentes, vasos, copas, botellas de vidrio, cuchillos, cucharas, cucharones, saleros. Algunos de estos elementos pueden ser de plata o plata sobredorada, cerámica, hueso y madera.
   En la cocina que tiene chimenea para la salida de humos, con gran campana, pende de ella una gran caldera para guisar cazuelas y pucheros de madera o barro, artesa para el amasado de pan, cuba para el agua, calderetas, tazas y morteros.
   La iluminación nocturna de las dependencias se realiza por medio de altos candelabros, sostenidos por un brazo, colocado en un trípode, por lucernarios de bronce, colgantes de cadenas del techo, tienen diversos brazos que sostienen diferentes puntos de luz. También hay iluminación transportable como lámparas de plata, lucernas de vidrio, cirios y velones de mesa y palmatorias.

Las ciudades

Son escasas en la España cristiana de esta época. Se ha reducido su extensión en comparación con la de épocas anteriores. Están rodeadas de murallas y de torres defensivas que separan a éstas del alfoz o término campesino que las circunda. La vida tiene en ellas un carácter marcadamente agrícola y rural, interrumpido por la celebración de mercados semanales, con concurrencia de mercaderes, venidos de fuera y con las fiestas religiosas, celebradas en sus abundantes iglesias y monasterios y la actividad de algún que otro taller artesanal o la apertura de comercio permanente. También este carácter rural se ve roto por el asentamiento o acantonamiento de tropas que van a luchar contra la morisma, o por la presencia del rey o nobles que le representan, acompañados por comitivas de dignatarios y oficiales múltiples .
   En el interior de la muralla, al que daban acceso diversas puertas, se alzaban las cortes ya descritas, la catedral y numerosísimos templos y monasterios, el palacio del Obispo, la vivienda de los canónigos, la morada de los clérigos de la ciudad y viviendas pobres; no había un plan de ordenación del interior de la ciudad, las cortes se alternaban con viviendas inferiores y no había barrios especiales. Todas ellas se extendían por plazuelas y callejas, sin orden preconcebi
do.
   
Fuera de la muralla en el alfoz dependiente de la ciudad había granjas, cortes de grandes hacendados, algunas iglesias y cenóbios monásticos.

La indumentaria

Era en general sencilla, pero variaba según la condición monetaria de las gentes .. En las clases populares, las mujeres usaban camisa, brial o vestido atado por la cintura con cordones, sayas y manto. Los hombres camisa y bragas que cubrían los muslos hasta la rodilla, sayo corto y una especie de manta que terciaban sobre los hombros. Como calzado tenemos las abarcas y calzas que se ataban a las piernas. Como podemos ver era una indumentaria muy simple.
   En las clases adineradas, las mujeres de linaje vestían lujosos trajes y eran amantes de las joyas, pieles preciosas y adornos. Cubrían su cuerpo con camisas de seda, túnicas sin mangas, sayal cerrado que ceñían a las caderas con cinturones, mantos bordados o forrados de pieles y sujeto al hombro derecho por fíbulas y tocas blancas para la cabeza, si habían dejado de ser doncellas.
   Los hombres usaban camisa de hilo, sujeta por bragas, sobre todo, capas y mantos. Estos iban forrados de piel. Se tocaban con una capucha o capiello. También empleaban jubones con mangas y mantos cortos, sujetos al hombro derecho. El calzado consistía en borceguíes y empleaban guantes para las manos. Solían ir destocados, con pelo en melena y raya en el centro. Los clérigos vestían túnicas y bonetes y los monjes burdos sayales de paño.
   En la guerra también había diferenciación social. Las clases inferiores portaban lanzas, espadas o arcos. Las clases superiores tenían espadas anchas que colgaban del cuello, yelmo picudo, lóriga de cuero (armadura), escudo pequeño de forma redonda. Para cabalgar, empleaban silla, pero sin estribos y con borrenes muy altos.

La espiritualidad

Una de las características de la época es !a religiosidad. La religión acompaña a todos desde su nacimiento hasta su muerte. Al nacer se comienza, entrando en la Iglesia por la ceremonia del bautismo y conforme se va creciendo se pasa por la boda o la consagración a Dios, para terminar con los ritos del entierro.
   De esta fe religiosa participan todas las clases sociales y todas ellas se ocupan del mantenimiento de la Iglesia, para la salvación del alma, más cuantiosas las realizadas por la corona y la nobleza; pero no escasean en el estado bajo. Estas donaciones están ligadas a la salvación del alma, a base de realizar obras piadosas, asegurarse sufragios después de la muerte o sepultura a los pies de la divinidad, en iglesias o monasterios.
   Otras de las características que nos hacen patentes esta religiosidad es el gran número de personas, de ambos sexos, que se consagraban a Dios. Abundan los presbíteros y diáconos y, sobre todo, las gentes que se retiraban para hacer vida monástica en cenobios y monasterios, que conforme van creciendo, a su vez, van fundando nuevos centros espirituales (claro ejemplo lo tenemos en los monasterios de La Rioja, de San Millán de la Cogolla, San Prudencio, Santa Coloma, San Martín de Albelda, San Cosme y San Damián en Viguera, Santa Agueda y Santos Nunilo y Alodia en Nájera, San Andrés de Cirueña, etcétera).
   Pero todo esto no supone que se hubiesen desenterrado las antiguas prácticas y costumbres. Se cree en agüeros, hechizos, maleficios, supersticiones y vaticinios
y en los enterramientos se continúan las viejas prácticas paganas, de enterrar al difunto con útiles de uso diario.
   La vida está presidida por pasiones violentas, por el desenfreno de la sensualidad, la mentira y el asesinato que la Iglesia condena
y castiga, con el deseo de desterrarlo definitivamente de este mundo. Dentro de la violencia de la época, podemos señalar la venganza privada, como medio de castigar ofensas y delitos. La obligatoriedad de todos los parientes a cooperar en esta venganza originaba estados de enemistad entre familias y linajes y entre pueblos enteros contra sus vecinos.
   El libertinaje en la sensualidad revela el bajo estado moral de la época. La indisolubilidad del matrimonio no siempre se respetó y eran las propias élites sociales las que nos han dejado los mayores ejemplos. El adulterio debió ser frecuente, téngase en cuenta la forma de vida, igual que la sodomía y la prostitución. Son frecuentes los documentos que nos señalan su existencia. De este desenfreno sexual no se libraba ninguna de las clases sociales y tal vez por esta causa, la opinión pública debía de ser muy indulgente con dichos excesos. Para La Rioja hay que considerar que todos estos hechos estarían atenuados, ya que la cristiandad había subsistido en aldeas y campos con su organización parroquial y monástica, casi intacta, ya que las influencias exteriores habrían obrado en menor medida. Vemos cómo la tradición visigoda del eremitismo, se sigue conservando en San Millán, Nájera y en los valles del Iregua y Leza.

La medida del tiempo

Se databa por medio de la Era hispánica que son 38 años antes que la era cristiana (su origen se encuentra en el año en que Augusto puso un tributo para todos los países del Imperio, que fue el 38 a.J.C.) el año se dividía, según la calendación romana de los meses, en kalendas, nonas e idus. Los días de la semana recibían los nombres de dies dominici, el domingo y los de secunda, tertia feria, etc., el resto aunque la séptima feria se llamaba también die sabbati o sábado. El día se regulaba por las horas canónicas y las gentes se levantaban con el alba, lo mismo en la ciudad que en el campo.

La alimentación

La primera comida del día era el desayuno o almuerzo. En la hora sexta o mediodía, se hacía una nueva colación, llamada merienda, y por la noche se tomaba la cena. La base de la alimentación de las gentes pobres eran los panificables, productos de la huerta: cebollas y nabos, quesos y guisados de legumbres. En contadas ocasiones del año, se tomaba carne. Como bebidas, el vino y en el peor caso el agua.
   Los ricos hacían comidas más variadas, con todo lo antedicho más carnes asadas, adobo, aves, caza y pescado de río, frutas frescas, regado todo ello con vinos.
   El servicio de mesa para los pobres se limitaba a escudillas y cucharas. Los potentados empleaban cuchara para sopa o guisado, pero las carnes eran tomadas con las manos, ayudados por cuchillos. Empleaban manteles y servilletas y se lavaban las manos en aguamaniles y las secaban luego con toallas. A partir del siglo x, se sabe con seguridad que la comida se realizaba sentados y no reclinados, como en los tiempos anteriores.
   La vida era muy dura y miserable para la mayor parte de la población, ya que estaba sujeta al servicio de los poderosos o se desarrollaba, aunque libre en una economía de autosuficiencia. Tenían que cultivar arduamente la tierra a fin de que produjera lo suficiente para comer y, en muchos casos, defenderla con las armas frente a los enemigos.
   Así ha de comprenderse el fenómeno de la Repoblación. El trabajo agrícola y el militar eran las actividades que dominaban la vida en general. El labriego no sólo tenía como enemigo al Islam, sino que había que defenderse de la codicia de los poderosos, de las tropas que vivían sobre el terreno y de los fenómenos atmosféricos adversos que podían producir épocas de carestía y hambre.

La Cultura

La gran mayoría de la población hispano-cristiana, de la Alta Edad Media era ignorante y analfabeta. Las clases dirigentes encomiendan la educación de sus hijos a monasterios, abades o maestros. También había escuelas donde algún clérigo letrado enseñaba las antiguas artes liberales del Trivium y Quadrivium en las sedes episcopales y cenobios monásticos. Pero todo esto es insuficiente, dando como resultado un nivel medio de cultura muy bajo. La verdad es que se aprende a leer con dificultad y se conoce la escritura muy raramente. La gran mayoría no tiene ocasión ni tiempo, ni interés, en aprender, ya que los pasos en el conocimiento son muy difíciles. Hay que manejar el latín, aprender a leer y familiarizarse con la escritura. El gran transmisor del saber es el libro, y conocemos la penuria de él en esta época.
   La Rioja podemos decir, que también fue lugar privilegiado en el aspecto cultural. Ya hemos señalado la existencia abundante de monasterios y cenobios, donde la tarea cultural es parte principal en sus trabajos. (Es reveladora la obra de Díaz y Díaz: «Libros y librerías en La Rioja altomedieval», para valorar el aporte cultural del monacato riojano en los siglos IX y X).

La onomástica

Los nombres proceden de la onomástica latina, gótica, vasca, céltica e ibérica; pero no se ven libres de la influencia musulmana, ya que los mozárabes conservaban sus nombres una vez asentados en tierras cristianas.
   Para la afiliación se hacía seguir el nombre paterno, pero en el siglo X se colocaba el nombre del padre en genitivo, añadiéndole, sobre todo en Castilla, una «z». Así se vino a dar origen al apellido, como revelan cartularios, becerros y documentos medievales.

Las diversiones

Las diversiones ocupan un segundo lugar dentro de una sociedad donde la guerra, la producción de los campos, el pastoreo y la artesanía dejaban poco tiempo libre.
   Pero aun así la caza, en parte recreativa, en parte productiva de alimentos ocupa un lugar destacado, siendo practicada por todas las clases sociales. La nobleza, con sus mayores ocios, la practicaba con aves de rapiña (halcones, azores). Las narraciones poéticas de los juglares ambulantes, los juegos de manos, acrobacias, danza y canto eran otros de los asuetos practicados.
   Las fiestas religiosas y las derivadas de actos sociales, eran motivo de diversión en banquetes, bailes y fiestas. La música producida por cítaras, vihuelas, flautas, rabeles, y címbalos era muy apreciada.
   También se practicaban juegos de azar, pero éstos eran mal vistos. Mayor éxito logró el juego del ajedrez, que provenía del mundo musulmán y del cual tenemos una serie de fichas conservadas en San Millán de la Cogolla.

La higiene y el aseo personal

La costumbre de bañarse debió estar bastante extendida, entre todas las clases sociales de la España cristiana altomedieval. Esta costumbre se vería engrosada por la inmigración de las gentes que vivieron entre los musulmanes, ya que en esta sociedad estaban muy difundidos los usos del aseo.
   Ya hemos señalado cómo en las grandes casas había cubas para este menester. Junto a estos baños privados hubo también baños públicos. Algunas ciudades los poseían, ya por lo menos desde el siglo x. No es nada raro puesto que en el mundo romano esta práctica del baño público era tanto un aseo como una diversión. Las gentes que acudían a éstos tenían que pagar un pequeño estipendio y su asistencia debía ser habitual, porque según las noticias que tenemos, los beneficios solían ser pingues. Hay referencias a baños públicos, explotados por particulares, otros por municipios e iglesias. Se regulan las normas de asistencia, estableciendo días diferentes para cristianos y judíos, para hombres y mujeres. En las zonas rurales y cuando el tiempo climático lo permitía el baño se hacía en los ríos y en las charcas.

La Familia

La familia española, en la Alta Edad Media, respondió en su constitución al modelo de la organización germánica. El sentimiento de unión y solidaridad que había imperado en la familia germánica, sigue manifestándose en la familia española de la Alta Edad Media.
   Dentro de este sentido, podemos ver la obligatoriedad de los parientes de prestarse mutua asistencia en la venganza de todo daño u ofensa perpetrado a la familia, obligatoriedad de presentarse en juicio como reforzadores del juramento, en la asistencia a los huérfanos, viudas, mujeres solteras, etc ... La familia unía a todas las personas ligadas por lazos de sangre, que no era ya una unidad social cerrada, pero que conservaba el sentimiento de solidaridad.
   El grupo familiar estuvo constituido por los que vivían en una misma casa, bajo la potestad paterna. Era una comunidad doméstica, comprendida por todos los miembros del mismo linaje, asociados para la explotación común de un patrimonio inmobiliario, la protección y defensa mutua. Sobre esta familia actuaron factores externos que hicieron que, en momentos determinantes, estos lazos se distendieran para volver a formar una cohesión nueva. El ejemplo más palpable lo tenemos en la Repoblación.
   En tiempos en que ésta se dio los lazos de unión entre los miembros se rompieron al abandonar los lugares de origen; pero el asentamiento definitivo hizo que la idea volviera a surgir una vez que éste fue logrado. Los tres círculos sociales participaron de esta idea familiar y el sector eclesiástico calcó el modelo familiar laico.

El Matrimonio

Las formas del matrimonio derivan del derechos germánico influidas por el derecho romano y las ideas eclesiásticas, en su configuración jurídica.
   El matrimonio legítimo era también un negocio jurídico que comprendía los dos actos de los esponsales y de la boda. Los esponsales tenían un carácter de contrato entre el novio y el padre de la novia y, en virtud del mismo, el esposo adquiría el derecho de que le fuese entregada la mujer. La boda suponía la ceremonia, el festín y la fiesta consiguiente. Pero la celebración de la boda no fue indispensable para que el matrimonio se considerase legítimo. Siempre que los esposos consintieran libremente en su unión y hubiera acuerdo en la celebración de los esponsales, el matrimonio era válido. El marido dotaba a la mujer con las arras, que venía a ser el diez por ciento de los bienes del esposo y ésta aportaba al matrimonio el ajuar dado por sus padres, que consistía, por lo general, en ropas, joyas, muebles o dinero, pero junto a este matrimonio existió también en la época otra forma mucho más sencilla de formar una familia. Se basaba en el consentimiento de los contrayentes, en su voluntad recíproca de recibirse como marido y mujer, manifestado ante testigos. Este acto se solía realizar cuando no había sido posible llegar a un acuerdo entre el novio y la familia de la mujer. El juramento se realizaba frecuentemente ante u n clérigo que aseguraba las promesas recíprocas y no necesitaban de mayores requisitos. Frecuentes fueron también la unión entre solteros, disoluble a voluntad de las partes y que se fundaba en un contrato de amistad y compañía y cuyas condiciones eran la permanencia y la fidelidad. Estas uniones diferentes al concubinato, originaban derechos hereditarios para la mujer y la prole. La mujer que vivía con un hombre en estas condiciones se llamó barragana y fue extraordinariamente frecuente, dentro de la sociedad de la Alta Edad Media.

la Guerra

Una de las ocupaciones fundamentales de estos tiempos era la guerra. Principalmente era ejercida por la clase noble con los magnates, infanzones y caballeros o mílites. Estas gentes realizaban las acciones ofensivas y la guarda y defensa en la España cristiana. Tenían caballo y equipo de guerra completo: arreos de cabalgar, espadas, escudos y lanzas, yelmo metálico que protegía la cabeza y nariz, y  lóriga de cuero que evolucionará a malla metálica. El Rey y la alta nobleza hacían la guerra seguidos de sus milicias formadas por gentes de su compañía, unidos por lazos de dependencia. Podían tener escuderos a su servicio, es decir, adolescentes que les portaban las armas y les ayudaban aprendiendo a su vez en oficio de la guerra.
   El pueblo formaba grupos de caballeros villanos e infantes, armados de lanzas o arcos. Eran los encargados de una intendencia muy pobre, portar las armas pesadas de la nobleza y si la suerte acompañaba transportar el botín logrado.
   Las campañas guerreras se realizaban en primavera-verano, por razones climatológicas y necesidad de abastecimientos. Los ataques musulmanes se llamaban
aceitas; los cristianos, tonsado. Antes de salir para la guerra se solía celebrar una solemne ceremonia religiosa, en la que se pedía protección a Dios y el triunfo para los ejércitos. La Iglesia solía mandar algún representante suyo para que se ocupara de las necesidades espirituales. Había mandos intermedios que mandaban las haces del ejército.
   Los combates se desarrollaban en campo abierto o en asedios y defensa de fortalezas; pero fue muchos más frecuente en la época la expedición de correría de devastación o cabalgada. La cabalgada consistía en internarse en territorio enemigo, saqueando y quemando los campos, eludiendo los núcleos bien defendidos y tomando la mayor cantidad de botín, para volver con lo obtenido al territorio propio. Otra de las formas habituales fue la emboscada, practicada por pequeños números de guerreros y basada en el conocimiento del terreno y el factor sorpresa, que quebraba las fuerzas ofensivas.

La Clerecía

Dentro de la vida en la Alta Edad Media, tenemos que prestar atención a este orden, ya que destaca por su influencia, gran número y la difusión que alcanzó.
   La Iglesia española experimentó un proceso de restauración y reforma, conforme se iba realizando la Reconquista y la Repoblación. El clero gozó de prestigio e influencia en el medio social y la ceremonia eclesiástica alcanzó gran brillantez. Los presbíteros regulares y los clérigos de la misma ciudad hacían vida común en moradas a ellos destinadas. Pero lo que más se distinguió en esta época fue el monacato, en sus dos modalidades: la solitaria o eremítica, de los que abandonando el mundo se retiraban al desierto para llevar una vida santa y la de aquellos que, buscando el mismo fin, lo intentaban en comunidad, agrupándose en cenobios o monasterios, cuyo modelo era el monaquismo incipiente que surgió durante el siglo IV en el norte de Africa bajo la dirección de San Pacomio.
   La acción de los monarcas cristianos, fundando y restaurando monasterios, fue fundamental para su desarrollo. Los reyes les enriquecieron con infinidad de privilegios y franquicias, ya que el monasterio era para el orden social y progreso cultural el instrumento idóneo.
   Las cartas de fundación de los monasterios nos detallan minuciosamente los bienes muebles e inmuebles, con que les dotaba el fundador, y que, en principio, debían ser suficientes para hacer posible la vida de la comunidad. Los hombres del monasterio se organizaban como una comunidad jerárquica, donde cada grupo social tenía su propio cometido. La autoridad suprema la ostentaba el Abad, al que todos los monjes presentaban obediencia, según el sistema pactual, tan frecuente en el Alta Edad Media.
   Había categorías entre los monjes: ministros, presbíteros, diáconos, y subdiáconos, confesores o confesos, conversos, fratres y monjes. Gran cantidad de monjes no eran sacerdotes. Los confesores eran aquellos que se habían sometido a la confesión o penitencia, que solía hacerse una sola vez en la vida. Estos penitentes eran considerados frecuentemente como santos, por su vida austera y de sacrificio.
   Los conversos entraban en los monasterios para satisfacer por sus pecados. Con frecuencia tenían a su cargo los trabajos materiales y servicio del monasterio. También se les llamó hermanos legos. Parecida a esta situación era la de los oblatos, donados o familiares que conseguían la hermandad con algún monasterio y tenían derecho a ser enterrados dentro del monasterio o en su cementerio. En torno al monasterio vivían los ermitaños que habitaban sitios ocultos o se emparedaban en ermitas.
   En cuanto al ingreso al monacato no había dificultades, ni de condición social, ni de raza. Podían ser monjes los siervos, así como los judíos y moros conversos.
   También había grupos de mujeres del monasterio: siervas, oblatas, familiares o reclusas. Las comunidades dúplices fueron muy numerosas en la primera época. Sin embargo, durante el siglo x, comienza una reacción en contra que culminará con la reforma c1uniaciense, quedando las grandes abadías exclusivamente para hombres. El ejemplo lo tenemos en San Millán. A la reforma cluniacense sucedió la cisterciense, ambas propugnaron la elevación moral y espiritual de los monjes y de la sociedad.
   La ordenación de la vida en el monasterio venía dada por la Regla monástica. Los monasterios que nacieron o se restauraron en la España cristiana en los siglos VIII al X, no se rigieron por una regla única, predominando la disciplina de San Fructuoso, que alargaba el tiempo dedicado a los rezos litúrgicos. En los primeros tiempos de la Reconquista la relación que unía a los monjes era la del pacto. Este pacto consistía en la promesa de los monjes al abad, en el momento de la elección de éste, a quien entregaban el Codex Regularum que era el conjunto de disciplinas de los Santos Padres: San Paconio, San Basilio, San Benito, San Isidoro y, sobre todo, San Fructuoso. Ejemplo lo tenemos en la fundación de Santa María la Real, en Nájera, muy tardíamente, en 1052, unido a la reforma de Cluny desde 1079.
   La variedad de reglas era lo corriente en los monasterios peninsulares, pero al penetrar la influencia europea en España va a ser la regla de San Benito la que unifique la vida monástica y así ésta estaba impuesta en casi todos los monasterios españoles del siglo x. Los documentos fundacionales suelen hacer referencia a dicha regla, ejemplo lo tenemos en el de San Millán de la Cogolla, en el año 971. En La Rioja será el monasterio de San Millán, en el año 1030, cuando las reliquias del Santo, cuya vida cantaría Berceo, se trasladaron del monasterio de Suso al de Yuso, el primero que se reforma en Cluny.
   Dentro de la vida de la clerecía tenemos que hacer mención, aunque sea somera, al Camino de Santiago, ya que en la regula monachorum de San Isidoro hay una referencia bien clara a la asistencia y socorro de los indigentes y lo mismo la Regla de San Benito, ya que ésta dice: «Todos los que vinieren sean recibidos como Jesucristo, pues El mismo dijo: Huésped fui y me recibísteis
».
   Ya en el siglo X figuran dentro de La Rioja los monasterios de San Martín de Albelda y San Millán de la Cogolla. Con los Cluniacienses, destacará Nájera y ejemplo patente de trabajo, sacrificio y amor al prójimo lo tenemos en la vida del ermitaño Santo Domingo de La Calzada, que consumió su existencia construyendo puentes, arreglando caminos y edificando capillas y casas para los peregrinos.

Enterramientos

Como colofón de esta exposición, vamos a tratar del último acto de la vida de las gentes: los enterramientos. Se suelen realizar alrededor de los templos, llenando los porches y los claustros, con sepulcros reducidos y pobres.
   El cadáver era lavado, vestido o más frecuentemente amortajado con una sábana. Cuando se podía, el cadáver era velado por los clérigos durante tres días, para ser conducido finalmente al cementerio, éste se extendía alrededor de la iglesia, con una superficie de unos treinta pasos. El lugar era sitio sagrado y se fulminaban anatemas a los violadores o destructores de sepulturas.
   Los sepulcros eran modestísimos. Podía realizarse excavados en la roca, ejemplo San Millán de Suso, en forma antropomorfa, cubiertas por una o varias losas pegadas con cal. Otras veces eran urnas de piedra formadas por ocho losas en los cementerios cavados en la tierra; ejemplo, las necrópolis de Varea.
   También se podía enterrar en sarcófagos exentos; pero éstos resultaban muy caros y sólo eran destinados a personas de alta alcurnia. La penuria era tan grande que muchas de las veces el sarcófago era reemplazado.
   No aparecen ajuares dentro de las tumbas, ya que esta costumbre había sido desterrada por el cristianismo, pero sí se guarda la orientación en sentido este-oeste. El difunto era enterrado en posición de cúbito supino y los brazos cruzados sobre el pecho o vientre.
   

Todas las descripciones y referencias que hemos aplicado a la España altomedieval fueron propias de La Rioja y en ella pensábamos al escribirlas.


 

Obras de consulta

Conferencias del curso celebrado en Jaca, en agosto de 1947: La Reconquista española y la repoblación del Pais. C.S.I.C. (Escuela de Estudios Medievales). Zaragoza, 1951.
   Díaz
y Díaz, M.C. Libros y librerías en La Rioja Altomedieval. I.E.R., Logroño, 1979.
   García de Cortazar y Ruiz de Aguirre, J. A. El dominio del monasterío de San Millán de la Cogolla (siglos X a XIII): Introducción a la historía rural de Castilla Altomedieval. Universidad de Salamanca. Salamanca, 1969.
   Goicoechea Arrondo, E. Cartografia del Camino de Santiago. Los amigos del Camino de Santiago. Estella (Navarra), 1972.
   Lacarra, J. M.ª Historía del Reino de Navarra en la Edad Media. Caja de Ahorros de Navarra. Pamplona, 1975.
   Menéndez Pidal, R. Los comienzos de la Reconquista (711-1038). Vol. VI. Historia de España. Espasa Calpe. Madrid, 1971.
   Lacarra, J. M.ª Aragón en el pasado. Espasa Calpe, Col. Austral. Madrid, 1972.
   Moxo, S de. Repoblación
y sociedad en la España cristiana Medieval. Rialp. Madrid, 1979.
   Pérez de Urbel, F. Justo. La conquista de La Rioja
y su colonización espiritual en el siglo X. En estudios dedicados a Menéndez Pidal. Tomo V. C.S.I.C. Madrid, 1950.
   Valdeavellano, L. G. de. Historia de España: De los orígenes a la Baja Edad Media.
11 Vols. «Revista de Occidente». Madrid, 1973.
   Valdeavellano, L. G. de. Historia de las instituciones españolas: De los orígenes al final de la Edad Media. «Revista de Occidente». Madrid, 1968.
   Varios. La Rioja
y sus gentes. Diputación de La Rioja. Logroño, 1982.
   Varios. La comunicación en los Monasterios medievales. XV Centenario de San Benito. Ministerio de Cultura; Dirección General del patrimonio artístico, archivos y museos. Madrid, 1980.
   Vázquez de Parga, L. - J. M.ª Lacarra - J. Uría Riu. Las peregrinaciones a Santiago de Compostela. 3 Vols. Madrid, 1948-49.

 

 
 

 

HISTORIA DE LA RIOJA (VOL. II)
EDAD MEDIA
La reconquista y repoblación en La Rioja
SEBASTIÁN ANDRÉS VALERO 
(Profesor de Historia Medieval C.U.R.)

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