Vista de Nájera desde el alcazar.    

   "Sabed que, en estos días passados, el muy poderoso y alto principe don Pedro, Rey de Castilla y de Leon, et nuestro muy caro y amado pariente, llego en las partes de Guiana, donde nos estavamos, e hizo nos entender que quando el Rey don Alfonso, su padre, murio, que todos los de los dichos rey nos de Castilla y de Leon, en pacifica possession lo rescibieron y tomaron por su Rey y sennor. Entre los quales, vos fuystes uno de los que assí lo obedescieron y estuvistes gran tiempo en obediencia.
    Y, despues desto, agora puede aver un anno poco mas, que vos con gentes y companas de diversas condiciones, que lIegastes y entrastes en sus rey nos, y se los ocupastes y entrastes en ellos, y vos lIamastes Rey de Castilla y Leon. Y le tomastes los sus thesoros y las sus rentas, y le tenedes tomado y forcado assi el su reyno, y que decis que lo defendereys d'el y de los que ayudar le quisieren." (Carta de El Príncipe Negro a Enrique)

   «justamente un sábado, el tercer día del mes de abril, cuando los pájaros dulces y amables comenzaron a renovar sus canciones en las praderas, bosques y campos...» (Chandos Herald)

Biblioteca Gonzalo de Berceo

 

1. LA EXPEDICION INGLESA DEL PRINCIPE NEGRO


    En 1367, por primera vez en la historia, tropas inglesas invadían España.Se trataba de un poderoso ejército compuesto por unos 10.000 hombres. Su principal objetivo era restaurar a Pedro I en el trono de Castilla, usurpado por su hermanastro Enrique de Trastámara. Las fuerzas inglesas permanecieron brevemente en Logroño a comienzos de abril, un par de días antes de su victoria sobre Enrique en Nájera, pero el hecho de haber cruzado el Ebro sin oposición y podido aprovisionarse en Logroño y su comarca fueron cruciales para el éxito de la campaña. Además, la memoria colectiva británica no solamente ensanchó su conocimiento de España, sino que las experiencias vividas en la operación que culminó en la batalla, influyeron fuertemente en su visión de Castilla para el resto de la centuria, durante la más importante fase de la guerra de los Cien Años.
    Al frente del ejército invasor se hallaba el hijo y heredero de Eduardo III (1327-1377), Eduardo príncipe de Gales (1330-1376) al que se conocía -por razones no muy claras- como el Príncipe Negro. Era el más reconocido caballero de la Cristiandad y el inspirador y defensor de la intervención británica en la guerra civil castellana. Desde 1362 gobernaba el principado de .Aquitania, al haberle transmitido su padre el ducado de Gascuña y las provincias limítrofes cedidas a su corona por Juan II de Francia en 1360. La campaña castellana sería su último triunfo militar; después de la restauración de Pedro I, retornó a Gascuña enfermo y en 1370, inválido, embarcÓ hacia Inglaterra definitivamente, mientras la guerra entre Francia y Castilla destruía su gobierno de Aquitania.
    En la empresa hispana acompañaba al Príncipe su hermano menor Juan, duque de Lancaster (1340-1399). El duque Juan, devoto de su hermano en cuya corte se había educado, había ya probado ser un buen militar, pero como comandante iba a mostrar que carecía del coraje familiar. Eduardo III le había enviado el año anterior a Gascuña, desde Inglaterra, con una fuerza importante para preparar la aventura hispana proyectada por el primogénito. Los recursos de hombres y dinero de la herencia de Lancaster el mayor estado nobiliar de Inglaterra, suponían un importante refuerzo. Para el joven duque significaba la primera oportunidad de alcanzar el mando y no la desaprovechó, adquiriendo una gran reputación por su conducta en la expedición, si bien, probablemente, de este triunfo sacó ideas equivocadas acerca de la facilidad con que Castilla podría conquistarse.
    El ejército del Príncipe Negro tenía, de hecho, una composición internacional. Incluía contingentes españoles -castellanos, navarros y mallorquines- y franceses, no sólo de Gascuña y de Aquitania, sino de otras partes tales como el ducado de Bretaña. El Príncipe llevaba también consigo soldados galeses e ingleses, destacando las tropas de su condado de Chester, en gales del Norte. El duque de Lancaster por su parte, conducía milicias de todas las comarcas inglesas en las que tenía posesiones, especialmente de las del norte, donde era un noble potentado. Por ello, el ejército del Príncipe podía considerarse en esencia un ejército inglés, hacia el que se habían sentido especialmente atraidos los jóvenes caballeros y escuderos formados desde la paz anglofrancesa de 1360, que vieron la expedición como una excelente oportunidad de probarse en la guerra.
    Pero el núcleo fuerte del ejército lo componían las «compañías libres», las bandas de soldados profesionales, ingleses, gascones, bretones y de otros lugares, que estaban sin ocupación en Francia desde la paz. Muchos de ellos habían tomado parte recientemente en la guerra civil castellana aliados de Enrique, pero ahora ponían por delante su lealtad a Eduardo III y al Príncipe. Las «compañías» se concentraban en la vanguardia, bajo el mando de uno de los más famosos de sus capitanes, el inglés sir John Chandos (+ 1370). Otros dos notables capitanes de las «compañías», cuyas carreras arrancaban del reinado de Ricardo II, eran sir Robert Knolles y sir Hugh Calveley; este último había sido recompensado recientemente con el condado de Carrión por Enrique de Trastámara.

 


2. RAZONES QUE EXPLICAN LA INTERVENCION INGLESA DE 1367 EN APOYO DE PEDRO I


    La causa inmediata de la invasión se apoyaba en las alianzas formalmente establecidas por el exiliado Pedro I, Carlos II de Navarra y el Príncipe Negro en Libourne, cerca de Burdeos, el 23 de septiembre de 1366. Tras la huida de Pedro a Gascuña, el Príncipe y Eduardo III rápidamente entendieron que su opción, mejor que la ofrecida por Enrique, era la mejor esperanza de mantener la alianza anglo-castellana alcanzada en 1362. El monarca inglés había procurado la amistad con Castilla durante muchos años; creía que tal vínculo sería una baza importante, quizás decisiva, en su largo conflicto con los Valois de Francia. Desde el siglo XIII los reyes y nobles ingleses miraban a Castilla como una de las grandes potencias de la Cristiandad y como la futura fuerza dominante en la Península. En Inglaterra el rey castellano era popularmente, y en ocasiones también oficialmente, conocido como «Rey de España».
    La imagen favorable de Castilla tenía su origen en la conquista de Andalucía por Fernando III. La reconquista creó en Inglaterra una gran admiración por los reyes y nobles castellanos a los que se veía como herederos de la tradición de la Cruzada. Cuando Alfonso XI derrotó a los moros en Tarifa en 1340, Eduardo III recibió un informe de la batalla por uno de los participantes (probablemente un noble inglés), que terminaba con la traducción de una importante carta del «gran sultán de Babilonia» encontrada en la impedimenta del emir derrotado, cuyas amenazas servían de provocación para los cruzados. Esta información se halla recogida en la obra de Adam de Morimuth, cronista contemporáneo, lo que sugiere que el texto circuló intencionadamente para estimular a los caballeros ingleses a tomar las armas contra los nazaríes granadinos. En 1345 Eduardo escribió a Alfonso XI felicitándole por la toma de Algeciras, en cuyo asedio participaron dos nobles ingleses, Henry duque de Láncaster y el conde de Salisbury.
    El interés de Eduardo en la cruzada contra Granada nació no sólo por su sentido del deber como rey cristiano y por su apremiante deseo de alianza con Alfonso XI, sino también por el sentimiento de que la empresa constituía un asunto familiar, de linaje. Eduardo III era el bisnieto de Fernando III; su abuela Leonor había casado en 1254 con el futuro Eduardo I (reinó de 1272 a 1307} en el monasterio de las Huelgas cerca de Burgos. El matrimonio fue uno de los puntos principales en el tratado de alianza entre el hermanastro de Leonor, Alfonso X, y el padre del príncipe Eduardo, Enrique III. Para Eduardo III, sus hijos y sus nobles, allí existían recuerdos únicos y excelentes de los antecedentes castellanos de la familia real inglesa. En los años posteriores a la muerte de la reina Leonor en 1290, Eduardo I mandó construir nueve magníficas cruces de piedra que marcaban los lugares donde su cadáver había descansado durante la procesión fúnebre desde Lincolnshire (al noreste de Inglaterra) hasta el lugar de entierro en las afueras de Londres, en la abadía de Westminster: Las dos mejores «cruces de Eleanor» fueron las últimas de la ruta: la cruz levantada en Cheapside, la calle principal en Londres, y la Charing Cross, fuera de la muralla de la ciudad, en el camino seguido por los lores, oficiales reales y miembros del parlamento para ir de la ciudad al palacio real en Westminster:
    Eduardo III trató tenazmente de renovar el tratado anglo-castellano de 1254 con Alfonso X y Pedro I. En 1348 Alfonso aceptó el matrimonio de Pedro con la hija de Eduardo, Juana, pero ésta murió de peste en su viaje a España, en Burdeos, siendo para ella, quizás, una feliz alternativa a su matrimonio con Pedro. La paz anglo-francesa de 1360 no acabó con la lucha de facciones surgidas por culpa de las alianzas con los reinos ibéricos. Como gobernador de Aquitania, el Príncipe Negro buscó astutamente la protección castellana, puesto que desde su base gascona estaba intentando controlar provincias cuya sumisión era incierta, la corona castellana no sólo podía darle ayuda diplomática para su nuevo gobierno a lo largo de Aquitania, sino el seguro militar de su poderosa flota en el golfo de Vizcaya.
    Por todo esto, la protección que Eduardo III y sus hijos estaban dispuestos a darle a Pedro I en 1366 significaba probablemente para ellos algo más que una cuestión de conveniencia política. Era también una cuestión que tocaba a la dinastía, como descendientes de Fernando III. En la carta que el Príncipe Negro escribió a Enrique, fechada en Navarrete el primero de abril 1367 (cuyo texto incluímos más adelante), aseguraba que Pedro había apelado a los lazos familiares como argumento para su petición de apoyo. El recurso a los vínculos de sangre es recogido también por los analistas ingleses contemporáneos, como son el Cronista Anónimo de la abadía de St. Mary en York y el monje de Canterbury John de Reading que, interesadamente, incluye las claves genealógicas.
    El escrito del Príncipe desde Navarrete sugiere que la familia real inglesa se sentía particularmente ultrajada por la ocupación del trono de Castilla por un hijo ilegítimo. En la carta que escribió a su esposa dos días después de la batalla de Nájera llama a Enrique «/e Bastard de Spaigne». Los cronistas ingleses normalmente se refieren a él, simplemente, como «el Bastardo». Los bastardos reales no eran considerados nobles en Inglaterra, como lo eran en Castilla los de Alfonso XI. El último bastardo que se sentó en el trono inglés fue Guillermo el Conquistador (+ 1087} y los hijos ilegítimos conocidos de Eduardo III y del Príncipe Negro no fueron hombres de importancia, sino dotados solamente como caballeros. Quizás siguiendo el precedente castellano, el duque Juan de Lancaster cuidó que dos de sus hijos ilegítimos, Juan y Enrique Beaufort (nacidos en la década de 1370) recibieran, respectivamente, un condado y un obispado, pero sólo después de que, en 1397, fueran legitimados. Sin embargo, su hermanastro Enrique IV trató, en 1401, de promulgar una ley para que un Beaufort no accediera nunca al trono inglés.
    Cuando el Príncipe y Lancaster pusieron un pie en suelo español detrás de la restauración de Pedro en el trono castellano debían tener en mente otras ambiciones. Desde que tomaron la famosa ruta a través del paso de Roncesvalles, consagrada por Carlomagno y por el culto a Santiago (hacia quien Lancaster mostró devoción más tarde), eran sin duda conscientes de su significación y de su entrada a una tierra donde sus antepasados habían protagonizado grandes hazañas por la cristiandad. En los años sesenta se había producido en la corte inglesa un fuerte entusiasmo por el resurgimiento del ideal de cruzada; el amigo de Lancaster, el conde de Hereford, por ejemplo, tomó parte en la breve captura de Alejandría en 1365 por el ejército cruzado. Al duque Juan le gustaba revivir las tradiciones de sus antepasados reales y, más recientemente, de la casa de Lancaster, una vez que los encarcelamientos políticos hacia su familia le permitieron hacerlo. En un contrato para servicios militares y de otro tipo que hizo con Sir Hugh Hastings en mayo de 1366, las condiciones estaban especificadas en caso de que «el duque saliera en contra de los enemigos de Dios». Es probable que el Príncipe Negro, Lancaster y otros muchos caballeros esperasen que la restauración de Pedro crearía las condiciones para poder participar en la conquista de Granada. Una vez que el Príncipe tomara posesión del señorío de Vizcaya, que le había sido prometido por Pedro en el tratado de Libourne, el transporte y suministro del ejército cruzado sería fácil, porque los puertos vizcaínos eran los principales almacenes del comercío anglo-castellano.

 


3. LA SITUACION ESTRATEGICA DE LOGROÑO EN LOS PLANES DEL PRINCIPE NEGRO


    Desde que el ejército fue constituido en Gascuña, el Príncipe sabía que para invadir Castilla tenía que llegar a Navarra, subiendo por San Juan de Pie de Puerto, a través del paso de Roncesvalles y cruzar el territorio navarro. Para reestablecer a Pedro en Burgos, lo lógico parecía avanzar desde Pamplona, donde sus tropas descansaron en febrero, siguiendo la ruta de peregrinación por Estella y Logroño. Esta estrategia se veía facilitada por el hecho de que esta última estaba en poder de los aliados de Pedro. Ya en Gascuña, tras la firma del acuerdo entre Pedro y Carlos II de Navarra en Libourne en 1366, Logroño había sido señalada como el mejor lugar para entrar en Castilla. La concentración del ejército de Enrique en Bañares y su movimiento para bloquear la aproximación a Burgos en Santo Domingo de la Calzada sugería que también él supuso lo mismo en febrero de 1367; de hecho, las disposiciones del Príncipe, según su Vida escrita por Chandos Herald, indican su intención. Desde Pamplona envió una fuerza de 160 lanzas y 300 arqueros bajo el mando de uno de sus más experimentados caballeros, Sir Thomas Felton, quien, con los guías navarros, cabalgó día y noche hacia Logroño, cruzando el Ebro «cuyas aguas eran veloces y feroces», y avanzando desde la ciudad hacia Navarrete. Una vez allí la fuerza inglesa vigiló al ejército castellano y probó sus defensas:


    Espiaron el ejército del Bastardo hasta que una noche dirigieron su ataque sobre los puestos de vigilancia. A caballo cargaron sobre ellos y cogieron al comandante de la guardia y a otros dos o tres. Entonces se dió la alarma. Sir Simon Burley tomó prisionero a dicho caballero y volvieron rapidamente a Navarrete, donde se instalaron, y donde los prisioneros declararon la verdad del ejército. De inmediato enviaron sus informes al Príncipe.

    Sin embargo, el principal ejército inglés ya estaba, aparentemente, en una ruta diferente, en Alava: el Príncipe había abandonado la ruta de Santiago, torciendo en su lugar desde Pamplona a través de Irurzun y adelantándose por la frontera hacia Salvatierra. Los ingleses encontraron poca resistencia tanto en Salvatierra como en Vitoria, pero fueron detenidos por el ejército castellano, que se había desplazado hacia el norte desde sus posiciones alrededor de Santo Domingo en respuesta a la acometida del Príncipe. Los comandos aliados concluyeron que Enrique daría batalla en la llanura de Vitoria y condujeron sus fuerzas de acuerdo con ello. Fallaron sensiblemente en la suposición, permitiendo que sólo su hermano don Tello probara las defensas enemigas, lo que hizo con notable éxito. Desde que los castellanos bloquearon el paso de las montañas, hubo equilibrio. La situación de los enemigos instalados fuera de Vitoria empeoró. Chandos Herald describió así la noche que ellos acamparon en orden de batalla esperando atacar:


    Allí nadie tenía buen humor, para muchos se debía, iPor San Martín!, a que no había ni pan ni vino. Para nadie la estancia era agradable y con frecuencia se producían conflictos y escaramuzas con los jinetes; y para los ingleses la mayoría eran soplones, de ellos y de los otros. El tiempo fue muy feo y desagradable, con lluvia y también aire.
    Sir, los hechos que le estoy narrando se produjeron en marzo, cuando llueve a menudo, sopla el viento y nieva -nunca hay peor tiempo- y el Príncipe estaba al descubierto, donde se padecen muchas dificultades por los soldados y los caballos.
   

    Probablemente el 29 de marzo los ingleses abandonaron Vitoria, retirándose a través de las montañas a Navarra y retomando la ruta de los peregrinos en Los Arcos. A pesar de las privaciones de sus hombres y de la dureza de las montañas, el Príncipe siguió avanzando hasta llegar a Logroño, hacia el 1 de abril. En ese mismo tiempo, el ejército castellano, disfrutando de la ventaja de circular por el interior, volvió a sus posiciones originales cubriendo el principal acceso a Burgos.
    La campaña de Alava significó una derrota para los invasores. El hecho de que no fuera decisiva se debió al carisma del Príncipe, quien, como indica Chandos Herald, compartió las dificultades con las tropas. Es también, sin duda, un tributo a las virtudes militares de sus hombres, a quienes iban a lanzar a la batalla apenas unos pocos días después de su ignominiosa retirada.
    Pero, ¿por qué el Príncipe no había dado antes el alto a los castellanos desde Logroño, siguiendo las recomendaciones de Felton? La ruta desde allí a Burgos no presentaba las barreras físicas que tenía la mayorría de las vías de aproximación a Burgos. Los1navarros, que habían suministrado guías a Felton, darían también información al Príncipe de los problemas que implicaba avanzar a través de Vitoria. Podía ser que el Príncipe tuviera motivos políticos para esta curiosa estrategia y que no se fiara de la firmeza de Pedro o Carlos II. Según Chandos Herald, el Príncipe y sus consejeros se sorprendieron en Pamplona por la noticia de que Carlos había sido capturado; sospecharon que estaba actuando traidoramente. El Príncipe decidió entonces abandonar Navarra, que ya no parecía una base de operaciones segura. Quizás creería el Príncipe que al adueñarse de Alava, que había sido prometida a Carlos por Pedro, obligaría a aquél a volver a la alianza. Además, su ocupación le aseguraría los puertos vizcaínos, garantizando el aprovisionamiento de su ejército a través de las líneas marítimas con Gascuña e Inglaterra.
    Por otro lado, los factores estratégicos podían haber sido los más importantes en la decisión del Príncipe de invadir Alava. Si Felton hubiese enviado algún informe desde Navarrete antes de los mencionados por Chandos Herald, lo probable es que indicara que Logroño no estaba en peligro inmediato, que el ejército castellano era mucho mayor que el de los aliados y que estaba desplegando una táctica defensiva en una situación favorable. Si estas eran las conclusiones de Felton, es factible que el Príncipe decidiera una estrategia distinta a la prevista para desconcertar al enemigo, inducirle el abandono de sus posiciones y precipitar la confrontación en el terreno que él eligiese.
    El fracaso de la maniobra del Príncipe significó, no obstante, aumentar las dificultades para alcanzar la victoria. A menos que él pudiera atraer rápidamente a Enrique a la batalla, tendría que retirarse a Gascuña. Esto es lo que Arnoul d' Audrehem, capitán de las compañías francesas, le dijo a Enrique en Alava, según Chandos Herald, cuando los invasores estaban en Logroño:


    Si crees en un buen consejo, podrás tranquilamente derrotarlos sin dar un solo golpe... Si no les das batalla, los verás renunciar a España o morir de hambre por la simple falta de vituallas.


    El Príncipe no podía esperar el combate con más riesgo en Logroño que en Victoria; la ciudad sólo ofrecía una ligera ventaja a sus hombres. En el poema laudatorio sobre la batalla escrito por Walter of Peterborough, monje de Revesby Abbey (Lincolnshire), para el duque de Lancaster con información procedente de sus seguidores que habían participado en ella, pone de relieve que los soldados ingleses recibieron un adecuado suministro de alimentos y forraje para sus monturas en Logroño, después de sus recientes privaciones que habían continuado en el viaje desde Vitoria. En Logroño, dice Chandos Herald, acamparon fuera de la ciudad «en los huertos y bajo los olivos». El cronista Anónimo nos informa que el Príncipe «hizo un alto y acampó, colocando sus tiendas y pavellones para descansar cerca de un buen río». Su clara intención era, por tanto, mantener a sus hombres fuera de la ciudad y permancer en sus huertas sólo por un breve espacio de tiempo, en parte para evitar la fricción con la guarnición de Pedro y para aliviar el agotamiento de sus recursos.
    El mismo Pedro consideró la presencia en Logroño con un poderoso ejército como un golpe de efecto. El primero de abril despachó cartas para tranquilizar a sus partidiarios. Sin embargo, Pedro no estaría tan confiado como sugerían sus palabras. Debía sentirse exasperado por las marchas y contramarchas del Príncipe, así como por la deserción de Carlos II y el deterioro de la prosperidad y moral del ejército. Ouizás sospechaba que el Príncipe que, podía llegar a un trato con éste. El Cronista Anónimo describe una entrevista formal entre Pedro y el Príncipe mantenida en Logroño o, menos probablemente, en Navarrete, cuya intención pudo haber sido eliminar las tensiones entre ellos:


    El rey de España llegó para decirle al Príncipe lo agradecido que estaba por su duro trabajo, e hizo votos por la continuación de su buena voluntad en oponerse a sus enemigos. Y el mencionado Príncipe contestó cortesmente que él estaba dispuesto a hacer y ejecutar todo lo que Dios le permitiera.


    El uno de abril el Príncipe instaló su cuartel general en Navarrete. Al día siguiente recibió noticias de que Enrique y todo su ejército habían acampado a dos leguas de distancia en el río Najerilla («a deux lieux de nous sur la ryvere de Nazare»). El Príncipe envió la siguiente carta a Enrique el día uno, y tuvo contestación de éste el día dos, fechada «in nostro palacio juxta Najera»:


    Eduarte, hijo primogenito del Rey de Inglaterra, principe de Gales y de Guiana y duque de Cornualla y conde de Cestre, al noble y poderoso principe don Enrique, conde de Trastamara.
    Sabed que, en estos días passados, el muy poderoso y alto principe don Pedro, Rey de Castilla y de Leon, et nuestro muy caro y amado pariente, llego en las partes de Guiana, donde nos estavamos, e hizo nos entender que quando el Rey don Alfonso, su padre, murio, que todos los de los dichos rey nos de Castilla y de Leon, en pacifica possession lo rescibieron y tomaron por su Rey y sennor. Entre los quales, vos fuystes uno de los que assí lo obedescieron y estuvistes gran tiempo en obediencia.
    Y, despues desto, agora puede aver un anno poco mas, que vos con gentes y companas de diversas condiciones, que lIegastes y entrastes en sus rey nos, y se los ocupastes y entrastes en ellos, y vos lIamastes Rey de Castilla y Leon. Y le tomastes los sus thesoros y las sus rentas, y le tenedes tomado y forcado assi el su reyno, y que decis que lo defendereys d'el y de los que ayudar le quisieren. De lo qual somos mucho maravillados que un tan noble como vos e hijo de Rey hagades cosas que vos sean vergonçosas de hazer contra Rey e sennor.
    Y el dicho Rey don Pedro embio a mostrar todas estas cosas a mi sennor y padre, el Rey de Inglaterra, y a le requeridolo, uno porendo que las casas de Castilla e Inglaterra hunieron en uno, y otrosi por las ligas y composiciones que el dicho Rey de Inglaterra, mi padre y mi sennor, y comigo, que lo quisiessemos ayudar a tornar al su rey no.
    Y el rey de Inglaterra, mi padre y mi sennor, viendo que el dicho Rey don Pedro, su pariente, le embiava a pedir justicia y derecho, y cosa razonable a que todo Rey deve ayudar, plugole de lo hazer assi. y embio a mandarnos que, con todos sus vassallos, y valdedores y amigos que el tiene, lo viniessemos ayudar y confortar, segun que a su honra cumplia pues le haziades sinrazon.
    Sobre la qual razon nos somos llegados aquí, y estamos oy en el lugar de Navarrete, que es en los terminos de Castilla, y porque, si voluntad fuesse de Dios, que escusar se pudiesse tan gran derramamiento de sangre de Christianos, como podría acontecer si batalla huviere de ser, de lo qual, sabe Dios, que a nos desplaze mucho.
    Y por ende vos rogamos y requerimos, de parte de Dios y del martyr Sant Jorge, que si vos plaze que nos seamos medianeros buenos entre el Rey don Pedro y vos, que vos nos lo hagays saber. y nos trabajaremos que vos ayades en los sus reynos y en sa su buena gracia y merced, tan gran parte, por que honradamente podades bien passar y mantener vestro estado.
    Y si algunas cosas huviere menester delibrar entre el vos, nos, con la merced de Dios, entendemos poner las cosas en tal estado, como seades bien contento.
    Y, si desto no vos plaze, y queredes que se libre por batalla, sabe Dios que a nos desplaze dello, empero, no podemos escusar de yr con el dicho Rey don Pedro, nuestro pariente, por el seu reyno. Y si algunos le quisieren embargar los caminos a el y a nos que con el ymos, nos haremos mucho por le ayudar, con el ayuda de Dios.
    Escripta en Navarrete, villa de castilla, el primero dia de Abrill, deste anno.


[Foedera, Conventiones, Literae (etc.), ed. por Thomas Rymer; nueva edición por J. Caley y F. Holbroke, vol. 3, parte 2.ª, Londres 1830, pp. 823-24).


    El Príncipe no podía tener ninguna esperanza de que Enrique capitulara y aceptara sus humillantes ofertas, especialmente cuando incluía una carta tan insultante. Sin embargo, si Pedro hubiera sabido el contenido apenas habría podido estar satisfecho y tranquilizado por la actitud del Príncipe. A pesar de que se mantuvo firme en la oferta de Pedro, él, un extranjero, se erigía con la extrema presunción de alzarse en árbitro de los asuntos de la corona castellana e imponer un ajuste que, a los ojos de Pedro habría sido ultrajantemente favorable para Enrique. La ambivalencia que el Príncipe estaba mostrando antes de la batalla de Nájera ayuda a explicar la rapidez con la que las relaciones entre ambos se habían desmoronado después.

 


4. LA INTERIORIZACION RELIGIOSA ANTE LA BATALLA


    Antes de describir la batalla, es relevante preguntar cómo se percibía tal evento por parte de ambos combatientes y cometaristas contemporáneos -aunque es difícil desenredar los pensamientos por medio de las glosas que ellos y los comentaristas hicieron. Como toda batalla medieval se concebía como una súplica al juicio de Dios, y es fundamental, para establecer el correcto espíritu de los combatientes, pensar que todos ellos tenían el íntimo convencimiento de estar, desde el punto de vista religioso, combatiendo por una causa legítima y justa y que todos veían el derramamiento de sangre cristiana bajo ese prisma. Entonces, ellos podían morir en el choque con la certeza de que sus almas alcanzarían el purgatorio y de que sus sufrimientos serían acortados por oraciones y ofrendas de los justos. El propósito de las cartas que Enrique y el príncipe intercambiaron antes de la lucha era establecer la justicia de sus respectivas causas a los ojos de sus soldados, de la posteridad y de todos sus contemporáneos. El argumento de los desafíos se representó, igualmente, en los ritos religiosos del campo de batalla. De este modo, según Chandos Herald, el Príncipe rezó públicamente antes de que comenzase el combate:


    Entonces el valiente príncipe alzó sus manos al cielo y dijo: «Verdadero soberano Padre que nos has hecho y creado, tan verdaderamente como Tú bien sabes que no he venido aquí sino para la defensa de la verdad y para alcanzar la proeza y nobleza que me urge y me incita a ganar una vida de honor, yo Te suplico que en este día me guardes a mí y a mis hombres».


    Después de la batalla, desarrollada donde Enrique había permanecido la noche anterior el Príncipe no sólo manifestó «gran alegría» con sus compañeros, sino también «agradeció a Dios Padre, al Hijo y a su santísima Madre, por el favor que le habían hecho» (Chandos Herald). En su carta del 5 de abril, el Príncipe interpretó la victoria como una decisión divina: «así que fue por la voluntad y la gracia de Dios que el dicho Bastardo y todos sus seguidores fuesen derrotados, gracias sean dadas a Nuestro Señor». Esta explicación es generalmente repetida por los cronistas ingleses.
    Había razones particulares por las que la campaña entera se desenvolvió en una atmósfera cargada de intensidad religiosa. Se luchó para determinar la suerte de uno de los grandes reinos cruzados cristianos y se combatió, lo que era más inusual, durante el ayuno cuaresmal, culminando en un enfrentamiento que coincidió con el día en que la atención prioritaria debía estar concentrada en el sufrimiento de Cristo, pues coincidió con la vigilia del domingo de pasión. Para los invasores extranjeros, que asistían al amanecer del día 3 de abril, en la llanura de Navarrete, a lo que podía ser su última misa, algunas partes del texto de la Epístola (Isaías 49, 8-15) adquirían una significación especial dada su propia situación y podían contener una promesa del favor de Dios por su causa:


    Así habal Yahvé: al tiempo de la gracia te escucharé, el día de la salvación vendré en tu ayuda y te formaré y te pondré por alianza de mi pueblo, para restablecer al país, para repartir las heredades devastadas. Para decir a los presos: Salid, y a todos los que moran en tinieblas: Venid a la luz. En todos los caminos serán apacentados y en todas las alturas peladas tendrán sus pastos. No padecerán hambre, ni sed, ni les afligirá el viento solano ni el sol, porque los guiará el que de ellos se han compadecido y los llevará a manantiales de agua. Yo tornaré todos los montes en camino y se levantarán mis calzadas. He aquí que viene ellos de lejos, éstos del septentrión y del mar, aquéllos de la tierra de Sinim. Exaltad, cielos, y salta de gozo, tierra; que los montes prorrumpan en júbilo, porque ha consolado Yahvé a su pueblo, ha tenido compasión de sus afligidos.
    Sión decía: Yahvé me ha abandonado y mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su mamoncillo, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría.


    El monje de Revesby, Walter of Peterborough, en su relación de la batalla y de la campaña, pone especial énfasis en el contexto religioso. Señala que los aliados afrontaron las penalidades en Alava durante la fiesta de la Anunciación de la Santísima Virgen. La devoción por las fiestas de la madre de Dios había adquirido una especial intensidad entre los nobles ingleses (como fue el caso del duque de Lancaster). Su culto era muy querido para los principales caballeros británicos que participaron después en la guerra de los Cien Años y algunos desearon relacionar la victoria de Nájera directamente con la Anunciación. Thomas Walsingham, cronista de la abadía de St. Albans (Hertfordshire) recogió, en este sentido, afirmaciones de que el enfrentamiento se produjo precisamente en ese día, aunque él se mantenía escéptico.
    Walter of Peterborough, que pertenecía al círculo familiar del duque de Lancaster añadió más trasfondo religioso a la batalla. Aseguró que los ingleses hicieron frente a un gran número de no creyentes en las filas de Enrique -judíos, musulmanes españoles y norteafricanos. Este aspecto fue puesto de relieve, aunque no tan elaborado, por todos los cronistas ingleses. La alegada presencia de infieles se sumaba, a los ojos ingleses, a la infamia de Enrique y ayudaba a justificar el derramamiento de sangre entre compatriotas. Pero, para Walter of Peterborough, el «pecado» de usurpación oscurecía a todos los demás, manchando con la indignidad a sus seguidores, cristianos e infieles, por igual. Por causa de este pecado, Walter declaraba que los soldados de Enrique perecieron condenados, tal y como el pecado de Satán condenó a la humanidad. Comparaba a Lancaster con un ángel que empuñaba la espada del castigo divino. De esta manera, tenemos una identificación de Enrique y sus seguidores con la humanidad caída. La implicación era que los ingleses estaban comprometidos con la matanza del pecado, una tarea apropiadamente divina mientras la Cuaresma culminaba en tiempo de Pasión. Este tema pudo haber sido el argumento de un poema sobre la batalla dedicado al Príncipe por el propio Walter of Peterborough y ahora perdido.
    Walter of Peterborough adjudica a los ingleses en Nájera una especial devoción hacia la Virgen y San Pedro. El fervor a San Pedro estaba ligado a una multitud de causas, amparadas en la estrecha asociación de la iglesia inglesa con él desde sus orígenes; para los ingleses, San Pedro era uno de sus patronos particulares, junto a Santo Tomás de Canterbury, San Eduardo el confesor y Santa Frideswide, y buscaban su protección en las batallas. Eduardo el Confesor, rey de Inglaterra (+ 1066), cuyo relicario estaba en la abadía de Westminster, era considerado el protector de los reyes ingleses y su supuesto escudo de armas fue adoptado por el hijo del Príncipe, Ricardo II. Frideswide, muerta en 735, era una real y santa abadesa anglosajona, cuyas reliquias eran reverenciadas en el convento de los agustinos en Oxford.
    Sin embargo, en su carta a Enrique, el Príncipe invocaba a San Jorge, a quien su padre había hecho patrón de la orden de caballeros de la Jarretera cuando la fundó en 1348. San Jorge, según Chandos Herald, fue el grito de guerra de los soldados ingleses en Nájera.
    Enrique, en su carta al Príncipe, también invocaba la ayuda de Santiago. De hecho, los ingleses eran fervientes devotos de Santiago, pero la mayoría de los peregrinos británicos no tomaban la ruta terrestre que pasaba a través de Logroño, sino el pasaje marítimo a La Coruña. Walter of Peterborough, como resultado de la mala pronunciación inglesa, llegó a la conclusión de que Logroño era de hecho La Coruña.
    En 1367 los invasores ingleses rechazaron el internacionalismo cultural y trajeron su propio panteón de devociones para invadir un paisaje santo con cuyas circunstancias parecía difícil que se identificaran.

 


5. LA BATALLA DE NAJERA


    La batalla de Nájera y la campaña que condujo a su desenlace han sido brillantemente reconstruidas por el profesor Peter Russell, a cuyo magisterio nos acogemos. El Príncipe se dió cuenta de que la intención de Enrique era iniciar el combate cuando se trasladó desde Logroño y acampó en Navarrete a principios de abril; los castellanos y sus aliados fueron arrastrados a través del camino de Santiago justo al oeste de Alesón, detrás de la línea del río Yalde. En la reunión anterior, según nos transmite el siempre bien informado Chandos Herald, Enrique había rechazado el aviso del jefe del las compañías libres francesas, el gran soldado bretón Bertrand du Guesclin:


"Sire... sabes muy poco, ciertamente, de la gran fuerza que lleva el Príncipe. Está con él la flor de la caballería y de la juventud, tiene los mejores combatientes vivos que hay en el mundo, mientras que tu tienes gran necesidad de preparar y formar a tus hombres». " Sir Bertrand, no tengas cuidado», contestó el Bastardo Enrique, "yo tendré, estoy seguro de ello, 4.000 buenos caballos armados que estarán en las dos alas de mi ejército y, además verás, sabed lo seguro, 4.000 jinetes; de los hombres de armas, de los mejores que se pueden encontrar en toda España, tendré 2.000 en mi compañía y, además dispongo, sabed lo bien, 50.000 hombres a pie y 6.000 arqueros. Desde aquí a Sevilla no hay ningún hombre libre ni ningún villano que no me haya dado seguridad de ayudarme y su palabra de que siempre me verán como un rey, por tanto, no tengo miedo de no alcanzar la victoria».


    La confianza de Enrique surgió a raíz de sus éxitos en Alava -en particula- la aniquilación por don Tello de la fuerza de Felton cerca de Ariñez y el daño infligido en la principal fuerza aliada por los jinetes. Sin embargo, la experiencia de Du Guesclin con ese ejército le había conducido a la conclusión opuesta. Era probable que él estuviera intranquilo porque la mayor parte de los españoles carecían de un ejército preparado para resistir el masivo fuego de los arqueros ingleses, y de la técnica y experiencia requeridas para avanzar a pie, frente

ESQUEMA DE LA BATALLA DE NAJERA (sábado, 3 de abril de 1367).

    Las tropas del Trastámara (T) con Duguesclin (D) en la vanguardia esperan el ataque por el camino de Navarrete, pero el Principe Negro (P) surge por la izquierda rodeando la colina y lanza a Lancaster (L) contra Duguesclin, al flanco derecho de su caballería capitaneada por Captal de Duch (B) contra el castellano don Tello (T), que huye, y al flanco izquierdo de su caballer(a guiada por Hewit (H) para impedir el movimiento de auxilio iniciado por el conde de Denia. Mientras el Príncipe Negro retiene al centro de las tropas mandadas por Enrique de Trastámara, la retaguardia dirigida por Calveley (C) y Armagnac (A) sale en persecución de los huidos.


a ellos, y comprometer a los caballeros y escuderos ingleses y gascones que eran expertos en lucha de infantería. En una batalla campal con tales tropas, la seguridad de Enrique en la caballería ligera e incluso en la caballería pesada estaba fuera de lugar. Además, los arqueros, a pesar de sus dardos más pesados y devastadores, eran habitualmente abatidos por los arqueros ingleses y galeses, a causa del superior porcentaje de aciertos de estos últimos.
    El profesor Rusell ha descrito cómo el Príncipe ganó ventaja táctica el 3 de abril al avanzar desde Navarrete en la oscuridad antes del amanecer no a lo largo de la principal ruta hacia el oeste, sino hacia el norte, alrededor del cerro de Cuento, ocultando así su línea de avance. Como dice Chandos Herald:


La corazonada del Príncipe le llevó a no seguir la ruta más directa, sino a tomar el camino de la derecha. Sus tropas descendieron una montaña y un gran valle, montados a caballo, formadas las filas tan noblemente y en orden cerrado que era maravilloso contemplarlo.


    Los ingleses trataron de flanquear a los castellanos, y tuvieron un buen campo de ataque bajo un declive en un punto donde el Yalde ofrecía menos obstáculo. Los castellanos fueron forzados a la difícil maniobra de reagruparse frente al enemigo, tomando nuevas posiciones aproximadamente en una línea paralela al camino que iba al norte desde Alesón a Huércanos y Uruñuela. La vanguardia del ejército castellano estaba compuesta principalmente de compañías francesas bajo el mando de Bertrand du Guesclin. En la vanguardia también había caballeros de la Orden de la Banda, cuyos estandartes eran llevados por Pedro López de Ayala, el cronista, escritor de la principal narración de la batalla. El ala izquierda del ejército, que tenía un gran contingente andaluz, estaba mandado por don Tello, y el ala derecha, donde estaban concentrados algunos magnates aragoneses y sus comitivas, iba al mando de uno de ellos, Alfonso de Villena, conde de Denia. La fuerza principal estaba dirigida por el propio Enrique. Algunos de sus nobles eran bastante tibios en sus lealtades, inclinados a estar menos volcados en su apoyo hasta ver cuál era el resultado del encuentro.
    El principal compromiso se centró entre las dos vanguardias. La acción de las compañías anglófilas se dirigió hacia la vanguardia del Príncipe, teóricamente bajo el mando del duque de Lancaster pero en realidad a las órdenes de Sir John Chandos. Siguió un fuerte encontronazo de los de a pie. El cronista, estuvo allí y nos transmite su propio testimonio:


En un momento de ese día Chandos fue arrojado al suelo; sobre él cayó un castellano, de gran estatura -de nombre Martín Fernández- quien se esforzó duramente en matarle, y le hirió a través de la visera. Chandos, de espíritu intrépido, cogió una daga de su costado e hirió al castellano con ella, empujando la afilada hoja en su cuerpo. El castellano se tendió muerto y Chandos se puso en pie. Asió su espada con ambas manos y se sumergió en la lucha, que era intensa y terrible y maravillosa de contemplar.


    Las dos alas castellanas, conducidas por jinetes, subieron a ayudar a la vanguardia, pero fueron dispersadas por los arqueros, cuyos disparos parecían a Chandos Herald formar una cortina más espesa que la lluvia de invierno. Este era el punto crítico de la batalla, tal y como Enrique y el Príncipe comprendieron. Los esfuerzos de aquél para organizar un avance por su principal «batalla» pesada en ayuda de la vanguardia vaciló. Por lo que desvió su línea de ataque contra la principal «batalla» del Príncipe, para después acudir también en ayuda de su vanguardia. Pero el avance castellano una vez más perdió ímpetu frente a las flechas inglesas; la vanguardia franco-castellana, fuertemente presionada, se desmoronó finalmente ante el ataque de Lancaster. Su derrota completó la desmoralización del cuerpo principal, que comenzó a desintegrarse en cuanto Lancaster desvió su ataque contre él.
    La lucha se transformó en una huida; el Príncipe confió la persecución a una fuerza montada dirigida por uno de sus aliados españoles, el rey Jaime III de Mallorca. Hubo tal desesperación entre los fugitivos que trataban de atravesar el río Najerilla y que se amontonaban en las calles de Nájera, que Chandos Herald relata con precisión:


    El campo de batalla estaba en una llanura clara y bonita, en la que no había ningún arbusto ni árbol en una legua alrededor, a lo largo de un buen río, muy rápido y violento, que ocasionó a los castellanos gran daño aquel día, por el acoso que continuó hasta el río. Más de 2.000 se ahogaron allí. Delante de Nájera, el puente aseguró que la persecución era mortal y muy violenta. Podías ver allí caballeros saltar al agua a causa del miedo y morir uno encima de otro. Se dijo que el río se tiñó de rojo con la sangre que brotaba de los cuerpos de los hombres y caballos muertos.


    Los asesinatos continuaron, añade Herald, después que los hombres del Príncipe entraron en la ciudad. El cronista Henry Knighton, canónigo de Leicester Abbey (patronazgo del duque de Lancaster) había oído que muchos se ahogaron en la corriente rápida del Najerilla y que a lo largo de una milla el agua se tornó sanguinolenta. Los cronistas ingleses estaban impresionados por el número de prisioneros distinguidos, que incluía al hermano de Enrique, don Sancho, y a los capitanes franceses Du Guesclin y D'Audrehem. El maestre de Calatrava fue capturado agazapado en un sótano en Nájera, el prior de San Juan y el maestre de Santiago se escondieron detrás de un muro y rápidamente se rindieron cuando los hombres de armas lo escalaron y desde lo alto les amenazaron.
    Después de la batalla, los aliados permanecieron en el campamento abandonado por Enrique durante un breve tiempo, reanudando su avance, en el que no encontraron resistencia, hacia Santo Domingo de la Calzada el 5 de abril, para reinstalar a Pedro de Burgos.

 

6. PAISAJE DESPUES DE LA BATALLA


    Un factor crucial en el éxito final de la campaña del Príncipe fue el acceso que tuvieron a Castilla a través de Logroño. Aunque no lo pareciera a primera vista, la estratégica importancia de Logroño fue apreciada por los príncipes y nobles ingleses que planteaban invasiones de Castilla a finales del siglo catorce. La victoria decisiva de Nájera ciertamente creó una fuerte y duradera impresión en la clase caballeresca inglesa.
Sin duda se recordó frecuentemente con orgullo por el duque de Lancaster y sus caballeros cuando volvieron al castillo de Leicester; algunos años después, su vecino Henry Knighton opinó que Nájera había sido la mejor batalla de la época. Una gráfica relación del combate fue escrita más tarde, en 1385, por un cronista natural de Hainault cuya identidad no ha podido establecerse, pero que había sido el heraldo de Sir John Chandos y había tomado parte en la campaña de 1367. En la vida versificada en francés del Príncipe Negro escrita por Chandos Herald, tal y como ha señalado el doctor J. J. N. Palmer, una desproporcionada cantidad del espacio se dedica a esta campaña y a narrar las hazañas bélicas del hermano del Príncipe, el duque de Lancaster. Desde 1385, y durante trece años, este último fue el demandante del trono castellano, al reclamar los derechos de su mujer Constanza, hija de Pedro I, que llegó, en 1386, a planear la invasión de Castilla para hacer efectiva su pretensión. Tras el acceso en 1377 de Ricardo II, el hijo del Príncipe Negro, a la edad de diez años, Lancaster se convirtió en el miembro más influyente de la familia real. Chandos Herald había gravitado hacia el servicio real: era el Rey de Armas de Ricardo, por lo que quizás enfatizó la importancia de Nájera para complacer, instruir e influir en los patrocinadores reales y grandes de la corte. La mayoría de aquellos a los que él escogió como protagonista de la campaña eran entonces los más prominentes hombres del gobierno, la política y la guerra en la primera década del reinado de Ricardo.
    Entre ellos había tres nobles que soportaban la mayoría de misiones y servicios diplomáticos durante la minoría real: Hugh Stafford, quien tuvo éxito como conde de Stafford en 1372, Lord Neville, un dependiente del duque de Lancaster y el hermano del conde de Northumberlands Sir Thomas Percy, poderoso en la guerra y la diplomacia durante la expedición ibérica de Lancaster de 1386 y 1387. Herald menciona la presencia en la heroica posición cerca de Ariñez de Sir Degory Sais, quizás el más renombrado de los capitanes de Richard Welsh. Alude a dos de los más reputados caballeros de Ricardo, los hermanos Sir Philip y Sir Peter Courtenay, hijos del conde de Devon. A aquéllos, y otros cercanos a Ricardo, les adjudicó gran protagonismo en su narración, lo que podía deberse, en parte, a su trayectoria posterior. Allí estuvo Guichard d'Angle, conde de Huntingdon (+ 1380), primer tutor de Ricardo II, y su sucesor Sir Simon Burley, a quien el joven rey tenía una devoción casi filial, y que en 1385 intervino en su favor como chambelán inferior de la casa real, favor que unos pocos años después le costaría a Burley la vida. También aparece el hermanastro de Ricardo, Thomas Holand, nombrado conde de Kent en 1380.
    Chandos Herald también menciona la participación en 1367 de caballeros que estaban en alta estima del duque en los inicios de los años ochenta: Walter Urswick, armado caballero en Vitoria; John Ypres, armado caballero antes de la batalla de Nájera; Sir Ralph Hastings, «a quien no le importaban ni dos cerezas la muerte», que luchó con Ariñez. Urswick se había convertido en el Master of Game del duque, y era uno de los dos caballeros preparados para vivir o morir con el duque cuando era un fugitivo durante la revuelta de los aldeanos de 1381. Ypres, por su parte, se había convertido en el principal consejero ducal.
    El cronista Chandos Herald estaba evocando aquellos nobles medievales que eran poderosos miembros del establishment inglés durante la minoría de Ricardo, nostalgia por su participación juvenil en la gran victoria inglesa de su generación. Uno no puede, de hecho, verlos formando un grupo de presión en favor de la posterior intervención ibérica, sino quizás conservando un respeto mutuo, parecido a los «Old Contemptibles» de 1914, y manteniendo un vínculo común de experiencias que ayudaba a cimentar la red de «old boy», como las que operaron en las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial en Gran Bretaña entre oficiales del mismo regimiento que habían luchado en él. Chandos Herald también estaba sosteniendo a aquellos participantes como ejemplo para las nuevas generaciones. Los jóvenes caballeros y escuderos que acudieron a unirse a la expedición de Lancaster de 1386, incluyendo el sobrino de Burley, Sir Richard Burley, y el sobrino de Sir Thomas Percy del mismo nombre.
    La narración del poema del heroismo y la definitiva victoria ayuda a explicar por qué la reclamación de sus derechos por Lancaster fue durante largo tiempo un aspecto importante de la política inglesa. La campaña de Nájera sugirió que Castilla podía ser conquistada sin graves dificultades y Lancaster alentaba constantemente tal convicción. En el parlamento de 1382 demandó ayuda, afirmando que si ésta era suficiente, en un plazo de seis meses sería rey de España o habría ganado la batalla decisiva. Si tenía éxito, el argumento se completaba con la forzada firma por los franceses de una paz aceptable.
    Planes de este tipo habían sido repetidamente aprobados en los consejos de Eduardo III y Ricardo II, pero su ejecución se había frustrado por las derrotas de los ingleses en Francia y, en el mar, por los castellanos, así como por las dificultades domésticas de una minoría real. Lancaster había negociado a menudo con Pedro IV de Aragón, especialmente en 1373-74, una alianza contra la Casa de Trastámara que implicaba una invasión inglesa desde Gascuña a través de Navarra, en la que la captura de Logroño se contemplaba como un paso importante. Estos planes fueron restablecidos nuevamente en 1381-83 y en 1386, cuando Lancaster estaba al fin en di posición de irrumpir en Castilla, lo que podía haberse hecho si, sobre todo, la enfermedad de Pedro IV de Aragón no hubiera postergado sus proyectos. Lancaster, que sólo podía contar con la ayuda de Juan I de Portugal, asaltó la Coruña en lugar de Logroño. Una vez más, Logroño figuraba en sus planes.
    Aunque la paz entre los reinos de Castilla e Inglaterra no concluyó hasta 1467, el abandono de Lancaster de sus reivindicaciones a la Corona de Castilla en 1388 terminó efectivamente con la posible implicación militar inglesa en la península. El significado asignado a la campaña de Nájera en las dos décadas siguientes se desvaneció rápidamente. Las privaciones y las decepciones de las gloriosas hazañas anteriores. El número de víctimas entre los jóvenes caballeros ingleses había sido espantoso. L.ancaster, finalmente, tuvo que sancionar lo anunciado por la deserción en el campo de batalla de algunos de los supervivientes, como su yerno, Sir John Holand, cuyo hermano mayor el conde de Kent, había luchado valientemente en España en 1367. El poeta de la corte, Geoffrey Chaucer cuando estaba escribiendo el prólogo a sus Canterbury Tales en los años noventa, describió su caballero ideal como el que luchaba con el duque Henry de L.ancaster en Algeciras, no con el duque John en Nájera. En esos años finales del siglo XIV, en Inglaterra, los caballeros jóvenes volvían a especular, una vez más, sobre las oportunidades de una cruzada contra Granada.

 


7. CONSECUENCIAS CULTURALES DE LA INTERVENCION INGLESA


    Como hemos visto, la búsqueda de ayuda por parte inglesa se dirigió hacia sus propios santos, cuya eficacia quedó demostrada por la victoria. A los ojos ingleses, Nájera confirmó la supremacía militar de sus tropas y su caballería, aunque a la vuelta de unos pocos años se vieran sorprendidos por la superioridad castellana en la guerra naval. En tierra sintieron que no tenían nada que aprender de los castellanos, si bien estaban intrigados por la técnica y el equipamiento de los jinetes. Los caballeros ingleses consideraron que los castellanos no siempre se adhirieron a las convenciones caballerescas de la guerra anglo-francesa. Chandos Herald estaba sorprendido de que los nobles tomados prisioneros en Ariñez fueran tratados con mucha crueldad, y narra cómo, después de Nájera, el Príncipe no hizo caso de los deseos de Pedro de respetar a estos cautivos, insistiendo que todas excepto una de sus vidas deberían ser perdonadas. Los ingleses estaban decididos a tratar a sus rehenes de una forma honorable y a obtener rescates de ellos. Así pues, no tenían ningún deseo de imitar el comportamiento castellano, aunque continuaron reverenciando a Santiago y contando con los caballeros de Castilla para una nueva oportunidad de Cruzada.
    Los castellanos, por otro lado, tenían razones para emular a sus oponentes ingleses y a sus aliados franceses. Sus métodos militares propios se mostraron en Nájera como muy deficientes. Algunas de sus costumbres eran consideradas poco caballerescas por representantes de la cultura anglo-francesa que eran los herederos de los reyes y héroes de la literatura heroica muy conocida por los nobles castellanos. Ayala puede servir de modelo por su juvenil entusiasmo por tales lecturas -en el Rimado de Palacio dice que ha malgastado mucho tiempo de su juventud en libros profanos tales como Lancelot del Lago-, pero tales antecedentes le impusieron respeto por el Príncipe de Gales, cuyo padre se había sentado en el trono de Arturo, como árbitro de la conducta de los caballeros; apresado tras la batalla de Nájera, observó y respetó con todo detalle el juicio ante el Príncipe y la absolución de D'Audrehem, acusado por el Príncipe de romper su juramento de no leyantar las armas contra él, después de haber sido su prisionero.
    Los nobles españoles capturados por los ingleses y gascones fueron tratados de acuerdo con las convecciones de honor anglo-francesas. El conde de Denia, aprendido por dos escuderos, Robert Hunley y John Shakell, fue eventualmente puesto en libertad bajo palabra, probablemente porque no pudieron mantenerle de acuerdo con su estatus. En 1378 su rescate todavía no había sido satisfecho por completo, y su hijo seguía bajo custodia como garantía. La corona inglesa reivindicó entonces el derecho a cobrar el dinero y los dos escuderos fueron encarcelados por no admitirlo. El hijo del conde jugó su papel como un caballero: se mantuvo leal a los «propietarios» de su padre, escondiéndose en Inglaterra de los oficiales reales.
    En la primera mitad del siglo quince la corte castellana y los nobles principales iban a representar abundantes, elaboradas y literarias justas como aquellas que estaban de moda en las cortes de Borgoña y Anjou. Los castellanos y otros caballeros ibéricos se convirtieron en figuras familiares en tales cortes principescas, visitándolas para aprender sobre sus ceremonias y costumbres, en un tipo de «Grand Tour» y algunas veces cruzando suertes de armas entre los reyes y los cortesanos. Este comportamiento emulatorio muestra las fuertes impresiones dejadas por los caballeros anglo-franceses y la cultura de la corte en la nobleza castellana durante las fases del más intenso compromiso peninsular en la Guerra de los Cien Años. Cuando Fernando del Pulgar escribió en sus Claros Varones de Castilla que en su tiempo más caballeros castellanos buscaban justas en el extranjero que extranjeros lo hacían en CastilIa, y cuando ponía como ejemplo a los castellanos que habían ganado fama por su valor en torneos celebrados fuera del reino, estaba ensalzando la intensa penetración en Castilla de la cultura procedente de la Europa del norte. Este intercambio cultural ya no residía en el estímulo simbólico de los cadáveres apilados bajo el puente del Najerilla, sino que estaba resumido en las palabras del Chandos Herald: «justamente un sábado, el tercer día del mes de abril, cuando los pájaros dulces y amables comenzaron a renovar sus canciones en las praderas, bosques y campos...»,



 

LA BATALLA DE NÁJERA EN LA GUERRA CIVIL CASTELLANA

ANTHONI GOODMAN y ANGUS MACKAY
Traducción ANGEL SESMA GARRIDO

 

                               Más información sobre la Batalla de Nájera:
La batalla de Nájera según Don Pero López de Ayala, García de Andóin, Florentín
La Batalla de Nájera (1367), 
Vélaz de Medrano, Alfonso

 

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