Epistolario de Giovanni da Gaibana(1221- 1294). Miniatura veneto-bizantina. Entrada en Jerusalén. Padua. Biblioteca Capitolare.  

El dualismo cátaro defiende la existencia de dos Principios Supremos: el del Bien, creador de los espíritus, y el del Mal, creador de la materia... Con la muerte, libre ya el alma del cuerpo material, será arrastrada por el espíritu al reino celeste del Bien, en donde se revestirá del cuerpo espiritual y glorioso que perdiera en su descenso a este mundo.

Biblioteca Gonzalo de Berceo

   Entre las herejías medievales emerge, sin duda, como una de las más significativas,la herejía cátara o albigense. Sin otra relación que la nominal con los katharoi novacianos de la Roma del siglo III, el catarismo medieval hunde sus raíces en el dualismo oriental (mazdeísmo de Zoroastro en el siglo VII a. de C.) que, con repercusiones en el mundo esenio, y a través de los gnósticos, neoplatónicos y maniqueos de los primeros siglos cristianos, llega a los paulicianos de Armenia a fines del siglo VII. Estos, perseguidos por los emperadores bizantinos, fueron en su mayor parte trasladados a Tracia (siglo IX) , donde dieron origen al bogomilismo, cuya relación con el catarismo occidental es hoy algo comprobado e indiscutible (HISTORIA 16, número 55, páginas 81-88) .En 1143 tenemos noticias de cátaros en Colonia, y su nombre ketzer pasará a significar en alemán hereje.
   
En 1163 (concilio de Tours) aparece ya como normal en Francia la denominación de cátaros. En Italia se les conocía como gazzari. Y en ambos países recibirán también el nom-bre de patarinos, por confusión en el uso popular con el movimiento de ese nombre que tuvo lugar en Milán en el siglo XI (1056-1075). El concilio III de Letrán (1179) identifica ya a cátaros y patarinos. En cuanto al nombre de albigenses, su origen no es claro: según unos lo recibieron en Francia por haber nacido en Albi, a mediados del siglo XII, la primera diócesis cátara, reconocida con las de Toulouse, Carcassonne y Valle de Arán en el conciliábulo de San Félix de Caraman de 1167; O quizá por la consonancia del nombre de aquella ciudad con los albaneses de Italia o con albi, blancos o puros.

Doctrina y moral

   El dualismo cátaro defiende la existencia de dos Principios Supremos: el del Bien, creador de los espíritus, y el del Mal, creador de la materia. Este es el dualismo absoluto profesado en el sur de Francia e igual al de los bogomiles búlgaros y albaneses, aunque en ciertas ciudades de Italia (Concorezzo, Bagnolo) tuvo una forma mitigada, con un ángel caído, Lucifer, subordinado al Principio del Bien. A partir de esta dualidad, el cátaro admite un mundo de mezcla en el que las almas celestes, seducidas por el Principio o ángel del Mal, se encuentran aprisionadas por la materia de la que no podrán salir, sino a través de sucesivas purificaciones -una como alquimia del ser- en una incesante reencarnación. Para los cátaros no había un infierno distinto de esta cautividad de la materia y admitían la salvación universal con el fin del mundo.
   Este proceso secular de liberación de la materia no se encuentra en todos los hombres en el mismo estadio. En algunos, los perfectos, el espíritu o parte superior del ser humano que quedó en los cielos en el momento de la caída, se ha adueñado de nuevo del alma. Con la muerte, libre ya el alma del cuerpo material, será arrastrada por el espíritu al reino celeste del Bien, en donde se revestirá del cuerpo espiritual y glorioso que perdiera en su descenso a este mundo.
   Esos Perfectos o Bons Hommes no poseían bienes propios ni tenían comercio sexual alguno. Se abstenían de carne y lacticinios. No podían jurar ni ir a la guerra. Iban vestidos de negro (en tiempo de persecución sustituido por un cordón de lino o lana bajo la ropa) y vivían en comunidad, hombres y mujeres por separado. Entre los hombres se escogían los obispos y diáconos y viajaban constantemente , predicando e impartiendo el consolamentum. 
  
   
Pero no todos los cátaros alcanzaban ese grado. La mayoría, los Creyentes, no han recibido aún el espíritu y -salvo que lo hagan antes de la muerte- habrán de pasar por sucesivas reencarnaciones. Les está permitido el matrimonio y aun el amor libre (mejor que aquél, ya que el matrimonio supone la institucionalización de la relación sexual -la régularisation de la débauche, en frase de Guiraud- ordenaba a la perpetuación de la materia). Pueden comer carne y tener bienes propios, aunque les están vedados el juramento y el matar animales, posibles receptáculos de reencarnación. Todos en general condenaban la pena de muerte.
   En cuanto a Cristo, los cátaros sostenían que hasta su venida la Humanidad había estado bajo el imperio de Satán (Principio del Mal), al que atribuían incluso la personificación de Jehovah en el Antiguo Testamento. Sin embargo, no consideraban a Cristo como Dios, sino como un eón emanado y adoptado por Dios como Hijo y venido al mundo a través del seno de María para enseñar a los hombres el valor del espíritu y el camino de la liberación de la materia, sin misión expiatoria alguna, sino puramente didáctica y ejemplar. El no podía ser contaminado por la materia: su cuerpo era aparente o fantasmal y por tanto no había sufrido ni muerto realmente en la Cruz -sino sólo simbólicamente- ni resucitado corporalmente. De acuerdo con su Cristología, la Iglesia católica, con sus sacramentos materiales, su culto visible -cruces, imágenes y ornamentos- y su organización externa, era para los cátaros la gran Babilonia, la cortesana, la basílica del diablo y sinagoga de Satán.
  
El acto fundamental de la vida cátara recibía el nombre de Consolamentum o comunicación del Espíritu Consolador (Paráclito) -junto con el individual dejado en el cielo cuando la caída-. El acto consistía en la imposición de manos de un Perfecto, por la que el Creyente -hombre o mujer- alcanzaba el grado de Perfecto. Desde ese momento el Espíritu se adueñaba de su alma y en él lo veneraban los demás creyentes mediante el melioramentum o genuflexión, besando el suelo y pidiendo la bendición. Los creyentes que no se sentían con fuerzas para llegar a Perfectos hacían, sin embargo, con frecuencia la convenentia convenensa o pacto de recibir el Consolamentum antes de morir.
   Esta recepción dio lugar tardíamente a la endura o suicidio voluntario pasivo, institución denigrada por los adversarios del catarismo pero sin la difusión que algunos suponen ni el significado que se le dio. Practicada por los enfermos graves que habían recibido el Consolamentum, tuvo más bien algo del nirvana budista o del estoicismo clásico, o aun si se quiere de la huelga de hambre de nuestros días, y era algo perfectamente concordante con el espíritu de liberación de la materia propio del catarismo. Claro que en esto hubo también su picaresca: a veces herederos ansiosos o cónyuges infieles provocaban la endura.
   
El culto cátaro, sin cruces, imagenes ni sacramentos, se reducía a reuniones en las que se leía el Nuevo Testamento traducido a lengua vulgar (cosa que prohibiría el concilio de Toulouse de 1229). Seguía una homilía, la recitación del pater y la bendición del pan, reservadas al Perfecto, y a veces una comida en común. Una vez al mes tenía lugar el apparelhamentum o confesión genérica de los pecados ante los diáconos (la específica y secreta se dio alguna vez).

Un terreno abonado: el Languedoc

   La doctrina cátara halló en los siglos XII y XIII un humus ideal y un ambiente apto para su expansión en el desarrollo burgués del norte de Italia y del sur de Francia y en el mutuo tráfico comercial. Ya el marco geográfico-político favorecía la libre expansión de la doctrina: en las comunas italianas, por su posición independiente del control imperial y papal equidistante de ambos poderes; en el Languedoc, por su situación de neutralidad entre el poder francés del norte, el inglés de Aquitania al oeste, el catalano-aragonés al sur y el imperial al este. Por otra parte, la conducta de los grandes dignatarios de la Iglesia (creaturas ciegas, perros mudos, les increpaba Inocencio III) dejaba mucho que desear y favorecía el auge de la contestación herética.
  Como observa Charles Molinier, de 1200 a 1250 todas las clases sociales contribuyeron a engrosar la secta. Los grandes señores feudales, si no pertenecían al catarismo, estaban estrechamente ligados a él por lazos de parentesco, vasallaje o amistad. Raimundo VI de Toulouse (1194-1222) llevaba siempre consigo un séquito de Perfectos dispuestos a darle el Consolamentum en peligro de muerte. Ramón Roger de Foix (1188-1223) vio recibirlo a su mujer Philippa y a su hermana Esclaramunda, dos grandes damas del catarismo.
   La pequeña nobleza se adscribió directamente en gran número. Unos y otros actuaban con una cierta independencia, y aun hostilidad a veces, ante el poder eclesiástico y civil. Junto a ellos, la burguesía mercantil, que participaba cada vez más por sus cónsules en el gobierno ciudadano y en la época inicial del capitalismo, aspiraba al libre comercio del dinero con la posibilidad de préstamo a interés condenado por la Iglesia católica, y veía con malos ojos las medidas antisuntuarias de la Inquisición y las persecuciones que ahuyentaban la mano de obra y el dinero. Los artesanos, especialmente los textiles, fueron una de las clases predilectas de los cátaros: muchos Perfectos ejercieron ese oficio y tisserand se convirtió, prácticamente. en sinónimo de cátaro. Los campesinos. en fin, en los que se refugiará el catarismo de los últimos tiempos, estarán contra los diezmos y primicias eclesiásticos y mirarán también por ello con simpatía al movimiento.
   Así pues, no podemos simplificar el fenómeno cátaro considerándolo (como parece fue prevalentemente el bogomilismo búlgaro) un movimiento social de las clases inferiores; debe añadirse a ello su carácter profundamente espiritual y de fuga mundi en su aspiración última: II est clair que le catharisme dépasse infinement le plan des reivindications capitalistes et commerciales (Evidentemente, el catarismo rebasa el plano de las reivindicaciones capitalistas y comerciales) (Nelli). Fourier consideraría una utopía el catarismo y Engels no vería en él más que un protestantismo utópico.
  
Otro factor singular favoreció su expansión : la poesía trovadoresca. Aunque no ha podido probarse (salvo en casos aislados como el de Guilhem de Durfort, señor de Fanjeaux, poeta y Creyente) la relación directa trovadores-catarismo, hay síntomas de indudable simpatía, mezclada con elementos políticos de afirmación occitana frente al norte. El punto de concomitancia más claro de los trovadores con el catarismo lo hallamos en la revalorización de la mujer. Para los cátaros la desigualdad de sexos era producto únicamente de la materia y en la transmigración se pasaba indistintamente a cuerpo de hombre o de mujer (aunque algunos parece exigían un cuerpo de hombre para la última reencarnación).
  Ya vimos que las mujeres podían recibir el Consolamentum como los hombres, quedando sólo excluidas del episcopado y diaconado. Además, la concepción cátara de la preferencia del amor espiritual sobre el físico y, dentro de éste, del amor libre al conyugal, concordaba también plenamente con la actitud trovadoresca. Habrá en la castitatz heroica y meritoria de los trovadores por la dama, en la que se sublimaba la Iíbido, algo radicalmente coincidente con las supremas aspiraciones del catarismo.

Fase de las misiones y coloquios (1177-1208)

   El volumen adquirido en el siglo XII por el movimiento cátaro, junto al cual aparece, desde 1170, el de los Valdenses o Pobres de Lyon, da lugar al fin a la intervención oficial de Roma que, de 1177 a 1203, envía al sur de Francia diversas misiones, encomendadas en su mayoría a los cistercienses por Alejandro III e Inocencio III; éste actúa también en Italia enviando un legado a Verona en 1198, que ordena a los católicos de Viterbo desobedecer a los cónsules cátaros y exiliar a los herejes (1205) y obliga al Podesta y cónsules de Florencia a publicar un Estatuto (1206) contra los mismos. Pero el fruto de todo ello es escaso.
   Entonces aparece en el Languedoc la figura de Domingo de Guzmán, en 1203 y 1205; su fundación de la Orden de Predicadores no puede comprenderse bien fuera del contexto cátaro. Se trata de contrarrestar el influjo de los Perfectos con una predicación y ejemplo de vida semejantes. Se aborda el problema de la vida escandalosa del clero. Se organizan coloquios con los herejes buscando la vía de la persuasión, alguno de ellos, como el de Carcassonne en 1204, presidido por el mismo rey Pedro II de Aragón .

Fase de la Cruzada (1209-1229)

  Pero el asesinato del legado Pedro de Gastelnau, en 1208, acabará con esta fase pacífica. Inocencio III proclama la Cruzada. Un poderoso ejército desciende del norte, por el Ródano. La campaña será larga y sangrienta: en el saqueo de Béziers morirán 17.000 personas. Matadlos a todos: Dios reconocerá a los suyos será la terrible consigna atribuida al legado papal. Pronto toma el mando Simón de Montfort. Pero Toulouse no se rinde y Pedro II , que ha regresado victorioso de Las Navas, saldrá al fin en defensa de sus depuestos parientes y perecerán en la jornada de Muret (1213) . Poco tiempo después, caída ya Toulouse, el concilio de Letrán consumará la condena del catarismo ( 1215) .
   Inocencio muere al año siguiente y todo el Languedoc se subleva. Raimundo VI acude con tropas prestadas por Jaime I, y su hijo Raimundo VII desembarca en Marsella. En 1217 se recupera Toulouse y en 1218 muere Simón de Montfort. Sigue un largo paréntesis de respiro. Vuelven los Perfectos. Raimundo Trencavel recupera Carcassonne (1224). Pero en 1226 la contraofensiva de Luis VIII, que muere al regreso, acabará conduciendo al tratado de Meaux (1229) , con la penitencia de Raimundo VII en Notre-Dame y la promesa de su hija Juana a Alfonso de Poitiers, hermano de Luis IX. Así se afianzará para el futuro el dominio nórdico, que la boda de Carlos de Anjou (otro hermano de San Luis) con Beatriz de Provenza no hará sino completar años después (1246).
  Todavía en 1240, exasperados los ánimos por la represión inquisitorial, el Languedoc alzaría la cabeza por última vez. Después de una amplia conspiración fracasada Toulouse-Inglatera-Aragón, sólo resistirá como último reducto cátaro la roca de Montségur, a 1.200 m de altura, no lejos de Foix, donde se guardaba el Tesoro fruto de los donativos de los Creyentes. Al fin, el 2 de marzo de 1244 se rendía también la fortaleza. El 16, en el llano al pie del castillo hoy conocido como Prat dels crematz, 205 Perfectos fueron quemados. Así terminó prácticamente la resistencia cátara, aunque otro foco fortificado, el que Quéribus, no se rendiría hasta 1255. Montségur quedó para el futuro como un símbolo misterioso y legendario, templo y fortaleza de carácter solar (como ha pretendido demostrar Fernando Niel) y relacionado incluso con la leyenda del Graal.

Fase inquisitorial: la clandestinidad (1229-1330)

   Sometidas por las armas las regiones heréticas, se inició la búsqueda implacable de los herejes. Ya en 1228 se había organizado una inquisición secular, ofreciéndose dos marcos de propina al que capturase un hereje. En 1229 el concilio de Toulouse introducía la inquisición episcopal. En 1231 Gregorio IX confiaba la inquisición monástica a los dominicos. Las hogueras proliferan de tal modo que el mismo papa ha de moderar el celo de los inquisidores, disponiendo que cada inquisidor dominico tenga un colega franciscano a fin de que la dulzura de este último temple la demasiado grande severidad del otro (1237).
   El uso de abogados estaba prohibido. En 1252, Inocencio IV autorizó la tortura -bien que ejecutada por seculares- por su célebre Constitución Ad extirpanda. Además de la hoguera existía la pena de prisión o murus que podía ser: largus, con cierta posibilidad de movimientos; strictus, con cadenas en pies y manos, local estrecho y poca comida, y strictissimus, verdadera antecámara de la tumba como dice Belperron. También se practicó la exhumación de condenados ya difuntos: en 1234, el pueblo y autoridades de Albi se negaron a esta macabra ceremonia; entonces el inquisidor se dirigió por su cuenta al cementerio y procedió por sí mismo a desenterrar los cadáveres.
   Ante esta situación, la mayoría de los Prefectos huyeron a Italia, donde reinaban mejores condiciones. Se organizará una jerarquía en el exilio y se establecerá una corriente permanente, con guías o ductores, que alimentará lo que quede del catarismo occitano hasta su desaparición. Algunos cátaros huyeron también a Cataluña (véanse los trabajos de Jordi Ventura) y en León sabemos que hubo albigenses, por la Crónica de Lucas de Tuy.
   En el Languedoc, el catarismo sobrevive clandestinamente en casas particulares, hospederías y hasta en silos y bodegas: los nuntii van a buscar secretamente a los escasos Perfectos para las reuniones nocturnas. A veces salta la chispa de la rebelión, pero en vano: en 1305, Pons de Montolieu y otros seis notables de Carcassonne son atados a la cola de un caballo y arrastrados y colgados con sus trajes consulares. Poco a poco, el movimiento, refugiado cada vez más en los campos y aldeas, se extingue bajo la represión. En 1321, el último Perfecto del Languedoc, Belibasto, es capturado después de atraerle a traición desde su refugio en España (San Mateo). Alrededor de 1330 puede decirse que todo ha desaparecido en el sur de Francia, aunque en el norte de Italia y en Sicilia se prolongue aún hasta principios del siglo XV.

Huella y sentido delcatarismo

   Perdurará, sin embargo, una sensibilidad espiritual particular que, a través de los turbulentos tiempos del cisma, llegará al siglo XVI. Aun sin conexión casual directa, es incontestable que muchos descendientes de herejes del siglo XIII abrazaron el calvinismo para vengarse de Roma (Nelli) Hoy apenas quedan en el pueblo huellas del catarismo, como la marmita hallada en Moissac Patarinon, semejante a la que llevaban consigo los Perfectos para no usar aquellas en que se había cocido carne. Más interesantes son quizá los restos iconográficos como las cruces antropomórficas de Cassés y Baraigne con su Cristo Viviente de grandes manos alzadas y abiertas .
   Pero el mensaje profundo del catarismo va más allá de estos restos y rebasa con mucho el marco de un simple episodio de la vida religiosa medieval. Su dualismo de antiguas raíces (aun con el lastre que supone la vinculación de la materia al Principio del Mal) responde al intento perenne y nunca satisfecho de explicar satisfactoriamente la existencia del mal, el enigma que ya atormentara siglos antes con dolores de parto (Conf. VII, 7) el corazón de Agustín .
  Su exigencia moral (aun con su flexibilidad comprensiva de la diversidad de capacidades de Perfectos y Creyentes) desmiente el laxismo que, con demasiada facilidad, se le atribuyó desde su origen. Es significativo a este respecto el caso de Jean Tisserand que, acusado falsamente de herejía, se defendía así por las calles de Toulouse: Eschuchadme, señores: no soy un hereje. Tengo una mujer con la que me acuesto. Tengo hijos, como carne. Miento y juro. iSoy, pues, un buen cristiano! (Encarcelado pese a ello, y movido en la cárcel por el ejemplo de los herejes, abrazó el catarismo y fue quemado).
   Su talante espiritual (con sus curiosas transmigraciones, su paradójica distinción de Perfectos y Creyentes y su negación de los sacramentos) resultaba más lento, más interdependiente y más incierto, pero quizá mucho más profundamente religioso que un cierto catolicismo apresurado con su individualismo, su mecanismo y su afán inmoderado de seguridad.
   
La postura socio-eclesial, en fin, del catarismo (prescindiendo de implicaciones políticas), concomitante con otros movimientos de la época como el de los valdenses, los espirituales de Joaquín de Fiore y los fraticelli, muestra una tendencia correctiva periódicamente frustrada en el seno de la Iglesia medieval: el intento de llevarla al terreno de una espiritualidad evangélica espontánea y popular de reforma interior y sencilla de vida en común, opuesta al tentador planteamiento político, o de reforma desde el poder, escogido por Gregorio VII y continuado por Inocencio III y sus sucesores hasta Bonifacio VIII, cuando la Iglesia hubo de empezar a pagar (como durante siglos seguiría haciendo) el precio del terreno en que se había colocado.

Francisco de Moxó 

 

 volver a la Inquisición