ROMANIZACIÓN   DE   LA  RIOJA

 

     Desde la llegada de los romanos al valle medio y alto del Ebro,   hasta el final de la República en el año 31 a.C., se pueden diferenciar dos modelos de intervención en estas tierras, separados por una fecha concreta: el año 133 a.C. que señala el final de la guerra numantina. 

     En la primera etapa, el territorio riojano actuó como barrera o espacio de seguridad entre la zona del bajo Ebro, ocupada y administrada directamente por los romanos, y las tierras de la Meseta que eran el espacio de los celtiberos. Por lo tanto, en esos años, La Rioja no formaba parte todavía del suelo provincial romano, y la relación con sus habitantes se establecía mediante pactos que, entre otras cosas, fijaban los tributos que debían pagar a Roma. Durante este periodo se mantiene el orden territorial anterior; respetando la estructura social y la organización política tradicional de las tribus prerromanas.
     Tras la caída de Numancia y la derrota de los celtíberos, desapareció el peligro para estos territorios fronterizos. El espacio riojano pasó a formar parte, a todos los efectos, de la provincia Citerior, siendo gestionado directamente por Roma. La presencia esporádica de los recaudadores de tributos romanos del período anterior; dio paso a una intervención mucho más organizada. Gentes procedentes de la península Itálica llegaron hasta aquí para explotar los recursos de la zona y realizar distintas obras públicas que facilitaran las relaciones comerciales con el resto del territorio romano. La intervención de los nuevos conquistadores acabó con las estructuras sociales, económicas y culturales de los pueblos indígenas y, en su lugar, se estableció un nuevo orden dirigido desde Tarraco (Tarragona), la capital de la provincia. 

     Los romanos aprovecharon los núcleos de población que ya existían para organizar el territorio, aunque, en muchos casos, abandonaron el recinto indígena y levantaron sus poblaciones en lugares próximos a las ya existentes. Este es el caso de Vareia y, muy probablemente, de Calagurris y Tritium, en cuyas excavaciones arqueológicas no se han encontrado restos de épocas anteriores a la dominación romana que puedan atestiguar la existencia en el mismo lugar de un poblado indígena. 

Restos provenientes de Nájera

     Las ciudades romanas citadas surgieron en la última etapa de la República y alcanzaron su máximo explendor en la época del Imperio. Se puede afirmar que, cuando finaliza el período republicano, solamente las tierras de la Rioja Baja, con Graccurris y Calagurris como núcleos más importantes, se encuentran totalmente romanizadas. En cuanto a las zonas correspondientes a las actuales Rioja Media y Alta, en lo que era propiamente el terrrtorio berón, subsistían en buena medida los usos y costumbres de las gentes que habitaban allí antes de la llegada de los romanos. Esta pervivencia de lo indígena es todavía más acusada en las zonas montañosas de los valles altos del Cidacos, Jubera, Leza, Iregua y Najerilla, habitadas por comunidades pastoriles que, salvo contadas excepciones, no recibirán la influencia romana hasta bien avan- zado el siglo I d. de C.

Distribución de los pueblos celtíberos en La Rioja

Cuando Octavio Augusto se hace con el poder en Roma, apenas quedaban restos de la organización territorial céltica en el valle medio y alto del Ebro. Tras casi dos siglos de dominación, los romanos acabaron implantando un nuevo sistema que basado en la intervención de los órganos de gobierno de la provincia, sustituyó al indígena. 
     Las tierras riojanas pertenecían, como ya se ha indicado anteriormente, a la provincia Citerior o Tarraconense y, dentro de ella, al convento Cesaraugustano, una de las siete divisiones en que se dividía esta extensa provincia. El mando provincial lo ejercía un gobernador que residía en Tarraco (Tarragona), la capital. Era ayudado por tres legados, uno de los cuales mandaba las tropas desplegadas en esta zona. 
     Durante la primera etapa del Imperio el territorio se organizaba en torno a las ciudades. Los romanos concedieron privilegios a quienes habían colaborado con ellos en la etapa de la conquista, creando importantes diferencias entre las distintas ciudades. Así, a las que habían mostrado su adhesión desde el principio, se les premió con la máxima categoría urbana: la de municipio. Por el contrario, las que se resistieron a la conquista fueron consideradas como estipendiarias, es decir; estaban obligadas a pagar un tributo o stipendium. Junto a estos dos tipos se encontraban también las colonias, que eran comunidades de nueva creación formadas generalmente por veteranos del ejército, a los que se les repartían tierras para que se instalaran en ellas como premio a sus ser- vicios, y los oppidum, enclaves militares que todavía no habían alcanzado la condición de colonia. 
     La ciudad de Calagurris (Calahorra) se vio recompensada por su fidelidad en la guerra sertoriana y posiblemente, para el año 30 a.C habría recibido ya la categoría de municipio. A partir de ese momento se convirtió en el principal núcleo del área riojana y en uno de los centros de las actuaciones romanas en el valle medio y alto del Ebro.

     La siguiente ciudad que alcanzó la condición de municipio fue Graccurris (Alfaro ). Esto ocurrió en tiempos del emperador Tiberio. al abandonar la condición de ciudad estipendiaria que había tenido durante el periodo republicano. Parece ser que este cambio de situación se produjo al mismo tiempo en otras ciudades situadas entre Calagurris y Cesaraugusta (Zaragoza), consolidando así la romanización del pasillo Ebro. 
    En la zona occidental riojana, la que había estado ocupada por los berones el proceso fue mucho más lento. Los romanos no consideraron estas tierras con el suficiente interés como para extender a ellas el privilegio de los municipios, y prefirieron seguir considerándolas como estipendiarias,recaudando en ellas los correspondientes tributos. A esta   categoría de  ciudades estipendiarias pertenecían, según nos lo cuenta el historiador Plinio, Libia (Herrarnélluri-Grañón) y Tritium Magallum (Tricio). Vareia (Varea) era considerada como un oppidum. 

    El desarrollo económico experimentado por Tritium Magallum a mediados del siglo I. gracias a las grandes cantidades de cerámica producidas en  sus alfares, fue motivo suficiente para que Roma le concediera de municipio. Algo más tarde, hacia el año 75, consiguió este beneficio la ciudad de Libia, cerrando así un proceso que se había prolongado a lo largo de más de cien años, y que colocaba a todo riojano plenamente integrado en el conjunto del Imperio. A partir de este momento, los habitantes  de las ciudades riojanas se encontraban en condiciones de participar plenamente en las instituciones y de aspirar a ocupar altos cargos del ejército, de la administración y del gobierno.

 


Tritium Megallum

TRITIUM  MAGALLUM

municipio latino de la terra sigillata

     La ciudad romana de Tritium se levantaba en el cerro donde actual mente se ubica la localidad de Tricio. Seguramente en el mismo lugar existió un enclave berón, pero no debió ser el más relevante en la comarca del valle del Najerilla, ya que se han encontrado restos de mayor importancia en el yacimiento de Los Villares. situado en el término de Bobadilla. 
     Debido a la importancia de este poblado, es posible que fuera allí donde se situara el núcleo principal del Tritium Magallum de los berones Su desaparición coincidiría con la llegada a la zona donde se se encuentra actualmente la localidad de Tricio, de grupos de gentes que dieron un fuerte impulso a los alfares que ya funcionaban allí, introduciendo nuevas técnicas. Sería este núcleo el que se desarrollaría durante la dominación romana alcanzando finalmente la categoría de municipio latino. 
     En la consolidación de la ciudad desempeñó un papel importante la calzada conocida como vía Galiana que, desde Roncesvalles y Pamplona, Puente Mantible y, posteriormente, alcanzaba la población de Tritium. Por esta calzada llegarían gentes y productos de la Galia -territorio romano situado al otro lado de los Pirineos- que influyeron en sus producciones de cerámica. 


Cerámica tradicional de Navarrete, localiadad cercana a Tricio

     Las nuevas técnicas romanas de moldear y cocer la arcilla tuvieron convirtieron a Tritium Magallum en uno de los centros alfareros más importantes de Occidente, Esta circunstancia favoreció el crecimiento de la ciudad que vio cómo se abrían un gran número de oficinas donde se fabricaban grandes cantidades de objetos de terra sigillata que, a través de la vía Galliana y de la calzada del Ebro, se distribuyeron por todo el territorio romano.

     Puede situarse el periodo de máximo apogeo de la ciudad en el II, cuando los alfares de cerámica sigillata estaban en plena producción y, seguramente, como el resto de las ciudades riojanas, sufriría la crisis del siglo III, recuperando parte de su actividad durante el siglo IV, hasta la Ilegada de los pueblos germánicos.
    La cerámica romana tenía como principal característica su utilidad. De los alfares riojanos salían gran cantidad de recipientes que, además de ser bellos, eran empleados por las gentes de la época en su vida cotidiana. La primera cerámica que utilizaron los romanos fue la llamada cerámica campaniense. Se fabricó entre el siglo V y el I a.C., y se caracterizaba por su color negro y por tener las paredes finas. También se encuentran recipientes de este tipo barnizados en tono anaranjado o marrón rojizo. Algunas piezas presentan las paredes tan delgadas que se les Ilamaba cerámicas de cáscaro de huevo. 

     En un principio la mayor parte de cerámica se fabricaba en Italia, y desde allí se repartía por el resto de los territrios romanos. Pero,poco a poco, las exportaciones de cerámica italiana fueron disminuyendo al tiempo que aumentaban las producciones de cada región. La cerámica de paredes finas dejó paso, a partir de finales del siglo I a.C., a un nuevo tipo de recipientes fabricados en terra  sigillata. Las copas, platos, fuentes, cuencos y en general, la vajilla que se utilizaba habitualmente en la mesa, tomaron un tono más rojo y comenzaron a llevar impreso un sello (sigillum) con el nombre del alfarero que las había realizado. Por este motivo se han llamado cerámicas sigillatas. El color rojo característico de este tipo de recipientes se lo da un barniz formado por una mezcla de arcilla con mucha agua que, al cocer a altas temperaturas, adquiere un brillo característico.

      Uno de los principales centros de producción de terra sigillata hispánica fue la ciudad riojana de Tritium Magallum. De sus numerosos alfares (oficinas) salieron infinidad de piezas de gran calidad que eran muy apreciadas en el territorio romano. Desde Tritium, a través de las calzadas, y por la vía fluvial del Ebro que arrancaba en Vareia para desembocar en el Mediterráneo, llegaron los productos de terra sigillata a gran parte de las ciudades del Imperio Romano. 
     Las vasijas producidas en los alfares tritienses podían ser lisas, pero, con frecuencia, estaban decoradas con relieves. En un principio se utilizaron, fundamentalmente, temas de tipo vegetal, imitando a las cerámicas de la Galia. Más tarde se empleó un estilo en el que abundaban las metopas, es decir, adornos situados dentro de figuras rec- tangulares enmarcadas por orlas. En la última época, los adornos consistían, sobretodo, en el empleo de cenefas, rosetas o círculos. 

     Aunque la tradición alfarero del valle del Najerilla se remonta a la Edad del Hierro, es durante los siglos I y II cuando encontramos en plena producción los centros alfareros de Arenzana de Arriba, Arenzana de Abajo, Tricio, Bezares, Manjarrés, Badarán, Camprovín, Baños de Río Tobía, etc. Tricio y Arenzana de Abajo se mantuvieron durante los siglos III y IV y, cuando se produjo su decadencia, hizo su aparición el centro de Nájera que perduró hasta el siglo VI. Los talleres alfareros de Tricio, Arenzana de Arriba, Arenzana de Abajo, Manjarrés, Sotés y Bezares, lograron un elevado desarrollo industrial. Firmas como la de Valerius Paternus, Sempronius, Lapillius o Matemus Blandus, alfareros afincados en Tritium, aparecen en cerámicas encontradas en numerosos lugares de la costa del Mar Mediterráneo, tanto en Europa como en África y Asia.


Río Najerilla a su paso por Nájera

     Pero no sólo en Tritium se fabricaba cerámica. También se han encontrado alfares en otras localidades riojanas como Graccurris, Calagurris y Vareia. Las recientes excavaciones en el Alfar de La Maja, han revelado la importancia de su producción que abastecía un intenso mercado regional. Un gran número de cerámicas procedentes de este alfar; que llevan el sello de G. Valerius Verdullus, se caracterizan por su rica ornamentación con temas de caza, de juegos de gladiadores y de escenas de circo. El éxito de su taller le permitió realizar las funciones de negociante ya que tenía trabajando para él a otros alfareros de Calagurris y de Tritium Magallum. Gracias a ello fue mejorando su situación social, llegando a formar parte de la aristocracia de Calagurris. 

     Junto a las piezas finas de Terra sigillata, los alfares también producían cerámica común, objetos para la mesa, la cocina o la despensa, influenciados frecuentemente por la tradición indígena. También se fabricaban las llamadas cerámicas engobadas caracterizadas por tener un recubrimiento rojizo poroso, producido por una cocción a escasa temperatura. Eran productos con una calidad intermedia entre las sigillatas y las cerámicas comunes. Hay documentados numeroso alfares donde se fabricaba cerámica común. En algunos, como el citado de La Maja, se hacían también piezas de cerámica engobada, tanto lisa como decorada. Eran piezas dedicadas a la mesa, a la elaboración de alimentos o a su almacenamiento, y se han encontrado también botellas, jarras, morteros y cuencos de distintos tamaños.

      Se han localizado otros restos de alfares de cerámica común en Manjarrés, en el término de San Martín, en Arenzana de Arriba, en el término de La Puebla, en Arenzana de Abajo, en las Fuentecillas, en Baños de Río Tobía, en el término de Santa Cruz, en Tricio y en Varea. Aunque la tradición alfarera del valle del Najerilla se remonta a la Edad del Hierro, es durante los siglos I y II cuando encontramos en plena producción los centros alfareros de Arenzana de Arriba, Arenzana de Abajo, Tricio, Bezares, Manjarrés, Badarán, Camprovín, Baños de Rio Tobía, etc. Sólo Tricio y Arenzana de Abajo se mantuvieron durante los siglos III y IV y, cuando se produjo su decadencia, hizo su aparición el centro de Nájera que perduró hasta el siglo VI. La gran difusión que alcanzó la cerámica sigillata hispánica, fue posible gracias a la creación de asociaciones de alfareros de la misma zona que tenían a su servicio comerciantes encargados de la exportación, a través de las calzadas romanas y de la vía fluvial del río Ebro.

 

 

Valerius Paternus, un alfarero de Tritium

      Era la primavera del último año del siglo primero cuando Valerius Paternus recibía a Tiberio en la pequeña estancia que hacía de oficina de la alfarería y de almacén donde descansaban desordenadamente muestras de vasijas, moldes para decorar y herramientas de repuesto: espátulas, estiletes, reglas, punzones, cuchillos, hachas, carretes, plantillas y un par, de tornos.

     Se sentaron y Valerius colocó sobre uno de los tornos, que hacía la función de mesa, una botella de vino con miel y dos pequeñas copas de vidrio mientras aseguraba que el vino que desde hacía unos pocos años se elaboraba por la zona, tenía ya la misma calidad que el que se traía desde Roma. Tiberio explicó a Valerius el motivo de su visita. Era un comerciante que había oído hablar de la "terra sigillata" que se fabricaba en Tritium, y quería estudiar la posibilidad de comercializarla en la capital de la provincia Tarraconensis.
     En su viaje de veinte jornadas desde Tarraco, pasando por Caesar Augusta, Graccurris, Calagurris y Vareia, ya había comprobado el perfecto estado en que se encontraba la calzada por la que tendría que transportar la mercancía. Ahora quería conocer precios y el proceso de fabricación. Había elegido visitar aquella alfarería porque, sin duda, era una de las de mayor fama de toda Hispania. No por casualidad, las vasijas llevaban grabado el sello "EX OF VAL PAT", o lo que es lo mismo "hecho en el taller de Valerius Paternus", se comercializaban en provincias tan lejanas como Lusitania, Mauritania, o Germania Superior; y en ciudades tan importantes como Cacabelos, en la calzada del Finis Terrae, Iruña, en el país de los Várdulos, o Liédena, en tierra de los Cántabros. Varias eran las razones que explicaban la fama del taller de Valerius Paternus.

     A simple vista, sus cerámicas eran fáciles de reconocer por la cuidada elaboración, su pasta de color rosáceo y corte vítreo, y por el homogéneo barniz de color rojo terroso y de mucho brillo. Descendía de antigua familia de alfareros berones, pero él no se había limitado a copiar los productos de moda que llegaban desde la Galia, sino que supo diseñar unas cerámicas diferentes en su decoración y en sus formas, de gran personalidad. Por otra parte, se había especializado en una cerámica de mesa, de finísimas paredes y poco peso, muy lujosa y cara. Su catálogo incluía platos, vasos, jarritas de dos asas, cuencos, lucernas, incensarios tinteros, decorados profusamente con gran variedad de temas: motivos vegetales, escenas de caza, juegos circenses, animales reales y mitológicos. Valerius no tenía tiempo que perder y fue directamente al grano. Si lo que Tiberio buscaba eran materiales de construcción o pesadas cerámicas para guardar vino, agua o aceite, sería mejor que preguntara en otras alfarerías de los alrededores. Él sólo se ocupaba de fabricar cerámicas lujo, no envases para la despensa o el almacén. Y para convencer a su cliente, le invitó a recorrer sus talleres.

     Visitaron, en primer lugar, un edificio en el que varios operarios moldeaban las diferentes vasijas en los tornos que hacían girar con el empuje de sus pies desnudos. Al aire libre podían verse una docena de hornos colocados en tres baterías de cuatro hornos cada una. De esta forma, los esclavos estaban permanentemente ocupados y no perdían el tiempo esperando a que acabara una cocción para iniciar la siguiente.
     Todos los hornos eran iguales, de forma elíptica, excavados en el suelo con tres partes bien diferenciadas: la boca, por donde se introducía el combustible, una cámara de fuego, donde se concentraba el calor que se filtraba a la parte superior por los agujeros practicados en una parrilla sustentada por columnas, y el llamado laboratorio, un espacio abovedado donde se amontonaban las vasijas que se iban a cocer. Para que la cocción fuera buena se precisaba día y medio a una emperatura próxima a los mil grados. Sólo los muy expertos sabían controlar el calor; leyendo el color de las llamas y del barro a través de pequeños agujeros practicados en las paredes que cubrían los hornos.
     Después había que esperar otros cuatro días más para que el horno se enfriara y las vasijas pudieran recuperar la temperatura ambiental y no se quebraran con los cambios bruscos. Junto a las bocas de los hornos podían verse, cuidadosamente apilados, los troncos de encina. Bajo una frágil estructura sin paredes y cubierta por ramas, se secaban al aire las cerámicas recién torneadas para que dieran parte de su humedad antes de ser introducidas en el horno. En el centro del recinto había una balsa cuadrada, de cuatro pies de lado y más de un pie de profundidad, a la que llegaba el agua por una larga tubería de cerámica. AIIí por decantación, se limpiaba la arcilla de piedras, trozos de raíces y otras impurezas. Al lado, había varias piletas de amasado construidas con "tegulae", grandes tejas rectas colocadas verticalmente en el suelo.

     En una esquina estaba la escombrera donde se amontonaban las vasijas que se habían roto en alguna de las fases de la fabricación y que no eran aptas para la venta. "El tamaño de la escombrera no indica malos alfareros, sino extrictos controles de calidad", justificó VaIerius. También le gustaba insistir en que la clave de trabajo estaba en la conjunción de los tres elementos que intervienen en el proceso alfarero: la tierra, el agua y el fuego, a la vez que señalaba con orgullo el suelo sobre el que pisaban, el cercano bosque encinas y las acequias que traían agua nsparente desde los manantiales. "Buenas materias primas y la tradición heredada de nuestros mayores", sentenció Valerius. Cuando Tiberio abandonaba Tritium, Valerius Paternus sabía con certeza que su marca de fábrica, "EX OF VAL PAT", llegaría también hasta las villas de los ricos hacendados romanos en las orillas Mare Nostrum, entre Tarraco y Ampurias.

TERRA SIGILATA: Céramica romana, de superficie fina, brillante y de color rojo que muestra en el fondo el sigillum" o sello del taller donde se fabricó.OFICINAS: Lugar donde se fabricaban objetos de cerámica.

(Textos de la obra "La Rioja, espacio y sociedad" , editada bajo los auspicios de la Fundación Caja Rioja)