CAPÍTULO  X.-    Biografias.

 

X.

 

EL GENERAL ESPARTERO.

      Seguramente habrá quien nos tache de arbitrarios al ver aquí estampada la biografía del capitan general D. Baldomero Fernandez Espartero; efectivamente, el duque de la Victoria no es hijo de la provincia en que vive hace cuarenta años; pero esta larga residencia en la Rioja, las afecciones que en ella se ha creado, y el cariño que profesa á este país, le hacen considerarle como su hijo adoptivo. ¿Quién al oir el nombre de Logroño no recuerda inmediatamente el del hombre ilustre que despues de haber peleado mas de cincuenta años por la independencia de la patria, por su integridad y sus libertades públicas, permanece en aquel retiro solitario, exento de pasion, libre de ambiciones, tranquilo, en fin, por haber llenado su mision en nuestra época con la lealtad y honradez que tanto le enaltecen?
      Confesamos francamente que hasta el momento en que hemos tenido que estudiar con detenimiento la historia del general Espartero para llevar á cabo el propósito que estamos realizando, no hemos podido apreciar como se deben las altas dotes que distinguen al héroe de nuestra guerra civil. Bastante distantes en política de las ideas que simboliza el ex-regente del reino, y conociendo su vida, bien por obras de escritores apasionados que siempre hacen desconfiar cuando no mueven á desden con su lisonja, bien por enemigos suyos que si no logran llevar al ánimo la inspipiracion del ódio y la calumnia, consiguen por lo menos estraviar el juicio, habíamos considerado á Espartero mas como jefe de un partido político que como militar; pero cuando hemos estudiado los hechos de su vida tales como los presenta la razon fria, libres de toda interpretacion apasionada, nuestra opinion respecto al hombre cuya vida vamos á trazar se ha modificado profundamente, y lejos de ver en él al jefe de partido que no perdona medio alguno para sostener á todo trance sus ideas, buscando en la violencia y los medios ilegítimos la satisfaccion de sus deseos ó de su ambicion de mando, vemos en Espartero al militar pundonoroso y valiente, al hombre amante de la libertad y del principio de autoridad, al que despues de haber ocupado el puesto mas elevado que puede adquirirse en un país, espera  tranquilo en el hogar doméstico el fallo de la historia.
     Espartero nació en Granátula, provincia de Ciudad-Real y campo de Calatrava, en 27 de octubre de 1793. Sus padres fueron D. Antonio Fernandez Espartero y doña Josefa Alvarez, labradores. Antonio era apreciado por su probidad y aplicacion, y no pudiendo obtener en las faenas agrícolas lo necesario para el sosten de su familia, se dedicó á la construccion de carros. De este modo, y desplegando una constante laboriosidad, logró dar á sus hijos una educacion superior á su estado y esperanzas. Tres de ellos obtuvieron las sagradas órdenes; una de sus hijas profesó en un convento, y las demás se casaron convenientemente. Vicente, uno de los varones, sufrió por ocho años la suerte de soldado.
    Quiso D. Antonio darle una carrera brillante á su hijo
Baldomero, y auxiliado por otro de sus hijos, á la sazon sacerdote, le puso á estudiar latin con ánimo de dedicarle á la iglesia ó al foro. Aprendióle en un año el jóven estudiante, y su hermano D. Manuel, presbítero de la órden de Santo Domingo en el convento de Almagro, lo Ilevó allí en 1806 para que cursase filosofía. En efecto, estudió los dos primeros años; pero entablada la guerra con los franceses, sintióse Baldomero arrastrado por el espíritu patriótico que hacia empuñar las armas á la juventud estudiosa, y marchando á Sevilla, sentó plaza en el regimiento de infantería de Ciudad-Real que se hallaba de guarnicion en aquel punto. La influencia de su hermano le valió la consideracion de soldado dístínguído, y como tal, asistió á la batalla de Ocaña portándose bizarramente, pasando en 25 de diciembre al Batallon sagrado de la universidad de Toledo, tambien como soldado distinguido.
    Aquel cuerpo como todos los demás que apoyaban á la Junta central, tuvo que retirarse á la isla de Leon; formáronse allí las academias militares, á las que concurrian como cadetes todos los voluntarios que habian cursado dos años en las universidades, y entre ellos Espartero. En todas las clases obtuvo notas de bueno y la de sobresaliente en táctica, y prévio exámen, ingresó en 1.º de enero de 1812 en el cuerpo de ingenieros con el grado de subteniente.
    Un incidente desagradable con uno de los profesores le movió á pedir en marzo de 1813 pasar al arma de infantería, y en efecto, ingresó en el provincial de Soria, asistiendo á las acciones en que este regimiento tomó parte en Tortosa, Cherta y Amposta.
    Concluida la guerra con Francia pidió pasar á América, formando parte de la espedicion Morillo en 1814. Concediósele marchar en clase de teniente en el regimiento de Estremadura, y queriendo antes despedirse de su familia, pidió á Morillo el permiso competente.
  -El buen soldado español, le contestó el general, debe olvidarse de su familia cuando la patria lo reclama, y el que muestra un alma tan madrera da pruebas de cobardía.
  -Mi general, replicó indignado el ardoroso oficial, si otro que V. E. hubiera osado ofenderme de ese modo, mi contestacion hubiera sido muy pronta... con esta espada.
    Todos los ruegos del general Morillo para que Espartero satisfaciese sus deseos fueron inútiles; el 1.º de febrero de 1815 se embarcó en Cádiz, y en 14 de setiembre Ilegó al Callao. La guerra de emancipacion ardia vivamente: los insurgentes, al par que peleaban trataban de ganar á nuestros soldados, y hecho capitan por haber contribuido eficazmente á apaciguar los síntomas de insurreccion que se presentaron en su regimiento, tomó el mando de 200 hombres con los cuales derrotó á los caudillos Prudencio, Zárate y Pereira en la provincia de Charcas. Despues de concurrir á once acciones parciales, marchó con su coronel La Hera á atacar á varios cabecillas que habian deshecho la division Marnis, y se portaron con tanto arrojo, que con solo dos compañías batieron completamente á los rebeldes.
    Despues de tomar á Presto se presentó solo y á caballo á una partida de rebeldes que esperaban á un célebre caudillo, al cual no conocian, pero que debia mandarlos. Espartero se hizo pasar por tal caudillo, y aclamado por los rebeldes les prometió la victoria, los llevó á Presto, dándoles á entender que iban á ocuparlo por sorpresa, y cuando conocieron el engaño era ya tarde. Las tropas los cercaron súbitamente, y nadie se atrevió á moverse.
    Las acciones de Jamparcas y Sopachui lo elevaron al empleo de segundo comandante en agosto de 1817, y como tal batió al frente de una fuerza de 200 hombres á varios cabecillas, sorprendió á otros, hizo prisioneras partidas enteras, y dejó, en fin, pacificados los pueblos de las provincias de Charcas, Cochachamba, la Paz y otras limítrofes.
    Logró evitar la intentona de entregar á Oruro, para lo cual habia el plan de matarle. Por ello fué ascendido á primer comandante, y despues de la retirada de nuestras tropas á Cuzco y de la batalla de Ica, tan gloriosa para las armas españolas, fué agraciado con el empleo de coronel en mayo de 1822.
    Nuestras tropas ganaban terreno considerablemente, pero los ausilios mandados por Bolivar y la república de Chile á los peruanos, hicieron necesarios una grande actividad y bizarría para evitar la reunion de de los generales Sucre y Alvarádo con Cochrane, y conseguir los resultados apetecidos. Los insurgentes habian enviado una espedicion á Arica, fuerte de 6,000 hombres, contra los cuales marchó el general Valdés al frente de dos batallones, cinco escuadrones y alguna artillería, y encontrándose en Calana, prefirió atraer aquella fuerza superior hácia el punto donde se hallaba el grueso de nuestro ejército. La operacion se llevó á cabo felizmente: Valdés cambiaba continuamente de posicion, ganando terreno hácia el punto donde debia hallarse el general en jefe, y el 19 de enero de 1823, Espartero fué encargado de entretener al enemigo. Dos horas sostuvo con su solo batallon el empuje de 4,000 hombres, sin variar de posicion, y cuando lo hubo juzgado conveniente, emprendió su retirada en el mayor órden, disputando el terreno á palmos y ocasionando al enemigo pérdidas considerables, hasta que á la legua se reunió á la division Valdés. Este no creyó todavía prudente dar la batalla, y luego que llevó á Alvarado á las posiciones donde debia ser socorrido imprescindiblemente por el general en jefe Canterac, le hizo frente. Apenas llegó este, aunque dejaba atrás sus fuerzas, revolvieron nuestras tropas, y acometiendo Espartero el frente del enemigo, arrolló la línea por completo, mató cuerpo á cuerpo á uno de los jefes insurrectos, y decidió la batalla, perdiendo el caballo y recibiendo tres heridas. Dos dias despues, el ejército insurgente quedaba completamente destrozado en Moquehua, y Espartero, á pesar dé hallarse con tres heridas, no dudó en contribuir á aquel brillante hecho; él fué el primero que con su batallon dobló y arrolló el ala derecha del ejército enemigo, poniéndola en completa dispersion. Espartero obtuvo por ello el empleo de coronel efectivo.
    El grueso de nuestro ejército se hallaba al frente del Callao, y habiendo quedado un tanto desguarnecido el Alto Perú, hubo necesidad de desprenderse de algunas de las tropas que sitiaban al Callao para evitar el golpe con que amagaban los insurgentes, enviando 6,000 hombres al mando de Santa Cruz; Espartero era de los espedicionarios, y reunidos estos con las  tropas del virey, cayeron sobre Santa Cruz, que apeló á la huida, dejando en nuestro poder hombres, armas y municiones; el lugarteniente de Bolivar, observado de cerca por Canterac, se reembarcó, y todo el vasto plan formado por el presidente peruano Riva Agüero, se deshizo, perdiéndose las esperanzas que sobre él se habian fundado. Esta campaña fué llamada del Talon, por las marchas terribles que hubo que hacer, y el virey, que deseaba premiar al ejército por las penalidades que habia sufrido, concedió gran número de gracias, tocando á  Espartero el empleo de brigadier.
    El voluntario de 1809 habia hecho una rápida carrera: en solos catorce años habia alcanzado pasar á la categoría de oficiales generales, pero el lector mas apasionado no podrá  menos de reconocer que todo lo debió á su espada, á su valor nunca desmentido, á su celo y pericia en los combates. Nombrado jefe de Estado mayor del ejército del Sur, Espartero entró en otra esfera mas ancha, tomando naturalmente una participacion mas directa en aquellos sucesos y desempeñando frecuentemente la doble mision de militar y diplomático.
    La completa destruccion de los dos ejércitos independientes, la retirada vergonzosa de la division Sucre, la vuelta á Chile de las fuerzas con que para el último frustado golpe de mano habian contribuido las repúblicas, y los prósperos sucesos con que la fortuna habia favorecido á las armas españolas, dieron diferente sesgo á nuestra causa. Desperdicíaronse estas circunstancias favorables, alimentadas con las luchas que estallaron entre los jefes de la insurreccion Riva-Aguero y Bolivar. Desesperado aquel de alcanzar la victoria, trató de entenderse con el virey y de concertar la paz bajo las bases mas convenientes para todos; pero por desgracia, la manera fatal con que fueron planteadas y conducidas las negociaciones frustaron este intento.
    Al mismo tiempo que esto sucedia, habian llegado á  América comisionados de las córtes españolas para tratar de un arreglo pacífico. Los comisarios habian estipulado en julio de 1823 en Buenos-Aires un armisticio de año y medio que podia ser considerado y admitido como un principio de inteligencia entre ambos beligerantes y entre todos los demás Estados insurrectos de la América.
     Ufanos los comisarios con el triunfo recabado, dirigieron el convenio al general Laserna para que lo aceptase si !os independientes consentian en establecerlo por su parte; pero visto el fracaso de negociaciones anteriores y comprendiendo la manera torpe con que estaban los comisarios conduciéndose, acogió la propuesta con frialdad. Sin embargo, deseoso de la paz comisionó al brigadier Espartero para que se avistase en Salta con el comisionado de los insurgentes; pero las cláusulas del convenio preliminar eran tan contrarias al estado de las cosas, que los parlamentarios no pudieron llegar á una inteligencia.
     Reconocíase en el pacto convenido la independencia de las repúblicas en la parte comercial y la admision de la bandera de los insurrectos en los puertos españoles, y para el caso de que se pactase el reconocimiento de la independencia, los americanos debian contribuir con veinte millones de duros al afianzamiento del sistema constitucional en España. ¿Se habian dejado alucinar los enviados de las córtes por esta promesa? ¿Llevaban facultades para establecer el reconocimiento? No es posible averiguarlo; pero lo cierto es que el virey no quiso acceder al armisticio si no se establecia como base principal el reconocimiento de la autoridad real en el Perú y la retirada de la division de los Andes que habia sido enviada en auxilio de los insurgentes de aquel vireinato.
    La avenencia no fué posible á pesar de la inteligencia con que Espartero manejó su comision, y no habiendo querido Laserna oir al enviado de Buenos-Aires, tuvo este que regresar á aquel punto.
    Rotas las negociaciones, se abrió de nuevo la campaña. Si favorables eran las circunstancias para nuestra causa, terribles eran á la verdad para la de los insurrectos. Bolivar, dueño casi absoluto del Perú, al cual trataba como á país conquistado, encontraba allí una oposicion que amenazaba con un rompimiento; necesitaba tiempo para levantar y organizar nuevas tropas, y como si esto no fuera bastante, los sargentos de la guarnicion del Callao entregaron la plaza á los oficiales del ejército español que allí se hallaban en calidad de prisioneros.
     Tales y tan prósperos sucesos fueron esterilizados por la ambicion de un hombre.
     «El general Olañeta, dice un historiador de estos sucesos, que por su estraordinario valor personal y por los muchos servicios que como contratista proveedor tenia prestados al ejército real, habia ascendido á tan alta gerarquía, generosamente protegido por los vireyes Pezuela y Laserna, cubria las provincias del otro lado del Desaguadero, al frente de 4,000 hombres dependientes del ejército real del Sur. Sin preceder órdenes del virey, ni necesidad alguna de su inesperado movimiento, y cuando terminantemente estaba prohibido dar un paso en tanto que para ello no fuera facultado, abandonó sus posiciones, llevándose considerable armamento de la ciudad de Oruro, y partió al Potosí. Estando allí el dia 4 de enero, se hizo cargo de todos los recursos y trató de seducir al jefe político de aquella provincia, el mariscal de campo D. José Santos La Hera, para que cooperase al criminal intento de atropellar al de igual clase, D. Rafael Maroto, á quien mortalmente odiaba Olañeta y mandaba á la sazon la inmediata provincia de Charcas. Negóse La Hera rotundamente á tan manifiesta arbitrariedad, y estendiéndose entonces el encono de Olañeta hasta el jefe del Potosí, hubo de tratar á La Hera como á verdadero enemigo de guerra, arrojándolo de la provincia despues de haberle obligado á capitular á su capricho, sostenido por la superioridad de fuerzas.
     »Hecho esto, acomete á Maroto, quien, abandonado de la guarnicion de Charcas seducida por Olañeta, se vió en precision de replegarse á Oruro, quedando el traidor libre para apoderarse de todo el país, prodigar empleos y dinero á los que le seguian en su abierta insurreccion, y titularse á sí propio capitan general de las provincias del  Río de la Plata, y superintendente subdelelgado de real Hacienda, correos, etc.
    
»Atacada de este modo la autoridad del virey, pero espantado este por la trascendencia fatal de aquella inesperada rebelion, incierto estaba en la senda que debia adoptar en sus determinaciones: escribió, empero, en términos correspondientes al general Olañeta, y mientras que con manifiestos procuraba catequizar la ilusa tropa que á aquel seguia, dirigió comunicaciones al Norte, á los generales Canterac y Valdés, mandando á este último que volviese inmediatamente con su division, á hacer entrar en órden á los revoltosos.
    »Olañeta, asustado de su propia obra, y temblando la esplosion de la mina que habia cargado por sí mismo, estaba á punto de retroceder en su infame camino, cuando por los periódicos de Buenos-Aires, de que él se hallaba mas inmediato que el resto del ejército real, fué el primero en el Perú que supo la salida del rey de Cádiz, el real decreto de 1.º de octubre de 1823, y otras noticias acerca del nuevo órden de cosas que habia sido establecido en la Península, con cuyos antecedentes, de que no dió al virey idea alguna, comenzó á titularse y á los suyos, únicos defensores del altar y del trono, y á los demás caudillos y tropa que no estaban á su devocion, liberales, judíos y herejes.
    
»Finalmente, el 4 de febrero Ilevó su descaro al estremo de espedir profusamente una proclama, donde despues del epígrafe Viva la Religion, hablaba á los soldados y á los pueblos en el fanático sentido realista, análogo á las circunstancias, procurando introducir sangrienta division entre los defensores de la integridad de la madre patria, para que de esta manera fuese desgarrada,  como forzosamente hubo de serIo, aquella estensa y rica posesion, cuyo dominio debia producir la total obediencia de los demás fragmentos americanos, á quienes pesaba ya su decantada y engañosa independencia.»
    Tan estraña conducta causó una indignacion general. Todo el mundo comprendió que la causa nacional se perdia sin remedio; todo el mundo vió que las palabras de que Olañeta se servia no eran mas que la máscara de sus ambiciones, como se demostró á las claras mas adelante, y Espartero, que se hallaba en Potosí de regreso de su comision diplomática, hizo circular la siguiente proclama, cuyo principal objeto era destruir el carácter realista y religioso que Olañeta daba á sus pretensiones:
    «Viva la religion, el rey y la nacion.
    »El infame Olañeta, infatuado con las condecoraciones que obtuvo, y á las que nunca pudo considerarse digno, acaba de cometer la traicion mas horrible: él no obedece á la suprema autoridad del Perú, no pertenece ya ni quiere pertenecer á la histórica nacion española; quiere unirse con los insurgentes de la Plata, y sumergir estos pueblos en el caos de males en que aquellos se miran. La Divina Providencia que visiblemente nos protege, ha permitido que por la. casualidad mas rara, llegasen á noticia del Excmo. señor virey las tramas inícuas de este hipócrita, que para comprometernos tiene la osadía de escudarse con el nombre sacrosanto de nuestra religion: él pretende haceros creer que la desprecian los jefes beneméritos que tantas pruebas os han dado de sus virtudes; los supone enemigos de nuestro adorado monarca el señor D. Fernando VII, y nadie como vosotros puede desmentir á este impostor inicuo: á vosotros apelan estos varones ilustres, que viven tranquilos con la seguridad de que les haceis la justicia que tanto merecen .
    »El ladron mas descarado, el contrabandista mas público, y en fin, el traidor Olañeta, desaparecerá muy en breve de entre vosotros y os vereis libre de los males que preparaba. El mas virtuoso de los vireyes, el inmortal Laserna, marcha á la cabeza de nuestros bravos batallones, y estoy seguro que tan luego como se aviste, correrán á implorar su perdon los que alucinados con las promesas del mas infame de los hombres, sirven hoy de instrumento á sus crímenes: el traidor huirá cargado de confusion y oprobio, sus inmundas plantas no volverán a manchar este suelo.
   
»PERUANOS: Ya restan muy pocos dias para que sepais hasta qué punto se estendian las maquinaciones de un traidor hipócrita. El Excmo. señor virey os manifestará con la franqueza y verdad que le son características, la trama horrenda que disponia aquel pérfido. Quien os habla, es impulsado solo del amor que profesa á los habitantes del Perú y de la decision con que ha defendido siempre los derechos de la nacion española, los del rey y los de la religion. Potosí 5 de febrero de 1824.-BALDOMERO ESPARTERO.»
    El lenguaje acalorado de la proclama precedente está justificado de una manera cumplida, no solo por el hecho que en ella se condenaba, sino por la conducta posterior de Olañeta y por los antecedentes mismos que poseia Espartero respecto á los propósitos de Olañeta. Sabia, en efecto, el jefe de Estado mayor del ejército, que el nuevo ministro habia manifestado por escrito á cierta persona el intento de alzarse con el mando de las provincias del Sur, y cuando fué allí conocido el decreto de Fernando VII por el cual quedaban anuladas todas las disposiciones del gobierno constitucional, Olañeta se declaró en completa insurreccion y se negó á todo lo que no fuera reconocerle como jefe de la indicada parte del Sur .
    El virey comprendió que todo estaba perdido, y con el intento de ver si podia salvarlo, reconoció al fin al general usurpador; pero visto que este no le obedecia ni secundaba sus disposiciones militares como se habia pactado, trató de deponer la investidura en el general Canterac, fundándose en la revocacion de los actos determinada en el real decreto de 1.º de octubre de 1823; pero todo el ejército se opuso á. esta determinacion y Laserna, no pudiendo arbitrar términos eficaces, se decidió á enviar á Madrid una persona de su confianza que espusiese al rey el estado de las cosas y proveyese al remedio de los males que amenazaban de una manera tan fatal el triunfo de nuestra causa.
    La persona elegida por el virey con aplauso de todos los generales, fué el general Espartero: el 15 de junio de 1824 se embarcó en Quilca, y arribado á Cádiz el 23 de setiembre llegó á Madrid en 12 de octubre.     

    
Espartero desempeñó perfectamente su mision. Espuso en la corte la situacion de las cosas, las penalidades y heroismo del ejército, la pericia militar del desgraciado Laserna, y el carácter ambicioso, perjudicial.y altamente funesto de la rebelion de Olañeta. El gobierno aprobó todo lo hecho por el virey, confirmó su nombramiento, y satisfecho de la conducta valerosa del ejército, premió sus sufrimientos con diferentes gracias; pero cuando Espartero Ilegó á Quilca en 4 de mayo de 1825 llevando tan felices nuevas, era tarde. El ejército reducido por la traicion á un puñado de valientes, fué vencido en los campos de Ayacucho, y el que esperaba ser recibido con demostraciones de júbilo, se vió cercado por los soldados de Bolivar, preso, encerrado en un calabozo y condenado á muerte para vengar así de una manera indigna los descalabros que habia hecho sufrir á los insurrectos en tantas y tan reñidas acciones.
    Sus amigos D. Antonio Gonzalez, D. Facundo Infante y D. Antonio Seoane lograron que se le perdonase la vida, y fué desterrado por toda su vida á la isla de Capachica, roca desierta que se eleva en medio de una laguna y en la cual no habia de tardar en recibir la muerte. Nuevos ruegos decidieron al fin á Bolivar á ponerle en libertad, y embarcado en Quilca en 1,º de agosto árribó á Burdeos.
    Así terminó esta parte de su vida militar, donde tantas pruebas dió de arrojado, pundonoroso y valiente y donde hizo lo mas difícil de su carrera. Cuántos generales le tuvieron bajo sus órdenes formaron de él un concepto distinguido. Hé aquí el que mereció al general D. Alejandro Gonzalez de Villalobos en diciembre de 1824:
    «Es jefe que goza de una opinion sobresaliente para el mando por su mucho valor, inteligencia, en táctica, conocimientos generales en la milicia, y muy acreditado en funciones de guerra, y tiene mucha disposicion para el mando.»
    El general Valdés dijo de él en la época en que Espartero era coronel:
    «Tiene mucho valor, talento, aplicacion y conocida adhesion al rey nuestro señor: es muy á propósito para el mando de un cuerpo, y mas aun para servir en clase de oficial de E. M. por sus conocimientos. Este será algun dia un buen general, por su golpe de vista militar y viveza para aprovecharse de los descuidos del enemigo.»
    Por último, el virey formó de él este concepto:
     «Tiene conocimientos generales del arte militar y acreditado valor en varias ácciones de guerra: tiene talento y viveza; es inteligente en táctica, y mucha disposicion para el mando de un cuerpo, y aun mas para el E. M. de un ejército: su conducta política y militar fué buena.»
     No dejaremos esta parte de su biografía sin hacer una observacion no del todo inoportuna. El partido mas afecto al regente del reino en 1843 Ilevó un tiempo el nombre de Ayacucho, y sin embargo, Espartero no asistió como hemos visto á aquella batalla: ¿cómo ha podido darse esta calificacion al general y á sus amigos? ¿Qué es lo que con ella queria darse á entender? No lo sabemos; estas son aberraciones políticas que no tienen esplicacion y que solo se conciben en España.

* * *

     Bajo tristes auspicios regresaba á la tierra patria el entonces brigadier. La ira absolutista no perdonaba á ninguno en que viese la mas ligera sombra de liberalismo, y todos los militares procedentes del ejército de América fueron tachados de este defecto abominable. Espartero juzgó prudente permanecer tres meses en Bordeos, donde desembarcó, y creyendo pasado aquel arrebato del bando apostólico, que sin embargo no cesó hasta la muerte del rey, vino á Madrid en 4 de marzo de 1826. Espartero se équivocó: á pesar de sus merecimientos, á pesar de que nunca habia pensado mas que en cumplir sus deberes de militar, fué acogido friamente, y al dia siguiente de presentarse recibió la órden de ir de cuartel á Pamplona. Cerca de dos años permaneció en aquel punto, hasta que segura, al parecer, la córte de que nada intentaba hacer en política, fué nombrado comandante de armas de Logroño.
     Casado ya con su actual esposa doña Jacinta Sicilia, hija de un rico propretario de aquella capital, su nombramiento no pudo menos de ser acogido favorablemente. Dos años pasó en Logroño, que desde entonces fué mirada por Espartero como una patria adoptiva, hasta que en 28 de octubre de 1830 obtuvo el mando del regimiento de Soria, 5.º de línea, con el cual pasó á guarnecer la plaza de Barcelona y despues la de Palma de Mallorca. Su celo por la instruccion y comodidad del soldado fueron tales, que al pasar revista el capitan general al indicado cuerpo, no pudo menos de dirigir á su jefe la siguiente comunicacion que damos íntegra, pues da á conocer su amor constante al servicio.
      «Capitanía general de las islas Baleares.-He revistado en detenida y escrupulosa inspeccion el regimiento de Soria del cargo de V. S., en cumplimiento de la real órden de 21 enero de este año. El rey N. S. sabrá el estado de brillantez y perfeccion de los batallones del cuerpo; el esmero, inteligencia y celo ardiente de V. S. ; la instruccion y espíritu de cuerpo de sus oficiales; la aplicacion de los caballeros cadetes, y casi increible instruccion que los adorna y decora; la exactitud con que la clase de sargentos ha contestado al riguroso y severo exámen que yo mismo he hecho de ellos en público; la precision con que los cabos y soldados han satisfecho en la revista personal á presencia de la oficialidad del batallon de descanso y de todos los jefes, á los deberes de que han sido interrogados; el manejo de las armas; el completo lujo del vestuario; la disposicion interior de compañías, almacen y talleres; el órden de las oficinas del cuerpo; la uniformidad de los libros y papeles de compañías; la instruccion de la banda en los toques de guerra; la inteligencia y legalidad en las cajas, separacion de fondos, cuentas de estas y ajustes comprobados de la tropa, su completo desempeño y grandes alcances existentes en los fondos, componen un complemento de interioridad tan perfecto y uniforme, que puede decirse que jamás ha sido escedido y pocas veces igualado, la instruccion militar corresponde á las demás calidades que distinguen al regimiento: la precision de las maniobras presenta el desvelo de V. S. en conseguir su perfeccion, y la de sus fuegos la atencion á que V. S. ha acostumbrado su regimiento. Yo me doy la enhorabuena de haber visto un cuerpo digno de su arma, y digno de servir á su soberano, obedeciendo las órdenes que ha recibido V. S. del ministro de inspeccion, con la escrupulosidad que le ha conducido al grado en que se halla. Reciba V. S., principal interesado, mi sincera complacencia y enhorabuena, y estiéndala V. S. con las debidas gracias á los señores jefes, como oficialidad y tropa, cuyos méritos respectivos elevo á la superioridad, con la seguridad del digno y elevado espíritu de las clases en favor de los deberes sagrados de fidelidad á SS. MM. y descendencia directa y demás sentimientos de honor que las decoran.»
    La muerte de Fernando VII halló á Espartero al frente del regimiento de Soria. La ambicion de D. Cárlos dividió la España en dos bandos opuestos, y Espartero se colocó desde luego en aquel que le indicaban sus creencias, pidiendo inmediatamente al gobierno constitucional pasar con su regimiento al territorio vasco-navarro. Conocidas como eran sus cualidades de milititar valiente y aguerrido, el gobierno acogió con placer esta peticion é inmediatamente le facultó para que pasase con un batallon de su regimiento á la Península. Llegó á Valencia en diciembre y cumpliendo con las órdenes del capitan general, salió al dia siguiente en persecucion de una partida de 400 hombres que al mando de Magraner recorria las inmediaciones de Onteniente, Sus operaciones fueron combinadas con un acierto tal, que á los tres dias se desbandaron los carlistas cayendo su jefe prisionero, y conociendo el gobierno cuán útiles debian ser sus conocimientos y su práctica en esta clase de operaciones, le nombró comandante general de Vizcaya en 1.º de enero de 1834.
     Espartero, ávido de gloria, queriendo justificar las esperanzas que en él se habian fundado, salió de Madrid inmediatamente, El 9 se hallaba ya en Vitoria, y antes de llegar al punto de su destino tuvo ocasion de medir las armas con el enemigo que iba á combatir. Luqui á la cabeza de fuerzas numerosas le interceptó
el paso en Barambio y Espartero aceptó naturalmente el combate.
    El fuego se sostuvo con viveza por espacio de tres horas, hasta que Espartero, recelando que acudiesen otras fuerzas en auxilio del cabecilla carlista, dividió su gente en dos columnas, y dejando una de ellas en Arrigorriaga, avanzó al frente de la otra llegando á Bilbao el 11, y al dia siguiénte se encargó del mando militar de la provincia.
    El primer cuidado á que tuvo que acudir fué á fortificar aquella plaza, que durante el trascurso de esta guerra habia de ser encarnizadamente disputada, y que, á parte el interés político que años despues habia de cifrarse en su posesion, era entonces un punto de importancia como base de operaciones contra los insurgentes.
    Si Espartero hubiera podido disponer de tropas suficientes para ocupar el país en que la insurreccion dominaba; si hubiera tenido las fuerzas necesarias para formar un círculo alrededor de los que defendian la causa de B. Cárlos; si siquiera hubiéra dis
puesto de un número de hombres igual al de sus enemigos, la guerra hubiera quedado indudablemente terminada en una sola campaña, y en vez de una lucha tenaz de siete años, el carlismo no hubiera podido sostener mas que breves escaramuzas, que, por lo estériles, hubieran quedado abandonadas.
     Pero los gobiernos que ocuparon el poder durante aquel agitado período, no llegaron nunca á poner frente al carlismo un número igual al de los hombres que lo defendian, y lo mismo delante de Bilbao que en Arlaban, en Ramales y en Mendigorría, el ejército liberal tuvo que combatir siempre con un número doble de enemigos. Sea por pequeñez de miras, sea por falta de recursos, sea, en fin, por las agitaciones políticas que devoraban á los constitucionales, la verdad es que siempre estuvieron muy por bajo de lo que la situacion de las cosas exigia, y que fue necesario todo el valor é inteligencia de hombres esperimentados en la guerra para sacar triunfante una causa que obtenia las simpatías de la nacion.
     En todo el trascurso de la guerra, ora mandasen los exaltados, ora la fraccion que les disputaba el poder en el terreno constitucional, nunca brilló una idea grande y decisiva en las esferas del gobierno, si se esceptúa la que tuvo Mendizabal; así, aquel ejército pobre y mal equipado que dejó Fernando VIl, era insuficiente para dominar la guerra, y en vez de reconocerlo,así y de elevarlo rápidamente á las proporciones necesarias, los gobiernos, puede decirse que iban limitándose á imitar á sus enemigos, y que solo aumentaban sus fuerzas cuando hallaban que aquellos les llevaban el doble de ventaja.
    Esto, tratándose de una guerra que podia y debia considerarse de invasion, tenia que dar resultados muy amargos, y en efecto se obtuvieron. Los carlistas: faltos de organizacion militar, sin esa cohesion que constituye el núcleo de los ejércitos regulares, tenian en cambio una gran movilidad, una facilidad suma para rehacerse despues de una derrota, y presentarse al dia siguiente reunidos donde menos se esperaba. Aquella, en un principio, verdadera guerra de guerrillas, se fué formalizando á fuerza de combates, y cuando un dia llegaron los carlistas á presentar toda su fuerza, fué necesario un esfuerzo poderoso para inclinar la indecisa balanza en favor de los constitucionales.
    Y no era que los carlistas se presentasen desde luego cortos en número y faltos de brío. Apenas salió Espartero de Bilbao dejándolo fortificado, tuvo que emprender una série de reñidos encuentros, y desde mediados hasta últimos de enero, estos fueron tantos como dias, llegándose á contar hasta 17, entre los cuales fueron los mas tenaces los de Santa Cruz de Viezcarquiz, Mendata, Rigoitia, Arrieta, Larrabezua, Arechobalogana, Munguía y Bermeo.
    Las bandas carlistas que por todas partes pululaban, se reunieron en torno de Guernica en número de 6,000 hombres para apoderarse de aquel punto ocupado por 150 soldados del ejército liberal. Espartero, que habia vuelto á Bilbao, salió de allí en su socorro con solo 1,300 hombres, y á pesar de la inferioridad de sus fuerzas logró desalojar á los carlistas de sus posiciones; pero vueltos estos en sí y avergonzados de ha
berse dejado arrollar por fuerzas tan inferiores, acometieron á las tropas de Espartero, y faltas de víveres y municiones, tuvo este que replegarse á Bilbao, haciéndolo en buen órden, y despues de haber conseguido su objeto, esto es, libertar la corta guarnicion de Guernica.
     Un refuerzo de 2,000 hombres llegado dos dias despues á Bilbao, le permitió tomar la ofensiva, y marchando nuevamente sobre Guernica, hizo desalojar á los carlistas aquel punto, les persiguió hasta obligarles á presentar batalla en Oñate, donde quedaron derrotados y dispersos, dejando libre la provincia de Guipúzcoa.
     Pero si esta quedaba falta de enemigos, la de Vizcaya los veía reconcentrarse. En ella se libraron sucesivamente los encuentros de Eibar, Lemona, Cenauri, Acheriz y Marquina, en el trascurso de marzo, pero ninguno de ellos fué tan importante como el de Portugalete, cuyo punto sitiaba el cabecilla Castor con 1,000 hombres.
     Aquel puede decirse que fué el primer combate sério que sostuvieron los carlistas. La empresa de socorrer la plaza ofrecia varias dificultades, pues el puente colgante de Burceña, por el que era imprescindible atravesar, estaba en poder de los carlistas, que comprendian toda su importancia, y naturalmente habian aglomerado allí todas sus fuerzas. Apenas se presentaron las que mandaba Espartero, se dió principio á la accion. Las puertas del puente se hallaban cerradas, y esto hizo detener á las tropas de la reina hasta que colocándose su jefe frente á ellas, las lanzó á la bayoneta, y desconcertados los carlistas se retiraron entrada la noche, no sin haber opuesto una tenaz resistencia, que costó mucha sangre á los isabelinos. Espartero, despues de socorrer á Portugalete persiguió á los fugitivos hasta Sodupe, y alcanzándolos allí, los derrotó completamente.
     Pero estos triunfos, al par que mermaban las fuerzas de los isabelinos, no disminuian realmente las de los carlistas. Nuevas bandas, fanatizadas por la voz de los amigos del pretendiente, iban á engrosar sus filas, y así, pocos dias despues de la última derrota que acabamos de consignar, esto es, en primeros de abril, los enemigos se presentaron en número de 3,000 en Aulestia, mandados por Zabala y Valdespino, lisonjeándose con unirse pronto á Luqui y Latorre, que debian traerles otra fuerza igual. Espartero á la cabeza de 2,000 hombres trató de deshacer el primero de los cuerpos referidos antes de que se verificase su union con el segundo; pero á pesar de los esfuerzos que hizo por traerlos á un combate decisivo, especialmente en Rigoitia, Zavala y Valdespino se fueron replegando hasta que lograron unirse en Morga con la gente que esperaban.
    Eran 6,000 hombres, que ocupaban una fuerte posicion y que tenian ya prácticas militares. Llevaban además de la ventaja del número, la de hallarse apostados en un desfiladero enlazado con una fuerte cadena de alturas; pero no obstante, el jefe de las tropas de la reina les acometió con sus 2,000 hombres, y practicando un hábil movimiento se apoderó de la série de colinas de que dependia bajo algunos conceptos, la posicion del enemigo; pero lo que mas ímportaba era
posesionarse de la altura de Sarraya, y mientras el brigadier Benedicto lo intentaba, hizo Espartero un movimieóto de retroceso para protegerlo. Los carlistas creyeron que esto era una retirada y abandonaron sus posiciones para arrojarse sobre el enemigo con mas arrojo que acierto; pero rechazado su primer empuje, las tropas de la reina cargaron en cuatro columnas á la bayoneta, y fué tal la bizarría con que lo hicieron, que la estensa línea enemiga quedó rota en todas partes y sus huestes completamente derrotadas.
    Aquella victoria fué la mas importante de cuantas Espartero habia obtenido y en la que mejor demostró su habilidad para situar sus fuerzas y atraer al enemigo á terreno ventajoso, así como su pericia para disponer el ataque y su arrojo característico para llevarlo á cabo. El gobierno, reconociendo su mérito y deseando recompensarle por los muchos servicios que habia prestado en toda la campaña, le concedió el grado de mariscal de campo.

* * *

   Desde abril de 1834 hasta junio del siguiente año en que se eclipsó por un momento la suerte del caudillo liberal, sus triunfos no tuvieron interrupcion. Ceberio, Santa Cruz de Vizcarquiz, Oiz, Baquio, Ereno, Iparter, Arrieta, Plencia, Orozco, Gorbea, Ormaiztegui y Villareal de Zumárraga fueron teatro de otros tantos hechos de armas igualmente gloriosos; pero la reputacion que el general se habia adquirido á fuerza de tantos combates, padeció notable detrimento en el verdadero desastre de Descarga.
   El general Zumalacárregui habia tomado ya la direccion de las que aumentó con su prestigio, y habian llegado á ser verdaderas tropas regladas, y dejando la defensiva en que hasta entonces habian permanecido  desplegaba todos sus talentos militares para conseguir el propósito que habia formado de arrojar á las huestes liberales del territorio vasco-navarro. Su primer pensamiento fué poner sitio á Villafranca de Guipúzcoa, plaza fortificada con esmero y llave de un buen territorio. El incremento que iba tomando la insurreccion habia determinado la formacion de otros cuerpos que obrasen de concierto con el del general Espartero, siguiendo la direccion del general Valdés, y concediendo este toda la importancia que merecia á la posesion de Villafranca, combinó un plan bastante arriesgado para libraría del asedio en que la tenian los carlistas. Las fuerzas de las provincias vascongadas, compuestas de dos divisiones y una brigada auxiliar mandadas respectivamente por el baron del Solar, el conde de Mirasol y el coronel Ulibarri, debian ponerse en marcha bajo las órdenes de Espartero con direccion á Villafranca, combinando su movimiento con el que desde el fondo del valle del Baztan habia de verificar el general Oráa. Espartero, dice uno de sus historiógrafos, tomó el camino de Durango y tocó sucesivamente en Vergara y Mondragon, haciendo aquí alarde de sus fuerzas para imponer á las enemigas que habia en Oñate. Privado de comunicaciones, ignorando el punto en que se hallaba el general en jefe, no recibiendo tampoco aviso ni noticia alguna de las tropas auxiliares, comprendió que su situacion iba haciéndose muy crítica: avanzó resueltamente y se enseñoreó del alto de Descarga en la tarde del dia 2 de junio, decidido á esperar allí el concurso de las tropas isabelinas y las últimas y mas positivas órdenes del general en jefe.
     La posicion de Descarga, aunque muy dominante y en cierto modo inespugnable, ofrecia, sin embargo, varios accidentes y algunos peligros. En efecto, al pié de aquellas empinadas crestas se abren profundos barrancos sinuosos y cubiertos de maleza, que presentan mucha facilidad para una emboscada. Espartero adoptó prontas y eficaces disposiciones para asegurar los puntos mas espuestos, Fiados en la superioridad de sus posiciones, los soldados isabelinos descansaban de las fatigas de la espedicion, esperando los albores del día siguiente para combatir al enemigo que estrechaba vivamente á Villafranca, si bien habia relajado algun tanto el rigor del asedio para poner en observacion parte de sus fuerzas.
     Gran disgusto y profunda sorpresa produjo en las tropas isabelinas la órden de retirada dada á las diez de la noche en direccion de Vergara. El cielo encapotado y sombrío, despedia una  lluvia fina y abundante, que impelida por fuertes ráfagas de viento daba de cara á los soldados; solo la débil luz de las moribundas hogueras del campamento alumbraba el principio de esta marcha inesperada. Rompióla la division de Alava, que con el baron del Solar á la cabeza, llegó á Vergara á las diez y media, sin ser molestada por los enemigos; pero no alcanzaron igual y tan próspera fortuna los demás cuerpos. La brigada auxiliar de Navarra, que seguia inmediatamente despues el movimiento, se vió atacada por enemigos cuyo número ignoraba. Eran estos 40 caballos y cuatro compañías de infantería que el general carlista Eraso habia mandado salir de Villareal de Zumárraga bajo las órdenes de su hijo, con objeto de que observaran á las tropas de la reina. Debia ser la marcha de estas poco segura y concertada, cuando los carlistas con tan escaso caudal de gente concibieron el proyecto de caer sobre el grueso de los isabelinos, proyecto que hubiera podido graduarse de temerario, si el éxito no lo hubiera legitimado: treparon por el cuerpo de una de aquellas eminencias, llegaron cerca del punto en que se hallaba un centinela, y al Quién vive, dado por este, contestaron aquellos con el grito de «Isabel
II»
y avanzando siempre, le desarman y se arrojan impetuosamente sobre las avanzadas de la brigada de Navarra que hacia en aquel momento un pequeño alto para tomar descanso.
      Aquellas tropas, que habian dado tantas pruebas de serenidad en combates repetidos, se sintieron sobrecogidas de terror, y arrojando las armas se pronunciaron en completa fuga. Inútil fué que el general, los jefes y oficiales hiciesen cuantos esfuerzos son imaginables para que recobrasen el valor perdido. El pánico, el verdadero pánico, que no admite lugar á la refiexion, que no ve ni oye mas que el objeto que domina al individuo, se apoderó de tal modo de las tropas, que solo 1,500 hombres de toda la division pudieron llegar á Vergara oponiendo alguna resistencia al enemig
o.      

      
Espartero tuvo que retroceder hasta Bilbao, perdiendo en aquella noche desastrosa mas de 1,000 hombres y abandonando muchos puntos importantes.
     ¿Qué es lo que pudo determinar aquella inoportuna retirada?
     Nadie lo sabe. La única razon que en su favor se aduce, es la presuncion de que los generales que debian operar con Espartero, no podrian llegar hasta el punto que les estaba designado. No habia avisos, en efecto, de que hubieran realizado ya sus movimientos: el general se creyó comprometido, y la division que mandaba, perdido el valor moral que le iban arrebatando los crecientes triunfos del bando carlista, se dejó llevar por la exageracion del ascendiente que concedian al enemigo.
      Ahora bien: ¿debió Espartero emprender su retirada, caso de que fuera absolutamente necesaria, en condiciones tales como las que eligió? ¿Eran tan fuertes los carlistas, que pudieran impedir su movimiento hecho á la luz del dia y con todas las ventajas que le daba la disciplina de sus tropas?

      
No creemos que haya semejante conviccion. Tal vez un esceso de prudencia fué lo que determinara á Espartero á retroceder; pero al darse la órden á las tropas, debieron creerse comprometidas por estremo, y al verse sorprendidas, es natural que se dejaran llevar de los mas contrarios sentimientos.
     Todas las fuerzas carlistas que habian asistido á aquella derrota, no pasaron de cuatro compañías y algunos caballos destacados en observacion de las tropas: en un momento de entusiasmo aventuraron un golpe audaz, y el resultado fué el que acabamos de esponer .
     La desgracia batia sus alas sobre el campo de los liberales. Los carlistas habian llegado á formar tropas regladas, y en tanto número, si no superior como el de las que combatian; frecuentes encuentros, todos ellos favorables á la causa del Pretendiente, les habian dado una confianza sin límites, y el gobierno de Madrid, impotente para salvar las dificultades de aquella situacion, lejos de adoptar grandes medidas que devolviesen al ejército liberal su perdido ascendiente, participó del comun desaliento, y mandó que las fuerzas que combatian en el territorio vascongado se replegasen sobre el Ebro.
     Todo el país quedó, pues, abandonado á las armas de D. CárJos Zumalacárregui sitió á Bilbao, único punto que se mantenia por la causa legítima, y fué necesario todo el heroismo de aquellos habitantes para que una plaza, á la cual iba ligado el triunfo de los beligerantes, no cayese en manos del carlismo. La inaccion dominó, pues, durante muchos dias al ejército leal, y esa inaccion impuesta por el gobierno de Madrid, debia ser tan absoluta en el concepto de este, que cuando el general Valdés dispuso que Espartero avanzase sobre Bilbao, tuvo que hacer dimision del mando en jefe del ejército por no sufrir las reconvenciones de un ministerio pusilánime. .
    La Hera, que sucedió á Valdés en tan importante mando, ordenó á. Espartero que retrocediese; pero este, que se hallaba ya casi á la vista de Bilbao, le dirigió una carta, en que, despues de encarecerle la conveniencia, ó mas bien la necesidad de hacer á los carlistas levantar el sitio, concluia con estas animosas palabras: «,Si, como no espero, Vd, desatiende el consejo de su amigo, este tirará la faja, detestará el nombre de español, y Vd. quedará cubierto de ignominia. No crea Vd. que es duro este lenguaje; lo dicta el interés de la patria: mañana en Balmaseda, aunque arda el mundo. »
    Felizmente La Hera oyó el consejo de su antiguo compañero en las campañas de América, y adelantando todas las fuerzas que se hallaban disponibles, se presentaron sobre Bilbao, obligando á los carlistas á levantar el sitio sin disparar un tiro.
    La batalla de Mendigorría concedió una gran parte de su gloria para el general Espartero que mandaba el ala izquierda; y si aquella batalla, por tantos conceptos gloriosa, no abrió la tumba á la causa del carlismo, no fué ciertamente por culpa del general
cuya historia vamos relatando á grandes rasgos. A haber seguido sus consejos, no se hubiera detenido el alcance del enemigo, dejándole en completa libertad para rehacerse y proseguir con empeño la guerra fratricida.
    Críticas, por estremo severas y hasta injustas, sobre  los castigos impuestos á algunos soldados que habian faltado á sus deberes, entregándose al robo y al saqueo, fueron causa, pues no hay nada que lo esplique, de que Espartero fuese reemplazado en el mando de la division que operaba en Vizcaya, por el general Lacy Evans; pero el importante triunfo que alcanzó en Orduña sobre las fuerzas mandadas por Eguía, hicieron borrar bien pronto la impresion que habian causado en ciertos ánimos sensibles los fusilamientos antes referidos.
    La importancia de este glorioso combate, en que la fama de Espartero recobró todo su brillo, nos obliga á reproducir el relato que de él hace un distinguido escritor:
     «Supo  Espartero, hallándose á la cabeza de la segunda division y la brigada de vanguardia, consistentes ambas en doce batallones y dos escuadrones de lanceros, que el general carlista Eguía dominaba la línea de Amurrio á Orduña con veinte batallones, habiendo adelantado sobre ese punto un batallon castellano y dos escuadrones. Ocurrióle desde luego al jefe isabelino la idea de practicar un fuerte reconocimiento sobre Orduña, trabando serio y formal combate en el caso de que elI enemigo se opusiera con el grueso de sus fuerzas. Se puso en marcha en la mañana del dia 5, y Ilegó con sus tropas á la cima de la peña de Orduña, gigantesco antemural de granito, puesto allí como para proteger á la ciudad de los hombres y de los elementos.
    »Figurábanse los carlistas que los isabelinos no emprenderian el descenso de la peña para caer en brazos de sus veinte batallones; pero se engañaron.
    »Espartero escalonó las dos brigadas de la segunda division sobre el cuerpo de la peña, y al frente de la vanguardia y de los escuadrones de húsares, avanzó sobre Orduña. Al observar este movimiento, los carlistas mejoran sus posiciones y pretenden disputar á las tropas de la Reina el paso de la carretera, y al efecto adelantan dos escuadrones hasta el pié de la venta de Tertanga, y una compañía ocupa las casas del pueblo del mismo nombre y las alturas de la derecha, dispuestos aquellos y esta á hacer firme rostro á  sus enemigos.
    »Espartero que ve la situacion de las tropas carlistas, lanza sobre ellas dos compañías del Infante y de la Princesa, y al propio tiempo desciende al trote seguido de los húsares, y se precipita en el llano para arrollar los escuadrones enemigos. Pero estos buscando el apoyo de la ciudad se replegan aceleradamente sobre ella. Persíguelos el general isabelino á rienda suelta, y las lanzas de sus soldados casi tocaban ya la espalda de los carlistas, cuando la infantería de estos, oculta detrás de unas tapias, fulmina fuego terrible, que, si no desconcierta, desune al menos las filas de los húsares. Entonces Espartero manda hacer alto, y practicar un movimiento retrógrado, con el fin de atraer al enemigo. Reputando este por retirada lo que no era mas que un ardid, sale de sus improvisadas trincheras y se presenta á cuerpo descubierto al frente de los húsares. Espartero conoce el valor de aquellos momentos, y cae sobre los carlistas con ímpetu y decision tales, que, sin ser poderosos á  resistirle, se desbandan unos, perecen otros debilitada ya la resistencia por el desórden, y los mas afortunados logran penetrar en Orduña, creyendo lograr allí un asilo para salvar su vida ó un buen sitio para restaurar su honor. Y ambas cosas podian lograr, si encerrándose en el fuerte edificio de la Aduana, daban tiempo á que acudieran en su auxilio los numerosos batallones reconcentrados á una legua dé distancia. Pero este peligro tan probable no retrae al intrépido general de la Reina; comprende que es posible apoderarse de Orduña por un golpe de mano, y dando él mismo el ejemplo, entra en la ciudad acompañado de unos cuantos ginetes, mientras los demás se apresuraban á seguir este movimiento arriesgado. Opusieron los carlistas menguada resistencia, pues no viéndose protegidos por algunas de sus fuerzas huyeron por la puerta de Bilbao. Durante todo el tiempo de la accion, esperimentaron sensibles bajas ambos combatientes, si bien fué mucho mas considerable la de los carlistas, pereciendo de ellos cerca de 600 campeones al defender la entrada de la ciudad.»
    La crudeza del invierno hizo detener las operaciones, pero habiendo reunido en marzo hasta 17 batallones ganó sobre los enemigos la importante y reñida accion de Unzá, terminada con la mas brillante carga á la bayoneta, carga en que combatieron cuerpo á  cuerpo al arma blanca dos grandes ejércitos, y en que la victoria quedó por el que mandaba el general Espartero.
    No hablaremos de la gloriosa parte que cupo á aquel ejército en la batalla de Arlaban; en ella le tocó la mas difícil y gloriosa de aquella gran jornada, como decia en su comunicacion el general Córdoba. Sus tropas no perdieron jamás el palmo de terreno que con tanta pena llegaban á adquirir, y aquel dia conquistaron una reputacion de invencibles.
    Tanto valor, tanta pericia y tanto arrojo fueron recompensados con el empleo de teniente general. .     

    
El nuevo teniente general, que seguramente no esperaba verse al frente del ejército de operaciones, se halló sorprendido á los pocos dias con tan importante cargo. El general Córdova, movido por razones cuya esplicacion no nos incumbe, renunció el mando que que venia desempeñando, y al partir para Madrid, lo dejó en manos del espresado general.
    Ardua era la mision que este iba á echar sobre sus hombros: aquel ejército, falto absolutamente de recursos, combatido por la desnudez y el hambre, sin medicamentos ni camas para los heridos, tenia que llevar á cabo la empresa verdaderamente heróica de desalojar de fuertes posiciones á un enemigo superior en número, y que contaba con todas las ventajas de la disciplina y de la posesion del país en que acampaba.
    Un incidente bastante importante vino á retrasar el instante de que ambos ejércitos midieran todas sus fuerzas. El general carlista Gomez emprendió una de aquellas espediciones que le acreditaron de jefe esperto y atrevido. Desprendiéndose con una fuerza considerable del núcleo del ejército carlista, emprendió una marcha sobre la falda de la cordillera cantábrica y penetró en Oviedo, encaminándose despues al reino de Galicia. Espartero, lanzado en su persecucion, no pudo alcanzarlo hasta mes y medio despues de haber abandonado el campamento isabelino: tanta era la celeridad de las marchas y contramarchas del general carlista.
    Alcanzóle en Ezcaro, y pocos dias despues en Oceja de Sajambre; pero la resistencia de Gomez á empeñar ningun sério combate impidió que el triunfo de los isabelinos pasase de cogerle algunos centenares de prisioneros. Fué tambien parte á ello la mala situacion de los caminos; mas que todo el lamentable estado de las tropas que llevaban 50 dias de marcha, casi descalzas y mal alimentadas; y por último, el haber caido el general atacado de la dolencia que le ha combatido durante toda su vida.
    Trasladado en una camilla á Lerma y desde allí á Logroño, marchó restablecido apenas á tomar el mando del ejército del Norte en que habia sido confirmado, al mismo tiempo que el gobierno le conferia el cargo de virey de Navarra y capitan general de las Provincias Vascongadas.
    No hay que decir que el nuevo gobierno no habia mejorado en nada la situacion material del ejército. Espartero lo encontró, como lo habia dejado, falto de todo, inferior en número á sus enemigos, y obligado á tomar una ofensiva vigorosa, si la disciplina no habia de relajarse, dejando á la vocinglería y malas pasiones de partidos intrigantes el triunfo del Pretendiente.
    iTriste cosa es que en esta España, donde todos los pechos arden en amor á la patria, la exageracion á que llevamos todas las ideas, la fatal tendencia á resolverlo todo menos por el cálculo que por el sentimiento, haya perjudicado siempre al triunfo de las causas verdaderamente patrióticas! Todos los partidos, todos los españoles interesados en la terminacion de la guerra, pedian una accion rápida y enérgica; los unos, porque creian comprometer así al gobierno; los otros, porque no querian admitir mas dilaciones, contando con que ya habian hecho bastantes sacrificios. Ni unos ni otros, ni mucho menos los gobiernos todos de aquella época azarosa estuvieron á la altura de su mision. «Los ejércitos, ha dicho un escritor satírico, se forman por el vientre; para sostener la guerra y obtener un pronto triunfo se necesitan tres cosas: dinero; dinero y mas dinero, ha dicho otro escritor no menos crónico y profundo. Estos verdaderos axiomas de la ciencia militar eran desconocidos por los hombres que en el poder ó á la espectativa de él se entregaban á estratagemas inocencentes ó á recursos ilusorios para terminar la guerra,
    El ejercito del Norte, reanimado, ya que no por los recursos pecuniarios, por la presencia de un jefe activo y valeroso, que le inspiraba una entera confianza, se puso en marcha para hacer levantar el sitio que los carlistas habian puesto á Bilbao por segunda vez. No eran mas que 15 batallones y los carlistas contaban con 23; sin embargo se marchó con decision. El hambre les hacia detenerse en algunos puntos: sin embargo se siguió avanzando. Horrorosos vendabales de agua y nieve disputaban el paso á aquel ejército descalzo y mal arropado: sin embargo, se Ilegó á la vista de Bilbao y comenzó la espugnacion de los inaccesibles reductos defendidos por la gruesa y numerosa artillería carlista.
    ¿Habremos de detenernos á narrar una por una aquella série de gloriosos combates, de heróicos prodigios y de titánicos esfuerzos que cubrieron de gloria al ejército español y llenaron de admiracion á Europa? Muy á nuestro pesar tenemos que renunciar á ello, pues ya se han referido en el curso de esta obra; pero no  podemos menos de rendir aquí un tributo de admiracion al ejército y al general que llevaron á cabo tan memorable empresa.
    La derrota del ejército carlista, terminada con la carga mas brillante de que hay ejemplo en la moderna história militar, fué la señal de la derrota de los ejércitos del Pretendiente. Si no puede decirse que aniquiló su poderío, le privó de toda probabilidad de triunfo. La discordia, compañera inseparable de la desgracia, surgió en el campo de D. Cárlos, porque como no podia atribuirse en el fuero de la justicia la derrota á la falta de elementos, se atribuyó á la falta de tino en emplearlos. Por otra parte, como la reaccion de un esfuerzo violento produce siempre una gran debilidad, los mas fieles partidarios del infante cayeron de ánimo, y cayeron tanto mas cuanto mas ardientes habian sido sus esperanzas y mas fundadas sus aspiraciones. El crédito, fuente de muchos recursos materiales con que contaba D. Cárlos, sufrió una fuerte conmocion, y desde entonces se fué estinguiendo poco á poco: las mismas provincias vascongadas, cuna de la guerra, empezaban á fatigarse en vista de su prolongacion, y estas causas reunidas motivaron despues un movimiento de los carlistas sobre el centro del reino, que perdió mucho de su imponente carácter por ser obra de una necesidad estrema.
    En la mIsma proporcion y contraria escala fué el efecto que produjo en todos los que seguian la causa de la reina Isabel. Nadie hubo que no admirase la heróica intrepidez de los bilbainos, y el ardor y constancia de las tropas y las cualidades del general en jefe. La reina gobernadora espidió con fecha 3 de enero un decreto encomiando á todos los que habian tomado una parte activa en aquella difícil y empeñada empresa, dándoles las gracias en su real nombre, y concediendo al general Espartero la merced de título de Castilla, con la denominacion de conde de Luchana y vizconde de Banderas, para él y sus descendientes por el órden regular. Las Córtes que á la sazon se hallaban reunidas, declararon que los defensores de Bilbao, el general en jefe y las tropas de mar y tierra habian merecido bien de la patria, y no pareciéndoles cumplida prueba de su reconocimiento esta manifestacion, dispusieron que su presidente D. José María Ferrer dirigiese al general Espartero una carta congratuloria. En ella está el siguiente párrafo que prueba el concepto que se habia formado del rasgo de Espartero en las altas horas de la noche del 24. «Un momento soló, la resolucion de un instante valen tanto como la vida del mas distinguido general. Cuando despues de una prolongada y sangrienta lucha habia la fuerza de los elementos reducido ya á la impotencia á unos y á otros combatientes, V. E. se atrevió á  pensar que se podia romper aquella tregua que la naturaleza hacia necesaria. Lo pensó y lo hizo. V. E. fué inspirado por la patria y los soldados españoles entendieron esta inspiracion. Bilbao se salvó, la memoria de cuantos han contribuido á ello será eterna».
     Tales fueron las consecuencias del levantamiento del sitio de Bilbao. La nacion lanzó un grito de júbilo; pero la guerra no habia terminado. El ejército de Espartero quedó notablemente quebrantado, y hasta que estimulado el gobierno por el triunfo, mandó considerables refuerzos, no pudieron conseguirse los resultados deseados. Duplicadas las fuerzas de Espartero y aumentadas considerablemente las que tenian en Pamplona y San Sebastian Sarsfield y Lacy Ewans, pensóse en un movimiento combinado de los tres. La operacion, era arriesgada y difícil, pues vista la gran inferioridad de las fuerzas de los generales ingleses, era esponerlos á un descalabro cierto en el caso muy probable de que no cayeran todos tres á un mismo tiempo sobre el ejército carlista.
    Así sucedió en efecto, el general Lacy fué el primero que se puso al alcance del ejército mandado por D. Sebastian Gabriel, y á no ser por haber podido retirarse á la plaza de que habia partido hubiera sido completamente destrozado. Sarsfield, que habia avanzado hasta Lisazo, tuvo tambien que retroceder hasta Pamplona; solo Espartero pudo oponer una tenaz resistencia en Zornoza á la impetuosa acometida de todas las fuerzas carlistas, considerablemente aumentadas y hábilmente dirigidas, y regresó á Bilbao despues de once horas de combate.
    Frustrado el plan anterior, que no habia obtenido nunca la aprobacion de Espartero, pensó este en poner por obra otro de mayor eficacia, que consistia en trasladar su ejército desde Bilbao á San Sebastian, y reunido allí con las fuerzas de Lacy empujar al ejército carlista sobre las tropas que defendian el paso del Ebro, y obligarlos á una batalla decisiva, ó bien forzarlos á que abandonasen el país, viniendo á tierra llana de Castilla, donde la superioridad de la caballería leal aseguraba el triunfo. Así sucedió en efecto. Reunidas las fuerzas de Espartero y Lacy, pudieron ganar las posiciones de 0riamendi, Hernani, Irun y Fuenterrabia. Los carlistas se anticiparon, sin embargo, á las maniobras de Espartero, y dejando 30 batallones en el territorio vasco-navarro, emprendieron con otros diez y seis la famosa espedicion, que á las órdenes del mismo Pretendiente Ilegó á las puertas de Madrid.
    Habiéndose dirigido en demanda de Aragon el ejército espedicionario, pudo llegar  á Huesca, y a haberse cumplido las prescripciones de Espartero, que habia mandado entretener la marcha de D. Cárlos hasta que él llegase á sus alcances, hubiera sido indudablemente derrotado; pero el arrojo temerario del general Leon proporcionó á los carlistas la victoria de Huesca, permitiéndoles incorporarse con Cabrera y difiriendo el resultado de la operacion.
    Espartero, que se habia dirigido sobre Pamplona desde Hernani, halló tal resistencia en el camino, que tardó cinco dias en recorrer un trayecto de diez leguas . Sin embargo, esta marcha escedió todos los cálculos, pues, segun dijo el veterano Sarsfield, habia llevado á cabo una empresa cuyo proyecto hubiera arredrado al general de mayor reputucion. Al llegar á Haro, supo la espedicion de Zariátegui sobre Castilla y su entrada en Segovia. Cumpliendo con las órdenes del Gobierno, se dirigió á fijarse en Calatayud, punto desde el cual podia acudir rápidamente al auxilio de la capital de la monarquía y al de las provincias de Aragon y Valencia. Instado nuevamente por el Gobierno, forzó sus marchas, y el 12 de agosto entró en Madrid, siendo recibido con indecible júbilo por sus habitantes. Madrid estaba á cubierto de todo golpe de mano; las tropas, victoriosas en tantos combates, fueron objeto de una ovacion completa; pero los hombres políticos que no perdonan medio alguno, por reprobado que sea, para conseguir el triunfo de sus cábalas, pusieron sus miras en aquel ejército y en el jefe que simbolizaba todas sus glorias.
    Hiciéronse á este, hasta entonces apartado de la política, proposiciones halagüeñas por parte de los que aspiraban á derrocar al ministerio; pero ya que nada pudieron conseguir del jefe, se dirigieron á los subordinados. El aspecto de aquel ejército, que demostraba en sus desgarradas vestiduras las penalidades á  que vivia sujeto, escitó vivas reclamaciones en las Córtes, y el ministro de Hacienda Mendizabal, que fué seguramente el único que dió algun nervio á la guerra, allegando hombres y dinero, tuvo la desdicha de decir en un arranque de coraje que aquellas quejas eran infundadas, que cada oficial llevaba un cinto de onzas.
   Aseveracion tan gratuita, cuando el ejército se hallaba lleno de privaciones, fué la señal de la esplosion . Los oficiales de la Guardia Real, acantonada en Pozuelo y Aravaca, se negaron á marchar y pidieron su retiro. Otorgóseles al punto; pero arrepentidos bien pronto de su proceder, los oficiales de la primera brigada pidieron
ser conducidos frente al enemigo para restaurar de esta manera su reputacion militar; intercedieron por sus compañeros de armas que habian pedido y obtenido su retiro; pero al poner estos por condicion para ingresar de nuevo en sus cuerpos, que habia de retirarse del poder el ministerio Calatrava, se comprendió que obedecian á instigaciones estrañas al ejército.
     Este incidente tuvo mas importancia de la que da á entender su simple narracion. El ministerio Calatrava se sintió herido vivamente por la conducta de los oficiales de la Guardia; al mismo tiempo que Seoane acusaba de lenidad al general Espartero, Mendizabal, dejándose llevar de su fogoso carácter, esclamaba que debia fusilársele, y que si se le daba la libertad necesaria para obrar, él se comprometia á hacerlo con los mismos soldados que estaban á sus órdenes. Las polémicas habidas en las Córtes y en la prensa, se fueron agriando por momentos, y al fin se resolvieron con la caida del ministerio Calatrava.
     Era la primera vez que la personalidad de Espartero influia en la política. Habíase mostrado liberal ardiente desde el momento en que fué restablecida la Constitucion de 1812; pero ocupado en cuerpo y alma en las operaciones del ejército, su influjo no habia pasado mas allá de las líneas de su campamento. Su estrella le habia traido á Madrid; la marcha misma de los sucesos le obligó á mezclarse en las contiendas políticas, y de general en jefe del ejército pasó á la Presidencia del consejo de ministros.
    Grandemente sorprendidos debieron quedar con este nombramiento los que le habian buscado para servir de contrapeso al ministerio Calatrava. Espartero se mostró desde el primer momento tan liberal ó mas que el ministerio anterior; pero las necesidades de la guerra y la agitacion que dominaba al ejército, tanto por no mejorar su situacion precaria, como por ver creciente la pujanza del carlismo, le obligaron á marchar al teatro de las operaciones. Escalera, Sarsrfield y otros muchos jefes del ejército, habian sido víctimas de la soldadesca amotinada: parecia que el ejército se hallaba poseido del delirio de la desesperacion, y si pronto no se restablecia la disciplina, era probable que la causa del carlismo ganase la partida.
    Espartero marchó, pues, al teatro de la guerra, y su primer cuidado fué dirigir una ardorosa proclama á las tropas de su mando, condenando los desmanes cometidos; hizo algunas reformas en la parte material del ejército, y comprendiendo que lo que principalmente debia restablecer su cohesion era el laurel de la victoria, activó los preparativos de su marcha para caer con todo el peso del ejército sobre el que acaudillaba el Pretendiente.
    Este, que habia recorrido los territorios aragonés y valenciano, venia por Cuenca y Tarancon á arrojarse sobre Madrid. Espartero, forzando considerablemente sus marchas, lIegó en muy pocos días á Alcalá de Henares, y allí dió vista al ejército de D. Cárlos, que no se atrevió á empeñar una batalla, y movió su campo en demanda de las provincias vascongadas. Madrid se vió al fin libre del tremendo enemigo que le habia estado amenazando, y acaso por devolverle una entera confianza, ó mejor por reponer á su ejército de las penalidades de la violenta marcha que acababa de hacer, vino á alojarse á Madrid, en lugar de estrechar al enemigo. Cuatro dias permaneció en la córte aquel ejército, cuyas penalidades nunca hallaban fin, y repuesto ya considerablemente marchó otra vez en busca del carlista.
    No es fácil esplicar por qué D. Cárlos se empeñó en su retirada en apoderarse de Guadalajara. ¿Era que se veia lastimado en su honra militar, por no haber aceptado la batalla que le ofreció Espartero pocos dias antes á la vista de Madrid, ó que queria buscar una segura posicion para evitar su retirada de Castilla? Seguramente, si Cárlos hubiese podido apoderarse de aquel punto y atraer allí la mayor parte de las fuerzas que llevaban su bandera en todo el territorio que se estiende hasta los Pirineos, hubiera podido hacer cambiar el aspecto de la guerra; se hubieran hallado frente á frente, separados por una corta distancia, y contando con fuerzas casi iguales las dos córtes; pero D. Cárlos no tuvo tiempo para ello. Espartero salió de Madrid, y habiendo avistado al ejército enemigo, quiso obligarle á una batalla decisiva; mas á pesar de haberlo hostigado vivamente en Retuerta y Aranzueque,no logró conseguirlo. El ejército de D. Cárlos se vió obligado á dividirse: una parte marchó sobre la Rioja y la otra á Navarra. .
    La esperanza de poderse apoderar de la capital de la monarquía  húyó, pues, para  siempre de la tienda de D. Cárlos. El ejército isabelino iba á operar de nuevo sobre el territorio en que habia librado tantos combates. Pero antes de llevarlo á él, quiso Espartero esterminar los gérmenes de insubordinacion que que habian producido las terribles escenas de Pamplona y Miranda. Los asesinos de Sarsffield .Y Esc~lera fueron descubiertos y ejecutados: la disciplina qu~dó a'sí restablecida; mas esto no bastaba para emprender la lu~ cha: era necesario rémediar la situacion siempre precaria del ejército.
     Los soldados ápenas contaban con la racion diaria; faltaban pantalones de paño cuando ya se hacian sentir los rigores del invierno, y los zapatos eran de tan mala calidad, que difícilmente resistian una sola marcha sin romperse; las plazas y puntos fuertes guarnecidos por los isabelinos, se hallaban faltos de vitualias, y por tanto era imposible acometer ninguna empresa séria sin variar antes tan desventajosa situacion. «Si el gobierno, decia el conde de Luchana al hacer presente estos males, no procura por todos los medios hacer la guerra con ventaja, es el deber mio solicitar el nombramiento de un general que me sustituya en el mando con la robustez suficiente para contrastar las impresiones morales que en semejante estado aumentan los males de que adolezco.»
      Nada contestó el gobierno que pudiera satisfacer las justas exigencias de Espartero. El nuevo gabinete, como todos los que le habian precedido, miraba con gran indiferencia al enemigo mas terrible con que tenia que luchar el ejército, el hambre, y en lugar de hacer un esfuerzo decidido para entorpecer su accion, remitió á Espartero las bases de un nuevo plan de campaña, que es lo menos de que necesitaba el general.
       Si el ejército hubiera tenido las fuerzas necesarias para ocupar convenientemente á Vitoria, Pamplona, Durango, Villafranca y Tolosa, asegurar á Orduña y Durango y disponer de una masa que pudiera caer rápidamente sobre D. Cárlos, el éxito hubiera sido pronto y decisivo; pero este plan que era el propuesto por el gobierno, venia en la mente de todos los militares desde el principio de la campaña, y si no se habia puesto por obra, era debido á la falta de tropas en suficiente número para ello. Para cubrir los puntos y líneas que se designaban, se necesitaban fuerzas que dejaban reducidas las de Espartero á 13 batallones, y todavía tenia que atender con ellas á cubrir la orilla del Ebro, que era vadeable por 48 puntos y que debian ocuparse fuertemente si se habia de evitar el peligro de nuevas espediciones sobre Castilla.
    Antes de que pudiera acordarse nada decisivo recibieron los carlistas fuertes auxilios pecuniarios del esterior, y comprendiendo la importancia que para ellos tenia divertir la atencion del enemigo, llevando la guerra al interior de la Península é intentando nuevamente la reunion de la mayor parte de sus huestes, procuraron despedir algunas columnas que satisficieran este objeto. El general D. Basilio García pudo, en efecto, forzar la estensa y débil línea que ocupaban los isabelinos, y puso á Espartero en la necesidad de desprecnderse de ocho batallones para perseguirlo. Menos afortunado D. Carlos, halló  un obstáculo á su espedicion en el general Buerens.    
    Hízose preciso, en cambio, rechazar al enemigo de las posiciones que ocupaba cerca de Balmaseda, y este propósito acarreó una accion. Espartero llegó á Villanueva de Mena con siete batallones, y reunidas á ellos las divisiones de Latre é Iriarte, se logró completamente el objeto despues de dos dias de contínuo pelear; el ejército de la reina se cubrió de gloria, y el nombre de Espartero brilló tan alto como en sus mas memorables acciones; pero los carlistas, aunque, incapacitados para llevar á cabo laa gran espedicion que se les habia frustrado, pudieron. realizar una consistente en nueve batallones y cuatro escuadrones á las órdenes del conde de Negri.
     A travesó este el Ebro en 16 de marzo por el puente de Aldea, y en tanto que Iriarte le perseguia, marchó Espartero á cubrir las márgenes del Ebro y á esperar al mismo tiempo á los espedicionarios. Búrgos era el punto mas á propósito para este doble objeto, y en efecto, el conde de Luchana se fijó allí con su cuerpo de ejército; al cabo de 10 dias, Negri, acosado por Iriarte, pretendió acogerse al territorio vascongado; pero fué á caer en Robledo sobre las bayonetas de Espartero.
      La accion fué muy reñida; pero Negri sufrió una derrota tan completa, que quedó deshecho en pocas horas, perdiendo 2,300 prisioneros, toda su artillería, enseres y bagajes, y teniendo que buscar en la fuga la salvacion de los pocos que le seguian.
      Esparteto, que dió allí, como siempre, grandes pruebas de pericia y valor personal, contrajo un mérito brillante, salvando á las provincias del centro del grave apuro en que comenzaba á ponerlas el conde de Negri, y reconociéndolo así el gobierno, lo promovió al grado superior de la milicia.

* * *

Quedaba reducido el círculo de accion de los carlistas por esta parte de España al territorio de las provincias vascongadas. La dura leccion que Negri habia esperimentado y la reconcentracion de fuerzas sobre los límites de aquel territorio, hacian imposible el pensar en nuevas espediciones. Tanto era así, que el general Espartero se dirigió á Navarra para restablecer allí el predominio de las fuerzas isabelinas: se apoderó de Nanclares; hizo repasar el Arga á los carlistas; reportó algunas ventajas sobre el general Guergué; fortificó los puntos mas importantes de la línea, y guarneciéndolos debidamente volvió al territorio que acababa de abandonar para imprimir un vigoroso impulso á las operaciones.
    Peñacerrada, que habia sido rodeada de importantes fortificaciones; y cuyos alrededores se hallaban cuajados de reductos, debia ser vivamente defendida por las huestes de D. Cárlos. No era menos importante su espugnacion para las armas liberales, pues llevaban la probabilidad de atraer á los carlistas á una batalla general, en la cual tenian grandes probabilidades de seguir triunfantes: aun suponiendo que así no sucediera, el movimiento de concentracion que debian practicar los enemigos habia de dar una mayor facilidad á las divisiones liberales que operaban en la circunferencia del país, permitiéndoles llegar hasta el corazon del carlismo.
    Todas estas consideraciones debian hacer muy ventajosa la operacion indicada, y Espartero se decidió á llevarla á cabo. El éxito fué tan feliz como se habia previsto. Despues de tres dias de contínuo pelear, los carlistas, confiados en la escasez de municiones que se sentia en el ejército de Espartero, contaban ya con un seguro triunfo; pero el general, que comprendia lo precioso de aquellos momentos, forma en masa siete batallones, y se arroja á la bayoneta sobre las posiciones enemigas. Los carlistas suspenden su fuego hasta tenerlos á corta distancia; pero en vez de recibirlos á metralla y fuego de fusil, lanzaron sobre ellos una masa de caballería, que, rechazada por las tropas de la reina, dió á estas la ocasion de verificar un rápido movimiento que las hizo dueñas de todas las posiciones. Efectivamente, antes de que acabaran de entrar en sus líneas los ginetes de D. Cárlos, el intrépido general se puso á la cabeza de varios escuadrones y se arrojó sobre las posiciones enemigas. Fué el ataque tan breve y tan violento, que los carlistas, no teniendo tiempo aun para volver de su sorpresa, huyeron desconcertados, dejando sobre el campo 300 de los suyos con toda su artillería, trenes y bagajes y 800 prisioneros. Las tropas de Don Cárlos evacuaron sigilosamente la plaza, y Peñacerrada quedó en poder de la causa legítima.
    El hecho de que acabamos de hacer una ligera referencia, fué de grandísima importancia. Los carlistas perdieron entonces la llave del Ebro por aquella parte; quedaron circunscritos á un territorio mucho mas estrecho, y por último, vieron nacer en su seno la discordia, que es casi siempre compañera de la desgracia. Habia quedado derrotada allí la parte mas ardiente del bándo carlista, parte acaudillada por el general Guergué, y naturalmente el bando que le hacia la guerra dentro de la misma córte de D. Cárlos, aprovechó esta oportunidad para tomar la direccion de los negocios militares.
    Siguiéronse de aquí luchas violentas, que de los jefes trascendieron á los cuerpos y á los soldados mismos, produciendo la desmoralizacion, los escesos y todos los síntomas que podian dar á demostrar la rápida y
completa decadencia de la causa de D. Cárlos. Su ejército se habia limitado ya á la defensiva, y Espartero, que comprendia ser este el único papel que le quedaba, acometió la empresa, por tantos conceptos atrevida, de apoderarse de Estella.
    Era esta la córte de D. Cárlos, y ya se comprende cuán importante debia ser su ocupacion por las tropas dehla reina. España entera fijó su vista en aquel punto, y la Europa consideró el éxito de la operacion como decisivo. Las victorias obtenidas por Cabrera en el Maestrazgo, hicieron que el gobierno mandara á Espartero detenerse cuando se hallaba casi á la vista de tan importante punto; pero lo que no resolvióla fuerza de las armas, lo llevaron á efecto las mismas divisiones de los carlistas.
    La parte mas fanática de la córte de D. Cárlos se hallaba mal avenida con que se hubiera confiado la direcion del ejército á un jefe del carácter templado de Maroto Querian á todo trance que se repusiese en ella al general Guergué, y al efecto trabajaron sigilosamente cerca de D. Cárlos. Pero Maroto, que contaba con la adhesion del ejército, tuvo el valor suficiente para coger y fusilar a los que conspiraban contra él, y hasta para imponer á D. Cárlos la aprobacion de aquellos hechos. Esta aprobacion no podia ser sin embargo mas que perentoria: Maroto comprendia que estaba perdido sin remedio, y que en la primera ocasion en que pudieran sus enemigos derrocarle, cosa muy fácil, dadas las tendencias de D. Cárlos, le harian sufrir la pena del talion.
    Espartero, á quien no pudieron escaparse acontecimientos de tanta trascendencia, comprendió que podia sacar un gran partido de la terrible situacion del general carlista. Brindóle, en efecto, con la oliva de la paz, prometiéndole para él y todos los que le siguiesen las mayores ventajas que podian apetecer; pero Maroto impuso como condicion el casamiento del hijo mayor del Pretendiente con la reina Isabel, y como era natural, quedó interrumpida toda negociacion, pues Espartero no podia acceder á ello ni mucho menos á entregar en rehenes una plaza, como pedia el general Maroto.
    La fuerza de las armas iba al parecer á decidir de nuevo el éxito de la lucha. Espartero emprendió la ofensiva: los fuertes de Ramales y Guardamino, que constituian la llave de las posiciones carlistas en la provincia de Santander, y á cuyo amparo podian lanzar espediciones sobre toda la costa cantábrica, fueron el objeto de sus primeras operaciones. La empresa era verdaderamente gigantesca: ambos fuertes ocupaban el centro de un anfiteatro formado por diversas colinas, fuertemente ligadas entre sí, con robustos atrincheramientos defendidos por una poderosa artillería. Sus fuegos enfilaban la carretera, única línea que permitia el paso á las tropas, y que á mas de desarrollarse en repetidas curvas, estaba cortada en varios puntos. Como coronamiento de este sistema de defensas, tenian los carlistas fortificada una estensa cueva: á cuyo abrigo podian hacer un vivo fuego de artillería sobre las tropas que avanzasen por la carretera, á la cual enfilaban perfectamente.
     Nada de esto fué bastante, sin embargo, para contener la ruina de la causa carlista: despues de heróicos y reñidos combates, que duraron diez dias de trabajos prodigiosos, de terribles acometidas y de vigorosa resistencia, el fuerte de Ramales cayó en poder del general Espartero, que en lo mas crítico de un combate encarnizado se lanzó con su escolta sobre las trincheras; el otro, gracias á los esfuerzos del general O'donnell, que á la cabeza de varios batallones tomó todas las defensas esteriores, tuvo que ser evacuado por la guarnicion. La mortandad de los carlistas fué grande: los que se salvaron de las balas del ejército leal, fueron á caer en su precipitada fuga en las aguas de Riodova y solo unos pocos lograron atravesar el puente y reunirse con las fuerzas de Maroto, que babia permanecido á corta distancia, presenciando impasible aquel tremendo combate.
    El triunfo fué por todos conceptos importante; la causa carlista dió un paso inmenso hácia su tumba, al mismo tiempo que la de Isabel II se elevaba sobre las altas cimas de aquellas montañas. El ejército del Norte adquirió una gran fuerza moral, y con ella la seguridad del triunfo. El conde de Luchana agraciado con el título de duque de la Victoria y con la grandeza de España de primera clase por aquel brillante hecho, comprendió que no debia desperdiciar el abatimiento de los carlistas, en favor de la idea tras que se habia venido negociando antes de emprender las operaciones felizmente terminadas. No era Maroto el único que abrigaba ideas desfavorables al éxito de la guerra, y propicias por tanto á la pacífica terminacion de la contienda; Espartero hizo comprender á todos la necesidad de su triste situacion, la ninguna esperanza que podian tener en el triunfo, la adversa suerte que esperaba á Maroto y á todos sus amigos en el caso muy probable de que la parte fanática del bando carlista recobrase el mando del ejército; y por último, no solo las ventajas personales, que podian reportar reconociendo á la reina y pasando al ejército con sus grados y empleos, sino tambien el gran beneficio que harian á la nacion poniendo fin á una guerra tan desesperada como desastrosa. La verdad es, que la nacion estaba ya cansada de una lucha de siete años de resistencia, y mas que ella lo estaban las provincias que habian servido de campo de batalla: la voz de paz y fueros se habia dejado oir en el territorio vascongado, y ante aquel cúmulo de causas diferentes, y á cual más poderosa, conjuradas todas contra la causa de D. Cárlos, debia suceder de una manera fatal y necesaria lo que en efecto sucedió.
    El general Maroto prestó oidos nuevamente á las proposiciones del victorioso general en jefe; pero vacilando todavía, le dió tiempo para que continuase sus operaciones y se apoderase de Orduña y Amurrio, con otros puntos importantes que le aseguraron por completo la posesion del país conquistado. Maroto quiso hacer un ensayo de resistencia en Areta; pero esto no hizo mas que empeorar su situacion. El general Leon maniobraba coni fortuna en el territorio de Navarra; el general Castañeda estrechó tambien su círculo por las Encartaciones, y en fin, las tropas de D. Cárlos quedaron reducidas á un espacio tan pobre como sus esperanzas. Los síntomas de insurreccion y de protesta que se levantaron contra Maroto en algunos cuerpos del ejército carlista, fueron la señal de la consumacion de la obra. Maroto, no pudiendo retroceder ya en el camino que habia emprendido, activó las negociaciones acompañado por el general Latorre, que ofrecia la sumision de ocho batallones vizcainos, y el 29 de agosto de 1839 quedó definitivamente concertado el célebre Convenio de Vergara, por el cual quedaban reconocidos todos los grados y empleos á los jefes y oficiales que depusieran las armas, dejando pendiente la cuestion de fueros para la resolucion de las Córtes. Maroto, Latorre y Urbiztondo se presentaron el 31 de agosto en los campos de Vergara, seguidos de las divisiones castellana, vizcaina y guipuzcoana, y depusieron las armas ante el ejército de Espartero que los recibió en sus brazos. Un grito inmenso de júbilo resonó por toda la Península: el duque de la Victoria ciñó á su frente un nuevo laurel, y el esquisito tacto con que condujo las negociaciones, le hizo adquirir una reputacion de hábil y prudente, no menos gloriosa que la que le habian proporcionado los repetidos triunfos de siete años de campaña.

* * *

    D. Cárlos, rodeado de un corto número de soldados, no pudo resistir por mas tiempo en aquel país, y tuvo que emigrar á tierra estraña para no volver de ella jamás; pero quedaban por apaciguar los territorios de Aragon, Valencia, Cataluña, donde el general Cabrera continuaba sosteniendo con ánimo esforzado el pendon del Pretendiente. Era el célebre y temido guerrillero la última, aunque vana esperanza de los carlistas, que no querian doblegarse á la fuerza del destino; su firmeza de carácter, su decision y arrojo y la pericia que habia demostrado constantemente en los combates, merecian por completo la confianza en él depositada. Mas, ¿de qué habian de servirle todas aquellas cualidades ante un ejército de 50,000 hombres, enardecido por el triunfo, instado por el deseo de poner fin á la guerra y auxiliado por los distintos cuerpos que hasta entonces habian tenido á raya al caudillo tortosino? Apenas hubo Espartero puesto en órden las cosas de Navarra, dirigióse á Zaragoza (era el mes de setiembre) donde fué recibido con estremado júbilo. La campaña debia ser rápida y decisiva, y con objeto de no verse en la necesidad de interrumpir sus operaciones por los rigores del invierno, que aquel año se habian anticipado, difirió el rompimiento de las hostilidades hasta el mes de marzo. Formó entretanto una estensa línea que abrazaba las provincias de Aragon y Valencia, protegiendo de un golpe á Castilla la Nueva y cerrando la comunicacion con el territorio de Cuenca; adoptó al mismo tiempo las medidas necesarias para abastecer el ejército; estableció el bloqueo de los principales puntos fortificados, y para ponerse en actitud de maniobrar vigorosamente cuando declinara el frio, trasladó su cuartel general al Mas de las Matas. Desde aquel punto podia llegar en breve á Segura y Castellote, últimos y seguros baluartes del carlismo en aquella region.
    Era Segura una verdadera plaza, asentada sobre una empinada roca con cuatro recintos de mampostería y coronada por la torre del Homenaje; la fortaleza tenia grande importancia por ser la llave de una estensa línea y por cerrar el paso hácia el corazon del país. Cabrera se proponia defenderla hasta el último estremo; pero una grave enfermedad le impidió el intentar acudir á su socorro.
    Llegó Espartero en los últimos dias de marzo al frente de la plaza con un numeroso tren de artillería y todas las fuerzas que conceptuó necesarias para la espugnacion. Pocos dias despues quedaron levantadas ocho baterías, á pesar de los nutridos fuegos de los sitiados y el 26 de marzo abrieron los sitiadores un fuego tan terrible, que se vinieron abajo lienzos enteros de muralla. La defensa era locura ante los poderosos medios que para combatirles se habian acumulado, y faltos los carlistas de toda esperanza  de socorro, dominados por el desaliento y la desmoralizacion, solo aspiraron á obtener una capitulacion honrosa; ni aun esto pudieron conseguir, y puestos en la alternativa de entregarse en el término de ocho minutos ó ser pasados á cuchillo, se rindieron sin condiciones. Espartero plantó con su mano sobre la torre del Homenaje el estandarte de Castilla que llevaba: el primer regimiento de la Guardia, dirigiendo á sus tropas palabras llenas de fuego y entusiasmo.
    «Soldados, dijo; el pendon de Castilla vuelve á tremolar sobre los muros que un momento ha servian de asilo á la rebelion. Tan hermoso triunfo solo es debido á vuestro valor y sufrimiento: la reina cuenta desde hoy con un obstáculo menos para la paz. Valientes camaradas; viva la Reina, viva la Constitucion. »
    Tomada Segura, reclamaba Castellote la atencion del caudillo victorioso. Esta fortaleza se levanta sobre un escarpado y colosal peñasco, inaccesible en todas direcciones. En la parte oriental se elevaba sobre las fortificaciones una torre de sólida y grosera arquitectura y á medio tiro de fusil la ermita llamada de San Cristóbal, que habia sido fortificada con esmero, enlazandola al recinto con una caponera aspillerada. El pueblo se estendia en anfiteatro por la falda de aquella empinada roca, y en todos los alrededores solo se hallaba un punto, el cerro del Calvario, desde el cual pudiera combatirse, aunque difícilmente, la elevada fortaleza.
    A penas llegaron los isabelinos á la vista de CastelIote, venciendo dificultades sin número para hacer pasar la artillería, izaron los carlistas sobre la torre del castillo una bandera negra. Se habian apoderado del pueblo y del cerro del Calvario, contaban con víveres y municiones para mucho tiempo y fiados en la fortaleza de sus defensas, habian resuelto sostenerse á toda costa. Harto demostraron los hechos esta resolucion llevada á cabo mas allá de los límites del valor; pues rayó en temeridad, en alarde de despreciar la vida y de posponerlo todo al cumplimiento del mas ciego deber.
    Todo debia ser inútil, sin embargo. Espartero llevaba 30 batallones, un inmenso tren de artillería y cuantos medios podian exigirse para la espugnacion de una plaza aun mucho mas fuerte que aquella. Así es que nada bastó á contener su empuje.
    Situadas las primeras baterías despues de vencer las dificultades del terreno, los carlistas tuvieron que desocupar, primero el pueblo y despues la ermita y cerro del Calvario, encerrándose en el castillo. Conforme iban recejando se levantaban nuevas baterías, y el fuego era cada vez mas terrible. La torre del Homenaje se vino abajo con terrible estrépito y las murallas se derruian por todas partes: mas no por esto disminuia la entereza de los defensores. Trabajaban noche y dia para reparar los desperfectos causados por los cañones isabelinos; los sacos de arroz y vituallas que no esperaban ya emplear en su alimento les servian para formar parapetos en los claros ábiertos por las balas rasas, y allí donde no era posible cubrirlos de otro modo, salian á cuerpo descubierto á desafiar la muerte con la sonrisa en los lábios. Aquello era una locura; el delirio del heroismo.
    Firmes sostuvieron el asalto dado al derruido edificio situado al Este de la fortaleza; firmes se mantuvieron hasta haber perdido la mitad de su gente; mas una noticia horrible les hizo abandonar las armas. Los zapadores del ejército liberal habian abierto una mina bajo la torre del Homenaje, y de un momento á otro iba á estallar lanzando por los aires, no solo la torre, sino una gran parte de las fortificaciones: ¿qué podian hacer los sitiados? Su honor militar estaba con creces satisfecho; la esperanza de un próximo auxilio no existia; la probabilidad del triunfo no cabia en ninguno de aquellos denodados corazones. Era inútil resistir mas, y los sitiados, suspendiendo el fuego, enarbolaron bandera blanca.
    Aquel puñado de valientes, rendidos á discrecion, fueron tratados con toda la consideracion que su infortunio merecia, y Castellote quedó por la causa liberal, dejando en la historia de los fastos militares una página gloriosa.
    Este nuevo triunfo redobló las probabilidades de poner pronto fin á la campaña. Al paso que Espartero aumentaba sus medios de ataque, reconcentrando tropas cada vez mas fuertes por el número y el ascendiente moral, los carlistas veian disminuir su gente mas desanimada de dia en dia, y reducirse el círculo de su accion. Cabrera, apenas restablecido de su grave enfermedad, reunió en consejo en Mora á sus principales jefes, y el acuerdo, como no podia dejar de ser, fué limitarse á la defensiva de aquellos puntos que ofrecian mas probabilidad de resistencia. Cantavieja fué evacuada, y apenas se habian reconcentrado una buena parte de sus fuerzas en Morella, se presentó Espartero delante de esta plaza al frente de 50 batallones y 100 piezas de artillería.
    Era Morella de gran ventaja estratégica, cuna del caudillo que mas ardorosamente y con mayor fortuna sostuvo la bandera de D. Cárlos, y capaz de sostener un largo sitio por el esmero con que habia sido fortificada. Dábanle guarnicion 1,500 hombres escogidos, mandados por jefes espertos y valientes y contaba con víveres y municiones suficientes para defenderse por mucho tiempo.
    Antes de pensar en la espugnacion de la plaza, propiamente dicha, era necesario apoderarse de los dos fuertes reductos, denominados San Pedro y la Querola, que defendian su recinto. El caudillo liberal comprendió que el primero era el que debia ser objeto de su ataque, pues, una vez tomado, quedaba á su disposicion el de la Querola. Pocos dias bastaron para que las numerosas baterías del ejército sitiador dejaran derruida la parte principal del fuerte, y las tropas que lo guarnecian, imposibilitadas de refugiarse en la plaza, tuvieron que rendirse á discrecion despues de haber hecho una salida infructuosa. Mas afortunada la guarnicion de la Querola, pudo evacuar el fuerte y reunirse á los defensores de Morella, cuyo recinto vino desde entonces a ser el objeto del ataque.
    Los fuegos se abrieron con tal brío por parte de los sitiadores, que en solos tres dias arrojaron 7,000 proyectiles sólidos y huecos sobre la plaza y el castillo. El acierto de los artilleros era tal, que cuantas veces se enarbolaba la bandera de guerra sobre la torre del castillo, otras tantas la echaban abajo; el incendio hacia presa frecuentemente en las casas, y ante el fuego terrible de los sitiadores era imposible estinguirlo: una bomba hendiendo los aires en la mañana del 29 de mayo fué á penetrar en el depósito de municiones donde se hallaban almacenados centenares de quintales de pólvora, y una gran parte del castillo voló por los aires. El sol se oscureció, y cuando aquella inmensa columna de humo se hubo disipado; aparecieron derruidas muchas casas, sobre las cuales habian caido las moles inmensas, lanzadas á larga distancia; por aquella terrible esplosion, que produjo la muerte de infinidad de personas y llevó el terror hasta á los mas esforzados corazones.
    La posicion de la plaza se hacia cada vez mas crítica: sus defensores comenzaban á vacilar, y Espartero, que no queria comprometer sus tropas en un asalto, seguro como estaba del éxito de sus poderosos medios ofensivos, redobló el ataque. Las balas lanzadas sobre la inmensa peña en que se alzaba el castillo, arrancaban pedazos de roca que iban á caer con gran violencia sobre la poblacion, haciendo aun mas daño que los proyectiles que seguian lloviendo desde el campo isabelino.
    Era imposible sostenerse por mas tiempo en la plaza. Los jefes, despues de dejar una corta guarnicion en el castillo, resolvieron abandonarla, abriéndose paso á través de las filas enemigas: mas desdichadamente, aquella operacion tuvo para los morellanos mas tristes consecuencias que las que hubieran esperimentado en la continuacion del sitio.
    Apenas se difundió por la poblacion la noticia de que iba á ser evacuada, sus habitantes, que influidos por el clero creian no hallar piedad en los soldados de la reina, se reunieron tumultuariamente en las primeras horas de la noche y pidieron marchar juntamente con las tropas. Nada bastó para disuadirles de tan descabellada idea, y formada una columna á cuya cabeza y retaguardia marchaban las tropas, salieron con ellas todas ó casi todas las personas que se hallaban en la plaza, inclusos los ancianos, niños, frailes y mujeres. Aquellos desgraciados pensaban caminar á su salvacion, cuando iban derechos á la muerte. Espartero que tuvo noticia de la proyectada evasion trató de evitarla, haciendo aproximar las tropas al recinto, y apenas llegó la columna fugitiva á las líneas sitiadores, la descarga fulminada por un batallon llevó la muerte y el espanto á aquel grupo de gente desarmada. La escena fué terrible; pero aun no habia terminado. Aterrorizados hombres y mujeres ante aquel peligro, corrieron dando gritos á refugiarse en la plaza;  pero los que habian quedado allí para defenderla, creyendo que los sitiadores daban un asalto, acudieron á la muralla y fulminando sobre los fugitivos un fuego terrible, aumentaron la mortandad entre aquellos desgraciados. Los defensores del castillo, dominados por la misma idea, comenzaron á lanzar proyectiles sobre el campo, y por un largo intervalo de tiempo, aquellas pobres gentes fueron el objeto de un fuego horroroso: centenares de personas quedaron muertas en las inmediaciones de la plaza, y cuando las que sobrevivian creyeron haber hallado su salvacion en el puente levadizo, este se hundió, dejando el foso cubierto de cadáveres.
    Apenas se salvaron un centenar de las personas que salieron de la plaza con la guarnicion. Esta logró abrirse paso haciendo prodigios de valor; pero al rayar el dia y al tener conocimiento de lo que habia pasado, los pocos defensores de la plaza quedaron tan profundamente afectados, que no pensaron mas en resistir, y el 30 de mayo se rindieron á discrecion, siendo trasladados á Zaragoza en calidad de prisioneros. Espartero fué agraciado con el título de duque de Morella y con el Toison de oro.
     Cayó Morella, y con ella la última esperanza de la causa carlista. Los ejércitos que pocos años antes dominaban las provincias del Norte, Valencia y Aragon, amenazando contínuamente la capital de la monarquía, habian desaparecido. De tantos puntos fuertes como enarbolaban la bandera del infante, solo quedaba en pié Berga, en la montaña de Cataluña, y este punto, ni por sus condiciones, ni por la posicion que ocupaba, podia en manera alguna servir de un seguro baluarte al puñado de hombres que se conservaban adictos á Cabrera. Derrotado este en la Cen.a por el general O'Donnell, marchó á aquel único punto en que podia prolongar por algunos instantes la desesperada resistencia, que mas por un resto de caballeresca hidalguía que por ningun otro movimiento se complacia en oponer á sus poderosos enemigos.
     Harto comprendia el obstinado caudillo carlista que no le quedaba mas medio que la espatriacionl para salvarse. Así es que, apenas instalado en Berga, fortificó las alturas que ponian esta plaza en comunicacion con la frontera francesa. Pero apenas se presentó á su vista el ejército mandado por Espartero, y á pesar de que habia reunido hasta 10 ó 12 mil hombres, comprendió que era inútil la resistencia. Todos los jefes carlistas, en quienes la razon lograba superar el sentimiento, conocian que la lucha era una locura, y cuantos de aquella manera discurrian, opinaban por la deposicion de las armas: así fué que Cabrera solo halló á su lado un corto número que opinase como él, y despues de un ligero combate en las inmediaciones de Berga, en que salió bastante mal  librado, decidió renunciar á la resistencia y acogerse á Francia. Cabrera, dirigió una proclama á sus tropas en que les esponía la realidad de su situacion, en que les hacia ver que «los pueblos no contestaban ya á su llamamiento» y dió la órden de marchar en demanda de la vecina Francia. La escena que sucedió fué conmovedora: algunos de los mas obstinados defensores de D. Cárlos hundieron en su pecho sus propias bayonetas: dos aragoneses, despues de haberse abrazado, se separan con la última protesta de amistad, asesta cada uno su fusil al pecho de su amigo y ambos caen atravesados. ¡Rasgos dignos de héroes españoles!
    Las tropas de la reina suspendieron el fuego que habian abierto sobre la columna carlista en el momento de emprender la retirada, y la dejaron noblemente marchar á refugiarse en la nacion vecina.
    España quedaba pacificada: pero ¡cuánta sangre, cuántos sacrificios en hombres y dinero habia costado aquella obra de siete años! Los estados que tenemos á la vista arrojan un total de 66,159 muertos en todos los cuerpos del ejército y 45,000 licenciados por inútiles, prisioneros y estraviados en solo el arma de infantería, la cual tuvo la tercera parte de los muertos arriba figurados. Debe, por consiguiente, calcularse, que hubo una baja de 135,000 hombres por el segundo de los conceptos espresados, lo que da un total de mas de 200,000, y suponiendo una pérdida igualen los carlistas, no hay exageracion en decir que la guerra civil robó á España medio millon de hombres. Pero aparte de esto ¡cuántas fortunas perdidas, cuántos pueblos arruinados, qué perturbacion tan grande en toda la nacion!  La riqueza pública sufrió un terrible detrimento: allí donde los beligerantes llevaban el estruendo de sus armas, todo era desolacion; y hubo pueblos, que despues de sufrir los rigores del hambre, quedaron desiertos. El Tesoro, incapaz de atender á las exigencias del ejército, estuvo siempre exhausto, y el aumento que tuvo la deuda nacional, que fué inmenso, apenas puede compararse con la que despues se ha creado para indemnizar á los pueblos que mas sufrieron. De aquel período parten los graves obstáculos que encuentra nuestra Hacienda para seguir una marcha desembarada: sin aquella tremenda crisis, es evidente que nuestra patria se veria hoy en muy distinto lugar del que ocupa entre los pueblos modernos.
     Pero nos vamos separando del objeto de nuestra obra, y tenemos que prescindir de las reflexiones que nos ocurren. Espartero tenia que recorrer aun la seda que el destino le habia reservado: el ejército, que bajo sus órdenes se habia cubierto de gloria, esperaba de él la recompensa de sus heróicos esfuerzos, y el país que le contemplaba en todo el esplendor del triunfo, cifró en él su esperanza en medio de las revueltas tempestades de la política.

* * *

    Pocas veces se habrá visto un hombre en una posicion tan escepcional como el general Espartero. Su brillante carrera militar habia hecho de él la gran figura de nuestra época moderna: habia vencido en nombre de la libertad á los ejércitos defensores del absolutismo, y como era natural, el pueblo que le aclamaba libertador, debia buscar en su espada el mas seguro apoyo para el sostenimiento del régimen que acababa de ser establecido.
    Desgracia grande ha sido para España, que desde el momento mismo en que se inauguró el sistema liberal, haya imperado en las esferas superiores del gobierno una tendencia mas ó menos marcada hacia el retroceso político. Esa tendencia, que se apoyaba principalmente en la tradicion, ha sido causa constante de desconfianza por parte del país, de esperanza y estímulo para los que, afectos en mayor ó menor grado á las ideas antiguas, aspiraban á escatimar las libertades á tanta costa conseguidas.
    Desde los primeros tiempos de la regencia de Doña María Cristina, la reina Gobernadora pareció personificar esa tendencia, primero declarándose inclinada á un absolutismo ilustrado, despues mostrando la mayor parsimonia en la estension concedida á los demás poderes por el Estatuto real, y últimamente, prefiriendo emplear en la gobernacion del Estado hombres qué habian profesado mas ó menos claramente ideas absolutistas, y sosteniéndolos á todo trance aun en presencia de las repetidas censuras de las Cámaras.
    Como era natural, los hombres de ideas avanzadas creian ver en esa tendencia una rémora constante al planteamiento de sus doctrinas; los pueblos, estraviados por la fantasía, la atribuian todas las desgracias que pesaban sobre ellos, y no habia suceso, por desagradable que fuese, que no se supusiera fraguado ó convenido en esferas misteriosas. De aquí la agitacion constante en que vivió el país por un largo período, las alarmas y revueltas que eran el pan de cada dia, y la necesidad de una persona, que por su gran prestigio y su decision á la libertad, sirviera de contrapeso á la tendencia de que hemos hecho mérito.
    El pueblo buscó esa personalidad, y la halló en Espartero. Por mas que el caudillo de Ramales y Morella no se hubiese significado abiertamente en política, prefiriendo siempre el gobierno que mejor atendia á las necesidades del ejército, no puede negarse que siempre se mostró como constitucional ardiente. La palabra libertad con que habia llevado á sus soldados al triunfo tantas veces, no podia menos de haberse encarnado en su corazon, y cuando llegó el momento en que los pueblos la pronunciaron dirigiéndose á él, tenia que resonar allí con toda la fuerza de que era capaz el corazon que siente.
     Tenemos que retroceder un poco.
     Era la época en que la guerra civil tocaba ya á su término. Las Córtes, disueltas por tres veces en un breve período, habian concluido por dar su aprobacion á un proyecto de ley, en que se reducian notablemente las atribuciones de los ayuntamientos, y por el cual se coartaba la libertad de accion que estas corporaciones habian tenido aun en los tiempos de mayor absolutismo. La lucha que se habia entablado entre el poder y la representacion nacional para conseguir tan importante innovacion, el desenfado con que se proclamaban otras no menos trascendentales desde las esferas del gobierno, y la creencia general de que habia de imperar al fin la tendencia contraria á las aspiraciones populares, produjeron una efervescencia en el país, que amenazó convertirse desde luego en una conflagracion.
    A los primeros síntomas de la tempestad que amenazaba abandonó á Madrid la Reina Gobernadora, ya fuese para ponerse fuera del alcance de la conmocion que amenazaba á la metrópoli, ya con objeto de mejorar su salud en las aguas de Barcelona, ó lo que es mas probable, con el deseo de celebrar una conferencia con Espartero, privando á este suceso de la importancia que no podria menos de dársele, á no presentarle como una cosa natural, hallándose aquel caudillo en el trayecto que debia atravesar Doña María Cristina. Aquella conferencia era necesaria para conocer el ánimo del general en jefe del ejército, que constantemente recibia esposiciones de los pueblos escitándole á oponerse á los designios del gobierno, y cuyo nombre corria de boca en boca como una palabra de amenaza contra los que se empeñaban en llevar adelante á todo trance los proyectos en cuestion. Espartero, que se hallaba á la sazon en Berga, dirigiendo el sitio de esta plaza, pasó á Lérida á recibir á la Regente del reino, y allí se verificó la deseada conferencia.
    Su resultado fué el que, dada la situacion del general, debia esperarse. Espartero manifestó francamente á la Reina Gobernadora, que para salvar la situacion política que el país atravesaba, era preciso que negara su sancion á la ley de ayuntamientos, y que llamase al poder otros hombres que por sus ideas liberales y conciliadoras hiciesen desaparecer por completo la desconfianza que trabajaba á la mayoría del país.
    Doña María Cristina espuso por su parte lo que en su concepto habia de humillante en llamar al poder hombres de ideas progresistas, cuya elevacion podria equivaler para muchos á una abdicacion, y lo peligroso que era negar su sancion á una ley hecha en Córtes. Sin embargo, convino en que, si Espartero no hallaba inconveniente en formar un ministerio en que tomara parte el Sr. Istúriz, bien conocido ya por sus ideas templadas, podria verificarse el cambio, prometiendo en tanto no sancionar la ley, causa del conflicto.
    El duque de la Victoria, aunque violentándose algun tanto, accedió al fin á la proposicion de la Reina Gobernadora, y marchó á Berga á terminar el sitio mientras la augusta señora proseguia su viaje á Barcelona. Todo parecia encaminado á una solucion satisfactoria; pero apenas llegó la córte á la capital de Cataluña, los ministros que veian próximo su fin, hicieron un esfuerzo para cambiar el ánimo de la Reifia, y lo consiguieron. Fué necesario para ello, que le espusieran los graves inconvenientes de un disentimiento con las Cámaras, por mas que esto no pasase de ser un contrasentido en vista de los conflictos que de otro lado amenazaban, y que manifestasen que tendiendo la ley á robustecer el principio de autoridad, no era posible retroceder ante exigencias que parecian anárquicas.
    La Reina vaciló ante la promesa empeñada y ante la inconveniencia de romper enteramente con el que era á la sazon ídolo del ejército y del pueblo. Al fin, la Reina, cediendo á las razones de sus consejeros, tomó la pluma para firmar la ley; pero vacilando aun, la arrojó sobre la mesa.
   -¿Quién representa aquí al rey, V. M. ó el general Espartero? dijo entonces con resolucion el Sr. Perez de Castro.
    Herida en su amor propio la Gobernadora, tomó por segunda vez la pluma; pero al ir á estampar su firma, halló que aquella no marcaba.
    Cediendo á una inspiracion del fatalismo, la Reina arrojó de nuevo la pluma, negándose á firmar; mas Perez de Castro la cogió, y limpiándola cuidadosamente en su levita, la mojó en tinta, y despues de escribir con ella sin dificultad, la devolvió á la Reina diciéndole irónicamente:
   -Señora: mi levita es mas poderosa que la espada del general Espartero.
    Difícil era que una reina resistiese á aquellas sugestiones. Doña María Cristina puso al fin su firma, y los sucesos vinieron á demostrar que no en vano vacilaba en sancionar la ley.
    Nos hemos detenido un tanto en esto, porque la escena que acabamos de referir, habia de tener una influencia poderosa en los destinos del país, y muy especialmente en los del general Espartero.
    Sin la sancion de aquella ley, que rechazaba el sobreescitado sentimiento público, ni Espartero hubiera sido llamado á ocupar la Regencia, ni hubieran ocurrido en España dos de las mas importantes revoluciones que registra nuestra calamitosa historia contemporánea.
    El duque de la Victoria, que se habia trasladado ya á Barcelona, resentido por la solucion dada á. aquel importante asunto, y que era enteramente contraria á lo que con él se habia convenido, dimitió el importante cargo que ejercia para quedar exento de la responsabilidad que podia achacarsele por su solidaridad con aquella situacion. Aunque la guerra habia ya terminado, el ministerio comprendió la trascendencia que podia tener un acto semejante, y nombró al dimisionario comandante general de la Guardia; pero los sucesos se precipitaron de una manera que hicieron inútil el paso dado por el gabinete.
    Apenas se difundió por la capital del principado la noticia de la sancion de la ley y de la dimision del caudillo popular, estalló la revuelta que tanto tiempo se venia presintiendo. Diversos grupos armados recorrieron la poblacion tumultuariamente, dando gritos sediciosos y cometiendo escesos deplorables. El nombre de Espartero era tomado en boca de los que, formando solo una pequeña parte de la masa liberal, querian escudarse en él para entregarse á sus resentimientos particulares.
    El duque de la Victoria, que jamás se ha asociado á motines de ninguna especie, no lo consintió, y marchando á. la casa de Ayuntamiento donde se hallaba reunida la municipalidad, penetró por medio de la muchedumbre apiñáda en la plaza de San Jaime, se presentó ante aquella corporacjon, y con voz enérgica protestó contra los sucesos que se verificaban, añadiendo que no consentiria nunca que su nombre sirviese de lema para cometer desórdenes, alterar el reposo público y ultrajar las leyes.     

    
Estas palabras bastaron para disipar la tempestad. La tumultuosa muchedumbre se dispersó como por encanto, y deseoso Espartero de que no se repitiesen escenas semejantes, desplegó las tropas de su ejército por toda la ciudad, consiguiendo en efecto restablecerla tranquilidad.
    Pero si bien cesó la agitacion en las calles, no desapareció de los ánimos; y el ministerio Perez de Castro se vió obligado al fin á presentar su dimision, dando con esto una prueba de que, antes de pensar en resistir, es fuerza ver los límites en que debe encerrarse la resistencia para no retroceder en el momento en que sea necesaria.
    Sin la protesta armada del duque de la Victoria, que es la que aquel gobierno mas  temia, aunque sin fundamento alguno para esperarla, Perez de Castro y sus amigos no pudieron contrarestar la fuerza misma de los sucesos, y tuvieron que abandonar el poder de que tan imprevisoramente habian usado.
    Nombróse, al fin, un gobierno progresista; pero las exigencias de la córte que trataba de hacer política moderada con hombres progresistas, hizo que el nuevo ministerio se descompusiera muy en breve. Organizóse un nuevo gabinete moderado, y queriendo la córte aproximarse á Madrid se trasladó á Valencia.
    La noticia de los acontecimientos que acababan de verificarse, sirvió de señal á la revolucion. Madrid dió el grito el l.º de setiembre (1840), y á los pocos dias el gobierno solo contaba con la obediencia de Valencia, donde el general O'Donell pudo sostener la tranquilidad, empléando toda la energía de su carácter. En tal conflicto, la Reina Gobernadora pensó en Espartero como en su única esperanza, y le encargó la formacion de gabinete.
    Hallábase aquel en Barcelona, y para desempeñar cumplidamente la mision que se le confiaba, tuvo que trasladarse á Madrid, á fin de escoger los consejeros que debian acompañarle. Jamás se ha hecho á un soldado una recepcion mas entusiasta y calorosa que la que Espartero obtuvo en la capital de la monarquía. El pueblo de Madrid saludó en él al caudillo que habia decidido el triunfo de la libertad sobre el absolutismo, y que llamado al poder, debia asegurar las conquistas que habian costado tanta sangre y tan penosos sacrificios. Aquellas fiestas, que no tenemos para qué describir, fueron la apoteósis de la libertad, el honor mas grande que puede tributar un pueblo á un hombre nacido en humilde esfera.
    Organizado el ministerio al ruido de aquellas manifestaciones, marchó á Valencia el duque de la Victoria acompañado de sus colegas de gabinete, y apenas presentado á la Reina Gobernadora su programa, en que naturalmente figuraba la suspension de la ley de ayuntamientos, todos escucharon con sorpresa de labios de la reina, que estaba resuelta á renunciar su cargo de Regente.
    No se comprende tal resolucion, toda vez que la ley municipal habia sido la causa determinante de la revolucion que representaba el nuevo gabinete. ¿Cómo habia este de renunciar á aquella medida sin ponerse en contradiccion abierta con todos sus antecedentes y formales compromisos, sin hacer estéril el movimiento
 que le habia encumbrado al poder, sin echar, en fin, sobre sus hombros la nota de traidores?
       Dados los términos en que habia llegado á colocarse la cuestion, no quedaba otra disyuntiva que suspender la ley ó entregarse á una série interminable de agitaciones y revueltas. Pero ni esta reflexion ni las muchas que en consonancia de ella hicieron á Cristina sus consejeros responsables, bastaron para disuadirla de su propósito, y á los pocos dias se verificó solemnemente el acto de la abdicacion.
       Sabido es que inmediatamente despues Cristina marchó al estranjero, embarcándose en Valencia en el vapor Mercurio, y dejando encargado al ministerio, y especialmente al duque de la Victoria del gobierno provisional del reino, hasta que las Córtes eligiesen la nueva regencia.
       Ninguna de cuantas inculpaciones se han dirigido á  Espartero por escritores nacionales y estranjeros á propósito de este importante acontecimiento ha podido subsistir. El hombre, que al frente de un ejército aguerrido, jamás pensó en hacerle instrumento de bastardas miras para alcanzar la presidencia del Consejo de ministros, mal podia apelar á la violencia ó á subterfugios indignos con objeto de conseguir un puesto, á que seguramente no habia aspirado ni aspiraba el caudillo liberal. Un cuarto de siglo de silencio sobre hechos que no hubieran quedado en el olvido, es la prueba mas elocuente que puede oponerse hoy á las calumnias que por entonces se dieron á luz en España y Francia. La abdicacion de doña María Cristina de Borbon fué un acto espontáneo de aquella augusta señora, y á mas de espontáneo, fundado en su oposicion incontrastable á admitir ideas que estaban reñidas con las suyas; Cristina pudo muy bien prescindir de un paso de esta naturaleza, si hubiera comprendido que los monarcas constitucionales no son monarcas de un partido ni patrocinadores de un sistema administrativo, sea cual fuere, sino el centro de todas las ideas, el lazo comun de todos los partidos, el punto donde vienen á unirse todos los sistemas apropiados á la gobernacion de un país y compatibles con los principios fundamentales de la Constitucion. La Reina Gobernadora no quiso ocupar esa esfera elevada, propia del monarca verdaderamente constitucional, y obedeciendo á ideas que no nos proponemos calificar, conceptuó mas conforme con ellas abdicar que seguir la marcha pedida por los pueblos; no la censuramos por ello, pero nos es necesario hacer constar que ningun móvil estraño á su propia conciencia le indujo á llevar á cabo el acto que dejó la regencia á la eleccion del país.
      Quedaba este en una situacion bastante azarosa é intranquila. El partido exaltado, ó por mejor decir, la fraccion de los progresistas, que despues ha venido á constituir la democracia, y que entonces se confundia con él, no podia darse por satisfecho con el triunfo que habia alcanzado el sistema constitucional. Aquel partido queria ir mas allá., y saltando por cima de la Constitucion de 1837, pedia la abolicion del Senado, sin reparar en que este cuerpo era de eleccion popular y tan amovible como la misma Cámara de diputados.
       Difícilmente podia acceder la regencia provisional á semejante pretension, pues hubiera sido abrogarse facultades que de ninguna manera le correspondian, y que hubieran equivalido á la absorcion de todos los poderes; pero la intransigencia política no repara en nada, y precisamente el empeño con que el ministerio sostuvo la Constitucion vigente entonces, fué lo que suscitó á Espartero mas rivalidades y mayores desconfianzas entre los que debian mirarle como el mejor amigo de los liberales avanzados.
    No hay que decir que el partido que acababa de caer en la desgracia á consecuencia de la abdicacion de doña María Cristina, debia poner en juego toda la influencia que podia ejercer sobre las ideas para combatir á la persona que veia levantarse sobre todas las demás. Bajo el concurso de tan encontrados sentimientos se realizaron las elecciones de diputados, que debian decidir la cuestion de la regencia, y el resultado no pudo ser otro que el que se consiguió.
    La Asamblea se halló dividida entre los que querian la regencia trina y los que aspiraban á que se diera á una sola persona, designando para ello al general Espartero, que aun entre los mismos que opinaban por la regencia única, hallaba quien le opusiera la personalidad del eminente repúblico D. Agustin Argüelles.
    La violencia con que en la prensa se habian debatido estas cuestiones, no fué mas que un augurio de la que habia de presidir á los debates de las Cámaras. La opinion se hallaba por estrelllo dividida, y seguramente, si Espartero no hubiera salido de la especie de neutralidad en que se babia encerrado desde el primer momento, no seria fácil decir cuál hubiera sido la decision de las Cámaras.
    Pero el duque de la Victoria, deslumbrado por su propia gloria, ó movido acaso por amigos imprudentes, cometió la ligereza de manifestar en un comunicado dirigido á un periódico por su secretario el general Linage, que estaba decidido á no aceptar otra cosa que la Regencia única, y que en caso de designarle para desempeñarla en compañía de cualquiera otra persona, se retiraria á la vida privada.
    Gran falta fué esta; pues si bien contribuyó á decidir á los que aun vacilaban en la eleccion del Regente, dió armas terribles á sus enemigos para presentarle como un ambicioso, envanecido por el triunfo é inclinado á hacer predominar en todo y para todo la fuerza de la espada.
    Espartero fué elegido el dia 8 de marzo de 1841 Regente del reino por 169 votos del Senado y el Congreso reunidos, contra 103 que obtuvo su contrincante D. Agustin Argüelles, despues de haber decidido ambos cuerpos por 153 votos contra 136 que la Regencia fuera única. Pero aquella decision tan reñida como acusan las cifras que acabamos de esponer, no podia significar la estabilidad del triunfo del general Espartero.
    Grandes deberes tenia este que cumplir en su elevado cargo. Por una parte el ejército esperaba de él la recompensa de los grandes esfuerzos que habia llevado á cabo bajo sus inmediatas órdenes; el país, por otra, reclamaba paz y tranquilidad, órden y concierto en la administracion pública; la exaltacion de las pasiones políticas, en fin, exigia un tacto esquisito y una prudencia á toda prueba para acallar á los unos, contentar á los otros y satisfacer las exigencias de la opinion. Desgraciadamente, ni el estado de la Hacienda pudo permitir que las clases militares fuesen atendidas como merecian, ni la índole misma de la situacion política se prestó á inaugurar un período de paz, ni últimamente, la impaciencia de los enemigos de Espartero dió el tiempo necesario para que las cosas caminasen por el sendero de que no debian haber salido.
    Los veteranos de la guerra civil fueron licenciados; pero al abandonar sus banderas no recibieron mas que una pequeña parte de los atrasos que se les debian, y regresaron á sus casas hambrientos y descalzos, pregonando su miseria y haciendo recaer sobre su antiguo capitan la causa de su desventura. Espartero trató de poner remedio á ello, proyectando conceder á aquellos veteranos tierras procedentes de bienes nacionales por valor de los sueldos y haberes capitalizados que disfrutasen lo mismo los jefes que los simples soldados; pero aunque se mandó suspender con este objeto la venta de los bienes desamortizados, no llegó á realizarse un proyecto de tanta importancia.
    Pensóse tambien muy acertadamente en dar colocacion en los destinos administrativos á los oficiales que resultaron escedentes despues de disueltos algunos cuerpos; pero solo pudo hacerse en muy pequeña escala, y en resolucion no Ilegó á conseguirse cortar el disgusto qué se iba apoderando del ejército al ver la exigua recompensa que habian obtenido los que acababan de abandonar sus filas.
    Entretanto, los partidos estremos trabajaban sin descanso por soliviantar las pasiones y socavar el terreno en que se asentaba el Regente del reino. Ofreciéronse desde luego cuestiones políticas de la mayor importancia, y la de tutela de la futura reina, que fué de las primeras, bastó para dar á los partidos la señal de una lucha encarnizada.
    La reina Cristina, que aun despues de su abdicacion aspiraba á ejercer cierta influencia en determinadas cuestiones de gobierno, y que desde su llegada á Francia se habia mostrado afectuosa y deferente con el duque de la Victoria en mas de una ocasion, enviándole en una de ellas un rico presente para su señora, quiso que se nombrase para el cargo de tutor á la persona que ella designase; pero el Regente prefirió encerrarse en el círculo de la Constitucion y se negó á ello, esponiendo que el referido nombramiento era de la esclusiva competencia de las Córtes. Cristina contestó á esta negativa con un manifiesto hostil al Regente, en tal manera y que á no estar ya muy encendidas las pasiones, hubiera sido suficiente para hacerlas estallar.
    El partido moderado no esperaba mas que una señal para lanzarse á la lucha armada, y la encontró en el referido manifiesto. Todos los generales que militaban en sus filas, se lanzaron al terreno de la. conspiracion, y favorablemente acogidos por el ejército, harto disgustado de la suerte que le cabia, estalló al fin una formidable insurreccion militar.
    No habian aun pasado cinco meses desde la eleccion de Espartero para la Regencia, cuando el general D. Diego Leon, que tan bizarramente se habia conducido en la campaña de los siete años, trató de apoderarse de la princesa llamada á ocupar el trono, penetrando en Palacio al frente de un regimiento insurrecto. La resistencia que opuso la guardia de Alabarderos dió tiempo á que acudiera el Regente con fuerzas superiores; Leon huyó por la primera vez de su vida, pero preso y sentenciado á muerte por un consejo de guerra, sufrió todo el rigor de las leyes militares.
     Mucho ha dado que hablar este triste suceso: el trágico fin del general que conquistó un puesto glorioso entre los defensores de la Reina, afectó profundamente al país y dió márgen á los enemigos del Regente para dirigirle toda clase de acusaciones. Supusieron sin motivo suficiente que el general Espartero lo habia procurado por todos los medios que estaban á su alcance, cediendo á resentimientos particulares ó á celos infundados; se dijo que los jueces que formaron el consejo de guerra habian sido recompensados por pronunciar la sentencia de muerte; pero nada de esto es cierto.
    El fusilamiento de Leon fué obra de la enormidad del hecho y de la fuerza misma de las circunstancias. Cuando Espartero supo que el héroe de Velascoain trataba de lanzarse á la insurreccion, hizo cuanto estaba de su parte para separar  de tan fatal camino: sentenciado á muerte, el Regente vió que el Consejo de ministros habia acordado se llevase á cabo la sentencia, y lo que era mas significativo, se le presentaron comisiones de algunos puntos, pidiendo el cumplimiento de la ley si se queria contener á los que trataban de alterar las cosas. Una esposicion de gracia que se hizo circular  entre la milicia de Madrid, apenas recogió 200 firmas: ¿qué había de hacer el Regente ante estas circunstancias, viendo amagado el poder por una conspiracion vástísima que amenazaba reproducirse en hechos como el llevado á cabo por el desgraciado Leon?
    La ley fué aplicada; pero los jueces del consejo que votaron por la vida de Leon, no solo conservaron los empleos y la amistad de Espartero, sino que fueron llamados á ocupar puestos importantes, pues Cortines fué capitan general de Cataluña, Grases gobernador de Madrid, y Pinto obtuvo cargos de no menos entidad.
    Herida la revolucion en su cabeza, hubo que atender á esterminar los gérmenes que podian servirle para una nueva tentativa. La guardia real, que por ser un cuerpo aristocrático y privilegiado, era el objeto de todas las esperanzas alimentadas por los enemigos del órden existente, fué disuelta á los pocos dias de haber estallado el movimiento. Pero pasados los instantes del peligro y confiado Espartero en la fuerza que le daba el resultado de los acontecimientos, dejó á todos la ámplia libertad, que es mas bien propia de lá paz que de los períodos revueltos, pensando en robustecer el poder civil y aumentando la milicia nacional como medio de contener cualquiera aspiracion que tratara de apoyarse en la fuerza de las armas.
    Era muy vivo entonces el ruego de las pasiones para que este sistema dejara de producir resultados enteramente opuestos á los que el Regente deseaba. Sus adversarios comenzaron á agitarse con la mayor violencia; los moderados, deseosos de venganza, recurrian á cuantos medios estaban á su alcance para derribarle: los exaltados, que seguian pensando en reformas constitucionales y en una política verdaderamente revolucionaria, le atacaban de una manera implacable: muchos de los que hasta entonces habian sido sus amigos le abandonaron, bien porque no viesen satisfechas sus aspiraciones personales, bien porque no mirasen con buenos ojos la marcha que seguia. La prensa de todos los matices, entregada al ardor de las pasiones políticas, se desbordó hasta el escándalo, y el Parlamento,que debia ser el principal apoyo del poder, se convirtió en campo de ardientes é infecundas discusiones. Los ministerios, en los cuales se veia siempre una reunion de amigos particulares del Regente, no hallaban tregua ni descanso en aquella cruzada de los partidos contra el poder, y muchas veces morian apenas organizados.
     Ciertamente, lo único de que podia acusarse al generill Espartero, era de tener como vinculada en un círculo determinado de personas la gestion de los negocios públicos. Esto era mas que suficiente para avivar las pasiones encendidas y hacer mirar al jefe del Estado, no ya como un jefe de partido, sino como á un hombre encerrado en una camarilla y reducido á interpretar los deseos de unos cuantos. En los gobiernos constitucionales, como ya hemos dicho, el representante del poder real tiene que ser el centro comun de todos los partidos, la esfera donde vengan á desenvolverse todas las ideas, todos los sistemas compatibles con la Constitucion.      Espartero no comprendió ó no quiso comprender esta gran verdad, y los resultados que tocó no pudieron ser mas tristes.
     Todos los partidos se conjuraron contra el Regente; todas las personalidades se agitaron contra él, y en la prensa, en la tribuna, en los círculos particulares, en todas partes no se trató ya mas que de echar abajo un poder que parecia ajeno á las exigencias del mayor número é incapacitado para satisfacerlas. La palabra coalicion resonó en aquella atmósfera candente, y fué la señal para hacer el último esfuerzo. .Todos los enemigos de Espartero la recibieron con entusiasmo y la esplotaron hábilmente, haciendo suponer que el Regente trataba de coronarse rey y establecer el despotismo militar.
     Nada de esto era cierto; en nada podian fundarlo sus propaladores, pues la historia de Espartero hablaba elocuentemente contra ello, y la libertad misma que dejaba á todos para moverse en el ancho círculo donde se agitaban, probaban su respeto á las libertades públicas; pero habia que adoptar un medio cualquiera para hacer que el país se interesara en la cuestion, y este no era ciertamente de los menos eficaces.
     Llegó por fin la hora en que Olózaga pronunció en el Congreso sus memorables palabras: jDios salve á la reina, Dios salve al país! y el país escitado por voces tan poco sospechosas para él como las de aquel orador, respondió á este llamamiento alzándose contra el Regente.
     Málaga, Valencia y Barcelona, dieron el grito de rebelion, y al cabo de pocos dias, Espartero solo pudo contar con algunos de los cuerpos de aquel ejército, que un año antes lo consideraba como á un ídolo.
     Su primer pensamiento fué abdicar la Regencia para demostrar de esta manera que no aspiraba ni remotamente á usurpar un puesto, en que de seguro no habia siquiera pensado. Es muy posible que á haberlo realizado, hubiera quedado la revolucion desarmada; pero sus amigos le hicieron desistir de semejante idea, y se decidió á Iuchar en el terreno de la fuerza.
    Los trabajos incesantes que se habian hecho tenian minado el ejército, y habiéndose puesto al frente de un cuerpo considerable de tropas para marchar sobre Valencia, apenas pudo llegar á Albacete. Viendo allí que la division mandada por Enna se habia pasado á la rebelion, se dirigió á Andalucía para incorporarse con Van-Halen, que estaba sitiando á Sevilla, y constituir allí su base de operaciones; pero al recibirse en el campo la noticia de la jornada de Ardoz, fué necesario levantar el sitio de Sevilla, emprendiendo la retirada á Cádiz. Las tropas, á las cuales se habian ocultado los acontecimientos para evitar la insurreccion, supieron en Utrera la verdad de los sucesos, y la desercion fué tan grande, que solo quedaron al Iado de Espartero algunas compañías.
    El Regente, amenazado por el general Concha que le perseguia al frente de un numeroso cuerpo do infantería y caballería, pudo llegar al Puerto de Santa María y embarcarse á bordo del vapor Bétis.
    
Perdida ya toda esperanza, Espartero se traladó al navío de la marina real inglesa Malavar que se hallaba fondeado en el puerto de Cádiz, y fué recibido en él con todos los honores debidos á su rango.
    El Regente publicó un manifiesto en que se sinceraba de los cargos que injustamente se le habian dirigido, y protestaba contra la violencia de que habia sido objeto. El gobierno contestó espulsándole del territorio español y exonerándole de todos sus empleos y condecoraciones, y el Malavar  hizo entonces rumbo á Lisboa, donde trasladó á Espartero al Prometeo, que lo Ilevó á Lóndres.
    El gobierno inglés, interpretando los deseos y sentimientos de aquel pueblo liberal y generoso, acogió al noble desterrado con todas las consideraciones imaginables, y le señaló una pension de 20,000 duros anuales que Espartero tuvo la delicadeza de no aceptar.
    Todas las corporaciones, todos los personajes políticos importantes se disputaron el honor de dispensarle obsequios, y la Reina Victoria le recibió como hubiera podido recibir á un monarca. Tales demostraciones debieron hacer muy grata á Espartero su residencia en Londres; pero el gobierno comprendió al fin que no debia temer nada de su presencia en España, y siendo presidente del Consejo de ministros el general Narvaez, le fueron restituidos sus títulos y honores, levantándole el destierro que se le habia impuesto y nombrándole senador .
     Su regreso á Madrid hizo revivir el antiguo afecto que el pueblo le profesaba, y dio ocasion á algunos para concebir esperanzas, que estaba muy distante de complacer quien, como el hombre cuya historia hemos trazado, no podia carecer de memoria. Al poco tiempo de residir en Madrid el duque de la Victoria. se trasladó á Logroño, de donde no ha salido mas que el breve período de 1854 á 1856, para ocupar la presidencia del Consejo de ministros.

    Harto reciente está la memoria de los sucesos que se verificaron durante aquellos dos años. Harto conocida es la resistencia que opuso á volver á la vida política y la facilidad con que la abandonó, para no detenernos en describir estos sucesos, ni sacar mas pruebas para demostrar que carece de ambiciones personales, y que, aleccionado por la esperiencia, saldrá muy difícilmente de su pacífico retiro.
    Espartero vive allí con la mayor modestia, entregado á los goces de una vida pacífica, que su escelente esposa, la señora doña Juana Sicilia de Martinez, contribuye á embellecer.
    Espartero puede estar seguro en su retiro, de que la historia le reservará un puesto distinguido, y que España le considerará siempre como uno de sus hijos predilectos.

 

 

NAVARRETE EL MUDO.

    El pintor Juan Fernandez de Navarrete, apellidado el Mudo, nació en Logroño en 1526. Su nombre ocupa merecidamente un gran lugar entre los mas esclarecidos artistas de nuestro siglo de oro, y sus cuadros, muchos en número, llaman la atención de los inteligentes.
    Navarrete fué efectivamente mudo, y debió esta desgracia, no á su nacimiento, sino á la no menor de haber quedado sordo á los tres años y sídole imposible por esta razon aprender á hablar. Sin embargo, leia y escribia perfectamente, jugaba á los naipes y se hacia entender por señas con tanta claridad que era la admiracion de cuantos le trataban. Poseia una instruccion nada comun en la historia sagrada y profana, así como en la mitología, y llegó á ser tan gran pintór, que por su correccion en el dibujo, por la espresion y la composicion fué denominado el Ticiano español.
    Navarrete demostró una decidida aficion á la pintura desde sus primeros años, aficion acaso aguijoneada por el convencimiento de la imposibilidad de dedicarse á otros asuntos. Su padre preciado de tan feliz disposicion, Ilevóle al monasterio de la Estrella, donde un religioso llamado fray Vicente, un tanto aventajado en pintura, le dió las primeras lecciones de este sublime arte: dado el primer paso, Navarrete siguió la senda que todos los artistas de la época, y marchó á Italia. Roma, Florencia, Nápoles, Milan y todos los demás centros de donde radiaban sobre Europa los rayos de la aurora del renacimiento, ofrecieron á Navarrete ancho campo de estudio, y admitido en el del Ticiano, hizo tales progresos, que bien pronto se conquistó un nombre.
    Felipe II, que buscaba con empeño á todos los grandes artistas que podian cooperar al completo ornamento del Escorial, llamó desde Madrid á Navarrete, y en 6 de marzo de 1568 le nombró pintor de cámara con 200 escudos anuales, aparte el valor de las obras que compusiese.
    Fué la primera que presentó en la córte un cuadro representando el bautismo de Jesus, que agradó estraordinariamente al rey, y que fué colocado en la celda alta del prior del Escorial: despues pintó los profetas, un crucifijo grande y escelentísimo, segun lo califica un historiógrafo , y habiendó caido enfermo de la dolencia que concluyó por llevarle al sepulcro, marchó á Logroño en agosto de 1569, para buscar en su tierra natal alivio á sus padecimientos. Cerca de dos años estuvo allí disfrutando la pension que le habia asignado el rey, y en este tiempo pintó los grandes cuadros que representaban la Asuncion de la Vírgen, elmartirio de Santiago el Mayor, San Felipe y San Gerónimo penitente, por cuyos cuadros le dieron 500 ducados. Colocáronse estos lienzos en la sacristía del convento y se le encargaron otros cuatro iguales para la del colegio: pintólos en Madrid y entrególos en 1575, habiendo representado en ellos el Nacimiento del Señor, los Azotes, la Sacra Familia y San Juan Evangelista escribiendo el Apocalipsis.
    Navarrete, que en sus primeras obras no habia adoptado aun estilo propio, lo dió á conocer aquí, consiguiendo hermanar la fuerza de los oscuros de Ticiano con la viveza de los claros de Correggio, Especialmente el cuadro del Nacimiento del Señor es una verdadera obra de estudio, pues el pintor logró combinar los efectos de las tres distintas luces que iluminan el cuadro, una que irradia de la cabeza del recien nacido, otra que despide una vela sostenida por San José y la que desciende del rompimiento de gloria que corona el cuadro. Las figuras son bellísimas, como todas las que salian del pincel de Navarrete, siendo de notar por su dulzura y espresion las de los pastores que rodean al recien nacido. La Sacra Familia tiene bellísimas cabezas y detalles preciosísimos: por último, el Señor atado á la columna está pintado con mucha valentía y es un lienzo de gran mérito.
    No bien hubo terminado estas obras, acometió la ejecucion de su célebre cuadro de Abraham, por el cual mandó el rey darle 500 escudos, y deseosos los monges de poseer nuevas obras de aquel pintor, hicieron con él el siguiente contrato:
    «En el monasterio de San Lorenzo á 21 del mes de agosto de 1576, estando en coogregacion los señores Fr. Julian de Tricio, prior de dicho monasterio, y García de Brizuela, veedor, y Gonzalo Ramirez, contador de dicha fábrica, tomaron asiento y concierto con Juan Fernandez Navarrete, mudo, pintor de S. M., en que haya de pintar para las capillas de la iglesia principal de dicho monasterio, treinta y dos cuadros, ó los que mas ó menos se le ordenasen, de historias: los veintisiete de ellos de siete piés y medio de alto y siete piés y quarto de ancho, conforme al tamaño de la capilla donde se hubieren de asentar, y los otros cinco de trece piés de alto y nueve de ancho: los que ha de pintar de toda costa, así de manos como de colores, lienzos y todo lo demás necesario; y que los lienzos han de ser enteros, sin costura ni pieza alguna y gruesos, haciéndolos tejer á propósito para este efecto. Las quales pinturas ha de hacer conforme á la voluntad de S. M. y á su contento y satisfaccion del padre prior, ó de las personas que para ello fuese servido nombrar… las quales dichas pinturas ha de hacer dentro de quatro años primeros siguientes... por precio
de 200 ducados cada uno de los quadros, de mas del salario ordinario que tiene de S. M., al qual se tiene respeto y se le han de ir pagando como fuere entregándolos... Y es declaracion que las dichas pinturas las ha de hacer el dicho Juan Fernandez por su persona, sin intervenir otra persona alguna por lo que toca á las figuras y cosas que podria ser iuconveniente que otro lo hiciese; porque los que le ayudaren á la dicha pintura ha de ser en cosas que no perjudiquen en la pintura de los dichos quadros, los quales ha de hacer á contento y satisfaccion de S. M., y el quadro ó quadros que despues de hechos y traidos no satisficiesen á S. M. y al dicho prior en su nombre, se le pueden desechar y dejar de recibir, y él ha de ser obliIgado á volver á pintar otros que satisfagan á S. M.  La qual dicha obra de pintura ha de hacer en la ciudad de Logroño, de donde es natural, ó en el dicho monasterio ó villa de Madrid, como mejor le pareciere ó se acomode; y los ha de dar entregados y puestos á su costa en este monasterio... y las figuras que fueren en pié tendrán de alto seis piés y un quarto al justo; y quando una figura de un santo se duplicare, pintándola mas veces, siempre se le haga el rostro de una manera, y asimismo las ropas sean de una misma color; y si algun santo tuviere retrato al propio, se pinte conforme á él, el qual se busque donde quiera que le haya, con diligencia y en las dichas pinturas no ponga gato, ni perro, ni otra figura que sea deshonesta, sino que todos sean santos y que provoquen á devocion. Y el dicho Juan Fernandez, mudo, que á lo que dicho es, presente está, se obligó de hacer y cumplir lo susodicho, y así dió muestras y señas de otorgarlo; y demás de esto, Francisco de la Peña, vecino de Miranda. de Ebro, que vino en compañía del dicho Juan Fernandez, y por su intérprete, certificó que el dicho Juan Fernandez se obliga á cumplir todo lo contenido en este asiento, como en él va declarado, como persona que le ha tratado y entiende por señas todo lo que dice y es su voluntad, y está bien cierto de ello, y así lo juró á Dios y á la cruz en forma, y lo juró de su nombre en presencia del dicho Juan Fernandez, que tambien lo firmó: y los dichos señores prior, veedor y contador de la dicha fábrica, aceptaron este asiento en nombre de S. M. y le ofrecieron la paga y cumplimiento de él, y que todos los quadros que entregare á contento de S. M. se le paguen luego. .. y lo firmaron de sus nombres, estando presentes por testigos el dicho Francisco de la Peña, intérprete, y Juan B. de Cabrera, criado de S. M., y Francisco de Viana, dorador, y Nicolás Granelo, pintor, residentes en la dicha fábrica. Fr. Julian de Tricio, ctc, »
    Por desgracia, Navarrete no pudo llevar á cabo su compromiso, pues la muerte le arrebató el pincel cuando aun no habia pintado mas que ocho de los referidos cuadros, los cuales representaban á los apóstoles y los evangelistas San Pablo y San Bernabé. Apenas los hubo concluido recayó de sus achaques, y despues de buscar en Segovia y otras poblaciones alivio á su padecimiento del estómago, fué á morir á Toledo á 28 de marzo de 1579.
    Navarrete dejó á su muerte otros muchos cuadros notables, á saber: Jesucristo resucitado apareciéndose á su Santa Madre: la Asuncion de Nuestra Señora con los apóstoles: ocho retratos en lienzos pequeños por acabar: cuatro lienzos de San Francisco: tres pinturas en tabla: dos Ecce-homos iguales: tres cuadros de la despedida de Cristo de sui madre para ir á padecer: uno de San Juan Bautista: otro de San Juan Evangelista: tres de la Soledad de Nuestra Señora, dos Ecce-homos copiados del Ticiano: dos de Nuestra Señora con el niño Jesús y San Juan, bosquejados: un retrato del célebre marino Juan Andrea D'Oria: otro del duque de Medinaceli: un lienzo de un Ecce-homo, comenzado á bosquejar y algunos otros retratos.
     Dejó tambien bosquejado su gran cuadro de San Hipólito, robando con otros compañeros el cuerpo de San Lorenzo, cuadro de filosófica invencion, en que se manifiestan perfectamente las pasiones del alma y de una composicion original y entendida. Los actores del cuadro, viendo el cuerpo del santo al encender una vela, manifiestan de una manera admirable, unos su devocion, otros su temor, otros sus sentimientos, su afecto ó su curiosidad, todo con las mejores condiciones de propiedad y formando un conjunto lleno de contrastes y belleza. Lástima es que Navarrete no dejase concluida tan notable obra; pero afortunadamente, un discípulo suyo que tomó á su cargo terminarla, lo desempeñó perfectamente imitando el colorido propio del maestro y venciendo las dificultades que imponia la escasez de luz que iluminaba el cuadro.
    El monasterio de la Estrella de Logroño adquirió durante la estancia del pintor en aquel punto, por los años de 1575 y 76, cuatro notables cuadros de nobles caractéres y escelente estilo. Representaban á San Miguel y San Gerónimo, y el primero es, segun espresion de Cean Bermudez, la mas hermosa figura del Arcángel que se conoce en Castilla: el segundo es una imitacion del mismo santo que pintó allí para el Escorial: los otros dos cuadros representan el uno á San Lorenzo y San Hipólito, y el otro á San Fabian y San Sebastian.
    La catedral de Salamanca conserva tambien en la capilla del sepulcro una reproduccion del cuadro que representa á Jesucristo resucitado, apareciéndose á la Virgen,y una copia del entierro de Cristo que pintó el Ticiano para el Escorial.
    El colegio del Patriarca de Valencia adquirió tambien de él ocho cuadritos, que al parecer eran bocetos de los cuadros de los apóstoles y evangelistas pintados para los altares de la iglesia de San Lorenzo.
    Tan numerosas obras, algunas de las cuales se han perdido, le captaron una reputacion grande y merecida. Felipe II decia que ninguno de los que habian venido de Italia le igualaba, y el P. Sigüenza escribió de él «que lo que dejó.en el Escorial, cotejado  con lo de los mas famosos pintores estranjeros, en nada se queda atrás y á muchos pasa adelante.» «Sus obras, añadia el referido escritor, son, al parecer de todos, las que guardan mejor el decoro sin que la escelencia del arte padezca, sobré cuantos nos han venido de Italia, y verdaderamente son imágenes de devocion, donde se puede y aun da gana de rezar, que en esto, en muchos que son tenidos por valientes, hay gran descuido por el demasiado cuidado de mostrar el arte. Lo sensible es, concluye el Padre, que se comenzó en él y en él podemos decir se acabó, porque no vemos hasta ahora quien se le venga pareciendo, ni aun de lejos.» En efecto, Navarrete fué un pintor de tan gran mérito en el dibujo, en la espresion y en la composicion, que muy pocos se le acercaron, y particularmente en el colorido, por lo que fué llamado con justicia el Ticiano español. El gran Lope de Vega le dedicó estos versos que hacen su completo elogio.


              No quiso el cielo que hablase,
           porque con mi entendimiento
           diese mayor sentimiento
           á las cosas que pintase.

              Y tanta vida les di
           con el pincel singular,
           que como no pude hablar
           hice que hablasen por mí.


    Su mejor cuadro, el Abraham, que ha figurado mucho tiempo en la galería, ó mejor dicho, en el verdadero museo que llegó á formar el Sr. D. José de Salamanca, ha sido vendido recientemente en París, junto con los demás cuadros que eran de la propiedad de dicho señor. De sentir es que una obra tan notable no haya venido á figurar á nuestro Museo nacional.

 

EL GENERAL ZURBANO.

     Si hay en la historia de nuestras guerras civiles alguna figura que pueda representar la lucha que terminó en los campos de Vergara y ser triste ejemplo de lo que ofrecen las contiendas de partido, esa figura es la de D. Martin Zurbano. Hijo humilde del pueblo, y pobre labrador en sus primeros años, la lucha que ensangrentó los valles y montañas de la Península, hizo de él un guerrillero tan temido en el bando carlista, como popular y querido entre los que defendian la causa de las modernas instituciones.
     A su arrojo, á su valor y constancia nunca desmentidos, debió el elevarse, cual otro Viriato, de mero campesino á general. Todo lo debió á sí mismo; él se bastó para formar una partida que Ilegó á convertirse en un cuerpo numeroso, y que sostuvo siempre á costa del enemigo; y cuando de triunfo en triunfo fué alcanzando sucesivamente los puestos mas importantes del ejército, cuando su popularidad casi rivalizaba con la del mismo Espartero, la discordia, que tantos males ha ocasionado á nuestro país, le robó la vida.
    La catástrofe que puso fin á la existencia del bravo general, envolvió tambien á sus hijos y á las prendas mas queridas de su alma.
    ¡Triste ejemplo de lo que alcanza la exageracion de las ideas políticas
!
    El general D. Martin Zurbano nació en Varea, en el año de 1788. Fueron sus padres Antonio Zurbano, natural de Ginevilla, y Gregoria Vasas, de Esojo, en las montañas de Navarra.
    Labradores de profesion, pero medianamante acomodados, le dedicaron á los estudios, cursando latin y filosofía; pero huérfano antes de concluidos, tuvo que aplicarse á la labor del campo en que se habia criado.
    Jóven ardiente y de espíritu atrevido, Zurbano no podia soportar tranquilamente el espectáculo que la nacion ofreció á poco.
    La invasion de los franceses escitó en el pecho de la juventad española los mas generosos sentimientos, y Zurbano, que sentia como ella, se alistó voluntariamente en 1808 en la partida que levantó Cuevillas contra los invasores.
    Su vida durante aquel período fué la del verdadero guerrillero.
    Sin estar sujeto á la organizacion militar, sin tener ninguna de las ventajas del soldado á quien espera la posibilidad de ascender á un puesto superior en la milicia, el guerrillero, creacion de la guerra de la Independencia, peleaba noche y dia movido solo por el amor á la patria.
    El guerrillero, ajeno á las operaciones de los grandes ejércitos, se limitaba á sostener con el enemigo esa lucha de detalles que no le deja tregua ni descanso, y llegado el caso de no serle posible sostenerla, se acogia á sus hogares esperando la ocasion de empuñar nuevamente las armas.
    La preponderancia que adquirieron los franceses en casi todo el territorio de la Península por el año de 1810, fué causa de que se disolvieran las partidas en el Norte, y Zurbano regresó á Varea, dedicándose nuevamente á la labor.
    Casado en aquel año con Francisca del Saz, y habiendo tomado la guerra un giro muy distinto del que hasta entonces habia afectado, Martin Zurbano no volvió á abandonar sus hogares en todo el tiempo que duró la lucha. Mas al llegar la segunda época de nuestra revolucion política y sintiendo los efectos de las facciones que combatian el gobierno de 1820 á.1823, se alistó voluntariamente como miliciano nacional, y elegido alferez de caballería, tuvo ocasion de prestar importantes servicios á la causa liberal.
    Sus enemigos no podian perdonárselo, y á pesar de su honradez y del aprecio en que le tenian sus convecinos, apenas se desató sobre la Península el huracan reaccionario de 1823, tuvo que ausentarse de su país para refugiarse en Valladolid.
    Allí permaneció oculto hasta que los tribunales, por una de esas raras escepciones con que entonces se administraba justicia, le declararon inocente en la causa que se le habia formado por hechos que resultaron falsos. La calumnia era tan evidente, que habiendo repetido Zurbano contra sus enemigos, fueron condenados á presidio siete indivíduos, entre ellos el comandante de realistas de Logroño; pero esto escitó en contra suya el odio de todos los realistas del país, y Zurbano tuvo que llevar una vida agitada y azarosa durante el largo período del absolutismo, permaneciendo casi todo él fuera de su país.
    Llegó por fin la hora en que las huestes de uno y otro bando se aprestaron á medir sus armas, y en el primer momento se presentó Zurbano á la autoridad pidiendo autorizacion para levantar una partida.
    Concediósele á condicion de que corriera de su cuenta su mantenimiento y paga. A todo se avino el guerrillero, y el primer dia en que organizó su gente (15 de julio de 1835), sorprendió en el Villar una faccion, á la que hizo veinte prisioneros, causándole diez muertos y poniéndola en completa fuga.
    Gran sorpresa causó en Logroño este tan pronto triunfo; pero no era mas que una muestra del ardor con que Zurbano ponia manos en su empresa.
    Dos dias despues cayó sobre la faccion en Samaniego y Abalos, matándole 26 hombres y haciéndole 32 prisioneros. Sucesivamente Ilevó sus armas á Barrio, Busto y Gioba, cogiendo 30 prisioneros y matando 11 de los enemigos, y desembarazada un tanto la Rioja de carlista, pasó al territorio de Alava, ocupado en su mayor parte por los enemigos, y á costa del cual tenia que mantener su gente.
    Su primer choque lo sostuvo el cabecilla Calceta, que ocupaba posiciones ventajosas con fuerzas superiores; pero la a.cometida de Zurbano fué tan impetuosa, que los facciosos huyeron vergonzosamente, dejando en poder del atrevido guerrillero gran número de muertos y heridos y 16 prisioneros.
    En Bergota acometió á una partida, á la que causó 20 muertos, cogiéndole 15 prisioneros.
    Pasó á la Bastida y aprisionó otros 22 hombres, matando cinco, y noticioso de que se hallaba Calceta en Peñacerrada, marchó á su encuentro. El cabecilla carlista sostuvo vigorosamente el choque, pero cargando Zurbano á la bayoneta, le hizo huir, cogiéndole 20 hombres.
    La aldea de Poblacion fué el lugar dé otro encuentro aun mas reñido. Zurbano se vió rodeado por una fuerza superior á la suya; pero haciendo un gran esfuerzo logró destrozar y poner en dispersion al enemigo. Su caballo quedó muerto, y él recibió en la zamarra cuatro bayonetazos batiéndose cuerpo á cuerpo.
    Despues de perseguir una corta partida en Torres y Sansol, á la cual cogió 13 hombres y le mató ocho, se vió acometido entre La Guardia y Vitoria por una fuerza superior; pero allí como en Poblacion, logró vencer la ventaja del número, y poner en fuga al enemigo, haciéndole 40 muertos y 31 prisioneros que entregó á la autoridad de Vitoria.
    Iguales triunfos alcanzó en Lanciego, Tegera de Crispan, Albagna y Bermeo, especialmente en este último punto, donde causó 60 bajas al enemigo, cogiéndole varios utensilios y armamento, y haciendo su nombre verdaderamente temible para los carlistas.
    Tantos triunfos, tan rápidos y en tan corto tiempo, no podian menos de captarle, al par que la simpatía de los liberales, el odio de los carlistas. Fatigados de aquella persecucion incansable, quisieron deshacerse de tan terrible enemigo por medio de la traicion.
    El cura de Dallo que se habia pasado á la faccion, le citó en Piaon con fingido pretesto de paz y de amistad. Pero Zurbano, que tenia bastante perspicacia para no caer en un lazo tan grosero, adoptó las precauciones convenientes, y cuando sus enemigos fueron á poner por obra su idea, se encontraron cercados y quedaron los mas en poder del caudillo liberal que fusiló en el acto á ocho facciosos que no pudieron salvarse al emprender con los demás la fuga.
    Zurbano desplegó entonces mayor actividad y arrojo en la persecucion del enemigo.
    Tenia este en Bernedo grandes almacenes de trigo y víveres de todas clases. La distancia á que se hallaba aquel punto de los ocupados por las tropas de la Reina, hacia poco menos que imposible todo ataque, y confiados en esto, los carlistas solo tenian allí 28 hombres, que descansaban seguros en las muchas fuerzas que cubrian toda la comarca. Comprendió Zurbano la posibilidad de dar un golpe de mano sobre aquel punto, privando á los carlistas de los recursos con que allí contaban, y marchando por terrenos fragosos y sendas
estraviadas, llegó de noche al pueblo, sorprendió al Idestacamento carlista y puso fuego á todos los almacenes.
    El resplandor del incendio atrajo sobre aquel punto fuerzas considerables, pero merced á.la oscuridad de la noche y al valor desplegado por su gente, pudo retirarse rechazando los ataques del enemigo y causándole 20 muertos. Este hecho fué de  una gran importancia, pues hizo perder á los carlistas la seguridad que tenian de verse á cubierto de todo ataque en el interior del país, y les obligó á. tomar mayores precauciones de las que hasta entonces habian guardado. El sistema de Zurbano puede decirse que era el de contraguerrillas, é inutilizaba muchas de las ventajas que tenian los carlistas sobre las tropas regulares.
    La sorpresa, que era el elemento principal de la faccion, se veia ejercitada contra ella, y esto hacia perder á los carlistas mucha parte de su confianza, obligándoles á no diseminar tanto sus fuerzas.
    Pocos dias despues del suceso á que acabamos de hacer referencia, se empeñó cerca de Quintana una reñida accion entre las fuerzas de Zurbano y otra superior mandada por un coronel carlista. La victoria no fué dudosa ni por un momento: el empuje de los guerrilleros fué tal, que quedaron derrotados los carlistas, y siguiéndoles el alcance mas de una legua, los hicieron casi todos prisioneros, incluso el jefe que los mandaba.
    Otra sorpresa realizada en San Vicente de Lasonsierra, á fines de diciembre, puso fin á la série de triunfos alcanzados por el caudillo popular en los seis meses que llevaba en operaciones.
    A 329 ascendió el número de prisioneros que hizo al enemigo durante esta campaña, y á  250 el de los que quedaron muertos en el campo bajo el fuego de sus armas.
    En tan breve período, su nombre habia llegado á ser temible para el bando carlista. Su valor, su serenidad, su audacia y su constancia, llenaron de verdadero espanto á las pequeñas partidas que infestaban el país, y las obligaron á. replegarse sobre sus puntos fuertes, dejando libre y tranquilo el territorio que ocupaban.
    Los labradores pudieron volver á. sus haciendas descuidados y los propietarios cobrar sus rentas. Los diezmos que percibian los facciosos fueron exigidos á  nombre del gobierno y remitidos á  Logroño, proporcionando al Tesoro un ingreso de mas de 40,000 duros.
    Fortificado el convento de la Bastida que habia servido de guarida al cabecilla Calceta, y elegido por base de sus operaciones, Zurbano reanudó con el año de 1836 la série de sus no interrumpidos triunfos.
    En Ribas de la Peña, San Vicente, Samaniego y Avalos sorprendió á los carlistas, poniéndolos siempre  en vergonzosa fuga y haciéndoles gran número de
muertos y prisioneros.
    Como una avalancha pasó el 28 de enero por Bernedo, donde los carlistas tenian reconcentradas fuerzas muy numerosas, y matando y acuchillando gente pudo burlar la persecucion de varios batallones que se lanzaron en su seguimiento.     

    
Pasando en marzo á Navarra, sostuvo en Aguilar un reñido combate, en que reportó otra victoria completa sobre el enemigo, al cual le hizo ocho prisioneros.
    El gobierno no pudo ver con indiferencia tantos rasgos de valor y pericia, y otorgó á Zurbano el nombramiento de capitan de cuerpos francos.
    Estimulado con tan justo premio, y gozoso al verse con carácter militar, redobló sus esfuerzos en favor de la causa liberal.
    Despechado por un contratiempo, quiso que los mismos campos del Villar en que habia ocurrido, fuesen testigos de su arrojo, y acometiendo con toda su gente á una fuerza superior que en ellos se encontraba, sostuvo un combate sangriento que duró mas de dos horas.
    La inferioridad numérica de los soldados de Zurbano hacia dudoso el triunfo; pero el arrojo suplió al número. El atrevido capitan se puso al frente de los suyos, y animándolos con la voz y el ejemplo, se lanzó á la bayoneta sobre el enemigo. El empuje fué tan vigoroso, que los carlistas, despues de defenderse bravamente, se pusieron en comp]eta fuga.
    Veinticinco hombres, entre ellos un teniente, quedaron sobre el campo; pero tan señalado triunfo no pudo obtenerse sin algunas pérdidas. Zurbano fué herido en un muslo.
    El gobierno recompensó aquel servicio nombrándole mayor de cuerpos francos, en 6 de octubre del año 1836, á que nos vamos refiriendo. Esto infundió nuevos bríos al bravo guerrillero, y apenas restablecido de su herida, emprendió nuevamente sus operaciones.
    Su partida se habia aumentado prodigiosamente; de todas partes acudian á inscribirse en sus filas los hombres que admiraban el válor y atrevimiento del hijo de Varea. Habia llegado á formar un verdadero batallon que prestaba cada dia mayores servicios; pero el sostenimiento de aquella fuerza que hasta entonces habia sido fácil á Zurbano, viviendo á costa de las presas hechas al enemigo, no lo era ya, y el gobierno accedió á tomarlo de su cuenta.
    Sus tropas fueron regularizadas y equipadas, distribuyéndolas en cuatro compañías, y formando con ellas un batallon que se denominó de Francos de la Rioja Alavesa.
    Agregáronsele algunos ginetes, que quedaron al mando inmediato de Mecolalde, y al frente de esta fuerza Zurbano se preparó á acometer mayores y no menos arriesgadas empresas.
    Despues de apoderarse el 3 de noviembre de la ermita de Letona, que habia sido fortificada por los carlistas, y de ponerle fuego, cayó sobre Alegría, donde se hallaba una faccion numerosa, y sorprendiéndola, cogió prisioneros á un jefe superior carlista, cinco oficiales y diez y seis soldados que condujo á Vitoria.
    La misma noche en que llegó á aquel punto salió con toda su fuerza y una compañía del regimiento de Soria en direccion á Izarra. No habia rayado aun el alba cuando, atravesando el espacio por sendas estraviadas, llegó á las puertas de aquella poblacion. Tomó las avenidas, y poniéndose al frente de la fuerza que le restaba, entró con resolucion en el pueblo, ocupando la plaza, varias casas y el Principal, cuya guardia se rindió sin resistencia.
     El desórden y el espanto se apoderó de las tropas carlistas. Nadie hizo frente: unos huyeron esperando acogerse en los campos; pero fueron á dar en las fuerzas apostadas á las inmediaciones; otros se escondieron en cuadras y pajares, sin obtener mejor resultado. Despues de un escrupuloso registro, Zurbano reunió en la plaza de Izarra un coronel, cinco oficiales y ciento veinte soldados carlistas, y puestos entre filas regresó con ellos á Vitoria antes de las veinticuatro horas.
     Sin dar descanso á su gente, salió aquella misma noche en direccion de Zalduendo. Debia repetirse la misma operacion que en Izarra, y aunque estuviese á punto de hacerla fracasar el aviso espedido á los carlistas, pudo llevarla á cabo por haber cogido al correo que lo conducia. La empresa era importante, pues se encontraba en aquel punto el general carlista Iturralde, con varios jefes y oficiales y alguna fuerza de caballería.
     Era poco probable hallar desprevenidos á los carlistas; pero aun así, confiaba Zurbano en la superioridad de su gente. Llegó al pueblo antes de amanecer y no encontró avanzada ni centinela alguno. Tomó las salidas como en Izarra, y penetrando sigilosamente en la poblacion, lIegó á la casa en que se hospedaba el general carlista.
    Colocáronse, pegados á las paredes, y llamaron á la puerta. Un asistente que estaba levantado, salió á abrir sin pensar en la sorpresa que se preparaba, y franca la entrada, los soldados de Zurbano cogieron en su propio lecho al general carlista y un coronel, y siete oficiales que se albergaban en la misma casa.
    En el registro que se practicó en las demás del pueblo se consiguió coger á 25 soldados de á caballo, que formaban la escolta del general. Con todos ellos dió Zurbano la vuelta á Vitoria, sin causar la mas ligera molestia á la esposa é hijos de Iturralde, que fueron hallados en su compañía, y sabedor el gobierno de tan importante hecho, lo premió ascendiendo á comandante efectivo del ejército al jefe que con tanto arrojo y pericia le servia. El mes de noviembre se señaló con otra importante sorpresa, la de Alegría. Cayendo allí como un huracan, la faccion no se atrevió á hacer resistencia y dejó en poder suyo á un comisario de guerra, al coronel carlista Galdeano y 19 soldados.
    Las facciones que pululaban por aquel país creyeron encontrarse dueñas por completo del territorio, merced á la espedicion de Gomez. Juzgaban que todas  las fuerzas liberales debian marchar en persecucion del general carlista, dejándoles libre el campo; pero aunque, como hemos dicho al escribir la biografía de Espartero, las tropas de la reina se mantuvieron á la defensiva, Zurbano conservó su libertad de accion y siguió acometiendo sus empresas favoritas.
    El 19 de diciembre alcanzó una faccion en Villapadierna, y dándole una terrible embestida, dejó en el campo á tres oficiales y 44 soldados, apoderándose de gran cantidad de municiones, equipo y armamento, y cogiendo prisionero á un jefe superior y 48 individuos de tropa.
     El Villar, Maestu y Miñano fueron teatro de hechos de esta clase en los primeros dias del mes de enero de 183'7. Mas empeñado y sério fué el combate de Retamar, sostenido el 12 de febrero contra un batallon y un escuadron carlistas, que se habian fortificado en puntos ventajosos, y de los cuales fueron desalojados con tal brio, que huyeron despavoridos, pereciendo ahogados en el inmediato rio muchos carlistas y cayendo 12 prisioneros.
     La destruccion del fuerte de Navoridas de Gamboa y de la fábrica de pólvora de Arraya, ocupados ambos, á pesar de estar guarnecidos por un batallon, fueron importantes para la causa liberal, pues privaron á sus enemigos de elementos muy importantes. En uno y otro punto la acometida fué valiente como en todas ocasiones, y los carlistas dejaron en poder de Zurbano gran número de prisioneros, apelando á la fuga los demás.
    Los francos de la Rioja alavesa desempeñaron un papel brillante en la batalla de Arlaban. Ellos fueron de los primeros en asaltar las líneas y trincheras en que tanto confiaban los carlistas, y se distinguieron tanto, que su comandante, bizarro entre los bizarros, fué agraciado con la cruz de San Fernando.
    Dos dias despues de aquella batalla importante, batalla en que el carlismo sufrió tan rudo castigo, Zurbano marchó á Barambio con intencion de destruir las fábricas de plomo que surtian al enemigo; Consiguiólo á poca costa, y al mismo tiempo rescató gran número de soldados del ejército liberal que allí se hallaban prisioneros: el lastimoso estado en que los encontró escitó de tal manera su indignacion, que cargó á los 20 carlistas cogidos en aquel punto, con las cadenas bajo las cuales gemian los soldados de la reina.
    La fortuna que le era tan propicia le proporcionó ocasion de conseguir en poco tiempo otras dos victorias importantes. El cura de Dallo, con el cual le hemos visto ya medir sus armas, le salió al encuentro en Braza con fuerzas muy superiores, lisonjeándose anticipadamente con la victoria; pero la suerte le fué tan adversa, que á la primera arremetida los facciosos huyeron dejando en el campo 160 muertos y 84 prisioneros. El otro hecho á que nos hemos referido tuvo lugar en Zambrano; allí rayó tan alto el valor del caudillo riojano, que Ilegó al centro mismo de las tropas carlistas, corriendo gran peligro de quedar hecho prisionero; mas una carga de su caballería puso en dispersion á las fuerzas enemigas, y Zurbano pudo terminar la accion.
    Pero si brillantes fueron estos hechos que le valieron el empleo de teniente coronel, mas lo fué aun la sorpresa de Campezu. Habiendo salido de Vitoria el 14 de agosto, cayó en la amanecida sobre la citada poblacion donde se hallaba el general Verástegui, uno de los primeros que levantaron la bandera de D. Cárlos.
y cogiendo de improviso á las fuerzas que le acompañaban, lo hizo prisionero con cinco jefes, 14 oficiales y 46 soldados. Treinta caballos, un botiquin, tres cargas de fusiles y los documentos pertenecientes á la diputacion de Alava, formaron el botin de aquella jornada. La poblacion de Vitoria recibió á los francos con aplausos y el gobierno otorgó á su jefe el grado de coronel.
    Renunciamos á seguir describiendo una por una la acciones de este caudillo valeroso: tememos que el lector se canse de esta sucesion de hechos casi todos parecidos, y nos limitamos á consignar que antes de principiar el mes de junio habia librado otros 19 encuentros, causando en ellos la muerte á mas de 200 carlistas y aprisionando 407.
    El mas importante entre todos fué el que sostuvo en Hermanda con Balmaseda. El cabecilla carlista, superior en fuerzas á Zurbano, lo esperó confiadamente; pero el ímpetu con que los francos acometieron á la bayoneta toda su línea, descompuso de manera á los facciosos, que dieron marcadas muestras de vacilacion, y cargando entonces la caballería de Zurbano, fué tan completa la derrota del enemigo que se dispersó enteramente, dejando 50 hombres sobre el campo y 300 prisioneros, entre los cuales se contaban seis jefes y 29 oficiales.
    El gobierno premió este importante servicio nombrando á Zurbano coronel efectivo; y en verdad lo merecia.
    El hombre, que de simple cabecilla de una banda habia llegado hasta á medir sus armas con un general carlista de la reputacion de Balmaseda, obteniendo un éxito tan brillante, hacia recordar á todo el mundo el nombre de Mina y de los pocos que como él se habian elevado á generales á fuerza de combates y de victorias sobre el enemigo.
    Zurbano tenia el instinto del guerrillero, la actividad y audacia que constituyen su elemento principal y el entusiasmo propio de quien se entrega á una causa de todo corazon. .
     Así es que, aun á pesar de poder figurar ya en los ejércitos regulares que sostenian lo mas recio del empuje de las bandas carlistas, quiso conservar siempre la independencia y la iniciativa que le daba su carácter de jefe de cuerpos francos.
    Brillante fué el papel que desempeñó al lado de Espartero en Peñacerrada. Su batallon tomó una parte activa y gloriosa en aquella série de combates verdaderamente heróicos que tan alto pusieron el nombre de las armas españolas, y Zurbano se distinguió entre todos ocupando siempre el lugar mas avanzado; pero dejándose llevar de su idea favorita, apenas se obtuvo la victoria, se dirigió á la sierra de Bodalla en busca del carlista Ochoa, que habia llegado á hacerse famoso con su partida.
     Receloso le esperaba el cabecilla, pues el solo nombrede Zurbano imponia pavor á los mas y desconfianza á los que pasaban por temerarios. El resultado lo justificó. La primera acometida de los francos fué tan recia, que 103 carlistas no pudieron sostenerla y huyeron en completa dispersion, dejando en poder de Zurbano 80 hombres y 75 muertos en el campo, entre ellos siete oficiales.
     Los carlistas no se atrevian ya á hacerle frente. Un batallon que encontró el 7 de octubre en Crispan, se puso en fuga sin esperar su ataque, dejando acuchillarse en la huida un jefe y varios soldados. En Guevara, en el valle de Olazagoitia, en Escaramendi, Berberana, Villodas, Poblacion y Bernedo, se repitió el hecho de que el enemigo huyera sin esperar su encuentro, abandonándole muertos, heridos y prisioneros. El cura Dallo, que siempre le tuvo una aversion particular y decidida, y que mostró formal empeño en resistirle frente á Labraza, cuya poblacion tenia sitiada, sufrió un verdadero descalabro, viéndose obligado despues de un reñido combate á. levantar el campo, dejando en él 50 hombres entre muertos y heridos.
    Zurbano corrió aquel dia grandes peligros, pues su arrojo lo Ilevó á ocupar los puntos donde era mas vivo el fuego. Allí perdió su caballo y sacó el sable partido de un balazo.
    Araca y Azuriaga fueron testigos á los pocos dias de su arrojo y ardimiento.
    Doble que la suya era la fuerza que encontró en el primer punto. La resistencia que le opuso fué tenaz; pero lanzándose en el momento crítico sobre el enemigo con verdadera furia, lo deshizo y destrozó enteramente.
    Ciento sesenta y siete facciosos quedaron allí muertos, y 146 heridos: los prisioneros pasaron de 100, formando en junto una baja de mas de 400 hombres. Los francos que no llegaban á 1,000, debieron portarse bravamente aquel dia para causar tal destrozo á su enemigo.
    No tan sangrienta, pero no menos importante fué la accion de Azuriaga. El general Alava, que acompañaba al cabecilla Lacalle, vió dispersarse en poco tiempo la faccion, y haciendo esfuerzos poderosos para contener la huida, cayó herido juntamente con Lacalle, teniendo ambos que apelar á la fuga para salvarse.
    Igual éxito alcanzó en Arróyave y campo de Durana, donde los facciosos habian tomado posicion; pero una bala enemiga que le atravesó el muslo le obligó á suspender sus operaciones.
    El convenio de Vergara puso fin á la guerra de las provincias durante aquel período; mas quedaban por someter Aragon; Valencia y Cataluña, y restablecido Zurbano, se incorporó con sus fuerzas á Espartero, que, como hemos dicho, se preparaba en enero de 1840 á emprender la campaña que debia concluir con los restos del carlismo.
    Siguiendo las instrucciones del general, su amigo, comenzó por hostilizar las fuerzas que defendian á Segura, obligándolas á encerrarse en la plaza; destruyó los hornos y molinos de las inmediaciones á pesar del nutrido fuego de cañon que se hacia desde la plaza; se apoderó de los ganados que tenian los carlistas para su abastecimiento, y cuando Ilegó Espartero frente á Segura pudo emprender desde luego sus operaciones.
    Zurbano tomó una parte muy activa en el sitio de aquel fuerte, cuya espugnacion describimos al hacer la biografía de Espartero. Conseguido el triunfo de las armas liberales, Zurbano quedó ocupando los puntos que cerraban el paso á Castellote, hasta que tomado este, pudo mover su gente en busca de las facciones.
    La estrella que habia guiado sus pasos en los campos de Vizcaya, no dejó de brillar en los que habian comenzado á ser teatro de sus operaciones.
    El 5 de abril halló en Pitarque á los batallones sesto y sétimo de Aragon. Tomadas posiciones por una y otra parte, el coronel de los francos se lanzó con tal bravura sobre el enemigo que lo deshizo enteramente: el pánico cundió en las filas de los carlistas con tanta rapidez, que lo abandonaron todo, y lanzándose los francos en su seguimiento, solo escaparon 51 facciosos. Seiscientos cadáveres quedaron tendidos en tierra, entre ellos los de tres jefes y 30 oficiales, y desde la bandera hasta los bagajes, inclusas armas y pertrechos, municiones y maletas, todo quedó en poder de los soldados de Zurbano.
    El triunfo fué completo como pocos; pero no débia ser el único de esta naturaleza que estaba llamado á conseguir sobre las facciones de aquella parte de la Península. Los puertos de Beceite fueron teatro quince dias despues de una accion no menos gloriosa y decisiva. Allí como en Pitarque y en tantos otros puntos, tuvo que combatir con una fuerza superior, que además iba provista de una pieza de artillería; pero el arrojo, el tino con que supo aprovechar un momento crítico para lanzarse sobre el enemigo, le dió la victoria.

    
Esta fué tan completa, que quedaron en poder de Zurbano 105 soldados un jefe y ocho oficiales, el cañon, los equipajes, armamento y equipo y hasta el arca destinada á los fondos. Trescientos diez y siete cadáveres facciosos quedaron sobre el campo.
    Estos hechos bastaron para hacerle temible de las facciones que recorrian el territorio, y comprendiendo Zurbano cuán importante era ocupar la fortaleza de Mora de Ebro, que servia de asilo á los carlistas, se decidió á llevar á cabo esta empresa.
    Para ello no contaba mas que con su batallon, 100 caballos y la pieza cogida en el encuentro de que acabamos de dar cuenta; pero á pesar de que ]a plaza se hallaba defendida por una fuerza de consideracion y artillada con dos piezas, los carlistas opusieron una débil resistencia y abandonaron el punto que les servia de apoyo y centro de accion.
     Lanzado en seguimiento de ellos, los alcanzó en Borja, donde le hicieron frente esperanzados con el inmediato auxilio de varios batallones; Zurbano no les dejó tiempo para ello, y obligándoles á aceptar la batalla los derrotó, cogiéndoles 74 prisioneros, los equipajes y las bandas; pero no bien se disponia á emprender su retirada, se halló amagado por once batallones que habian acudido al llamamiento de los enemigos que acababa de derrotar.
     La situacion se hizo muy grave, pues era punto menos que imposible escapar á fuerzas tan inmensamente superiores, que podian cortarle toda retirada y envolverlo por completo. Sin embargo, la serenidad y presteza con que maniobró Zurbano la salvó. Le era necesario abrirse paso por el valle, y para esto tenia que engañar al enemigo. Fingióse, pues, decidido á empeñar la batalla y haciendo ademan de ocupar las alturas para caer sobre el flanco de los batallanes carlistas, les obligó á correrse en la misma direccion. El movimiento se hizo con tan poco tino por parte de los facciosos, que le dejaron espedito el valle. Esto era lo que Zurbano deseaba. Despues de hacer marchar el convoy y prisioneros, emprendió su retirada  lentamente, volviendo siempre el rostro al enemigo, y despues de algunas horas de marcha en que logró tener á raya las fuerzas que le perseguian, consiguió llegar al campamento de Morella.
    Grande fué el aplauso con que los sitiadores de la plaza lo recibieron; la retirada habia sido admirable, y á no ser por la serenidad de tan bizarro jefe y por la sagacidad con que logró distraer la atencion del enemigo, hubiera perecido allí toda su gente.
    Zurbano no se separó ya del grueso del ejército hasta que cayó la plaza de Morella en poder de los isabelinos. Su concurso fué muy eficaz durante las operaciones que precedieron á la rendicion de aquel último centro de los carlistas valencianos, y marchó á Cataluña juntamente con las fuerzas que mandaba Espartero.
    Separóse de él para caer sobre Miravete donde los carlistas se hallaban situados con dos piezas de artillería; pero huyeron a su aproximacion dejándose las piezas, y Zurbano marchó á incorporarse á las fuerzas que se dirigian sobre Berga. Corto fué el sitio de esta plaza, segun saben nuestros lectores; Zurbano tuvo que limitarse á estrechar las fuerzas enemigas en su fuga á Francia, impidiéndoles diseminarse por el país.
    Las pocas que quedaron en el valle de Urgel fueron tan vivamente perseguidas y acosadas por el bravo guerrillero, que hubieron de dispersarse; una partida de 40 hombres, último resto de las facciones,se presentó á Zurbano y se le entregó sin condiciones.
    La guerra civil habia terminado por completo. Los cuerpos francos fueron disueltos, como ya hemos tenido ocasion de consignar; el batallon creado por Zurbano y conducido tantas veces á la victoria, dejó una página gloriosa en nuestros fastos militares, página que honrará siempre á los muchos hijos de Logroño que formaron parte de aquel cuerpo distinguido.
     Zurbano obtuvo el empleo de mariscal de campo en premio de los grandes servicios que habia prestado á la causa liberal, y se retiró á Logroño.
     Mas de un año permaneció en Imaz dedicado al cuidado de su hacienda, hasta que los acontecimientos políticos le obligaron á salir de allí para ofrecer sus servicios á Espartero. Partidario decidido del Regente, se apresuró á prestarle sul cooperacion para sofocar las revueltas que estallaban con deplorable frecuencia y que comprometian á cada paso la existencia del gobierno.
     Su presencia en los Arcos bastó para que se dispersaran las tropas que allí se habian presentado en son de revuelta: una nueva sublevacion en las Provincias Vascongadas le obligó á marchar á aquel punto con muy corta fuerza; y habiendo encontrado en Armiñon á los rebeldes, los derrotó, poniéndolos en fuga. Vitoria y Bilbao, que estaban sublevados, le recibieron sin resistencia; y sosegadas ambas capitales, no sin hacer en la segunda algunos castigos que pudieran haber sido menos rigorosos, fué nombrado comandante general de Vizcaya.
    
     
La efervescencia parecia apagada en toda la Península, pero al año siguiente se levantaron algunas partidas en Cataluña, y comisionado Zurbano para estinguirlas, lo consiguió en breve espacio. Los acontecimientos que debian terminar con la Regencia de Espartero no se detenian, y apenas habia comenzado Zurbano á desempeñar el cargo de Inspector de aduanas, para que habia sido nombrado, tuvo que marchar á Barcelona con objeto de concurrir al sitio. Confiósele la parte de la línea que se estendia entre el Besos, Gracia y Sanz, y se condujo con tal intrepidez, que puede decirse le fué debida la rendicion de uno de sus fuertes. Ocupó la Ciudadela á poco rato, y convencidos los barceloneses de la inutilidad de toda resistencia, depusieron al fin las armas. Duros fueron los medios empleados para conseguirlo: la conducta que entonces se siguió, no ha podido obtener el aplauso de las personas que miran desapasionadamente la marcha de los asuntos públicos y que no creen justa la aplicacion de medidas estrellas para reducir ciudades  importantes, que tienen cierto derecho á no ser tratadas como poblaciones enemigas; pero por mas que fuese escesivo el rigor de que se la hizo objeto, y aun cuando no se hubiera debido apelar al bombardeo, que alcanzaba lo mismo al amigo que al adversario, justo es decir que, conseguido el triunfo, no se ensañó el vencedor entregándose á una represion violenta. El perdon y olvido que se otorgó á los culpables, no puede menos de disminuir la triste impresion que en todos los ánimos habian causado los medios puestos en juego para proporcionar el triunfo.
    Zurbano recorrió inmediatamente el Ampurdan y logró pacificarlo; pero nada de esto debia servir para evitar la caida del Regente, y llegado este acontecimiento, el amigo de Espartero tuvo que ocultarse en Madrid hasta que pudo evadirse á Portugal.
    Serenados al fin los ánimos y deseoso Zurbano de trasladarse al lado de su familia, pidió al gobierno permiso para ello, y habiéndolo obtenido, regresó á España, dirigiéndose á Logroño desde Plasencia.
     jOjalá hubiera permanecido allí ajeno á la marcha de los asuntos públicos! Su ardiente amor á la causa que habia defendido le llevó al estremo de cometer una verdadera aberracion. Sin comprender el estado de los ánimos, confiando solo en su prestigio y en sus pocas fuerzas, el desgraciado Zurbano alzó la bandera de la rebelion en octubre de 1844, proclamando la Constitucion de 1837. Solo le seguian en su descabellada empresa unos 80 hombres, entre ellos sus dos hijos y su cuñado Cayo Muro, y con tan débiles fuerzas era imposible el triunfo.
     La proclama en que escitaba á la rebelion no le allegó mas que unos cuantos partidarios; pero tan pocos, que despues de haber recorrido varios puntos de la Rioja, fueron encontrados por una fuerza del ejército bastante superior y desechos completamente.
     Nuestros lectores saben el triste desenlace que tuvo para Zurbano aquella desgraciada empresa. Su hijo mayor fué hecho prisionero y fusilado en Logroño el 26 de noviembre: el hijo que le quedaba se presentó á las autoridades de San Millan de la cogulla en compañía de otro oficial y del secretario de su padre D. José Boltanos, y todos fueron asimismo pasados por las armas en Logroño el 30 del referido mes.
     El hombre que tanto amaba á sus hijos, no pudo resistir tal afliccion y cayó enfermo de tristeza. Mas de un mes devoró en la soledad y el aislamiento el pesar que le agobiaba, acompañándole tan solo su cuñado Cayo Muro, que al par que le asistia, preparaba los medios de evadirse á Francia; pero delatados por un aleve, fueron uno y otro sorprendidos por el antiguo cabecilla carlista denominado el Rayo. Muro trató de defenderse, pero fué inútil, pues á la primera descarga cayó muerto. Zurbano, enfermo aun, no opuso resistencia alguna, y atado como un criminal fué conducido á Logroño, marchando detrás del cadáver de su cuñado.
     Sentenciado ya á la última pena el héroe de Pitarque y de Beceite, fué puesto inmediatamente en capilla y fusilado el 21 de enero de 1845. Así acabó aquella existencia ardiente y vigorosa. ..
     ¡Triste fruto el de nuestras disensiones políticas!

Martin Zurbano tuvo siempre el concepto de un gran guerrillero, digno en todo de sostener el paralelo con los que en otros tiempos han inmortalizado su nombre. Su valor nunca desmentido, su sagacidad probada tantas veces y la habilidad con que siempre supo aprovechar los descuidos del enemigo, le hicieron superior á todos los que siguieron su senda durante la guerra civil. El guerrillero no tuvo ocasion de demostrar sus dotes como general, pues nunca mandó mas que las fuerzas que habia creado y algunas otras, cortas en número, que se le agregaron accidentalmente; pero la manera en que se condujo en las acciones citadas mas arriba y en su retirada de Borja, prueba que poseia las cualidades propias para el mando de los ejércitos.
     Estremado en todos sus afectos, Zurbano queria con delirio á sus dos hijos D. Feliciano y D. Benito, que pelearon á su lado desde la formacion de su partida en 1835, y que llegaron á ocupar, el primero el empleo de teniente de cuerpos francos, y el segundo el de comandante de caballería, distinguiéndose ambos por su valor y arrojo en los muchos encuentros que sostuvieron los francos de la Rioja alavesa.
     Logroño, donde tantas afecciones tenia el malogrado general, conservará su nombre en la memoria y le contará siempre en el número de sus hijos predilectos.

 


QUINTILIANO.

    Entre los muchos hombres eminentes que España dió al mundo romano, figura en primera línea el célebre retórico Marco Fabio Quintiliano, cuyas obras son consultadas con provecho por los amantes del estudio.
    Vivas polémicas han sostenido sus biógrafos ya pologistas para poner en claro el lugar de su nacimiento, pues la circunstancia de haber habido en Roma mas de un orador y retórico de, su nombre, precisamente en la época en que figuraba Marco Fabio, introducia la confusion y la duda; pero hoy se tiene como cosa segura y exenta de toda discusion que el eminente literato, cuyas lecciones han servido hasta á la juventud de nuestros dias, fué hijo de Calahorra.
    Nació efectivamente en aquella ciudad que con tanto trabajo redujeron los romanos á su dominacion, y aunque no se sabe fijamente la época en que vió la luz, se cree fué entre los años 42 y 45 de la Era cristiana.
    Nada se sabe acerca de los primeros años de su vida. Las primeras noticias que de él tenemos, nos lo presentan en Roma, recibiendo las lecciones de Domicio Afro, del cual habla ventajosamente el mismo Quintiliano. Sus lecciones fueron tan aprovechadas por Marco Fabio, que á los 19 años ocupaba ya un puesto distinguido en el Foro romano. A aquella edad habia defendido ya en presencia del Senado á Nevio Apruniano y á la reina Berenice, arrebatando con su elocuencia á los oyentes y colocándose entre los primeros oradores de la culta Roma.
    Nombrado Galba pretor de la España Tarraconense, trájose al jóven orador para que desempeñase el cargo de abogado en el tribunal superior de la provincia. Concluida la mision de Galba, Quintiliano volvió á Roma y se dedicó al Foro, componiendo hasta 140 Declamaciones, que contribuyeron á afirmar mas aun su reputacion.
    Hánsele atribuido muchas mas, haciéndose llegar su número hasta 388; pero la mayor parte de estas fueron de otro famoso declamador, llamado tambien Quintiliano, del padre de nuestro escritor y de otro menos célebre y de menos talento que llevaba el mismo nombre. Luis Vives y Erasmo declaran indignas de M. F. Quintiliano las 18 Declamationes majores que se han publicado á menudo con las Instituciones oratorias, y aunque el minucioso trabajo de los críticos pudiera suministrarnos mucho en apoyo de esta aseveracion, prescindimos de ello aceptándola tal cual ee, y limitándonos á consignar lo que queda espuesto.
    Las investigaciones que se han hecho respecto de este asunto no eran descaminadas, pues tenian por objeto demostrar que Quintiliano se habia mantenido siempre libre del contagio que devoraba á la juventud literaria de Roma. Era la época en que Quintiliano florecia, época de decadencia; el mal gusto, la exageracion del sentjmiento y el olvido de las reglas del arte habian comenzado á empobrecer la oratoria de una manera lamentable. .
    Dedicado á la enseñanza de la oratoria, Quintiliano trató de inculcar en sus alumnos las máximas proclamadas por Ciceron; pero fué en vano. En un pueblo donde la juventud se hallaba devorada por los vicios, donde era imposible hallar la sencillez, la rectitud y propiedad que forman la base esencial del hombre público, era necesario crear antes al hombre que al orador. Quintiliano evocaba diariamente las tradiciones del siglo de oro de la literatura romana; pero nadie le oia: aquella sociedad estragada por completo, viciada hasta en el fondo de su corazon, no podia aceptar con gusto las creaciones de la escuela antigua, que tenia por base la rectituld y la pureza. El genio de Roma se estinguia con sus costumbres y su vigor social, y lo mas á que alcanzaban las lecciones de Quintiliano era á que estudiasen las obras de los antiguos escritores para glosarlas ó parafrasearlas.
    Quintiliano recogió en un libro, que denominó Instituciones oratorias, las máximas y principios que habia practicado y enseñado durante 20 años; pero este libro, como dice muy acertadamente el Sr. Amador de los Rios, no puede considerarse mas que como la idealizacion del antiguo orador romano: las Institucione8 son, en efecto, un reflejo de la antigua oratoria, que se estinguió con él para no brillar mas sobre el mundo romano.
    Su mejor discípulo, acaso el único que ha pasado á. la posteridad fué Plinio el mozo, que dotó espléndidamente á la hija que tuvo el orador en su segundo matrimonio.
    Rodeado del prestigio que le daban veinte años de enseñanza pública con sueldo del Erario, Quintiliano no solo aparece en aquella edad como supremo moderador de la juventud y como la mas alta gloria de la toga romana, sino tambien como crítico profundo. Sus declamaciones son verdaderos modelos de arte y de elocuencia, y sus Instituciones, que han servido durante mucho tiempo de testo en las escuelas superiores, merecen ser tenidas muy en cuenta por los que ejercitan la elocuencia.
    Quintiliano bajó al sepulcro en edad muy avanzada; pero su nombre no se estinguirá mientras haya quien tenga en algo el ingénio del hombre, y es sabido que si algo sobrevive á las generaciones, son las obras creadas por el entendimiento.

 

 

GONZALO DE BERCEO.

    Entre los muchos monasterios que sirvieron en España de refugio á las letras y las artes durante el largo período que medió desde la destruccion del imperio romano hasta los albores de los pueblos modernos, pocos habrá que igualen al de San Millan de la Cogulla por el número é importancia de las obras literarias que en él vieron la luz.
    La multitud de razas que habian venido á mezclarse á España, habian creado un idioma nuevo, que poco á poco iba perdiendo su rudeza primitiva: al principiar el siglo XlII, la moderna lengua española habia sustituido ya al latin, aunque conservando todavía un tinte general que la asemejaba mucho á su lengua madre; pero la poesía no existia aun.
    El autor del Poema del  Cid y Gonzalo de Berceo fueron los primeros en asentar las bases de la poesía española, que tanto vuelo tomó á poco con los Romanceros, y que andando el tiempo ha llegado á ser la mas rica y brillante de todas las del mundo. Un pobre monge de San Millan de la Cogulla fué el que acompañó al ignorado cantor del Cid á dar el primer paso en esta senda fecunda. Allí se crió el poeta religioso, nacido en Berceo, que habia de cantar al santo fundador del monasterio, como él mismo dice:


        «En San Millan de Suso fui criado
        yo Gonzalo por nombre clamado Berceo.»


    Allí se educó y se entregó al estudio, vigorizando su imaginacion y elevándose á la esfera del poeta ante el espectáculo de aquellas montañas pintorescas y de aquel severo monasterio, que llamaba el alma á la meditacion. ,
    Tres fueron los poemitas que dejó escritos Gonzalo de Berceo; en todos ellos trata de las vidas de sus santos predilectos, Santo Domingo de Silos, San Millan de la Cognlla y Santa Auria ú Oria: en todos ellos resplandece la fé y la sencillez propias del poeta verdaderamente religioso; pero tiene momentos en que se entrega á la observacion de la naturaleza, y entonces se hace poeta descriptivo, dando á sus versos un colorido tan vivo y pintoresco que encanta.
    Prueba de ellos son los conocidos versos:


        « Yo maese Gonzalo de Berceo nominado,
»yendo en romería caesci en un prado,
    
»verde é bien seruido, de flores bien poblado,
»logar cobdiciadero para un home cansado.
»


    Todas sus poesías están en versos alejandrinos, escepto una cantiga de distinto metro, que se halla en el Duelo de la Virgen. Aunque su versificacion no se ajusta á una medida exacta, como es de suponer en quien daba el primer paso en tan difícil arte, es indudablemente muy superior al autor del Poema del Cid. Su lenguaje es mas correcto, mas puro y escogido que el del cantor del caudillo burgalés, y cotejando las producciones de uno y otro, parece que Gonzalo de Berceo debió escribir en una época algo posterior; sin embargo, está  completamente demostrado que fueron coetáneos.
    Los poemitas del poeta de San Millan de Suso, serán siempre dignos de estimacion para los amantes de las letras, y merecen ser inscritos en el número de las cosas de que puede gloriarse la provincia de Logroño.

 

 

D. ESTÉBAN MANUEL DE VILLEGAS.

 

    El ilustre poeta, cuyo nombre acabamos de estampar, fué natural de Nájera, y vióla luz en la época en que comenzaba á decaer la literatura española, elevada á tan alto rango por los poetas del siglo XVI.
    De un ingenio precoz y de una aficion decidida al estudio, consiguió penetrarse en poco tiempo del espíritu de los poetas griegos y latinos, y á los 14 años tradujo del griego las Anacreónticas con tanta soltura, naturalidad y ligereza, que conservaron toda la brillantez y colorido del original.
    Su pasion favorita eran los poetas de la antigüedad y los que acababan de dar el nombre de siglo de oro, al que apenas habia finalizado. En la época en que Villegas entró en la república de las letras el culteranismo comenzaba á invadirlo todo, precipitando la poesía en la decadencia á que posteriormente vino. Villegas comprendió el mal y lo combatió resueltamente; pero despues de luchar con brio, fué arrastrado por el torrente y cayó en los mismos defectos que habia censurado. Sin embargo, cuando se deja guiar únicamente por la naturalidad de su ingenio y la verdadera inspiracion aparece siempre el poeta, encantando con sus versos y creando nuevas joyas con que engalanar á las musas españolas.
   Buena prueba de ello son la oda, que principia:


                  «Fabrícame una taza...»

la cantinela, tan conocida como bella:

                  «Yo ví sobre un tomillo
                   »quejarse un pajarillo…»                

y los encantadores sáficos adónicos :

             «Dulce vecino de la madre selva,
           »huésped eterno del abril florido,
           »vital aliento de la madre Vénus,
                    »céfiro blando, etc.»


    D. Estéban Manuel de Villegas era un poeta de sentimiento y de inspiracion, y á haber florecido en otra época, hubiera alcanzado aun mayor reputacion de la que tiene.
    Tradujo las Consolaciones de Boecio, y las amenizó con varias poesías filosóficas que les dieron mayor atractivo. Estas tareas no perjudicaron á la gravedad de sus ocupaciones jurídicas, pues lejos de eso escribió doctamente sobre el Código Teodosiano, conquistándose un nombre respetable como jurisconsulto.

 

 

EL MARQUÉS DE LA ENSENADA.  

    D. Cenon de Somodevilla, marqués de la Ensenada , nació á mediados del siglo pasado en Hervias. dedicado á la carrera del foro, vino á Madrid nombrado fiscal del Consejo de Castilla, y el talento que desplegó en este importante cargo, juntamente con su laboriosidad, le crearon una reputacion tan grande como merecida.
    Despues de desempeñar varios puestos importantes, fué nombrado ministro de Fernando VI.
    Somodevilla concibió la patriótica idea de elevar la marina española al alto rango que debia ocupar, si queria emprenderse con probabilidades de éxito la conquista de Gibraltar, ocupada durante la guerra de sucesion por los ingleses, y disputarles el predominio de los mares.
    El entusiasmo con que acometió la realizacion de sus proyectos fué tan grande como el resultado que alcanzó. En un corto período, Somodevilla hizo reparar los abandonados astilleros, acopió maderas en cantidades enormes, montó fábricas de jarcias y de todo cuanto era necesario para el armamento de los buques y emprendió la construccion de tantos navíos, que Inglaterra, justamente alarmada, pidió esplicaciones al gobierno español, preparándose entre tanto para hacer frente á cualquier acontecimiento.
    
    
Nada de esto detuvo, sin embargo, al ministro de Fernando VI: su plan era construir una escuadra igual á la de Inglaterra, y cuando tuvo á flote 40 navíos de línea participó con ironía al representante inglés que podia descansar tranquilo su gobierno, pues no pensaba  llevar á cabo nuevas construcciones.
    El gran impulso dado á la marina por el marqués de la Ensenada, formó la base de las numerosas escuadras que durante el reinado de Cárlos III disputaron á Inglaterra el dominio de los mares y estuvieron á punto de arrebatarle á Gibraltar. Sin él hubiera sido imposible sostener la lucha que España llevó á cabo con tanto empeño y tantas probabilidades de éxito. Si este no se obtuvo, cúlpese á nuestra desgracia.


    No terminaremos esta seccion de nuestra obra sin dar una breve noticia de los demás hijos distinguidos de Logroño, aunque á la verdad es tanto el número de ellos, que no salimos garantes de haberlos recordado todos. Héla aquí:
    Bañares (D. Gregorio) natural de Abalos, autor de la Filosofía Farmaceútica y otros varios opúsculos.
    Fernandez Navarrete (D. Julian). Fué ministro de Hacienda de Fernando VII y autor de algunas obritas referentes á este ramo de la administracion.
    Fernandez Navarrete (Martin), de Abalos, individuo del Instituto de Francia y director de la Real Academia de la Historia, infatigable escritor de diferentes asuntos literarios, editor de la apreciable colección  de los viajes y descubrimientos hechos por los españoles en el Nuevo Mundo y de los discursos para la Historia Náutica. Falleció en 1844.
    Alonso Ezquerra, de Alfaro, jesuita, autor de varias obras de mística.
    Antonio Perez, jurisconsulto insigne, de la misma poblacion.
    Risco (el Maestro). Fué natural de Haro, y continuó la España Sagrada de Florez, de todos conocida. Tambien escribió otras muchas obras.
    Leiva (Antonio). Natural de Leiva; general en tiempo de Cárlos V, y al que rindió la espada Francisco I.
    D. Pedro Colona, consejero de Estado en tiempo de Felipe II: fué de Nájera.
    D. Iñigo de la Cruz, conde de Aguilar, de Nalda. Se distinguió en las guerras de sucesion de Felipe V.
    D. Manuel (Garcia Herreros (D. S. Roman, de Cameros). Esplicó jurisprudencia en la universidad de Alcalá. Diputado por Soria en las Córtes de Cádiz de 1812, donde se hizo notable, fué desterrado en 1814 á las Baleares: salió de allí en 1820, y fué nombrado secretario de Estado y Gracia y Justicia; pero abolido el sistema constitucional emigró á Francia, donde permaneció hasta 1834 en que volvió á España, siendo otra vez ministro en 1835.
    Salinas (el P.) Jesuita. Escribió varios Comentarios de la Sagrada Escritura y otras varias obras que le conquistaron gran reputacion. Fué natural de Navarrete.
    D. Juan Antonio Llorente. Nació en Rincon de Soto. Fué académico de la Historia, y escribió la notable obra: Noticias históricas de las Provincias Vascongadas, Una historia de la Inquisición, en francés, y otras muchas obras literarias, históricas y filosóficas.
    Fué canónigo de Toledo y consejero de Estado de José Napoleon. Murió en Madrid en 1823.


 

NOTICIA BIBLIOGRÁFICA


 
DE LAS OBRAS REFERENTES Á LA PROVINCIA DE LOGROÑO

 

    Descripcion geográfico-histórica de la villa de Abalos, en la Rioja, por D. Martin Fernandez de Navarrete. MS. en 4.º en la Academia de la Historia; G. 173.
    Historia de la muy antigua, muy noble y muy leal ciudad de Calahorra, por D. Antonio Martinez de Azagra, presbítero.
    Teatro eclesiástico de la santa iglesia  de Calahorra y Santo Domingo de Calzada; vidas  de sus obispos y  cosas memorables de su obispado, por Gil Gonzalez Dávila.
    Antigüedades de la iglesia de Calahorra, por don Juan Amiax.
    Antigüedades civiles y  eclesiásticas de Calahorra y  memorias concernientes á los obispados de Nájera y  Alava. Risco, tom. XXXIII de su España Sagrada.
    Memorial de la ciudad  de Calahorra
y separacion de la de otra de su nombre que hubo en el mismo tiempo en la España Tarraconense para ilustrar la España Sagrada del Mtro. Florez, por D. Rafael de Floranes, señor de Tavaneros. MS. en la Acad. de la Historia.
    Calahorra  fibularia en Loharre por los ilergetes, por V. C. V.
    Discurso sobre la situacion de la antigua Contrebia,
por D. Angel Casimiro Govantes. MS. en la Acad. de la Historia.
    Memoria y  discurso político por la muy noble y muy leal ciudad de Logroño, por D. Fernando Alvia de Castro. Lisboa, 1633.
    Logroño y  sus alrededores. Descripcion de los edificios principales, ruinas y  demás cosas notables que la ciudad encierra, por Antonio Gomez. Logroño,1857.
    Fundacion del monasterio de Santa Maria la Real de Nájera, de la órden de San Benito, por Fr. Prudencio de Sandoval. MS.
    Compendio historial de la Rioja y sus santos y santuarios, por D. Domingo Hidalgo de Torres y la Cerda. Madrid, 1701.
    Poesias varias en todo género de asuntos y metros, con un epílogo al fin de las noticias y puntos historiales sobre la provincia de la Rioja y sucesos de España, con la cronología de los reyes hasta nuestro D. Felipe V; su autor D. José de Salazar y Hontiveros, presbítero beneficiado en el obispado de Calahorra. Madrid, sin año de impresion.
  
    
Diccionario geográfico-histórico de España, por la Real Academia de la Historia.- Seccion II. Comprende la Rioja ó toda la provincia de Logroño y algunos pueblos de la de Búrgos; su autor D. Angel Casimiro Govantes. Madrid, 1846.
    Historia de San Millan de la Cogolla, por el P. fray Diego Mecolaeta. Madrid, 1724.
    Historia de la vida y  milagros de Santo Domingo de la Calzada, por el P. fray Luis de la Vega. Búrgos, 1606.
    Historia de Santo Domingo de la Calzada, Abraham de la Rioja, por el doctor D. Joseph Gonzalez de Texada. Madrid, 1702.
    Historia de la antiquísima imagen de Nuestra Señora de Valbanera, y por quién fué hallada en los años CCCLX, por D. Francisco Aris Valderas. Alcalá, 1608.
    
    
Historia de la invencion, fundacion y  milagros de Nuestra Señora de Valbanera, de la órden de San Benito, compuesta por el P. fray Gregorio Bravo de Sotomayor. Logroño, 1610.
    Historia del Santuario de Santa María de Valbanera, por D. Antonio de Nobis. (Lupian Zapata).
    Historia de la imágen sagrada de Nuestra Señora Santísima de Valbanera, por el Rdo. P. maestro fray Diego de Silva y Pacheco. Madrid, 1665.
    Historial del venerable y  antiquísimo santuario de Nuestra Señora de Valbanera, por el P. fray Benito Rubio. Logroño, 1761.
    Varios Discursos críticos acerca de las Antigüedades geográfico-históricas de la Rioja, por D. Angel Igualador. (La publicacion no concluyó por muerte del autor).

 

FIN DE LA CRÓNICA DE LA PROVINCIA DE LOGROÑO.

 


     

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Biblioteca Gonzalo de Berceo