Gonzalo de Berceo en persona y en su tiempo

Dice Dámaso Alonso que al autor de la Edad Media le complacía meterse en la obra escrita, asomarse un poco por lo menos, que la idea era: “figurar en él, [en el poema] humildemente, en cualquier parte, en un rinconcito. [...] Grandemente nos emociona el grito de Berceo a la Virgen al fin de los Milagros de Nuestra Señora: ‘Madre, del tu Gonçalo seas remembrador, / que de los tus miraglos fue enterpretador’”.45

¿Pero, quién es este clérigo y cómo lo imaginamos en su labor doctrinal? Su origen como él mismo lo narra está en la estrofa 757 de Vida del glorioso confesor santo Domingo de Silos:

Yo Gonzalo por nomne, clamado de Berçeo,

de sant Millán criado en la su merçed seo46

Nació en Berceo en ¿1196? Se crió en el monasterio de san Millán de Suso, y ahí fue diácono, más tarde clérigo, también hombre culto que adoptó y creó un conjunto de disposiciones teóricas para su poesía. Se cree que murió en ¿1264?

Algunas anécdotas relevantes de esta biografía refieren que entre 1221 y 1222 estuvo en San Millán, como diácono y por lo menos permaneció ahí veintitrés años. De 1237 y hasta 1252 vivió en san Millán, con temporales ausencias. Se supone por estos datos biográficos que escribió los Milagros en estos años, porque en el penúltimo de éstos, “La iglesia robada”, menciona a Fernando el Santo como un hombre importante que ya había muerto. Pase lo que pase frente a cualquier tipo de investigación. Ésta es su autobiografía la describe en la Vida de san Millán, estrofa 489:

Gonzalvo fue su nonme que fizo este tractado,

en San Millan de Suso fue de ninnez criado,

natural de Verceo, ons Sant Millan fue nado;

Dios guarde la su alma del poder del pecado.47

Los datos anteriores resultan de vital importancia porque todo hace suponer que Gonzalo de Berceo estuvo en Palencia, en la escuela catedralicia, en el Estudio General de don Tello Téllez de Meneses, obispo del lugar, entre 1212 y 1214. En dicha escuela debió estudiar teología, derecho canónico, gramática, lógica, retórica y hasta podría asegurarse que en este sitio fue donde conoció las fuentes para la escritura de sus Milagros. Y no se trata de notas aventuradas sino que existen indicios elocuentes acerca del conocimiento que tuvo de ciertos milagros no solamente bíblicos sino de la experiencia profana. Le llegaron de la rama latina además de la tradición de esta escuela palenciana, en especial, lo que aseguraría que tal sabiduría poética nada tenía ver con la inocente escritura que alguna vez se supuso.

Bien puede decirse entonces, que Berceo tenía conocimiento de su maestría como lo hace notar en un verso: “Componer hun romançe de nueva maestría”. Era el clérigo que sabía que prosa y verso eran sinónimos en la clerecía: “quiero fer una prosa en roman paladino”. Una “prosa”, es decir, versos en forma llana, rimada y narrativa, puesto que tenía plena conciencia tanto de su labor doctrinaria como del público al que se dirigía, clérigos de menor rango y seminaristas. Joaquín Artiles comenta en este sentido:

Berceo, clérigo y poeta, pensando seguramente en ese pueblo religioso e iletrado, se lanzó a la aventura de romancear gestas de la Virgen y de los santos. Berceo, pensó, más que en una clientela de lectores, en un público de oyentes, en una extraña y gozosa catequesis en verso.48

Agrega que debemos imaginar a Berceo cantando sus versos a la vez que explicaba los pasajes utilizados para sus propósitos didáctico-religiosos; y como ya se mencionó, lo hacía en un poyo del monasterio. Lo data él mismo con unos versos del Prólogo en la estrofa 45:

Quiero en estos árbores un rratiello sobir

e de los sos miráculos algunos escrivir49

Imaginemos por lo pronto al poeta en una de esas tardes de escritura, de lectura y exégesis. Berceo conocía la retórica y más aún de modo particular la rama latina y de ésta seguramente a Cicerón. Pensemos que si para este autor latino el exordio era de suma importancia es porque impelía al público a poner atención al discurso del orador (el exordio como una de las partes de la dispositio). Berceo ponía en práctica con actitud impecable estas virtudes ya conocidas por él: sabiduría y templanza. Bulmaro Reyes explica: “El orador debía crear ese placer con una industria imperceptible”.50 Berceo al recitar los versos de “Teófilo” del milagro XXV, en diversos momentos de su vida, se convertía en un actor que persuadía a los oyentes con verdad sólida y con la finalidad de convencerlos mediante argumentos gramaticales proporcionados por la retórica.

Ya en la clerecía resuenan los registros de la época, la forma de pensar de Berceo y de los clérigos, por ese motivo se ha dicho que es el principio de esa enorme construcción verbal del idioma castellano. Una construcción a la par de valores morales, junto a la fe cristiana en el culto mariano, sin más, la primera piedra sobre la cual se levanta toda la poesía española, primero en esta lengua vernácula que sería luego el castellano poético medieval. El mismo Artiles dice al respecto: “Es mucha agua de este mar para bracearlo en toda su extensión, y son pocas las redes para apresar tanto tesoro oculto”.51

Desde este primer momento están presentes la obra, el poeta y los oyentes, así convergen dos formas de la lengua hablada: llana y culta, la escrita quiere ser testigo; cifrar su participación desde su aspecto fónico y sintáctico.

Ésta es la historia irrefutable en la concreción cotidiana y en este mismo escenario aparecen los valores de la poesía en su naturaleza pura, la lengua poética y la llana enfrentan su nueva condición. Sobre este punto, Rafael Lapesa comenta: “La Rioja, antes Navarra, se castellanizó a partir del siglo XI. [...] El subdialecto riojano, tal como lo emplea Gonzalo de Berceo, se parece más al de la Castilla norteña que al burgalés, pues decía nomne, semnar, enna, conna. La /i/ final por /e/ era muy corriente (esti, así, li, pudi, fizi, salvesti), como hoy en algunas regiones leonesas”.52 Estos ejemplos casi sin resistencia muestran que en los territorios cristianos, la lengua, aún vulgar, era parte de la poesía en la formación de las lenguas romances como lo explica Lapesa. Pueden disiparse un poco las dudas si se recuerda que alrededor de 1150 la Chrónica Adefonsi Imperatoris habla de “nostra lingua”, con un cierto aire emotivo de pertenencia relacionado con ideales líricos, puesto que siempre están en boga las fiestas cortesanas, donde intervienen los juglares, celebraciones de todo tipo, para cantar la vida, hazañas y tristezas amorosas.

En este sentido, son de diversa índole los estratos sociales a nivel religioso cristiano y las manifestaciones literarias se cristalizan en pequeños núcleos, en cada estructura, como los trovadores, los caballeros andantes, el clero regular y secular, con su naciente espíritu combativo y moral, puesto que, como se sabe ahora, la lengua vulgar y el latín culto convivieron e incluso, el latín tuvo preponderancias, una, la del latinum obscurum del refinamiento artístico; y otra, el latinum circa romancium que es el de los protocolos políticos, el notarial. Se cohesionan a pesar de conocer esta realidad con inclinaciones propias, Karl Vossler en su ensayo, señala: “...resulta difícil hacerse una idea de las condiciones sociales y lingüísticas que debía respetar el hondo convencionalismo de las formas poéticas de la Edad Media”.53

Las consecuencias no se hacen esperar, hay una nueva relación entre sentido, sensación acústica, motivación temática, sustento ideológico, tradición; la poesía se vuelve historia oída, escrita, con y desde otra dimensión, tal vez, “un fingimiento hermosamente dicho”, tal como lo expresaría, casi dos siglos después, el Marqués de Santillana, al condestable de Portugal en 1449, en donde definía a la poesía como: “...un fingimiento de cosas utiles, cubiertas o veladas con muy fermosa cobertura, compuestas, distinguidas e scandidas por çierto cuento, peso e medida”.54

En ese primer momento la poesía era ficción estilizada con formas, ritmos, sentido, tropos, es decir, totalidad que no puede escindirse bajo ningún pretexto. Por eso la poesía en esta etapa medieval era también concreción y lo abstracto de un mundo casi imposible de definir y sujetar en conceptos unívocos o aislados, cuya facultad narratoria permitiría recrear episodios para unir al hombre con su mundo inmediato con lo divino. Por otra parte, cantar y contar al aire libre era una novedad clerical y la lengua fue el fondo de ese fenómeno. La poesía se convirtió en el imán, el vehículo de seducción.

Es necesario apuntalar que la gente común era guiada por hombres eruditos como Berceo que junto con otros frailes perspicaces conocían los versos romances que se recitaban en las calles y tenían pleno conocimiento de la sabiduría popular, de refranes, además de los principios formativos de la nueva actitud poética culta.

Es la mitad del siglo XIII. ¿Cómo hablar entonces del sentido de la poesía? ¿Del sentido de la lengua? cómo fue ese “saber inicial” si se dijera en palabras de Paul Ricoeur.

Este siglo XIII es el de una España que nace a la literatura, a la escritura, como lo asumen diversos documentos y la lengua vernácula se vuelve un medio por el cual la iglesia accede a la predicación de su evangelio con la intención de crear documentos literarios para difundir la doctrina cristiana. La piedad y la devoción son aliados. En Castilla, como en muchas partes de España, por ejemplo, ya entonces existían desde el siglo XI, la devoción y el culto marianos que habían encontrado eco a través de la antigua liturgia hispánica, heredada por los primeros cristianos. Así, la lengua vernácula acerca el conocimiento de lo sagrado, el ritual eclesiástico, el orden de la fe, al habla cotidiana porque la población no sabía latín y nada de lo teológico.

Los clérigos requerían hacer significativa la espiritualidad. Es un tiempo en el que tanto juglares, trovadores, narradores orales y quienes sabían escribir, intuían de primera mano por la Biblia que esta espiritualidad era para la salvación del alma y muy especialmente que la Virgen Madre de Jesucristo significaba la nueva redención de los pecados, ella era el camino para llegar a Dios. Y es el arte literario el facultado para cultivar a estos moradores. El arte en manos de la la iglesia lo vuelve profuso para los fines que espera: atraer la fe en el culto mariano mediante relatos versificados de tono narrativo.

Desde este momento la literatura recrea símbolos ya de manera consciente como medio de identidad de este fenómeno indivisible. Al comenzar la tradición escrita hace su aparición el signo en toda su dimensión, lo que para Dámaso Alonso es la huella sensorial para lograr que de los sentidos se vaya más hacia dentro y generar significados como valores connotados.

El carácter de la lengua hasta este momento de la historia, ponía a disposición ciertos elementos contextuales como dejar claro en qué momento actúan los personajes que intervienen en las narraciones, de qué especie es lo que realizan, de qué se valen para sus propósitos; y aquí va de por medio el argumento del cual se entiende que había ya un antes que influirá en el presente; también se pensaba en la brevedad más o menos sencilla para los relatos, sobre todo porque se tenía en cuenta la intensidad de los recursos retóricos para persuadir al oyente.

No es nada casual que aparezca un Gonzalo de Berceo, como no lo es tampoco la vitalidad del habla dialectal de la zona Riojana, ni menos otras del centro y sur de España. El castellano en su aspecto dialectal, después del Cantar de Mio Cid y de la obra de Berceo, dice Lapesa: “Se iba generalizando como lengua poética”.55 La razón se explica por sí sola, en tanto que fue factor de unificación social, política, histórica, literaria. Quizá a Berceo le haya sucedido como dice Albert Béguin: “...en los más grandes poetas, hay una especie de adivinación irrebatible, un fenómeno de predicación extrañamente preciso, que no podría reconocerse, como toda profecía, sino después del cumplimiento de un destino que había sido anunciado hacía mucho tiempo”.56

Se presume ante este punto de partida que hay una nueva realidad poética en la que el verso culto se configuró en forma distintiva con respecto al habla común. Francisco López Estrada plantea: “Para la literatura vernácula resultó decisiva la existencia de un signo que diferenciase el uso de la lengua que ella implicaba, del uso común y general”.57 Fue entonces que la forma medida de la escritura, la métrica, la sílaba, se pusieron de manifiesto en ese momento en que ya se hablaba de verso literario. La forma culta originaba nuevas complejidades.

T. Navarro Tomás ofrece un criterio peculiar sobre el tema, esto es, habla de tres criterios para la versificación del momento, eran la juglaría, la clerecía y la llamada gaya ciencia, lo que llevó también a crear los pies métricos, troqueo (óo), dáctilo (óoo) como nuevas entidades fónicas. En la clerecía se impuso la llamada cláusula acentual con periodos rítmicos definidos, lo que en las artes dictaminis medievales se conocía como cursus. La intención es quitarle lo solemne en el carácter poético latino y llevarlo a la sencillez y lo sensible de la lengua vernácula que se castellaniza.

Todo lo anterior era una especie de paralogismo entre dos mundos, el culto y el popular con sus diversas lenguas, costumbres y creencias; verídicos en la poesía. Sería ya arte poética con versificación ordenada, musical, rítmica, facultad retórica como ninguna poesía hasta ese instante de la historia literaria occidental.

La retórica también expresa sus argumentos de donde nacen los testigos de la invectiva. Dichos argumentos pertenecen a quien habla, se persuade como Isócrates, Cicerón, Boecio y Gonzalo de Berceo que lo intuía, iba directo con toda intención hacia el estado de ánimo del oyente, un público, no la colectividad popular sino los aprendices del clero, en espera de una realidad ideológica de esencial raigambre. Por lo tanto, el carácter narrativo del discurso, el tipo de versificación, vuelven digno de crédito lo que se proclama.

La lengua vernácula será en unidad con las formas del latín, lo persuasivo, lo creíble en letra viva. Es así que este significado y su calidad de persuasión serán el medio que demuestre con hechos singulares, los milagros, una realidad semiológica nacida de otra más compleja, donde los indicios de lo particular terminan en la universalidad, puesto que ésa es la finalidad más clara, la existencia de un aprendizaje donde Dios, la Virgen, el hombre de fe y su esperanza, juegan el papel unitario.

Conviven varios mundos medievales sintomáticos, contradictorios, aunque no todos hasta cierto punto identificables, cada uno germina rasgos distintivos: religión, fe, magia, materialización de la vida, sensualidad del cuerpo. La amplificatio, por ejemplo, no sólo es asunto literario de herencia latina, sucede en la cotidianidad donde radica la principal fuente de esa conciencia áurea del arte, materia poética con la que ya juega Gonzalo de Berceo.

Este mundo que se abre con su temperamento en el siglo XIII, toma forma este ánimo poético que es un dezir con estructura formal, sigilosa, pura, sin peccado –sin falla–: la clerezía. Por ello, quizá desde Gonzalo de Berceo exista una primera actitud literaria en la continuidad de la poesía en lengua española, es decir, con él se fundó la distinción entre el orden de la conciencia escritural que sólo pertenecía a la oralidad, al juego verbal y lo que únicamente era, en estricto sensu del ámbito literario y en cierto modo, lo extra literario que también colabora con la hechura de cada obra, bajo el entendido de que ambas condiciones permitieron que lo escrito fuera reconocible por sus infinitas posibilidades poéticas junto con el contexto en su justa dimensión.

De hecho, a partir de este momento medieval se retoma la postura innovadora donde el yo poético sale a flote para dar testimonio fiel de algún acontecimiento, por demás humano y sustantivo, en tanto que lo que se cuenta se considerara verídico. Así entonces, los Milagros eran asunto teológico de fondo, porque Cristo actuó como Juez justo y la Virgen como mediadora entre Él y los hombres pecadores a los habría que salvar.

Con esta perspectiva Gonzalo de Berceo siguió un modelo poético nacido para expresar diversas realidades encaminadas a la fe, doctrinales algunas o bien, con matiz hagiográfico otras y las de tesitura mariana; éste fue el cambio sustancial con respecto a la rama latina que sólo narraba hechos testimoniales sin el sustento vital del poeta riojano, además en la rama latina tampoco hubo personajes caracterizados con tan fino detalle como sucede en estos relatos de los Milagros con las mujeres, por ejemplo, la abadesa, la novia robada, además de judíos en papeles poco afortunados, puesto que había sospechas contra esta comunidad de que eran practicantes de magia y brujería, debido al conocimiento inmenso que tenían de la astrología, matemáticas, alquimia. Berceo siguió la tradición antisemita de la rama latina.

Un asunto primordial en los Milagros, es el rasgo humano en todos los poemas tanto para el mal como para el bien, lo que incluye a la Virgen, por ejemplo, cuando Teófilo le ruega que recupere la carta desde lo profundo de los infiernos y lo pide desesperadamente para que se la devuelva y así sentir el alivio total debido a su falta.

Los valores que predominan en esta obra son los cristianos, por lo que se apunta que el más importante es la salvación del alma. Sin embargo, habrá que tener cuidado porque no todo el ámbito social y literario de la zona comparten esta misma naturaleza en idea y obra, hay que recordar que conviven tres culturas, la judaica, la árabe y los cristianos, en la Rioja estos últimos predominan y es menor la población de judíos y menos aún de los árabes; pero lo importante es que ni siquiera entre los cristianos había heterogeneidad de ahí la necesidad de crear un universo sólido, un convencimiento real y atractivo desde la poesía porque ésta representaba la fusión entre lenguaje e imágenes bíblicas que sustentan y preceden a los Milagros de nuestro poeta como verídicos. Se crean modos de expresión para el propósito espiritual didáctico.

El desarrollo poético del ‘Milagro de Teófilo’ muestra una clara visión de lo que se piensa y se dice sobre lo religioso, Berceo conoce las oraciones de la lengua vulgar para dirigirse a Cristo y a la Virgen y desde el latín asegura la tradición, todo esto desemboca en el plano de la alegoría que se vuelve símbolo y al final se asienta en el mundo de las ideas religiosas de fe a nivel social. 45

Entre 1246 y 1252 se dice que fueron escritos estos Milagros que han despertado el interés de estudiosos y eruditos. Curioso tal vez, que este ámbito narrativo y poético parta desde un principio de situaciones trágicas, donde los personajes son víctimas de algún daño por su misma condición de duda, ignorancia o desafío a sus fuerzas naturales aunque todos finalizan con la posibilidad de un destino diferente, salvados por la gracia divina. Son historias en las que el acto trágico como el de Teófilo, que peca de apostasía, busca luego la salvación del alma por la fe. Es el asunto nodal. La confesión, dolor y arrepentimiento son los requisitos para lograr la intermediación de la Virgen María.

Quizá la discusión que permeó la continuidad de los siglos medievales y renacentistas sobre si Dios obra en ayuda de los hombres para mostrar su presencia o si los hombres tienen libre arbitrio para elegir su fe, haya sido vislumbrada por Berceo, no obstante, previstas estas posibilidades o no, lo sustancial es cómo supo mediarlo en aras de lo poético como fuente inagotable de la retórica que conocía.

La tentación de escribir sin la figura del anonimato posiblemente le otorgó una fuerza y compromiso distintos a su escritura. Aparece con Berceo, un estilo, una lección con sentido crítico moralista a lo que se agregaría, lo didáctico y por encima de todo, su mirada estética, la belleza de la poesía, su visión de mundo frente a la crisis social.

Es de suma importancia dejar claro este ámbito entre lo popular, lo culto y el arte; para ello, en esta propuesta habrá que seguir a Vossler, porque a través de él podría explicarse que no solamente hubo una estrecha relación entre la poesía del pueblo, los trovadores, gente culta y obras poéticas realizadas por clérigos, maestros; además de que tampoco existía una distinción tajante, como decir éste es culto, éste es popular. Vossler dice: “No son las formas lo que debemos distinguir [...] sino las actitudes anímicas fundamentales”.58 Esto significa que coexistía el impulso a la creación popular a la par de algunos elementos cultos que adquirían esta carga, así como la poesía culta tomaba elementos de lo popular y se vivificaba. De tal suerte que los trovadores cambiaron su visión del amor hacia la mujer, por ejemplo, de lo sensual, por influjo de Ovidio, hacia la espiritualización, aunque no sólo fue sobre el amor sino sobre toda circunstancia vital. Por lo tanto, no sobrevivía esta división rígida entre lo popular en un lado y lo culto en otro.

La verdadera distinción radicaba en la conciencia creativa y las intenciones que cada quien tenía de su obra, tanto en lo individual como en lo social. En esencia esto era porque las obras que se recitaban o escribían y se leían al público, como es el caso de Berceo, tenían como principio rector la participación generalizada, ya fuera en las calles, lo mismo que en la corte o en los monasterios, en este aspecto no había diferencia tajante, en todos los espacios se involucraba a los oyentes. Así era la condición de esta conciencia del arte en ambos mundos, el popular y el culto, que si bien son importantes, no separan de manera rígida estas dos formas manifiestas de la ocasión festiva, luctuosa, amatoria o espiritual.

La poesía tuvo diversos matices, el de la lengua romance, el del latín eclesiástico, lo que llamaban poesía profana para obras de teatro sencillas, la didáctica y la que llegaba desde otras zonas como la provenzal o traducciones hebraicas y árabes.

Gonzalo de Berceo vivió en un tiempo de crisis de grave situación social y religiosa. Él estaba en el centro de esta situación como clérigo y como hombre histórico. Tanto las herejías y el avasallamiento del mundo material de las ganancias económicas y de poder en guerras que ganaban terreno, así como las creencias del placer mundano eran el mal de época. En sentido opuesto estaba la necesidad de revitalizar la vida espiritual, hacer crecer el amor cristiano. Él vio este conflicto como gran peligro para la perdición humana, tenía que lograr la unidad ideológica. Predicó entonces mediante la poesía mejor aún que el discurso teológico de difícil comprensión. Era la palabra su medio y el culto mariano la salvación, la propuesta de fe.

Gonzalo de Berceo es quien llevará hasta sus últimas consecuencias este comienzo de la poesía, desde su recinto religioso con una moral sujeta a otra condición de la rama latina cuya historia se cuece aparte. Poesía e historia se conjugan porque algo se cuenta y se canta con una versificación sin falla, en un ritmo que la misma lengua inventará para su cuidado. El dintel de la puerta de una nueva concepción poética abre su espacio que se ve traspasado y otra historia comienza. Berceo lo trasciende y es un estar sucediendo que ya no tendrá fin. La función de la historia cumple, la función de la poesía realiza su trabajo en la intemporalidad al rebasar los límites inasibles de su destino.

A Berceo le tocó la llamada poética, como poeta medieval vivió la locutio vulgaris como el don de Dios que faculta el saber una lengua frente a la locutio elocuentia, fruto de la razón y la invención racional, el artificio gramatical.

[...]

LA VISIÓN DEL MUNDO DE GONZALO DE BERCEO EN El MILAGRO XXV

T E S I S

QUE PARA OBTENER El TÍTULO DE: LICENCIADO EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS

PRENTA: JOSÉ LUIS F. TISCAREÑO

ASESOR : LIC. JOSÉ ANTONIO MUCIÑO RUIZ

MEXICO. D.F

MAYO 2010

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE FILOSOFÍA y LETRAS

LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS

(SUA)

 

Detalle del ábside románico de la catedral de Santo Domingo de la Calzada (La Rioja)

 

 

 

 
 

 

LA VISIÓN DEL MUNDO DE GONZALO DE BERCEO

EN El MILAGRO XXV

JOSÉ LUIS F. TISCAREÑO