A la izda. los muros almenados de la iglesia del Monasterio de Santa María la Real; a la dcha. el farallón rocoso y vestigios del muro norte que protegía a Nájera.


    Un triste colofón cierra el año 1359. En una entrada por tierras castellanas, en la región de Soria, en Araviana, una mesnada al mando del conde don Enrique y de don Tello su hermano peleó y venció a otra de Pedro I, y en ella murió Fernández de Henestrosa, camarero mayor del rey, a quien éste tanto estimaba. No aparece claro si fue como represalia o venganza contra la escaramuza victoriosa de sus hermanos bastardos, el caso es que "este dicho año mataron en Carmona, do estaban presos, a don Juan e a don Pedro sus hermanos del rey ... E era estonce el dicho don Juan de diez e nueve años, e don Pedro en edad de catorce años: e pesó mucho a los que amaban servicio del rey porque así morieron, ca eran inocentes, e nunca erraran al rey", es decir, nunca le ofendieron. La nobleza del Canciller se subleva ante tan irracional injusticia y tan descomunal desacierto político.
    A raíz de esta pequeña batalla que tuvo lugar en Araviana, en las faldas del Moncayo, parece haber surgido por primera vez en el conde don Enrique la idea de suplantar a su hermano don Pedro en el trono, de Castilla. Efectivamente, después de este pequeño triunfo se le pasaron bastantes caballeros castellanos por miedo a las represalias del rey por la derrota.
    Al alborear el año 1360, se siente el conde don Enrique muy optimista y propone a Pedro IV la invasión de Castilla y la rápida conclusión de la guerra. Se ofrece a dirigida él mismo. En cambio, los consejeros del rey proponen al monarca aragonés como pretendiente al infante don Fernando, "ca decían podría ser que por quanto él era nieto legítimo del rey don Ferrando de Castilla, que le tomarían en Castilla por rey; pero el conde don Enrique dixo que si otro tomase esta carga de entrar en CastilIa, que él non sería en esta cabalgada, nin iría en compañía de ninguno que mayor fuese que él". Afirma Zurita en sus   Anales que no quería ir el conde bajo la capitanía del infante, porque ambos aspiraban al trono de Castilla de modo más o menos velado.
    Después de la batalla de Araviana, creyó el legado del papa, cardenal de Bolonia, que  el rey castellano estaría más maduro para la paz y que "se llegaría agora más aína a la pleytesía por haber paz con el rey de Aragón". Convinieron ambos soberanos que los preparativos para la paz se tuvieran en Tudela de Navarra, donde estaba el cardenal. "E plaga al rey de Navarra que estas gentes de los reyes de Castilla e de Aragón e el cardenal estoviesen en aquella su villa de Tudela, e mandóles dar muy buenas posadas, e puso muy grand justicia por los tener allí seguros". Pero en estas vistas no se llegó a nada práctico, por culpa del conde don Enrique, que cada día ambicionaba con más tesón sustituir a su hermano en el trona de Castilla.
    Desde este momento, Pedro I empieza a ver desleales en todas partes, y las muertes de los sospechosos menudean. Cuando se trata de peces gordos, el mismo rey va en busca de la víctima, reventando cabaIlos y recorriendo en un día hasta veinticuatro leguas, como cuando salió persiguiendo a Pero Núñez de Guzmán desde TordesilIas hasta el monasterio de Sandoval. Pero éste tuvo un soplo a tiempo y se escapó: ¡bien expió después esta escapada!
    Los judíos eran leales partidarios del monarca castellano, y por eso mismo los miraban mal los de don Enrique, que hicieron en ellos espantosas sarracinas. Sús gentes les robaron y maltrataron en Miranda de Ebro: en cuanto lo supo don Pedro, se fue desde Briviesca a Miranda, y entre otros escarmientos, "fizo justicia de dos omes de la villa ... ; e al Pero Martínez fizo cocer en un caldero, e al Pero Sánchez fizo asar estando el rey delante, e fizo matar otros de la villa". Esas cochuras no debían de ser muy del agrado de nuestro cronista, aunque él las relata con desconcertante sobriedad sin hacer el menor comentario.
    Al enterarse el rey que don Enrique se hallaba junto a Nájera, fue como un rayo a su encuentro y se instaló en el pueblo de Azofra, cerca de la villa riojana. Estando aquí, se le acercó un clérigo de misa de Santo Domingo de la Calzada, "e díxole que quería hablar con él aparte: e el rey díxole que le placía de le oír. E el clérigo le dixo así: "Señor, Sancto Domingo de la Calzada me vino en sueños, e me dixo que viniese a vos, e que vos dixese que fuésedes cierto que si non vos guardades, que el conde don Enrique vuestro hermano vos avía de matar por sus manos". E el rey, desque esto oyó, fue muy espantado, e dixo al clérigo, que si avía alguno que le aconsejara decir esta razón: e el clérigo dixo que non, salvo sancto Domingo que se lo mandara decir". Sospechó el rey que hablaba así inducido por otros; ordenó al clérigo repitiese delante de todos lo que en secreto le había dicho a él, "e mandó luego quemar al clérigo allí do estaba delante de sus tiendas" .
    El primer encuentro de las huestes de don Pedro con las mesnadas de don Enrique tuvo lugar frente a Nájera. Los hombres del conde fueron arrollados desde la primera embestida y perseguidos hasta la muralla de la villa. Como algunos soldados del ejército real se adelantaron a las puertas de la población, el conde "llegó al muro del castillo que dicen de los judíos, e los suyos que estaban dentro foradaron el muro de la villa, e por allí entró el conde e otros de los suyos". Esto ocurría la última semana de abril de 1360. Si el rey se decidía a cercar la villa, los del conde estaban perdidos, pues "non tenían manera de se defender". Bien lo sabía don Pedro y los suyos y ya se disponían a hacerlo. En esto ocurrió un hecho vulgar, pero que el rey, muy supersticioso, creyó de mal agüero. Al dirigirse el día siguiente a Nájera, se encontró con un escudero, natural de Jaén, que venía llorando, porque en una escaramuza con el enemigo le habían matado a un tío suyo, escudero también. Verdad es que era un poco raro ver llorar a uno de aquellos soldados, y el rey "óvolo por fuerte señal, por quanto oviera en encuentro de aquel escudero que facía llanto; e non quiso ir a Nájera, e tomóse para su real. E como quier que todos los más de los suyos le decían e aconsejaban que cercase al conde e avría fin esta guerra, non fue voluntad de Dios que el conde fuese tomado, segund lo que después paresció, e quiso Dios ordenar dél". La profecía del fraile de Santo Domingo y el espectáculo de aquel infeliz retorciéndose entre las llamas no se borrarán ya más del recuerdo del monarca castellano y le perseguirán hasta la tragedia de Montiel. Pero no solamente el rey, sino también su cronista parece participar de la supersticiosa predicción y del triste presagio del "llanto que facía el escudero". Por algo se acusa repetidas veces Ayala en el Rimado de creer en agüeros y supercherías .
    Dos días después de lo que acabamos de contar, se enteró el rey de que por la noche se habían ido de Nájera y de Haro las gentes del conde. De haberlos perseguido, "el conde e los que con él eran iban perdidos". El miedo es mal consejero, y más en tiempo de guerra. Al encontrarse don Pedro en Aguilar con el legado del papa, éste le aconsejó que los dejara huir en paz. Esta vez, el animoso soberano obedeció dócilmente, pues veía detrás de los rojos capisayos del cardenal de Bolonia las llamas de la hoguera del monje de la Calzada. Y nuestro Ayala debió de ver algo parecido, pues termina diciendo: "era voluntad de Dios que non se ficiese más ... porque era así ordenado de Dios". Se advierte también en estas palabras un dejo de discreta adulación para las Trastámaras.

 

EL CANCILLER AYALA
su obra y su tiempo
1332 - 1407
BIBLIOTECA ALAVESA "LUIS DE AJURIA"
Vitoria, 1976


F. GARCÍA DE ANDOIN S.I.
Edición revisada por TEODORO MARTÍNEZ S.I.
 

Más información:

BATALLA DE NÁJERA
ALFONSO VÉLAZ DE MEDRANO

BATALLA DE NÁJERA, MÁS CORAZÓN QUE INTELIGENCIA
(Según la crónica de don Pero López de Ayala)
F.GARCÍA DE ANDÓIN S.I.

LA BATALLA DE NÁJERA EN LA GUERRA CIVIL CASTELLANA
ANTHONI GOODMAN y ANGUS MACKAY

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