Biblioteca Gonzalo de Berceo Canecillo de la fachada sur de San Esteban de Galbárruli. Ver panorámica de la iglesia.  

 

     A Don Ramón Menéndez Pidal se debe principalmente el que el monasterio emilianense pueda añadir a sus glorias la muy excelsa de haber sido también centro forjador del idoma castellano. En sus libros pone de relieve la gran influencia de los monjes de San Millán en la formación del romance vulgar de aquellos remotos tiempos.

      «Es curioso ver -dice Menéndez Pidal- que mientras los lectores o copistas de los códices procedentes de León, Sahagún, Zamora o Carrión añaden al texto latino excolios en árabe, los códices de La Rioja o de Castilla inician otro uso, el de las glosas o traducciones interlineales en romance y aun alguna vez en vascuence, como vemos en nuestas Glosas Emilianenses y Silenses," es decir, que al lado del latín eclesiástico se tomaba en León como lengua supletoria otra lengua erudita propia  de la cultura mozárabe, mientras en La Rioja y Castilla se tomaba como supletoria la lengua romance vulgar»

     Cuando Don Ramón habla de códices de la Rioja se está refiriendo, sobre todo, al códice emilianense número 60, en el que se encuentran las famosas Glosas. Son éstas un conjunto de palabras sueltas y unas pocas frases escritas entre líneas y en la margen exterior de algunos folios. Unas glosas ayudan, por medio del pronombre interrogativo quis, cuius a conocer el sujeto y complementos de la proposición, o ponen expreso el sujeto ya sobreentendido en la persona del verbo. Otras explican palabras latinas poco usadas por otras más fáciles de entender; así concessit, según el glosador, equivale a donavit, sicut a quomodo, y para explicar candidis pone albis. Otras, finalmente, y son las más importantes y las que más hacen a nuestro intento, son palabras y frases del castellano de aquellos tiempos. El adjetivo latino incolumes lo explica el anotador con las palabras sanos et salvos, el terribilem con paboroso vel temeroso; los sustantivos tormentorum y galea con las palabras penas y gelemo (:yelmo); y el verbo precipitemur con el castellano caigamus. Los adverbios latinos repente, prius, donec son en el dialecto riojano lueco (:luego) y ances (:antes), ata quando (:hasta cuando).

     Pero no sólo encontramos palabras sueltas del habla riojana del siglo X y XI; encontramos también un par de períodos que el glosador estampó al margen del folio 72.

     El primer período es la versión castellana de las tres líneas últimas de un sermón atribuido por el copista erróneamente a San Agustín. Este es el final del sermón: Adiubante Domino nostro Iesu Christo, cui est honor et imperium cum Patre et Spiritu Sancto in saecula saeculorum. El glosador lo traduce así: «Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore, qual dueno get ena honore et qual duenno tienet ela mandatione cono patre cono spintu sancto enos sieculos delo siecu- los>>.

     Y después de esta profesión de fe en los misterios de la Santísima Trinidad y de la Redención, expresado el primero en el texto latino y enunciado el segundo con la adición de la palabra «Salvador», escribe a continuación de lo anterior esta hermosa plegaria, inspirada por su fervor religioso: «Facanos Deus Omnipotes tal serbitio fere ke denante ela sua face gaudioso segamus. Amen».

     «Las Glosas Emilianenses -añade Don Ramón Menéndez Pidal- tienen sobre todo la importancia excepcional de ofrecernos las primeras cláusulas que en España se conservan redactadas en romance».

     Es, pues, en el glorioso monasterio de San Millán donde se escribió el primer texto castellano y ese texto es una alabanza y una súplica dirigidas a Dios nuestro Señor. Fue como el bautismo de nuestra hermosa lengua castellana, en la que se habían de escribir obras de soberana belleza y de la más encumbrada espiritualidad, hecha, según se ha dicho, para hablar con Dios y, como dijo Carlos V delante del Papa, «tan noble que merece ser sabida y entendida de toda gente cristiana».

     Dos siglos después de esta glosa y en el mismo monasterio de San Millán de Suso, Don Gonzalo de Berceo indica también su extensa obra poética con la misma invocación a la Santísima Trinidad que el glosista del siglo XI, pero no en el dialecto balbuciente del códice, sino en un castellano desarrollado y sonoro:

En el nomne del Padre que fizo toda cosa,
e de don Jhesu Christo, fijo de la Gloriosa,
e del Spitu Sancto que igual dellos posa,
   de un confessor sancto quiero fer una prosa.


     Las brevísmas cláusulas del glosador del siglo XI se convierten en las tres mil trescientas veintitrés fáciles estrofas del poeta del siglo XIII, sin contar las dos mil quinientas once de El libro de Alexandre, que ahora vuelven a atribuírselo a Don Gon- zalo de Berceo. Su lenguaje es el usado por el pueblo en su trato ordinario : 

Quiero fer una prosa en roman paladino
en qual suele el pueblo fablar con so vecino.

     Sus poemas fueron compuestos para ser leídos a los grupos de devotos peregrinos que de todas partes acudían al monasterio emilianense. Quiénes le pedirían que les leyera algún trozo de la Estoria del sennor San Millán, quiénes algún Miraclo de nuestra Senora; los peregrinos del valle de Cañas querrían oír los portentos obrados por su paisano Santo Domingo de Silos, y los de Villavelayo y pueblos comarcanos le rogarían que les contara una vez más los éxtasis y visiones de su compueblana Santa Oria. Es muy probable que, con motivo de su ordenación sacerdotal, compusiera el largo poema Del sacrificio de la misa, así como el Martirio de San Laurencio sería debido a la devoción de los habitantes del valle a este glorioso mártir español, devoción manifestada en la romería que anualmente hacían a la cumbre del monte San Lorenzo, donde estaba edificada una ermita dedicada en su memoria. Muéstrase Don Gonzalo muy fervoroso sacerdote y catequista, que desea imprimir en el corazón de sus oyentes las verdades religiosas e inculcar la devoción a la santa misa, a la Virgen ya los santos oriundos de la comarca y venerados en ella.

     Por eso les habla con sencillez, empleando su mismo lenguaje. Cuando se le presenta la ocasión para excitar la hilaridad de los oyentes, emplea comparaciones y figuras retóricas que están al alcance de todos. Muchos términos usados por él siguen aún oyéndose en la boca de los habitantes del valle.

     En la estrofa 22 del Martirio de Sant Laurencio, para ponderar la fidelidad con que el heroico diácono administraba los bienes de la Iglesia, dice:

 Non daba una gallarra por omne losengero.

     «Gállara», con acento esdrújulo, es llamada en el valle de San Millán una excrecencia esférica en que se transforman las hojas del roble al ser picadas por un insecto. El roble es comunísimo en la dehesa de Suso, y mucho más abundaba en la antigüedad.

     Los diablos expulsados por San Millán de los cuerpos de algunos enfermos se reúnen en consejo para deshacerse de él y determinan abrasarlo cuando esté durmiento. Para ponerlo en ejecución van en busca de fajas secas y de verozo añejo. Dicen Don Gonzalo en la estrofa 214 que los demnios

Derramaronse luego quisque por so
vallejo por buscar fajas secas e verezo añejo.

     Al brezo, abundantísimo por estos montes, aún se le sigue llamando «berozo».  

     Al volver del trabajo se siente uno «canso», al decir de estos pueblos. Don Gonzalo decía lo mismo de los benedictinos de Silos en la estrofa 528 de la Vida de Santo Domingo:

Los monjes de la casa cansos e doloridos.

      «Ablentar» el trigo en la era ha venido diciéndose hasta que el uso de la maquinaria moderna ha hecho innecesario el uso de las palas para tal menester. Don Gonzalo, hablando del juicio final, afirma en la estrofa 23: 

Si los comieron aves o fueron ablentados,
todos en aquel dia alli seran juntados.

     En el valle de San Millán aún se usa con mucha frecuencia el verbo «regalar» con la significación de «derretir», tanto en su forma reflexiva como transitiva. «Hoy se ha regalado mucha nieve en el monte San Lorenzo». «El hielo del regajo se ha regalado todo». «Vamos a regalar la manteca en la sartén», son frases de uso común en esta tierra. Nuestro poeta, en la estrofa 42 del poema De los signos, hablando de los tormentos de los avaros, dice:  

Los omnes codiciosos del aver monedado,
que por ganar riqueza non dubdan fer pecado,
metranlis por las bocas el oro regalado.

 

    El castigo de los avaros en el infierno será, según el poeta, echarles en la boca oro derretido.

    Lanchetas no atinó con el verdadero sentido de esta palabra usada por Berceo y por eso en su Gramática y diccionano de las obras del poeta berceíno lo hace equivalente de «preciosos».

    En la estrofa 16 del milagro La boda y la Virgen y refiriéndose al canónigo de San Casiano y a la visión que tuvo, leemos este verso:

Mas avielo turrado mucho la vision.

     Al verbo «turrar» se le da aquí, en esta tierra, el mismo sentido en que lo usa Don Gonzalo. Cuando en un dedo se está formando un panadizo se suele decir: «Me turra mucho este dedo», para declarar el dolor quemante que se siente. Al canónigo le escoció mucho la reprimenda que le echó la Virgen. En alguna edición de los Milagros hemos visto sustituida la palabra «turrado» por «abrasado» para hacer más inteligible el verso.

     Quejáronsele los monjes a Santo Domingo de Silos de que en la traslación de las reliquias de los santos Vicente, Sabina y Cristeta no había traído ninguna para honrar su monasterio, y el Santo

Amigos, diz, por esto non ayades dentera,

 es decir: Amigos, no tengáis pesar o envidia por eso, porque también vosotros poseeréis un cuerpo santo y

De alguno vecinos seredes envidiados.

     Cuando un niño pequeño, dueño de un juguete o regalo, se lo muestra, satisfecho, a otro niño que carece de él, la madre del primero le reprende diciéndole: «No le des dentera».

     «Se nos ha embocado la pelota». Así decíamos los muchachos cuando, al jugar se metía la pelota en algún agujero que había quedado en la muralla al desmontar el andamio o para dar paso a las filtraciones. En el Sacrificio de la misa, estrofa 270, se nos declara que

La patena que tiene el caliz embocado
significa la lapida, asti diz el dictado.

     El barco encantado que llevaba a Don Quijote y Sancho se iba a embocar por el raudal de las ruedas del molino, dice Cervantes.  

     Muchos más ejemplos podrían aducirse para probar que persisten en el habla de estos pueblos del valle muchos términos empleados por Don Gonzalo, aunque por la emigración de los habitantes a las ciudades, poco a poco, van cayendo en desuso. 

     Dos códices se guardaban en este monasterio que contenían las poesías de Berceo, uno en cuarto y otro en folio. Este último estuvo algún tiempo en Santo Domingo de la Calzada y, dividido en varias partes y después de pasar por varios propie- tarios, ha ido a parar a la Real Academia Española, aunque no completo. En un manuscrito anónimo el autor, después de copiar una estrofa de Berceo, añade: «En este género de verso escribio un volumen que se tiene por original y que está en nro. Archivo, a excepcton de un cuaderno de la vida de nro. P.Sto. Domingo de Silos que está desmembrado y no sabemos cómo le ubo (sic) la Casa de Silos». La letra del manuscrito es de finales del siglo XVIII . 

     El códice 60, el de las Glosas Emilianenses, es uno de los sesenta y cinco que, con algunos incunables fueron remitidos a Burgos el año 1821. Se ha hecho de este códice, en el año 1977, una edición facsímil precedida de una, introducción de Juan B. Olarte, agustino recoleto, a quien encargaron tan delicado cometido y que lo desempeñó con la brillantez y acierto que puede ver el erudito lector. Procuró también dicho religioso, para que el manejo del libro resultara lo más útil posible, que al final se inserta el estudio de las Glosas de Don Ramón Menéndez Pidal y la descripción de Don Agustín Millares Carlo.

     En el folio 28r termina la primera parte del códice e indica su fin una raya horizontal con adorno muy sencillo. Con letra mucho más pequeña que la del texto, sobre la línea dice: Hec est vía et opus monaci; y debajo de la línea: Munnioni prsbr librum. En el folio 48v se lee: Munnionem indignum memorare.

    En el siglo XI vivía en el monasterio de San Millán un monje llamado Munio que hacía el oficio de escriba o notario. Son quince los documentos redactados por él, conservados en el Becerro Galicano. Original sólo existe en este archivo un pergamino que contiene la donación del monasterio llamado Ascensio, cerca de Davalillo, hecha en honor del singular patrón San Millán en manos del abad Blas, el día 26 de agosto del año 1078. Emplea fórmulas muy variadas al suscribir los documentos: Munio scriba, Munio scripsit , Munio monacus conscriptor, Munio scriba exarator et testis, y en la donación que hizo Sancho Garcéiz a San Millán en manos del abad Gonzalo y cuyo original está en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, firma Don Munio con un pareado latino: Exaratore Munione in celorum vivat regione. Este es, indudablemente, el monje que adornó con sus versos latinos la urna-relicario de San Millán y cuya efigie permanece grabada en marfil en ese relicario, en el frontispicio reservado a los reyes y al abad, con una inscripción en la que se le alaba de «atildado escritor».

 

Joaquín Peña O.A.R.
Páginas Emilianenses 2a.edición
Monasterio de Yuso - San Millán de la Cogolla 1980

 

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Para saber más:

 

GLOSAS EMILIANENSES

Varios autores

 

 

Introducción histórico-biográfica

Giménez Resano, Antonio

Berceo y la poesía del siglo XIII

Deyermond, Alan

La trayectoria intelectual de Gonzalo de Berceo

Lopes Frazão da Silva, Andreia

Algunas notas sobre Gonzalo de Berceo y su obra

Ynduráin, Domingo

Berceo, clérigo ingénuo, publicista, teólogo?

Ruiz Domínguez, Juan Antonio

Mester de Clerecía y Gonzalo de Berceo

Benito Somalo, Pedro

Gonzalo de Berceo, unos datos biográficos

Brian Dutton

 

 

   

 

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