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"Un sonido, una idea, un gesto, una
palabra o un movimiento hacen de una representación teatral algo
único e irrepetible que va más allá de todos esos La música infunde al teatro una gran proporción de ficción en el sentido de que acompaña situaciones en las que, en nuestra vida cotidiana, no suele sonar nada, sin embargo, también añade un elemento real que conecta de forma significativa al espectador con alguna situación concreta de la puesta en escena, al utilizarse ritmos y melodías predeterminadas que, al ser reconocidas por el espectador, provocan en él toda una serie de relaciones afectivas y conceptuales personales." [...]
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2. Dramaturgia musical del teatro español a
los largo de la historia.
El motivo de que el recorrido histórico
por la música en el teatro español la comience en el Medievo, y el
hecho de que una dicha música a la del siglo XVI es debido a que la
mayoría del repertorio de reposiciones que engloba esta tesis
pertenecen al llamado Siglo de Oro Español, cuyo esquema
de la comedia nueva se desarrolla en el siglo XVI desde unos
parámetros puramente medievales, tal y como reconoce César Oliva51.
Las primeras representaciones teatrales
de la Edad Media se dan dentro de la Iglesia y están bastante
asociadas a la música. La música que se hacía dentro de las iglesias
en la Edad Media era vocal y a capella, era canto gregoriano. En un
principio fue monódico pero hacia el siglo IX se comienza a hacer
sobre esos cantos una polifonía primitiva que evolucionará hasta
llegar a su máximo esplendor en el Renacimiento. El canto gregoriano
tenía tres formas de interpretarse: directa (todo el coro cantaba el
canto), antifonal (consistía en el diálogo entre varios coros) y
responsorial (consistía en la alternancia del coro Los orígenes del teatro medieval están íntimamente ligados a una forma musical como es el tropo. A través de los tropos dialogados con versos alternantes como las composiciones pertenecientes al tipo secuencial, llamado también antifonal o como un corto estribillo, pertenecientes al tipo responsorial, se iniciarían auténticas representaciones en que cada cantor interpretaba o recitaba el texto correspondiente a un personaje distinto. En el teatro místico del Medievo, destacan musicalmente dos ciclos pascuales
Con el canto gregoriano entraron en España unas formas poético-musicales de gran éxito a partir del siglo IX, los himnos, que eran poemas compuestos en versos muy sencillos y estrofas isométricas con texto lleno de imágenes populares y música de fácil interpretación. Los tropos y el resto de formas poético-musicales derivadas de ellos se introdujeron en la liturgia para superar el tedio de los largos melismas y para dar mayor solemnidad a la liturgia. En el canto gregoriano la relación del texto con la música puede ser: silábica: a cada nota le corresponde una sílaba, neumática: a cada sílaba le corresponde de dos a cinco sílabas y melismática: a cada sílaba le corresponde más de cinco notas. La menor cantidad de notas por cada sílaba facilitará el entendimiento del texto, sin embargo una de las características de estos cantos es que son muy melismáticos, por lo que más que darse importancia a lo que se dice, se le da a la música. Esto hacía que un canto tuviese un texto muy corto y que no se entendiese muy bien lo que se decía. Según Higinio Anglés52, el drama litúrgico nace en Francia, pero pronto se lo apropia la liturgia mozárabe, al ser ésta más dramática que la romana. El tropo se venía representando bajo dos formas:
Cuando de los tropos en forma de diálogo se pasa a la representación nace el drama litúrgico. En el paso del oficio divino al drama litúrgico se ha visto una intención dramática de los clérigos, mostrar a los fieles dos misterios esenciales de la fe: la redención- resurrección y la encarnación. En España los temas de los dramas litúrgicos pueden agruparse en ciclos que corresponden también a otros tantos ciclos litúrgicos53:
Respecto al Officium pastorum, la representación comenzaba en la Misa, en la que los clerizontes vestidos de pastores danzaban. Seguía el oficio de Laudes, cuya primera antífona Quem vidistis era dramatizada por el coro y los que hacían la función de pastores. Luego se establecía un diálogo en castellano entre los cantores de canto llano, los socapiscoles (o cantores de la capilla catedral) revestidos con capa y los clerizontes, probablemente niños disfrazados de pastores. Estas representaciones usan a menudo el procedimiento del contrafactum, es decir, utilizan melodías conocidas aplicadas a los textos de idéntica cantidad métrica. El Canto de la Sibila, Judicii signum, fue una forma religioso-popular de transición que aparece en Córdoba, Ripoll y París desde el siglo X, donde este personaje de la mitología pagana predice el día del Juicio. Este canto fue muy famoso durante la Edad Media. Su difusión, en idioma latino primero y luego en lengua vulgar, alcanzó gran auge por tierras de España y de Francia hasta finales del siglo XVI. El propio Alfonso X el Sabio conocía los versos y la tonada de la Sibila, y la escogió para concluir la primera colección de las Cantigas de Santa María. La cantiga en cuestión trata “de cómo Santa María rogue por nos e seu fillo eno dia do juyzio” y es una adaptación en lengua gallego-portuguesa de los versos del Judicii signum. Fue representado como drama litúrgico en Ripoll desde el siglo X o tal vez antes. Su carácter silábico facilita el seguimiento de su evolución gráfica, primero con puntos destacados y con notación aquitana sin línea, después sobre una línea seca y roja y posteriormente con notación cuadrada sobre pentagrama. Está basado en los versos Judicii signum, que Constantino recitó en griego durante el Concilio de Nicea y San Agustín tradujo al latín en La ciudad de Dios. Hay muchas versiones. A partir del siglo XV empieza a cantarse el estribillo contrapuntísticamente, y dice: “ Juicio fuerte será dado/ y muy cruel de muerte”. Barbieri describe la representación toledana de El canto de la Sibila, celebrándose esta solemnidad en la Nochebuena, una vez terminado el Te Deum. Ésta es la descripción:
Hay diversas versiones de la Sibila en lengua catalana, siendo de las más conocidas, las representadas en las iglesias de la isla de Mallorca durante los últimos años del siglo XIX. Las representaciones paralitúrgicas en días señalados debieron ser muy frecuentes durante el siglo XIII. Un decreto de Las Partidas prohíbe a los clérigos los juegos de escarnio y que éstos se realicen en las iglesias. Estos juegos, según Lázaro Carreter, consistían en danzas, pantomimas y mojigangas que contaban a veces con elementos literarios de escarnio: oraciones contrahechas, sermones grotescos, canciones lascivas, diálogos bufos, etc. Ejemplo de juegos profanos, en el siglo XIII en Francia es el Juego de Robín y de Marion, escenificación de una pastourelle, género lírico-narrativo francés. Martínez Pérez 57 considera que la originalidad de esta obra radica en la dramatización del género lírico, para lo cual alarga las dimensiones del poema y lo dramatiza sin perder rasgos característicos como los personajes y la vivacidad de los diálogos. Aquí una pastora es cortejada por un caballero, dando lugar a escenas tópicas del género. Adam de la Halle, innovará sobre estos tópicos, dando especial relieve a las escenas cantadas, a los coros, a los bailes de aldeanos, etc; hay quien ha visto en esta obra la primera comedia-ballet del teatro, o la primera opereta58. Los clérigos sin embargo sí tenían permiso para hacer representaciones sobre el nacimiento de nuestro Señor y de la adoración de los Reyes Magos. Así, al ciclo de la Epifanía corresponde el llamado Auto de los Reyes Magos, encontrado en un manuscrito en Toledo y cuya letra data de comienzos del siglo XIII; un total de 147 líneas que representan incompleto el episodio. No sabemos cómo acabaría el auto, pero es posible que fuese con un coro de villanos, que cantarían un, por eso llamado villancico, en probable conjunto polifónico, aún rudimentario. Lo que se conserva de esta composición teatral, la más antigua del teatro castellano primitivo, abarca varias escenas:
Literariamente se caracteriza por la polimétrica, inherente al teatro español. Lo más probable es que la última escena fuese la de la Adoración del Niño59. Tal vez, como señala Alvaro Torrente60 siguiendo a Alvarez Pelletero, este auto podría acabar con un villancico, en cuyo caso, se trataría del más antiguo de nuestros villancicos. En Cataluña, Valencia y Baleares las manifestaciones dramáticas o espectaculares en lengua vulgar fueron mucho más importantes que en Castilla. A las representaciones de los ciclos se unían otros actos dramáticos que tenían lugar en las fiestas civiles solemnes. Tales eran los desfiles, designados con el nombre de mystére. Las crónicas aragonesas y catalanas a partir del siglo XIII hablan de cabalgatas, con carrozas, figuras grotescas, danzantes y músicos en la calle, y grandes banquetes en los palacios donde participan ministriles tocando instrumentos de cuerda y de otro tipo. Los entremeses, referidos a los ritos de presentación de un manjar en una especie de desfile con músicos en medio de un gran banquete, pasaron a designar ritos o desfiles similares fuera del ambiente culinario. Muy pronto serían utilizados para solemnizar otras ceremonias cívicas y religiosas, como la procesión del Corpus. En un principio estos entremeses consistían en cánticos y música interpretada por los ministriles, que era como se les conocía a los instrumentistas de la época. Ya a comienzos del siglo XV se realizaban entremeses vivos y escultóricos, simulándose escenas por medio de la encarnación de personajes por personas vivas. La incorporación de las piezas poéticas de los ciclos litúrgicos en los entremeses, daría la verdadera configuración de los misterios catalanes y valencianos a partir del siglo XV61. Según el autor Emilio Cotarelo y Mori, en su Historia de la Zarzuela, el mal llamado Misterio de Elche no es más que uno de tantos autos del Tránsito y Asunción de Nuestra Señora que se ejecutaban en España en los siglos XIII al XV. Ese drama lírico-sacro se representaba desde hace unos seis siglos en la iglesia parroquial de la ciudad alicantina que le ha dado su nombre, y su interpretación se reparte en dos jornadas, corriendo a cargo de gentes humildes. Los personajes son: la Virgen, cuya muerte constituye el tema fundamental de la obra, varios Apóstoles, El Padre eterno, un Angel, un Coro de judíos y varios personajes mudos, como las dos Vírgenes que forman el cortejo de María y que no cantan62. Pedrell publicó la música de casi su totalidad. Tiene aportaciones de la música folklórica y la trovadoresca. La actual partitura de El Misterio de Elche prodiga la música polifónica, pues se la redactó en el año 1639, y declara los nombres de los músicos a quienes se confió el encargo, como Juan Ginés Pérez. Junto a los números polifónicos hay otros para una sola voz, cuya esencia íntimamente vocal, recargada de melismas, insinúa un origen netamente folklórico, siendo un ejemplo la canción: ¡Ay, triste vida corporal!. En Italia el caso de los corroti, de las laudas dramáticas, lleva a las representaciones sagradas, las Sacre Rappresetazioni, que era el título genérico para una porción de pequeños espectáculos religioso-populares, extendidos desde el siglo XIII. Ahí hay que buscar los orígenes de una de las festas que sobreviven todavía en España. El Misterio de Elche se denomina correctamente en valenciano Festa d´Elig, que es la denominación propia del género. En esta obra coexisten reminiscencias de cantos populares en Valencia y en Baleares, notables por sus melismas, que se dirían moriscos, y es sabida la persistencia de las costumbres musulmanas en varios usos de esa región 63. La variedad de calificativos que se le dan a la representación de la que acabamos de hablar, fiesta, misterio, auto o drama lírico-sacro, nos hacen identificar tres características comunes a los calificativos dados: representación, música y mezcla de lo religioso con lo popular. Por tierras valencianas se difundieron otros misteris, particularmente el de San Cristóbal y el de Adán y Eva. Ambos se conocen como entremeses. Se han publicado varios números de ambos, en la obra La Música en Valencia de José Ruiz de Lihory, cuyas letras están en valenciano, aunque otras, como el dúo de Adán y Eva están en latín. Hay solos y dúos de tipo monódico.
Según Higinio Anglés, se pueden incluir
entre los cantos dramáticos las epístolas parafraseadas, y muy
particularmente aquella de San Esteban que procede de Cataluña, y
que se difundió por Europa, especialmente por Francia. Su melodía,
espigada en un texto francés del siglo XV, fue publicada en 1741 por
el abate Lebeuf. Esas misas parafraseadas duraron en Cataluña hasta
finales del siglo XVI, y desde mucho antes se dictaron disposiciones
para reprimir abusos.
En el habla castellana existen poesías de carácter eminentemente lírico. Gonzalo de Berceo introdujo una de estas poesías en el Duelo de la Virgen, al referir las “contravaduras” que cantaban unos “trufanes” mientras, por orden de Pilatos, guardaban el sepulcro de Cristo. Esa “cántica” o canción de vela, tiene una exquisita musicalidad con sus insistentes órdenes y su imperturbable estribillo. Un siglo más tarde se escribe, tal vez por el rabino don Sem Tob de Carrión la Danza general de la Muerte. Era una de tantas danzas macabras que se compusieron en aquellos siglos, pero ofrece la circunstancia de anteceder a todas las demás escritas en lengua vulgar, abandonando el idioma latino. En ésta el siniestro personaje entabla diálogos con otros varios de diferente condición, a los cuales convida a unirse a su danza. Hacia la misma época, Pedro González de Mendoza compone Cantares así como escénicos, inspirados en las piezas de Plauto y Terencio. Mª José Vega 64 considera que la necesidad de unir música y palabra es importante, tanto para la teoría literaria, como para los tratadistas musicales, los cuales incluyen la palabra, el verso, la oratio o la favella para definir los términos música o melodía. Además recuerda que Aristóteles establece tres instrumentos de la imitación poética: la armonía, el ritmo y el logos, es decir, palabra, oratio y lenguaje. Torrente65, siguiendo a Álvarez Pelletero considera que a partir de la obra de Gómez Manrique se puede constatar un uso consciente del canto en el drama castellano. En el caudal poético de Gómez Manrique destacan dos piezas teatrales por la intervención de la música en ellas, siendo las dos de carácter sacro:
Durante algún tiempo se atribuyó a Gómez Manrique la autoría del anónimo Auto de la huida a Egipto. Contiene cinco villancicos que, como explica Torrente 68, cumplen funciones dramáticas específicas como acompañar el movimiento de los personajes o articular los cambios de espacio teatral que ocurren en escena. Parece ser que todos estos villancicos fueron cantados a voz sola, “al tono de” melodías conocidas de la tradición oral, tal vez con algún acompañamiento instrumental.
Juan del Encina es a la vez poeta y
compositor. Cultiva el auto de Navidad y el de la Pasión, además de
el de Antruejo (Carnaval). Pero esas obras no aceptan la
denominación genérica de auto sino la de églogas unas y
representaciones otras. El auto en Enzina es un diálogo más
desarrollado que la égloga, pero los interlocutores, en ambas
piezas, son pastores que dialogan, a veces, en lenguaje grosero.
Musicalmente todo se reduce a un villancico al terminar el diálogo,
y en el que se introducen para dar mayor carácter local, a Se entendía con la denominación de villancico una peculiar forma poética, la cual se aplicaba indistintamente a las manifestaciones religiosas y a las profanas, o a las expansiones líricas y las escénicas. En los villancicos hay cabeza y pies69:
Las églogas de Encina no eran zarzuelas, ya que en aquellas sólo se cantaba el villancico en función de pieza epilogal y absolutamente desglosable, sin que padezca la unidad de la obra. Por excepción omiten el villancico final dos églogas, aunque en una de ellas pide uno de los interlocutores al final que los demás canten, y en otra figuran unos versos añadidos y destinados al canto. Ciertas églogas de intriga de una época posterior omiten el villancico, pero sin embargo intercalan algunas canciones. Por el contrario aparecen a pares los villancicos en una égloga de dos partes, y en la que unos pastores entregaban al duque una compilación de todas las obras compuestas por Encina. Algunos de los villancicos de Enzina se conservan con música en el Cancionero de Palacio o de Barbieri. Se conoce la música de los siguientes villancicos: Hoy comamos y bebamos, Gasajémonos de hucia y Ninguno cierre sus puertas. Los compuso Encina para cuatro voces, con lo que establece la tradición de los “a cuatro” que pervivirá varios siglos en el teatro español. Datan entre 1494 y 1495. Respecto a las composiciones polifónicas de Enzina hay que decir que el contrapunto tiende a hacerse isocrónico y silábico, en contraposición a la elaboración de los grandes madrigalistas, especialmente los franceses y flamencos. La razón de esta simplificación consiste en ajustar la expresión a la prosodia, deseo que viene realizándose en las formas menores de inspiración popular, frottole, villanelle y villancicos. Como bien señala Torrente70 las didascalias de sus églogas confirman el uso de la música polífónica, en contraposición a las inclusiones de música en las obras teatrales anteriores que se ejecutaban a una sola voz. En la obra de Enzina se hacen continuas referencias o alusiones a la música. En unas se evoca “unos sones agudillos de muy huertes caramillos”, en otra un personaje dice a otro ”mas dad acá, respinguemos, y dos a dos cantiquemos, porque vamos ensayado”, en otra varios personajes “comiendo y cantando dieron fin a su festejar”, en otra un pastor enumera los obsequios que hará a la enamorada ”yo mía fe, la serviré con tañer, cantar, ...”,etc. La práctica de rematar las piezas representadas con pequeñas formas polifónicas era común en los contemporáneos de Enzina y en sus inmediatos sucesores. Lucas Fernández publica sus farsas y églogas en 1514, tituladas Las Farsas y Eglogas al modo y estilo pastoril castellano fechas por Lucas Fernández; van epilogadas de un molde fatal e ineludible con el correspondiente villancico, según concepción formularia que aún parecía inquebrantable. Son un buen paso adelante en la historia de nuestro teatro, y en ellas colabora la música en un sentido progresivo, es decir, más en dependencia con la acción. Las dos farsas del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo concluyen con un villancico. En la primera la acción se divide en dos partes, cada una terminada con un villancico, que es un “cantar de bailar” en un caso y de danzar y saltar en el otro. La segunda, termina con dos villancicos al hilo que, en las piezas de Navidad, se especifica que ha de ser cantado “en canto de órgano”, es decir , polifónicamente. Tiene églogas de Navidad y de Pasión y Muerte. En las de Navidad introducía el órgano, por lo que podemos suponer que se representaron en la catedral salmantina, al igual que su Auto de la Pasión, notable por la intervención musical. La música de este número se incluyó en el Cancionero de Palacio con el número 306 y la publicó Barbieri. También emplea en sus obras “motecitos”, que son motetes a tres voces en “canto de órgano”. El empleo de la música en Gil Vicente tiene un carácter de auténtica colaboración con el contexto de la obra, en sentido pintoresco o expresivo. Su producción escénica prodiga romances y villancicos, e impone la participación musical no sólo para epilogar las obras, sino al principio y en el transcurso de las mismas. En él encontramos otra denominación de villancico, villancete o vilancete. Las villanelle que con las canzonette van a continuar en Italia, así como la frótola, envían su influencia a España bajo el nombre de villanelas y villanescas, que no provienen del villancico. La cazonetta aparece en Gil Vicente bajo dos formas de escritura, canzoneta y chanzonetta, viniendo la última por caminos franceses, probablemente de la chanson y tal vez de la canzone o canzona italiana. Sus pastores entonan canzonetas en el Auto pastoril del Nacimiento (1502)71.
El origen francés es bastante seguro en
otro género de polifonía cómica que se suponía vernáculo, la
ensalada, una de las cuales aparece en el Auto de fe, de Gil
Vicente, de 1510, dando fin a la obra a 4 voces. Su carácter
burlesco se aprecia en otra que inserta en la Farsa dos físicos, y
en ella, así Gil Vicente emplea el término cantigas para designar varias clases de poesía cantada. También nombra la folía, que está siempre cantada a cuatro voces y se da a entender en algún momento que tiene un tono determinado. Emplea la palabra volta al terminar una folía, en un sentido de repetición más que de danza, pero es frecuente que se bailen algunas de estas músicas, sobre todo cuando van acompañadas por un instrumento que suele ser de origen popular. Unas veces es el viejo rabé de origen morisco. El hecho de tañer en un instrumento constituye una clase determinada de música diferente de las chanzonetas de Vicente, quien hace que sus pastores ofrezcan al niño tangeres e bailes mientras que Lope de Rueda pide a uno que cante acompañándose en la guitarra y diciéndole que tanges e cantes. Ese instrumento es el único que acompaña, tal vez con una zampoña o churumbela, a los villancicos cantados por sus pobres músicos itinerantes. Lo normal era que se cantasen los villancicos sin ningún acompañamiento instrumental y a una voz, pero en otros se alternaba el canto entre dos personas, mientras que una tercera proveerá el chillón acompañamiento guitarrístico que se menciona. En las tragicomedias de Gil Vicente, así como en las farsas de Sánchez de Badajoz, en el primer tercio de siglo, aparecen personajes negros que cantan y hablan en el chapurrado castellano que se les atribuye. Así por ejemplo, un negro canta las coplas de La bella malmirada, que era una canción popularísima; después asociado a otros herreros, que en La fragua del amor, cantan en una fragua una serrana a cuatro voces al compás de los martillos. Dos puntos sobre los que insisten nuestros folkloristas cuando hablan de la vieja música andaluza son72:
Cultivó obras profanas y litúrgicas. Funde lo pagano con lo cristiano de un modo muy sutil en su tragicomedia Templo d´Apollo. En esta obra una escena presenta a los romeros ordenados en “solfa” para cantar. En sus obras incluía dúos, tríos y cuartetos. Bartolomé Torres Naharro introduce la música sólo si lo considera oportuno. En una de sus comedias llamada Comedia Himenea, es decir amorosa, incluye una canción, la cual era entonada por los músicos del enamorador a la puerta de la casa donde su enamorada vivía. Las piezas de Diego Sánchez de Badajoz, que alcanzan hasta mediados del siglo XVI, siguen terminando en villancicos, pero el término coro tiene ya un sentido teatral de muchedumbre, de personas tras las cuales se ocultan aquellos músicos y cantantes que folían sin que lo vea el pueblo. El cantante oculto canta una copla de folía sobre un tono determinado, después de lo cual el coro canta y baila la susodicha folía. La escena se repite varias veces, y una de ellas es un villancico a dúo o a dos voces conjuntamente, bailando mano a mano por ambos ejecutantes, después de lo cual el coro, así llamado, canta un verso en fabordón, terminando la obra con música del coro en canto de órgano. Quizá entonces los músicos de las capillas intervenían en determinadas representaciones teatrales, y esto continua en el siglo XVII, continuando hasta los albores del siglo XIX, la práctica del canto a cuatro voces. El sentido dramático del canto va ganando plasticidad en los músicos del siglo XVI. Es notable ver la acotación de Sánchez de Badajoz en su Farsa del juego de cañas, en la que dice que la Sibila se expresa “medio cantado en tono igual”, es decir en una especie de recitativo cuyo modelo debió estar en la cantillatio eclesiástica. Otro personaje sale a escena “cantando como quien apregona”, o sea, imitando los pregones callejeros. En su Farsa teologal una negra canta “al son de un villancico” acompañándose con “su pichel” (un vaso cónico de estaño con la tapa adherida) mientras en una Moral, reminiscencias de las Moralités francesas que llega hasta Lope, la Justicia canta al tiempo en que tañe un villancico en una vihuela. Cantar folías, acompañándose de instrumentos pastoriles, está convertido en verbo por este autor, que dice en una de sus Farsas: “Aquí folían y cantan con sus panderetas...”. Fernán López de Yanguas muestra preocupación por la música cuando en su Farsa sacramental, impresa en 1520, advierte como un pastor “canta los tenores”. Otros cantan la cuentra más alta (contralto) y el bajo, mientras que un ángel dominará el conjunto cantando un tripe o sea, dice el autor, “los chillidos mayores”. La terminología anterior vuelve a aparecer a mediados de siglo en Francisco de Avendaño, advirtiendo que la cuentra hará de discante, mientras que el bajo, que comienza el villancico, lo canta un señor versado en música, pues que canta “por sol fa mi re”. Agustín de Rojas, cómico profesional madrileño, publica en 1604 un Viaje entretenido, donde resalta con rasgo pintoresco y característico el hecho de que la guitarra permaneciera oculta a la vista de los espectadores para que el auditorio concentrara su atención en los actores. Esto siguió hasta que Cervantes, según él mismo, “sacó la música, que antes cantaba detrás de la manta, al teatro público”. Que esta música precaria estaba oculta a los ojos del espectador se deduce de lo que Cervantes dice en el prólogo a sus comedias, cuando advierte que sólo el toledano Navarro se decidió a sacar a escena la música “que antes estaba detrás” del trigladillo escénico. Lope de Rueda, apenas utilizó la música. En nuestros primeros pasos y “entremeses”, como los de Lope de Rueda, toda la música se reduce a alguna canción, cantada tras de la manta que hacía de vestuario, o algún romance antiguo incluso cantado sin guitarra o con una mala guitarra. Esa guitarra se convierte en dos en los entremeses cervantinos, después de que en Rojas habían sido un laúd y una vihuela, según dice en su Viaje entretenido. También toma la música importancia en las tres comedias de Alonso de la Vega (villancicos, villancetes, canción de romería,etc); y en otras producciones firmadas por Francisco de Avendaño, Bartolomé Palau y Juan de Timoneda. La preocupación de Cervantes por la música queda patente en las alusiones que hace en sus obras. Algunos ejemplos de ello son: El Quijote: “Señora, donde hay música no puede haber cosa mala”; “La gitanilla”: su protagonista, Preciosa fue “rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire”; Comedia de capa y espada “la entretenida”: cuando la protagonista tiene visiones inspiradas por el espíritu maligno, “suenan desde dentro guitarras y sonajas y vocerío de regocijo”; Comedia picaresca “Pedro de Urdemalas” se describe la noche de san Juan “suena dentro todo género de música”; en seguida salen comparsas portando ramos de flores “y los músicos entran cantando”; Comedia caballeresca “El laberinto de amor” se entabla un lance de honor advierte ”suenan trompetas tristes”; Comedia de santos “El rufián dichoso” en un entierro advierte “suenan lejos música de flautas o chirimías”. Con los entremeses cervantinos la música surgió radiante en el triple aspecto vocal, instrumental y danzario. Sólo nos quedan alusiones en textos. Algunos ejemplos de ello son: Entremés El juez de los divorcios, la canción que le da fin glosa los sentenciosos versos “Más vale el peor concierto que no el divorcio mejor”; La elección de los alcaldes de Daganzo, con su mezcla de gitanos, músicos y bailarines, cuyos versos refiriéndose al actor cómico Juan Rana dicen: “Panduro: No hay quien cante cual nuestro Rana canta. Jarrete: No solamente canta, sino que encanta”; El rufián viudo, había en él trovas, danzas, música de gallarda, canario, villano y romances acompañados con dos guitarras que tañían dos personajes de la obra. Por último hablaremos de los Autos de asuntos religiosos y farsas sacramentales. El auto lo caracterizan tanto su concepción alegórica como su sentido escolástico. Los autos sacramentales eran piezas devotas del Corpus, que comienzan a prodigarse en la primera mitad del siglo XVI como Farsas sacramentales. En 1520 se escribe la primera, Farsa sacramental de Peralforja y Farsa del sacramento de Moselina, su autor Hernán López de Yanguas. Al principio se representaban en los templos, pasaron a la vía pública, teniendo como escenario carros o tablados; después dejan de ser espectáculo ambulante para estar en los corrales. A cada auto le adicionaban dos entremeses que podían considerarse como loa introductiva el primero y como fin de fiesta el segundo. La música de los autos presentaba dos aspectos:
El auto, género que no tiene nada de
común con el auto sacramental, es muy breve, pues nunca rebasará la
longitud de una jornada. La farsa suele referirse al Sacramento de
la Eucaristía (farsas sacramentales que luego se llamarán autos
sacramentales). Esas farsas necesitaban desde el principio
intervenciones musicales, como el auto sacramental de Hernán López
Yanguas Farsa sacramental en coplas, que está considerado como el
más antiguo de todos. Algunos tendrán más de un acto como la
tragedia Josefina (1553) de Micael Carvajal; cada uno de sus cuatro
actos finaliza con “el coro de las tres doncellas”, que hacían
comentarios, y el postrer acto se cierra con un villancico.
Otros autos sacramentales necesitan de la danza y del canto, como el
Auto de los Cantares de Lope, que se bailaba la españoleta “mudando
los bailes conforme fuesen las coplas”. Otros daban acceso a versos
y melodías populares, como el Auto de la oveja perdida.
Comienza la costumbre de introducir un pastor bobo, y la
loa
introductiva, destinada a explicar el asunto En el Renacimiento español el teatro se servía de la música y la danza popular para atraer al público, de forma similar a como está ocurriendo en Italia con la comedia dell´arte. Esta comedia se apoyaba cada vez más en el movimiento, la burla y la improvisación. Tres son la características principales: tipificación dialectal, caracterización del personaje e improvisación. En situaciones de lucidez, un intérprete inspirado modificaba su actuación, añadiendo recursos propios e inconfundibles. Eran los lazzi, o especie de escenas más o menos breves, siempre de tono humorístico, que con o sin palabras se improvisaban en momentos determinados. Dichos lazzi, definidos a veces como “pasajes de bravura”, contenían todo tipo de recursos propios del actor: el canto, la acrobacia o la expresión corporal. La práctica de hacer intermedios de música no fue tampoco exclusivo de España, aunque en el Renacimiento sólo se hicieran esporádicamente, pero lo que nunca faltaba era el villancico final para acabar el entretenimiento de la representación. Será en el siglo XVII cuando los intermedios musicales se generalicen en las obras de teatro. En Italia al comienzo de la representación el director que solía ser el actor principal, solía salir al extremo del tablado, junto con su elenco, y explicaba el argumento, con indicación de alguna novedad escenotécnica o de simple atrezzo, pasando inmediatamente a la actuación. Tras ese prólogo, se desarrollaba la trama, generalmente en tres actos, con sus intermedios, llenos de música, danza, acrobacias, canciones, mimo y todos los recursos imaginables en actores de tanta pericia. Las obras se basaban en un canovaccio, que da origen a espectáculos sumamente irregulares, con momentos en donde prima la palabra junto a otros de música, canciones y bailes. Todo unificado gracias al arte del actor, que puede romper el propio discurso textual con los citados lazzi74. En el teatro español la funcionalidad de las piececillas introducidas en el teatro en el siglo XVI puede ser de tres clases75:
Esta última clasificación nos viene a
resumir la forma progresiva en que a lo largo de la Edad Media y el
Renacimiento la música se va incorporando al teatro de forma
esporádica y adicional, hasta convertirse en un elemento
indispensable en las obras teatrales del XVII.
El nacionalismo exacerbado que va a caracterizar la obra de muchos compositores del siglo XX, hace que se busque también material para componer a partir de obras musicales españolas de épocas anteriores, como es el caso de Falla y Conrado Del Campo. Este último también propuso a sus alumnos como modelo a seguir El Misterio de Elche, para emprender la restauración del teatro lírico nacional.
Tal y como señala Heine76, Conrado Del
Campo compartía con Falla su demanda por nutrir el arte español de
las esencias folklóricas, para lo que Falla tomó como modelo Las
Cantigas de Alfonso X el Sabio. Falla conoce las cantigas a través
de su maestro Pedrell, a partir de sus trascripciones,
adaptaciones y armonizaciones. El Cancionesro Musical Popular
Español de Pedrell contiene ejemplos de cantigas y ésta es
una de las obras más consultadas y anotadas por Falla dentro de
su biblioteca, “de hecho, todas las melodías localizadas en la
música incidental de nuestro compositor fueron extraídas de la
citada colección”77. Según explica Torres Clemente, tres de las
cantigas contenidas en dicho Cancionero fueron utilizadas para la
música de escena de varios montajes. Uno es la representación
teatral del Misterio de los Reyes Magos, representada en la casa de
Lorca de Granada el 6 de enero de Era evidente su interés por la literatura, ya que en su biblioteca había un importante número de libros de Quevedo, Cervantes, Lope, Calderón… Muchas veces, a partir de estas fuentes, arreglaba él mismo los libretos para lograr una mayor adecuación entre la música y el texto. A partir de la literatura medieval Falla compone fundamentalmente tres cosas: La música incidental para la puesta en escena del Misterio de los Reyes Magos. Por otra parte, hay numerosos pasajes de Maese Pedro en los que, aunque por boca de Cervantes, se narra el romance medieval de don Gayferos y Melisendra. También inicia un proyecto que deja inacabado, la obra sobre el Romancero del Cid.
Se puede decir que las cantigas, el
Siglo de Oro Español y la obra de Scarlatti fueron importantes
fuentes de inspiración para Falla y después para el Franquismo que
toma la figura de Falla como modelo a seguir, por lo que a los dos
compositores que nos atañen los podemos considerar influidos por
este espíritu historiográfico de Falla y Conrado Del Campo. |
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NOTAS
51
OLIVA,
César
y TORRES MONREAL, Francisco. Historia básica del arte
escénico. Editorial
Cátedra, Madrid, 2000. P.
166.
52
SUBIRÁ, José. Historia de la
música teatral en España. Madrid, Editorial Labor,
1945. P. 13.
53
FERNÁNDEZ DE LA CUESTA, Ismael. Historia de la música española:
desde los
orígenes
hasta el Ars Nova. Madrid, Editorial Alianza Música, 1998. P.
313.
54
TORRENTE, Álvaro. “La música en
el teatro
medieval
y renacentista”. En Historia del
teatro
español. Coord.
por HUERTA
CALVO, Javier. Vol. 1, 2003 (De la Edad
Media a los Siglos
de
Oro), P. 269-302. P. 271.
55
TORRENTE, Álvaro. Op. cit. en nota 54. P. 271.
56
SUBIRÁ, José. Op. cit. en nota 52. P. 15-16.
57 MARTÍNEZ PÉREZ, Antonia. “Las inserciones líricas
en
la dramaturgia
de Adam
de la
Halle”.
Revista de filología románica. Nº 14, 1997. P. 266.
58
OLIVA, César y TORRES
MONREAL, Francisco. Op. cit. en nota 51. P.
88-89.
59
SUBIRÁ, José. OP. CIT. EN NOTA
52. P. 16-17.
60
TORRENTE, Álvaro. Op. cit. en nota 54. P. 273.
61
FERNÁNDEZ
DE LA
CUESTA,
Ismael. Op. cit. en nota 53. P. 315.
62
SUBIRÁ, José. Op. cit. en nota 52. P. 19-20.
63
SALAZAR, Adolfo. La música
en España: desde los orígenes hasta el Ars Nova.
Madrid, Espasa-Calpe, 1972. P.
57.
64
VEGA, Mª José. “La teoría musicalhumanista y la poética del Renacimiento”. En GUIJARRO
CEBALLOS, Javier. Humanismo y literatura en
tiempos de Juan de la Encina. Salamanca.
Ediciones
Universidad Salamanca, 1999. P. 224.
65
TORRENTE, Álvaro. Op. cit. en nota 54. P. 273.
66
Torrente lo define como “composición en romance cantada al final
de
la
representación a modo de moraleja y fin
de fiesta”. En TORRENTE, Álvaro. Op. cit. en
nota 54. P.
276.
67
TORRENTE, Álvaro. Op. cit. en nota
54. P. 273.
68
TORRENTE, Álvaro.
Ibid. P. 274.
69
SUBIRÁ, José. Op. cit. en nota 52. P. 29.
70
TORRENTE, Álvaro. Op. cit. en nota 54. P. 278.
71
SALAZAR, Adolfo. Op. cit. en nota 63. P. 69-70.
72
SALAZAR, Adolfo. Op. cit. en nota 63. P. 75.
73
SUBIRÁ, José. Op. cit. en nota 52. P. 43-47.
74
OLIVA, César y TORRES
MONREAL, Francisco. Op. cit. en nota 51. P.
130-131.
75 DÍEZ BORQUE, Jose Mª. Los géneros dramáticos
en el
siglo XVI (El teatro hasta
Lope de
Vega). Madrid, Editorial Taurus, 1990. Capítulo VI.
76 HEINE, Christiane. “El magisterio de Conrado Del Campo en la
generación del 27: el caso de
Salvador Bacarisse y Ángel Martín Pompey”. En Música española entre dos guerras, 1914-1945.
Granada, Archivo Manuel de
Falla, 2002. P. 107-108.
77
TORRES CLEMENTE, Elena. Manuel de Falla y las cantigas de Alfonso X el Sabio: estudio
de una relación continua y plural. Granada, Universidad de Granada, 2002. |
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