Página iluminada de un códice manuscrito de la Biblioteca del Monasterio de Yuso en San Millán de la Cogolla

  Pensamiento y sensibilidad religiosa 
-Gonzalo de Berceo-


 Américo Castro 

Página iluminada de un códice manuscrito de la Biblioteca del Monasterio de Yuso en San Millán de la Cogolla

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"los milagros de Berceo, siendo cristianos en su esencia y en su tradición, aparecen vividos desde una vida empapada de hábitos islámicos"

 

     He aquí el primer poeta castellano de nombre conocido, a caballo entre los siglos XII y XIII. Su tema es religioso e internacional: vidas de santos, milagros de la Virgen. Su versificación, la cuaderna vía, es de origen francés, según ha demostrado Menéndez Pidal. Sin embargo, Berceo produce una impresión característica, extraña, que es costumbre referir al ingenuo candor del poeta, a primitivismo. La única información acerca de su vida es la dada por el autor, en un somero intento de autobiografía: 

Gonzalvo fue so nomne, qui fizo este tratado,
En Sant Millán de Suso fue de niñez criado,
Natural de Berceo, ond Sant Millán fue nado:
Dios guarde la su alma del poder del pecado.
                 (Vida de San Millán, copla 489) 

     Las referencias a su propia persona son frecuentes, no por vanagloria, sino porque al escribir se encuentra con su conciencia de estar realizando su santa tarea, e incorpora a su poetizar su mismo estar .entre los pucheros» y son causantes y responsables de cuanto ocurre poetizando. Berceo, clérigo conocedor de las lenguas latina y francesa, su vida interior moldeada como la de cualquier otro español, sabemos lo que esto quiere decir.(Nota 61: Cuando Gautierz de Coincy desea expresar  algo que no casa con la objetividad de los milagros de la Virgen -crítica de la sociedad contemporanea,etc- lo lleva al final del milagro como un apéndice, una queue desligada de lo anterior. Como francés, Gautier de Coincy se resiste a mezclar como heterogéneas, a ser confuso) Al comienzo de la Vida deSanto Domingo de Silos, informa el autor de su propósito de escribir la lengua que todos entiendan, no por nada, sino por no ser bastante instruido para poetizar en latín:

Quiero fer una prosa en román paladino,
En cual suele el pueblo fablar con su vezino,
Ca no so tan letrado por fer otro latino:
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino


     En otra ocasión dice no saber el lugar en donde algo aconteció, porque el manuscrito en que leía era confuso y de difícil latín en aquel  pasaje:  

Non departe la villa muy bien el pergamino,
Ca era mala letra, en cerrado latino,
Entender non lo pudi, por Señor San  Martino (copla 609). 


     Achaca a veces el no decir lo que quisiera a la insuficiencia de su fuente:

Si era de linaje, o era labrador,
Non lo diz la leyenda, non so yo sabidor    
       


     En una ocasión hay una laguna en su relato por faltarle un cuaderno al manuscrito que seguía:

De cual guisa salió dezir non la sabría,
Ca fallesçió el libro en que lo aprendía:
Perdióse un cuaderno, mas non por culpa mía;
Escribir aventura sería gran folía
                                              (copla 751).
 


     Hay muchos más ejemplos del mismo fenómeno. Son suficientes citados para hacer notar cómo el poeta incluye su propio obrar en la obra, su conciencia de estar escribiéndola. Ligeramente se ha dicho que Berceo es un artista candoroso y primitivo, sin parar mientes ni en el artificio nada ingenuo de su versificación, ni en su espíritu de propagandista a favor de los monasterios en que estaba personalmente interesado. Como narrador de milagros y maravillas, Berceo no es ni más ni menos ingenuo que los demás escritores medievales que se ocupan en temas análogos. Lo acontecido es que al hallarse con el «integralismo» de su estilo, sin duda sorprendente, los historiadores han recurrido al candor y al primitivismo para explicarlo. Mas lo prudente sería pensar que en Berceo se combinan la perspectiva hispano-europea (fuentes latinas, cristianismo, milagros) y la perspectiva hispano-islámica, proyectada a la sazón en una lejanía vital de quinientos años. A Berceo le ocurre, desde el punto de vista de la forma de vida, lo mismo que a muchos otros escritores hispánicos, en cada uno de los cuales el modo de acercarse a los temas de que trata produjo efectos distintos y originales. 

     La continuidad histórica que estamos intentando establecer no se funda ahora en temas objetivados, que el arrastre de los tiempos hubiese ido depositando en las obras literarias. La consideración de tales temas es indispensable e importante, pues permite discernir el plano común sobre el cual se alzaron los afanes expresivos del mundo occidental, y cómo fue organizándose la realidad del espíritu objetivo -es decir, qué tenía el escritor frente a sí antes de que su pluma corriera sobre el pergamino o el papel-. Mas nuestro problema es ahora distinto. Se trataría, en efecto, de contemplar en la historia hispana la acción de lo que he llamado «espíritu espirituante», la disposición existencial de quienes enlazan sus vidas con los productos del espíritu objetivado: ideas, temas, tópicos, las unidades que llenan el vasto acervo de la cultura. Al destacar las unidades del «espíritu espirituado», máximas o mínimas, percibimos los contenidos de una creación artística, sus ideas, su panorama, su originalidad o su tradicionalidad. La intuición del «espíritu espirituante» permitiría ver, en cambio, cómo fue posible un nuevo género literario (la invención de la novela por Cervantes, por ejemplo ), o un nuevo estilo, nunca reductible totalmente a fenómenos atomizables. Intuiríamos así el «aire» de una obra, esa realidad vaga que llamamos «carácter» de un pueblo, en conexión con su modo interior de existir, del cual surgen las producciones mismas. Fenómenos de existencia serían igualmente los rechazos defensivos de que hablo en ocasiones: la falta de poesía lírica en Castilla antes del siglo XIV, o la aparición de la prosa docta en el XIII. 

     La historia de ideas acentúa el lado fijo y por fuerza rutinario de la historia; la historia de las reacciones vitales completaría aquélla al hacer ver lo vario dentro de la uniformidad. Por eso, al mismo tiempo que pretendemos encajar la historia medieval de España en el hecho de su convivencia de nueve siglos con los moros, ponemos de relieve que los productos de la civilización española son enteramente distintos de los musulmanes, los cuales no escriben novelas ni dramas, no pintan ni esculpen.
     Dicho esto, reanudamos la meditación sobre Berceo. Si lo analizamos objetivamente en temas y formas métricas, aparece como un escritor medieval, sin genialidad y sin haber inventado nada importante. ¿Por qué, entonces, encanta al lector de hoy? Ya nos divertía mucho en el colegio, aun antes de comprender bien lo que quería decir. Luego vino su renacimiento, y Azorín, Rubén Darío, Antonio Machado y otros se han referido a su tono «espontáneo, jovial, plástico, íntimo». Para Rubén, su verso 

tiene la libertad con el decoro,
y vuelve como al puño el gerifalte,
trayendo del azul rimas de oro. 

      Antonio Machado ha escrito que:

Su verso es dulce y grave; monótonas hileras
de chopos invernales, en donde nada brilla;
renglones como surcos en pardas sementeras,
y lejos, las montañas azules de Castilla. ..
y dijo: «Mi dictado non es de juglaría;
escrito lo tenemos, es verdadera historia». 

 

     Hay aquí algo más que el entusiasmo de una generación, o gusto por la antigualla. Berceo se entró en el alma de esos excepcionales lectores y de otros menos grandes por el tono «jovial, plástico, íntimo», que dice Azorín. No por sus temas, sino por cómo los vive, por cómo existen en él, por meterse en sus historias y decir: «es verdadera historia». 

     Veamos la de santo Domingo, abad de Silos durante el siglo XI. Un monje de aquel monasterio, llamado Grimaldo, refirió en latín la vida de aquel santo, calificado más tarde de «taumaturgo»,(nota 62: Véase M. Ferotin, Histoire de l'abbaye de Silos, 1897.) haber realizado extraordinarios prodigios, tanto en vida como después de muerto. Berceo elaboró poéticamente la biografía latina un estilo sin igual fuera de España, porque ese estilo que para un  moderno es «espontáneo» y «plástico», es el de la literatura sufí la cual hemos empezado a trabar conocimiento. Santo Domingo un taumaturgo, favorecido por los carismas que encontramos en las  vidas de los santones sufís. Berceo refiere los milagros con ingenua  crudeza, y el prodigio está incluso en detalles de vida elemental que contrastan con el docto artificio de la forma, imitada de Francia y la más culta que España practicó. El milagro abarca desde los gritos  que dan los enfermos hasta la manifestación del espíritu divino, que la virtud del santo hace descender. He aquí a un ciego, mortificado  por un terrible dolor de oídos: 

En comarca de Silos, el logar non sabemos,
había un omne ciego, de elli vos fablaremos.
De cual guisa cegara, esto non lo leemos,
lo que non es escripto no lo afirmaremos.
Johan había nombre, si saber lo queredes. ..
había sin esta cuita...
tal mal a las orejas, que roía las paredes.
 


     Lo llevan entonces a casa de santo Domingo: 

Cuando fue a la puerta de San Sebastián
non quiso el mezquino pedir vino nin pan,
mas dizía: «Ay, padre, por señor Sant Millán,
que te prenda cordojo de esti mi afán. ..
pon sobre mí tu mano, sígname del polgar;
sólo que yo pudiesse la tu mano besar,
de toda esta cuita cuidaría sanar». 


     El santo monje entonces:

Echol con el hisopo de la agua salada,
consignó1i los ojos con la cruz consagrada,
la dolor e la cuita fué luego amansada,
la lumbre que perdiera, fue toda recobrada

     Los fenómenos sensibles llegan a nuestra experiencia mediante un lenguaje elemental, en un ambiente de solemnidad y maravilla, según ocurre en vidas de santones musulmanes, inspiradoras del estilo de Berceo. A fines del siglo XII vivía en el Aljarafe de Sevilla Abü-l-Hayyay Yüsuf, uno de los maestros de espíritu guiadores de Ibn ' Arabi. Refiere éste: 

Estando yo en su casa en compañía de varias personas, entró a visitarlo un hombre aquejado de tan fuerte dolor en los ojos, que le hacía lanzar gritos como los de la mujer que está de parto. Penetró, pues, el hombre por entre la gente ( que estaba apenadísima oyendo sus gritos). Al maestro se le demudó la color, y temblando de compasión, extendió su mano bendita y la puso sobre los ojos del enfermo. Instantáneamente se le calmó el dolor y cayó de costado al suelo, como si se hubiera muerto; pero luego se levantó y salió de allí en compañía de toda la gente, sin tener ya dolor alguno. Hízose luego discípulo suyo (Asín, Vidas de santones, p. 84). 

     Un milagro característico de la vida peninsular es la liberación de cautivos. Santo Domingo saca mágicamente a un devoto suyo de manos de los moros: 

Metiéronle en fierros e en dura cadena. ..
dábanli yantar mala e non buena la cena,
combría, si gelo diessen, de grado pan de avena

.
     Sus parientes fueron a suplicar al santo que lo rescatara; impetró aquél el auxilio divino, y 

escapó el captivo de la captividad.
Abriéronse los fierros en que yazía trabado,
el corral nol retovo que era bien cerrado,
tornó a sus parientes de los fierros cargado,
fazíase él mismo de ello maravillado. 


     Servicio análogo prestó el maestro de espíritu Abü Madyan a Müsa al-Baydarani, condenado a injusta prisión por el sultán de Marruecos, y ante cuya presencia compareció:

Cargado de cadenas fue llevado a su presencia; pero cuando ya estaba cerca de Fez, lo metieron en una habitación de una de las posadas del camino, que cerraron con llave, poniendio además guardias durante la noche para vigilarlo. Al día siguiente, así que amaneció, abrieron la puerta y se encontraron las cadenas que llevaba encima tiradas por el suelo, pero a él no lo encontraron (ibid., p. 147). 

     Siendo santo Domingo abad de Silos vino a informarle el despensero de la carencia total de víveres. El santo habló así a la comunidad: xx Veo, amigos, que traedes mormorio, xxporque es tan vazío el nuestro refitorio.

     Prometióles remediar la penuria y dirigió a Dios su fervorosa oración.(nota 63:  Es lo que hacen los santones: «Oró toda la noche el santo confessor al Rey de los cielos» (Santo Domingo, copla 345). «Pasó toda aquella noche en la soledad rogando a Dios...» (Santones, p. 150)

Tú nos envía vito que sea aguisado,
por onde este convento non sea descuajado.
Tú vees esti convento de cual guisa mormura,
contra mí tornan todos, yo so en angostura. 


     A poco de rato se presentó un mensajero con la buena nueva de que el rey había donado al monasterio 

Tres veint medidas de farina cernuda, 

con lo cual el abad recobró la confianza perdida :

Los que antes dubdaban después se repintieron,
ca los dichos del Padre verdaderos ixieron.   

 

     Por un motivo semejante, el místico suff Abü Ya 'far se vio también en aprieto, no con una comunidad monacal, sino con su familia. Había abandonado el trabajo para consagrarse al trato de Dios en soledad; su mujer le injuriaba a fin de hacerle abandonar tan infecunda tarea y conseguir en casa los mantenimientos precisos. El asceta invocó a Dios en términos parecidos a los de santo Do:mingo «Oh, Señor, esta mujer va a ser un obstáculo que se alce yo y tú. ..Si quieres que me consagre a tu trato, líbrame de ocupación de mi mujer». El Señor le promete que aquel mismo concederá «veinte costales de higos, lo bastante para mantener a tu familia dos años y medio, y más y más todavía ...Aún no se había puesto el sol, y ya tenia en casa los veinte costales completos. Mi mujer y los niños se llenaron de alegria, y además mi mujer me dio las  gracias, completamente satisfecha de mí» (Santones, p. 59). Véase cómo la abstracción en Dios ofrecía iguales riesgos entre moros y cristianos, y daba lugar a los mismos saludables ejemplos. 

     Complemento de los anteriores prodigios son los operados por los varones santos después de su muerte, prodigios conocidos en España antes de la venida de los musulmanes. San Braulio de Zaragoza, muerto en 646, relata en estilo sobrio y objetivo varios milagros realizados por el santo español Millán: «Sed hoc solum dignum putavi  scriptis tradere quod illico post ejus transitum duo oculis orbati sunt lumini» (Patrologia, S. L., LXXX, 713). La virtud del sepulcro de san Millán hace, además, que la lámpara de una iglesia, apagada por falta de aceite, aparezca llena y luciendo: «plenam oleum ardentemque repererunt» (ibid.). No hay, por tanto, sino un simple esquema informativo, porque no existe aún el estilo integralista y vitalizado. Veamos, en efecto, en qué convierte Berceo la seca frase «duo oculis orbati redditi sunt lumini». Comienza refiriendo en una villa residían dos desventurados ciegos, carentes de todo; oyeron  nuevas de las maravillas realizadas por el santo, y concibieron esperanzas de ser devueltos a la luz. Salieron de sus casas con sus lazarillos, e iban hincando en la tierra los bordones en que se apoyaban. Llegaron al sepulcro los dos desdichados, aunque ya se sentían alegres en sus corazones. Empezaron a dar grandes voces, porque así lo hacen  los ciegos: 

Metieron grandes voces, ca tal es sue natura.

Como resultado de la clamorosa plegaria, ambos ciegos recobraron la vista. Los conceptos abstractos de san Braulio se han convertido en la imagen sensible de dos ciegos, que caminan hincando sus bordones en el suelo; llevan desventura en sus ojos, pero la alegría les llena el alma; claman a grito herido según hacían los ciegos que Berceo conocía. He ahí otro ensayo de expresión de un trozo integral de vida, con lo interno y lo externo bien ensamblados, con inclusión de lo corporal, lo afectivo y lo espiritual. Al elaborar más tarde el dato escueto del milagro de la lámpara, se nos dice que la tal lámpara:

Nunca días nin noches sin olio non estaba,
fuera cuando el ministro la mecha li cambiaba.

El escritor necesita abarcar la existencia total de la lámpara, y para ello tiene que mencionar el único momento en que la lámpara se encontraba sin aceite.(nota 64:  Un milagro con motivo de una lámpara, mucho más vitalizado que el aludido por san Braulio, se encontraba ya en la tradición islámica: «Llegada la hora de la puesta del sol, hicimos la oración ritual, y como el dueño de la casa en que parábamos tardaba en encender la lámpara, dijo mi amigo: "Yo desearía ya tener la lámpara encendida". Abü 'Abd Allah le dijo: "Perfectamente". y tomando en una mano un puñado de hierba seca, de la habitación en que estábamos, dióle un golpe con su dedo índice y exclamó, mientras mirábamos qué era lo que iba a hacer: " Aquí está el fuego". Y, en efecto, la yerba se inflamó, y con su llama encendimos la lámpara.. (Santones, p. 144).

     De lo anterior se desprende que hacia el 1200, entre el milagro y quien lo narraba se había creado una conexión vital que no existía en los relatos de la época visigótica, ni -añado- en los textos latinos coetáneos de Berceo, ni en el francés Gautier de Coincy. Recordando los textos de Berceo, se ve que el relato de los prodigios incluye la persona de quien los refiere, las circunstancias en que escribe, el ambiente del milagro y las reacciones vitales, bajas y altas, de quienes intervienen en él. Para suscitar la virtud del sepulcro de santo Domingo en favor de un paralítico, 

Parientes del enfermo, e otros serviciales,
compraron mucha cera, ficieron estadales,
cercaron el sepulcro de cirios cabdales,
teniendo sus vigilias, clamores generales. 


     Los milagros de Berceo, siendo cristianos en su esencia y en su tradición, aparecen vividos desde una vida empapada de hábitos islámicos; de otro modo no se entendería la intervención de lo personal del narrador, ni que se esfumen los límites entre lo mágico, lo lógico y lo sensible inmediato. Si la cantidad importara a mi demostración, aduciría docenas de similares concordancias. No hace falta, porque ya se ha visto de dónde procede el estilo taumatúrgico y vitalizado de Berceo -emanación de su forma de vida, es decir, de la tendencia, ya congénita, a valorar lo que el europeo desdeñaba y no advertía. Los prodigios que Ibn ' Arabi atribuye a los cincuenta maestros espirituales que le habían servido de modelo y sostén, todos descansan sobre una larga tradición de leyendas sufís arraigadas en el mundo islámico, denso de realidad mágica. De ahí arranca la presencia de la persona de Berceo en su obra, y no de espontaneidad ingenua y primitiva: 

Yo Gonzalo, que fago esto a su honor,
yo la vi [la iglesia de Santo Domingo], 

     Por leves que sean estas asomadas de la persona de Berceo bastan para dar sabor de realidad vivida al tema impersonal de su narración. Su estilo, sin embargo, recuerda el de las obras árabes antes citadas en donde los prodigios aparecen englobados con las circunstancias espirituales y materiales en las cuales existen, con lo cual la narración se combina con la descripción. La obra de Berceo aparece también haciéndose, descubriendo el «dentro» de su factura, con lo cual se quiebra la monotonía del relato, y el lector moderno experimenta un placer que no aguardaba. El condimento que determina tan grata sensación es sencillamente algo de la manera sufí de estar en el mundo, sólo un poco de esa manera, porque nadie en España, antes de santa Teresa, igualó y superó al sufismo en el arte de expresar totalmente el existir íntimo. En cambio, Jbn ' Arabi, contemporáneo de Berceo ya escribía así: 

Entré una vez a casa de este maestro y me dijo: «Preocúpate de ti mismo, ¡oh hijito mío!». Yo le dije: «Nuestro maestro Ahmad, a quien he visitado, me ha dicho: "¡Oh hijito mío, preocúpate de Dios!". ¿A quién, pues, habré de escuchar?». Él me contestó: «¡Oh hijito mío! Yo estoy con mi alma y Ahmad está con Dios; cada uno de nosotros te indica lo que su propio estado de espíritu le exige».(nota 65:  Santones, p. 94; véase además, Asín, El Islam cristianizado, passim.)

   

 

 

 

 

ASCETAS Y MÍSTICOS SUFÍS

 

«acordáos a menudo de Alá»

 

     La ascética y la mística hallaron pronta y abundante expresión en el islamismo,(58) porque la estructura de la nueva religión incitaba a ello y no los meros contactos con el neoplatonismo cristiano o el budismo. Las ideas, repetimos, no viajan entre el bagaje de las caravanas, sino que son inseparables del complejo hombre-mundo en el cual existen y adquieren sentido. La relación entre el creyente musulmán y su fe (su Dios) era a la vez más próxima y más laxa que la del cristiano. Los términos de aquella relación eran el creyente, el libro santo y Dios; el lazo religioso se establecía mediante la oración ritual, la peregrinación a La Meca, el ayuno y la limosna. No había en realidad una iglesia visible, ni sacramentos como la confesión y la comunión que apretaran a los fieles en una comunidad espiritual. Las vías entre el cristiano y Dios estaban trazadas y guardadas por la fuerza espiritual y política de la Iglesia, exteriorizada en una rigurosa jerarquía calcada formalmente en la del imperio romano. Ser cristiano consistía ante todo en reconocer esa jerarquía integrada por ministros de Dios, únicos aptos para ejecutar y dirigir la práctica de los sacramentos y de los ritos. De este modo la zona de la exterioridad regulada era más amplia que la de la intimidad libre de la conciencia -el contacto directo con el espíritu de Dios.

(Nota 58: He aquí una indicación bibliográfica que no pretende ser completa: M. Asfn, Abenmasarra y su escuela (orígenes de la filosofía hispano-musulmana), 1914. R. A. Nicholson, The Mystics o! Islam, 1914. I. Goldzieher, Le dogme et la loi de l'Islam, 1920. R. A. Nicholson, The Idea o! Personality in Su!ism, 1923. Ibn I;Iazm, Los caracteres y la conducta, trad. de M. Asín, 1916. Sobre Ibn 'Arabi, el gran místico de Murcia, es capital el libro de M. Asfn, El Islam cristianizado, 1931, obra que parece ignorar A. E. Affifi, The Mystical Philosophy o! Muhyid Din-Ibnul ' Arabi, 1939. M. Asin, Vidas de santones andaluces, de Ibn 'Arabi, 1933. M. Asin, Huellas del Islam, 1941. Ténganse además presentes otras obras antes mencionadas.)  


     Contrasta con tal situación la del Islam, en realidad sin sacerdotes y sin iglesia jerarquizada; su lugar lo ocupaban los sabios en la ley alcoránica, los alfaquís y los imanes que dirigían la oración en la mezquita. Los creyentes se relacionaban directamente con Dios y con su profeta a través de la oración y por medio de obras espirituales, lo cual llevaba consigo una actitud más personal y más libre que la del término medio de los cristianos. Ya entre los siglos VII y VIII aparecen constituidas las sectas sufís, integradas por ascetas y místicos vestidos de áspera lana (süf). El centro de su vida religiosa era la oración, la mención de Alá (dikr);(59) «acordáos a menudo de Alá» (Alcorán, XXXIII, 14); confiaba totalmente en la voluntad divina (tawakkol) con abandono quietista. El sufismo contó en seguida con numerosos adeptos, situados de hecho frente a la ritualidad oficial de la mayoría de los fieles. Un movimiento análogo dentro de la Iglesia cristiana hubiese significado un riesgo muy serio, y habría sido contrario a la misma esencia de la Iglesia. Cuando en el siglo XII floreció la herejía de los albigenses, hubo de ser suprimida por la fuerza combinada de la Iglesia y del Estado. 

(Nota 59:  De aquí procede la mención tópica de Dios en español, en un grado desconocido por las otras lenguas románicas. Cuando Lazarillo de Tormes dice: «Topóme Dios con un escudero», dice lo mismo que santa Teresa: «Dios anda entre los pucheros». La mención de Dios no va unida a un estado íntimo de tensión religiosa, ni tiene la solemnidad de frases como «quiso el destino» que ocurriera esto o aquello; es una expresión lisa y llana, reflejo de la continua presencia de Dios, de su influencia en lo más alto y lo más menudo. Es el dikr alcoránico, «acordáos a menudo de Alá» (XXXIII, 14). Como tantos otros usos, éste pasa por perfectamente cristiano, y lo es, aunque peculiar del cristianismo español. La contraprueba de ello nos la da la blasfemia contra Dios, la Virgen y los santos, justamente por existir la creencia de que Dios y sus próximos agentes andan «entre los pucheros» y son causantes y responsables de cuanto ocurre. Lo mismo acontece entre los pueblos balcánicos (según me comunica mi amigo Leo Spitzer),pienso que por su largo contacto con el Islam.)

     La espiritualidad sufí hizo posible alcanzar, ya en el siglo x, la altura expresiva de una poesía como la de Ibn Faray, gracias a la indistinción entre lo divino y lo mundano, entre la doctrina y la expresión del existir total de la persona. Por ese camino entenderemos el arte de santa Teresa, que no gana nada al ser disuelto en los tópicos de la mística universal, sin tiempo ni patria, sin color ni sabor. Mas ahora hemos de seguir pensando en la llamada Edad Media, un concepto muy incómodo al intentar movernos en la historia de España.

AMÉRICO CASTRO
ESPAÑA EN SU HISTORIA
CRISTIANOS, MOROS Y JUDÍOS
(pág.315-324 -Gonzalo de Berceo)
(pág.313-315 -Ascetas y Místicos Sufís)
Editorial Crítica, Barcelona 1984

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