EL NIÑO, UNA PRESENCIA SIGNIFICATIVA EN LA OBRA DE BERCEO.DESCRIPCIONES, ASPECTOS DOCTRINALES Y LA CUESTIÓN DE LOS DESTINATARIOS, Sofía M. Carrizo Rueda - BIBLIOTECA GONZALO DE BERCEO
 

 

 

 

      Resumen: Los niños aparecen en varias de las obras de Berceo como objeto de un tratamiento bastante detenido. En el presente trabajo, se abordan características que el poeta presenta como propias de la infancia, y asimismo, conductas de los adultos respecto a los niños. Al confrontar estos análisis con testimonios históricos acerca de la consideración de los niños en la Edad Media, puede comprobarse que todas las referencias a ellos en Berceo, están cargadas de significados. Éstos se relacionan con aspectos del contexto socio-cultural, y el tratamiento de la infancia y de sus relaciones con los adultos revela así, funciones ejemplarizantes y doctrinales. Pero estas cuestiones conducen una vez más, a interrogarse acerca del público al que estaba destinada la obra. Por otra parte, los modos de presencia de los niños en los poemas de Berceo y sus correspondencias con testimonios históricos confirman que existían preocupaciones genuinas por su bienestar y su desarrollo, y que no eran considerados sin más, "adultos en miniatura".

     Palabras clave: Niño en la Edad Media; Gonzalo de Berceo; educación medieval; público del mester de clerecía.

     Abstract: Children are largely evoked and described in several works of Berceo. This arricie focuses on some characteristics that the poet presents as typical of childhood and, also, some adult behaviors towards children. By confronting these analyses with historie testimonies about children's status in the Middle Ages, it can be proved that all Berceo's references to them are full of meaning. This is related to sociocultural contextual aspeets, and the treatment of childhood and its adult relations reveáis exemplary and doctrinal functions. Yet these questions lead to the consideration of the works' audience. Besides, the ways in which children are presented in Berceo's poems and their correspondences with historie testimonies confirms that there was genuine concern about their welfare and development, and that they were not simply considered as "miniature adults".

     Keywords: child in the Middle Ages; Gonzalo de Berceo; Medieval upbringing; mester de clerecía and its audience.

 

 

Posiblemente, el niño que con más frecuencia aparece en los estudios sobre el poeta riojano, es el protagonista del relato que lleva el número XVI de los Milagros de Nuestra Señora (García Turza, 1992: 653-659). La historia del pequeño judío al que por haber asistido a misa y haber comulgado, su padre arroja a un horno del que es salvado por la Virgen, figura a su vez, entre las obras más comentadas de esta colección. Pero la perspectiva predominante en los abordajes es la de rastrear los rasgos de antisemitismo, y por eso, el interés recae sobre todo en las características del padre y en las correlaciones con otros relatos de Ber-ceo donde se describen personajes judíos'.

Mi propuesta para el presente trabajo consiste en cambio, en centrar el análisis del "Milagro del niño judío" en su protagonista infantil, y en comparar esta narración con otras del autor en las que los niños son objeto de una atención bastante detenida. Se trata a mi juicio, de un corpus con elementos comunes, capaces de generar ciertas propuestas interpretativas sobre diferentes aspectos del discurso berceano y sus contextos.

Un difundido lugar común sobre la Edad Media es que los niños eran considerados adultos en miniatura, y que se les dispensaba un escaso reconocimiento dentro del cuerpo social, sobre todo si se sospechaba que su vida sería breve o poco productiva. Para intentar una apreciación más abarcadora de la pluralidad de situaciones, que contemple diferencias y matices, propongo revisar tres tipos de testimonios desde un enfoque que busque su complementariedad: testimonios de documentos históricos, testimonios literarios que parecen intentar un traslado de la realidad circundante y testimonios literarios que quizá tenían como propósito describir situaciones ejemplares, con el fin de que éstas influyeran en una mejora de las costumbres. Huelga decir que los dos tipos de testimonios propios de textos literarios que examinaré, pertenecen a Berceo. En definitiva, mis intenciones se encaminan tanto a abordar una serie de aspectos relativos a la consideración del mundo infantil en el contexto histórico y cultural, como a explorar las realizaciones particulares del tema en el discurso del autor. Y es preciso puntualizar que el análisis abarcará desde conductas de los adultos con los niños hasta la visión que el poeta proporciona de características que se presentan como propias de la niñez.

Los pequeños retratados por las estrofas berceanas pueden agruparse en dos grandes categorías: los que pertenecen al común de la gente y se ven beneficiados por un milagro, y los que en su infancia ya manifiestan características excepcionales que los conducirán de adultos, a la santidad.

Comenzaremos por un caso de los primeros. Se trata de la niña que al morir es colocada frente al sepulcro de San Millán, y resucita por la intervención del santo. Citaré algunos versos de la Vida de San Millán de la Cogolla, donde es narrado este milagro (Dutton, 1992: 213-217).

En tres años andava, ya era peonciella,
teniénla los parientes siempre bien vestidiella;
ovo a enfermar muy fuert' la mesquiniella,
tanto qe li estava por exir la almiella (343).

Por esto los parientes estavan desairados,
por la sue muerte misma non serien más cuitados;
andavan dando voces como embelliñados,
ca en ella tenién los ojos exaltados
(344).

Los padres la llevan para que recupere la salud al sepulcro de San Millán, que ya tiene fama de milagroso, pero la niña muere antes de llegar. Deciden continuar el trayecto para velarla y enterrarla cerca del Santo.

Los parientes del duelo andavan enloquidos,
tirando sos cabellos rompiendo sos vestidos,
los qe eran con ellos en compaña venidos,
aderredor del cuerpo sedién muy doloridos
(347).

Los fradres de la casa omnes bien acordados,
vidieron estos omnes ferament
' qebrantados;
asmaron entre si qe eran mal yantados,
ca saben con tal duelo amargos los bocados
(351).

Rogáronlos qe fuesen un poco sopear,
por referir la cueta el lazerio temprar,
dessaron la defunta delante el altar,
fueron al refitorio la caridad tomar
(352).

Mas como del lazerio eran juert' qebrantados,
del andar e del planto fieramientre cansados,
dormieron sendos pocos quando fueron cenados,
mas fueron con la rabia aína levantados
(353).

Los desesperados padres y sus acompañantes se dirigen a velar a la niña, pero al llegar a la capilla la ven frente al altar:

viva e bien guarida reír e trebejar,
tan bien como si fuese criada del logar
(357 cd).

Las últimas estrofas (358-361) cuentan que a todos les costó mucho creer lo que estaban viendo hasta que comprendieron que era un milagro del santo. Los padres lloraban de alegría mientras los clérigos y todo el pueblo acudían a celebrarlo con ellos. Se cantó el Te Deum, y en la misa que le siguió, la iglesia se alumbró con grandes cirios, en medio de muestras generales de júbilo que continuaron mientras cada uno regresaba a su casa.

Tanto estas estrofas finales que parecen describir el ambiente propio de las grandes fiestas populares, como todos los versos de las citas que he subrayado, pertenecen a la amplificatio realizada por Berceo sobre la Vita Beati Aemiliani de San Braulio. Como señala Dutton, el poeta incluye así, entre los secos datos de su fuente, "ambientes y situaciones", "reacciones y emociones humanas" (1992: 212-216). Son los mismos recursos con los que vivifica sus versiones de los Milagros de Nuestra Señora y otras adaptaciones o refundiciones que adquieren de este modo, valores poéticos ausentes de los hipotextos latinos.

En principio, es desde esta perspectiva de un discurso que abreva en circunstancias de la vida cotidiana, que me interesa observar la presencia del niño en las obras berceanas. En el caso reseñado, puede comprobarse el énfasis puesto en el amor de los

padres. La primera muestra que se subraya es el deseo de tenerla siempre "bien vestidiella". Esta preocupación por la vestimenta se reitera en la Vida de Santo Domingo de Silos (Ruffinatto, 1992: 251-453), cuando el pequeño pastor pide ir a la escuela y sus padres no solo se ocupan por encontrarle el mejor maestro sino que también,

cambiáronli el hábito otro mejor li dieron (35b)2.

En el milagro de San Millán, al igual que en otros, el poeta se va remontando desde escenas de la vida cotidiana hasta las situaciones trágicas representadas por la enfermedad terminal y la muerte. Pero ante ésta, no se limita a describir las señales codificadas del duelo medieval, como arrancarse los cabellos y rasgarse las vestiduras, sino que también introduce reacciones universales de dolor como el rechazo de la comida y el sueño que huye por el deseo de estar junto al hijo que se ha perdido. Hay que destacar por otra parte, que los padres no se encuentran solos en medio de su pena sino que aparecen arropados por quienes van con ellos al sepulcro del santo -posiblemente familiares y vecinos—, y por los frailes preocupados por hacerlos comer y descansar3. Y así como los acompañan en el dolor, también todos comparten finalmente su alegría.

Pero respecto al terrible dolor ante la pérdida de un hijo, es necesario hacer ciertas observaciones acerca del que experimenta la madre del niño judío. Cuando el padre lo arroja al fuego, dice el poeta:

Metió la madre vozes e grandes carpellidas,
tenié con sus oncejas las massiellas rompidas;
ovo muchas de yentes en un rato venidas,
de atan fiera quexa estaban estordidas (364).

Puede apreciarse que esta madre judía actúa exactamente igual que los padres cristianos de los versos comentados más arriba. El antisemitismo tantas veces subrayado en el Milagro XVI, no la alcanza a ella, y antes que la pertenencia a una raza u

otra, parece que el autor pone en primer plano una condición superadora de cualquier diferencia que es la de madre.

Pero incursionar en este relato nos conduce a otro aspecto frecuente entre las referencias a la infancia en las obras de Berceo que es la educación. Si el niño judío llega a la iglesia donde conocerá a la Virgen, es porque en la villa existe una escuela. El poeta dedica a describirla toda una estrofa, de la que destaco las expresiones ponderativas, "era menester", "muchos criados" y "querién más valer".

Tenié en essa villa ca era menester,
un clérigo escuela de cantar e leer;
tenié muchos criados a letras aprender,
fijos de bonos omnes que querién más valer (354).

Una escuela para párvulos aparece también en la Vida de Santo Domingo de Silos, cuando éste comunica a sus padres que quiere ser clérigo. Recibe su cartilla donde aprende rápidamente a leer, y en poco tiempo ya sabe el salterio, himnos, cánticos, evangelios y epístolas (36-38), Se trata de una transcripción del "programa de estudios" contemporáneo (Cassagne, 2001: 23), y el autor se ocupa de subrayar a través del ejemplo de Domingo, que un buen estudiante no se limita a memorizar sino que se esfuerza por comprenderlo todo:

non querrié el meollo perder por la cordeza (39d) .

En cuanto a las niñas, nos enteramos por medio de la primera visión mística de Oria, que ella tuvo una maestra llamada Urraca, de la cual la futura santa se sentía deudora por todas las enseñanzas recibidas (72-77). La joven ruega a las mensajeras sobrenaturales que le permitan verla, y en una de esas deliciosas transcripciones de la vida de un vecindario a los espacios celestiales, describe el poeta esta pequeña escena protagonizada por las vírgenes bienaventuradas:

Clamáronla por nombre las otras compañeras,
respondiólis Urraca a las vezes primeras (78ab)

Es preciso entrar en este punto, en ciertos aspectos del contexto en el que la obra fue escrita. La sugerencia de Pedro Cátedra respecto a que el clérigo riojano estaba activamente comprometido con la reforma de la Iglesia, es retomada por Isabel Uría, quien señala la relación de Berceo con Juan Pérez, obispo de Calahorra, reconocido protagonista de la reforma eclesiástica derivada del Concilio de Letrán (1215) (Uría, 2000: 271). Pero si se atiende al ámbito de la educación, me interesa particularmente el hecho de que fue también este Concilio el que impuso a todas las diócesis, la obligación de abrir escuelas secundarias llamadas catedralicias o capitulares, lo que facilitó extender la instrucción gratuita hasta los 20 años (Cassagne, 2001: 29). Respecto a los párvulos, en los siglos XI y XII, ya los obispos retomaron una tradición anterior, y ordenaron a los párrocos que abrieran escuelas para instruir gratis a todos los niños. Hubo señores feudales que participaron fundando escuelas en las parroquias de sus tierras, y además, en archivos de ciudades, se conservan "contratos de aprendizaje", por los que los maestros de distintas cofradías se comprometían a enviar a la escuela a sus aprendices niños (Cassagne, 2001: 28).

Este proceso en favor de la educación de párvulos y jóvenes, reforzado por las medidas del Concilio Lateranense, proporciona ciertos elementos que contextualizan las referencias de Berceo a la formación de los niños y a su importancia. Pero es necesario incluir asimismo, consideraciones particulares sobre las funciones de las escuelas monásticas, dada su estrecha relación con el clérigo riojano. La abadía benedictina de San Millán, a la que él se encontraba tan especialmente unido, acogía en cumplimiento de la regla de San Benito, fundador de la orden, a niños que sus familias no podían mantener por pobreza, enfermedades crónicas u otros motivos. Esto ocurría desde los tiempos fundacionales del monacato, en el siglo VI, y según parece, llegaron a ser tantas y tan pequeñas las criaturas que Cesáreo de Arles quiso fijar el ingreso entre los 6 o 7 años. Otras ordenanzas continuaron tratando de reglamentar la situación, como las del visigodo San Fructuoso, muerto en 667, quien estableció que los padres podían ir a visitar a sus hijos pues todos formaban parte de la familia monacal (Cassagne, 2001: 22). En las escuelas monásticas, a las que asistían tanto quienes estaban alojados en el convento como un alumnado externo, la educación se constituyó así, en un objeto constante de observación, estudio y reglamentación5. No existían diferencias en todos estos aspectos entre monasterios de hombres y de mujeres, y es recordada por ejemplo, la obra pionera en la educación de la fundadora San Melania, (Cassagne 2001: 24).

Las preocupaciones por la enseñanza del Concilio Lateranen-se, los procesos anteriores para fomentarla, así como la larga tradición en la materia de la orden benedictina, bien conocida sin duda por Gonzalo de Berceo, que "en San Millán de Suso fue de ninnez criado (Vida de San Millán, 489b)", parecen confluir pues, en aquellas estrofas dedicadas a destacar el valor de la educación en la vida de los pequeños Domingo y Oria, y en la población infantil de una villa como Bourges, escenario del "Milagro del niño judío"

Pero los niños berceanos no se dedican exclusivamente a estudiar sino que en ocasiones, también desarrollan la que es su actividad por excelencia: el juego. A la pequeñita resucitada por San Millán, se la ve "reir e trebejar", como signos de su perfecto estado de salud. Y hay que subrayar que lo hacía como si fuera "criada del logar", porque es una clara mención de la situación a la que nos hemos referido más arriba, ya que el autor indica que actuaba como si el monasterio fuera su casa. En el caso del niño judío, el juego y la diversión ocupan mayor espacio porque son los rasgos con los que se caracteriza a la naturaleza infantil y su inocencia.

Venié un judïezno, natural del logar,
por savor de los niños por con ellos jogar;
acogíanlo los otros no li fazién pesar,
avien con elli todos sabor de deportar (355).

Es verdad que Domingo deja pronto de lado los juegos (1 lab) y Oria renuncia a toda vida mundana "desque mudó los dientes, luego a pocos años (19a)", un modo de indicar que lo hizo a los nueve años. Pero precisamente, son niños excepcionales que ya dan señas de su futura santidad, la misma que los llevará a otras privaciones mucho más severas a lo largo de sus vidas. El juego asume por lo tanto, en todos los casos, la funcionalidad de representar la conducta identificada con la naturaleza infantil. Pero además, hay rasgos propios de ésta que también afloran al describir la primera conducta virtuosa de los dos que llegarán a santos La misma consiste en no querer decir lo que tienen prohibido, y en el caso de Oria, el poeta señala con un diminutivo afectivo que

con ambos sus labriellos apretava sus dientes
que non salliessen dende vierbos desconvenientes (18cd ).

En cuanto a Domingo, una expresión metafórica alude a la misma actitud:

los labros de la boca teniélos bien cosidos,
por non decir follías nin dichos corrompidos (12cd).

Del mismo niño, también se nos comunica que se levantaba pronto para ir a la escuela sin que se lo dijeran "nin padre nin ermana" (37b). En realidad, los citados versos de ambos poemas hagiográficos representan "prefiguraciones" en la infancia, del voto de silencio y del precepto de la regla benedictina, ora et labora. Pero dentro de las convenciones con las que eran narradas las vidas de los santos, puede apreciarse que Berceo inyecta un soplo de vida y autenticidad en el tratamiento de cuestiones ortodoxas, mediante estas referencias a las conductas de los primeros años6.

La referencia a la hermana y al padre nos introduce en la representación de las relaciones del niño con su familia en la obra berceana. Hemos visto las muestras de un apasionado cariño paternal en la narración del milagro de San Millán. También los progenitores de Domingo "queriénlo sin mesura" (18b), y ya he subrayado el profundo amor por su hijo que demuestra la madre del niño judío. En el caso de Oria, su madre, Amuña, es una presencia permanente en las distintas circunstancias que narra el poema. Se trata de un personaje complejo que si bien comparte la ardiente piedad religiosa de la joven, se desespera frente a la posibilidad de perderla, y llega a arrancarla de una de sus visiones místicas sacudiéndola (147-149). Considero necesario llamar la atención sobre la densidad dramática de este personaje, tironeado permanentemente entre sinceros sentimientos religiosos y la intensidad de su amor maternal. La fama de la profunda unión con su hija llegó a que la sepultaran junto a ella. Es de notar que ambas mujeres son presentadas intercambiando expresiones físicas de cariño tanto en el plano natural como en el sobrenatural, pues cuando Oria se aparece después de su muerte, a Amuña,

Abracáronse ambas como fazién en vida (192a).

Pero la relación del cuerpo con la maternidad es reflejada por el poeta riojano aún en los signos del embarazo, como en el "Milagro de la abadesa preñada":

Fo.l creciendo el vientre encontra las terniellas,
fuéronseli faciendo pecas enna masiellas,
las unas eran grandes las otras mas poquiellas,
ca en
nas primerizas caen estas cosiellas. (508)

A mi juicio, esta descripción no puede atribuirse sin más al "realismo" del autor, como alguna vez ha ocurrido. García Herrero ha estudiado las referencias a las partes del cuerpo femenino relacionadas con la maternidad en textos medievales, y concluye que era un modo de aludir a la condición de la mujer como "generadora y sustentadora". Cita por ejemplo, el caso narrado por Cristina de Pisan, cuando Lilia, madre de Teodorico, logró que su hijo volviera al campo de batalla, mostrándole el vientre por el que había venido a la vida (García Herrero, 2003-2004:164-167). Para esta investigadora, la Virgen María es el modelo por excelencia, y recuerda representaciones plásticas como el sepulcro del obispo Miguel Sánchez de Asiaín, para el claustro de la catedral de Pamplona -actualmente en el museo de dicha ciudad-, donde Cristo enseña sus llagas mientras María muestra sus pechos (2003-2004:173).

Considero que los juegos del niño y el embarazo de la mujer, al igual que otros aspectos en los que se demoran las descripciones de Berceo, desempeñan una función en su obra que consiste en representar características paradigmáticas de los seres y de sus circunstancias. Características que, en consonancia con la cos-movisión del contexto cultural del clérigo, trazan las coordenadas de los espacios que cada uno va ocupando dentro del Plan de la Creación. Volveremos sobre estas cuestiones al hablar del "libro de la naturaleza".

Pero el caso particular de la maternidad nos ha conducido como no podía ser menos, a la dimensión doctrinal referida a la Virgen María. Sería ocioso ingresar en el tema seguramente más estudiado de la obra berceana, pero no quiero dejar de citar dos ejemplos, en los que la Madre Celestial realiza pequeños actos propios de las conductas de las terrenales. Así, al aparecerse en una de las visiones a Oria, el gesto y el apelativo recuerdan los de Amuña:

fue luego abraçarla a Oria la serora
Ovo con el falago Oria grant alegría,
preguntóli si era ella Sancta María.
"Non hayas nulla dubda" dixol, "fijuela mía,
yo so la que tu ruegas de noche e de día." (133d-134)

El otro ejemplo es el del monje borracho del Milagro xx, quien no puede regresar a su cama por la resaca y por el terrible miedo que ha pasado durante las tres acometidas del diablo bajo la forma de animales feroces. La Virgen que ya se ha encargado de rescatarlo de los ataques satánicos, ante el estado en que se encuentra,

prísolo por la mano levólo pora'l lecho,
cubriólo con la manta e con el sobrelecho,
púso.l so la cabeza el cabezal derecho. (482bcd)

Las frecuentes alusiones a la relación de Oria y Amuña -atestiguada históricamente por Muño, hagiógrafo de la joven-, sumadas a la fuerte impronta mariana de los versos del clérigo riojano, inclinan la balanza hacia un mayor protagonismo de la figura maternal. Sin embargo, los padres de Oria y Domingo también cumplen papeles importantes en los relatos. El primero se aparece en sueños a Amuña para anunciarle que la hija de ambos pronto subirá como él, a los Cielos (167-171). Y el segundo es quien decide que el niño sea pastor, sin saber que está prefigurando la función de guiar una grey humana que cumplirá en la adultez (19-31). Pero en realidad, tanto en el caso de los dos futuros santos como en el de la niña del milagro de San Millán, se hace hincapié en que ambos progenitores comparten el profundo cariño por los hijos y las preocupaciones por su bienestar y educación. Se destaca en padres y madres, la condición de buenos cristianos, y en el caso particular de la pequeña resucitada, también se señala que sus padres formaban un matrimonio bien avenido (342b). Estas imágenes de una vida familiar armoniosa tornan a remitirnos a ciertas circunstancias históricas.

Ya en el siglo x, Abbon de Feurye llamó al matrimonio "orden de los casados" y llegó a emparejarlo con la orden monástica (Pernoud, 1980: 184). Pero es el Concilio de Letrán el que determina una serie de circunstancias que validen la celebración del matrimonio, decretando que no puede tener lugar sin el pleno y completo acuerdo de los dos esposos, y que debe constituir un acto público (Le Goff, 2008: 86). Una vez más, la relación de Berceo con las disposiciones lateranenses parece subyacer a las representaciones de la sociedad que incluye en sus relatos. Los matrimonios cristianos bien acordados y amantes de sus hijos entrañarían entonces en sus obras, propuestas de una forma de vida "ideal", presentada además, como terreno fértil para recibir distintas manifestaciones de la Gracia, tal como ocurre en todos los casos examinados.

Puede apreciarse que los niños que aparecen en las obras de Berceo, anónimos o recordados luego por el santoral, están lejos de ser "adultos en miniatura". La representación de cada uno de ellos despliega hechos o actitudes, de sus mayores o de ellos mismos, que pertenecen indudablemente al periodo de la infancia. La pequeña que ya se tiene en pie, cuyos arrobados padres se complacen en ver siempre "bien vestidita"; Domingo, sentado en el suelo y concentrado en deletrear con un puntero su cartilla; Oria apretando los pequeños labios para que no se le escape lo que tiene prohibido (y sobreprotegida por una madre de esas que da el Mediterráneo...); el niño judío que busca un grupo de ami-guitos para jugar. Cada una de estas "imágenes" representa aspectos de la niñez, pero implica también, como si se tratara de círculos concéntricos cada vez más amplios, sus ámbitos de pertenencia: los padres, los allegados a éstos, la escuela, la iglesia. Y no se trata de descripciones "pintorescas" o "costumbristas" como las que hubiera trazado un autor del siglo xix, sino de una atención puesta en "leer" los signos del "libro de la naturaleza" o "libro de la Creación", para llegar a conocer y comprender del mejor modo posible, la obra y los designios de Dios7. Por eso, ningún elemento es casual o gratuito, y las descripciones apuntan en realidad, a lo arquetípico. Pero no en cuanto esquematización ni abstracción, sino por el contrario, como representación lo más concreta posible de lo que los sentidos pueden aprehender del entorno, porque de acuerdo con los postulados de Aristóteles incorporados por la escolástica, los objetos sensibles son un primer escalón del conocimiento, y es necesario captar cuidadosamente cada "parte" porque éstas "desocultan" el "todo".

Otro concepto que se ha difundido sobre el niño en la Edad Media es que no solo se les prestaba una escasa atención sino que ésta comenzaba más o menos hacia los tres años, porque los recién nacidos o los de muy corta edad eran prácticamente ignorados.

Que Berceo tampoco responde a esta generalización, lo demuestra la conocida referencia afectiva al hijo que la abadesa pecadora da a luz con el auxilio de la Virgen:

Al sabor del solaz de la Virgo preciosa,
non sintiendo la madre de dolor nulla cosa,
nació la creatura
, cosiella muy fermosa;
mandóla a dos ángeles prender la Glorïosa
(533).

Resulta coherente con el despliegue de un "libro de la Creación" que, en consonancia con las modalidades de otras obras del siglo xiii proponemos considerar en el discurso de Berceo, la presencia de un recién nacido, del mismo modo que se registran los primeros signos de su gestación en el cuerpo de su madre. A mi juicio, el "libro de la naturaleza" o "de la Creación", en el caso particular de Berceo, asumiría una forma asistemática y diseminada por toda la obra, más o menos similar a la que varios críticos han señalado que reviste su "Historia de la Salvación" (Uria, 2000: 306)8.

Existen diferentes testimonios de que las descripciones y representaciones de niños propias del poeta riojano, pertenecen a un corpus que recoge conductas de atención hacia ellos durante los siglos medievales (Cassagne, 2004: 28). En el campo de la plástica por ejemplo, pueden encontrarse miniaturas como las muchas recopiladas por Riché (1994), que muestran la llegada del recién nacido, el bautismo, el amamantamiento, los primeros pasos con el andador, el baño en un barreño junto al fuego, las enfermedades y sus tratamientos, el aprendizaje del canto y la escritura en la escuela, la llegada al monasterio junto a sus padres que lo confían al abad, el caballito de juguete para los de más alta alcurnia, etc..

Es evidente que la falta casi absoluta de atención que supuestamente, afectaba a la niñez durante la Edad Media, constituye uno de esos lugares comunes que necesitan ser desmontados9. Pero tampoco es posible caer en el extremo opuesto, y creer que todas las familias eran y actuaban como las que presenta Berceo. No cabe duda de que a lo largo de los diez siglos denominados "medievales", en los tan numerosos como diferentes grupos humanos, de acuerdo con la evolución de cada uno y a través de un caleidoscopio de las más diversas circunstancias, la situación de los niños osciló entre las luces, las tinieblas y distintas tonalidades del gris. Pero es innegable que la problemática infantil estuvo constantemente presente en muchas cabezas que tenían el poder de decidir y de influir en la sociedad.

El ejercicio de la enseñanza ocupó un lugar destacado y conformó un sustrato para la labor de los pensadores y pedagogos humanistas, cuando éstos colocaron la educación del niño en un lugar preferencial dentro del proyecto del Renacimiento. (Carrizo Rueda, 1997: 51-52)10. Pero es apreciable que ya desde varios siglos antes, el monacato había asumido pareja responsabilidad. Lo que por otra parte, resulta perfectamente comprensible por la valoración de la infancia que se encuentra en el mismo Evangelio, ya que es Cristo quien llamando a un niño a su lado, afirma que "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de Cielos" y que "el que acogiere a un niño en nombre mío, a mí me acoge" (Mateo, XVIII, 1-5). Los niños también aparecen desempeñando un papel en la historia de la Salvación a través de los Santos Inocentes, considerados los primeros mártires. El dogma es asumido por la poesía en la Divina Comedia, pues el coro de estos niños figura como parte de la visión de la Rosa Mística. Pero asimismo, es un tema que nos reconduce a Berceo, porque Oria que es en realidad, una santa infantil pues renunció al mundo con nueve años, comunica a su madre que su lugar en el Cielo se encuentra entre aquellos que fueron víctimas de la espada de Herodes (201-202). Aún en el plano místico, la niñez es campo de referencia para la composición berceana '.

Estimo que el particular empeño que mostraba la Iglesia del siglo xiii por mejorar la educación del clero, empeño con el que se ha identificado la intencionalidad de la obra de Berceo (Uría, 2000: 131-132), no es ajeno a los distintos aspectos que hemos examinado en las páginas precedentes. Ya Quintiliano sostenía que en los mismos brazos de la nodriza, el infante debía comenzar su formación, y encuentro muy plausible que las referencias a la educación de Domingo, Oria y los niños de Bourges tengan como propósito remarcar la necesidad de una enseñanza esmerada desde los primeros años. Los dos santos riojanos se constituirían en un ejemplo ilustrativo de los resultados positivos de este proceso.

Pero es necesario tener en cuenta que la formación de ambos junto a sus maestros, es la continuación de la que habían recibido de sus padres, imprescindibles guías en las dos hagiografías, de la personalidad y las virtudes que caracterizarán a sus hijos. Y considero que este tema plantea una vez más, la cuestión de quiénes son los "receptores implícitos" en la obra de Berceo.

Varias investigaciones de las últimas décadas han demostrado en los poemas, tal grado de elaboración teológica, litúrgica y dogmática, que concluyen que la doctrina inserta en el discurso estaba dirigida a la formación de monjes, clérigos y novicios, lo que requería comentarios y glosas a cargo de un maestro -el propio Berceo o un suplente suyo—, para desentrañar convenientemente las enseñanzas implícitas. Además, a estos aspectos del contenido hay que sumar el hecho de que el romance empleado no es seglar ni popular sino que ostenta las pautas de la prosodia y la sintaxis latinas, al tiempo que recurre con frecuencia a cultismos y latinismos léxicos (Uría, 2000: 308-309).

Ya estamos muy lejos sin duda, de la imagen de aquel Berceo que predicaba "con sencillez" ante gente del pueblo ignorante e ingenua. No obstante, en las cuestiones relativas al público de las obras medievales, siempre queda un margen para formular interrogantes12. En el caso que nos ocupa, quizá no habría que desechar las propuestas de Cirot, en 1922, respecto a lecturas de la obra de Berceo ante grupos reducidos de gentes con una mediana cultura:

Littérature de réfectoire, alors? Peut-étre, et ce n'est pas la deprecien Mais je pensarais plutót a des veladas tenues dans un athenée de village, avec le concours des autorités, merinos, alcaldes, andadores, les dignataires de l'abbaye, et la fine fleur du monde campagnard.

Esta cita es incluida por Isabel Uría entre las distintas posturas acerca del público de Berceo. No abre juicio sobre ella ni negativo ni positivo, como hace respecto a las otras, de modo que parecería dejar abierta la posibilidad de su consideración (2000: 137).

Me pregunto entonces, si las referencias al amor y las responsabilidades de los padres, al matrimonio bien avenido y a una armoniosa vida familiar, no estarían dirigidos a la "orden de los casados", representada por muchos de los que pertenecían a esa "fine fleur du monde campagnard\ Sin exceptuar a las mujeres y ni siquiera, a los mismos niños, porque la regla de San Benito declara:

Siempre que haya de tratarse cosas de importancia en el monasterio, convoque el abad a toda la comunidad, y que sean todos llamados a consejo porque a menudo revela Dios al más joven, lo que es mejor. Ello implica -puntualiza el comentarista- que incluso los niños que forman parte de la comunidad ocuparán su lugar en el consejo y podrán hacer uso de la palabra (Citado por Cassagne, 2004: 19)'3.

Y aún en el caso de que la lectura de las obras berceanas estuviera limitada a la comunidad monástica, pienso que cabe otra pregunta, y es a partir de qué edad, los niños que vivían y se educaban en el monasterio comenzarían a asistir a ella, y a escuchar el ejemplo del estudioso, obediente y laborioso Domingo.

Todos estos interrogantes acerca de los laicos en general, y de un presunto auditorio en particular, que podía estar quizá, acercándose a la adolescencia, se concentran en una cuestión a la que se refiere Manuel Alvar cuando manifiesta respecto al posible público:

A cada uno de ellos iba dirigido el mensaje, no a la masa que es inerte, y cada uno de esos hombres sería ganado de manera distinta, según los registros que afectaran su corazón (1992: 41).

"Que afectaran su corazón" y que pudieran entender de acuerdo con su grado de inteligencia y de formación, se podría añadir. Considero que hay motivos para conjeturar que los textos eran "polifuncionales", y que se realizaban distintos tipos de lecturas. Algunas dirigidas a la formación de la clerecía, con las glosas y comentarios necesarios para penetrar en todas las complejidades doctrinales. Y otras destinadas a la edificación de un público como el que describe Cirot, para quienes en el caso de que se introdujeran explicaciones, se recurriría a exposiciones

más próximas al sermón. Este público estaría compuesto por aquellos cuyos hijos eran los destinatarios de escuelas como la que tenía en Bourges, el clérigo del Milagro del niño judío.

Del análisis de los versos, es posible deducir que Berceo trabaja su material de acuerdo con los cuatro niveles que la exégesis bíblica había determinado en las Escrituras. Propongo al respecto, el siguiente ejemplo, centrado en el tema de las relaciones de los niños con sus progenitores.

a) Sentido literal. Descripciones de los hijos de distintas edades, de conductas de sus padres -con referencias particulares a la maternidad, tanto en lo espiritual como en lo corporal-, y de los ámbitos con los que se interrelacionaba la vida familiar, como sus allegados, la escuela y la iglesia.

b) Sentido moral. La piedad religiosa, el amor a los hijos, la responsabilidad por su crianza y la armonía de la vida en familia se proponen como características propias de los buenos padres, que en consecuencia pueden esperar el favor divino.

c) Sentido alegórico. Las muestras de amor de las madres terrenales operan como signos para explicitar el amor de la Virgen como Madre de todo el género humano.

d) Sentido anagógico o místico. A través de milagros y visiones, se habla de algunos aspectos de la vida en el Más Allá, dónde aparece María ejerciendo su protección como mediadora de diferentes necesidades de sus hijos, y consiguiendo hasta resurrecciones si hace falta.

No es un recurso extraño en el siglo xiii porque Dante declara en su "Epístola al Can Grande de la Escala", que al componer la Divina Comedia ha ido trabajando toda su materia de acuerdo con los cuatro sentidos exegéticos del texto bíblico, y reclama que este recurso compositivo sea respetado por los comentarios que se realicen sobre su obra (González Ruiz, 1956: 1055-1056). Los comentaristas no solo siguieron sus indicaciones al pie de la letra, sino que las consagraron como un método de análisis que se continuó aplicando a otros autores. Y es sabido que las metodologías para el abordaje de textos no surgen simplemente por iniciativas individuales. Ello no ocurrió, por ejemplo, ni con el biografismo de Sainte-Beuve ni con el positivismo de Taine ni con la teoría de la recepción de Van Dijk, porque en estos casos como en cualquier otro, el factor determinante para la aceptación y la difusión de un método es un entramado cultural apto para su arraigo. El análisis basado en los cuatro sentidos escriturarios llegó incluso hasta el siglo xvi, aplicado a obras como las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique.

Del "libro de la naturaleza" a la metodología de la hermenéutica bíblica, de una aparente simplicidad -que hasta engañó a críticos avezados- a las más intrincadas cuestiones teológicas, la obra del clérigo riojano parece estar cada vez más cerca de ser considerada como uno de esos discursos totalizadores propios de su siglo, esas summas relacionadas con el optimismo del primer renacimiento. Sin embargo, si los rasgos distintivos de sus poemas fueran solamente tales características, Berceo sería estudiado como una pieza arqueológica y no hubiera ganado el lugar privilegiado que ocupa en el canon de la "literaturidad". Pero los que fueron textos doctrinales, hoy atraen porque como dice Ve-lasco Maíllo,

Esos relatos lo son a la vez, de la condición humana, individual y social, de sus debilidades, carencias, dolencias, penas, sufrimientos [...] de las mudanzas del tiempo y de los avatares del destino. Y también del esfuerzo, la resistencia, la confianza, el espíritu combativo, la abnegación, la generosidad, la fidelidad [...]. Y de otras muchas cosas como el espíritu de aventuras, la curiosidad, la imprudencia, la insensatez [...] y también la envidia, la avaricia, la ambición desmesurada. [...] Los relatos no hablan solo del poder sobrenatural sino que hablan de él dentro de un modelo de relación en la que están muy marcadas las estrategias que despliegan los humanos para lograr de los seres sobrenaturales lo que solicitan de ellos. (2002: 62-63)14.

Pero además de la atracción que ejercen por constituir narraciones sobre la condición humana, en el caso particular de Berceo, hay un factor decisivo que es el cómo llegaron a transmutarse en escritura. Los recursos miméticos, la capacidad imaginativa para las asociaciones poéticas, la estructuración del relato y sobre todo, el uso del lenguaje confluyen en una forma única que sin buscarlo su autor, adquirió una densidad semántica inagotable en sus posibilidades de interpretación y reinterpretación, por encima de las más variadas circunstancias de espacios y tiempos.

 

 

Bibliografía

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NOTAS

1 Una de las lecturas más recientes desde esta perspectiva, es la de Roitman (en prensa).

2 La buena vestimenta marcada como signo positivo aparece en el Poema de Santa Oria (Una, 1992: 491-551) cuando se subraya por dos veces, que las gentes de la procesión celestial iban "bien aguisadas de calcar e vestir" (144c y 159b).

3 Las actitudes de protección respecto a quienes sufren por la suerte de un hijo, también aparecen en el Poema de Santa Oria, cuando Munio y el mayordomo del monasterio tienen que rogar "de firmes" a la madre de la joven que se recueste un rato mientras ellos velan a la enferma (166).

4 Recuerda Isabel Uría que la memorización mecánica era habitual en los clérigos seglares de poca cultura, cuya formación la reforma eclesiástica se propuso mejorar cualitativamente, (Uría, 2000:132-133). Es un dato significativo en función de las relaciones de Berceo con esta reforma, a las que nos referimos en estas páginas.

5 A principios del siglo XII, había en Francia 70 abadías con escuela, algunas de ellas dedicadas sobre todo a la enseñanza secundaria y superior (Cassagne, 2001: 29).

6 La observación de las conductas de la niñez fue recogida por la regla benedictina. Pablo Diácono por ejemplo, en la época carolingia, prescribe la necesidad del recreo y recomienda premiar con golosinas a los buenos alumnos. También señala que los golpes hacen más mal que bien, y que debe castigarse a los maestros brutales (Cassagne, 2001: 22).

7 Curtius expone detenidamente las características y los alcances de esta concepción de la naturaleza como "libro", equivalente a las revelaciones del libro que componen el Antiguo y el Nuevo Testamento (1966: I, 449-451).

8 Las características del "libro de la naturaleza" berceano podrían deducirse del estudio clásico de Artiles sobre sus recursos literarios (1964).

9 Posiblemente, sea necesaria una revisión como la que Le Goff expone respecto a la mujer (2008: 83-93).

10 Tanto los monjes como los humanistas pensaban, cada cual a su modo, en formar un "hombre nuevo".

11 Todo parece indicar que hasta la irrupción del niño en la literatura barroca a través de sus lenguajes (Carrizo Rueda, 1997: 55), no hay obras en la literatura en lengua castellana donde el niño esté presente con la frecuencia y la funcionalidad discursiva que se observa en Berceo.

12 Así lo declaró Germán Orduna en un memorable debate sobre el público de los poemas épicos, en las I Jornadas Internacionales de Literatura Española Medieval, (Universidad Católica Argentina, 1985). Lo ejemplificó señalando que mientras los juglares de la más alta categoría recitaban obras de refinada factura ante los nobles, no podemos asegurar que quienes desempeñaban humildes tareas al servicio del castillo, también acudían a aquel acontecimiento, y que recogían versos y contenidos en su memoria.

13 Rodrigo Caro continúa en Días geniales o lúdicros, esta larga tradición respecto a las revelaciones que Dios hace a través de los niños, por medio de una anécdota que fue muy conocida, según la cual, San Ambrosio fue designado obispo por la intervención inspirada de un niño (Carrizo Rueda, 1997: 54).

14 Javier R. González ha estudiado en Berceo, la plegaria y la profecía desde la pragmática. Así ha caracterizado y clasificado las plegarias de petición, de adoración, de acción de gracias, y también, las profecías narrativas, exhortativas y descriptivas (2008).

 

 

 
 
 

EL NIÑO, UNA PRESENCIA SIGNIFICATIVA EN LA OBRA DE BERCEO.

DESCRIPCIONES, ASPECTOS DOCTRINALES

Y LA CUESTIÓN DE LOS DESTINATARIOS

 

Sofía M. Carrizo Rueda

Universidad Católica Argentina / Conicet
 

RLM, XXI (2009). pp. 125-143, issn: 1130-3611