Detalle de las pinturas del ábside de la ermita de Santa María de Los Arcos en Tricio, siglo IV, monumento religioso más antiguo de La Rioja.

INTRODUCCIÓN
A "EL CAMINO DE SANTIAGO
Y LA SOCIEDAD MEDIEVAL" 

 

Javier García Turza
Universidad de La Rioja 

   

     Las noticias sobre la presencia del apóstol Santiago en Galicia se constatan ya a mediados del siglo VII; en la centuria siguiente se divulga el hallazgo de su tumba y aparecen algunas referencias a la construcción en Compostela de una iglesia levantada en su honor; más tarde, a partir del siglo X, comienzan a llegar peregrinos procedentes de Europa. Pero por la Ruta Jacobea se desplazan también mercaderes que reactivaron la vida comercial y artesanal de las nuevas poblaciones. Con unos y otros penetraron las nuevas corrientes religiosas, artísticas y literarias presentes al otro lado de los Pirineos; y de su mano, Europa conoció las tendencias hispanas.
      El desarrollo del Camino está directamente vinculado al proceso de crecimiento global de la sociedad europea a partir del siglo XI. Mientras el dominio señorial sobre las gentes y las tierras movía a la población a instalarse definitivamente en aldeas, la mayor producción agraria posibilitaba la división del trabajo que, a su vez, reanimaba las actividades artesanales y mercantiles y desarrollaba el proceso urbano.
      Pues bien, todos y cada uno de estos aspectos se localizan, aunque en distinto grado, en el Norte peninsular, y también en esta región, en La Rioja. Porque al territorio riojano se le viene considerando como una tierra de encrucijada, en la que convergen, hasta su definitiva incorporación a Castilla en el año 1177, por un lado, los intereses de los monarcas pamploneses, castellanos y aragoneses; y por otro, hasta comienzos del siglo XII, un espacio de frontera con los poderes locales musulmanes de la cuenca media del Ebro. Su situación geográfica, con el río Ebro como límite septentrional y la cordillera Ibérica al Sur, lo convirtió en región nuclear entre el Oriente y el Occidente hispánicos, y entre ambos, el Sur y la Europa continental. Todo ello acabó definiendo su historia y su cultura. Precisamente, una de las causas que propició este carácter fue el Camino de Santiago, vía de comunicación que condujo, atravesando una buena parte de La Rioja, a gran número de peregrinos, comerciantes y artesanos procedentes de toda Europa hasta Compostela.
      De esta manera, el Camino Francés aparece como una ruta religiosa, pero también como el eje político capaz de enlazar, a través de un cordón umbilical, los centros neurálgicos de la España cristiana medieval con Europa.
     Para su desarrollo, la ruta de peregrinación necesitaba disfrutar de paz y de unas infraestructuras ajenas a los peligros y bien restauradas. Como es bien conocido, la presencia de los musulmanes en La Rioja Alta, en torno a Santo Domingo de la Calzada y las cuencas fluviales que lo rodean, se vio obstaculizada ya en el siglo IX. Un poco más tarde, en 923, los reyes Ordoño II de León y Sancho Garcés I de Pamplona conquistaron las plazas fuertes de Nájera y Viguera, y con ellas toda La Rioja Alta. A partir de esa fecha, y hasta 1076, este territorio quedará integrado en el reino de Pamplona.
      La paulatina conquista militar propició en gran medida el auge de las peregrinaciones por el territorio riojano y la consiguiente fijación de la ruta terrestre. Tras la recuperación del tramo viario entre Logroño y Grañón, la monarquía pamplonesa, quizá el mismo Sancho Garcés I (la Historia Silense atribuye esta labor a Sancho III el Mayor, en las primeras décadas del siglo XI) rectificó el Camino. Tradicionalmente, el peregrino recorría la ruta de Pamplona a Briviesca, y desde este lugar se dirigía a Burgos a través de las tierras de Álava. La modificación perseguía, entre otros objetivos, un clima y un ambiente geográfico más bonancible, amén de procurar la aculturación y poblamiento del territorio. Arrancaba en Puente la Reina, donde, como es de sobra conocido, confluían las entradas del Pirineo por Roncesvalles y Jaca; y seguía por Estella, Logroño y Nájera, hasta Grañón. En resumidas cuentas, el monarca pamplonés re aprovecharía la vía romana que llegaba a Libia (Herramélluri) procedente de Varea.
      Desde Logroño a Grañón, puntos de inicio y finalización del Camino en territorio riojano, el Codex Calixtinus (guía de hacia 1120 redactada por Aimerico Picaud) relata la existencia de poblaciones como Logroño, Villarroya, Nájera y Santo Domingo, a las que habría que añadir Navarrete, entre Villarroya y Nájera, y Grañón, ya en el límite con Burgos. También describe las etapas que los peregrinos efectuaban a su paso por La Rioja: "la cuarta va de Estella hasta la ciudad de Nájera, claro está, a caballo. La quinta va de Nájera hasta la ciudad llamada Burgos, igualmente a caballo". Llama la atención lo desmesurado de las etapas, inviables incluso para andadores profesionales o para jinetes. Por ejemplo, de Estella a Nájera hay unos setenta y cuatro kms; de este último lugar a Burgos, nada menos que ochenta y nueve.
      Al sur del río Ebro, el Camino penetra, como ya hemos dicho, definitivamente en La Rioja, una cuenca de no demasiada amplitud ya que las montañas del Sistema Ibérico aparecen siempre al fondo del paisaje. En la llanura riojana, de naturaleza arcilloso-arenosa, el peregrino se encuentra con un clima bastante privilegiado por la combinación de una alta insolación en verano y unos inviernos relativamente suaves, lo que, junto a precipitaciones abundantes, permite obtener unos buenos rendimientos agrícolas de secano. Además, La Rioja Alta cuenta con numerosos regadíos que aprovechan las aguas del Ebro y de los afluentes que proceden de la Sierra de la Demanda. El paisaje consiguiente, definido por la presencia de cereal y viñedo, nos lleva hasta el Este burgalés, en donde nos encontramos con un enorme obstáculo montañoso, los Montes de Oca.
      Junto al itinerario denominado Francés o "principal", se encuentran también referencias al camino natural del Ebro, que coincide con la antigua vía romana Astorga- Tarragona. Por él llegaban peregrinos procedentes de la Europa mediterránea y de la Corona de Aragón. Una vez en La Rioja, los viajeros atravesaban Alfaro, Rincón de Soto, Calahorra, Alcanadre, Arrúbal y Agoncillo, para unirse en Logroño con los peregrinos procedentes del Norte por el Camino Francés.
      Más abundantes son las noticias sobre las rutas "secundarias" que hacían los caminantes. Estos, frecuentemente, abandonaban la vía "principal" para dirigirse a los centros religiosos de conocida advocación situados fuera del Camino. Así, por ejemplo, antes de llegar a Nájera o desde la propia ciudad, los peregrinos se desviaban hacia Tricio para visitar la ermita de Santa María de los Arcos. De aquí dirigían sus pasos por Cárdenas, Badarán y Berceo hasta San Millán de la Cogolla, uno de los monasterios medievales más antiguos y de mayor entidad de toda la Península, centro cultural de primer orden y "cuna" de la lengua romance escrita. De nuevo en ruta, antes de llegar a Santo Domingo de la Calzada, el peregrino tendría ocasión de visitar la abadía de Cañas y de contemplar el estilo cisterciense en todo su esplendor: elegantes arcos ojivales y bóvedas de crucería, maravillosa luminosidad y severa austeridad.
      Durante el siglo X, son escasas las noticias sobre la ruta compostelana, entre otras cosas, porque los reyes todavía no participaban en campañas sistemáticas de defensa de peregrinos y viajeros. En esa centuria el culto a Santiago tuvo un carácter claramente local. No obstante, localizamos la presencia de peregrinos extranjeros a su paso por La Rioja. Del primero que se tiene noticias es del obispo francés de Le Puy-en Velay, Gotescalco, que viajó a Santiago en el año 950. De camino hacia Finisterre, se detuvo en el desaparecido monasterio de San Martín de Albelda, situado en las proximidades de Logroño, con el propósito de que los hábiles copistas y miniadores de su escritorio le fueran elaborando una copia del libro de San Ildefonso de Toledo Sobre la virginidad de María, que guardaban las estanterías de la biblioteca albeldense. De vuelta hacia su tierra un año más tarde, regresó al cenobio para recoger el manuscríto, que fue copiado por el célebre amanuense Gomesano. En la actualidad se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia.
      En suma, esta noticia debe considerarse como uno de los testimonios más antiguos y claros de la existencia del Camino de Santiago, además de demostrar que la fama de los escritorios riojanos había atravesado los Pirineos ya a mediados del siglo X.
      Por su parte, el siglo XI supone el fortalecimiento e internacionalización del camino jacobeo. El número de peregrinos aumenta extraordinariamente cuando la población europea logra salir del supuesto aislamiento de épocas anteriores y potencia una serie de contactos e intercambios que, en el campo religioso, llevarán a hacer de la peregrinación la forma más difundida de devoción.
      En efecto, Sancho III el Mayor de Pamplona se mostró abierto a la influencia europea: mejoró la comunicaciÓn con Francia, garantizó el paso de los peregrinos por su reino e introdujo elementos feudales y de regulación monástica. Más tarde, la conquista de Toledo ( 1085), antigua capital del reino visigodo, y la liberación de las poblaciones riojanas de Calahorra (1045), Alfaro y Cervera del Río Alhama tras la conquista de Tudela y Tarazona ( 1119), provocan el alejamiento hacia el Sur de la frontera musulmana del llamado a ser el gran itinerario europeo.
      A partir de 1076, Alfonso VI incorpora a Castilla el territorio de La Rioja, en el mismo año en que confirma el fuero a los habitantes de Nájera, capital -junto con Pamplona- del antiguo reino navarro. Es decir, desde ese momento, La Rioja pasa a ser, salvo lugares muy concretos, castellana. Del mismo modo, y con el propósito mutuo de lograr mayor seguridad en las vías de comunicación, el monarca castellano y el navarro Sancho I Ramírez procuran aligerar el tránsito de personas por el Camino: alivian los peajes, problema común a toda la Europa feudal; fundan y favorecen el desarrollo de las villas; reparan puentes y caminos y construyen hospitales y albergues de acogida.
      Para esta gran labor, los reyes contaron con la colaboración de monjes y de hombres salidos del anonimato, como Santo Domingo y San Juan de Ortega.
      Desde que Alfonso VI incorpora a la Corona castellana el territorio riojano, asistimos a la formación de una red urbana relativamente densa y diversificada en la que aliado de las dos civitates de Nájera y Calahorra, con unas singulares funciones de cabeceras diocesanas sucesivas (a las que luego sucederá Santo Domingo de la Calzada), vemos escalonarse en el tiempo un conjunto de villas que participan, en mayor o menor medida, de las características y funciones propias de las numerosas villas nuevas que componen la red urbana interior de la Corona de Castilla.
     Pues bien, el grupo más importante y representativo de ciudades y villas que conforman la red urbana de La Rioja se reparte a lo largo de los aproximadamente 60 kilómetros que corresponden al tramo riojano del Camino de Santiago. Efectivamente, como sucede en el resto de la ruta jacobea, el Camino actuó en el territorio riojano como elemento articulador del espacio sobre el que se asienta, como factor urbanizador de primer orden y como medio de circulación de personas, mercancías y cultura.
     Estas localidades tenían una clara función asistencial. En Logroño se emplazan los hospitales de San Juan ultra lberum, en la margen izquierda del río; el de Rocamador, el de San Blas y el de San Lázaro, éste a la salida de la ciudad hacia Burgos. Todos ellos, a la sombra de magníficas iglesias, como las de San Bartolomé, Santiago, Santa María de Palacio o Santa María de La Redonda. Por su parte, Navarrete cuenta con un centro de acogida de peregrinos desde 1185, pronto encomendado a la orden de San Juan de Acre. Sus restos arquitectónicos, formados por una espectacular portada, se conservan desde finales del siglo XIX como puerta del cementerio de la localidad. En Nájera se localizan los hospitales de la Cadena, junto al puente de piedra; el del Real Patronato, fundado por Alfonso VII; y la hospedería monacal de Santa María la Real. Muy cerca de allí, Azofra contaba también con un centro de acogida bajo la jurisdicción de San Millán de la Cogolla. La red asistencial en la zona riojana se completaba con el hospital de Santo Domingo de la Calzada, junto a la catedral, y con el de Grañón.
       Otro elemento común a estas villas riojanas era la posesión de un estatuto jurídico por parte de sus pobladores. Todas ellas, a excepción de Nájera, estaban sujetas al contenido de un mismo fuero, el otorgado por Alfonso VI a Logroño en 1095. Su concesión suponía un derecho local privilegiado que proporcionaba libertad e ingenuidad.
       Estas poblaciones del Camino tenían igualmente una vocación comercial. Se convierten en villas mercado con una especialización mercantil, favorecida, entre otros, por los siguientes aspectos. En primer lugar, por su propia situación estratégica, al estar asentadas sobre la principal arteria terrestre de comunicación económica en el Norte peninsular; después, esa misma situación favorable se verá acrecentada por la circulación de personas y mercancías inducida por la propia peregrinación jacobea; y por último, por la labor restauradora de Alfonso VI, que reparó todos los puentes que había entre Logroño y Santiago de Compostela.
       En el plano demográfico, todas estas villas disfrutaron de un aporte colonizador de población extranjera, que ejerció una gran influencia social y económica sobre las poblaciones riojanas receptoras. Su presencia es clara en los fueros de Logroño y de Santo Domingo, que plantean en algunas de sus disposiciones la dualidad francos-hispanos o castellanos, así como en algunas cartas contractuales procedentes de Nájera. Por ejemplo, en un contrato de venta que se realiza en esta ciudad en 1126, figuran como testigos francis y castellanis . Entre los primeros figuran: Natalis, lterius et Pinchion, suus gener; et Rainaldus, portagero; et Ioannes de Volvent; magister Petrus cum suis clericis. Pero su presencia es más frecuente en el siglo XIII, "en paralelo con la expansión creciente que experimentan por esos años las formaciones urbanas del sector riojano del Camino de Santiago", afirma certeramente Ruiz de la Peña. Entre ellos, figuran numerosos francos de origen (don Pedro Franco, Petro Gascon, Petrus Limoias, etc.) y unos cuantos alemanes, ingleses o italianos (como Godaffre Alamant, cuidam Anglico, Guilem Engles, etc.), algunos de los cuales procederían de otras villas del Camino (Guilen Sancti Facondi, Guilem de Frias, Petro Guilem de Frida, etc.). Su importancia numérica en las creaciones urbanas del sector riojano del Camino es dificil de establecer. No obstante, acaso llegaron a suponer, en tomo al 1200, entre un 20 y un 25% del total del vecindario. Al igual que sucede en otras localidades del Camino, este grupo humano desempeña oficios diversos: caldereros, campaneros, carpinteros, carniceros, zapateros, horneros, juglares, tenderos, etc.
     Esta inmigración extranjera provocó, tras el lógico recelo de los lugareños, un enriquecimiento de la vida social, cultural y económica, y surgieron importantes burgos de comerciantes francos a lo largo del Camino de Santiago, burgos que, como era de esperar, irán perdiendo importancia conforme nos vayamos alejando de los Pirineos. De esta manera, puede decirse que, en general, el Camino proporcionó medios económicos y culturales a gran parte de los vecinos de los núcleos urbanos que jalonaban la ruta, y los puso en contacto con las nuevas tendencias y modas ultrapirenaicas.
      La peregrinación a Santiago favoreció, del mismo modo, la creación de una especie de nexo permanente a una gran parte de Europa. En el ámbito religioso, en nuestro territorio es frecuente la presencia de clérigos francos, en especial, los pertenecientes a la Orden de Cluny, bien representados en la magnífica iglesia de Santa María de Nájera, mandada construir por García el de Nájera a mediados del siglo XI. El Camino y la mayor conexión con Europa conducirán al cambio de rito y al abandono del tradicional mozárabe. Hay que advertir sobre la enorme relevancia que este hecho esencialmente religioso tuvo para el devenir de la cultura escrita: una gran parte de los manuscritos, anticuados o ininteligibles, tuvieron que ser actualizados y, en consecuencia, la escritura carolingia fue arrinconando paulatinamente a la visigótica peninsular. 

      Al amparo de esta ruta se desarrollan igualmente múltiples devociones, como la que se profesa al cuerpo de Santo Domingo en la villa de la Calzada; a San Facundo y Primitivo en Sahagún o a los restos del sabio San Isidoro en León. Pero su mayor exponente es Santiago, que a lo largo del Camino se convierte, por encima de todo, en protector de los peregrinos. y como, claro está, todos los cristianos lo son en este mundo, su función es velar por todos ellos. En este sentido, en cada territorio se atribuyen al Santo numerosos milagros y gestas. Pero resulta llamativo observar cómo la creencia de que los cristianos fueron acaudillados en Clavijo por el apóstol Santiago, montado en un caballo blanco, se va haciendo más firme conforme pasan los siglos.      Se viene afirmando con escaso rigor que en el privilegio de los votos, supuestamente otorgado en Calahorra en el afio 834, se hace relación de una batalla ganada por el monarca asturiano Ramiro I (para otros autores, Ordofio I) contra los Banu Qasi, musulmanes del valle del Ebro, en el lugar riojano de Clavijo. La victoria se logra gracias a la presencia del apóstol Santiago, y en agradecimiento el monarca concede a la iglesia de Santiago en Compostela el pago anual de media fanega de grano y una medida por parte de todos los labradores que cultivasen cereales o vid y que estuvieran en posesión de al menos una yunta de labor. Esta renta se fue extendiendo, con graves problemas, a diversas comarcas del reino de Castilla hasta alcanzar el de Granada. Fue abolido en 1834.
     Consta, asimismo, que el leonés Ramiro II, cerca de un siglo más tarde, antes de enfrentarse en la bataIla de Simancas (939) al califa cordobés Abderramán III, acudió a Compostela a implorar la ayuda del ApÓs tol. Se afirma en ese sentido que, con ocasión de su victoria, ofreció a Santiago un tributo. Quien primero se refiere a esta batalla es la Crónica del Silense, de comienzos del siglo XI, y después el poeta riojano Gonzalo de Berceo, en el siglo XIII, como si estuviera viéndola. Según su versión, ante el riesgo del encuentro, los leoneses pensaron hacer un voto a Santiago, y los castellanos aceptaron la propuesta. Termina Berceo señalando que no era uno el adalid que guiaba a las tropas cristianas, sino dos: Santiago y San Millán. De esta manera, los castellanos tuvieron por patrón al santo Emiliano y, en la monarquía común con León, estuvo igualado por un tiempo con Santiago. Esta circunstancia tendía, como es lógico pensar, a acrecentar el culto a San Millán, que da nombre a uno de los dominios monásticos más importantes del Norte peninsular y que, precisamente en el siglo XIII, sufría una grave crisis institucional y económica.
      Sin dejar el tema, hay que señalar que el Codex Calixtinus informa a los peregrinos de las distintas vicisitudes con que se encontrarán a lo largo del viaje. Se habla de los peligros que les acechan, de la calidad de las aguas y de la comida, de las costumbres y formas de vida de las poblaciones que atraviesan, de las malas artes de los portazgueros y de las de los barqueros. Pero, atención, los peregrinos no viajan solos. Desde el momento en que comienzan su andadura, el apóstol camina a su lado para protegerles de todo mal. Ese es el motivo de que muchos de sus milagros estén ambientados en los lugares de mayor peligro, como el paso de puertos y ríos, aunque tampoco se olvida de socorrer a las víctimas indefensas de la codicia de los posaderos. Existen múltiples referencias al milagro del peregrino ahorcado repartidas por toda Europa; pero, desde aproximadamente mediados del siglo XIV, la documentación conservada lo sitúa en Santo Domingo de la Calzada.  El relato del milagro habla de un matrimonio que se dirigía junto a su hijo en peregrinación hacia Compostela. En la posada en que se alojaban, una sirviente, atraída por el muchacho pero no correspondida, trató de vengarse de él metiendo en su saquete de viaje una taza de plata de las del posadero. A la mañana siguiente, cuando los peregrinos emprenden el camino, el posadero manda perseguirles y, una vez alcanzados, registra su bolsa. Al encontrar el objeto de plata desaparecido, el joven es llevado a la justicia, declarado culpable de robo y ahorcado. Apenados los padres, continuaron la peregrinación hacia Santiago. De regreso a Santo Domingo tiempo después, fueron a la horca para ver a su hijo; pero no estaba muerto: durante más de un mes un "noble varón" lo sostuvo con sus manos por los pies y le conservó la vida contra el hambre poderosa. Seguidamente, fueron a dar cuenta del prodigio al corregidor de la villa, que en ese momento se encontraba comiendo, en familia, una gallina y un gallo asados. Referidos los hechos, respondió burlonamente: "así vive tu hijo, a quien yo mandé ahorcar, como este gallo y gallina que, pelados y lardeados, están a punto de ser sepultados en nuestros estómagos". Y aplicando el cuchillo, quiso empezar a trincharlos en el momento en que resucitaron las dos aves. Revestidos de plumas blancas y puestos en pie sobre el plato, los dos animales empezaron a cantar para dar testimonio del prodigio. Al ver el milagro, el corregidor perdonó al joven y mandó apresar a la sirvienta.

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Javier García Turza
(coordinador)

El Camino de Santiago y la Sociedad Medieval   
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