A la izquierda el monasterio de Suso, y a la derecha, detalle del Folio 72 del códice 60 que contiene las GLOSAS EMILIANENSES.
 

 

 

La Rioja medieval fue tierra de monasterios: Albelda, San Millán y Valvanera, los tres situados a occidente, constituían los núcleos culturales de la región.

Albelda, dotado en el año 924 por Sancho Garcés, llegó a tener, además de su comunidad monástica, residencia episcopal. En su escritorio se redactó el Cronicón albe/dense (segunda mitad del siglo XI) y en él se incluyó la conocida Nota Emilianense.

El monasterio de Valvanera no alcanzó el desarrollo cultural de Albelda o de San Millán. Sin embargo, que allí acudían los peregrinos en gran número, parece deducirse de la donación de la villa Unión, que García Sánchez I hace al monasterio, para que ésta sostenga a monjes y peregrinos. El escritorio de Valvanera no produjo obras destacadas, pero sus documentos, menos mediatizados por un latín cuidado y más transidos de vulgarismos, son base fundamental para el estudio del dialecto riojano.

San Millán, por su parte, es el centro de la vida monástica riojana, y lo es desde el año 574, en que se erigió el monasterio de Suso sobre el refugio del eremita San Millán. Pronto empezaron a llegar peregrinos, incluso castellanos, y el monasterio se fue engrandeciendo gracias a las donaciones de reyes y particulares. Situado en el límite con Castilla, sufrió con los enfrentamientos entre Alfonso VI y Sancho el de Peñalén hasta que el conde Gonzalo Salvadórez, gobernador de alfoz de Lara, convenció al rey najerino del perjuicio que su conducta ocasionaba al cenobio. Sancho el Noble, para hacerse perdonar peregrinó a San Millán junto al conde, y dictó medidas para proteger en todo momento al peregrino.

El monasterio tuvo un escritorio famoso y una biblioteca muy importante para la época. En el siglo X poseía una escuela de calígrafos que incrementaron con sus copias los fondos de la biblioteca, comentarios de Esmaragdo a la Regla de San Benito, una colección de vidas y de tratados monásticos, recopilación de concilios y decretos, bibliografía de autores religiosos, historias eclesiásticas, repertorios jurídicos y, naturalmente, la Biblia, las Etimologías de San Isidoro, las colaciones de los Santos Padres, el antifonario, el liber ordinum ... todo aquello que era propio de la cultura peninsular en tan remotos tiempos.

La lectura de estos textos latinos fue la causa de que en San Millán se escribieran las Glosas Emilianenses. Datan de mediados del siglo X y son anotaciones a un códice escrito a finales del IX o comienzos del X, en el que se recoge una narración de las Vitae Patrum, un consistorio de demonios, señales que precederán al fin del mundo, tres sermones y una homilía de San Agustín. Estos textos plantearon a los monjes problemas para su interpretación y la solución consistió en hallar equivalencias latinas, románicas o vascas para las palabras dudosas ..

Pero no se trata sólo de glosas aisladas; el final del primer sermón de San Agustín da lugar a una verdadera traducción a la que el monje añade, en su lengua materna, una oración emocionada. Así, el adjubante domino nostro Jhesu Christo cui ets honor et jmperium cum patre et Spiritu Sancto jn secula seculorum, se convierte en: conoajutorio de nuestro dueno, dueno Christo, dueno Salbatore, qual dueno get ena honore, equal dueno tienet ela mandatjone como Patre, cono Spiritu Sancto, enos sieculos delosieculos, e inesperadamente surge lo que Dámaso Alonso llamó el primer vagido de nuestra lengua: Facanos Deus omnipotes tal serbitjo fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen.

Este primer testimonio de una lengua peninsular trasluce las influencias linguísticas y culturales del romance riojano medieval. Algunos de sus rasgos son típicos de la región, mientras que aparecen claramente los navarro-aragoneses en todo su arraiqo. Pero, junto a rasgos vulgares, hay glosas latinas (verecundia se explica con pudor, diuisiones con partitiones, etc ... ), que nos hablan de un latín, conservado como reliquia viva, en un cenobio en el que, más tarde, Gonzalo de Berceo salpicaría su román paladino de latinismos y, finalmente, un par de glosas en vasco, entre ciento cuarenta y cinco, van a completar el panorama linguistico de La Rioja medieval.

La presencia del vasco en el riojano de la Edad Media es una constante. La toponimia revela cómo parte de La Rioja perteneció al dominio linguístico eúskaro y esa convicencia latino-vasca se refleja en las Glosas. Entre ellas encontramos dos en vasco: «jnveniri meruimur» = 'jzioqui dugu' (glosa 31) Y «precipitemur» = 'guec ajutuezdugu' (glosa 42), ésta última también vertida al romance como «nos nonkaigamus». Ambas glosas presentan un vasco difícil de identificar, que ha hecho que los vascólogos no hayan podido dar una traducción exacta a su contenido.

Pero tenemos otras fuentes que nos proporcionan vasquismos en el riojano medieval. En Berceo se encuentran azconas, del vasco az, aitz = piedra; zaticos, de zati =pedazo; gabe, de gabe = privado; don Bildur, de bildur, miedo; socarrar, de su = fuego, karra = llama y quizá amodorrido y cazurro. Los documentos riojanos, por su parte, registran el uso de elementos vascos ya asimilados en el romance riojano, como ocurre con los tratamientos de respeto: eita « eita, aita = Padre) y ander(a) = señora, se repiten en ellos continuamente: Aita Gomiz, Eita Didaco, Eita lohannes, Egga de Millan y Anderazo, Anderazo de Fortes (de ander(a) señora + azo - anciana, con el mismo valor semántico e histórico que el español señora doña), Andregoto (ander(a) +n. propio Goto). Con el tiempo, ambos pasarán a convertirse en nombres propios.

Junto a estas voces son frecuentes ama, procedente de amá = madre, amuña, de amuña = abuela y ana ya, de ana ya = hermano, todas ellas fórmulas de respeto o cariño, relativamente fosilizadas, que se mantienen por ello en los documentos medievales, sin interferir con las correspondientes románicas.

No hay mucho más testimonios vascos en documentos medievales -si exceptuamos topónimo y antropónimos-, lo que motiva que investigadores como Lacarra y Llorente piensen, respectivamente, en vasquismos por contagio de zonas vecinas de habla vasca o en una semicolonización o colonización señorial, monástica o clerical vasco-alavesa.

La Rioja ha sido siempre zona de transición y este hecho condiciona claramente su romance medieval. Hablar de dialecto riojano es hablar de un conglomerado de influencias linguísticas procedentes de Castilla, Navarra y Aragón, que tienen su origen en hechos históricos. Aunque Nájera fuera reconquistada por León en el año 923, ya al año siguiente, está en manos pamplonesas, y la política de la dinastía de los Abarca está marcada, a través de fueros y concesiones, por el deseo de dominar toda La Rioja, borrando el antiguo límite del río Najerilla, de forma que La Rioja occidental quedase bajo su dominio. La fundación de Santa María la Real, en 1052, por García el de Nájera, va a asegurar la jurisdicción de ésta sobre territorios castellanos. Pero, a partir de la segunda mitad del siglo XI, La Rioja sufre parciales ocupaciones: castellana (1076-1109) y aragonesa (1114-1134). La muerte de Alfonso I el Batallador es el punto de partida para una nueva conquista de La Rioja, por parte de Alfonso VII. La región queda bajo poder castellano, entre 1134 y 1162, para pasar a formar parte de Castilla, ya de una forma definida, en 1176.

El castellano fue penetrando poco a poco en La Rioja, y esa penetración acabó con las características propias del romance riojano. En los primeros documentos, La Rioja parece ir más acorde con la Castilla norteña -región de Amaya- que con la burgalesa, pues presenta rasgos tan primitivos como la conservación de la-u final hasta los últimos años del XIII, y la presencia de -j final (alkaldi) o las asimilaciones conno < cum + illu, enno < in + illu hasta el siglo XIII en La Rioja Alta. Estamos, en estos últimos casos, ante arcaísmos castellanos que sólo se conservan en la zona más próxima a la Vieja Castilla, mientras que no aparece ni un solo ejemplo en La Rioja Baja.

Dentro del panorama dialectal castellano, el riojano se presenta como área lateral arcaizante. Entre los arcaísmos, dignos de señalarse, destacan las grafías l por ll, lh por ll, gg como vv (uves breves []) hasta finales del XII y como c hasta mediados del XIII; diptongaciones de e en ia (Gutiarrez) y de o en uo (uova) en onomásticos, aunque ya en las Glosas había alternancia ua l ue en (h)uamne l ueme; mantenimiento del sufijo diminutivo -iello hasta mediado el siglo XIII, cuando otras regiones castellanas lo reducían a -illo ya desde el siglo XI; algún caso de diptongo decreciente ei (meirino); apócope de -e y -o finales, a mediados del siglo XIII.

 

 

Las glosas emilianenses,

Es opinión del Dr. Alarcos Llorach que el castellano ya se hablaba con anterioridad a las Glosas Emilianenses y que nuestra lengua es como un complejo de dialectos en el que tuvo buena parte el que se hablaba en la región en el siglo X. Esta región era el Reino de Nájera y su monarca García Sánchez I o Sancho Garcés Abarca II que dominaban en una amplia zona del Valle del Ebro (actualmente La Rioja) y entre otras, en las tierras de Pamplona, ciudad que había sido reducida a escombros e incendiada, el año 924, por Abd al-Rahman III y aunque se reconstruyera y repoblara posteriormente, había perdido sus funciones políticas y quedó relegada a un lugar secundario, como reconoce el profesor Lacarra.

Los dos monarcas najerinos citados reinaron en Nájera desde el año 918 (aunque la Corte no se estableciera en la ciudad citada sino después de la reconquista de su castillo en 923), hasta el 975, porque la datación del Códice Latino, en el que un monje bilingue (hispanovasco parlante) anotó algunas traducciones al romance riojano (143 glosas) y al euskara (2 glosas) pertenece, según casi todos los paleógrafos al siglo X, bien a mediados o a su último tercio.

Esta coetaneidad podría ser la explicación del por qué existe semejanza entre Las Glosas y el lenguaje de las escrituras y privilegios reales de los monarcas najerinos de los siglos X y XI.

En cuanto al complejo de dialectos de que hablaba García de Diego, resulta natural el aporte de voces procedentes de otras regiones, como sucede en el castellano de hoy, cuyo léxico se enriquece con el que recibimos de otras regiones y países extranjeros, si bien el testimonio escrito del que nace nuestra lengua, el más antiguo, proviene de las Glosas Emilianenses.

El proceso de cambio o suplantación del lenguaje por otro es lentísimo y no presenta solución de continuidad. Cada generación entiende y es entendida por la precedente y la siguiente, aunque transcurrido algún tiempo, las poblaciones sean incapaces de entender el idioma de sus predecesores y tendrán por ajenos los escritos procedentes de aquellos. Esto explica, dice el Dr. Alarcos, la aparición de las Glosas y, más tarde, la decisión de redactar en romance los documentos referentes a la vida diaria. Por ello, aunque el castellano, como lengua hablada, preexiste a las Glosas escritas, no deja de estar justificado que llamemos a la aparición de éstas nacimiento del castellano y hoy por hoy, mientras un fortuito hallazgo no nos depare otro testimonio más antiguo, el primer vagido, como dice Dámaso Alonso del castellano, lo constituyen las Glosas Emilianenses del siglo X.

También el profesor Alarcos en su discurso en los actos que se celebraron para conmemorar el Milenario del Nacimiento de la Lengua Castellana en San Millán de la Cogolla dijo: "Podemos aceptar que Las Glosas, convenientemente estudiadas nos ofrecen el primer ejemplo histórico de nuestra lengua ... Al primer golpe de vista se observa que la lengua de Las Glosas presenta rasgos análogos a los que estabilizaron el castellano literario medieval e incluso el moderno ... Vemos, pues, que el primer ejemplo del castellano escrito es sólo reflejo de un habla reducida a límites geográficos muy restringidos. Una más entre las variedades que se desarrollaron a partir del latín, en la Península ... Y así la lengua en proceso paralelo, fue imponiendo sus características o aceptando las ajenas lentamente hasta crear el castellano literario que llega a los tiempos modernos». (J. García Prado).

 


 

    Parece ser que Berceo usaba también la apócope, influido por el navarro-aragonés. Son también arcaizantes el uso de -t  y -d finales en matod, misot; la persistencia de ll en Valvanera (siglo XIII), cuando hacía un siglo que ésta había evolucionado a ž; el empleo del artículo (e)lla = la, o del posesivo so para los dos géneros.

Pero a estas características conservadoras dentro del panorama castellano, se vienen a sumar aquellos rasgos procedentes de la influencia navarro-aragonesa. Ya las mismas Glosas, por su arcaísmo, más se parecen al navarroaragonés posterior que al castellano; en ellas son aragonesismos las vacilaciones ua / ue para la diptongación de o, la conservación de g- inicial (jectat gejtat), o el resultado ít para la evolución del grupo kt latino (muíto, feíto). Documentos riojanos muestran aquí y allá grafías como íl, gl por ll, ínn, ng, por ñ, de origen navarro-aragonés. Pero habría que señalar que los rasgos orientales se acumulan o, al menos, tienen una duración mucho mayor en La Rioja Baja, la más aragonesizada de las dos, donde, al amparo de esta situación de contacto, se conservan unas características que, en principio, eran comunes a las dos Riojas y que retrocedieron ante la presión Iinguística del castellano: conservación de g- ante vocal palatal (Rioja Alta, hasta 1083; Rioja Baja hasta 1152), el aragonesismo de la conservación de la -d-latina intervocálica (Rioja Alta, 1045; Rioja Baja, 1243); -x- para la evolución del latín -scy- (Rioja Alta, hasta XII; Rioja Baja, hasta fines del siglo XIII); conservación de ll sin pasar a ž (Rioja Alta, segunda mitad del XI; Rioja Baja, hasta fines del XIII); it<-kt(Rioja Alta, sólo en las Glosas; Rioja Baja, hasta el siglo XIII); la presencia de lur(es), pronombre posesivo de varios poseedores, procedente de illorum, especialmente documentado en La Rioja Alta.

También el vocabulario de los textos refleja la presión linguística aragonesa: ansa = asa, arangone = endrino, carrascal = encinar, cuytre = arado, femorali = estercolero, tormo = terrón, treudes = trébedes, etcétera.

Hemos visto rasgos castellanos y rasgos aragoneses, pero hay ocasiones en que el riojano se afirma como tal, oponiéndose a influencias occidentales y orientales. Es lo que ocurre con el grupo -mb- que se mantiene, como en navarro, en contra de la reducción a -m- de castellano y aragonés. La reducción acabará imponiéndose con el tiempo. También podría considerarse riojanismo, propiamente dicho, las formas eli, elli del artículo el, las formas esti, essi, fizi, junto con el enclítico li(s), y voces como los arabismos açuteiçi = sexta parte, resce = alboroque, o los derivados latinos collazo = tierra asignada por el señor, rate = dehesa, bosque.

La diferenciación entre Rioja Alta y Rioja Baja, que procede de épocas prerromanas y que se manifiesta claramente en tiempos romanos y visigóticos, se refleja en la situación linguística medieval. Pero circunstancias históricas y sociológicas vinieron a ahondar esa antigua diferenciación. A comienzos del siglo XI, Sancho el Mayor traza una nueva ruta para el Camino de Santiago, el iter francorum, a través de las llanuras de La Rioja Alta.

Y por el Camino llegan influencias europeas y nuevos pobladores, ya que los ultrapirenaicos no vienen sólo como peregrinos. Jaca había sido ya la piedra de toque, para la política peninsular de atracción de franceses por medio de libertades especiales. Los francos, como se llama a las gentes ultramontanas, van a constituir el fermento urbano de las poblaciones del Camino y allí donde ellos se asienten, prosperarán las actividades mercantiles.

En La Rioja, son dos los lugares donde fundamentalmente se asientan los francos: Logroño y Nájera. La desviación del Camino explica el hecho de que Logroño pase de ser una explotación agraria, dependiente del monasterio de San Millán (926), a ser un honor real (siglo XI). Se convierte, además, en importante ciudad-etapa del Camino, con su puente sobre el Ebro y un mercado floreciente. En 1092 el Cid destruyó Logroño y se dice que esto motivó la repoblación del conde castellano Garcia Ordoñez. En realidad, lo que buscaba era una reglamentación jurídica que asegurase el establecimiento de gentes extrañas. Surge así la franquicia, tan bien estudiada, por Ramos Loscertales, en el Fuero de Logroño, como el ejercicio de libertad e ingenuidad y curiosamente se señala que en adelante se poblará, ad foro de francos. Este Fuero (1095) se aplica a los que ya habitaban Logroño y a los que vengan en el futuro: «tam Francigenis quam etiam Ispanis, uel ex quíbuscumque gentibus ... ». También Santo Domingo de la Calzada, construido en función del Camino, se pobló, gracias al Fuero de Logroño que se le otorgó en 1207, ad forum de francos.

    Es muy probable que ya antes de 1095, hubiera ultrapirenaicos entre la población mercantil de Logroño. Pero, contrariamente a lo que ocurre en puntos anteriores del Camino, aquí los francos no forman un burgo independiente, sino que centran sus actividades comerciales en dos calles del núcleo primitivo: la Rúa Vieja y la Calle Mayor, contribuyendo decisivamente al crecimiento urbano de la antigua villa. Aunque no disponemos de documentos para estudiar detenidamente la importancia de los franceses en el desarrollo de Logroño, un texto de 1199, transcrito por Menéndez Pidal, en el que un francés vende un majuelo a un riojano, nos proporciona nombres como los de Pascal de Limoges, D. de Limoges, Martín Broton, Bartolomo Broton, Pere Bernalt, el alcalde don Arnalt o el merino P. la Pont.

 

 

 

El Romance riojano

 

En la Roma antigua se habla, junto al latín literario, una lengua nacida de éste y usada por las clases sociales inferiores. Era un tanto incorrecta y común y recibió diversos nombres, como: sermo rustico, plebeyo y vulgar, también conocido por quotidianus, usualis y urbanus.  

Igualmente en las provincias se empleó por los habitantes en vías de romanización y lo hablaban de modo libre y espontáneo, intercalando palabras, giros, modismos y frases de su lengua vernácula, latinizándolas a su manera. Al generalizarse este modo de hablar se originaron diversos dialectos latinos en las distintas provincias del Imperio Romano. Las personas cultas y las de las clases dirigentes siguieron fieles al latín de las obras literarias, siendo su lenguaje correcto y cuidado, cumpliendo los preceptos de pedagogos y gramáticos, que se preocupaban por la pureza del LATIN.

Hispania se adaptó al mismo desarrollo, si bien se dieron las consiguientes diferencias por el enriquecimiento del léxico propio de las regiones y diverso según el tiempo o época a la que hagamos referencia. LA RIOJA no fue una excepción en cuanto al proceso de gestación, nacimiento y evolución de la lengua neolatina que se conoce con el nombre de Castellano o Español, hablada hoy por trescientos millones (+de 400 en el siglo XXI [Nota de la Redacción]) de seres en las cinco partes del mundo.

Si se hubieran conservado documentos u obras literarias que contuvieran el latín vulgar en sus formas originarias y escuetas, así como las evolucionadas, diversas y plasmadas en idiomas y dialectos de pueblos y épocas distintas, hubiera resultado más fácil su estudio hasta llegar a las lenguas neolatinas: rumano, dálmata, rético, italiano, sardo, provenzal, francés, castellano y portugués.

Diversos dialectos se derivaron de cada una de ellas y hoy son objeto de minuciosos estudios por los cultivadores de las distintas ramas de la Filología. Entre ellos: el gallego y el portugués, idénticos en su origen y diferenciados posteriormente; el lemosín, del que derivaron el catalán, el valenciano y el mallorquín; así como del castellano nacieron: el leonés (asturiano o bable, leonés, berciano, extremeño, mirandés, riodonorés y guardamilés), el navarroaragonés y el andaluz. Las fuentes documentales del castellano evidencian la existencia, en sus orígenes, del romance riojano.  

Este castellano primitivo o romance riojano se habló primeramente en La Rioja Alta, La Bureba y en la Castilla Vetula, conservándose el primer documento, como testimonio-primicia de nuestra lengua, en el famoso Monasterio de San Millán de la Cogulla, conocido y estudiado intensamente en todo el mundo con la denominación de GLOSAS EMILIANENSES. Tanto el Monasterio de San Millán como los de Santa María la Real de Nájera y San Martín de Albelda son universalmente famosos por sus copistas, códices, riqueza de sus archivos y de sus bibliotecas medievales.  

Los pueblos invasores dejaron en nuestra lengua, como poso de su cultura, numerosas voces, raíces, prefijos y giros. Así podemos reconocer las procedentes del ibero, del celta, griego, germánico, etc. Olegario García de la Fuente, en su obra El latin bíblico y el español medieval hasta 1300, publicada en 1981, nos brinda un elenco de palabras latinas, griegas, hebreas, arameas, egipcias, acadias, hurritas y persas que con las del romance riojano constituyeron el asombroso léxico de Gonzalo de Berceo.  

La colonización española en América enriqueció igualmente nuestro vocabulario con nombres de animales, plantas y frutos; de igual modo la difusión de los idiomas extranjeros por la enseñanza, el turismo, las relaciones socio-económicas, la técnica y los medios de comunicación han incrementado en cuantía extraordinaria el repertorio de nuestro Diccionario de la Lengua Española, a la cual la Real Academia fija, pule y da esplendor.  

Ciñéndonos a la preocupación de La Rioja por el romance riojano hemos de reconocer la ingente labor del Instituto de Estudios Riojanos y de su Centro de Estudios Gonzalo de Berceo, la de los Amigos de San Millán, Amigos de La Rioja e insignes medievalistas, miembros de instituciones docentes de grado medio y superior y la de los profesores e investigadores nacionales y extranjeros amantes de nuestras glorias.

 

 

Por su parte, Nájera tenía en 1052 un mercado llevado por judíos y francos en función del Camino de Santiago. Pocos años después, en 1076, Alfonso VI confirmó sus fueros a Nájera y en 1079, el mismo rey castellano entregó a Cluny la iglesia y la alberguería de la ciudad: «Iste Aldefonsus sub era M.ª C.ª XVIª dedit monasterium Naiarum cluniacensibus monachis». Esta donación fue la causa de que en ella se instalasen un prior y una comunidad de monjes franceses, uno de los cuales parece ser el autor de la famosa Crónica Najerense.

La llegada de esta comunidad tuvo que intensificar la inmigración franca, para la que el Cluny fue un importante vehículo de penetración. Sólo unos pocos nombres ultrapirenaicos se deslizan en documentos del Monasterio de Valvanera: Bernard Tacon, Bonet, domno Kiram (alcalde de Nájera entre 1069 y 1110), domno Pasquale, domno Galindo, domno Duran, prior in Certum o Martín Franco. Pero un documento najerense de 1126, en el que «Robertus filius de magistro» vende al sacristán de Santa María una viña junto al Camino de Santiago, nos da la situación aproximada del pueblo de Nájera, dividido en el siglo XII entre francos y castellanos: «Et sunt fideiussores domnus Bartholomeus et Gaufredus Porcelli. Sunt autem testes de francis, Natalis, Iterius et Pihchion, suus gener et Rainaldus Portagero et lohannis de Voluent, magister Petrus cum suis c1ericis. De castellanis ... ». Y se cierra la lista de testigos con una referencia a todo el concejo de Nájera: «et multi alii sic de francis sicut de castellanis».

Vemos que, aunque existen testimonios de la presencia de francos en La Rioja, los documentos que conservamos no nos proporcionan los nombres que esperaríamos. La única explicación plausible es la de pensar que los documentos de San Millán y Valvanera son de carácter rural (compras, ventas cesiones, etc., de predios más o menos en proximidad de los cenobios o de gentes que se relacionan o buscan amparo en ellos), mientras que los franceses, cuando se establecían para afincarse en un sitio, lo hacían buscando el lugar donde pudiera prosperar el comercio; esto es, en las ciudades con importante núcleo urbano o a las que iba a rendirse el final de una etapa de peregrinación.

Desde un punto de vista linguístico, resulta difícil valorar la posible influencia francesa en el dialecto riojano medieval, donde hemos visto entrecruzarse tantas otras. Los francos, establecidos en poblaciones ya sujetas a presiones linguísticas de sustrato y abstrato, al no estar aislados en barrios independientes y desarrollar actividades comerciales que exigían relación con el entorno, es de suponer que se integrarían linguisticamente en cuestión de dos o tres generaciones.

Su influencia probablemente fue mayor en la cultura monástica. Indudablemente eran los monasterios los refugios del saber de la época y éste se transmitía en latín, de espaldas al romance que nacía. La influencia procedente de los cenobios no podía ser, por tanto, más que latinizante y así surge en muchos de los textos que en ellos se nos han conservado.

La presión culta se manifiesta en muchas ultracorrecciones originadas en un deseo de mantener un modelo latino de lengua que ya no tenía correspondencia viva. Olvidado el étimo latino, muchas veces la forma romance se intenta latinizar mediante la experiencia de evoluciones conocidas: así, saltu = soto se reconstruye como sautis, con diptongo au por falsa deducción, ya que au evolucionaba hasta o y en ocasiones, se llega a crear un grupo falso culto con kt- (Sauctis). El prestigio del latín es tan grande que hay casos en los que sólo conocemos una evolución vulgar, a través de estas ultracorrecciones: por ejemplo, la mayor parte de los casos no testimonian el fenómeno de sonorización de consonantes sordas intervocálicas, de formas que pretenden reponer una sorda inexistente, en el origen, nos dan la clave de la situación real. Si encontramos Letesma por Ledesma y Socouia por Segovia, es que la sonorización era un hecho del que se tenía conciencia y que se trataba de evitar por escapar al latín normativo. Algo semejante se documenta en el tratamiento de la F-: los textos, voluntariamente latinizantes, no muestran casos de aspiración o pérdida; pero la realidad, que nos viene dada por ultracorrecciones como faia < avia = abuela, habla de pérdida, en esta zona tan cercana al foco de irradiación del fenómeno.

Sin embargo también la cultura monástica, al ir la lengua alejándose de su origen latino, tuvo que recurrir a las formas vulgares. Y hemos visto cómo las Glosas Emilianenses surgen como ayuda, de uso interno, para que los mismos monjes entendiesen los textos latinos. La glosa es latina -donde probablemente no haya que ver sinonimia, sino distintos niveles de latín-, romance o vasca. Pero la aspiración latinizante se mantiene en los siglos posteriores, quizá alentada por el resurgimiento que, para el estudio del latín, supuso la presencia de Cluny y la encontramos presente en un poeta como Gonzalo de Berceo. Berceo reconstruye con criterio latinista los grupos iniciales PL-, KL-, FL- que los viejos textos dialectales coinciden en presentar palatalizados en ll (planto por llanto; claves por llaves; flamas por llamas) y, junto a muchos testimonios dialectales, es el mayor introductor de cultismos en el castellano medieval.

 

HISTORIA DE LA RIOJA (VOL. II)
EDAD MEDIA
El monasterio de San Millán y el romance riojano medieval
MANUEL ALVAR LÓPEZ y PILAR GARCÍA MOUTON 

Edita CAJA RIOJA
LOGROÑO 1983

 


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