Iglesia de planta románica de Ledesma de la Cogolla en La Rioja (España)

PERDURACIÓN DE LA LITERATURA ANTIGUA
EN OCCIDENTE

A propósito de Ernst Robert Curtius
«Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter»

 

María Rosa Lida de Malkiel

  
    Biblioteca Gonzalo de Berceo

www.valleNajerilla.comxxx

   

       Traemos a nuestra Biblioteca Bercenana  parte del estudio de M. R. Lida de Malkiel al hilo del artículo «Berceo y los topoi» de Dámaso Alonso; en él nuestro insigne poeta señala su disconformidad con algunos ejemplos que sirven de prueba al filólogo alemán Ernst Robert Curtius para probar la tesis de su obra  «Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter». En el extracto que ofrecemos nos ceñimos exclusivamente al ´esqueleto lógico´ de la obra de Curtius, que sirve de base al lector, para seguir la crítica de la profesora Lida de Malkiel.

     Nadie que haya leído este volumen podrá dejar de reconocerlo como la contribución más original al estudio de la literatura latina de la Edad Media, y como la investigación más vasta en tema y más rica en detalle que ha presentado en los últimos años la filología alemana. Tales notas, que podrían sonar a hipérbole desaforada, son aquí descripción objetiva. La enumeración de materias, por esquemática que sea, desplegará mejor que encarecimiento alguno la variedad del contenido y, a la vez, proporcionará las necesarias referencias para la discusión de sus méritos y de sus fallas.

    1. Literatura europea. Característico del siglo XIX es el auge del conocimiento de la naturaleza y de la conciencia histórica, la cual ha conducido, entre otras tentativas de explicar la totalidad de la historia humana, a las de Bergson y Toynbee, que ven en la creación poética el instrumento adecuado para expresar la unidad del desarrollo histórico. A la luz del concepto bergsoniano de la fonction fabulatrice, biológico y antropológico, resalta lo falso de fragmentar la historia de la cultura de Europa, expresada en su literatura, en períodos y nacionalidades. La literatura europea es una unidad de sentido que abarca el lapso de Homero a Goethe; la clave de su conocimiento es la literatura latina medieval, enlace del mundo mediterráneo antiguo y del mundo occidental moderno, que permite percibir la literatura europea como autónoma unidad de sentido, incomparable con las bellas artes, y apreciar con nuevos ojos las literaturas nacionales. Con la historia literaria, narrativa y catalogadora, no se puede penetrar la estructura de esa unidad: para ello se requiere un método analítico, que proporcionan la historia y la filología comparadas.


    2. Edad Media latina. Las fechas del comienzo oscilan entre Constantino y Carlomagno, trecho señalado por un agotamiento de la cultura antigua, a la vez que por una creación decisiva. No oscilan menos las fechas de su término ( entre fines del siglo XV y fines del XVIII), según sea el punto de vista cultural, político o económico. En la baja de cultura resultante de la ocupación del Mediterráneo occidental por los árabes, el latín deja de ser lengua hablada para convertirse en lengua culta, privilegio de la única casta letrada, el clero. Su más alto cultivo coincide con el nacimiento de las literaturas romances en los siglos XII y XIII. El humanismo le da impulso y valor nuevo, sin rechazar del todo los autores medievales. Pero no sólo arraigan en la Edad Media la lengua y la literatura de Roma: también se mantienen vivos y fecundos su iglesia, su pensamiento político universalista, su cultura. El estudio de Romania y románico revela que la Edad Media admite tres unidades lingüísticas: latina, románica y bárbara. Del siglo XII al XVIII se suceden hegemonías de diversas literaturas romances (francesa, italiana, española, francesa). Peculiar es la situación de Inglaterra: románica en la Edad Media, separada de la Romania en la Reforma, pero no incorporada al mundo germánico ni al escandinavo.


   3. Literatura e instrucción. El concepto de artes liberales, básico en la instrucción medieval, se remonta a los sofistas; en el siglo V, Mariano Capela lo consagra en su novela alegórica, que ejerció increíble influjo. La primera de las siete artes es la gramática ('estudio de lengua y literatura', como en la Antigüedad), aplicada exclusivamente al latín. Sus conceptos -vicios de dicción, figuras de dicción y de pensamiento, etc.- son de filiación grecorromana. Conforme a la actitud patrística más general, el anglosajón Aldhelmo (s. VII) sólo admite de los estudios clásicos los formales (gramática y métrica) para aplicarlos a la Biblia. Beda continúa la directiva de Aldhelmo, y Alcuino la introduce en la reforma educativa de Carlomagno. Los autores leídos en la escuela medieval no están escogidos con criterio devoto, estético, cronológico ni temático. La Edad Media, sin sentido de critica ni de historia, busca en los autores conocimiento científico, enseñanza moral concentrada en sentencias o personificada en ejemplos. En las escuelas catedralicias del siglo XII priva ya la poesía, ya la gramática y retórica, ya la filosofía y teología, según la personalidad del jefe. En las universidades el predominio de filosofía y teología es decisivo. Santo Tomás, partiendo de la clasificación aristotélica de las ciencias, halla insuficientes las siete artes liberales como sistema del conocimiento humano.


   4. Retórica. Comienza con los sofistas como enseñanza de la elocuencia, que comprende elementos filosóficos (lógica) y estilísticos (ornamentación gorgiana). En Roma el Tratado a Herennio y los de Cicerón transmiten los preceptos helenísticos. Con el Imperio decae la elocuencia, y la retórica invade todos los géneros literarios. Quintiliano la expone en un libro original, que concibe al orador como un ideal humano, y en la retórica de la segunda sofística se forman los grandes predicadores griegos del siglo IV. (Una parte importante de la retórica es la tópica, o colección de lugares comunes, de argumentos no individuales, que pueden agregarse a todo discurso.) La retórica se incorpora al sistema de las siete artes liberales: cuando San Jerónimo equipara repetidamente la Bíblia con la poesía pagana y cuando San Agustín recomienda la exegesis alegórica que se practicaba con Virgilio, implícitamente autorizan la aplicación a la Biblia del análisis retórico, de regla en las letras profanas. Casiodoro explica retórica en sus Instituciones, adaptándola ocasionalmente a la liturgia monástica. El libro que le dedica San Isidoro en las Etimologías detalla sobre todo las figuras retóricas. En el siglo XI varios tratados ofrecen la teoría del ornato, y las artes dictaminis, la preceptiva del arte epistolar. En el siguiente aparecen las poéticas latinas, en vasto contacto con la retórica. Juan de Salisbury, hostil al predominio de la filosofía, cultiva el antiguo ideal humano del orador. La elaborada metodología retórica sirve de modelo a las de otras artes, aun después de la Edad Media. La necesidad de teoría, preceptiva y estilística literaria explica que se hayan escrito importantes tratados de retórica hasta bien entrado el siglo XIX.


    5. Tópica. A la antigua tópica normativa, Curtius agrega una tópica histórica. Ejemplo de tópico: en la consolación se suelen mencionar personajes que, ilustres y todo, no escaparon a la muerte (Ilíada, XVIII, 117 y sigs.; Horacio, Odas, I, 28, 7 y sigs.; Ovidio, Amores, III, 9, 21 y sigs.; Marco Aurelio, III, 3). Los poetas cristianos reemplazan los personajes ilustres del paganismo por figuras bíblicas. A veces se agrega que ni los más viejos (Néstor, Titón) ni los más jóvenes (Arquémoro) se libraron de morir: así aparece el tópico en la más famosa consolación moderna, la de Malherbe a Du Périer. Hay tópicos peculiares del comienzo (afectación de modestia,manifiesto de novedad, consagración de la obra a un mecenas o a Dios; la posesión de la sabiduría obliga a comunicarla; se ha de evitar la pereza) y de la conclusión (final brusco y explícito; el poeta alega fatiga o el anochecer ). Son tópicos de origen poético la invocación a la Naturaleza, que la Edad Media convierte en enumeración de objetos naturales, y «el mundo al revés», derivado del adýnaton clásico y enlazado frecuentemente con la crítica coetánea, en particular con el conflicto entre la vieja y la nueva generación. Proceden de la tardía Antigüedad el tópico del «niño viejo» como ideal humano, importante en la hagiografía y en el panegírico, y el de la «vieja convertida en joven». Ambos revelan una antigua aspiración del subconsciente colectivo.


    6. La diosa Naturaleza. Indistinta en Ovidio, la Naturaleza tiene en Claudiano ( en contacto con la teología patente en los Himnos órficos) carácter y atribuciones bien definidas. De su arraigo en la tardía Antigüedad da testimonio negativo la polémica de Lactancio y de Prudencio. Curiosa es su mención, bajo el nombre griego de Physis, en un anónimo del siglo XI, y muy importante, a mediados del XII, su papel de creadora del hombre en el libro en prosa y verso De universitate mundi de Bernardo, apodado Silvestris. Esta obra, relacionada con el platonismo de Chartres, refleja un humanismo optimista y pagano, impregnado del culto a la fecundidad atestiguado en la leyenda del Santo Graal. Alano de Lila cristianiza en su obra De planctu naturae la concepción de Bernardo Silvestre, subordinando la Naturaleza a Dios. En el Anticlaudianus del mismo autor la cristianización es mayor aún: el hombre perfecto recibe su alma de Dios; la Naturaleza sólo forja su cuerpo. Alano se esfuerza por conciliar dentro del orden divino las fuerzas vitales, pujantes en el siglo XII, según lo prueba el coetáneo florecimiento de la lírica amorosa. Otras soluciones son el rechazo ascético de Bernardo de Cluny 1, la sublimación marial de San Bernardo de Claravalle, el erotismo desenfrenado del Concilio amoroso de Remiremont. En la Virgen Madre y en la Naturaleza que interviene junto a Dios en la creación, ve Curtius una potencia femenina que es un arquetipo del subconsciente. La continuación del Roman de la Rose por Jean de Meun lleva la exaltación naturalista de Alano de Lila hasta el libertinaje de herejías aludidas por Santo Tomás y condenadas por las autoridades de París. Lo que no mermó el influjo del poema.


    7. Metafórica. Paralelamente a la tópica histórica podría hacerse el estudio histórico de las figuras retóricas, comenzando por la más importante, la metáfora. Ejemplos: metáfora de la navegación para indicar la composición literaria; metáforas basadas en relaciones personales (parentesco, servidumbre), en manjares, en partes del cuerpo; metáfora que concibe la vida como comedia y culmina en el auto de Calderón El gran teatro del mundo, convertida en drama teocéntrico.


    8. Poesía y retórica. Ojeada a la nomenclatura de poesía y teoría poética en la Antigüedad. Ésta y la Edad Media no perciben diferencia esencial entre poesía y prosa (de ahí la boga de la paráfrasis: gran parte de la poesía cristiana primitiva, por ejemplo, no es sino versificación del Evangelio ). Contribuye a borrar la frontera entre poética y retórica el reconocer mérito oratorio a Romero y a Virgilio, la coexistencia de diversos tipos de poesía (métrica, acentual; cf. además prosa 'secuencia') y de prosa (rítmica, rimada). La Edad Media no posee palabra única y autorizada para poesía. Los tres antiguos géneros retóricos persisten en la Edad Media: el judicial en Italia, donde más se conservaron los estudios jurídicos; el deliberativo brindó los temas novelescos de las declamaciones, y los morales o satíricos de las suasorias. El más importante fue el demostrativo, que influye sobre todo en el panegírico de una ciudad o país, del príncipe, de la Naturaleza. Tópicos frecuentes en el panegírico de una persona son los que expresan incapacidad de celebrarla dignamente, o los que afirman que ha sobrepasado los dechados antiguos, o insisten en el valor del presente, no menos digno de loa que el pasado.


    9. Héroes y príncipes. En la Edad Media hay epopeya únicamente cuando a través de Virgilio hay contacto homérico. Romero contrapone dos tipos de héroe: el guerrero joven e impetuoso y el rey anciano y sabio, contraste que se remonta a la religión indoeuropea prehistórica. Virgilio, vocero del ideal del Ara pacis1 presenta en Eneas un nuevo tipo heroico, pietate insignis el armis, perfeccionado y purificado a lo largo del poema. Estacio, Dictis y Dares vuelven al contraste primitivo. En su definición de héroe épico, San Isidoro fija la tradición antigua: varias poesías latinas y la Chanson de Roland reflejan la definición isidoriana. En la Roma imperial el tópico sapientia-fortitudo, convertido en excelencia en armas y letras, había pasado al elogio del emperador, y como los reyes bárbaros procuraban remedar en todo a los emperadores, penetró en el panegírico medieval del príncipe. Al Renacimiento llega como ideal cortesano, particularmente caro al Siglo de Oro español. Otros tópicos del panegírico son la reflexión sobre la verdadera nobleza, planteada por los sofistas y renovada por las condiciones sociales de los siglos XIII y XIV, y el elogio de la belleza física, ponderada muchas veces como obra singular de la Naturaleza.


    10. El paisaie ideal. La descripción medieval de la Naturaleza no se propone copiar la realidad: así, poetas nórdicos anuncian la primavera con el florecer del olivo, vid, palma y cedro, y durante siglos los poetas pueblan a Europa de leones, lo que prueba el influjo de la poesía antigua. El paisaje homérico es risueño y habitado; así también el bucólico, más detallista. Merced a Virgilio, épica y bucólica son los géneros antiguos más influyentes. En la Eneida hay dos paisajes que pasan a la Edad Media: el bosque grandioso y el prado ameno. El primero tiende a convertirse en enumeración de árboles; el segundo, en trozo de lucimiento: muy frecuente desde fines del siglo XI, lo acoge en el siguiente la épica filosófica, la lírica de los goliardos, la epopeya. En el roman courtois predomina el paisaje de bosque grandioso, pero a veces (continuando la antigua tradición del Tempe: cf. Teócrito, XXII, 36 y sigs., aparece dentro de éste el paisaje ameno, como en el Roman de Thebes, 2.126 y sigs., en el Mío Cid, 2.698 y sigs., en el Orlando furioso, I, 33.


    11. Poesía y filosofía. La Antigüedad, aunque no Homero, tiene en mucho el valor didáctico de la poesía: de ahí las censuras contra Homero de Jenófanes, Heraclito y Platón. La alegoría surge para conciliar el interés didáctico con la estima de Homero. Por motivos parecidos Filón alegoriza la Biblia: ambas corrientes convergen en el vasto alegorismo medieval. Además, cunde en la Edad Media la opinión de que la poesía debe poseer contenido científico (que, de hecho, cree hallar en los poemas de Homero y Virgilio) y, como para el hombre medieval sapientia, philosophia y scientia son uno mismo, acaba por identificarlas con poesía. La confusión se facilita porque en la tardía Antigüedad es vario y vago el sentido de filosofía, al punto de designar cualquier ramo del saber. La apologética cristiana, heredera de la judía, sostiene que el cristianismo es la verdadera filosofía ( de la que la filosofía griega fue mera introducción), y este concepto perdura hasta Erasmo. En los siglos de prestigio del monacato se suele identificar a éste, como más puro representante del cristianismo, con la verdadera filosofía.


    12. Poesía y teología. Es frecuente en la Edad Media la igualación entre poesía y teología o el concepto de «poeta teólogo» (Alano de Lila, Giovanni del Virgilio, Albertino Mussato, y el Siglo de Oro español). Se remonta a los poetas griegos que trataron del origen del cosmos (θεολογήσαντες, dice la Metafísica de Aristóteles, 983b, 29), y que mencionan Lactancio y San Agustín. La concordancia entre la mitología griega y la Biblia procede de la apologética judeocristiana de Alejandría y, aunque rechazada por los Padres latinos, fue bien acogida por los poetas. En la polémica entre Mussato y el dominico Giovannino de Mantua, éste representa el pensamiento tomista, entonces reciente, y aquél la tradición medieval, nada humanística. Los conceptos de la carta de Dante a Can Grande coinciden en parte con Servio en su Comentario a la Eneida, en parte con Warnerio de Basilea (siglo XI), en parte con la retórica y en parte con la escolástica. Pero mientras la escolástica, como descendiente de la dialéctica del siglo XII, hostil a la literatura, juzga a la poesía «infima inter omnes doctrinas», Dante reconoce a la poesía función cognoscitiva. Petrarca y Boccaccio no mantienen tan delicado equilibrio, y adoptan la conciliación tradicional entre poesía y teología, para defender la poesía de los ataques de los rigoristas.


    13. Las musas. A través de la Eneida, la invocación a las musas se mantiene como ornato épico. El ansia de inmortalidad, vivísima a fines del Imperio, da nueva vida al culto de las musas: por eso las rechaza explícitamente la poesía cristiana, y el rechazo (más el frecuente contraste con la verdadera inspiración) constituye un tópico del siglo IV al XVII. En la poesía anglosajona, de Aldhelmo a Milton, ese rechazo se basa en su poética de la Biblia. El humanismo carolingio pone de moda la invocación a las musas, presente también en la Divina commedia junto con numerosas menciones y fórmulas sustitutivas, todo ello más individual que tópico. Boccaccio, quien reduce las musas a una piadosa alegoría, es mucho más típicamente medieval. La mejor formulación del tópico del rechazo es la de Jorge Manrique. La extraordinaria persistencia del motivo se debe a la boga de la epopeya clásica, con la que está indisolublemente ligado, y cuyas peripecias comparte (Ariosto, Folengo, Tasso, Milton). Calderón insiste, como el cristianismo primitivo, en la identidad fundamental de mitología e historia sagrada, y en Cristo como divino artista. El espíritu crítico del siglo XVIII se mofa de las musas (Tom Jones); los prerrománticos reconocen, no sin simpatía, la decadencia del mito (Gray, Blake).


    14. Clasicismo. Clásico 'de [primera] clase' aparece por primera vez como término literario en Aulo Gelio, XIX, 8, 15, aplicado a autores antiguos. (El concepto de antiguos y modernos es sumamente vago y cambiante a través de los tiempos.) En la Edad Media la tradición de los estudios literarios, del derecho y de la Iglesia se apoya en un canon de autores. En los estudios literarios se forma un canon ecléctico de autores antiguos, basado en el cristiano y el pagano, y representado con variantes en Dante y en Ghaucer. El canon isabelino y el de Luis XIV están mucho más cerca del medieval que del actual. De las literaturas modernas, la italiana es la primera en fijar su canon, como defensa contra la competencia de la literatura latina humanística. Francia sistematiza en el siglo XVII su claricismo: su éxito no emana de la excelencia del sistema, sino de su afinidad con el alma francesa, muy fuerte en el siglo de su hegemonía política. El Siglo de Oro español, ajeno a toda sistematización, conserva la variedad de sus fuentes medievales, árabes y latinas: apenas si en lo formal le afecta el influjo italiano. La oposición «clásicos y románticos» carece de sentido para España e Inglaterra ( que no poseen «clásicos» ), para Alemania ( donde «clásicos» y «románticos» coinciden en tiempo y espacio) y para Italia. Y es absurdo, como señalan los franceses de nuestros días, atribuir vigencia universal a las particulares circunstancias francesas.


    15. Amaneramiento. Es lo opuesto a lo clásico «ideal» y a lo clásico «correcto». Procedimientos normales caen en el amaneramiento por exageración y acumulación: hipérbaton de Góngora; algunas Iperífrasis de Dante; paronomasia en la poesía latina medieval, en Dante y en Gracián; algunas metáforas rebuscadas de la poesía latina del siglo XII y del culteranismo, como «hidrópico», «cítara de pluma». Ojeada al amaneramiento formal ( obrillas sin alguna letra, versos que combinan una consonante con diversas vocales, poesías figuradas, juegos de Ausonio, versos de enumeración asindética, versus rapportati, recapitulación calderoniana), característico de la literatura latina medieval y del Siglo de Oro español. Ejemplos de amaneramiento en el pensar: ambos tipos se hallan en el culteranismo y en el conceptismo, derivado uno y otro del arte medieval. En la Agudeza y arte de ingenio, Gracián sistematiza intelectual (no estéticamente) el ingenio, cuyo valor frente al juicio discuten Quintiliano, Valdés y el mismo Gracián. En el canon de ingenio de éste predominan los antiguos, pero figuran también autores latinos tardíos, medievales, y, como en la Edad Media, autores sagrados y profanos.


    16. El libro como símbolo. La época helénica no venera el libro; la helenística le presta mayor atención: metáforas basadas en el libro aparecen en la Antología griega, en Plotino con valor cognoscitivo y con valor estético en Proclo y Nonno. Análogamente, tales metáforas faltan en la literatura latina clásica, y abundan en Ausonio y Claudiano. El Antiguo Testamento contiene muchas y grandiosas, y unas pocas se hallan también en el Nuevo: las dos corrientes convergen en la Edad Media. La veneración al libro y su uso metafórico son típicos de Prudencio; también San Isidoro le presta gran atención. La poesía latina de los siglos XII y XIII emplea con frecuencia el libro como metáfora; así se forma el concepto 'libro de la naturaleza' con que los renacentistas habían de expresar su cientificismo empírico y que, como opuesto al conocimiento libresco, aparece en el naturalismo del siglo XVIII y en la crítica literaria romántica. La poesía de Dante es la más amplia y alta formulación del mundo libresco; en ella todo conocer es un leer, todo crear un escribir. La poesía inglesa de comienzos del siglo XVI mantiene, entre otras actitudes medievales, la veneración al libro, que también se expresa muy variadamente en Shakespeare, bien que para él el libro es goce estético y no instrumento de saber. La abundancia y sutileza de las imágenes librescas de Góngora, Lope, Calderón, Gracián se explica por la poesía latinomedieval más la poesía árabe, impregnada del culto a la escritura y al libro. Goethe parece ser el último poeta que haya acogido en sus versos el tema del libro (West-östlicher Diwan ).


    17. Dante. Muy reciente, y no sólo debido a razones literarias, es el reconocimiento de Dante como una de las cumbres de la poesía moderna. Dante se halla en relación crucial con la Edad Media latina: el tratado De vulgari eloquentia y los elogios al estilo de Virgilio en la Commedia prueban c6mo estaba empapado de la retórica medieval. Aun no se ha investigado adecuadamente la reelaboración de la Eneida (y, en particular, la del Canto VI) dentro de la Commedia. El viaje a través de las esferas, de origen oriental, penetra en Roma con el Sueño de Escipión y se difunde en la Edad Media con Marciano Capela, Bernardo Silvestre y Alano de Lila, con quien Dante tiene muchos puntos de contacto. También presenta la Commedia la yuxtaposición medieval de parangones sagrados y profanos, lo que contribuyó a su impopularidad en el Renacjmiento. Dentro del inmenso marco cósmico y teológico de su poema, Dante entreteje toda la historia y, ante todo, su propia historia vivida. Los numerosos personajes se articulan principalmente en cofradías y, dentro del Inferno, en la clasificación aristotélica de los vicios; ambos principios se combinan con la disposición según números favoritos: 7, 10 ó 12. Beatriz no es el recuerdo sublimado de la amada, sino un mito de redención: es una emanación divina con función específica en el sistema místico-profético, que brotó del conflicto entre el cesarismo de Dante y la política racionalista y mercenaria de Florencia. Por reflejar en lengua vulgar el mundo de la latinidad medieval, la Divina commedia trasciende ya la Edad Media.


     18. Epilogo. El autor justifica el método temático, no lógico, de su exposición, indica cómo llegó a sus investigaciones, e infiere de su experiencia normas generales. Una rápida ojeada a la literatura francesa, española e inglesa demuestra la íntima relación que guardan con la literatura latina medieval. La literatura romance comienza excepcionalmente temprano en Francia gracias a la reforma educativa de Carlomagno. La rima es la gran creación formal de la Edad Media. Las formas literarias (géneros, estrofas) funcionan como diseño (pattern, Gitter) en que cristaliza la sustancia poética. Ejemplos de las varias formas de la continuidad literaria, de su modo de transmitirse, de su acogida. La tradición literaria, irreemplazable por su contenido de belleza, es el instrumento con que el espíritu europeo asegura su identidad, comparable a la memoria que asegura la identidad del individuo. Para lograrla, debe formarse un canon de autores creadores de belleza. (El concepto del artista comparable a la Naturaleza creadora, fugazmente sugerido por Macrobio a propósito de Virgilio, procede de Goethe.)

 


     
Excursos. 

     I. Antigüedad malentendida. Consejas medievales para explicar los detalles de las estatuas de los Dioscuros y de Marco Aurelio en Roma. Errores en la identificación de personajes e interpretación literaria.
     II. Fórmulas de devoción y humildad. De las muchas usuales en la Edad Media, las de devoción emanan de la Biblia y del ceremonial cortesano; las de humildad deben más a la retórica antigua que a la Biblia.
    III. Tecnicismos de gramática y retórica usados como metáforas. Ejemplos orientales, medievales (latinos) y modernos (españoles).
    IV. Bromas y veras en la literatura medieval. La frontera entre lo cómico y lo grave es incierta en la Antigüedad. Aunque la Iglesia discute la licitud de la risa, la Edad Media gusta de mezclar opuestos; por ejemplo, motivos cómicos en relatos hagiográficos, incluso en relatos de martirios. Como el letrado medieval no toma en serio la poesía profana, hay notas jocosas aun en la Chanson de Roland y en el Mio Cid. Ojeada a diversos motivos cómicos.
    V y VI. La ciencia literaria desde el siglo I hasta el XIII 2. Importancia de Quintiliano; contribución de Diomedes, Mario Victorino, Prisciano, Macrobio. Teoría literaria de San Jerónimo, Casiodoro, San Isidoro, Aldhelmo; de los poetas latinocristianos Prudencio, Juvenco, Sedulio y Fortunato; de Notker Bálbulo, Aimeric y Conrado de Rirsau.
    VII a XII y XXI. Fragmentos de una historia de la teoría poética. En la Edad Media la poesía latina es un menester penoso que se aprende en la escuela y se practica para medrar en el mundo. A diferencia de los demás oficios, el del poeta no tiene lugar fijo en la sociedad: de ahí quejas, sátira y pordioseo. La concepción platónica del delirio poético llega a la Edad Media a través del latín y coexiste con la que ve en la poesía un ejercicio fatigoso: preciso es aguardar al Renacimiento para hallarla inteligentemente vivificada. Ejemplos de Homero a Ariosto de declaraciones sobre el valor eternizador de la poesía. Noticia histórica sobre la interpretación hedonística de la poesía, representada, si bien escasamente, en la Edad Media. Hugo de San Víctor, San Bernardo de Claravalle y la escolástica parisiense desdeñan la literatura; sólo Bernardo Silvestre y Domingo González (Gundisalvus) la admiten, como introducción a la filosofía; la defensa de Juan de Salisbury es excepcional. La filosofía dominante en las universidades es hostil a la poesía latina (y, por supuesto, no toma en cuenta la romance), que declina desde el siglo XIII. De esa desatención ya se resiente la mala filología de los escolásticos, que señaló Rogerio Bacon. Ejemplos de poetas orgullosos de su oficio. La idea de Dios como artífice, sublimación de un concepto común a muchas mitologías, se transmite por la Biblia y el Timeo: ejemplos de la Edad Media y del Siglo de Oro español.
    XIII. La brevedad como ideal estilistico. Es un ideal grecorromano, corroborado con pasajes bíblicos, pero sólo en la Edad Media cobra gran importancia: por una parte, la recomendación antigua de brevedad, no siempre bien entendida, se convierte en tópico; por otra parte, se llega a pensar que la maestría de un poeta se revela en poder tratar en forma abreviada o amplificada un mismo asunto. De hecho, abundan en el siglo XII versiones abreviadas de obras antiguas.
    XIV. La etimologia como forma de pensamiento. No es rara en la poesía antigua la explicación etimológica de nombres propios; además, la recomiendan la retórica con su preceptiva, y la Biblia y los Padres (San Jerónimo, San Agustín) con su ejemplo. San Isidoro la consagra al tomarla como criterio de su enciclopedia. Para la Edad Media la etimología es un juego decorativo, abundantemente documentado en latín y romance.
    XV y XVI. El número como principio de composición literaria y estilistica. Escasean los preceptos antiguos sobre composición. La Edad Media, con su deficiente sentido de forma, gusta de atenerse a un principio numérico. Así, los treinta y tres años de vida de Jesús explican el número de las subdivisiones del escrito de San Agustín Contra Faustum Manichaeum, de las Instituciones de Casiodoro, del Pantheon de Godofredo de Viterbo, del Seudo Turpin y, entre muchísimos casos más, de las partes de la Divina commedia. Tanto en la Biblia como en otros libros orientales hay sentencias numéricas (por ejemplo, Proverbios, XXX, 15): parecen rastro de pensamiento primitivo.
    XVII. Cómo se nombra el autor en la Edad Media. La Antigüedad no sentó norma sobre este punto. En la Edad Media no es raro que el autor no se nombre, pero lo más común, sobre todo en el siglo XII, es nombrarse, particularmente al final, entre oraciones.
    XVIII. El «sistema de virtudes caballerescas». No existe tal sistema: característico de la Edad Media es el ideal vario, de raíces diversas. A la aclaración histórica del ideal caballeresco contribuye C. Erdmann, quien lo concibe como fusión del caballero cruzado del Norte de Francia y el caballero cortesano del Mediodía, expuesto al influjo hispanoárabe.
    XIX. El mono como metáfora. Poco frecuente en la Antigüedad, abunda en los siglos XII y XIII, en el Renacimiento y en la Edad Moderna.
    XX a XXIII. Fragmentos de un estudio de la cultura española. El retardo cultural de España se ejemplifica en lo social con un paralelo entre el feudalismo francés y el español según C. Sánchez Albornoz, y en lo intelectual con la Visión delectable del converso judaizante Alfonso de la Torre. J. P. Wickersham Crawford ha demostrado que esta obra, escrita en 1440 y leída en el mundo hispánico hasta fines del siglo XVII, no sólo desconoce el humanismo italiano, sino también el tomismo; sus fuentes (Marciano Capela, San Isidoro, Alano de Lila, y también Algacel y Maimónide) no pasan del siglo XII. El anónimo Panegírico por la poesía (Sevilla, 1627) documenta la teoría del arte en el Siglo de Oro español, empapada de teología y medieval en todos respectos. (El panegírico de un arte es un verdadero género retórico, practicado en la Antigüedad.) La apologética cristiana rechaza unas veces la poesía y otras la admite, dándole entonces origen divino, por asimilar Cristo a Orfeo. La justificación teológica de la poesía, repetida por San Isidoro, es siempre cara a España, desde Santillana hasta fray Luis de León. La innovación de los loci theologici de Melchor Cano, al favorecer la patrística por sobre la escolástica, da argumentos para la defensa de la actitud que acoge históricamente toda literatura, aunque pagana. No es menos teocéntrico el Tratado defendiendo la nobleza de la pintura de Calderón: Dios, poseedor de todas las artes y ciencias, es el primer pintor, como artífice del hombre; en algunas comedias aparecen otros problemas, tal el de la imitación y del decoro. Otros autores del Siglo de Oro: Santa Teresa, fray Luis de León, Lope, representan también el concepto de Dios artista. Sólo España, por su tradicional pensamiento teológico, podía desarrollar tal defensa teórica de la pintura.
    XXIV y XXV.Fragmentos de un estudio de la literatura europea y la latinidad. El lema de L'esprit des lois refunde dos versos de Ovidio; el prólogo, en estilo marcadamente ornamental -como requería la retóricacontiene dos alusiones al libro VI de la Eneida. El amor que profesó Diderot a Horacio ayuda a comprender mejor Le neveu de Rameau, segunda de las sátiras de Diderot y que, como la primera, tiene su clave en el verso de Horacio que le sirve de epígrafe.

 

     Este sumario, con ser no más que el esqueleto lógico del libro, no su compendio, quizá pueda dar idea así de sus fallas como de sus virtudes generales. Y, ante todo, de su hondo sentido de Europa como unidad cultural orgánica, de su respeto a la integridad de sus dos dimensiones: la de su desarrollo en el tiempo, pues subraya lo artificioso y puramente práctico de los cortes, y la de su extensión en el espacio, pues señala los numerosos contactos entre las culturas nacionales, signos de un enlace más íntimo, que consiste en su común fondo latinomedieval. El insistir en la integridad de la cultura europea es hoy más urgente que nunca, pues, aunque en principio se la dé por sentada, de hecho las necesidades prácticas de la enseñanza y de la investigación especializada siempre la fragmentan. En lugar de contentarse con afirmarla en el prefacio y olvidarla en el texto, Curtius la ha erigido en tesis central, corroborándola con la diversidad de estudios particulares con que la prueba y con la muchedumbre de ejemplos concretos con que la abona. Casi todos esos estudios particulares, ya demuestren en corte longitudinal la continuidad de un esquema estilístico (la perífrasis, por ejemplo, pág. 277), de un motivo literario (el paisaje idealizado, pág. 189), de un mito (las musas, pág. 233 ), de un principio cosmológico (la Naturaleza, página 114), de un problema gnoseológico y pedagógico (artes liberales, pág. 47) o estético (valoración de la poesía, págs. 219, 532), ya estudien en corte transversal el arte y pensamiento de determinado autor (Dante, pág. 352; Calderón, pág. 543), refiriéndolos a las líneas tradicionales descubiertas en la investigación longitudinal, compendian eruditas monografias previas del autor 3, que garantizan la originalidad de sus asertos y el acopio exacto de información. Los ejemplos que puede agregar el erudito «local» no valen sino como confirmación del resultado expuesto, pues claro está que en tan amplio campo el material es poco menos que inagotable.
    A ese título me permito agregar tres ejemplos argentinos, esto es, pertenecientes a una de las antiguas posesiones españolas que, en contraste con México y Perú, maduró culturalmente sólo a partir del siglo XIX, cuando la unidad literaria de Europa había perdido mucho de su vitalidad y que, por lo tanto, atestiguan la increíble tenacidad de la tradición europea. Exactamente fiel al esquema laudatorio de Claudiano «taceat superata vetustas», seguido por Sidonio, Fortunato y Dante (págs. 170 y sigs.) a, es la coplilla que don Vicente López y Planes, autor del himno nacional argentino, escribió en el frente del Cabildo de Buenos Aires para la conmemoración patriótica del 25 de mayo de 1818: «Calle Esparta su virtud; / sus hazañas calle Roma: / ¡Silencio! que al mundo asoma / la gran Capital del Sud».
    La clasificación de la poesía según hable el autor solo (lírica), según alterne el autor con los personajes (épica) o según hablen los personajes solos (dramática), que se remonta a la República, III, 6 y 7, de Platón y fue transmitida a la Edad Media por el gramático latino Diomedes (pág. 439), se enseñaba en Buenos Aires en mis días de colegio: para lo cual conviene recordar que la mayor parte de las preceptivas literarias -incluyendo la que me sirvió de texto estaban redactadas por jesuitas y, aunque un tanto renovadas en su ejemplificación, eran muy conservadoras en su teoría.
     A los casos de números simbólicos usados como principio de composición literaria (pág. 496) podría agregarse el de Berceo quien, al acabar el segundo libro de la Vida de Santo Domingo de Silos, declara que quiere comenzar el tercero para «que sean tres los libros e vno el dictado. / / Commo son tres personas e vna Deidat, / que sean tres los libros, vna çertanjdat, / los libros signjfiquen la Sancta Trinjdat, / la materia ungada, la simple Deidat» (ed. J. D. Fitz-Gerald, 533d y sigs.). Era muy previsible que el devoto Berceo presentase en el siglo XIII tal simbolismo; lo curioso es hallarlo en un poema acabado en 1878 y en el que el sentimiento religioso es levísimo. Me refiero a La vuelta de Martín Fierro, que dice hacia el final ( canto 33 ) : «En este punto me planto / y a continuar me resisto/ éstos son treinta y tres cantos, / que es la mesma edá de Cristo».
    El tener la vista puesta en el conjunto europeo, pero partiendo de investigaciones originales en cada campo particular, permite a Curtius ser justo en la apreciación de las partes. En este sentido, el libro constituye una grata excepción a las obras generales de historia o de arte de Europa, en las que el desconocimiento de España es la regla. A esta excepcional atención se agrega la cantidad y calidad de sus aciertos en materia española. Uno de los aspectos más originales de su tesis general -tenacidad de la literatura latina medieval en las literaturas vulgares- halla, en efecto, en la literatura española su más brillante confirmación. Pues si es verdad que pecaría de absurdo reducir el gongorismo a un factor único (ya sea al artificio del caballero Marino, al súbito afloramiento de la poesía hispanoarábiga, a la tradición retórica de la latinidad medieval), tampoco es exacto prescindir de esta última en la explicación total. Los autores de la tardía Antigüedad, decisivos para la formación literaria medieval, eran leídos y gustados en el Siglo de Oro. Por todos los manuales corre el dato elocuente de que Lope de Vega tradujo a los diez años de edad el poema de Claudiano De raptu Proserpinae; citas y versiones de autores latinos tardíos y medievales abundan en los mejores poetas de ese período...
     

 


 

Notas

1. Este me parece un apellido más aceptable para el autor del poema De contemptu mundi, ya que lo único que de él consta es que fue monje en Cluny.
2. Cuando el contenido de los excursos lo sugiere, me he permitido agruparlos dándoles titulo común.
3. A veces, al reconsiderar un problema para incluirlo en el libro, Curtius modifica sus conclusiones. El artículo «Calderón und die Malerei», RF, L, 1936, págs. 89-136, vera en la estética renacentista y barroca de Italia la clave del pensamiento de Calderón sobre la pintura; en el excurso XXIII la clave es el pensamiento teológico medieval.

 

La tradición clásica en España
PERDURACIÓN DE LA LITERATURA ANTIGUA EN OCCIDENTE (pp.271-286)
(A propósito de Ernst Robert Curtius, «Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter»

Editorial Ariel
Barcelona 1975

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Biblioteca Gonzalo de Berceo