Concilio Toledano, códice Albeldense, Monasterio de El Escorial. (Más detalles al final del artículo)

 

 LA CULTURA MEDIEVAL Y LOS MECANISMOS DE PRODUCCIÓN LITERARIA

 


 
Manuel C. Díaz y Díaz

 

Biblioteca Gonzalo de Berceo

www.valleNajerilla.com

"No son siglos oscuros. Son solamente siglos difíciles...
S
on los libros la fuente suprema y el único camino hacía la sabiduría, que se sitúa en Dios, origen y fin del universo."

     

      Me permito situar el tema en un tiempo y un espacio concretos, y entender como cultura por antonomasia el grado de conocimientos adquiridos de forma más o menos inmediata en los libros, los saberes que en ellos se trasmiten, y el acceso y práctica de la literatura. Bajo mecanismos de producción literaria distinguiré dos mundos íntimamente relacionados, la fabricación, comercio y difusión de libros como bienes culturales, y la creación literaria en su sentido más amplio, como base y contenido de los libros y justificación del interés por éstos.

      Voy a tomar en consideración algunos aspectos de la creación literaria en los monasteríos de San Salvador de Celanova, Orense, fundado por san Rosendo y su poderosa familia en 925 1; de San Martín de Albelda, Rioja, fundación de Sancho Garcés de Navarra en 924 2; y de Santa María de Ripoll, Gerona, fundado por el conde Wifredo el Velloso hacia 880, el más antiguo de los tres 3. Los tres disponían de cuantiosos recursos de toda clase desde sus mismos orígenes, y reflejan bien, a mi modo de ver, en su biblioteca y escriptorio y en los textos allí compuestos, el carácter propio de cada región y ambiente. A ellos me referiré utilizando los datos pertinentes, que en buena parte he puesto de relieve yo mismo para Celanova y Albelda, y para el cenobio de Ripol1 4 los que puso hace mucho Beer, y ahora ha completado y mejorado Junyent5.

      En este momento (segunda mitad del siglo X) las condiciones en la Península para la vida cultural son muy duras, si se comparan con otras regiones occidentales. La vieja cultura visigótica (que considero anudada con la tradición de la romanidad antigua, y sobre todo con la tardía y la cristiana) se ha mantenido a duras penas en algunos centros de la mitad Sur de la Península, donde abundaban más las ciudades con medios culturales potentes, que no lograron sofocar del todo los árabes dominadores. Las regiones más al Norte, precisamente aquellas en que se inició una nueva vida política y social sin la presión musulmana, Asturias con Cantabria, luego Galicia, Navarra y la región pirenaica, habían sido las más desguarnecidas en centros culturales, tanto civiles como eclesiásticos, por lo que en extensas zonas, sobre todo cantábricas, muchas realizaciones culturales no habían llegado a generalizarse entre la población 6. Es justo decir, además, que desde comienzos del siglo VIII, si no ya antes, las circunstancias sociales y económicas dejaban escaso tiempo y pocos medios para las inquietudes culturales, incluso entre aquellos que estaban menos cargados por la dureza de las perentorias necesidades cotidianas.

      En el siglo IX, y sobre todo en el siglo X, en todo el Norte cristiano de la Península se produce un vigoroso resurgir de la actividad cultural, impulsada por diversos factores: cierta estabilidad política, la reorganización de la vida eclesiástica, la instalación de grupos mozárabes en unos puntos y de gentes formadas en regiones ultrapirenaicas en otros. Se alcanza mayor circulación de códices como consecuencia de una mejor situación económica y social. Por este tiempo empiezan a jugar un papel relevante los grandes monasterios y algunas sedes episcopales, que renuevan la formación intelectual y la empujan a nuevos derroteros. Comienza tímidamente entre notarios y personajes aislados, luego con pujanza, como preocupación incluso de los monarcas y condes soberanos, el desarrollo de escuelas, o por lo menos de enseñanzas, la producción de libros, los viajes de copistas y decoradores, el afán de saber como medio de promoción, tal como se había dado en el mundo visigodo, y antes por supuesto.

      Los clérigos recuperan cierta conciencia, instalada en Occidente ya desde el siglo VI, y sobremanera robustecida en Hispania desde el siglo VII, de que necesitaban saber y conocimientos de amplia gama para llevar a efecto una actividad pastoral efectiva. Probablemente muchos de ellos no estuvieran suficientemente dotados para esta misión así entendida, pero otros sí, y se cuidaban de ello. De esta manera, y a pesar de tantas dificultades, se conservaron unos tenues hilos que nos pemiten hablar de continuidad cultural. No había llegado todavía el tiempo de las reformas eclesiásticas, pero apunta un regusto por la liturgia, por la homilética y por un saber que arranca todavía de la exégesis bíblica, pero ya está en trance de convertirse en teología. Por otra parte, y el suceso tiene gran trascendencia, se acrecienta entre los fieles la preocupación por su vida espiritual, y singularmente por su vida eterna.

      Poco a poco se restablecen escuelas sobre todo vinculadas a monasterios ya ciertas catedrales. Contactos entre ambientes en que se había conservado celosamente la riquísima tradición visigótica y las pujantes novedades generadas en la Galia carolingia, dan lugar a un brillante despegue de la técnica del libro y la escritura. En muchos centros, en que comienza a haber disponibilidades materiales7, se organizan bibliotecas, en que figuran como núcleo los grandes autores de época visigoda, y las inclinaciones que éstos habían impuesto en la cultura visigótica: así se llevan la palma entre los padres Agustín y Jerónimo, junto con Ambrosio y Gregorio Magno, en cuya espiritualidad permanece durante mucho tiempo anclada la Iglesia hispana; pero aparecen otros autores, como Paulo Diácono, o incluso Rabano Mauro. La lectura de poetas es limitada, pero circulan colecciones en que aparecen Sedulio, Draconcio, Eugenio de Toledo {Prudencio se leía en grandísima parte dentro de la liturgia); luego también otros como Teodulfo. Son especialmente apreciadas en los centros monásticos las obras ascéticas, las Vidas de Padres, y las sentencias espirituales; en los centros femeninos se emplean casi las mismas lecturas adaptadas en su forma y contenidos. A diferencia de lo que había sucedido en la época visigótica en que la liturgia había sido convertida poco a poco en vehículo de formación y de reciclado de los clérigos, aún con descuido de la atención que requerirían los fieles, en estos tiempos la liturgia comunica poco, incluso a los monjes y clérigos, aunque parece haber habido ciertos intentos de ampliarla. No puede caber duda de que lo más característico de estos siglos es el divorcio cultural entre bastantes eclesiásticos y los fieles; sólo algunos laicos, más llevados de buenos deseos que de conocimientos, se afanan por aprender algo, por acercarse a una cultura que sigue siendo libresca y en la Península, por impacto definitivo de los medios visigóticos, exclusivamente eclesiástica.

      En el siglo IX y X para acceder a la cultura no hay más que un camino: la escuela 8, procedimiento de sumo valor pero de gran dificultad, porque por este tiempo la lengua usual, cotidiana, está muy lejos de la lengua latina de los textos, única que se conserva como objeto directo y exclusivo de la escuela. La formación que llamamos literaria es inicialmente y sobre todo formación latina, por lo que se introduce al alumno en un mundo nuevo, no tan sorprendente como en otras regiones, pero de bastante entidad para causar problemas. Se trata de aprender una nueva lengua, cercana pero diferente del dialecto que habla el que se inicia en los estudios, con la nota peculiar de que la nueva lengua aprendida es una lengua de suma estilización que sólo existe (o casi exclusivamente) en los textos en que hay que iniciarse.

      Tal es la misión básica de la escuela, que es comúnmente una institución debidamente organizada, pero que puede ser el resultado de la actividad de un solo magister, un entendido, más o menos capacitado y mejor o peor dotado, que a título personal adoctrina a un alumno, discipulus: en la Alta Edad Media hispana se usaba para este servicio el verbo nutrire (el maestro era el nutritor, y el estudiante era nutritus). Por este tiempo, sólo clérigos tenían capacidad real para ser maestros o nodrizos, y sólo los aspirantes a clérigos llegaban a ser discípulos; a veces, raramente, algún vástago de noble familia recibía personal e individualmente los cuidados y atenciones de un maestro que lo nutría para altas funciones. Por suerte o por desgracia, ni existía la cultura por la cultura, ni la cultura para todos.

      En la escuela se aprendía trabajosamente a leer, luego en algunos casos también a escribir. La vieja retórica se aprendía más bien de manera práctica, insistiendo en los textos leídos sobre sus figuras y modos de expresión. La dialéctica está cayendo lentamente en el olvido, porque no se sentía la necesidad de la discusión y la argumentación, que sólo unos pocos aprenden y practican: habrá que esperar al siglo XI -XII para que sea redescubierta y potenciada. La composición no se ejercitaba: los que tenían gusto por ella hacían prácticas especiales, que se llevaban a efecto mediante la práctica notarial, que permitía a la vez la reproducción (a veces, con pequeñas variaciones) de fórmulas fijas, ocasión de adiestramiento gráfico, y la acomodación de narraciones y descripciones, en que se usan modelos, pero también se despierta la capacidad del escritor. La imitación literaria, que es camino más dificultoso pero más efectivo, se hace posible por el uso de antologías, o selecciones de fragmentos, y de sentencias. En uno y otro caso se aprovechaban mensajes de carácter moral, de tipo cristiano unas veces y otras de ética tradicional, generalmente de raíz estoica. De esta manera los alumnos se acostumbraban también a apreciar a los buenos escritores, de los que no conocían más que perlas, pero cuyo nombre solían ver rodeado de una aureola prestigiante.

      Hay que decir que el escritor sólo se forma debidamente en las escuelas, donde adquiere no solamente la técnica y la práctica, sino lo que es más apreciable, la compañía de otros que pueden llegar a ser sus confidentes, sus émulos, sus puntos de referencia. Es frecuente que antiguos compañeros de escuela sean los corresponsales de un escritor, con lo que se garantiza calidad, competencia, y sobre todo público capacitado. Allí, en medio de numerosos ejercicios de memoria, en que se fijaban mnemotécnicamente clasificaciones, listas de voca blos, sinónimos, definiciones y sentencias, casi siempre con valor moral sobreañadido, se aprendían también de memoria la ortografía (pues era más difícil fijar la forma gráfica con ayuda de la vista), y sobre todo la prosodia, que permitiría acceder a composiciones rítmicas, más rara y costosamente a las métricas. Por supuesto que todas estas técnicas no se cul tivaban en todas las escuelas.

      Pero aún iniciado así en todos estos mecanismos, el problema real que se planteaba al interesado por las letras era el del mantenimiento y perfeccionamiento de lo aprendido. La sola lectura de los textos litúrgicos, por ejemplo, no ayudaba mucho; quizás menos aún el contacto incluso continuado con los textos jurídicos. La única forma real de progresar en el dificultoso camino cultural era la lectura personal, que podía llevarse a efecto o bien para adquirir nuevos conocimientos mediante el acceso a autores portadores de doctrina, que se guardaban en las bibliotecas, o bien, en un nivel superior, para adquirir leyendo libros nuevos conceptos, nuevos vocablos, y quizás de manera más especial, nuevos modos de expresión que facilitasen la propia redacción y la mejorasen mediante el asiduo contacto con buenos escritores, tomados no sólo como paradigmas de doctrina, sino sobre todo como modelos de estilo.

      Para el escritor la tarea es en este tiempo compleja. En términos de retórica tradicional, una vez "inventado" el tema y previsto sus partes, tiende a realizar el conjunto practicando tanto la llamada "disposición" como la "expresión". Con frecuencia una y otra vienen determinadas por realizaciones anteriores, debidas a autores consagrados, de los que se toma muy a menudo la expresión, casi siempre literal (sería muy difícil poder llegar a decirlo mejor), pero a veces incluso frases o párrafos enteros, lo que supone una presión inmensa no ya sobre la elocución sino incluso sobre la disposición y organización del discurso. Así pues, ya no es la armoniosa conjunción de las tres fases de la obra la que confiere a ésta su calidad. En la Edad Media a veces el tema y las grandes líneas de la disposición u organización del tema bastan para asegurar a una obra calidad y aprecio. ¿Cómo si no podría tenerse por obra literaria el prognosticon futuri saeculi de Julián de Toledo, todo cuyo texto puede ser tenido por una genial antología de párrafos sacados de Agustín, Ambrosio, Gregorio, Isidoro y otros grandes escritores cristianos, a la que da vida, autenticidad y dimensión profunda su disposición, subrayada livianamente por unos epígrafes propios muy desarrollados?

      Casi siempre, sin embargo, el escritor prefiere el simple procedimiento de expresar sus ideas con palabras, que a su vez se enriquecen con junturas, o nuevos significados, tomados aún de otros autores, cada vez que desea engastarlas en su propia narración. Sucede, con todo, que el afán de deslumbrar prime sobre cualquier otra consideración: uno de los caminos que se pueden entonces seguir es la utilización de glosarios. Estos diccionarios explicativos de palabras difíciles ("glosas"), sacadas de muy diversos autores (poetas arcaicos, Virgilio, Persio, Juvenal, o en otro orden de cosas Plinio, Solino), leídos al revés, eran empleados para sustituir palabras usuales por vocablos inesperados, raros u oscuros. Se invierte su función, pues se emplean no para aclarar un texto sino para oscurecer y complicar deliberadamente los giros de un mensaje que podría resultar excesivamente trivial y fácil.

      Combinando el procedimiento de imitar los grandes autores con los glosarios, se alcanzaban con frecuencia unos niveles de dificultad que, según se estimaba, enaltecían el estilo y ensalzaban al escritor. La lectura -y la subsiguiente inteligencia del texto- se hacía ardua, y se evitaba una comprensión correcta y directa. La necesidad que había impuesto la tradición literaria latina de una expresión condensada por exigencia de la breuitas, que obligaba a una lectura reposada y meditada, se sustituía por un continuo rompecabezas lexical, a veces sintáctico, incluso morfológico. Con sorpresa por nuestra parte, escritor y lector sentían en este juego tanto placer, que da la sensación de que creían buenamente que la literatura consistía en este juego, que alejaba ciertamente de toda trivialidad exterior el texto resultante, aunque la sentencia en sí siguiera siendo corriente y baladí.

      Era tan usual esta consideración que no se resistían a verse libres de esta obsesión por lo que se entendía como bella elocución ni siquiera algunos notarios, que aceptaban el procedimiento para dignificar ciertas partes del documento, generalmente el preámbulo y la sanción. Nunca se aplicaba a otras partes, porque parecía necesario que las comprendieran sin especiales esfuerzos los participantes y testigos del acto escriturado.

      No es raro que un copista (grado excelente de los niveles culturales, por las técnicas y la inteligencia que solía requerir) demuestre sus conocimientos y haga gala del saber que le han dado los libros, escribiendo prólogos o colofones desarrollados para los códices en que trabaja; y si este mismo personaje tiene ocasión de ejercer funciones notariales, se esforzará por redactar su texto en forma brillante, con el que se sienta también halagado el personaje o centro que le ha encomendado la actuación.

      En los tres monasterios en que nos hemos situado existieron escuelas peculiares, aunque no disponemos de fuentes directas sobre ellas. Allí se formaban para los usos eclesiásticos primarios la mayor parte de los monjes; unos pocos se prepararon para desempeñar funciones administrativas, que casi siempre los llevaron a transformarse en notarios, con frecuencia en beneficio del propio monasterio; y algunos, los que descollaron más en el estudio literario, acabaron trabajando como escribas, copiando libros y restaurándolos. En el siglo X es sumamente frecuente que sea de este grupo del que se desligan los capaces de redactar por sí mismos' esto es, hábiles no ya en la copia de libros y en trascribir obras de otros, sino con facultad de llegar a poner por escrito sus propias producciones. Era esto tan poco frecuente que la única manera de realizarlo era escribiendo en códices lo que creaban: mientras hoy alguna gente guarda sus inéditos, en aquel siglo (pero no siempre antes o después) el que algo componía lo fijaba en un manuscrito, propio o de otro, y así se convertía en un producto literario, bueno, regular o simplemente registrable. Por otro lado, la sola presencia de un texto dentro de un manuscrito confería a aquél una prestancia suprema, sin que fuera necesario calibrar su calidad literaria. Simplemente existía, y por este solo hecho, tenía ya valor. Aunque no lo parezca es una suerte para nosotros, porque por este camino podemos enjuiciar tales producciones y a través de ellas apreciar la formación, el espíritu y la calidad del escritor.

      Es raro que no se dé estrecha correlación entre la producción de libros y la literaria; o dicho de otra manera, no se da un escritor (llamémoslo así) si no hay cerca, o al lado, una biblioteca. Libros y composición son del todo inseparables. Puede ocurrir que no hayan llegado hasta nosotros testimonios de la existencia de aquéllos; pero tuvieron que estar en alguna parte al alcance del escritor, sin lo que éste no habría creado nada.

      En Celanova sabemos que hubo algunos manuscritos (alguno de ellos de haberse conservado habría sido del máximo interés para nosotros por su rareza y su propio contenido9), pero los testimonios y restos que conservamos se refieren en exclusiva a códices litúrgicos. Pero, aunque no nos quede constancia, hubo otros. A cambio de esta carencia, disponemos del Cartulario, cuya confección se inició a mediados del siglo XII, en que se han trascrito amorosamente numerosos documentos que se guardaban en aquel tiempo casi como reliquias, no sólo por el interés que tenían para la historia y propiedades del cenobio sino porque en muchos de ellos había intervenido más o menos directamente el propio fundador del monasterio, san Rosendo, por el que se sentía especial y honda devoción.

      Un grupo, al parecer variado, de notarios que certificaron muchos actos de importancia para la comunidad, nos han dejado un buen número de documentos otorgados por diversos personajes de la nobleza gallega, en su mayor parte de la familia de san Rosendo, pero también por algunos reyes de León o personas reales, que tienen unas características muy singulares: no sólo vienen marcados por sus ricas y prolijas evocaciones bíblicas, sino por un léxico muy cuidado y, sobre todo, por un admirable desarrollo del cursus rítmico que ilustra la mayor parte de sus preámbulos. No solamente todos los finales de párrafo sino a menudo el final de cada frase, incluso miembros de frase, están sujetos a unos ritmos predeterminados, en que juegan un papel fundamental las distintas posiciones del acento en función de la configuración de cada una de estas palabras finales. El juego de estos ritmos, difíciles de conseguir cuando se quiere hacer con ellos las combinaciones prefijadas sin dañar al sentido de las frases, pero fáciles de percibir cuando se hace la lectura en voz alta con la entonación adecuada, constituye un ornato literario muy apreciado desde que lo había extendido la cancillería imperial, luego la provincial y finalmente la pontificia, para acabar generalizándose en la literatura y, en especial, en las oraciones litúrgicas, donde coadyuvaba para la provocación de ciertos sentimientos religiosos.

      No deja de ser, sin embargo, todo un lujo inusual que un notario utilice sabia y adecuadamente este ornato en un documento. Pero, entre otras piezas, se da en el que he denominado "Testamento monástico de san Rosendo", documento de 977, excepcional por su elegancia, por su léxico, por su disposición y por el cursus10. Ignoramos el nombre del notario responsable del acta; pero revela en su redacción no sólo un hábito notable del trabajo en la documentación, sino una sólida formación, que no se adquiría directamente en los libros, ni enseñaba el medio en que vivía. Tuvo que recoger estos conocimientos, que venían de muy atrás y no eran vulgares, de la mano de otros expertos, que así trasmitían el saber antiguo. La presencia de estos recursos en el documento confiere a éste un valor singular, un precio sobresaliente que iba bien con la calidad social y sobre todo espiritual del personaje que lo otorgaba, y con la trascendencia del momento que registra. Este documento solo ya dice no poco acerca del monasterio celanovense, y de la estima en que se tenían estos procedimientos extraordinarios. Aduzco aquí como ilustración, uno de los brillantes párrafos que componen este documento singular:

Saluatori hominum et redemptori, cuius sanguine pretioso se mundus congaudet redemptus (planus) quem omnigena rerum sibi suum conlaudat (velox) cum patre et spiritu sancto dominum, in trinitate auctorem (planus) redemptoremque unum (dispondaicus11 ), qui celorum regna angelorumque creatura (trispondaicus) substentando presides (planus), qui terra terrarumque (trispondaicus) patentia insensibilia (tardus) et uidentia atque uiuentia (tardus) presidendo substentas (planus), qui celestia et terrena (velox) ineffabili tuo nutu (velox) communicas et coniungis (velox), qui fabricam totam mundi (velox) et maris celique (planus) ante omnia secula seculorum (velox) spiritalia et temporalia (tardus) inestimabili tuo arbitrio (tardus) contines regesque (trispondaicus)12, cuius...

      Además de las notas referidas al cursus, quisiera hacer notar otros juegos. como la serie de frases con anáfora del relativo. que se va presentando en nominativo (en el pasaje aducido) y sucesivamente en todos los otros casosl3; la doble adnominación14. etc. Me gustaría añadir que en toda la documentación leonesa del siglo X. incluyendo la emanada de la cancillería regia, no hay ninguna acta que ofrezca tantos artificios de manera tan consumada y completal5.

      Concluyo las breves notas sobre Celanova: la persona -o personas- responsables de la redacción de este precioso documento había recibido esta técnica no de la enseñanza que se pudiera dar en el todavía joven monasterio, sino de otras personas que la habían adquirido en otros lugares. Más que éstos, sin embargo, importa destacar esta línea de tradición que entronca con tiempos mucho más antiguos, y el hecho de que se haya aplicado a un documento notarial, en lugar de reservarlo, como sería de esperar. para un texto literario.

      En Albelda se descubre muy pronto un rasgo que me parece quizás el más marcante de este gran cenobio: sus libros fueron muchos y variados, y sobre todo fueron muchos copiados allí mismo, en una ejecución rica, a menudo preciosa, de suma propiedad y excepcional belleza. En los manuscritos de Albelda podemos rastrear los caracteres de este cenobio, que desde su fundación conjugó la tradición visigótica (con libros quizás recibidos de algunos de los grandes monasterios pirenaicos, que había conocido Eulogio de Córdoba en el siglo IX) con unas relaciones con el mundo carolingio que constituyen un caso bien documentado. a mi entender. ya desde los tiempos inmediatos a la fundación16.

      En Albelda figuraban, entre otros códices, un ejemplar de Ildefonso de perpetua uirginitate Mariae, usado para sacar la copia que solicitó el obispo Godescalco cuando pasó por allí en su viaje a Compostela, así como otro en el que estaba recogida la serie de uiris illustribus en que se integraban las obras de Jerónimo, Genadio, Isidoro e Ildefonso, junto con los apéndices a éstos debidos a Braulio y a Julián. Tanto una obra como la otra plantean curiosos problemas para la historia de los textos. Pero lo que nos interesa recordar aquí es que uno y otro libro estaban en Albelda por este tiempo, donde eran muy apreciados, conociéndose su valor. Para el primero nos basta con contemplar la preciosa copia de Gomesán. Para el segundo será bueno recordar que disponemos de una piececilla que puede servir de espejo exacto de los mecanismos de producción literaria del tiempo: la titulada Vita Salui abbatis, que en realidad no es ni quiere ser otra cosa que un capítulo más, diríamos que el final, de la mencionada serie de Varones Ilustres17. Este abad rigió el monasterio de Albelda poco tiempo, desde después de 95118 hasta 962 en que, según la propia noticia, muere.

      He aquí la primera parte del texto de esta pequeña biografía:

Saluus abbas Albeldensis monasterii. uir lingua nitidus et scientia eruditus (Isid. uir. 17 ), elegans sententiis, ornatus in uerbis (Isid. uir. 15 ), scripsit sacris uirginibus regularem libellum et eloquio nitidum et rei ueritate prespicuum (I1deph. uir. 13). Cuius oratio, nempe in hymnis, orationibus. uersibus ac missis quas inlustri ipse sermone composuit plurimum cordis compunctionem et magnam suauiloquentiam legentibus audientibusque tribuet (Isid. uir. 6).

      La noticia, anónima, consiste, como se puede ver, en un mosaico de frases tomadas de Isidoro y de Ildefonso en sus de uiris illustribus, presentadas siguiendo el esquema usual en la mayoría de las biografías de este último, más insistentes en los valores pastorales que las de Isidoro y sus antecesores. Quien la compuso no era un ignorante, para el que el recurso del ensamblado de frases emprestadas representase la solución de sus problemas redaccionales. El biógrafo tiene una visión más amplia. Por el doble hecho de situar su biografía del abad muerto como final de la serie mentada, y por el mosaico de fuentes, está queriendo presentar a Salvo como el último de los grandes varones ilustres de la Iglesia, en paralelo y en parangón con los mencionados por los escritores anteriores. Las virtudes pastorales, la dedicación literaria en beneficio de almas necesitadas de su apoyo, la calidad de su predicación y de sus consejos, lo convertirían en un prototipo digno de figurar en los repertorios ya consagrados. La utilización de frases completas de Isidoro y de Ildefonso tiene un objetivo muy relevante: ponderar al personaje albeldense, y colocarlo en la fila de los más notables eclesiásticos occidentales e hispanos. La biografía remata con una mención curiosamente expandida del lugar de la sepultura: no sólo se menciona el monasterio anejo a la iglesia de San Martín (quizás habría sido enterrado en el claustro del mismo), sino que se hace constar cómo a los pies de su sepulcro yacía enterrado un obispo, discípulo suyo. De esta manera ya no son sólo los propios méritos de Salvo los que lo recomiendan, sino que su dignidad es reconocida por un obispo que se siente honrado de saberse sepultado cerca de su maestro. Símbolo de situación y mecanismo de redacción literaria se dan de esta manera la mano con una misma finalidad y sentido.

      La actividad literaria de Albelda nos interesa grandemente. Un nuevo ejemplo nos va a servir para introducirnos en un nuevo mecanismo de producción literaria que estuvo muy en boga por aquellos tiempos. Sobre 975 en su escriptorio se produce una obra cumbre: el admirable Códice Vigilano (a Albeldense) que ahora para en El Escorial19. Mientras el primoroso códice de Gomesán había sido confeccionado para ser entregado a un obispo, este manuscrito está pensado, organizado y destinado para la familia real de Navarra y sus allegados. Original y cuidadísimo, el códice presenta a modo de prólogo del copista, que lo fue Vigilán, luego ayudado por Sarracino, al menos en su parte ilustrativa, una serie de poemas que tuve la suerte de editar por vez primera20. Se trata de un conjunto de composiciones figurativas, que reunidas vienen a constituir, como digo, una especie de desarrollo de los elementos propios de la oración de un copista al iniciar su trabajo, y de las fórmulas de dedicación de éste.

      Estas composiciones, siguiendo precedentes de los que el más importante de los antiguos es Porfirio Optaciano, y de los recientes Micón de Saint-Amand, con variantes también en el reino astur y en territorio de la Castilla burgalesa, consisten en .'poemas" cuyos versos, siempre del mismo número de letras, van dispuestos de manera que el conjunto configura un rectángulo, en el que las letras de los cuatro lados forman una leyenda, que suele ser la síntesis del contenido del texto. Pero en algunos casos, las diagonales, las medianas y aún otras líneas formando dibujos desempeñan la misma función y ofrecen análogos resultados.

      No hay que decir que para lograr tamaño artificio abundan frases de sentido más que dudoso, retorcidas, llenas de repeticiones y de vocablos vacíos de significado que completan los versos y permiten obtener una letra en el punto requerido para constituir la figura correspondiente. Además de estos juegos retorcidos, aparecen en otros lugares del manuscrito poemas telacrósticos, de una tradición más antigua y de empleo más frecuente, puestos de moda en estas regiones desde decenios antes por escribas riojanos como Jimeno. ¿Cómo se las arreglaba Vigilán para conseguir vocablos que variaran la expresión de manera que le permitieran contar con los elementos que necesitaba para construir sus figuras (puestas de relieve, innecesario decirlo, mediante recursos gráficos, como rubricar tales letras o escribirlas en colores, o encerrarlas en círculos)? Los vocablos con que se juega son tan rebuscados e infrecuentes que a menudo me veo precisado a dudar de que hayan sido encontrados en los glosarios conocidos. Daré un ejemplo, para que se observe con mayor naturalidad cuanto explico, sin pretender ofrecer ni representar el caligrama entero 21:

Magorum munera aurum mirra oriens incensuM
Ei oblata uero Christo et agio sito in presepE
Sunt preclara pretiosa gratiosa regiminiS
Enim indicio nam nouae oriatur oriens stellE
Rex a magis Virgo et Maria obsequens et mateR
Beata inmaculata cum uiro iusto loseph cultV
Opima opifici suo et domino uero aeterno deO
Trofea gloriosa merito prolis sui sinu ferT

      En este fragmento se puede leer, por la cabeza y por el pie de los versos, la parte correspondiente de la siguiente leyenda repetida cinco veces en el poema (en el acróstico, en el teléstico y en los versos primero, central y final): AltissiME SERBO TUO salua redemptor Vigila. No estoy muy seguro de cómo operó Vigilán para tales composiciones; a veces da la impresión de que habría escrito en prosa, y luego combinaría y variaría vocablos y expresiones para lograr sus efectos, una vez que no estaba obligado por ninguna clase de ritmo ni rima. Pero sí estoy cierto de que el conjunto de estas composiciones fue estimado por él, y quizá por algunos de sus contemporáneos, un verdadero tour de force, que pocos podían entender y casi nadie imitar.

      A diferencia del mecanismo seguido en la biografía del abad Salvo, ahora juega un papel importante el uso de glosarios, y de sinónimos, que permiten elegir entre una notable variedad de vocablos, sin tener en cuenta su grado de inteligibilidad, para conseguir los efectos gráficos deseados. Por otro lado, la estructura sintáctica de la frase puede romperse, sustituyendo verbos finitos por infinitos, forzando las reglas de concordancia y produciendo elementos vacíos o redundantes sin otra misión que el juego requerido. El proceso es aquí mucho más complejo que en otros casos que veremos, porque se han de unir diversos procedimientos no siempre homogéneos.

 

Detalle de página de la Biblia de Ripoll

      El monasterio de Ripoll es el gran centro librario del Nordeste peninsular. Las relaciones con los centros ultrapirenaicos son conocidas, y fáciles de comprender si se tiene en cuenta su permanente vinculación a los condes de Cerdaña y Besalú. En Ripoll, desde su principio gran cenáculo cultural, los manuscritos ocupan un lugar destacado, bien en su biblioteca bien como productos de su escriptorio22. Además, por una serie de razones que no son ahora del caso, los abades suelen ser al mismo tiempo obispos de Vich, una sede que con este motivo adquiere grandes responsabilidades en el terreno cultural y literario. Es bien sabido que ya por los sesenta del siglo X corre por el mundo carolingio, al menos el aquitano, la noticia de que en Ripoll se encuentran latinadas obras arábigas que introducen en nuevos saberes. De hecho desde aquí se extienden noticias sobre el astrolabio, desconocido en otras partes, y nuevas versiones de textos astronómicos que comienzan a hacer furor. Por si fuera poco, un obispo de Vich, Atón, aparece como especialmente ducho en cuestiones matemáticas. Todo ello provoca a un monje de Aurillac, de nombre Gerberto, a venir a Vich y Ripoll para aprender nuevas técnicas en relación con los saberes matemáticos árabes. El prestigio ripollés aumenta sin cesar desde que Gerberto confiesa una y otra vez su nostalgia por el fructuoso tiempo pasado en la Marca Hispánica, sobre todo después de que asciende al solio pontificio como Silvestre II.

      A la vez que desde los ambientes ripolleses se difunde la nueva ciencia, llegan a Ripoll nuevos manuscritos con obras carolingias de primera clase, y otros que son copiados sobre modelos romanos o norditalianos. El cúmulo de manuscritos es tal que a mediados del siglo XI rebasa el centenar el número de códices guardados en la biblioteca de Ripoll, para uso y provecho de los numerosísimos monjes que allí siguen la vía monacal (se dice que más de doscientos, número que puede ser real, pero que no deja de chocar cuando recordamos que también en 950 se decía que eran doscientos los monjes de Albelda). La escuela que funciona en el monasterio tenía que ser excelente, por los medios de que disponía, pero sobre todo por los frutos que produjo: no sólo Oliba, el hijo de los condes de Cerdaña, monje, abad de Ripoll y obispo de Vich, fue capaz de escribir poemas de calidad, oraciones notables y cartas de contenidos diversos, sino que otros muchos monjes como Poncio y Juan escribían con soltura y elegancia cartas. y puede asegurarse que casi todos los notarios de la región, clérigos o no, tenían algo que ver con la escuela ripollesa.

      Con tal fondo, se entiende que estos notarios presenten un dominio, a veces desaforado, de recursos especiales en que interviene sobre todo el léxico, aquí transido de helenismos, el origen y fundamento de cuyo aprecio todavía no ha sido analizado. Con frases y vocabulario de rebuscado preciosismo se busca deslumbrar, incluso a costa de la comprensión. Este manierismo afectado ha sido señalado frecuentemente, porque contrasta con la aparente sencillez de otros textos literarios muy elaborados, como poemas y cartas del propio Oliba, en que el cuidado y la atención del escritor van más orientados a la claridad y diafanidad de la expresión, ya la elegancia del buen decir.

      No pocos notarios estaban capacitados para obtener un ornato especial en sus cartas. No sólo se practica con cierta frecuencia y notable habilidad la inserción de frases rítmicas, a veces supuestos hexámetros, en textos de cualquier clase, sino que se retuercen, complican y abrillantan las frases con vocablos rebuscadísimos. Habrá que buscar qué clase de glosarios han servido de guía a estos tabeliones ilustrados para crear sus textos, verdaderamente llamativos. Parece conveniente ilustrar mediante unos ejemplos las direcciones antes señaladas, con especial atención a la glosística.

      En un primer caso, en documento de 97823, se formulan así los deseos sobre la familia del futuro abad Oliba de Ripoll:

Pro remedio igitur anime predicti comitis et pro salute tam animarum quam corporum meorum fidelium in hac terra degencium qui in illo cenobio aliquod prestiterint beneficium ceu pro statu celsitudinis siue salute dompni Olibani comitis sueque coniugis suorumque filiorum quorum uitas
omnipotens deus multis protelare dignetur temporibus ut uiuant deo felices longo feliciter evo,
et post huius uite excursum
celeste mereantur perfruere regnum,
in quo detineant magnarum gaudia rerum,
gaudia que nullus uiuens decernit ocellus
nec aliquis uigili poterit comprehendere corde,
quod deus in terris uluit promittere sanctis
et residens celos uoluit concedere iustis.

      Se trata mediante la inclusión de hexámetros, bastante regulares24, en el preámbulo de desarrollar la idea de la felicidad presente y futura ganada por los bienes concedidos al monasterio. Para entender mejor los mecanismos de amplificación y amaneramiento, pueden compararse los últimos versos con su fuente, 1 Cor 2,9: sicut scriptum est quod oculus non uidit nec auris audiuit nec in cor hominis ascendit quae praeparauit deus his qui diligunt illum.

      Este texto se sitúa, por consiguiente, en la línea del ornato rítmico que habíamos encontrado por la misma época en Celanova, bien que aquí con mayor dominio del procedimiento métrico. La solemnidad del documento explica que se hayan introducido como variaciones del pensamiento paulino estos buenos hexámetros que ennoblecen el texto. A pesar de que la calidad del recurso podría hacer suponer que se mantuviera largamente (incluso por el procedimiento de introducir pequeñas variaciones en estos párrafos manteniendo su tenor sustancial), va a ser otro el mecanismo que vamos a encontrar repetidamente en Ripoll y su entorno en unas cuantas actas, que me ocuparán a continuación.

      Muy llamativa para nosotros es el Acta de elección del abad de Serrateix de 99325, que se inicia así:

Cum priscorum multiformis etas series oppido subsolaribus prelongum sine legibus consumeret aeuum cumque exiciale cuncti subirent periculum, sacrum quoque mortale genus inuaderet letum, cumque miseratus deus suum plasma uoluisset pociori iure uti statuissetque preesse qui apciora legerent sancita ne sua racionalis factura periret errabunda dechorosque diuersi ordinis sublimasset gradus in quibus uelut in supemis astris aurea effulgeret helencorum speciositas...,

frases rebuscadas con las que se quiere ponderar las ventajas de la aparición de leyes y principios de autoridad queridos por Dios para evitar la destrucción del hombre, criatura suya.

      Y en relación con ésta, pero acorde con el mayor fausto del acto, se dice en las primeras líneas del Acta de elección de Oliba como abad de Ripoll, en 1008, documento en que se hace gala de grandes prendas de omato26:

Cum ab omnipotentis luciformi sancione chosmus se diuerteret omnis sticeque subnexa ruine prorui in baratro se ipsam doleret humana mortalitas, cumque nec scita legalia tenens mundus oberraret inermis et loetale uenenosi anguis distillaret uirus in omnes cumque celsus deus eulogetos in omnia manens orribilem a suis uoluisset diuellere cultum terrisque a damnis creaturam suam liberaret, ipse misertus uoluit ut seductor qui ante ceu doxasmenon uidebatur lautus a suis...

      Merece la pena comparar frase a frase este preámbulo con el citado de Serrateix para comprender mejor las técnicas de enriquecimiento, con la abundancia aquí de términos griegos, diestramente repartidos, junto con elementos y usos léxicos derivados de glosarios de diverso tipo. Es lástima que todavía no hayan sido valoradas retóricamente de la manera debida todas estas demostraciones de dominio de los recursos.

      Puede, en efecto, apenas descubrirse, tras tanta frase alambicada, el tenor no siempre simple, pero desde luego menos agobiante, del texto usual, que podemos considerar representado por el preámbulo semejante de otra elección, tampoco carente de medios retóricos pero incomparablemente menores en número y variedad: la del abad de San Felíu de Guíxols, que dice así27:

Tocius creature conditor atque omnium seculorum auctor omnipotens deus, cum in primordio seculi uniuersam conderet machinam mundi, hominemfecit cui cuncta creata subegit atque ut ille homo factus ad similitudinem dei immaginis non tumeret fastu elationis alios decreuit preficere aliis...

      He querido destacar algunas muestras de cómo se conseguía, por diversos procedimientos léxicos y rítmicos, producciones de efectos sorprendentes, que los entendidos gustaban y apreciaban. No es menester decir que al lado de los autores de estas elaboraciones en que se consumía ingenio y saber, y se ponían en juego muchos y diversos materiales, cuidadosamente analizados y utilizados, había otros muchos capaces de escribir textos fácilmente comprensibles, adaptados a las exigencias de estilo y vocabulario de cada género literario, para lo que contaban con modelos diversos que se empleaban sin cesar.

      Pero el interés de las muestras presentadas reside en el hecho de que los artificios son indicio de una nueva disposición de los espíritus, en que se empieza a prestar atención a la forma, aunque sea ésta distorsionada por la acumulación desmedida de recursos y procedimientos. Frente a la anterior obsesión por la doctrina, que requería más profundidad en los conocimientos, lo que implicaba una minoría de interesados y capaces, esta nueva dedicación a la forma, preciosista y amanerada, nos lleva a los primeros efectos de un resurgimiento de la escuela, de una valoración positiva de sus procedimientos, de una demostración de la incorporación de muchos a los niveles convenientes del triuium.

      Desde el Occidente al Oriente de la Península, el siglo X significa, en efecto, el momento de inflexión en que se expanden las escuelas; la cultura, al menos en grados medios, llega a muchísimos clérigos y laicos, ufanos de poseerla. Los eclesiásticos se cuidan de mejorar  sus condiciones de poner en práctica sus conocimientos con mecanismos y recursos diferentes de los que se habían empleado en la Península desde el siglo VII. Las relaciones entre las regiones peninsulares y ultrapirenaicas entran en un período de normalidad y frecuencia impensable en los primeros siglos de la Reconquista. Los libros, sobre todo, constituyen el soporte de toda formación e información: al lado de los tradicionales, en que se conserva el saber heredado de los tiempos godos (que son el inevitable paradigma peninsular hasta cerca del año 1000), aparecen en flujo continuo las obras de grandes escritores del mundo carolingio, las limitadas y poco novedosas del mundo mozárabe, pero sobre todo comienzan a expandirse las obras de dos mundos diferentes: las obras de ciertos autores clásicos, más ricos y variados que los anteriormente leídos, y ya no mediatizados por sistemas escolares que reducían su valor; y las obras traducidas o adaptadas del mundo árabe, que introducen nuevas técnicas originadas casi siempre en Al-Andalus, y que además ofrecen el aliciente de sus campos inéditos, más en conexión con la Naturaleza que comienza a ser descubierta.

      No son siglos oscuros. Son solamente siglos difíciles, en que la vida cotidiana, personal y social, absorbe mucho esfuerzo, en detrimento de las exigentes actividades intelectuales. Por razones del ambiente, son los libros la fuente suprema y el único camino hacía la sabiduría, que se sitúa en Dios, origen y fin del universo. El estudio ensimismado de los libros llevó a una especie de involución literaria, en que aparece como subproducto interesante toda esta digamos literatura, que en diversos géneros he procurado explicar y poner al descubierto. Como siempre, el manierismo representa el final enloquecido de una época, que intuye o descubre que otra surge dispuesta a sustituirla. Por suerte, no se agotaba con estos juegos la capacidad de los ilustrados. Hubo otras inquietudes y se pusieron en boga otras doctrinas y conocimientos que prepararon el terreno para que poco a poco la cultura latina hispana se fuera situando al nivel de todas las otras regiones europeas, ya desde el siglo XII, cuando comenzó el gran despertar de los estudios, la gran literatura latina y vernacular, el cambio radical en la estructura y aprecio de los saberes.

 

 

NOTAS  

1. Díaz-Pardo Gómez-Vilariño Pintos, Ordoño de Celanova: Vida y Milagros de San Rosendo, Coruña 1990; Díaz y Díaz, "El testamento monástico de san Rosendo", Historia, Instituciones, Documentos, 16 (1989) 47-102.
2. Ob. cit. nota 20, cap. II.
3. R. Beer, Die Handschriften des Klosters Santa Maria de Ripoll, Wien 1907, obra fundamental que merecería una buena actualización.
4. Indicaciones en notas anteriores.
5. E. Junyent i Subira, Diplomatari i escrits literaris de l'abat i bisbe Oliba, a cura de A. M. Mundó, Barcelona 1992. Importantísimo para el estudio diplomático del tiempo de Oliba de Ripoll, ofrece también la primera edición completa de los escritos de éste.
6. Me refiero a la densidad cultural que era baja en una población bastante alta. Quiero advertir de todos modos que cuando Asturias comenzó a luchar contra los musulmanes recibió desde Galicia, y desde el valle del Ebro sobre todo, sin excluir muchos fugitivos del Sur, unos núcleos culturales que comenzaron pronto a actuar como fermen to. Pero faltaba en el común de las gentes la densidad cultural que había llegado a darse anteriormente en otras regiones de la Península, sobre todo en ciudades, de que carecían estas regiones. De todos modos, es probable que haya que juzgar la situación de una manera que no sea tan rotundamente negativa como suele decirse. Espero pronto mostrar las inyecciones culturales recibidas en Asturias en el siglo VIII y la positiva reacción de ciertos núcleos desde mediado este mismo siglo. Quizás el problema no sea tanto de falta de densidad cultural como de exigencias de la supervivencia.
7. Ya sé que en muchas ocasiones se habla de "excedentes" en las producciones o beneficios de ciertas iglesias o monasterios, que podrían entonces dedicarse a estos menesteres culturales. Quisiera insistir en el papel que desde el siglo IX por lo menos comienza a jugar otra posibilidad para los centros eclesiásticos: la consideración del trabajo de confección de un libro, o los gastos que origina, como sufragio. Para lograr un apoyo espiritual en beneficio de los difuntos pueden los fieles incluso abstenerse de lo más necesario, con lo que la idea de excedente no justifica toda esta actividad espiritual.
8. No quiero cargar en exceso de indicaciones bibliográficas estas notas, pero creo que es necesario señalar que la obra clásica para entender todo este problema escolar, la formación intelectual y las situaciones que genera sigue siendo la de P. Riché, Education e culture dans l'Occident barbare, Paris 1982 (hay excelentes versiones italiana y española).
9. Pienso en la mención del códice con el Itinerario de Egeria, registrada por Dom A. Wilmart, Revue Bénédictine, 25 ( 1908) 458-467.
10. Análisis y explicación de estos y otros mecanismos. todavía más complejos, en mi art. citado en nota 1, 64-101. Lo interpreto así, aunque me doy cuenta de que acaso nos encontremos ante un planus, que sería de más interés para el escritor, por la serie y la combinación. Cómo llegar a ver un planus no es demasiado difícil si en lugar de disponer de que como enclítica, se considera como una copulativa libre (aquí postpuesta); en este caso se consideraría -torem que únum, sin desplazamiento de acento en el sustantivo. Explicación semejante sustituiría también los trispondaici subsiguientes por ueloces o tardi, porque es bien sabido que los verdaderos tipos de cursus son solamente planus, uelox, tardus, estimándose de segunda categoría el trispondaicus, y ya poco regulares los restantes. Por otra parte, merece la pena tener en cuenta que en estos casos nos encontramos siempre con -que o partículas similares, que suelen tener en este tiempo un estatuto distinto al de siglos anteriores.
12. Acaso se leía el texto de otra manera, y se pronunciaba como verdadero compuesto contenes (>'contienes')/contínes, con lo que resultaría mejor un planus, que sería más efectivo y efectista que un trispondaicus. Pero esto es otro problema.
13. Señalo que en el párrafo trascrito sólo he recogido formas en nominativo, aunque al final aparece como muestra ya un genitivo, al que van siguiendo los otros casos.
14. Me refiero a substentando presides/ presidendo substentas .
15. Quiero señalar que se encuentran de vez en cuando diversas figuras, especialmente en el preámbulo. Lo que sorprende en esta pieza, y la coloca muy por encima de tantas otras, es precisamente la destreza del manejo de diversos ornatos.
16. En esta línea, no puedo por menos de hacer pública una sospecha que no me había venido en mientes hasta ahora. En efecto, no se me alcanzaban las razones de que el obispo Godescalco de Puy, cuando en 950 peregrina a Compostela, hubiera ido a refugiarse del crudo invierno en Albelda, desviándose no poco de su camino a Galicia. Siempre creí que la consideración de que Albelda era el gran monasterio de la monarquía navarra no bastaba para ello. Ahora pienso si además de esta condición privilegiada no sería que mantenía relaciones con el mundo carolingio, acaso con Tours por razón de su propio patrono.
17. Como me interesa en este momento presentar el método del ensamblado de fuentes, me permito remitir a mi edición en la obra citada en nota 20, aunque había sido antes publicada varias veces.
18. En este año, en enero, todavía regía el monasterio albeldense el abad Dulquitius, que figura como tal en las copiosas notas que a modo de prólogo, derivado de la estructura usual en un colofón, puso el monje Gomesán a su copia del tratado de Ildefonso para Godescalco.
19. Permítaseme remitir una vez más al libro citado en nota 20, donde se da bastante información sobre la bibliografía referente a este códice, desde los puntos de vista textual, paleográfico y artístico, porque esta pieza admirable ha suscitado siempre el interés de los estudiosos.
20
. La edición que figura en Díaz, Libros y librerías en La Rioja altomedieval, Logroño 1979, apénd. XXI, debe ser complementada con la que ofrecí en Lateinische Dichtungen des X. und XI. Jahrhunderts. Festgabe für Walter Bulst, Heidelberg 1981, 69-92.
21
. Como es muy complejo tipográficamente presentar el texto de la manera debida para que se puedan descubrir a la vez los recursos y los efectos, me limito a marcar con mayúsculas la primera y la última letra de cada "verso".
2
2. El primer Inventario de sus manuscritos proviene del año 1047; constituye el eje del trabajo antes recordado de Beer. Nueva edición en Junyent, cit., 399-400.
23. Texto parcial en Junyent, op. cit., 5.
24. Hay una diferencia notable entre los dos primeros y la tirada final. Ésta es bastante correcta, si se excluyen ciertos fallos que pueden ser sólo debidos a la copia: así, por ejemplo, hay que leer comprendere, y no comprehendere, como da el texto. De los primeros hay que decir que son hexámetros rítmicos, no métricos como los otros: multis protelare dignetur, lo acredita bien, pues forma una cláusula aceptable rítmicamente, no métricamente. En cuanto al que presento, de acuerdo con la edición, como segundo verso, hay que tener en cuenta que parece resultado de una serie de operaciones, en que se funden cosas distintas, y aparecen algunas inclusiones indebidas: es claro que temporibus ut no puede formar parte del hexámetro propiamente dicho, en el que además sobra, de acuerdo con el sentido, deo, quizás inducido aquí por la secuencia ut uiuant deo. Pero el conjunto no puede decirse fruto de la casualidad, sino resultado de un esfuerzo muy deliberado, en que quizá se aprovecharon retazos de otros poemas.
25. Ibid., 21.
26. Ibid., 49-50.
27. Junyent, op. cit., 410-411. Apenas tiene importancia para nuestro objeto su verdadera data, pero no es de que se trata de documento de 1052.


 

LA CULTURA MEDIEVAL Y LOS MECANISMOS DE PRODUCCIÓN LITERARIA
Manuel C. Díaz y Díaz

(Universidad de Santiago)

 VII Semana de Estudios Medievales
Del 29 de Julio al 2 de Agosto, 1996 Nájera
Instituto de Estudios Riojanos, 1997

 

 

Codex Conciliorum Albeldensis (Ver estudio del Códice y sus miniaturas)

      Una de las joyas más preciadas de El Escorial es el llamado Codex Conciliorum Albeldensis seu Vigilanus, que ingresó en la Biblioteca por generosa donación del Conde de Buendía a Felipe II. Escrito en letra visigótica, el manuscrito está compuesto por 429 folios de gran tamaño (455 x 325 mm.) y a dos columnas. Códice de verdadero lujo para los parámetros de la época, fue terminado de escribir e iluminar en el año 976, para el Monasterio de San Martín de Albelda (La Rioja), por el copista Vigila, auxiliado por sus colaboradores Sarracino y García, según consta en su colofón y en una de sus mejores miniaturas, en la que aparecen dibujados, entre otros personajes, los tres escribas iluminadores.

      El Monasterio de San Martín de Albelda se constituyó en el siglo X, gobernada La Rioja por los Reyes de Pamplona, en el centro cultural más importante del Reino, a superior altura, incluso, que el no menos famoso monasterio de San Millán de la Cogolla. Tuvo un activo y bien organizado scriptorium, donde los monjes de la comunidad elaboraban los libros que eran necesarios para la liturgia, la vida espiritual e incluso jurídica. Algún códice fue escrito para el extranjero, como el ejemplar del Tratado de San Ildefonso sobre la virginidad de María que, a mediados del siglo X, se llevó personalmente a su tierra el obispo francés Godescalco del Puy.

      El códice, llamado por antonomasia Albeldense, es una monumental recopilación de textos de derecho canónico y civil. Contiene una colección completa de los concilios españoles y los cánones de todos los concilios generales, cuerpo principal al que se fueron añadiendo una selección de cánones y las decretales de los pontífices hasta San Gregorio Magno, contemporáneo de San Isidoro. Contiene también el Fuero Juzgo, es decir el código civil usado en España desde tiempo de los godos hasta el siglo XIII.

      La obra fue enriquecida por la adición de otros textos, ya no de valor jurídico, sino de historia o liturgia, todos ellos de gran interés, como la Vida de Mahoma, el Cronicón Albeldense o el Calendario, en el que por primera vez en Europa aparecen mencionados y dibujados los números árabes del 1 al 9, sin el 0.

      Como códice de lujo, la obra va enriquecida por 82 miniaturas de vivos colores, algunas a folio entero, con visiones de ciudades -Toledo, por ejemploy retratos de personajes ilustres. A pesar de ser un libro hispano, la técnica en el tratamiento del ropaje no es la tradicional visigótica mozárabe, sino que se inspira en las soluciones adoptadas por los miniaturistas carolingios.

(La reseña del códice la hemos tomado de la Colección Scriptorium de la Librería Lector del Libro)

 

BIBLIOTECA GONZALO  DE BERCEO
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